Lo que somos - Capítulo 25

Aurora explicó primero su parte de la historia, para darle tiempo a Alexandra de calmarse. Ella aún estaba bastante afectada por lo que había visto y oído en la galería, y apreció los minutos de serenidad otorgados por la artista. Además, al oír sus anécdotas y crónicas sobre el período que pasaron separadas, pudo al fin enterrar y olvidar su vieja intriga.

Descubrió, por ejemplo, qué les había pasado a los abuelos de la misma. Uno había muerto y —en un acto de bondad que absolutamente nadie en su familia entendió, luego de años de apatía y lejanía— les dejó una pequeña fortuna a sus hijos y nietos. La otra seguía viva, pero tenía la salud bastante frágil, estaba conectada a múltiples máquinas, y en el último año había caído a un estado vegetativo, luego de tener una isquemia cerebral.

Como Aurora se había cambiado a la capital y sus hermanos también vivían por ahí, sus padres al fin pudieron regresar a su casa en su ciudad natal, encargándoles a ella, Carlos y Héctor las tareas de visitar y cuidar a la matriarca hospitalizada. La joven no tenía la mejor de las relaciones con la anciana, pero no se negaba en ayudarla tampoco. En su situación, era lo mínimo que podía hacer. La vieja no duraría mucho tiempo.

La otra gran novedad es que ella también había al fin salido del armario ante sus padres —algo que no le fue tan mal como un día pensó, le iría—. Eso sí, Aurora decidió contarles la verdad en un espacio público, para que ambos no pudieran perder la cordura y gritarle hasta reventarle los tímpanos. Y por eso los invitó a comer al mismo restaurante de comida italiana donde Alexandra le había roto el corazón, antes de su graduación.

—Ya tenía pésimos recuerdos con el lugar, así que pensé: ¿Por qué arruinar a otro más? No me parecía justo... Así que los llevé allá. Además, la comida es súper deliciosa y los precios están por el piso; saldría ganando de igual forma —la artista bromeó mientras hablaba, pero la atleta supo que por detrás de su tono cómico sí existía un poco de verdad.

El señor y señora Reyes no estuvieron muy encantados por el descubrimiento, pero teniendo en cuenta que Aurora ya vivía sola para ese entonces, estaba trabajando, y no dependía de ellos para casi nada, cualquier daño hecho a su relación fue mínimo.

Ella jamás les presentó a ninguna de sus amantes, eso sí. No tan solo por no haber tenido relaciones importantes lo suficiente como para hacerlo, sino también porque no se sentía cómoda con la idea.

Alexandra entendía su situación muy bien. Le estaba pasando algo parecido con su padre.

Después de que ella se separara de Álvaro, su madre no tan solo había ido a delatarla ante el rector de su universidad, como también ante su ex marido. Porque sí, al final los dos sí se terminaron divorciando—algo que la joven siempre supo, inevitablemente sucedería—.

—Mi relación con él ahora es... tensa —la atleta comentó, cuando su turno de hablar llegó—. Desde que me echaron del armario, lo ha sido.

—¿Ya no se hablan?

—No, aún mantenemos el contacto... —clarificó—. Pero nuestras interacciones siempre son... robóticas. Frías.Distantes. La complicidad y la amistad que teníamos ya no existe. Sé que él se importa por mí, pero...

—No es lo mismo.

—No.

—Es lo mismo con mis viejos —Aurora terminó su limonada—. Aunque a mí su lejanía no me duele tanto porque nunca fuimos demasiado unidos para empezar. Pero tú y el señor Mario sí que lo eran.

—Tengo la esperanza de que algún día él volverá a ser como antes —Alexandra comentó, entristecida—. Es lo único que me queda. La fe.

—¿Y cuándo todo esto ocurrió, solo para tener contexto?

—Mi ruptura con Álvaro y su posterior drama, dos años atrás. La hospitalización de mi abuela, este mes —Ella también bebió lo poco que sobraba de su jugo.

—Entonces fue un descenso lento a la locura para ti...

—Puedes ponerlo así, sí —La atleta soltó una risa diminuta—. Y ahora se puso aún peor.

—¿Cómo así? ¿Qué pasó?

—Estoy calificando para los Panamericanos, pero por mi abuela, mi desempleo y el hecho de que vivo sola...

—No podrás ir.

—No —la rubia respondió, más derrotada que resignada—. Hacerlo me saldría demasiado caro, incluso con el apoyo de patrocinadores. Aunque mi entrenadora está convencida de que logrará hacerme llegar a Uruguay el próximo año. No dudo de sus habilidades, pero... es claro que no lo haré. No porque no lo quiera, obvio...

—No hables así, tal vez sí lo hagas —Aurora la frenó—. Yo creía que terminaría la secundaria en un cementerio y mírame, estoy estudiando la carrera de mis sueños, en el instituto de mis sueños, y recibí una propuesta de empleo hoy por la mañana, de parte de Alaister Marwood.

—¿Propuesta? —Alexandra amplió su sonrisa y alzó una ceja.

