Lo que éramos - Capítulo 20
El día de la competición en el estadio Centurión había llegado.
La final del campeonato de atletismo —y también el día en el que la ansiedad de Alexandra había alcanzado un punto celestial, de tan alto—. Sus manos le temblaban más que las de su abuelo antes de morir. Su corazón golpeaba su esternón con tanta fuerza que parecía querer fracturarlo desde adentro. Y ella se sentía enferma al punto de querer vomitar.
Pero esto no se debía apenas a sus nervios por si entraba o no a la universidad de sus sueños. No se debía al trofeo, las medallas, o su espíritu competitivo irremediable. Sino a la sombra de su madre, alzándose tras su espalda, lista para derribarla del podio a la primera oportunidad que tuviera, y arruinar su vida con gusto.
Por suerte, ella no la vio en el estadio. Entre el público, sólo alcanzó a ubicar a su padre, su abuela, y a sus amigos. Aurora estaba de pie, cerca de las escaleras, queriendo verla competir con la mayor claridad posible. Apenas al intercambiar miradas con ella, su mente atribulada se calmó. Ese segundo de claridad, de serenidad, fue crucial para que ella pudiera volver a concentrarse en su actual deber y responsabilidad: ganar el campeonato.
Sus colegas también habían trabajado duro para llegar ahí. Ella no podía fallarles ahora. Tenía que tener un desempeño ideal. Simplemente debía hacerlo.
Se despidió de su entrenador y le sacudió la mano, mientras él le deseaba buena suerte. Tuvo un abrazo grupal con sus compañeras de equipo, para aumentar su moral. Vio a Scarlett caminar hacia los tacos de partida y acomodarse. Esperó que el claxon tocara por los altavoces con impaciencia. Cuando al fin lo hizo, aguardó a que todas sus colegas le dieran la vuelta a la pista del estadio, y se preparó para comenzar a correr.
De esta vez, su entrenador la había puesto en el último tramo de la carrera. Ella sería la encargada de cruzar la línea de llegada. Así que recibió el testigo, sus rivales la sobrepasaron. Alexandra supo que sus amigos y familiares debían estar locos, viéndola ceder el primer lugar de tal forma. Pero su retraso fue parte de su estrategia. Guardó casi toda su energía para el final, y pisó en el acelerador con ganas así que lo encontró adecuado. Corrió tan rápido que casi marcó sus pasos en el suelo. Atravesó a sus rivales una por una, dejándolas confundidas con su velocidad sobrehumana. Ganó la carrera literalmente al último segundo.
En una carrera de 400 metros, ella recuperó los últimos 200 metros a tiempo de vencer la competición.
Y ahora, junto a sus colegas, ella era la campeona nacional de atletismo estudiantil.
Su alegría, sin embargo, solo duró un par de minutos. Porque al voltearse hacia su público, orgullosamente enseñando su sonrisa perlada, ella no tan solo vio a su novia, a su padre, abuela y amigos. También vio, a la derecha del grupo, a su madre. Ella estaba de pie, junto a los reclutadores de la URI. Hablándoles.
Y en un instante, el jadeo provocado por su cansancio se volvió un jadeo de pánico. Su expresión se derritió. Sus brazos —a los que había levantado así que terminó la recta final— cayeron a sus costados lentamente y sus hombros se tensaron.
—¿Alex? —la llamó Lucía, una de sus colegas de equipo, al notar su desencanto—. ¿Estás bien?
Alexandra no logró contestarle, porque respirar se había vuelto aún más difícil, y hablar le resultó imposible. Se inclinó adelante y apoyó sus manos en sus muslos, como lo hacía cuando estaba exhausta. El movimiento solo empeoró las cosas. El aire no estaba entrando a sus pulmones.
Su visión se había oscurecido en los ejes. Su pecho se sentía estrujado por una fuerza invisible. Sus rodillas estaban perdiendo sus fuerzas.
Ella se hubiera caído al suelo, si lo fuera por los brazos de Lucía y también de Scarlett, quien se había acercado a ella por orden de la última. Raquel salió corriendo a buscar a su entrenador y, con la ayuda del hombre, llevaron a Alexandra con discreción al vestuario del estadio.
La acostaron en el suelo. Le quitaron las zapatillas, los calcetines, y le pusieron unas bolsas de hielo en la tez y espalda, creyendo que ella estaba teniendo un golpe de calor. Le dieron también una botella de G-Power roja y le dijeron que bebiera. Pero tanto ella como su entrenador lo sabían, su súbito malestar no se había debido a ello. La rubia había tenido un ataque de pánico.
Sus manos aún estaban temblando por su angustia, y estaban entumecidas. Su cuerpo no paraba de sudar, pese a su quietud, y ella sentía náuseas por ninguna razón en específico. Todavía le costaba respirar, y mucho. Sentía que su mundo se acabaría a cualquier minuto, ya que ella moriría.
Corrección, ella aún estaba atascada en un ataque de pánico.
El profesor Moisés, su entrenador en cuestión, les dijo a las demás chicas que salieran del vestuario por unos minutos y le diera a ella un poco de espacio. Se quedó adentro junto a la atleta y el paramédico del estadio. Ellos la conectaron a un cilindro de oxígeno de emergencia y esperaron con ansias que ella mejorara.
Cuando al fin la rubia logró volver a la realidad, el docente le avisó que tenía que llamar a su padre, y notificarle de lo que había pasado.
—No... —ella le rogó—. A- Abuela.
El entrenador estiró su boca en una línea recta. No quería tener que hacerle caso, pero él sabía que la relación de la joven con sus padres era a veces... complicada. Así que terminó concordando, y fue a llamar a la señora.
Martina entró al vestuario con apuro cinco minutos después.
