Lo que éramos - Capítulo 7
El domingo fue un día muerto para todos los invitados de la fiesta. Estaban agotados, con náuseas, dolores de cabeza horrendos y ojeras negras, dignas de un mapache. Nadie quería salir de casa, nadie quería dejar su cama.
Aurora en específico lo pasó acostada con su perro, disociando y dejando que su ansiedad la carcomiera por dentro. ¿Se había pasado de la línea con Alexandra? ¿La había hecho sentir incómoda? ¿Se imaginó lo que había sucedido en el baño? ¿Habría sido su osadía producto de su embriaguez y nada más? ¿Estaría dejando que su crush inexplicable por la atleta nublara su mirada lógica de la realidad?
Las preguntas no cesaron y su angustia no la dejó en paz.
El lunes, no obstante, fue un día de clases. Y por eso, ella fue forzada a moverse y reprimir sus nervios enfermizos con un puñado de pastillas. Bueno, todos fueron forzados a hacer algo similar, para poder verse de nuevo en los pasillos calurosos y apretujados del Liceo Alba. Aún no se recuperaban del todo de sus resacas, pero al menos ahora lograban estar de pie y hablar como seres humanos normales, en vez de comunicarse apenas con gruñidos de dolor o de disgusto.
Aurora llegó a su sala usando sus lentes de sol negros, queriendo evitar empeorar su migraña, que persistía desde el día anterior. Por su medicación se sentía un poco lenta, pero era mejor tener sueño a agonizar por interminables horas, sin poder recostarse. Podría volverse media torpe, pero sobreviviría al día.
De esta vez, sin embargo, no era la única usando esos lentes. Casi todos sus colegas habían aparecido por allí portando uno.
Sabían que no estaban siendo nada disimulados y que algún profesor sin duda les llamaría la atención por ello, pero sinceramente, a nadie esto le importaba de verdad. Mientras los efectos mareantes de la luz desaparecieran, estaban dispuestos a hacer lo que fuera, y enfrentarse a cualquier reproche.
Y Giovanni no se había salvado de ser parte del grupo. Llevaba puesto unos aviadores verdes que le había robado a su papá y tenía la parte inferior del rostro escondida en una bufanda.
—Me veo fatal... —él se quejó, corriendo una mano por su cabello despeinado—. Y me siento muerto.
—¿Juramos nunca más ir a fiestas? —Aurora bromeó, por estar en su misma condición.
—Nah. Fue divertido. Y si me invitan a otra, quiero ir.
—Se me olvidó preguntarte... —Ella se sentó en su puesto y él también, luego de colgar sus mochilas en los respaldos de sus sillas—, ¿te besaste con alguien el sábado? O...
—Muchas chicas. —Su amigo sonrió—. Nada serio, claro... pero igual. —Se encogió de hombros—. Cada aventura valió la pena. ¿Y tú?
—¿A parte de lo del baño? No. No tuve esa suerte.
—Aún... —Él le dio un golpecito con el brazo—. Mira quién viene hacia acá.
Era Alexandra. Efectivamente estaba caminando a paso rápido hacia ellos y en vez de verse feliz, se veía bastante nerviosa.
—Voy a necesitar de tu ayuda Rory, con urgencia.
—Buenos días —la artista fingió ofensa al responder, cruzando los brazos.
—Ay, perdón. Hola... A los dos. Pero, en serio. ¿Me ayudarías?
—Si me dices qué quieres hacer primero...
—Tenía un trabajo de artes pendiente para hoy. Y no lo hice —Alex confesó—. Se me olvidó, por completo. Y no se me podía haber olvidado.
Aurora, sabiendo lo importante que era para ella sacarse siempre las mejores notas que podía, para así tener un porcentaje alto y por entrar a su universidad de los sueños el próximo año, dejó de lado su actitud bromista y sacó su cuaderno, para revisar en qué periodo tendrían artes plásticas. Para su suerte, era el último. Tendrían tiempo de sobra para preparar algo.
—¿Qué tienes que entregar, exactamente?
—¿Te acuerdas de esos potes de arcilla que ustedes hicieron la semana antepasada?
—Sí.
—Bueno, ese día falté y no pude entregarlo. Se supone que la profe me evaluará hoy, pero... no tengo nada que presentar.
—Ah... entiendo. Pero esos son fáciles de hacer, en todo caso.
