Lo que éramos - Capítulo 5

Las imágenes que sacaron de la fábrica y de sí mismos durante aquel paseo fueron a parar al perfil privado de Aurora en Photobook. Y durante los siguientes días, más y más se fueron sumando a la colección.

La situación social de la atleta en el colegio mejoró. Algunas de sus amigas verdaderas, reconociendo lo tóxico que era Álvaro, le pidieron disculpas por tomar su lado de la historia como el correcto y volvieron a su vida. Otras, permanecieron pegadas a él como si el chico estuviera hecho de oro, y fuera perfecto en todos sus aspectos. Ese abandono a Alexandra le dolió, claro... pero la joven siguió con el mentón en alto, y no se dejó afectar demasiado por él. Prefería tener a la gente falsa bien lejos de su vida, ahora que había descubierto las alegrías del compañerismo verdadero. Y estaba contenta.

En la otra mano, Aurora parecía estar entrando en una mala racha. Giovanni lo notó y rápidamente Alexandra también lo hizo. La artista se veía más cansada de lo usual, y las pocas sonrisas que había intercambiado con ellos la semana anterior desvanecieron.

—Al parecer, sus padres le dijeron que pasarán más tiempo fuera de casa —el muchacho le informó a la rubia mientras pasaba por su mesa, y luego le hizo una seña hacia su mejor amiga, como diciéndole que la fuera a alentar.

Él tenía que ir a sacar unas fotocopias de un libro para clase de lenguaje y, si no lo hacía ahora, no podría después. Así que le encargó a Alexandra la tarea de cuidar a Aurora durante el recreo, mientras estaba ausente, y esperó por lo mejor.

Aquel día era uno tan malo para la artista, que la misma ni se levantó para ir a la sala de artes —como acostumbraba hacer, durante sus descansos—. Se quedó sentada en su mesa, con sus brazos cruzados y la postura hundida, como si estuviera durmiendo. Se sentía agotada y su cabeza le estaba doliendo al punto de sentir a sus venas pulsar. Nuevos pensamientos no paraban de surgir en su mente y cada uno era más monstruoso y retorcido que el último. Solo quería quietud dentro de su cráneo, para suavizar su agonía, pero lo contrario era lo que tenía; bulla y confusión.

—Hey... —Alexandra murmuró, al sentarse a su lado—. ¿No quieres moverte a un lugar más tranquilo que aquí?

—¿Huh?... No. Estoy bien.

—Bien mal, por lo que veo.

—Solo...

—¿Migraña?

Aurora movió la cabeza pocos centímetros, asintiendo con dificultad.

—De las malas.

—¿Ya te tomaste alguna pastilla para eso?

—Sí.

—¿Y si te llevo a la sala de la enfermera?... —la rubia indagó, preocupada.

—No quiero incomodarte...

—No incomodas si me estoy ofreciendo a llevarte.

—Es el recreo del almuerzo... El más largo de todos. Debes tener mejores cosas que hacer.

—Si necesitas mi ayuda, todo lo demás puede esperar. Además, le dije a Gio que mantendría un ojo en ti y eso haré.

—No quiero ir a enfermería...

—¿Y entonces?

Haciendo todo su esfuerzo, la artista levantó su mirada. Llevaba puesto unos lentes de sol redondos, negros como el fondo del océano.

—Sala de artes. Habría ido antes, pero... no quiero estar sola. Tienes razón. No me siento bien.

Alexandra asintió y no dudó en ayudarla a levantarse, ni a moverse allá. Agarró sus lancheras en una mano y puso la otra sobre la espalda de la agónica estudiante, estabilizando sus pasos inciertos y su nulo equilibrio mientras caminaban. Atravesar el pasillo fue una tortura para la artista y este hecho se hizo evidente en su rostro. Demasiada gente, demasiado ruido, demasiados estímulos. Ella necesitaba paz.

Cuando ambas llegaron a la sala, la diferencia entre el estruendo afuera y la calma del recinto fue placentera. En ese momento la rubia entendió el amor de la otra joven por el lugar. Era sumamente tranquilo.

La profesora no estaba presente, pero como Aurora era su asistente, tenía una copia de la llave de la sala consigo a todo momento, y por eso pudo abrirla sin necesitar el permiso de la misma.

Así que la puerta se volvió a cerrar, ella corrió las cortinas, prendió el ventilador y se sentó en un rincón oscuro del suelo, a sufrir en contra de la pared fría. La luz del sol, al chocar contra la tela, le daba a la sala un color marrón claro, bastante reconfortante. La oscuridad fue tal que hasta Alexandra llegó a sentirse somnolienta. Por eso mismo puso una alarma en el despertador en su celular, recordándoles del fin del recreo. No quería accidentalmente tomar una siesta y perder la hora. Luego, le mandó un mensaje a Giovanni diciéndole dónde estaban. Él le respondió al segundo, informando que aún estaba ocupado con su libro y que probablemente tendría que comer su almuerzo a escondidas durante sus dos últimas horas de clase, mientras el profesor no lo miraba.

Con una sonrisa apenada, ella cerró su chat, abrió tanto su lanchera como la de Aurora sobre una de las mesas de la sala, y llevó los tápers con sus almuerzos al nivel del suelo.

—¿Cómo te sientes?

—Como si tuviera un taladro por cerebro. —La artista gruñó—. No sé si llegue a casa viva si sigo así.

Alexandra soltó una risa corta y se acomodó a su lado, también apoyándose en la pared.

—¿Quieres comer algo?

—Ahora no, me siento demasiado mareada. Pero tú adelante... devóralo todo. ¿Qué trajiste?

