Lo que éramos - Capítulo 8

Los dibujos que hicieron no se quedaron en el colegio. La profesora los dejó llevárselos a casa, o tirarlos a la basura si eso les resultaba más conveniente. Las dos chicas obviamente no hicieron lo último. Firmaron sus obras y se las intercambiaron, para que ambas tuvieran un bonito recuerdo del día consigo. Aurora en sí, cuando llegó a su hogar lo enmarcó y lo puso sobre su escritorio. Luego, se tiró a su cama y se mordió el labio, sonriendo. Agarró una almohada y se cubrió el rostro, soltando un chillido tan agudo que la llegó a sorprender.

Después intentó recomponerse. Puso música en sus parlantes, haciendo a las paredes de su casa vibrar con las canciones de Abaddon, y comenzó con el aseo. Aspiró, barrió, les sacó polvo a los muebles, los cambió de lugar, limpió las ventanas, los espejos, lavó el baño... en fin. Le puso orden al nido de caos y tristeza en el que había estado viviendo sola por las últimas semanas.

Sus padres solo volverían de su viaje en tres días más. Pero quiso aprovechar el golpe de energía causado por su inesperado enamoramiento para dejarlo todo listo para su regreso. Sabía que algún episodio depresivo la podía golpear a cualquier minuto, y necesitaba ser útil mientras todavía tenía la disposición para ello.

Fue mientras enceraba el suelo de la sala cuando escuchó a alguien tocar la puerta de entrada. Al mirar por la mirilla, se encontró con Giovanni, ya libre de su uniforme escolar.

—¡ÁBREMEEEE! —él gritó, fingiendo golpear a la madera a su frente.

Ella se rio y le hizo caso.

—¿A qué vienes?

—Hola también, mejor amiga querida que tanto amo.

Aurora giró los ojos.

—Nos vimos hace menos de dos horas.

—Sí, pero pensaste que no me volverías a ver hasta mañana y me merezco un saludo.

—Hola, tonto.

—Me hieres siendo tan dura, Rory.

—Y tú a mí, siendo siempre tan dramático.

Giovanni entró a su casa como si también viviera allí, y al oír uno de sus temas favoritos de Abaddon resonar por el aire, tocó una batería imaginaria mientras caminaba al sofá.

Take me by the hand and never let me go! Kiss me like you mean it, and when the sun gets low! Pull me to your bed and fuck me like you know! You're bewitching my soul! You're the girl that I love! TCHANANANANA....

—Ya no te basta arruinar la voz de Tommie, ¿también tienes que arruinar el solo de guitarra de Joe?

—Déjame cantar, sabes que te encanta; GIVE ME ALL YOU'VE GOT AND, BREAK ME DOWN IN HALF! DO WHAT YOU MUST DO, BUT DON'T LEAVE ME BEHIND! TAKE MEEEEE!

—¡Me vas a dejar sorda, Giovanni!

BY THE HAND!!!...

La artista lo vio tirarse sobre el sofá mientras cantaba el resto de la canción y luego cambiar su batería ficticia por una guitarra, moviendo sus dedos por el aire como si realmente supiera lo que estaba haciendo. Cuando el track terminó, ella le dio gracias a Dios por ello. Porque no aguantaría otro minuto completo del muchacho gritando como un zorro en época de apareamiento a su lado.

—¿Ahora me vas a decir qué vienes a hacer aquí? ¿O vas a seguir dando tu concierto?

—Vengo a invitarte a ir a otro lugar abandonado conmigo, que queda cerca del bosque.

—¿Hoy?

—Sip.

—¿Así, de la nada? ¿Sin planear nuestra visita?

—Es que vi las fotos antes de ir a ducharme, y supe que tendría que venir aquí a mostrarlas —Giovanni sacó su celular, lo desbloqueó y se lo pasó, enseñándole las imágenes guardadas en su galería—. Alguien hizo una publicación en RedNote y me salió en el feed —Él mencionó al fórum de donde frecuentemente sacaba lugares interesantes a los que visitar—. Es sobre un mall* que abrieron en 1980 en la calle Jefferson, por quedar cerca de la línea de tren, pero que cayó en bancarrota el año antepasado por el cierre de las vías... La propiedad está abandonada desde entonces y el decaimiento es impresionante. Quiero entrar allá y hacerle unas fotos, pero todos los usuarios de RedNote me avisaron que fuera allá por la noche, porque hay más guardias cuidando la propiedad durante el día. Y al parecer el guardia nocturno no está ni ahí para su trabajo, porque solo tres exploradores lo vieron durante todo este tiempo.