—Para ti. Yo no tengo ningún talento artístico y lo sabes.
—Te entiendo, también soy un inútil en las manualidades —Giovanni admitió, apoyando su codo en su mesa, y su mentón en la mano.
—Insisto, el proceso es fácil una vez conoces la técnica. Y tampoco es demorado. Pero yo te ayudo, tranquila. Ven conmigo a la sala de artes durante el recreo del almuerzo, porque la profe no estará allá, y hacemos tu trabajo juntas.
—¿En serio?
—Claro.
—Ay... ¡Eres mi salvadora, Rory! —Alexandra exclamó, antes de inclinarse adelante, poner sus manos sobre la cabeza de la artista y besarla como si la estuviera bendiciendo.
El gesto claramente fue cómico, pero la chica no pudo evitar sentirse halagada y encariñada por él. Cuando la atleta se fue, estaba sonriendo, sin ni siquiera notarlo.
—Gaaaay... —su mejor amigo le dijo a su lado, en un tono monótono y chistoso, sacándola de su trance enamorado.
—Déjame en paz...
—Nah, es divertido molestarte.
—¿Quieres quedarte sin pareja para la tarea de biología? Porque si me sigues hinchando las pelotas que no tengo...
—¿Tarea? —Él perdió toda su liviandad—. ¿Qué tarea?
La artista gruñó y miró al techo, como si pudiera ver a Dios a través de él.
—Mátame.
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Por ser consciente de que esta podría ser una excelente oportunidad para Aurora de romper de una vez por todas el hielo que existía entre ella y Alexandra, Giovanni decidió irse al comedor con las amigas de la atleta durante el recreo del almuerzo, dejándolas a solas en la sala de artes.
Con la puerta cerrada, las cortinas tapando el sol, y el ruido mecánico del torno de alfarero siendo el único que resonaba entre las dos, la tensión que existía entre ambas desde la fiesta —y que habían estado intentando ignorar por horas— creció a un punto inesperado.
Aurora se quitó el abrigo y el suéter de encima para no ensuciarlos mientras trabajaba. Dejó sus lentes sobre una mesa cercana. Luego, tomó su cabello en un tomate desprolijo, dobló las mangas de su camisa hasta el codo, se quitó los anillos de la mano y comenzó el proyecto, mojando la arcilla para hacerla más maleable. Para facilitarle la vida a Alexandra, se encargó de modelarla hasta que tuviera la forma de un tarro simple, sin muchos detalles o curvas. Luego, le dijo que se acercara a la máquina y que se sentara a su lado, para que pudiera enseñarle cómo trabajar la masa.
—Tienes que ir suavemente moviendo la arcilla con tus dedos, siempre con cuidado para no destruirla por exceso de fuerza, o dejarla salir de tu control por aplicar poca —indicó, sujetando las manos de la chica entre las suyas, guiándola por el proceso con la paciencia de una profesional—. Tienes que encontrar un equilibrio en la presión.
—Hm. ¿Así?
—Sí... Ahora pone tu pulgar dentro del pote y alisa la parte de adentro. Eso... sigue haciendo presión y de apoco anda subiendo tu dedo... Sí. Así. Con calma.
Alex no había dicho casi nada durante todo este tiempo. Había estado observando la manera cuidadosa y precisa en la que Aurora movía sus palmas y dedos, flexionando sus músculos mientras jugaba con el material, moldeándolo a su gusto. También había notado el mechón rebelde de cabello que insistía en caerse sobre su tez, brillante por su sudor, y pegarse a la misma como una ventosa. Vio los botones deshechos de su camisa. La manera en la que sus pantalones se apegaban a sus piernas robustas. Y su rostro concentrado, serio, tan bonito que llegaba a ofenderla.
¿Por qué debía verse tan bien haciendo algo tan banal como una maldita cerámica?
La atleta pestañeó y borró la pregunta de su mente por el momento. Porque debía terminar aquel trabajo. Y debía entregarlo hoy, sí o sí.
Así que el pote estaba listo, Aurora lo traspasó a un pedazo de papel y lo puso sobre la mesa.
—Ahí está. —Sonrió, orgullosa—. Ahora no vas a reprobar, y podrás ir a tu universidad de ricos a sufrir con tus notas sola. —La artista la miró con un brillo alegre en los ojos, así que acabó de hablar.