—Pollo con brócolis.

—¿Solo eso?

—Tengo que mantenerme en forma para mis campeonatos.

—Como si lo necesitaras, con esos músculos —Aurora bromeó, tomando a la atleta desprevenida.

—Bueno, el pollo es justamente para mantener mi forma. Es proteína pura.

—¿Y ese muffin? —La artista apuntó a un pastelillo al lado de su fiambrera.

—Es... una ilusión óptica causada por la poca luz de esta sala.

—Ah, ya. —Aurora se rio y en seguida hizo una mueca arrepentida—. Un placer prohibido entonces, lo entiendo.

—Mi entrenador probablemente tendría un infarto si me viera comiéndolo. En especial considerando que esta semana yo estoy de dieta para la carrera del sábado.

—Dudo mucho que un pequeño muffin te joda el día.

—Tú y yo pensamos igual, pero anda a decirle eso al profe Moisés. —Alexandra destapó su almuerzo y se puso a comerlo frío. Había algunos microondas en la cafetería, pero bajar tres pisos sola, para perder diez minutos en una fila enorme y al final terminar con un almuerzo semi-caliente no valía la pena—. Creo que te mata.

—No lo hará si mi cabeza me mata primero —Aurora volvió a bromear, cerrando los ojos por un instante, antes de mirar a su comida con cierto disgusto. Se había preparado unos tallarines con salsa ella misma y la combinación se veía... aceptable—. Tengo hambre, pero al mismo tiempo me siento fatal. ¿Qué harías en mi lugar? Siento que si me como esto, voy a vomitar. Y que, si no me lo como, me desmayo.

—¿Quieres una barra de proteína? Te puedo dar una.

—Nunca me comí una de esas cosas en la vida. ¿Para qué sirven exactamente?

—Para crear músculos.

Aurora volteó su mirada hacia Alexandra otra vez.

—Sabes, tus hábitos alimenticios me están explicando muchas cosas sobre ti, pequeña rata de gimnasio.

Alex sacudió la cabeza, se rio y recogió una de sus barras.

—Come. Estás poniéndote demasiado buena onda y eso solo me dice una cosa: tienes hambre.

—Touché —la artista admitió—. Y gracias.

Las dos devoraron sus meriendas en silencio a partir de entonces. Pero la quietud no fue nada incómoda, por lo contrario, se sintió agradable. Una vez terminaron su almuerzo, Alexandra se encargó de organizar todo y de tirar el envase de la barra de proteína y del muffin a la basura. Luego volvió a su mismo lugar, apoyada en la pared, y le hizo un gesto a Aurora para que se acostara sobre sus piernas. Mientras la artista mascaba, su dolor de cabeza había empeorado. Ahora los ejes de su visión se habían vuelto negros y cualquier mínimo movimiento la dejaba en la más profunda agonía. Necesitaba acostarse.

Y solo por eso, en vez de discutir con la atleta y decirle que estaba bien así, sentada... Aurora concordó con su petición. Más por intuición que por gusto se inclinó a un lado y usó a los muslos de la chica como una almohada. En menos de cinco minutos, se quedó dormida. Su medicación al fin había comenzado a hacer efecto.

Giovanni apareció en la sala con su lonchera y una pila de hojas bajo su mano derecha luego después. Sí había logrado terminar de fotocopiar el libro que necesitaba, al final de cuentas. Pero al percibir que su mejor amiga estaba agotada, decidió no entablar una conversación con Alexandra. Solo observó la situación con asombro, le sonrió a la atleta, dejó sus cosas sobre una mesa, y se puso a comer en su rincón, callado.

También les sacó una foto a ambas con suma discreción, la cual le envió a Aurora así que ellos volvieron a sus casas, y Alexandra se fue al gimnasio a entrenar para su campeonato.

—¿En qué tipo de universo alternativo estoy viviendo? —la artista preguntó, mientras observaba la imagen en el chat a través de sus lentes oscuros, con una mueca que mezclaba tanto su dolor de cabeza residual como su pasmo.

Con un suspiro, Aurora bloqueó la pantalla de su celular y se fue a su habitación. Manchas la siguió y se tiró en su cama mientras ella abría el segundo cajón de su cómoda, donde guardaba su medicación. Entre sus antidepresivos, ansiolíticos y vitaminas, encontró lo que buscaba, una caja de sumatriptán. Aquellas pastillas eran las únicas capaces de detener a sus migrañas más severas. Se tomó una con apuro, guardó el envoltorio, y se tiró en su colchón a tomar otra siesta, aún vestida con su uniforme del colegio. Su perro se acomodó y puso su cabeza sobre sus piernas. Lo último que ella hizo antes de quedarse dormida fue acariciar su pelaje.

Se despertó dos horas y media más tarde, sintiéndose cansada, triste y desorientada, pero al menos su cráneo ya no parecía una bomba reloj a punto de explotar, así que algo era algo. Se sentó en la cama hasta recuperar su agarre en la realidad, y luego se arrastró de mala gana a la cocina, con Manchas siguiéndole la sombra —como de costumbre—. Allí se hizo un puré instantáneo, abrió una lata de atún desmenuzado, lo echó junto al mismo en un pote, y se puso a comer su cena de pie, con una cuchara vieja.

Sus padres seguían lejos de casa. Ella seguía acompañada apenas por su can. Y el silencio a su alrededor era más intenso que el de una mansión abandonada, o que el de un museo en día de semana. Era tan pleno que, si estuviera pensando en algo, probablemente podría ver a dichos conceptos materializarse en el aire, y oír a dichas palabras reverberar por las paredes que la cercaban.