—Me invitó a trabajar en la producción de una nueva película suya, de stop-motion. Estará basada en una de sus novelas cortas, "Monsters in the Abyss".

—¡Aurora, eso es genial!

—Lo sé. Y si yo logré llegar así de lejos, no tengo dudas de que tú también lo lograrás —La artista le dio un empujoncito con su hombro—. Además... Ahora no estás sola. Yo y Giovanni volvimos. Y Connie también, lo supongo.

—Ay verdad...

—¿Qué?

—No te he contado lo que pasó con ella —La atleta se frotó el rostro, perdiendo toda su alegría de golpe.

—¿Qué? ¿Qué sucedió?

—Nosotras medio que perdimos contacto, después del colegio... Ella tomó tu lado de las cosas cuando rompimos, y tenía toda la razón al hacerlo, pero... aunque volvimos a charlar después, cada encuentro se fue haciendo más y más raro... hasta que nos dejamos de ver. Otra vez, yo no la culpo, porque me lo merecí. Pero su distancia me duele. Y mucho.

—Lo siento.

—No, la culpa fue mía —Alexandra dejó su vaso vacío a un lado y rodeó sus piernas con sus brazos, haciéndose bolita sobre el pasto—. Y ahora tengo que arreglar este desastre de alguna forma. Debo hacerlo.

—Bueno, como dije... yo y el Gio te podemos ayudar. Tú sabes que él y ella son pareja... A lo mejor, si te atrae la idea, podríamos... yo que sé... —Aurora se rascó la parte inferior de la cabeza, justo donde se había hecho su undercut—. ¿Tener una cita doble?

—¿Y no sería eso demasiado raro? ¿Después de todo?...

—No lo creo. O sea, todos necesitamos reconectar. Hacerlo en grupo me suena menos intenso y angustiante que hacerlo a solas. Si bien esto... —La artista señaló al espacio entre ambas—. Me está pareciendo bastante menos estresante de lo que pensé sería.

—Bueno saber que yo no era la única aterrada de esta cita... o bueno, reunión. Como prefieras llamarlo.

—Cita está bien —Aurora sonrió—. Ah, y oye... Antes de que se me olvide invitarte... —Ella desbloqueó su celular y le envió un tríptico por mensaje a su acompañante—. Seré parte de una exposición nueva del museo de arte contemporáneo, y si quieres venir el día de apertura, pues...

—Voy a estar ahí —Alexandra afirmó, con total seguridad—. Aunque tenga que ir volando, llegaré.

—No te preocupes si llegas tarde, eso sí. La sala abre a las dos de la tarde, e incluso yo sólo podré estar ahí a las tres, por mis clases.

—Yo creo que podría llegar como a las tres y media. Pero iré —la rubia comentó, para la felicidad de la artista—. Eso dicho... ahora mismo tengo que irme. Odio tener que dejarte así, porque de verdad quisiera seguir charlando contigo, sobre todo, pero aún tengo que ir a visitar a mi abuela...

—¿Y si voy junto? —Aurora preguntó, mientras ambas recogían sus vasos, sus mochilas y se levantaban del pasto—. Hace tiempo que no veo a la señora Martina y estoy preocupada por ella. Juro que solo le doy hola y me voy, porque sé que probablemente quieras pasar un rato sola con ella...

—¿No te molesta venir?

—¡No, para nada!

—Entonces... ¡Sí!... Obvio que puedes acompañarme. Ella hasta hoy me pregunta si ya me nacieron los cojones para hablarte.

La artista se rio.

—Bueno, ahora oficialmente podrás decirle que sí.

—¡Al fin! —Alexandra exclamó con una carcajada victoriosa propia.

A la hora de volver a caminar a la estación de metro, fue ella quien le ofreció su mano a Aurora, con una expresión que mezclaba tanto su esperanza como su temor. Para su alivio, la morena enraizó sus dedos entre los suyos, y caminó a su lado con inédita placidez.

Otra vez, entraron a un tren llenísimo de gente y el escenario anterior se repitió. Cuerpos presionados en un espacio pequeño, sudoroso, y cálido. Pero con los cuerpos más livianos, y con los hombros libres de una carga emocional pesadísima, la situación ya no les resultó tensa o incómoda, sino cómica.

Mientras el vagón se desplazaba por los rieles, serpenteando por las entrañas de la capital con apuro, las dos conversaron en voz baja sobre temas más ligeros, distrayéndose de los golpes y empujones que recibían de la masa de ciudadanos apretujados a su alrededor con risas tímidas y chistes que, en cualquier otra situación, no serían para nada divertidos.

Para cuando llegaron a la estación Burgos, donde estaba ubicado el Hospital General Pasteur, la situación por suerte había mejorado. Solo algunas personas restaban en sus cercanías, sentadas en los asientos de plástico o apoyadas en las paredes del vagón.

La hora de visitas en el hospital terminaba a las ocho y media. Eran las siete y veinticinco cuando pisaron allá. No necesitaron ni siquiera mostrar sus documentos para ingresar a la habitación de la señora Martina —a quien los médicos habían corrido de la unidad de tratamientos intensivos (UTI) a la unidad de cuidado intermedio (UCI), para el alivio de su nieta—.

