Lo que somos - Capítulo 28

Piel rozando contra piel. Alientos chocando entre dos cuerpos, sudorosos y calientes. Gemidos bajos, casi imperceptibles. Rostros ungidos en placer. Dedos moviéndose sin cesar. Sábanas arrugadas. Duvet caído en el piso. Una oscuridad perforada apenas por la luz de una persiana. Y unos ojos verdes, con pupilas del tamaño de la luna.

Al despertarse —por primera vez en semanas sin sentirse torturada por una resaca, o deprimida por una pesadilla— estos fueron los primeros recuerdos que emergieron en la cabeza de Aurora.

Asombrada, miró alrededor, juntando las piezas de lo que había ocurrido y comparándolas con lo que veía en su memoria.

Sí, ella realmente había hecho lo que se imaginaba.

Su primera noche de amor con Alexandra había dejado de ser un sueño del pasado para convertirse en una realidad de su presente.

La muchacha en sí estaba acostada a su lado, dándole la espalda mientras dormía. Soltaba unos ronquidos débiles y de vez en cuando se movía en su sueño, pero parecía estar apagada. Envuelta en un descanso sublime y profundo.

Excelente. Ella lo necesitaba más que nadie.

Al mirarla con más atención bajo la claridad del día, la artista se encontró de nuevo con las cicatrices que tenía en su brazo y en su torso. Algunas hechas en su viejo hogar de acogida. Otras, en la residencia de sus padres adoptivos...

Aurora suspiró, ya irritada.

Natasha merecía irse al infierno por todo el dolor que le causó a su hija.

Al pensar en la desgraciada mujer, frunció el ceño y se acomodó en la cama, para abrazar a Alexandra por detrás.

Lo último en lo que pensó antes de quedarse dormida de nuevo, fue en lo agradable que era el shampoo de la rubia. Quería más que nada hundir su nariz entre sus mechones y besar su cuero cabelludo. Y por eso, antes de caer inconsciente, lo hizo.

La próxima en despertarse fue la atleta en cuestión. Su mente repasó los eventos de la noche anterior de la misma manera en la que lo hizo la de Aurora y, una vez el rompecabezas se armó, ella logró entender quién la estaba sosteniendo.

Al recordarlo todo, Alexandra sonrió y se enrojeció. Quiso más caricias. Más besos. Más sexo. Anheló repetir la experiencia, una y otra vez. Y deseó, sobre todo, nunca perder a aquella mujer de nuevo. Porque ahora que había probado su droga, se había vuelto adicta. Podía pasar días, meses y años alabando su cuerpo de rodillas, si es que Aurora se lo permitía. Lo único que necesitaba a cambio era su presencia. Nada más.

La realidad había superado a la fantasía. ¿Cuántas veces ella había invocado su rostro mientras se forzaba a satisfacer a Álvaro? ¿Cuántas veces ella había imaginado su silueta, mientras intentaba saciar sus propias necesidades en madrugadas solitarias y frías?... Era imposible contabilizar todas las ocasiones.

Pero ayer... Ayer Alexandra supo que su ficción desesperada no llegó nunca a los pies de lo que era verídico y tangible. Aurora la había devorado, sin dejar migajas. La había amado hasta hacerla olvidarse que era humana. La hizo derretirse en su lengua como un cubo de hielo. Y por su parte, la rubia logró lo mismo.

La imagen de aquella morena hermosa, desnuda sobre su colchón, con el cabello sacudido, la respiración entrecortada y las piernas abiertas sería una que la perseguiría hasta el fin de su vida. No tan solo por su provocativa indecencia —que despertaba en su ser su lado más animalesco—, ni por su inherente erotismo —que de admirar era tan fascinante como intimidante—, sino por las consecuencias de su existencia en sí.

La llama que la artista prendió en su corazón y que lo trajo de vuelta a la vida era una que nadie más sabría cómo crear. Solo ella.

Y hasta ahora, su fuego no había dejado de arder.

Lo que le recordaba a la rubia... Necesitaba una ducha.