Y entonces, de nuevo, el mismo efecto de la noche del sábado ocurrió. Las dos estaban tan cerca una de la otra que podían sentir su respiración chocar. Se habían aproximado sin ni siquiera notarlo. Y ahora sus ojos estaban mirando a labios que no podían, ni debían mirar siendo apenas amigas. Sus entrañas se estaban enredando, sin razón aparente. Y un centenar de sentimientos comenzaron a hervir sus venas, enrojeciendo sus cuellos, orejas y mejillas.
Ya no podían sacarse de sus mentes la pregunta que ambas no deseaban contestar en breve. ¿Deberían seguir adelante con esto?...
Además, estaba ese puto silencio, que había nacido en la sala así que el torno dejó de girar. Era tenso, pero agradable. Tan profundo que llegaba a ser ruidoso. Tan imperturbable, que ambas podían oír el latido descontrolado de sus corazones resonando en sus oídos. Tan... quieto, que llegaba a ser violento. Agresivo. Desgarrador. Desquiciante e insoportable.
Tenían que decir algo. Murmurar algo. O simplemente hacer algo para terminarlo y acabar también con la agitación que fermentaban.
Así que se movieron.
Y en verdad, ninguna supo decir quién inició qué primero. Ninguna entendió por qué decidieron arriesgarlo todo en un segundo de impetuosa locura. Lo único que registraron fueron sus labios tocándose, sus ojos cerrándose, y cuerpos uniéndose como dos imanes opuestos, desesperados por juntarse y conocerse.
La respuesta a su despreciada y rechazada duda apareció, por la fuerza. Sí, tenían que besarse. Sí, tenían que ceder a sus deseos. Porque seguir resistiéndose a algo así de bueno, sincero y placentero era el verdadero y único pecado que podían cometer. E ignorar todo lo bello que podían vivir apenas para satisfacer a los prejuicios ajenos, la mayor de las injurias que podían dedicar a sí mismas.
—Alex... yo...
—Cállate y bésame de nuevo.
La atleta no logró explicarse de dónde sacó aquellas palabras, pero no se arrepintió de decirlas tampoco.
Porque de pronto Aurora la estaba levantando y empujando contra la pared más cercana, siguiendo su orden con gusto. Con tanto entusiasmo y pasión, de hecho, que no se recordó lo sucias que estaban sus manos. Y lo costosos que eran sus uniformes escolares. Y lo mal que ambas se verían si llegaban a clases con las marcas de sus dedos estampados en los lugares más impropios posibles.
—Mierda. —La artista abrió los ojos y se separó con un salto—. ¡Tu ropa!
Alexandra miró abajo, despacio. Había disfrutado tanto los últimos diez segundos de su vida, que llegó a ponerse aletargada. Tanto que al ver el desastre que habían hecho ni logró enojarse. Soltó una risa áspera, divirtiéndose con la situación, y corrió su lengua por su labio inferior.
—Creo que tendré que tirar esta camisa a la basura...
—¡No! ¡Vamos al baño, queda aquí al lado! ¡Estoy segura de que la podemos lavar!
No la pudieron lavar.
La arcilla había manchado su camisa de manera permanente. De hecho, no solo dicha prenda había sido arruinada. La falda de la deportista también. Así como su cabello dorado, que se había ensuciado mientras se besaban. ¿Cómo siquiera habían logrado eso?...
No, espera.
Mierda.
Se habían besado.
¿Por qué estaba Aurora entrando en pánico por una camisa? ¡SE HABÍA BESADO CON SU ARCHIENEMIGA!... Bueno, ex archienemiga. Actual amiga. PERO IGUAL. ¡¿Qué les pasaba por la cabeza?! ¡Eso era demasiado arriesgado! ¡Ella aún no estaba fuera del armario en el colegio! ¡Solo sus amigas cercanas lo sabían! ¡Los demás no!...
Un minuto. ¡Connie! ¡Ella podría ayudarlas! ¡Podía recoger el uniforme de atletismo de Alex y traerlo al baño! Si la profesora les preguntaba algo, ellas dirían que tuvieron un problema con el torno de alfarero y que sus ropas se habían estropeado por eso. Okay. Ese era un buen plan de acción.
Ya ella misma... ¿Qué haría? También tenía marcas de manos por doquier.
¡El delantal! ¡Se pondría su delantal de la sala de artes, que usaba para pintar!