Eso sí, para evitar estresar a la señora, Aurora dejó que Alexandra entrara a verla primero y que le explicara, en términos simples, todo lo que había sucedido entre ambas desde su última visita. Ella por lo tanto se quedó de pie en el pasillo, esperando a su debido momento de pasar. Quince minutos después la rubia al fin estiró su cabeza por la puerta, dándole permiso de hacerlo.

—¡Aurora, cómo has crecido! —La hospitalizada sonrió de oreja a oreja, emocionada por su aparición.

—Hola, señora Martina —La artista le retornó la calidez con una sonrisa propia.

—¡Te ves preciosa! ¡Ven aquí! —La entusiasmada anciana le hizo un gesto con la mano—. ¡Dios escuchó mis plegarias! ¡Le he estado rogando por años que tú y Alex hagan las paces!

—Abue...

—¡Pero si es cierto! —La dama silenció a su nieta, tan contenta y emocionada que llegaba a verse más sana—. ¡Lo siento tanto por lo que Natasha te hizo!...

—Yo también. Jamás debí haberle seguido el juego —Aurora comentó mientras se dejaba abrazar por la señora—. Pero estoy feliz de estar de vuelta.

Cuando amoroso gesto entre ambas terminó, la anciana continuó hablando:

—Pero díganme... ¿Están ustedes juntas de nuevo? O...

—Estamos... resolviendo eso —Alexandra contestó con un tono nervioso, mientras cruzaba los brazos—. El daño que mamá nos hizo, más el tiempo que pasamos separadas...

—Lo entiendo. Es una situación complicada —La señora asintió—. Pero aun así... ¡No saben lo feliz que estoy de saber que al menos han reivindicado su amistad! Nunca, jamás, debieron ser separadas de la manera en que lo fueron. Nunca.

—Y eso no pasará de nuevo —la rubia prometió, con una seriedad que logró capturar la atención inmediata de Aurora—. No si de mí depende.

Al jurar esto al frente de su abuela, ella se lo hizo claro a la artista: No estaba bromeando. Ya no era la misma chica asustadiza de antes. Sí, estaba agotada por los problemas de la vida adulta. Sí, se sentía sobrecargada al extremo. Sí, estaba librando una guerra a muerte con su depresión. Pero no volvería, por ningún motivo, a escoger a su seguridad, privilegio, y confort antes de Aurora.

Ya la había perdido una vez, y eso era suficiente.

No lo haría de nuevo.

Había aprendido su lección.


---


El resto de la semana pasó en un pestañeo. Como solía pasar en la gran ciudad, el movimiento no paró, y ninguna de las dos tuvo demasiado tiempo para descansar o contemplar con tranquilidad el destino de su relación.

Aurora estaba ocupada haciendo sus obras para el instituto, pensando en algún proyecto al que presentar para su especialización en escultura, trabajando en la lavandería, pagando cuentas, bebiendo para no caer en una crisis nerviosa, y tranquilizando a Giovanni sobre sus hábitos nocivos.

¡Lo tengo todo bajo control! —llegó a exclamar, sabiendo perfectamente bien que no tenía nada bajo su control.

Alexandra, por su parte, continuaba estudiando, leyendo y escribiendo como un monje medieval, corriendo y ejercitándose para mantener su cuerpo en forma, yendo a entrevistas de empleo en todo y cualquier descanso que tuviera, visitando a su abuela, y comiéndose las uñas hasta que sus dedos le dolieran.

Solo pudieron volver a verse en persona el lunes siguiente —el día de la apertura de la exposición en la que Aurora estaba participando—.

El calor de verano seguía tan intenso que llegaba a derretir el asfalto, pero a diferencia de los días anteriores, una brisa fresca había comenzado a correr por la ciudad. El cielo arriba estaba totalmente despejado, azul como el fondo de una piscina, y en las calles abajo, el tráfico estaba un poco menos brutal de lo usual. Por eso mismo, la atleta decidió moverse al museo donde la exposición tomaría lugar de micro. Se subió a uno de los autobuses articulados azules que conducían al parque Yungay, en donde el Museo de Bellas Artes, el Museo de Arte Contemporáneo, el Museo de Historia Natural y la Biblioteca Municipal estaban ubicados. El espacio verde, aparte de ser un centro cultural como ningún otro, también contaba con una laguna, hidropedales y triciclos arrendables, una cancha de fútbol, y un invernadero semi-abandonado.

Era un punto precioso de la ciudad. Lleno de ladrones, embusteros y de vendedores ambulantes, sí... pero lleno de vida, de flores, y de historia.

Aurora lo visitaba con frecuencia, pero Alexandra solo lo había explorado un par de veces. Por eso, llegar a su punto de encuentro le costó un poco. El parque era gigante y ella no tenía la misma familiaridad de la artista con él.

—¡Ahí estás! —la morena exclamó, aliviada. Le sonrió y a su lado Giovanni se giró para mirarla también—. ¡Pensé que no vendrías!