—Hm —Aurora cruzó los brazos—. Voy contigo, pero déjame organizar este desastre primero —Señaló a los productos de limpieza esparcidos por doquier—. Y también ponerle más comida al Manchas.

—¿Y dónde está ese perro viejo?

—En el patio, jugando con su pelota.

Giovanni se levantó del sofá y le fue a echar una mirada al animal, mientras la artista guardaba todo. Fue entonces cuando, de la nada misma, el timbre sonó. Los dos amigos se miraron, confundidos, y caminaron hacia la puerta.

¿Ahora quién podría ser?

—¿Alex? —él dijo con un tono asombrado, antes de girar la llave por Aurora y abrirle a la recién llegada.

—¿Gio?... ¿Qué haces aquí?... Perdón, ¿estoy interrumpiendo algo? Es mejor que me vaya, ¿no? ¿Por qué siquiera vine? Lo siento...

Por lo ansiosa y temblorosa que la chica estaba, ellos supieron que algo andaba mal de inmediato. Al ver que seguía cargando su mochila y bolso deportivo del colegio, su aflicción sólo se duplicó.

—Hey, no, no interrumpes nada —el muchacho la detuvo.

—Ven, entra —Aurora lo respaldó, haciéndole una seña para que pasara.

La anfitriona cerró la puerta y apagó la música, mientras Giovanni sentaba a la atleta en el sofá, y dejaba sus pertenencias a un lado.

—¿Qué te pasó?

—Tuve una pelea con mamá... —La rubia sacudió la cabeza, algo aturdida—. Papá no estaba en casa para detenerla y ella... se pasó de la raya.

—¿Cómo así, se pasó?...

—Cinturón —Fue lo único que alcanzó a decir, antes de soltar un exhalo aliviado y ocultar su rostro entre sus manos.

Al fin estaba en un lugar seguro. Nadie le metería un dedo encima ahí.

—Mierda, ¿estás bien? —Aurora se agachó a su frente y arrugó el ceño—. Pregunta estúpida, perdón. Pero... ¿Quieres que te pase algún hielo, o algo?... No sé...

—Solo... —Alexandra volvió a abrir los ojos, llorosos y enrojecidos. Tensó la mandíbula y miró a sus nuevos amigos con cierto recelo—. No me hagan volver a casa ahora, porfa. Ya n-no aguanto más estar ahí...

—No tienes que irte a ningún lado —La artista puso sus manos sobre sus rodillas—. Si no te sientes segura... quédate.

—¿No quieres llamar a tu papá? —Giovanni preguntó, igual de preocupado.

—No. Ahora no. Él... está trabajando. Dijo que volvería tarde. No lo q-quiero incomodar —Alexandra sacudió la cabeza y comenzó a llorar, pero sin gimotear—. Lo siento por a-arruinar su tarde, de verdad. Pero mamá...

—No estás arruinando nada —Aurora insistió—. Yo y el Gio estábamos haciendo planes para salir, pero podemos dejar eso para después. No es nada urgente.

—¿Adónde iban? —la atleta preguntó, curiosa. Y percibiendo una oportunidad perfecta para distraerla de su dolor, tanto físico como emocional, Giovanni le enseñó su celular y le repitió el mismo discurso que le había hecho a su mejor amiga sobre el local que deseaba visitar. Cuando terminó, las lágrimas de Alex habían parado de caer. Ella observó las fotos por un instante más y preguntó:— ¿P-Puedo ir con ustedes?

—¿Al mall abandonado?

—Sí.

—Pero no te gusta la oscuridad —Aurora comentó—. Y tendríamos que ir allá por la noche.

—Lo sé. Pero... quiero vencer ese miedo.

—Alex...

—Porfa —ella la cortó—. Necesito distraerme. Y esto suena divertido.

La artista y el fotógrafo se miraron, en duda sobre si esto era o no una buena idea llevarla ahí.