A solas, de esta vez. Porque sí se quedaba ahí, acostada en aquella cama, probablemente pasaría todo el día haciendo a Aurora gritar su nombre. Lo que sonaba fantástico en teoría, pero era dañino en la práctica. Porque, aunque ambas tuvieran el día libre, tenían más cosas que hacer.

La atleta en sí tenía una entrevista de empleo a las tres de la tarde, y considerando que ya eran las doce de la mañana, tenía que apurarse. Después pasaría a una sucursal bancaria, a repactar una deuda. Luego, a visitar a su abuela, y de ahí se iría al gimnasio. Por último, volvería a casa.

Así que se levantó con cierta molestia —porque no quería hacerlo, pese a que debía— y se vistió con las ropas que habían dejado separadas el día anterior. Se metió a la cocina a prepararles a ambas algo que comer.

Alexandra estaba acostumbrada a comer frutas por la mañana, con un poco de avena y cereal sin azúcar, junto a un batido por aquí y por allá. Pero ella dudaba que Aurora optaría por lo mismo.

No tenía pan blanco en su alacena, así que puso a tostar dos rebanadas de integral. Sacó de su refrigerador la mantequilla —ultra light—, y así que el pan estaba listo, lo cubrió con la misma. Ella no era una asidua consumidora de café como lo era Aurora, pero sí tenía una lata de descafeinado en alguna parte. Cuando la ubicó, le preparó uno.

Con todo ya listo, llevó su desayuno a la mesa —que separaba el área de la cocina de la sala— y se metió a su habitación, a despertarla.

La encontró acostada sobre su espalda, con su cabello oscuro revuelto alrededor de su cabeza, cubriendo casi toda su almohada. Sonriendo, la rubia se sentó a su lado y lentamente tocó su clavícula, deslizando sus dedos hasta que fueran a parar a su cuello. Se inclinó adelante a seguir, y besó su frente. Luego, sus mejillas. Nariz. Y para cuando llegó a su boca, sintió una de las manos de Aurora tocar su cabeza, sosteniéndola más cerca de sí para besarla con el doble de ganas.

—Buenos días... —Alexandra murmuró, así que se separaron—. Hice el desayuno.

—Ya estás vestida...

—No sería una buena idea cocinar con las tetas al aire, ¿no?

La artista soltó una risa débil.

—No, supongo que no... —Se frotó el rostro—. Y también supongo que me tengo que vestir también.

—No tienes que hacerlo si no quieres. Yo por mi parte no estaría reclamando de nada.

—Me imagino —Aurora amplió su sonrisa—. Pero para tu decepción... —Se sentó en la cama, y Alexandra se levantó para darle espacio—. No me gusta andar con las tetas al aire tampoco.

Alexandra sacudió la cabeza y riéndose, abrió las puertas de su armario.

—Creo que es mejor si tomas prestado algo mío y lo usas, porque nuestra ropa de ayer está llena de tierra y yo no tengo una lavadora aquí. Generalmente junto toda mi ropa sucia durante la semana y la llevo a una lavandería cercana, los sábados... —Se giró del clóset a la artista—. ¿Qué quieres usar?

—Cualquiera de tus pantalones deportivos y camiseta está bien. Gracias. Ah, y si estás necesitando de una lavadora, yo y el Gio te podemos ayudar. Nos queremos comprar una nueva, porque la que tenemos ahora es muy pequeña para nosotros... y te la podemos dar.

—No me van a regalar una lavadora...

—¿Y por qué no?

—¿Porque esas cosas salen caro?

—Justamente por eso te la queremos dar. Porque sabemos que son caras.

—Rory, déjame al menos pagar parte de la lavadora. El Gio...

—Es igual a mí. No te dejará pagar nada.

—Tú sí que eres persistente.

—Irritante, quieres decir —Aurora bromeó, recibiendo una pequeña pila de ropas de las manos de la rubia.

—Un poco. Pero lo perdono porque te amo —Alex besó su frente—. Ahora anda a ducharte y a vestirte, Santa Claus... Y apúrate, porque ya te hice el desayuno. Te espero en la mesa.