—Te dije que lo haría, aunque llegara tarde.

—Sí, pero llegas más tarde de lo que habíamos acordado "tarde" sería.

—Son las tres con treinta y tres, Rory... Solo tres minutos de retraso... —Ella se acercó al dúo, un poco corta de aliento por el calor—. No seas dramática.

—¿Estás bien? —el muchacho le preguntó luego de darle un beso en la mejilla, y notar lo caliente que su piel estaba.

—Sí, tranqui. Solo estoy que me derrito. ¿Cuántos grados hacen? ¿Cómo treinta y algo?

—Treinta y uno.

—Uff —La atleta se quitó el sudor de la frente con el reverso de su mano—. Estoy sedienta.

—Pues espérame un rato, que te voy a ir a comprar una limonada —Aurora dijo, después de hacer lo mismo que su mejor amigo y saludarla.

—¿Cuál es tu fascinación con las limonadas? —Alexandra se rio, confundida.

—Desde que vino a vivir a la capital, ella vive bebiendo eso y té Boba —Giovanni explicó, mientras la artista ignoraba a la otra muchacha con una sonrisa simpática, y salía disparada en la dirección de un vendedor cercano—. Te vas a acostumbrar. Es una de sus miles de nuevas manías. La otra es comprarse mini-donuts y muffins de paso a la biblioteca municipal. A veces llega en casa con una bolsa llena... No que yo esté reclamando, porque yo siempre termino devorando todo por la noche, mientras exporto mis fotos a mi computadora. Pero, sí... ella tiene sus gustos.

—Toma —Aurora volvió rápido y le entregó a la rubia un vaso de plástico que era más hielo que bebida.

—Gracias... —Ella hizo un gesto para recoger su billetera de la mochila, pero la joven la detuvo.

—Es por mi cuenta.

—Rory...

—No quiero escuchar reclamos. Solo aprovecha que es gratis.

—¿Y para mí no me compras nada? —Giovanni la quiso molestar.

—Eres influencer; tú pagas tu propia limonada, Tío Rico.

—Ouch, ya me amaste más.

—Te sigo amando, pero entre los pobres nos tenemos que apoyar. Lucha de clases y todo eso —La artista se señaló a sí misma y luego a Alexandra—. Tú en la otra mano abandonaste el proletariado. Eres burgués. Paga lo tuyo.

—No soy burgués...

—¡Gio! —Un grito resonó en la distancia.

El trío, al girarse en su dirección, vio a Connie aparecer entre los peatones. Cargaba una mochila abultada y llevaba puesto su uniforme negro de estudiante de kinesiología. Todo indicaba que venía saliendo de su práctica. Él, al ver a su novia, corrió con una sonrisa enorme hacia ella y la levantó al aire, para besarla. Aurora hizo una mueca de disgusto, a modo de broma, y la rubia a su derecha los ojeó con una mezcla de orgullo y tristeza.

Extrañaba ver a sus amigos tan felices, y juntos. Se culpaba por todo el tiempo que había pasado lejos de ellos, física y mentalmente, por culpa de su madre y de Álvaro. Y nunca se perdonaría por todo el daño que les causó.

—¿Alex? —Constanza la llamó, sorprendida.

—Hola.

La atleta dio un paso adelante, pero retrocedió al pensar que probablemente su afecto no sería bienvenido. Un equívoco tremendo, porque la otra joven se apartó de su novio y trotó en su dirección, agarrándola en un abrazo bastante apretado, casi desesperado. Para que las dos se pudieran sostener con comodidad, Aurora le quitó el vaso de la mano a la rubia. Esto permitió que ella estrujara a su vieja mejor amiga de vuelta, como realmente quería hacerlo.

—Cuando el Gio me contó que tú y Rory se volvieron a hablar yo casi no me lo creo...

—Muchas cosas pasaron.

—¡Y yo voy a querer los detalles! —Connie exclamó, como si el tiempo y la distancia entre ambas jamás hubieran existido.

—Te los daré todos, tranquila —Alexandra soltó una risa débil—. Pero por ahora, tenemos que darle prioridad a otra persona.

—Ah, sí... tu novia.

—No es mi... —La atleta se detuvo—. Es complicado.

—Como digas —La otra chica le dio un último apretón, antes de soltarla.

—¿Entramos? —Giovanni preguntó, señalando al museo con su pulgar—. Estoy que me vuelvo un charco de agua aquí afuera.

Las dos amigas asintieron y lo siguieron a él y a Aurora adentro. Una vez pisaron en vestíbulo del museo —gratuito los domingos y lunes para colegiales y universitarios—, hicieron un pequeño tour de la planta baja, antes de subir al segundo piso, a la sala Matte, donde estaba la escultura que habían venido a mirar.

Era una versión mejorada del busto de David usando lentes de sol, que Aurora había hecho mientras aún era una estudiante de secundaria. Al ver la obra, ahora tallada en mármol, Alexandra soltó una carcajada altísima y casi se cayó al suelo de tanto reír. La artista, esperando que ella tuviera esta misma reacción, lo grabó todo.