Pero este era uno de los grandes efectos secundarios de su medicación: la dejaba incapaz de ponderar cualquier cosa. Su mente estaba vacía. Y su mirada perdida, acompañada por sus movimientos lentos y torpes, lo comprobaba. Por eso, el silencio no la incomodaba mucho. No tanto como lo haría si estuviera completamente lúcida y sobria.

Cuando alguien tocó la puerta de su casa ella estaba tan distraída, de hecho, que casi dejó a su cena caerse al piso. Con un salto se volteó en dirección a la sala. Una vez se dio cuenta de que no moriría, respiró hondo, puso sus cosas sobre la encimera y caminó hacia la entrada. Revisó quién la venía a molestar por la mirilla, y se sorprendió al ver a Alexandra de pie del otro lado.

La chica cargaba tanto su mochila rosa como su bolso deportivo, estaba usando sus shorts, camiseta, abrigo y zapato de competición, y tenía el cabello atado en una cola de caballo. Por el atuendo, debía haber finalizado su entrenamiento hace poco.

Curiosa, Aurora revisó la hora en su celular. Eran las seis. ¿Por qué no se había ido derecho a casa, en vez de pasar por ahí? Debía estar cansada, luego de correr tanto. ¿Por qué venía a visitarla?

Le abrió la puerta con una expresión confundida. Pero al verla, la atleta sonrió.

Hm.

Raro.

—Hola.

—Hola. —La artista cruzó los brazos.

—No quiero molestarte, solo vine a preguntarte si te sientes un poco mejor... Me preocupó verte tan mal hoy.

—Sabes que podrías haberme escrito, ¿cierto?

—Sí, pero... —Alex se encogió de hombros—, quise venir en persona. ¿Cómo sigues?

Aurora apoyó su cabeza contra el marco de la puerta.

—Con dolor, pero me siento bastante mejor. Puedo estar de pie sin sentirme muerta. ¿Y tú? ¿Cómo fue el entrenamiento?

—Bien... Logré romper mi record. Corrí 100 metros en 10.47 segundos en vez de 12.33.

—Asumo que eso es bueno.

—¡Muy bueno!... Significa que soy más rápida que la actual campeona regional de 100 metros. Ella ganó el campeonato el año pasado con 10.48.

—Felicitaciones entonces, pronto te llevarás a casa otra medalla más.

—Y tal vez una beca. Al parecer algunas universidades van a ser los patrocinadores del evento este año. Estoy con la mirada fija en la URI por un bueeen rato y esta podría ser una oportunidad perfecta para entrar.

La Universidad Rodolfo Ibañez —o URI— era una de las mejores del país. Para matricularse era necesario tener un promedio de notas altísimo, pasar todos los exámenes de selección universitarias con más de 650 puntos —siendo que el puntaje máximo era 700—, y también contar con bastante dinero para pagar sus mensualidades.

Pero había un medio más eficiente de hacerlo: La beca deportiva. Un alumno, al tener un promedio alto, un puntaje alto, y una carrera atlética promisoria, podía tener el costo de sus estudios cubiertos al ochenta por ciento por la universidad.

Era la beca de los sueños.

—Pues te deseo suerte... Y estaré allí para apoyarte en tu carrera, si no vuelvo a tener otra de estas migrañas de mierda hasta el sábado. —Aurora sonrió con cansancio—. En fin, ¿quieres pasar adentro un rato? ¿O ya te tienes que ir?

—¿No te estaré incomodando?

—Para nada. Estoy sola aquí.

—Pues entonces... —La atleta suspiró—, acepto la invitación.

—¿Quieres té? ¿Agua? ¿Jugo?

—El té suena bien.


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Las dos volvieron a repetir este tipo de juntas durante la semana, por diversos motivos. Primero por otro trabajo que les tocó hacer en pareja, de esta vez, de historia. Luego porque un disco nuevo de Abaddon estrenó y Giovanni demandó que los tres lo escucharan en grupo. Y el viernes, porque los padres de Alexandra se pelearon de nuevo y su papá en cuestión le dijo que no volviera a casa hasta el anochecer. (No lo hizo por displicente, apenas no quería que ella sufriera con la ira de su madre).

—No entiendo por qué no se separan. O sea, lo hago, pero... —La joven sacudió la cabeza—, creo que Dios los perdonaría por divorciarse. Lo que no perdonaría es cómo se tratan uno al otro. Es... horrible.

—Lamento que tengas que pasar por eso, de verdad —Aurora respondió, apenada—. Aunque encuentro un poco irónico nuestra situación. Tú quieres deshacerte de tus padres, yo quiero a los míos más cerca...

—¿Los opuestos se atraen? —Alexandra bromeó, con cierta incertidumbre en su tono.

—Supongo que sí.

El celular de rubia sonó. Ella lo recogió y lo miró con una mueca recelosa, que rápidamente se convirtió en una de interés.

—En otras noticias... el Fabbo está diciendo por el grupo del curso que se tirará una fiesta mañana por la noche. ¿Vas a ir?

—¿Yo y fiestas?

—¿Qué tiene?

Aurora soltó una risa seca.

—Es más probable que me veas caminar sobre vidrio que yendo a una fiesta del colegio.

—No seas dramática, ¿qué es lo peor que podría pasar?

—¿Qué yo beba demasiado y un chico me bese?

—¿Ese es tu mayor miedo?

—Ehm, ¿ya viste a los neandertales con los que estudiamos?

—No son tan feos.

—Para ti, tal vez.

—Ya, ¿y qué hay de las chicas? ¿No besarías a ninguna?

—Todas hetero, todas engreídas.