—Okay —él cedió primero—. Puedes venir con nosotros. Pero antes te pondrás un poco de hielo en tu espalda, porque podemos ver que te está doliendo, y dejarás que te cuidemos... Ah, y vamos a llevar linternas extra, por si acaso.

—Estoy b-bien. Ya he tenido días peores a este.

—Pero te vamos a cuidar igual. Así que nos vamos a mi pieza —Aurora ignoró lo mucho que la última afirmación le dolió y contestó—. Te prestaré unas ropas nuevas.

Alexandra, por saber que no podría huir de la aprensión de los dos amigos, terminó asintiendo. Se levantó con una mueca dolorida y siguió a la artista a su habitación. Giovanni decidió encargarse de terminar de organizar la sala por mientras.

La puerta del recinto se cerró. Aurora llevó la atleta a la cama y la sentó.

—¿Me dejas levantar tu camiseta? Quiero ver cuán mala es la situación... —le preguntó en voz baja, intentando ser lo más suave y gentil que podía con su tono y su actitud.

La chica a su frente suspiró. Jugó con la pulsera que llevaba en la muñeca y miró a la ventana. Afuera el cielo se estaba nublando, pero el aire seguía cálido. Un viento débil sacudía las ramas de los árboles y hacía a la basura de la calle rodar. Más tarde llovería, o al menos eso parecía. Si la paliza que su madre le dio no era un motivo bueno lo suficiente para jamás volver a casa, una tormenta lo sería.

—Okay —Alexandra respondió, volviendo a mirar a Aurora—. Adelante.

La artista respiró hondo y lentamente se le acercó. Jaló su camisa deportiva hacia arriba y revisó su torso, con una expresión preocupada que solo empeoró al encontrar lo que buscaba: las marcas rojizas de un cinturón grueso, que ya comenzaban a oscurecerse. Una en específico había sido tan dura con la piel de la joven, que le había sacado sangre.

—Voy a buscar hielo —Aurora dijo, tragándose su amargura y su repentino odio hacia la señora de la Cuadra—. Ya vuelvo.

Salió de su habitación y cerró la puerta. Respiró hondo. Caminó a la sala e hizo contacto visual con Giovanni, diciéndole todo lo que necesitaba saber apenas con su mirada. Luego, fue a la cocina y recogió la bolsa de gel refringente del freezer. Pasó al baño y agarró también el botiquín de primeros auxilios. Finalmente, regresó al lado de Alexandra.

—Déjame hacerte unas curaciones primero y ahí puedes ponerte el hielo... ¿Okay?

—Hm.

La artista notó que más lágrimas habían caído por la mejilla de la atleta en su ausencia, pero no le dijo nada al respecto. Solo se encargó de cuidarla, como prometió que lo haría, y la dejó deshacerse de su melancolía y miedo a su manera. Cuando terminó de limpiar los pequeños cortes y cubrirlos con tiritas, se apartó de ella y fue a su armario a escogerle una camiseta nueva.

—¿Cuál de las dos quieres? —le preguntó, mostrándole una negra y una blanca.

—La blanca. Creo que la otra me quedará demasiado grande.

—¿Te ayudo a ponértela? O...

—Yo puedo —Alex recibió la prenda—. Gracias.

Pese a recién haber visto sus abdominales de cerca, y también haber visto partes de su sostén por mero accidente, Aurora no se sintió cómoda observándola mientras se quitaba toda su ropa de encima. Ella había dicho que podía desvestirse por cuenta propia, así que se volteó a su escritorio mientras su amiga se arreglaba. Luego de unos minutos, preguntó:

—¿Lista?

—Sí... Puedes mirar.

Esto, Aurora hizo. Y enseguida le entregó la bolsa de gel.

—¿Quieres unas pastillas para el dolor?

—No... estaré bien.

—¿Segura?

—Hm —Alex asintió.

—Igual llevaré unas conmigo en la mochila, por si tus moretones te comienzan a molestar mucho mientras caminamos.

—Gracias, Rory —ella respondió, mientras su amiga se encargaba de seleccionar su propio atuendo para la noche—. No solo por esto, sino... por todo.

La artista giró hacia ella y despacio, se le acercó de nuevo. Besó la cima de su cabeza y corrió su mano por su cabello rubio, aplanándolo. Luego, le dio una sonrisa diminuta, que escondía demasiadas emociones por detrás.