—Te puedo oír hiperventilar desde aquí. —Alex le sonrió, limpiándose las manos.
—Sabes por qué lo hago —Aurora respondió, mensajeando a la mejor amiga de la atleta.
—Sí... pero no sería tan malo si los del colegio se enteraran.
—¿Y tus padres?
—Que se jodan. —La rubia se secó, e interrumpiendo los planes de la artista de nuevo, la besó.
—Aquí no... Alguien puede entrar a cualquier minuto.
—¿Y?
—Me estoy preocupando por ti, ¿y me sigues tentando?
—Tal vez tienes que dejar de preocuparte mucho y solo seguir con el flow.
—No dijiste eso, primero que todo. ¿"Seguir con el flow"? ¿En serio?... —Aurora hizo una mueca de desagrado—. Segundo... sí tengo que preocuparme. Porque hay un riesgo de que tus padres te echen de casa, ¿lo sabías?
—Claro que lo sé —Alex murmuró, ahora con una seriedad triste, pero resignada—. Lo tengo claro desde que me di cuenta de que me gustan las chicas. Pero ¿honestamente? Quiero que lo hagan, a este punto. Porque si tengo que soportar otro puto día a su lado, creo que me volveré loca. Además, podré irme a vivir con mi abuela, que me cae mil veces mejor que ellos. Ya soy casi mayor de edad... no puedo volver al sistema.
—Suenas molesta con ellos. ¿Qué hicieron ahora?
—Mamá se enojó conmigo porque se enteró de lo que pasó con Álvaro. Ella y la madre de ese imbécil son amigas, y querían que nosotros viviéramos felices por siempre... Es todo un tema.
—Eso empeora las cosas.
—¿A qué te refieres?
—Si él descubre que de verdad estamos juntas, se pondrá furioso. Y te sacará del armario a la fuerza.
—Me estaría haciendo un tremendo favor.
—Dices eso porque estás enojada.
—Digo eso porque estoy cansada de mentir. —Alexandra la miró bien dentro de los ojos, antes de bajar sus pupilas y admirar sus labios—. Y lo digo porque a tu lado fue la primera vez en meses en la que me sentí viva de verdad.
—Blondie...
La puerta del baño se abrió. Las dos se apartaron y se voltearon a direcciones opuestas. Aurora miró a la puerta, mientras la atleta se apoyaba en el lavabo y bajaba la vista.
—¿Qué carajos les pasó? —Connie preguntó, con la bolsa deportiva de Alexandra colgando de su mano—. Vine aquí pensando que te había llegado la regla o algo, pero esto...
—Menos habla, más acción. —La artista le hizo un gesto a la chica, pidiéndole el bolso. Al recogerlo, miró a la rubia y le dijo:— Ve a cambiarte. Diremos que tuviste un accidente mientras trabajabas en los toques finales de tu proyecto.
Alex le sonrió, aún un poco melancólica, y luego miró a su mejor amiga.
—Gracias.
Connie la examinó mientras caminaba a los cubículos, y al ver la puerta de uno abrir y cerrarse se acercó a Aurora, a demandar explicaciones.
—¿Por acaso ustedes dos?...
—Nadie puede saberlo —la escultora respondió, en voz baja—. Por eso mismo te llamé aquí. Sé que ella confía en ti.
—No le diré nada a nadie, pero ¡sabía que ustedes tendrían algo eventualmente!... ¡Aunque no tan pronto así! —la joven celebró, también manteniendo un volumen discreto—. Voy a necesitar más detalles.
—Más tarde Alex te dará todos los que quieras. Pero por ahora, tenemos que disimular que nada pasó y que esto —Aurora se señaló—, fue un mero accidente.
—Perdón, pero esos dedos en tu teta parecen todo menos eso. —La artista la fulminó con la mirada. Connie solo se rio y se encogió de hombros:— No digo ninguna mentira.
—Y es por eso que voy a necesitar tu ayuda de nuevo.
—¿Ahora qué?
—Toma. —Aurora le entregó las llaves de la sala de artes—. Por favor anda allá y busca mi delantal, que está colgado al lado del de la profe. Es azul, con tiras de cuero.
—Dale. Voy y vuelvo. Por mientras, escóndete en un cubículo también. Si alguien entra aquí y te ve así, ya sabes que estás frita.
—Tienes razón... y gracias.