—No creo que todas sean hetero. Eso es estadísticamente improbable.

—Yo soy gay, tú eres... tú. Ya cubrimos la cuota de gays por curso.

—¿Cuota de gays? —Alexandra carcajeó—. ¿Eso es una cosa que existe?

Aurora se encogió de hombros y no pudo no sonreír.

—Igual... no creo que vaya a la fiesta.

—¿Ni siquiera si gano la competición y quiero celebrarlo?

La artista inclinó su cabeza a un lado y entrecerró los ojos.

—¿Por acaso me estás manipulando para que vaya?

—No es manipulación, es una pregunta. Además, sería divertido tenerte ahí.

—Hm. —Ella corrió su lengua por el interior de su mejilla, antes de soltar un exhalo corto—. Okay. Si ganas, lo pensaré. Pero Giovanni tiene que venir junto. No pienso ir a ninguna fiesta o evento de cualquier tipo sola. Los detesto.

—Le mandaré la invitación ahora.

Alexandra abrió su chat con el chico y le comenzó a escribir dicho mensaje. Así que lo envió, Aurora le preguntó:

—Caso decidiera ir...

—¿Sí?

—¿Qué ropa debería usar?

—Casual. No es nada formal.

—Define casual... Nunca voy a fiestas, aunque me inviten.

—Jeans, camiseta, zapatos... Lo que siempre usas fuera del colegio.

—Okay. —Aurora asintió y miró alrededor, antes de cruzar los brazos—. Pero, ¿estás segura de que sería buena idea? O sea, tú eres la popular y todo, pero yo...

—Le caes bien a todos los del curso.

—Yo no diría eso...

—Rory. —Por primera vez, la atleta usó su apodo para hablarle. La artista no se incomodó, así que ella prosiguió:— Siempre ayudas a los alumnos que están pasando por un mal rato. ¡Y no te hagas la insensible ahora, porque ya me he fijado en eso!... —Levantó un dedo al aire, para callarla antes de que pudiera protestar—. Siempre haces unas decoraciones geniales para la sala. Siempre estás involucrada en las actividades del centro de alumnos. Y no hablas mucho, sí... Pero nadie te detesta por eso. Estamos todos más curiosos sobre ti que cualquier otra cosa. Eres tan quieta que no sabemos quién realmente eres... y queremos averiguarlo. Yo quiero averiguarlo.

—Es que no quiero ir allá solo para hacer el ridículo.

—No harás el ridículo. —Alexandra la miró a los ojos—. Si te estoy invitando es porque sé que estarás bien. Y sé que no tienes motivos para creerme, después de todo... pero...

—Yo te creo —Aurora comentó en voz baja—. Es solo que socializar... me cuesta. No quiero que mi experiencia en el San Martín se repita.

—Eso no pasará —la rubia insistió—. Lo juro.

La otra muchacha asintió, luego de un tiempo callada, y se levantó del sofá donde ambas estaban sentadas viendo televisión y pasando el rato. Fue a su habitación y sacó de adentro de su armario una botella de vodka —que había comprado ilegalmente en el mercado, sin el conocimiento de sus padres—.

Por su rostro y su estilo de ropa, todos los cajeros siempre asumían que ella era mayor de edad. Aurora solía valerse de este hecho para embriagarse cuando las cosas se ponían muy inquietantes en su cabeza.

Con esto en la mano, volvió a la sala.

—¿De dónde sacaste eso? —Alexandra indagó.

—Te encantaría saberlo, ¿no? —la artista dijo con un tono cómico, mientras caminaba a la cocina—. Alex, ¿puedes beber o no? Pregunto por lo de la competición.

—Puedo hacerlo, porque a nosotros no nos hacen ningún test multi-drogas.

—Pero ¿quieres? —Aurora frenó sus pasos y estiró su cabeza por el marco de la puerta, para mirarla a los ojos.

—Hm... Dos dedos nomás. ¿Y puedes mezclarlos con jugo?

—¿De naranja o frutilla?

—Naranja.

—A la orden.

La artista en seguida sacó los vasos y les preparó sus drinks. Vodka con zumo de naranja para la atleta; vodka con gaseosa para ella. Guardó la botella de nuevo en su armario de ropas, tomó sus vasos y al fin regresó al sofá, a beber junto a la chica.

—Gracias, tabernera.

—De nada. —Aurora tomó un sorbo de su cóctel—. Hm. Delicioso...

—Está bastante bueno, no voy a mentir.

—Sabes, creo que esta es la única buena parte de vivir prácticamente sola. Soy libre de hacer lo que quiera.

—¿Bebes mucho? —Alex alzó una ceja.

—No diría que mucho, no... —Su anfitriona suspiró—. Pero me gusta hacerlo de vez en cuando, y aprovecho que mis padres no están en casa para divertirme. El alcohol me ayuda a relajar cuando mi cabeza está llena de pensamientos negativos. Giovanni dice que es una mala estrategia de afrontamiento y que probablemente me estoy causando un problema enorme a futuro, pero... —Se encogió de hombros—, él tiene a sus papás y hermanos en casa siempre. Yo estoy a meses sola con mi perro. Y no culpo a mis padres por su ausencia, porque mis abuelos están enfermos, pero no voy a mentir... esta soledad apesta.

—¿Y ellos no trabajan?

—Tienen su propio negocio. Dan asesoramiento legal a gente que lo necesita, pero a distancia. Son abogados.

—No tenía idea...

—Nadie más que Giovanni y nuestros profes lo saben. No me gusta mucho hablar sobre mi vida.

—¿Por qué?

—Cuanto más alguien te conoce, más fácil es para ellos arruinarte. Y como ya te dije...