—De nada —Y con esto, retrocedió y volvió a la puerta—. Si quieres ponerte otros pantalones y un abrigo más grueso, solo recoge lo que necesites en mi armario, ¿dale? Puedes agarrar lo que quieras, no me molesto.

—Hm.

—Ven a la sala cuando estés lista.

—Okay.


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El trío se subió a sus bicicletas y se puso a pedalear antes de que anocheciera. Usaron su camino usual para dejar su vecindario. Cruzaron el puente, el supermercado, y llegaron a las vías de tren abandonadas. Una vez ahí, en vez de irse al gran río se movieron a la izquierda, y siguieron bajando por los rieles. Unas cuadras más adelante, se apartaron de los mismos yéndose a la izquierda otra vez. Eventualmente ellos ingresaron a la parte antigua de su ciudad, donde estaba localizado el mall. Frenaron al frente de unas rejas de tres metros, sin púas o circuitos eléctricos, que rodeaban a la propiedad por completo. Y con asombro, las observaron.

—Vamos a tener que saltar —Alex comentó.

—No —Giovanni sacudió la cabeza—. Leí en RedNote que alguien hizo un agujero por el que podemos pasar, cerca de la entrada oeste.

—Vamos allá entonces —Aurora asintió.

Pedalearon más un poco, mientras una fina llovizna comenzaba a caer sobre sus cabezas y hombros. A aquellas horas y con aquel clima, no había casi nadie en la calle por la que transitaban. Los edificios que rodeaban el terreno tenían las luces prendidas y las puertas cerradas. Ellos tenían que aprovechar esta quietud para entrar al edificio abandonado, y eso hicieron.

Encontraron el agujero mencionado en la publicación luego de quince minutos de búsqueda y encadenaron sus bicicletas a un poste de luz cercano, para después pasar por él. Aurora le sacó una foto al lugar, para que supieran cómo volver ahí más tarde. Una vez estaban dentro del estacionamiento, corrieron hacia la construcción, queriendo de una vez por todas ocultarse en su oscuridad. Una de las ventanas de vidrio de la entrada oeste estaba rota, y el daño parecía ser reciente. Por eso mismo lograron entrar al edificio sin dificultades, y descubrieron —para su sorpresa— que la electricidad del mismo aún no había sido cortada del todo. Los corredores principales seguían iluminados.

Pese a su entusiasmo sobre el paseo, los jóvenes no hablaron mucho durante la exploración. No querían hacer demasiado ruido y llamar la atención de personas en situación de calle, criminales, o de guardias que podrían estar compartiendo su mismo espacio. Y cuando sí conversaron, lo hicieron a través de murmullos y gestos, intentando ser cautelosos.

Giovanni fotografió a pasillos inundados por cañerías rotas, carteles destrozados, paredes con tintas desvanecidas y muebles revueltos, cubiertos de escombros, polvo y telarañas. Hizo con que Aurora y Alexandra posaran para algunas de sus tomas, y dejó que la artista le sacara varias fotos a él también. Fue divertido.

Alrededor de una hora se pasó hasta que su seguridad fuera puesta en riesgo por primera vez. Escucharon pasos viniendo desde el corredor derecho del mall, y con apuro se escondieron en las tinieblas de lo que solía ser una tienda de artículos deportivos. De ahí, vieron a un calvo guardia atravesar el corredor silbando, tirando su linterna al aire y atrapándola con un aire despreocupado, mientras observaba el lugar con sumo desinterés.

Fue entonces cuando Aurora tuvo una idea bastante peligrosa, en retrospectiva: usar la red de túneles, ascensores y escaleras de los antiguos funcionarios del mall para moverse dentro del mismo.

—Tal vez así logramos ir a la azotea —ella murmuró, con un tono entusiasmado.

Giovanni y Alex se miraron bajo el brillo blanquecino de su linterna. No parecían estar convencidos de que era un buen plan, pero literalmente no tenían nada más que hacer. Era aceptar su consejo, o condenarse al aburrimiento.

—De acuerdo... —Él suspiró—. Intentémoslo.

Aurora sonrió y dio un salto hacia arriba, tan energética que llegó a asustar a sus amigos. Los dos la siguieron por la tienda, teniendo cuidado para no pisar en vidrios y pedazos de concreto suelto, hasta llegar a una de sus esquinas traseras. Ahí había una puerta hacia los corredores internos del edificio, cuyo uso solía ser prohibido para el público general.