La artista siguió su orden y apareció en la sala, ya vestida, unos seis minutos después. Se había lavado y secado el cabello a medias, con una toalla. El olor del shampoo de la rubia, al que ella tanto le había gustado, ahora era compartido.

—No sé qué comes durante las mañanas, pero ¿asumí que una tostada estaría bien? Si quieres frutas, solo dímelo.

—No, le diste en lleno a mi desayuno. Solo que rara vez como pan integral... Y no estoy reclamando, por si acaso. Solo digo —Aurora se sentó y comenzó a devorar su comida al segundo—. Gracias por hacerme esto.

Las dos pasaron unos segundos masticando, antes de continuar conversando.

—Supongo... que deberíamos hablar un poco sobre ayer —Alexandra comentó primero, luego de beber un sorbo de su batido de frutilla y mora.

—Sí, creo que sí... —La artista asintió—. Yo la pasé excelente, así que no tengo mucho que agregar. ¿Y tú?

—También —La rubia sonrió—. Y no me molestaría repetirlo... cuando la oportunidad se presente —Tomó una de sus manos en su palma—. Aunque confieso que me preocupé un poco con algunas cosas que dijiste.

—¿Qué?

—¿Por qué piensas que no eres tan atractiva como yo? —Decidió ir derecho al punto.

—Alex, ¿ya te viste en el espejo? Eres preciosa.

—Y tú también.

—Eh...

—No, nada de eso. Eres hermosa, punto final. Y te lo diré hasta que te lo creas.

—Vas a pasar el resto de tus días haciéndolo entonces, porque esto... —Aurora apuntó a su cabeza—. Es una cosita bastante terca, y que no cambia de opinión a seguido.

— Pues lo haré con gusto —Alexandra insistió, acercando sus rostros—. Porque eres hermosa.

—Para...

—Guapísima.

—Alex...

—Una belleza —La atleta la besó—. Y eres toda mía.

—¿Posesiva? —Aurora sonrió, mientras la otra se apartaba—. Pero no mientes... soy toda tuya. O lo seré, si oficialmente te vuelves mi novia de nuevo.

—Eso es lo que más quiero.

—Entonces... somos novias.

—¿Así de simple?

La artista besó su mano.

—Así de simple —Las dos continuaron con su desayuno, intercambiando miradas encariñadas y caricias mientras se deshacían de su letargo. Eventualmente, Aurora volvió a hablar:— También hubo algo que me preocupó ayer, eso sí.

—¿Hm?

—Lo de Álvaro... —A su lado, Aurora vio a la rubia enrigidecer su postura—. Sé que probablemente no quieres hablar sobre ello ahora, pero... siento que deberías.

—No tengo mucho que añadirle a lo que ya te conté, en verdad...

—Me refería a hablarlo con algún profesional. Onda... un terapeuta, o algo así. Porque es obvio que ese tipo de cosas te afectan. Y no estoy diciendo que estás loca, así que porfa no me malinterpretes... Solo pienso que te beneficiaría, el poder trabajar en tu trauma con alguien que sepa cómo ayudarte a superarlo. O bueno, al menos a convivir con él. No que te esté obligado a hacerlo, ni nada...

—No, tienes razón. Yo... debería —Alexandra respiró hondo—. Pero hacerlo es costoso. Y sabes que ahora yo no puedo tomar esos lujos...

—Yo te pago una sesión.

—Rory, no...

—Si tanto te molesta que lo haga, cuando encuentres un trabajo me devuelves el dinero. Pero necesitas ayuda, Alex. Antes de que sea demasiado tarde y tengas que recibirla a la fuerza... Lo que no es nada agradable, créeme —la artista le dijo, con toda la amabilidad que podía expresar—. Además, tienes que tener la salud mental en orden si quieres ir a los Panamericanos, ¿no?

—No voy a ir...

—Lo harás —Aurora insistió—. Tengo fe en ti. Y sé que eres capaz de llegar allá.

—Rory, es imposible.

—Nada es imposible cuando el destino lo quiere. Y ya llegaste demasiado lejos para rendirte ahora.