—No confías en nadie.

—No. —Aurora tomó otro sorbo de su vodka.

—¿Y por qué me estás diciendo todo esto, entonces?

—Porque quiero confiar en ti —la artista admitió, bajando su mirada a su vaso—. Quiero elegir creer que de esta vez no me quieres herir. Porque me empiezas a caer bien, y si todo esto es un engaño, yo...

—¿Te caigo bien? —Alexandra, asombrada, casi deja caer a su propio cóctel—. ¿Hablas en serio?

—Pues... sí. —La volvió a mirar—. Así que si solo estás siendo buena onda porque quieres algo a cambio...

La rubia no la dejó seguir hablando. Puso su vaso sobre la mesa de centro de la sala y se inclinó a un lado en el sofá, para abrazarla. El gesto tomó a Aurora tan desprevenida que por un momento de verdad se le olvidó cómo hablar.

No duró mucho, eso sí. Alexandra no la quería asustar demostrando todo su cariño de una sola vez. Así que se contuvo y la abrazó apenas por algunos segundos — que fueron largos lo suficiente para callar a todas las dudas absurdas y persistentes de la morena—.

—Lo único que quiero de ti es que me perdones por haber sido tan estúpida contigo en el pasado.

—Yo...

—No tienes que decir nada ahora, pero necesito que sepas eso. No quiero nada más de ti que tu perdón y si puedes soportarme, tu amistad.

—Lo segundo ya lo tienes —Aurora respondió, con cierta timidez—. Pero lo primero... creo que me costará un poco dártelo. No es fácil dejar atrás todo lo que pasó. Y si te soy sincera, hay días en los que cada comentario que tú y las demás chicas del San Martín hicieron siguen dando vueltas por mi mente... Hay días en los que cada ofensa, cada palabra maldadosa, me deja sumamente agobiada, al punto de entrar en pánico. Y cuando eso sucede, siento que quiero arrancarme el alma del cuerpo y ser libre al fin de caminar sola por ahí, sin que nadie me vea ni me perciba. Y aunque sé que esos momentos no son del todo culpa tuya...

—Yo ayudé a ese sentimiento de auto desprecio a crecer, lo sé —Alexandra completó la frase, arrepentida—. Y lo siento. De veras lo hago. Pasaré el resto de nuestra amistad probándote que todo lo que te dije en esos días era mentira. Porque eres una persona maravillosa, Rory. Y eres digna de amor.

—Ay... —La artista desvió la mirada, cerró los ojos, y soltó una risa mezclada con un exhalo exasperado—. ¡No me hagas llorar hoy diciéndome cosas cursis! O mañana iré a la competencia con los ojos hinchados y me veré miserable.

—No te verás peor que yo cuando termine la carrera, créeme.

—Siempre te ves bien después de que terminas de correr. Llega a ser odioso.

—Ah, ¿sí? ¿Y cómo sabes si me veo bien o mal?

—¿Tal vez sería por las cinco mil fotos que subes a tu perfil de Photobook todas las veces que ganas una medalla?

—¿Entonces lo admites? ¿Me sigues en Photobook antes mismo de que nos volviéramos amigas?

—Tenía curiosidad —Aurora se defendió con un gesto desinteresado y la miró a los ojos de nuevo, un poco más recompuesta—. Quería saber si seguías siendo igual de engreída.

—¿Y? ¿Crees que ese es el caso?

—Ahora que estoy hablando contigo cara a cara, no —ella confesó—. Por lo contrario, de hecho. Creo que tienes los pies en la tierra y eres bastante más centrada que yo.

—¿Centrada?

—Eres una alumna ejemplar y tienes todo tu futuro planeado. Yo ni sé lo que voy a cenar más tarde.

—Pues estoy segura de que hallarás una respuesta a todo. Siempre lo haces.

—Tienes mucha fe en mí, Alex.

—Lo sé. —La atleta sonrió—. Y no me arrepiento de nada. Porque la mereces.

—De nuevo tú queriendo hacerme llorar... ¡Córtala! —Aurora demandó con un tono juguetón y la otra chica se rio, jalándola a otro abrazo.

De esta vez, las dos permanecieron pegadas una a la otra por más tiempo.

—Todo terminará bien, Rory. Así que tranquila... Siempre hay una luz al final del túnel.

—Espero que tengas razón. Porque a veces siento que el túnel nunca termina.

—Lo hará. —La atleta afirmó su agarre en ella y la miró con sus brillantes ojos verdes, llenos de cariño—. Lo prometo.


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El día de la competición llegó. Según lo que Alexandra explicó por el chat, ella sería parte de un equipo de cuatro atletas, donde cada una tendría que correr 100 metros en una carrera de relevo contra otros seis colegios. Sus rivales más importantes eran las chicas del Liceo Rogerio Vargas, que eran unas verdaderas máquinas en la pista.

No sé si logremos ganar de esta vez, pero ganas no nos faltan, porque, aunque no se los mencioné antes, esta carrera es crucial para calificar para las semi-finales nacionales... De ahí iríamos a la final del campeonato y podríamos ser las nuevas campeonas de atletismo estudiantil —la joven dijo en su mensaje de audio, ya sonando un poco nerviosa—. Así que sí... será un gran desafío para todas.

Aurora y Giovanni no tenían dudas en su mente respecto al resultado de la competición, no obstante. Sabían que ella y sus colegas ganarían. Por eso, llegaron al colegio Saint-John's riéndose y charlando con suma tranquilidad.