Subieron las primeras escaleras que encontraron y llegaron al sector administrativo de la tienda en la que estaban. Giovanni prendió su linterna más potente y le hizo varias fotos al lugar. Allí había computadoras y máquinas de fax más antiguas que él mismo, y se veían surreales en aquel recinto decaído y abandonado. Eran parte de una realidad que ya no existía.

Luego, siguieron subiendo. Y de alguna manera la chica acertó; ellos sí lograron llegar a la cima del mall.

Arriba el cielo seguía nublado. Sobre ellos la llovizna seguía cayendo. Y el día ya se había acabado. Todo a su alrededor era oscuro, menos las luces de la ciudad. Esas sí brillaban, parpadeaban, y bailaban entre las gotas de agua que descendían de las alturas. Era una escena preciosa.

—Wow... —Alexandra se cubrió la cabeza con el gorro de su abrigo y se dejó maravillar por la vista—. No puedo creer que voy a concordar con la loca de Rory, pero acertó en decir que teníamos que venir aquí arriba.

—Definitivamente lo hizo... —Giovanni comentó, silbó y le hizo una foto al horizonte lluvioso, antes de voltearse a ellas—. ¿Nos sacamos una foto los tres? ¿Y después les hago una a ustedes dos?

—Dale... pero no la vayas a publicar a tu perfil público. Recuerda que nos pueden arrestar por estar aquí. Y yo no quiero ser excluida de mi campeonato por esto.

—Tranquila, estas solo las subiré a mi privado —él aseguró, sonriendo—. Estás trabajando con un profesional.

—Ya, entonces apurémonos, antes de que el guardia reaparezca —Alex le dijo, algo nerviosa.

—No creo que siquiera sepa llegar aquí arriba —Aurora se rio—. Pero concuerdo, tenemos que ir rápido. Ya está haciendo frío y es mejor si nos vamos a casa. Además, no es bueno que estemos al descubierto por mucho tiempo; alguien nos puede ver y llamar a la policía.

—Últimas fotos de la noche, entonces —Giovanni le cambió la configuración a su cámara y la apoyó sobre una caja de metal que había en el techo, cuya real finalidad ninguno de ellos conocía, pero sospechaban tenía algo que ver con la ventilación del edificio. A seguir él la cubrió con su mochila y les dijo a sus amigas que estuvieran listas para la foto. Puso el temporizador y corrió a su lado. Sonrió e hizo una seña de shaka con la mano, mientras Aurora señalaba tanto a él como a Alexandra con sus manos, y la misma se limitaba a hacer un signo de paz con los dedos. El flash disparó y todos lucharon para no entrecerrar los ojos—. Ahora que eso está listo... las dos, posen para mí.

—¿Y qué quieres que hagamos?

—Abrácense, bésense... hagan lo que quieran.

Y al oír esto, ellas tuvieron una muy tonta idea. Alex se subió de caballito a la espalda de Aurora, segundos antes de que la cámara disparara. Según Giovanni, fue la mejor foto que él sacó en todo el día.

—¿Ahora vámonos?

—Sip. Por el mismo camino de antes.

El guardia de seguridad no los volvió a molestar. Pero la inesperada llegaba de la policía al local sí.

Ellos no lo descubrirían hasta después, cuando prendieran sus televisoras en la mañana y miraran el noticiero, pero un tiroteo había tomado lugar cerca del mall abandonado y algunos gendarmes decidieron entrar al mismo, para certificarse de que estaba vacío.

Pensando que alguien los había delatado ante la Ley, los adolescentes salieron corriendo del área a la velocidad de la luz.

Giovanni y Aurora acertaron en haber traído a Alexandra junto a ellos, al final de cuentas. Porque la chica, al ser tan veloz y ágil como era, logró llegar al agujero en las rejas antes que los dos, pasar al otro lado de la misma, y soltar a sus bicicletas del poste a tiempo de que ambos arribaran, y pudieran escaparse de ahí junto a ella.

Escucharon los gritos de los oficiales en la lejanía, demandando que desistieran de huir, pero no les hicieron caso y siguieron pedaleando calle abajo.