—¡Las dos me deben una! —Connie ahora sí exclamó en voz alta, mientras Aurora se encerraba en uno de los compartimientos.
Cerca de tres minutos después, ella volvió. Le pasó el delantal a la chica y después ayudó a su mejor amiga a limpiarse el cabello. Al terminar, ambas se veían más... decentes. Aún levantarían muchas cejas al entrar a clase, pero el nivel de sospecha sería menor.
Y para su alivio, sí lograron pasar desapercibidas.
Por todos, menos Giovanni.
—Dime que no cogieron en la sala de artes.
—¡¿Qué?! —Aurora se atragantó con la barra de cereal que estaba devorando por no haber tenido tiempo de almorzar, ayudando a Alex. Tosió, golpeó su pecho con la mano y miró de un lado a otro, temiendo que alguien lo hubiera escuchado. Al ver que seguían a salvo, siguió:— ¡No! ¡Claro que no! ¡Saca tu mente de la alcantarilla! ¡Qué asco!
—Pero te habría gustado, ¿cierto? —Él la siguió molestando, llevando una palmada en el brazo como castigo—. ¡Ouch!...
—Nos besamos y ya.
—¡¿Se besaron?!
Eso sí hizo que algunas cabezas se voltearan hacia ellos. Aurora abrió sus ojos y lo miró con rabia, prensando sus labios en una mueca irritada.
—¿Por acaso se lo quieres anunciar a la puta estación espacial? ¡Habla bajo!
—Perdón, pero me tomó por sorpresa... ¡Hace solo unas semanas ustedes se odiaban!
—Hace unas semanas pensé que terminaría el año con mi mejor amigo vivo y respirando. Pero si no bajas el volumen de tu voz ¡te enterraré vivo, Giovanni Fuentes!
—Ya, ya... hablaré bajo. Perdóname por estar feliz por ti.
—Estar feliz por mí no tiene nada que ver con tu incapacidad de ser disimulado y lo sabes.
—Tonta.
—Pendejo.
—¡Clase! —la señora Javiera, su profesora de Artes, llamó la atención general al entrar a su sala de clase normal y exclamar—. ¡Tomen sus cosas!
Y eso fue lo único que necesitó decir para que todos recogieran sus mochilas, abrigos y lancheras, y la siguieran a la sala de artes, que aún estaba un poco sucia por culpa de Aurora y Alexandra.
—Tuvimos un accidente con el torno —la escultora declaró cuando llegaron—. Yo hasta ahora no entiendo qué pasó, pero salió arcilla volando por doquier.
—Hm. —La docente miró a la atleta, vestida con su uniforme de entrenamiento, y a su alumna estrella, que se había ocultado las manchas más sospechosas del material con su delantal—. ¿Asumo que el pote colapsó?
—No... Lo logramos salvar. Pero creo que le echamos mucha agua a la arcilla al inicio y por eso tuvimos el accidente. Aun así, Alex lo logró terminar.
—¿Y dónde está? —la profesora preguntó, dejando el libro de clase sobre una de las mesas de la sala, junto a su llavero.
—Lo voy a buscar —Alexandra dijo y salió disparada en la dirección de su trabajo, volviendo con él en la mano, ya seco—. Aquí tiene.
La señora Javiera examinó la obra con cuidado e hizo una expresión sorprendida al ver la delicadeza y perfección del acabamiento.
—Para ser tu primera vez trabajando con arcilla, hiciste un muy buen trabajo. Es evidente que Aurora te ayudó, pero aun así... bien hecho, señorita de la Cuadra. Le daré un 6.5. —Tomando en cuenta que la nota final era un 7, el puntaje era bastante alto. Oírlo relajó bastante a la atleta—. Y ya que ustedes lograron convivir en paz por un día, lo que hasta parece milagroso tomando en cuenta su historial, intentaré extender el milagro lo más que pueda. Las asignaré a ambas como pareja para su próxima actividad.
—¿Hm? —La artista soltó un gruñido nervioso y se inclinó adelante, en shock.
—¡Clase! —La profesora les hizo una seña para que se fueran a sentar, y caminó hacia la pizarra—. Hoy comenzaremos a trabajar con lápices de nuevo y volveremos a estudiar figura humana, además de luz y sombra. Quiero que todos se junten de a dos y que intenten dibujarse unos a los otros. Para eso, trabajaremos con esqueletos y con...