Aunque al encontrarse con Alexandra al pie de las gradas —quien ya estaba vestida y preparada para el evento y venía acompañada de su padre— ambos momentáneamente dejaron de lado su actitud casual. Porque ella se veía bastante tensa. Y aunque el hombre a su lado la estaba intentando motivar, sus palabras no parecían estar haciendo mucho efecto.

Apenas al verlos ahí, sus hombros se relajaron y ella sonrió. Al ver su reacción, el señor de la Cuadra giró su cabeza hacia el par y los miró con curiosidad.

—¡Vinieron! —La joven caminó hacia ellos y los abrazó.

—Obvio.

—¿Crees que nos íbamos a perder el espectáculo? —Giovanni bromeó, volviendo a su buen humor.

Al separarse, Alexandra miró a su padre y luego señaló al dúo.

—Papá, ellos son Aurora y Giovanni, mis amigos nuevos de los que te hablé.

—Ah, ahora al fin puedo ponerles un rostro a los nombres. —El hombre les estiró su mano a ambos—. Un placer. Mario.

—El placer es nuestro.

—¿Es esa una camiseta de Dulce Tortura? —Giovanni no logró contener su asombro y apuntó a la prenda usada por el sujeto.

—¿Te gusta su música?

—¡Nos encanta!

Mario miró a su hija.

—Ya me cayeron bien —comentó, con una risa corta.

Giovanni siguió hablando con él sobre sus gustos musicales. Mientras tanto, Aurora se acercó a Alex y le intentó subir los ánimos, tal como ella lo había hecho el día anterior:

—Sé que estás nerviosa, pero no tienes por qué estarlo. Te has preparado lo máximo que puedes y tus resultados han sido excelentes.

—Eso no significa que ganaré.

—Pues yo creo lo contrario. Y mira que no le tengo fe a muchas cosas en el mundo.

La atleta se rio y dio un paso adelante. Estaban tan cerca una de la otra que Aurora casi podía ver a los pensamientos formarse tras sus ojos, y cada gota de sudor surgir por sus poros.

—Sí, ¿por acaso lloverá hoy? Porque tú, siendo positiva...

—No te acostumbres —la escultora respondió y luego miró alrededor—. Solo lo hago porque los arbolitos de la tierra necesitan agua. Además, este calor es inhumano. ¿En qué momento el clima se puso tan caliente?

—Si alguien no se desmaya hoy será un milagro —Alexandra concordó, y sus ojos volvieron a encontrarse—. En fin... Tengo que juntarme con mi equipo. ¿Deséame suerte?

—Suerte, Regina.

—Hey...

—Okay... Suerte Alex. —Aurora levantó su puño al aire, con un ademán medio flojo—. ¡Deportes! ¡Woo!

—Idiota.

La artista le mostró la lengua y la vio retroceder con pasos lentos, ahora luciendo un poco menos estresada que antes. Consideró eso un gran progreso. Fue cuando Alexandra se volteó y corrió hacia su equipo que Aurora escuchó más voces en su cercanía. Y al girarse para mirar a Giovanni y al señor de la Cuadra, se sorprendió al ver que algunas de las amigas de la atleta habían llegado, y que el último hombre se había desplazado a un lado a conversar con otro apoderado.

El trío de chicas en cuestión se componía por Constanza "Connie" Riveros, Thiare Soto, y Bárbara "Babi" Torres.

Unas de las pocas que no habían tomado el lado de Álvaro en su separación.

—No, no vine solo. Rory vino conmigo. —La escultora alcanzó a oír la última parte de la respuesta de Giovanni a una pregunta que una de las muchachas le había hecho, y lo vio señalarla con la cabeza.

—¿Aurora? Vaya... Creo que es la primera vez que te veo fuera del colegio —Connie comentó, con más asombro que desdén.

Pero su tono simpático no fue registrado bien por el cerebro frito y enfermo de la artista. Lo primero que ella asumió era que se estaba burlando de su comportamiento introvertido y retraído.

Por suerte, Giovanni la salvó de dar una respuesta mordaz y excesivamente agresiva:

—Ella y yo no somos muy sociales. Vinimos aquí solo para apoyar a Alex.

—Bueno, es siempre mejor tener a más personas en la barra que menos. En especial porque ella y las chicas necesitarán del apoyo extra hoy. Competir en contra del equipo del Rogerio Vargas no es nada fácil —Thiare dijo a seguir.

—Eso ella nos comentó. Son súper buenas atletas, ¿no?

—Lo son. Hay que reconocerlo. —Babi asintió.

Aurora, sin saber qué decir en medio a la conversación, sacó su celular y fingió estar haciendo algo de gran importancia con él. En verdad solo estaba revisando su chat con sus padres de nuevo y leyendo su supuesta fecha de regreso una y otra vez, como si supiera que en verdad ellos no volverían ese día. Luego, cuando se aburrió de sufrir por anticipación, abrió su aplicativo de Photobook y le sacó una foto a la pista a su frente. Marcó al usuario de Alexandra en la publicación y le deseó buena suerte abajo. Sabía que ella solo vería el gesto después, cuando tuviera tiempo de recoger su propio celular, pero Aurora esperaba que, habiendo ganado o perdido, el post le pudiera alegrar un poco el día.

—¿Tienes Photobook? —La voz de Connie la sobresaltó, por estar más cerca de ella que antes.

—Sí.

—¿Te sigo?

—Si q-quieres.

—¿Cuál es tu usuario? —La joven sacó su propio celular del bolsillo.

—@Black-Stars.

—Espera, ¡yo ya te sigo! Haces exploración urbana, ¿no?

—Sí... junto a Giovanni.