Así que la morena terminó de hablar, su celular —casi sin batería, a este punto— sonó. Ella contestó con apuro, sabiendo que no tenía mucho tiempo para hacerlo. Era Giovanni, queriendo saber cómo estaba y a qué horas volvía a casa.

—Estaré ahí en un rato más, probablemente. La Alex tiene cosas que hacer... Dile hola, Alex.

—¡Hola! —la rubia exclamó, acercándose un poco al celular.

Estaba feliz por aquella pequeña distracción. La necesitó, para poner sus pensamientos en orden.

—¿Tuvieron una buena noche, asumo? —Ella escuchó la voz del fotógrafo decir, así que se apartó.

—Sí... al igual que tú y la Connie, creo —Aurora bromeó de vuelta, mientras su amigo le seguía dando detalles sobre su madrugada, y Alexandra se concentraba en su desayuno—. Sí, te voy a contar más sobre cómo escapamos de los guardias más tarde... No, ninguna de las dos salimos heridas. O sea, yo tengo un raspón en el brazo, pero no es nada muy grave.

—¡Ay, verdad! ¡Tengo que hacerte las curaciones! —La atleta se acordó y se levantó de la mesa, a recoger los insumos que necesitaría.

En verdad, también lo hizo porque necesitaba un poco de privacidad para calmarse. La idea de ir a un psicólogo a hablar sobre Álvaro sonaba sana y responsable, pero requeriría bastante coraje para ser llevada a la práctica. Coraje que ella aún no sabía si poseía o no. Además, estaba el tema del pago... y de su mala situación financiera.

No quería ser un problema para Aurora.

—No sé si podré llamarte cuando salga de aquí, porque la batería de mi celu está casi muerta, pero te juro que tendré cuidado en la calle —La artista en sí estaba finalizando su charla cuando Alexandra decidió volver a la sala—. Okay... Chao, Gio. Te veo más tarde —Y con eso colgó, a tiempo de ver la pantalla de su teléfono irse a negro—. Y... murió.

—Puedes ponerlo a cargar en mi habitación hasta que te vayas de aquí. Pero déjame ver ese brazo primero —la rubia comentó, llevando a la mesa un tubo de hipoglós y dos vendas adhesivas—. ¿Aún te duele el raspón?

—En verdad, sí... más que ayer. Pero no es nada de otro mundo, puedo aguantarlo —Aurora respondió, mientras la otra joven esparcía un poco del ungüento sobre su piel irritada—. ¿Y tú? ¿La caída no te lastimó?

—Por milagro, no... Creo que tú absorbiste la mayor parte del impacto.

—Huh...

—¿Qué?

—¿Ya te has fijado que siempre que nos caemos, o tú te resbalas, yo siempre termino siendo tu colchoneta de aterrizaje?

—Perdón... te juro que no lo hago a propósito —Alexandra sonrió, un poco culpable, y abrió uno de los apósitos adhesivos gigantes que tenía, por si se tropezaba corriendo y se hería las piernas—. La mayor parte del tiempo, no.

—Ah, ¿entonces confiesas que a veces sí lo haces a propósito?

—Claro... Me gusta cuando me sostienes. Me siento segura. Además... eres súper cómoda.

—¿Gracias? —La artista no supo cómo interpretar aquel último comentario, pero asumió que era un halago—. Y no te preocupes... Puedes caerte arriba mío cuando quieras. No estoy reclamando.

La rubia soltó una risa débil y siguió aplicando los adhesivos sobre el brazo de Aurora. Cuando terminó le dio un beso rápido en la mejilla, por ningún otro motivo a no ser porque podía, y se levantó, a guardar el hipoglós y desechar los envases de los apósitos.

Mientras lo hacía, ella recibió una llamada en su propio celular, de un número desconocido. Al contestar, descubrió con rapidez que la estaban llamando del hospital.

Era por su abuela. Su médico decidió que su salud se había vuelto lo estable lo suficiente para ponerle un marcapasos. Pero necesitaban la presencia de algún pariente suyo, para firmar unos papeles y hacerse responsable de sus gastos.