La mujer siguió hablando. Pero Aurora se terminó perdiendo en su explicación mientras miraba a Alexandra. No podía creer que tendría que dibujarla. No sabía si siquiera lo lograría. El sabor de su boca aún daba vueltas por su lengua y la textura de sus labios aún atormentaban a los suyos, demandando ser sentida de nuevo. El pensar que la había besado contra la mismísima pared a su espalda tampoco estaba ayudando la situación.
¿Cómo sería capaz de concentrarse en su técnica y en su obra si al mirar a la rubia todos estos tipos de pensamientos se le venían a la mente? ¿Cómo lograría hacerlo con toda su duda, confusión, cariño y deseo mezclándose en una amalgamación tan asustadora como fascinante, en el centro de su pecho?...
No lo sabía. Pero tendría que intentarlo.
—Dios dame fuerzas —ella murmuró bajo su aliento, recogiendo su lápiz.
—Pueden sentarse donde quieran en la sala, o pueden estar de pie... Pero no se olviden de practicar las técnicas de sombreado que les enseñé —la profesora indicó, abriendo la puerta de vidrio que separaba a la sala de artes y una salita de menor tamaño, donde las clases de su taller tomaban lugar.
Lo hizo para ventilar ambos ambientes, ya que el último recinto tenía una ventana mayor, y también para darle a los estudiantes más espacio para moverse.
—¿Quieres que yo te dibuje primero, o lo haces tú? —Alexandra preguntó, sacándole punta a su propio lápiz.
—Creo que es mejor si yo voy después. No me cuesta mucho dibujar figura humana y lo puedo hacer relativamente rápido. Ya tú... no quiero ofenderte, pero puede que te cueste más.
—No me ofendes. Y puedes decir que dibujo mal, no tengas miedo. Es lo mismo que decir que el cielo es azul.
Ambas se rieron. No por considerar a la respuesta particularmente chistosa, sino por sus nervios.
—Dale... Pero, ¿adónde me pongo? Me quedo sentada aquí, ¿o?...
—No, eso sería aburrido. Siéntate al lado de ese armario, en el suelo. El viento corre más por ahí. —La atleta señaló al mueble, que quedaba en la salita del taller.
Aurora asintió y se levantó de su silla. Intercambió una mirada rápida con Giovanni —quien estaba trabajando con Connie— y le sacó la lengua mientras él se reía y se burlaba de su incapacidad de no enrojecerse al estar cerca de Alex.
Con un exhalo, ella se sentó en contra del armario, llevando una rodilla a su pecho mientras su otra pierna yacía estirada a su frente. La otra joven se sentó al lado de su pie, con su croquera y estuche en la mano, y se puso a dibujar.
Cinco minutos se pasaron en silencio, hasta que la atleta rompió la quietud con su voz inocente:
—¿Por qué solo ahora estoy notando lo bonito que es tu cabello? —Mordió la goma de su lápiz de una manera diabólica.
Aurora tragó en seco.
—Pregunta la chica que parece haber salido derecho de un comercial de Pantene.
Alex soltó una risa corta.
—¿Por qué siempre haces eso?
—¿Qué?
—Nunca aceptar los cumplidos que te doy.
—No lo sé... —La artista se encogió de hombros—. Supongo que no estoy acostumbrada a que me den cumplidos.
—Pues te acostumbrarás —la rubia prometió, bajando su lápiz a la hoja al mismo tiempo que subía su mirada, hasta hacerla chocar con la de su colega—. A partir de ahora lo harás.
La escultora no supo decir muy bien por qué esa última afirmación resultó más romántica y encariñada que coqueta, pero no reclamó al respecto. Solo tragó en seco de nuevo, abrazó su rodilla y se atrevió a sonreírle, más abochornada todavía.
Sí...
Definitivamente estaba perdida.
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Nota de la autora: La canción de este capítulo es Somebody I F*cked once por los visuales, y también porque su frame más icónico inspiró la portada de esta historia jeje ^^
Ah, y en la vida real todo esto no sucedió con un torno, sino con acrílico y un bastidor xD El MV es demasiado similar a la verdad, y por eso le tengo un cariño tremendo.
Pero en fin... lo de tener las ropas manchadas por tinta en lugares sospechosos fue interesante, debo decirlo. Intentar explicarme cuando llegué a casa con el uniforme todo estropeado fue cómico.
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