—¡Entonces sí que te sigo! ¡Y esa foto que sacaste de la cima de la grúa fue genial! Tengo que preguntarte ahora que te conozco en persona: ¿Cómo llegaste ahí arriba? Siempre quise saberlo...

Sorprendida por el súbito interés de Constanza por su contenido, Aurora bajó sus defensas, relajó sus músculos, y —pese a sus nervios— se puso a explicar todo lo que había sucedido aquella noche con calma, para la felicidad de la chica. Giovanni acabó escuchando sus palabras y se unió a la conversación, dándole más detalles al evento. Las otras amigas de Alex también se le acercaron a oír mejor el cuento.

—Estoy en shock, lo juro. —Thiare sacudió la cabeza—. Teníamos a Black-Stars estudiando con nosotras, en nuestra misma sala, durante todo este tiempo, y ¿no lo sabíamos?

—Te seguimos desde hace años. Yo al menos desde que le sacaste esa foto al molino de agua abandonado —Babi admitió—. ¿Cómo hacen ustedes dos para encontrar esos lugares? Se ven tan geniales...

—Tenemos nuestras fuentes —el muchacho respondió con una sonrisa traviesa, queriendo sonar misterioso.

—Y con eso él quiere decir: Google —Aurora lo siguió, para fastidiarlo.

Así que terminó de hablar, el timbre que señalaba el inicio del evento tocó. El grupo completo se apuró en sentarse en las gradas y miró a la pista con entusiasmo. Primero los equipos masculinos correrían y después los femeninos. Tendrían que esperar un poco por la aparición de su amiga, pero a juzgar por los silbidos y aplausos a su alrededor, nadie tenía un problema con eso.

Sin embargo, aunque casi todas las muchachas a su alrededor se estaban derritiendo como mantequilla sobre pan caliente al ver a esos prototipos de Adonis competir, Aurora se estaba sintiendo un pez fuera de agua. Porque —pese a reconocer que todos sí poseían rostros bellísimos, físicos esbeltos, y que eran estéticamente agradables a la vista— ella no sentía el mínimo de atracción hacia ellos. Estaba más impresionada por su velocidad y por su agilidad que por su apariencia, pero —a excepción de los otros chicos por ahí sentados— parecía ser la única que se importaba apenas por eso.

Esta mirada técnica y desinteresada cambió cuando las chicas entraron a la pista. Su corazón se disparó, sus mejillas se enrojecieron y ella físicamente tuvo que apoyar su mentón en su mano para no estar boquiabierta por el resto de la competición.

Porque... uff. Algunas de las estudiantes compitiendo ahí eran realmente bonitas. Guapas al punto de hacerla desviar la mirada, porque no se sentía digna de observarlas. Unas diosas en forma de humanas.

—Puedo sentir tu gay panic desde aquí —Giovanni le murmuró, riéndose en voz baja.

—Cállate —ella le respondió sin mucha rabia, por saber que él estaba en lo correcto y ella sí estaba encantada por la vista.

Pero lo más raro de la experiencia no fue solo hallar a las demás atletas atractivas. Eso era de esperarse, porque aunque fuera gay ella seguía siendo una adolescente hormonal, al final del día.

No, lo raro fue hallar a Alexandra atractiva.

Eso fue lo que le jodió el cerebro de una vez por todas.

Porque, bajo todos los estándares, ella no debería serlo. O sea, que era guapa era guapa, eso era innegable... Pero también era su archienemiga, convertida en compañera de curso, convertida en nueva amiga. Lo único que debería existir, de parte de cualquiera de las dos, era un simple y fácilmente explicable cariño platónico. Tal vez hasta un poco de admiración, ahora que se conocían mejor. Pero no... esto. Lo que sea que fuera.

¿Un capricho? ¿Deslumbre? ¿Crush?... No lo sabía.

Otra vez, si ella era objetiva —y juraba que estaba intentando serlo—, Alexandra era convencionalmente hermosa. Su cabello rubio acaramelado, sus ojos verdes que tiraban a pardo, su boca ovalada y nariz recta, ligeramente levantada en la punta, eran una combinación fatal para cualquier persona con un corazón y juicio sano. Juntar a todos estos atributos a su físico escultural, sus piernas alargadas, cinceladas por los propios ángeles, y sus bíceps perfectamente definidos... era casi pecaminoso.

Dale.

Giovanni sí tenía razón.

Su lesbianismo estaba gritando a todo pulmón aquella tarde.

Pero, ¿cómo no podía estarlo? Las gotas de sudor se deslizaban por su tez a una velocidad tan lenta al punto de resultar dolorosamente frustrante, las venas de su cuello saltaban por debajo de su piel enrojecida, los músculos de su pierna estaban al descubierto por culpa de esos mini shorts rojos que usaba, y sus pechos...

NO.

No.

No seguiría pensando en eso.

No.

Nopety no, nope NO.

Esto debía ser algún tipo de pensamiento intrusivo muy retorcido porque de verdad no estaba encontrando a Alexandra atractiva. Eso era imposible.

Roja como un tomate —o mejor, como un ardiente pimiento habanero— Aurora sacudió la cabeza y miró a un lado por un instante, para calmarse. Fue entonces cuando vio a Álvaro, sentado entre los espectadores del evento, observando a la atleta con una mirada bastante más enojada y celosa que la suya.

A ella no le gustó ni un poco esto. Y de inmediato su mente se orientó hacia otros pensamientos, más preocupados que enamoradizos. ¿Qué estaba haciendo ese desgraciado ahí? ¿Qué quería con Alex?

No tuvo mucho tiempo para ponderarlo, ni para demandar que se marchara. Porque de pronto todos estaban de pie a su alrededor, gritando como locos, silbando y aplaudiendo.