Con los corazones golpeando a mil latidos por minuto y con sonrisas nerviosas apoderándose de sus bocas, los adolescentes decidieron tomar otro camino para llegar a sus casas. Cruzaron un barrio peligroso, donde los primos de Giovanni vivían, y serpentearon entre callejones y mediaguas hasta llegar a la calle Juan Santoro. Ahí siguieron el movimiento de las micros y taxis, pasando por infinitas panaderías, almacenes y quioscos, dieron un par de vueltas más, y llegaron al puente que daba a su propio vecindario, al fin. El viaje completo les duró cerca de media hora. A este punto, la llovizna había empeorado y contra todo pronóstico se había vuelto una tempestad.

—¡¿Las llevo a tu casa, Rory?! ¡¿O me puedo ir a la mía?! —él preguntó por encima del ruido de la tormenta.

—¡Ve a tu casa nomás! ¡Nosotras estaremos bien! —la artista respondió—. ¡Ten buena noche!

—¡Chao! ¡Después escríbanme para que sepa que llegaron bien!

—¡Tú haz lo mismo!

El trío se separó. Las chicas se fueron a la residencia Reyes mientras Giovanni se apuraba en llegar a la Fuentes.

Así que la bicicleta de Aurora tocó el pasto de su jardín frontal, ella se rio y soltó un exhalo aliviado. Habían escapado de otro posible arresto más, y tenían fotos geniales a las que compartir en sus perfiles mañana. No había una sensación mejor o más placentera que la de haber vencido a la Ley.

Tan contenta y llena de adrenalina estaba, que hasta llegó a olvidarse del hecho de que Alexandra le tenía horror a los truenos y a los lugares oscuros. La pobre estaba haciendo frente a sus dos fobias más grandes aquella noche, y ella solo se percató de ello cuando las dos llegaron a su hogar.

—Hey, ¿cómo estás?...

—B-Bien... —La atleta respiró hondo y con dedos temblorosos, por ambos la ansiedad y el frío, señaló a la puerta—. ¿Entremos?

—Obvio.

Aurora rápidamente abrió la puerta e hizo a la muchacha pasar a la sala. Luego, encadenó su bici al rack metálico que tenía en el porche y la siguió. Estaba pasándole la llave al cerrojo cuando sintió una mano posarse sobre su hombro, forzándola a voltearse. Luego, otra empujó a su torso en contra de la madera a su espalda y la sostuvo ahí. Antes de que pudiera registrar qué estaba pasando, Alexandra la besó contra la puerta, con todas sus ganas y energía.

El beso fue tan intenso como el que compartieron en la sala de artes. Pero ahora, estando a solas en la privacidad de su casa, tuvo una duración más larga, y se sintió bastante más relajado. Cuando sus labios se separaron y sus pulmones al fin pudieron volver a funcionar como deberían, Alexandra la miró derecho a los ojos, con las pupilas dilatadas, la boca enrojecida y su cabello de miel pegado a su rostro.

Su piel estaba fría, su cuerpo seguía temblando. Pero ella no se veía tan aterrada como Aurora pensó que estaría.

—Perdón, pero... quería hacer eso desde la tarde y no pude.

—¿Por qué estás pidiéndome disculpas? —la escultora preguntó, y usó su dedo del medio para apartar a los mechones mojados de los párpados de la atleta—. No tienes que disculparte por besarme.

—Sí, pero... aún me siento mal por haber llegado aquí, de la nada, y...

Aurora juntó sus bocas de nuevo, tanto para callarla como para complacerse a sí misma.

—Alex. Ya te lo dije, puedes venir aquí siempre que lo necesites —ella comentó y la atleta asintió, nerviosa—. Ahora... ¿Puedes decirme qué pasó? Si no quieres está bien, no te voy a forzar, pero...

—Mi mamá fue horrible hoy... —La rubia apoyó su tez en contra de la de Aurora—. Eso es lo único que puedo decir. Fue horrible... Y me hizo aceptar que tienes razón, sobre lo que dijiste en el baño. Aunque no me guste admitirlo, y aunque me de rabia tener que soportarlo... tenemos que mantener lo que sea que esto es, en secreto. Al menos hasta el final del año, p-porque e-ella... ella...

—Hey, tranquila... —Al sentir el leve temblor en la voz de Alexandra, y al percibir todas las emociones que estaba intentando reprimir, Aurora la intentó calmar con un tono manso, inofensivo—. Lo entiendo. De verdad lo hago.