—Alex, ¿qué pasó?
—Corrí d-demasiado —la muchacha mintió y el paramédico a su lado decidió quedarse callado, pese a saber la verdad—. Casi me desmayo.
—¿Quieres ir al hospital? Te puedo llevar...
—No. —Se quitó la mascarilla de oxígeno del rostro—. Solo q-quédate un poco aquí conmigo, porfa.
—¿Quieres que llame a Aurora?
—No... —Sus ojos verdes se llenaron de lágrimas—, por favor... solo...
—Me quedaré aquí, tranquila. —La señora se sentó en una de las bancas, a su lado—. Y respira... Todo estará bien. Ya ganaste la carrera, eres la campeona, hiciste un excelente trabajo...
La voz de su abuela se perdió en el aire. Alexandra cerró los párpados y se concentró en su respiración.
Reprimió su miedo.
Reorganizó sus pensamientos.
Se forzó a calmarse.
Porque tenía que hacerlo. No podía gastar su tiempo sufriendo. No podía gastar su tiempo llorando. Tenía que fingir que todo estaba bien. Tenía que seguir luchando contra su angustia, y salir de aquel vestuario con el mentón en alto.
No podía dejar a su madre ganarle la batalla. Tenía que pelear hasta el final.
Luego de unos minutos, cuando al fin logró escuchar a la señora Martina de nuevo, se sentó sobre la colchoneta y abrió los ojos.
Justo a tiempo de ver a uno de los reclutadores del equipo de atletismo de la Universidad Rodolfo Ibañez aparecer en la puerta del vestuario.
Alexandra se levantó como pudo y se recompuso a la rápida, asustando incluso a su abuela, quién también se levantó de la banca para sostenerla.
—Buenas tardes, damas. ¿Puedo entrar?
—Claro... —La rubia asintió.
—Primero que todo, ¿cómo se siente, señorita? Usted corrió como nunca antes había visto a alguien correr allá en la pista.
—Estoy... bien. Solo tuve un golpe de calor. Gracias por preguntar.
—Sin problemas.—El hombre se le acercó y primero sacudió la mano de la señora Martina, antes de ofrecerle su palma a la joven—. Yo soy Manuel Plaza, el director técnico y seleccionador del equipo de atletismo de la Universidad Rodolfo Ibañez. Quisiera hablarle sobre nuestra institución, lo que le podemos ofrecer, y también sobre la beca deportiva Ibañez, a la que he oído por ahí, usted desea recibir.
—Sí, yo... siempre he querido estudiar en la URI.
—Pues discutamos esa posibilidad, y hagámosla una realidad.—El reclutador sonrió, con cierto charlatanismo, y Alexandra copió su sonrisa en su propio rostro por cuestión de educación.
Entre los tres, conversaron sobre sus posibilidades de entrar, los beneficios de la beca, las responsabilidades que conllevaba, y el riguroso proceso de entrenamiento de los deportistas de la universidad. Manuel ya parecía saber que la joven era una excelente alumna, así que no le hizo muchas preguntas sobre puntajes y promedios. Estaba concentrado en conseguir sumarla a su equipo. Y Alexandra, concentrada en entrar.
Para su alivio, él no le hizo preguntas sobre su vida privada. Lo que significaba que su madre no la había desenmascarado aún. Sus secretos seguían siendo suyos, y sus sueños aún no habían sido rotos.
O al menos, eso ella creyó. Pero así que se despidió de Manuel, del paramédico y de su entrenador, y se fue del vestuario junto a su abuela, la realidad la golpeó con fuerza.
Su madre la estaba esperando afuera, con una sonrisa malvada.
—¿Qué haces aquí, Natasha? —La señora Martina se metió entre su nieta y la mujer.
—Oí que mi hija se había sentido mal y vine a ver cómo estaba.
—Como si tú te importaras por mí.
—Eres tan ingrata que me ofendes. Solo vine aquí por ti.
—¿Por mí, o para saber qué piensa el reclutador de la URI?
—Ambos. —Natasha dio un paso adelante—. ¿Ya has tomado tu decisión? Porque el tiempo se agota. Y tu futuro está en juego.
Alexandra tragó en seco. Se sentía arrinconada, pese a la presencia de su abuela. Pero la señora lo notó, y ella no había contado con ello.
—Ella tomará la decisión correcta a su propio tiempo y a su propia voluntad. Déjala en paz. Lo que ella hará con su vida no te incumbe. Ya cumplió sus dieciocho años y es su propia persona.
—Abue...
—Vámonos, Alex. —La señora Martina la tomó de la muñeca y la llevó lejos de la mujer que aún la encaraba con una mirada maligna.
Natasha levantó su mano izquierda y le señaló a su propio reloj con la derecha. La rubia tragó en seco, entendiendo muy bien lo que su madre le quiso decir.
Tenía que actuar rápido.
Aunque hacerlo le partiera el corazón.
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Nota de la autora: ¡Hola people! Paso para avisar que se vienen algunos trigger warnings importantes para los próximos capítulos:
Crisis de salud mental, intento de suicidio (no se mostrará nada demasiado explícito, detallando cómo sucedió, ni habrá sangre, pero un personaje sí será encontrado al borde de la muerte), mención a abuso sexual (de nuevo, ninguna escena explícita, pero se hablará al respecto) y en general mucha tristeza por todos lados.
No quiero hacer spoiler, pero a la vez no quiero que sufran si es que ya están pasando por un mal rato, así que... sí.
Si van a seguir leyendo, tengan cuidado.
Las cosas comienzan a mejorar a partir del capítulo 22-23, pero obviamente eventos así de importantes dejan su marca, así que volverán a ser mencionados y discutidos hasta el final de la obra.
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