Tendría que ver lo de su tarjeta después. Esto era más urgente.

—Rory, lamento tener que apurar tu partida, pero ya me tengo que ir de aquí —avisó, volviendo a la sala—. Me llamaron del hospital. El doctor de mi abuela dice que ella está apta para ponerse un marcapasos... Así que tendré que ir allá corriendo después de mi entrevista de empleo. Tengo una agenda súper apretada hoy.

—Pues, ¿quieres que te acompañe?

—¿Huh?

—Para que no tengas que hacerlo todo sola, me refiero.

—No haré nada de muy divertido, ya te aviso.

—La vida adulta no es nada divertida —Aurora terminó de comer—. Ya estoy acostumbrada. Pero si quieres un poco de apoyo... Estoy libre.

La rubia, al ver su mirada cariñosa y preocupada, no opuso ninguna resistencia.

—Si estás segura de que no te aburrirás, y de que no estás cansada, pues... puedes venir conmigo. Pero déjame avisarle a Giovanni que lo harás, o él morirá de preocupación.

La artista asintió.

—Yo por mientras organizo esto —Señaló a la mesa—. Tú ve a cambiarte de ropa.

Alexandra concordó de vuelta, sabiendo que debía hacerlo, pero... no pudo. Al menos no de inmediato. La quedó mirando con un rostro maravillado por unos minutos, inmóvil y callada. Aurora no notó su lentitud hasta que llegó a su fin. La vio sonreír antes de voltearse a su habitación, y por su expresión enamorada lo entendió todo: La atleta estaba aliviada de no tener que enfrentar aquel día larguísimo sin su compañía.

Verla así de feliz y relajada fue una recompensa tremenda para la artista, quien cumplió con su promesa y la siguió a todos lados con gusto, removiendo de encima parte de su venenoso estrés.

La esperó afuera del supermercado en su entrevista de empleo. La acompañó al hospital, a visitar a la señora Martina y autorizar el procedimiento para que ella se pusiera un marcapasos. Incluso se quedó por ahí, en su lugar, mientras la rubia iba a resolver el asunto de su tarjeta. Hizo todo esto sin reclamar por un segundo, y probó que su amor por ella no era apenas basado en palabras, y que su perdón no era tan solo superficial.

Cuando fue hora de separarse, las dos lo hicieron con un beso largo y con un juramento de verse en el día siguiente, aunque fuera apenas por unos cuantos minutos. Al final, Aurora estaría ocupada trabajando de las ocho a las seis, y después tendría que ir a su dojo a las ocho, a tomar sus clases de Judo. Sin mencionar el hecho de que ambas tenían sus agendas llenas para el fin de semana, y solo se podrían ver el lunes.

Hablando de ello...

—¿Y entonces? ¿Nos vemos en el metro otra vez?

—A las cuatro, sí —La rubia le robó un beso final—. Y gracias... por hoy. Y bueno, por todos los otros días que hemos tenido desde que nos volvimos a hablar.

—No necesitas agradecerme —La artista la abrazó, queriendo grabar bien su perfume en su memoria—. Yo soy quien debería estar haciéndolo.

—Rory...

—Te extrañaba. Y mucho —murmuró en contra de su hombro—. Es demasiado bueno tenerte de vuelta.

Alexandra la abrazó con más fuerza.

—No me iré a ningún lado de nuevo.

—No me hagas promesas, porque tendrás que dejarme para los Panamericanos, y después las Olimpíadas...

—Tienes demasiada fe en mí.

—Lo mereces, Blondie —Aurora se apartó.

—¿Ya te he dicho lo mucho que me gusta que me llames así? Es como si una ola de nostalgia me tragara entera.

—Una buena ola, me imagino.

—La mejor —Le sonrió—. Nos vemos el lunes, Rory.

—Chao —La artista besó una de sus manos antes de soltarlas, darse la media vuelta, e irse a su casa, sintiéndose cansada, pero feliz de una manera que a mucho tiempo no era.

—Chao...

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