—¿Y? ¿Te gustó? —comentó así que ella se calmó.

Por mientras, Giovanni y Connie se rieron de la escena y se movieron por la sala, a revisar los otros trabajos y darles un poco de espacio a las dos.

—¡Te dije que era una escultura genial! —la atleta respondió—. ¡Viste! ¡Tenía toda la razón!

—¿Quieres que te regale este también? Obviamente no ahora, que está en exposición, pero...

—¡Claro que sí! Así le hace compañía al David viejo, que está en mi depa, todo solitario.

—¿Aún lo tienes? —Aurora no logró ocultar su sorpresa.

—Tengo todo lo que me has regalado hasta la fecha.

—Pero Álvaro... ¿No causó problemas por ello?

—Guardé tus cosas en la casa de mi abuela. Y bueno, después de que nos separamos yo lo traje todo aquí. Lo necesitaba cerca de mí.

—¿Y qué más tienes? —Aurora guardó su celular, de pronto curiosa.

—A ver... tengo el David, los dibujos que me hiciste en clase, las notas que me enviabas mientras estudiábamos... Los regalos que me diste con Giovanni para mi cumpleaños... ¡Ah, y el oso de peluche blanco que me diste después de escalar el rocódromo del Game-Zone!

—Wow...

—¿Asombrada?

—¿Me puedes culpar?

—No —Alexandra contestó con un poco de remordimiento.

—Perdón, no lo quería decir así... En verdad me hace bastante feliz oír eso. No esperaba... En fin —la morena sacudió la cabeza y tragó en seco—. Te daré esto así que la exposición termine.

—¿Segura? Puedes venderlo y ganar una fortuna.

—No soy una artista tan famosa así aún —Aurora le sonrió—. Pero gracias por pensar lo contrario.

Las dos se quedaron calladas, mirando a la obra por algunos segundos, mientras Giovanni y Constanza se reían de algo en la distancia.

—Sabes, me acabo de dar cuenta de que yo no te he dado muchos regalos a lo largo de nuestra relación. Quiero cambiar eso —La rubia se quitó un collar que llevaba puesto, con una piedra azul en su punta—. Quisiera poder darte algo más caro y sofisticado que esto, pero sabes que en mi actual situación financiera...

—Alex, no necesitas...

—Quiero —ella le aseguró a la artista con un tono cariñoso—. Yo compré este collar después de cortar con Álvaro. Oí que esa piedra, lapislázuli, es buena para conectar con nuestros anhelos más profundos, y que nos ayuda a materializarlos... No sé si será cierto, pero el sentimiento es bonito y yo en ese momento lo necesitaba. Aunque creo que sí cumplió con su deber, porque mi anhelo más profundo era verte de nuevo y mira...

Aurora, al oír su pequeña explicación, decidió aceptar el regalo sin más quejas. Le encantaban los objetos con simbologías y significados ocultos, y que Alexandra le estuviera regalando uno era una señal más de que estaban hechas una para la otra. Nadie le hubiera dado algo tan simple y a la vez, tan perfecto.

—¿Me la pones encima, entonces?

—Con gusto —La rubia amplió su sonrisa e hizo lo solicitado.

La artista no mentiría al respecto. Sintió escalofríos así que las manos de Alexandra se acercaron a su cuello. Volviéndose roja como a años no lo hacía, miró abajo y apartó su cabello del camino, para que ella pudiera cerrar el collar con más facilidad.

—Listo —la atleta murmuró, cuando podría muy bien haberlo dicho.

Y Aurora tuvo que contener su risa ligeramente irritada, porque sabía que lo había hecho a propósito.

—Gracias —le respondió al voltearse y quedar cara a cara con Alexandra—. No me lo quitaré de encima ni cuando me vaya a duchar.

Ahora fue el turno de la rubia de ruborizarse y correr su lengua por su labio inferior, porque la imagen mental de la morena en la ducha, pasando enjabonando su piel blanda y suave...

No. Mejor paraba de pensar. Al menos por ahora, que estaban en público. Pero sin duda lo haría más tarde, cuando estuviera sola en su cama y el espacio vacío a su alrededor la torturara.

—Realmente te quedó genial el David, Rory —Connie comentó para anunciar su regreso, y romper la tensión entre ambas muchachas—. Fuimos a ver las otras esculturas, pero la tuya se lleva el premio.

—Concuerdo y creo que el premio debería ser unos helados. Después de que terminemos de caminar por aquí, podríamos ir a por unos. Yo pago de esta vez.

—Gracias, señor influencer —Aurora molestó a su mejor amigo con un tono afectuoso—. Y lo acepto, porque hace un calor de los mil demonios y no voy a rechazar una paleta.

—Sí, definitivamente necesitamos enfriarnos un poco —Alexandra murmuró y se giró hacia la obra, queriendo ocultar de todos lo extremadamente roja que se había vuelto.

Algo que fue inútil, porque todos lo notaron. Constanza se mordió el labio inferior para no reír y Giovanni alzó las cejas, mientras los dos intercambiaban miradas entre ellos, y Aurora cruzaba los brazos, caminando hacia la salida antes de que le dijeran algún chiste desubicado.