—Pero n-no te quiero f-forzar adentro del clóset de nuevo...

—Alex —La artista sujetó su mandíbula con una mano—. No me estarás forzando a nada, te lo juro.

—P-Pero...

—Solo los del colegio saben que soy gay.

El pasmo de la deportista fue notorio.

—¿Qué?

—Mis padres no tienen la menor idea de que lo soy.

—Pero... la b-banderita en tu escritorio...

—Ellos creen que la compré cuando fui a una marcha del orgullo con mi hermano y su amiga del colegio, que es lesbiana. Vieron las fotos en Photobook y asumieron que yo solo estaba siendo una "gran aliada" al ir. No tienen idea que la compré para mí. No tienen idea de que fui a marchar por mí, y mis derechos... Y aunque mis viejos no son tan religiosos como los tuyos, ni de cerca, ellos tampoco se sentirían muy felices si les dijera la verdad sobre quién soy. Recién en los últimos años papá dejó de usar la palabra "maricón" para ofender a los demás. Y aunque ahora ella finge ignorancia respeto a todo eso, yo ya escuché a mi mamá, en una discusión que tuvimos cuando yo tenía trece, decir que me echaría de casa si en algún momento yo exhibía alguna "tendencia" que no debía a su frente... Insisto, ahora ya no son tan crueles como en ese entonces. Pero igual tengo miedo... Tengo miedo de que su supuesto progresismo sea falso. Que me esté dejando llevar por el amor que les tengo. Quiero confiar en ellos, y en su progreso, pero... no puedo. Y eso me hace sentir miserable por dentro... y me aterra —Sus labios se prensaron en una mueca triste—. Lo único que me reconforta es saber que ahora no tendremos las dos que estar aterradas solas. Nos tenemos... Aunque seamos obligadas a ocultar esto, ya no estaremos solas.

—¿Lo juras?... Porque me cansé de sentirme tan ajena a todo, Rory.

La vulnerabilidad que Aurora expresó y que sintió de vuelta en la voz de la rubia era incomparable a cualquier otro momento de sinceridad que hubiera compartido con otro ser humano antes de esa noche. Era tan íntima, tan frágil... tan auténtica. Ella no estaba acostumbrada a ser así de abierta. Después de todo el trauma que había coleccionado en sus años formativos, no se sentía natural el exponerse de tal forma. Pero, por alguna razón, sentía que podía entregarle su corazón agrietado a Alexandra. La chica que más había detestado, temido y repugnado en iguales medidas, ahora era la única persona a la que lograba entregarle las migas de su esperanza. Que ironía más grande.

Por eso mismo, no quería ser traicionada por ella. No soportaría ser decepcionada por ella. Y era tan raro para la artista el tener que aceptar esto. Porque el monstruo de su ansiedad y la sombra de su depresión le decían, desde el abismo de su mente, que su traición sería inevitable. Que era un error de su parte, el tenerle fe a una relación tan riesgosa como la suya. Que, en algún momento, las palmas de la atleta se abrirían y su pobre corazón se caería al suelo, a ser pisoteado por las suelas indolentes de su familia y de su sociedad.

Alexandra conocía ahora su miedo más profundo: ser rechazada por sus padres. Y tenía todos los medios de hacerlo volverse una realidad.

Pero Aurora tendría que confiar en que no lo haría.

Peor, quería confiar en ella, y en su actual buen carácter.

Y eso era... asustador.

Aun así... no podía arrepentirse de nada ahora. Y no podía negarse a ser amable, en un momento tan crítico como aquel.

Que se jodiera su pasado. Su temor. Su aprensión. Su melancolía. Todo.

Alex la necesitaba.

—Te juro que me tienes... —la morena prometió, besando su frente—. Y te juro que estás a salvo conmigo.





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"Mall" : Centro comercial.

Nota de la autora: No tengo muchas fotos de cuando hacía exploración urbana porque estaba paranoica con la idea de que me llevarían detenida en algún momento (no corro ni un poco rápido xd), pero les comparto algunas que encontré archivadas en mi instagram...




Nada de muy interesante, lo sé, pero en la época me encantaban los grafitis y casi toda mi galería del celu estaba compuesta de fotos que les había sacado explorando por ahí...

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