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El equipo de su colegio había ganado la carrera y Alexandra pasaría a las semi-finales. Al ganarse el primer lugar, ella y sus colegas habían superado en puntaje a las chicas del Rogerio Vargas. Estaban calificadas.

Mientras los profesores del Saint-John's preparaban la pista para las pruebas de salto largo, Alex se fue al vestuario junto a sus colegas, a secarse un poco el cuerpo, lavarse la cara y cambiarse de ropa. Se ducharía en casa, pero no quería salir del establecimiento oliendo a queso y viéndose como una loca, con el cabello todo sacudido y enredado por el viento.

Allá, su entrenador le entregó a cada una de ellas sus botellas de G-Power favoritas —una bebida energética deportiva que auspiciaba a los eventos del campeonato— y les dijo a todas justo lo que querían oír: Habían hecho un muy buen trabajo.

Luego, mientras ellas se quitaban sus zapatillas y calcetines, él les repasó los mejores y peores momentos del evento, les dio consejos sobre cómo mejorar su desempeño, y les entregó una noticia que la joven realmente no esperó, ni deseó escuchar aquel día: Las semi-finales de la competición serían realizadas en el Liceo San Martín.

Oír el nombre de aquel infernal lugar de nuevo logró quitarle toda su sed y hambre, y ella casi escupió el líquido rojo que cubría su boca. Tamaño fue su pasmo y disgusto.

Pero no dijo nada al respecto. Si ahí tocaba competir... ahí tocaba competir. Tendría que tragarse su amargura e ignorar sus pésimos recuerdos del lugar por el bien de su futuro.

Porque los rumores no eran falsos. Unos reclutadores de la Universidad Rodolfo Ibañez sí habían estado presentes en la carrera que recién había terminado, y sí habían anotado los nombres de ella y sus colegas en su lista de posibles becados. Esto su entrenador lo confirmó, por haberlos visto con sus mismísimos ojos, sentados en las gradas.

O sea que Alexandra no tenía tiempo, ni espacio, para sentirse mal. Debía concentrarse en su victoria y nada más que eso.

Aun así, al salir del vestuario usando sus pantalones holgados y sudadera gris, con su bolso deportivo rosado colgado del hombro, ella no lo hizo con una sonrisa falsa y una actitud relajada. Por lo contrario, lo hizo con la cabeza pesada, llena de pensamientos desagradables.

No quería volver allá. Pero lo haría. No quería pisar allá. Pero tendría que hacerlo.

Tan solo al ver a su grupo de amigos aproximarse, se acordó de fingir que estaba bien. Y aunque la gran mayoría no percibió su repentino cambio de expresión, una de ellos sí lo hizo: Aurora.

La joven no la confrontó al respecto de inmediato, para su alivio, pero su mirada lo dijo todo. La había pillado. Sabía que algo la estaba incomodando.

—¡LO LOGRASTE, PERRAAA! —Connie gritó con un tono cariñoso, abrazándola antes de que pudiera decir cualquier cosa.

—Gracias por venir.

—¡Las hiciste comer polvo, literalmente! —Thiare la abrazó después, siendo seguida por Bárbara.

—¡¿Qué te están dando de comer para tener unas piernas así de potentes?!

—Mucho pollo —la atleta respondió, sonriendo.

—Ya, pero ¿Y ahora? ¿Dónde será la semi-final? —Giovanni preguntó, curioso.

—Eh... aún no me lo dicen —Alex decidió mentir—. Creo que lo decidirán esta semana.

—Cualquier cosa, avísanos.

—Lo haré. —Ella desvió sus ojos del muchacho y miró a Aurora de nuevo—. ¿Y? ¿Hice un buen trabajo?

—Nada mal, Blondie*.

—¿Ese es tu nuevo apodo del mes?

—Es mejor que Regina George, ¿no? Pensé que te gustaría más.

—Y acertaste, me gusta —ella confirmó, y después de un instante de confrontación silenciosa, las dos se rieron.

Alexandra luego ojeó a su padre. Mario estaba sonriendo, orgulloso, y así que sus miradas se encontraron él abrió los brazos a modo de invitación. Ella se pegó a su pecho con un suspiro aliviado y se hundió en contra de él.

—Te dije que lo lograrías, ¿no?

—Lo hiciste. —Ella se rio, aliviada—. Y acertaste.

Ellos se separaron y el grupo siguió charlando sobre los logros de la atleta y de su equipo. Fue entonces cuando el tema de la fiesta en la casa de Fabbo resurgió y ella le preguntó a su progenitor si podía ir. Él concordó, pero le demandó que ella estuviera en casa antes de las tres de la mañana.

—Llámame y los iré a buscar a todos —Mario ordenó y su hija asintió, sin encontrar su petición demasiado estricta—. Así me aseguro de que vuelvan a casa sanos y salvos.

—Gracias, tío —Connie y sus otras amigas longevas dijeron, mientras Aurora y Giovanni hacían gestos con su mano en agradecimiento.

—¿Nos vamos ahora? —él le preguntó a Alex.

—Sí... —Ella asintió de nuevo y el señor de la Cuadra se despidió de todos los presentes, antes de voltearse y salir caminando hacia la salida—. Nos vemos más tardes chicas... y Gio —La atleta también les dijo adiós—. Ah y Connie, pídele el número a él y a Rory; mételos al chat grupal.

—¡Buena idea!

—¡Nos vemos Alex!

—¡Bye!...








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Nota de la autora: "Blondie" es un apodo gringo para una chica rubia. A veces puede ser despectivo, a veces no. Depende del contexto.

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