Todos se divirtieron más de lo que lo habían hecho solos durante los últimos cuatro años.

Después de recorrer el museo de arte contemporáneo de inicio a fin, publicar unas fotos a redes sociales de Aurora con su obra y el video de Alexandra casi perdiendo la batalla con la gravedad por sus carcajadas, los jóvenes salieron al parque a explorarlo. Como prometido Giovanni les compró unas paletas, a las que devoraron mientras caminaban. Para refugiarse del sol, se metieron al área del invernadero, donde la vegetación era densa, los árboles grandes, y la sombra vasta.

—Creo que lo deberíamos explorar algún día —el muchacho le comentó a Aurora, apuntando a la estructura de metal en sí, que pese a estar rodeada de un jardín precioso, se caía a pedazos—. Venir por la noche y meternos adentro.

Verlo entusiasmado por la idea de retomar su viejo hobby de exploración urbana alegró todavía más el día de la artista, quién concordó con sus planes de inmediato.

—Pero... ¿Lo hacemos a solas, o las invitamos a ellas?

Giovanni sonrió.

—¿Tú qué crees?



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El resto de la semana pasó en un pestañeo. Como solía pasar en la gran ciudad, el movimiento no paró, y ninguna de las dos tuvo demasiado tiempo para descansar o contemplar con tranquilidad el destino de su relación.

Aurora estaba ocupada haciendo sus obras para el instituto, pensando en algún proyecto al que presentar para su especialización en escultura, trabajando en la lavandería, pagando cuentas, bebiendo para no caer en una crisis nerviosa, y tranquilizando a Giovanni sobre sus hábitos nocivos.

¡Lo tengo todo bajo control! —llegó a exclamar, sabiendo perfectamente bien que no tenía nada bajo su control.

Alexandra, por su parte, continuaba estudiando, leyendo y escribiendo como un monje medieval, corriendo y ejercitándose para mantener su cuerpo en forma, yendo a entrevistas de empleo en todo y cualquier descanso que tuviera, visitando a su abuela, y comiéndose las uñas hasta que sus dedos le dolieran.

Solo pudieron volver a verse en persona el lunes siguiente —el día de la apertura de la exposición en la que Aurora estaba participando—.

El calor de verano seguía tan intenso que llegaba a derretir el asfalto, pero a diferencia de los días anteriores, una brisa fresca había comenzado a correr por la ciudad. El cielo arriba estaba totalmente despejado, azul como el fondo de una piscina, y en las calles abajo, el tráfico estaba un poco menos brutal de lo usual. Por eso mismo, la atleta decidió moverse al museo donde la exposición tomaría lugar de micro. Se subió a uno de los autobuses articulados azules que conducían al parque Yungay, en donde el Museo de Bellas Artes, el Museo de Arte Contemporáneo, el Museo de Historia Natural y la Biblioteca Municipal estaban ubicados. El espacio verde, aparte de ser un centro cultural como ningún otro, también contaba con una laguna, hidropedales y triciclos arrendables, una cancha de futbol, y un invernadero semi-abandonado.

Era un punto precioso de la ciudad. Lleno de ladrones, embusteros y de vendedores ambulantes, sí... pero lleno de vida, de flores, y de historia.

Aurora lo visitaba con frecuencia, pero Alexandra solo lo había explorado un par de veces. Por eso, llegar a su punto de encuentro le costó un poco. El parque era gigante y ella no tenía la misma familiaridad de la artista con él.

—¡Ahí estás! —la morena exclamó, aliviada. Le sonrió y a su lado Giovanni se giró para mirarla también—. ¡Pensé que no vendrías!

—Te dije que lo haría, aunque llegara tarde.

—Sí, pero llegas más tarde de lo que habíamos acordado "tarde" sería.

—Son las tres con treinta y tres, Rory... Solo tres minutos de retraso... —ella se acercó al dúo, un poco corta de aliento por el calor—. No seas dramática.

—¿Estás bien? —el muchacho le preguntó luego de darle un beso en la mejilla, y notar lo caliente que su piel estaba.

—Sí, tranqui. Solo estoy que me derrito. ¿Cuántos grados hacen? ¿Cómo treinta y algo?

—Treinta y uno.

—Uff —la atleta se quitó el sudor de la frente con el reverso de su mano—. Estoy sedienta. 

—Pues espérame un rato, que te voy a ir a comprar una limonada —Aurora dijo, después de hacer lo mismo que su mejor amigo y saludarla.

—¿Cuál es tu fascinación con las limonadas? – Alexandra se rio, confundida.

—Desde que vino a vivir a la capital, ella vive bebiendo eso y té Boba —Giovanni explicó, mientras la artista ignoraba a la otra muchacha con una sonrisa simpática, y salía disparada en la dirección de un vendedor cercano—. Te vas a acostumbrar. Es una de sus miles de nuevas manías. La otra es comprarse mini-donuts y muffins de paso a la biblioteca municipal. A veces llega en casa con una bolsa llena... No que yo esté reclamando, porque siempre termino devorando todo por la noche, mientras exporto mis fotos a mi computadora. Pero, sí... ella tiene sus gustos.

—Toma —Aurora volvió rápido y le entregó a la rubia un vaso de plástico que era más hielo que bebida.

—Gracias... —ella hizo un gesto para recoger su billetera de la mochila, pero la joven la detuvo.

—Es por mi cuenta.

—Rory...

—No quiero escuchar reclamos. Solo aprovecha que es gratis.

—¿Y para mí no me compras nada? —Giovanni la quiso molestar.

—Eres influencer; tú paga tu propia limonada, Tío Rico.

—Ouch, ya me amaste más.

—Te sigo amando, pero entre los pobres nos tenemos que apoyar. Lucha de clases y todo eso —la artista se señaló a sí misma y luego a Alexandra—. Tú en la otra mano abandonaste el proletariado. Eres burgués. Paga lo tuyo.

—No soy burgués...

—¡Gio! —un grito resonó en la distancia.

El trío, al girarse en su dirección, vio a Connie aparecer entre los peatones. Cargaba una mochila abultada y llevaba puesto su uniforme negro de estudiante de kinesiología. Todo indicaba que venía saliendo de su práctica. Él, al ver a su novia, corrió con una sonrisa enorme hacia ella y la levantó al aire, para besarla. Aurora hizo una mueca de disgusto, a modo de broma, y la rubia a su derecha los ojeó con una mezcla de orgullo y tristeza.

Extrañaba ver a sus amigos tan felices, y juntos. Se culpaba por todo el tiempo que había pasado lejos de ellos, física y mentalmente, por culpa de su madre y de Álvaro. Y nunca se perdonaría por todo el daño que les causó.

—¿Alex? —Constanza la llamó, sorprendida.

—Hola.

La atleta dio un paso adelante, pero retrocedió al pensar que probablemente su afecto no sería bienvenido. Un equívoco tremendo, porque la otra joven se apartó de su novio y trotó en su dirección, agarrándola en un abrazo bastante apretado, casi desesperado. Para que las dos se pudieran sostener con comodidad, Aurora le quitó el vaso de la mano a la rubia. Esto permitió que ella estrujara a su vieja mejor amiga de vuelta, como realmente quería hacerlo.

—Cuando el Gio me contó que tú y Rory se volvieron a hablar yo casi no me lo creo...

—Muchas cosas pasaron.

—¡Y yo voy a querer los detalles! —Connie exclamó, como si el tiempo y la distancia entre ambas jamás hubieran existido.

—Te los daré todos, tranquila —Alexandra soltó una risa débil—. Pero por ahora, tenemos que darle prioridad a otra persona.

—Ah, sí... tu novia.

—No es mí... —la atleta se cortó—. Es complicado.

—Como digas —la otra chica le dio un último apretón, antes de soltarla.

—¿Entramos? —Giovanni preguntó, señalando al museo con su pulgar—. Estoy que me vuelvo un charco de agua aquí afuera.

Las dos amigas asintieron y lo siguieron a él y a Aurora adentro. Una vez pisaron en vestíbulo del museo —gratuito los domingos y lunes para colegiales y universitarios—, hicieron un pequeño tour de la planta baja, antes de subir al segundo piso, a la sala Matte, donde estaba la escultura que habían venido a mirar.

Era una versión mejorada del busto de David usando lentes de sol, que Aurora había hecho mientras aún era una estudiante de secundaria. Al ver la obra, ahora tallada en mármol, Alexandra soltó una carcajada altísima y casi se cayó al suelo de tanto reír. La artista, esperando que ella tuviera esta misma reacción, lo grabó todo.

—¿Y? ¿Te gustó? —comentó así que ella se calmó.

Por mientras, Giovanni y Connie se rieron de la escena y se movieron por la sala, a revisar los otros trabajos y darles un poco de espacio a las dos.

—¡Te dije que era una escultura genial! —la atleta respondió—. ¡Viste! ¡Tenía toda la razón!

—¿Quieres que te regale este también? Obviamente no ahora, que está en exposición, pero...

—¡Claro que sí! Así le hace compañía al David viejo, que está en mi depa, todo solitario.

—¿Aún lo tienes? —Aurora no logró ocultar su sorpresa.

—Tengo todo lo que me has regalado hasta la fecha.

—Pero Álvaro... ¿No causó problemas por ello?

—Guardé tus cosas en la casa de mi abuela. Y bueno, después de que nos separamos yo lo traje todo aquí. Lo necesitaba cerca de mí. 

—¿Y qué más tienes? —Aurora guardó su celular, de pronto curiosa.

—A ver... tengo el David, los dibujos que me hiciste en clase, las notas que me enviabas mientras estudiábamos... Los regalos que me diste con Giovanni para mi cumpleaños... ¡Ah, y el oso de peluche blanco que me diste después de escalar el rocódromo del Game-Zone!

—Wow...

—¿Asombrada?

—¿Me puedes culpar?

—No —Alexandra contestó con un poco de remordimiento.

—Perdón, no lo quería decir así... En verdad me hace bastante feliz oír eso. No esperaba... En fin —la morena sacudió la cabeza y tragó en seco—. Te daré esto así que la exposición termine.

—¿Segura? Puedes venderlo y ganar una fortuna.

—No soy una artista tan famosa así aún —Aurora le sonrió—. Pero gracias por pensar lo contrario.

Las dos se quedaron calladas, mirando a la obra por algunos segundos, mientras Giovanni y Constanza se reían de algo en la distancia.

—Sabes, me acabo de dar cuenta de que yo no te he dado muchos regalos a lo largo de nuestra relación. Quiero cambiar eso —la rubia se quitó un collar que llevaba puesto, con una piedra azul en su punta—. Quisiera poder darte algo más caro y sofisticado que esto, pero sabes que en mi actual situación financiera...

—Alex, no necesitas...

—Quiero —ella le reaseguró a la artista con un tono cariñoso—. Yo compré este collar después de cortar con Álvaro. Oí que esa piedra, lapislázuli, es buena para conectar con nuestros anhelos más profundos, y que nos ayuda a materializarlos... No sé si será cierto, pero el sentimiento es bonito y yo en ese momento lo necesitaba. Aunque creo que sí cumplió con su deber, porque mi anhelo más profundo era verte de nuevo y mira...

Aurora, al oír su pequeña explicación, decidió aceptar el regalo sin más quejas. Le encantaban los objetos con simbologías y significados ocultos, y que Alexandra le estuviera regalando uno era una señal más de que estaban hechas una para la otra. Nadie le hubiera dado algo tan simple y a la vez, tan perfecto.

—¿Me da pones encima, entonces?

—Con gusto —la rubia amplió su sonrisa e hizo lo solicitado.

La artista no mentiría al respecto. Sintió escalofríos así que las manos de Alexandra se acercaron a su cuello. Volviéndose roja como a años no lo hacía, miró abajo y apartó su cabello del camino, para que ella pudiera cerrar el collar con más facilidad.

—Listo —la atleta murmuró, cuando podría muy bien haberlo dicho.

Y Aurora se tuvo que contener su risa ligeramente irritada, porque sabía que lo había hecho a propósito.

—Gracias —le respondió al voltearse y quedarse cara a cara con Alexandra—. No me lo quitaré de encima ni cuando me vaya a duchar.

Ahora fue el turno de la rubia de ruborizarse y correr su lengua por su labio inferior, porque la imagen mental de la morena en la ducha, pasando enjabonando su piel blanda y suave...

No. Mejor paraba de pensar. Al menos por ahora, que estaban en público. Pero sin duda lo haría más tarde, cuando estuviera sola en su cama y el espacio vacío a su alrededor la torturara.

—Realmente te quedó genial el David, Rory —Connie comentó para anunciar su regreso, y romper la tensión entre ambas muchachas—. Fuimos a ver las otras esculturas, pero la tuya se lleva el premio.

—Concuerdo y creo que el premio debería ser unos helados. Después de que terminemos de caminar por aquí, podríamos ir a por unos. Yo pago de esta vez.

—Gracias, señor influencer —Aurora molestó a su mejor amigo con un tono afectuoso—. Y lo acepto, porque hace un calor de los mil demonios y no voy a rechazar una paleta.

—Sí, definidamente necesitamos enfriarnos un poco —Alexandra murmuró y se giró hacia la obra, queriendo ocultar de todos lo extremadamente roja que se había vuelto.

Algo que fue inútil, porque todos lo notaron. Constanza se mordió el labio inferior para no reír y Giovanni alzó las cejas, mientras los dos intercambiaban miradas entre ellos, y Aurora cruzaba los brazos, caminando hacia la salida antes de que le dijeran algún chiste desubicado.

Entre todos se divirtieron más de lo que lo habían hecho solos durante los últimos cuatro años.

Después de recorrer el museo de arte contemporáneo de inicio a fin, publicar unas fotos a redes sociales de Aurora con su obra y el video de Alexandra casi perdiendo la batalla con la gravedad por sus carcajadas, los jóvenes salieron al parque a explorarlo. Como prometido Giovanni les compró unas paletas, a las que devoraron mientras caminaban. Para refugiarse del sol, se metieron al área del invernadero, donde la vegetación era densa, los árboles grandes, y la sombra vasta.

—Creo que lo deberíamos explorar algún día —el muchacho le comentó a Aurora, apuntando a la estructura de metal en sí, que pese a estar rodeada de un jardín precioso, se caía a pedazos—. Venir por la noche y meternos adentro.

Verlo entusiasmado por la idea de retomar su viejo hobby de exploración urbana alegró todavía más el día de la artista, quién concordó con sus planes de inmediato.

—Pero... ¿Lo hacemos a solas, o las invitamos a ellas?

Giovanni sonrió.

—¿Tú qué crees?

———-

El lugar en el que Alex y Rory hablan se ve así por la noche:

Y el parque al que van con Giovanni y Connie es así:


Plus, interior del museo:


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