Lo que éramos - Capítulo 12

Aurora se despertó un poco más temprano de lo usual. Se vistió con su uniforme de colegio, casi quedándose dormida mientras se movía, y luego de desayunar acompañó a Alexandra a su hogar, a buscar sus cosas.

Según la atleta, su madre dejaba la propiedad todos los días a las seis y media. Así que las dos tuvieron que esperar en la esquina a que la señora de la Cuadra se subiera a su automóvil y se alejara de ahí, por un total de quince minutos.

Hacía frío. El cielo estaba nublado. Sus alientos se estaban condensando y las ventanas de las casas cercanas se veían empañadas. Para que la pobre no se congelara, Aurora la abrazó mientras aguardaban su hora de moverse. Pero dicho gesto no tan solo le sirvió para calentarse el cuerpo, sino también para tranquilizar su mente. Algo que Alexandra apreció, cuando el momento de regresar a su hogar llegó.

Ella, por suerte, había alcanzado a recoger su propia llave antes de huir de su casa. Por lo que logró entrar ahí sin problemas.

Al seguirle la cola hasta la sala de estar, la boca de Aurora se desplomó. El lugar parecía una iglesia, tanto por la cantidad de crucifijos colgados en las paredes, como por las numerosas esculturas de santos dispuestas en todos los muebles que veía. Eso sin mencionar los pasajes bíblicos pegados por doquier y la impresionante biblioteca compuesta apenas de libros teológicos cristianos.

—Siento que debería estallar en llamas por tan solo pisar aquí —ella comentó en voz baja y Alexandra soltó una risa corta, mientras sacudía la cabeza.

Las dos se movieron a la habitación de la rubia a seguir. Era enorme, lujosa, y no combinaba ni un poco con su personalidad. Parecían más los aposentos de una vieja empresaria multimillonaria, retirada de la vida pública, que los de una deportista adolescente, fan de novelas románticas y de bandas underground de rock.

Claramente había sido diseñada por la señora de la Cuadra. Nada allí aparentaba pertenecer a su hija.

—Puedes sentarte en la cama... No me voy a demorar mucho —ella le dijo a Aurora, mientras se movía a su gigantesco clóset.

La atleta recogió apenas lo justo y necesario de adentro. Jeans, camisas, camisetas, sudaderas, ropa interior, sus uniformes y su abrigo. Vendría a buscar más cosas una vez supiera dónde viviría definitivamente. También aprovechó la privacidad del armario para cambiarse a sus ropas del colegio.

Salió de allí cargando una mochila con sus pertenencias, otra con sus útiles escolares, y con su bolso deportivo.

—Estoy lista.

—¿Tan rápido?

—No necesito mucho por ahora. Con esto estaré bien.

—¿Segura?

La rubia asintió.

—Ya tuve que vivir con mucho menos antes... Estoy acostumbrada.

Aurora respiró hondo y concordó con la cabeza, con una expresión apenada. Esa respuesta no le resultó ni un poco reconfortante, pero la otra muchacha no tenía por qué saber eso. Así que se quedó quieta y extendió su mano hacia ella, ofreciendo cargar el bolso deportivo en su lugar. Alexandra aceptó su ayuda, por suerte.

Ambas salieron de la casa con rapidez, decididas a no gastar otro segundo más allá adentro. Mientras lo hacían, el papá de la atleta al fin la contactó.

—Me dice que me vaya al hogar de mi abuela y que no vuelva más aquí... Gracias a Dios —Alex llevó el celular a su pecho, cerró los ojos y bajó el mentón.

Su alivio fue contagioso, hasta Aurora lo sintió.

—Yo te llevo allá.

—¿En serio? —La volvió a mirar.

—Claro. Pero ¿quieres ir ahora, o nos vamos al colegio primero? No me hago problemas con acompañarte allá por la tarde, si prefieres.

—No lo sé. No quiero llegar tarde a clases, pero a la vez... me siento media muerta por dentro.

—Sé cómo se siente. No por los mismos motivos, pero... —La artista se encogió de hombros—. En fin. Si quieres llegar tarde, o faltar, nadie te juzgará por eso. En especial porque tú nunca faltas. Y yo te puedo pasar la materia que te perdiste después.

Alexandra le sonrió, pese a su tristeza.

—Tú sí que eres un ángel enviado por los cielos, Rory.

—Estoy más para demonio, pero gracias.

La rubia sacudió la cabeza de nuevo y pensó en dicha propuesta, mientras Aurora se subía a su bicicleta.

—Creo que solo pasaré por la casa de mi abuelo a dejar mis cosas, y después me iré al colegio contigo. ¿Te parece?

—La decisión es tuya. Yo solo soy tu chofer hoy. Dime adonde vamos, y te llevo allá.

—Okay, entonces... hagamos eso. De verdad no quiero faltar a clases, ni a mi entrenamiento. No puedo hacerlo si quiero entrar a la URI el próximo año.

—Quisiera tener tu misma determinación. Porque si fuera por mí, ni siquiera saldría de mi cama después de pasar por todo el estrés de anoche.

—Cada uno lidia con su depresión como puede. Tú quieres dormir hasta que tu vida se acabe; yo quiero correr hasta llegar al eje del mundo y caerme de él.

—Eso fue demasiado fatídico y terraplanista de tu parte. Realmente no estás bien —Aurora bromeó, esperando a que Alex se acomodara tras su espalda con sus mochilas. Tendría que pedalear más despacio de lo usual y cargar un peso extra en la bicicleta, pero ella no se estaba incomodando ni un poco por ello. Solo quería llevar a la rubia a algún lugar seguro de una vez por todas—. ¿Lista?

—Sí...

—¿Y ahora adónde vamos? ¿Dónde vive tu abuela?

—¿Conoces la calle Juan Domingo?

—Sí.

—Ella vive en un pasaje por ahí.

—Okay... Eso es a unos 15 minutos de aquí.

—Aprox, sí.

—Vámonos entonces... Sujétate bien.



La casa de Martina de la Cuadra —la madre del señor Mario— estaba construida en medio a un conjunto de casas conectadas a la alameda cercana por una callejuela pequeña. Su hogar también poseía bastantes crucifijos y figuras religiosas, pero la energía del ambiente era opuesta al de su hijo y nuera. Era mucho más cálida, receptiva, amable y rústica. El aire no olía a desinfectante y cigarrillos, sino a pan amasado y café. Las paredes, pisos y muebles no eran monocromáticos, fríos y estériles, sino coloridos y artesanales. Además, la dueña del lugar era bastante más simpática, sonriente y humilde que la madre adoptiva de Alexandra.

La señora Martina dejó claro, desde el momento en que abrió la puerta, lo buena persona que era. Luego de exclamar su nombre, agarró a su nieta en un abrazo apretado y le llenó de besos la cara, antes de hacerle cualquier pregunta o demandar cualquier respuesta sobre todo lo que le había pasado.

—Qué bueno que tu padre al fin me escuchó y te dejó venir a vivir conmigo —la anciana celebró, al soltarla—. Es un alivio verte de nuevo, Alex.

—El alivio es mío en verte, abue.

—¿Y esta chica preciosa que tenemos aquí? ¿Quién es?

—Esta es mi amiga, Aurora... —La rubia señaló a la artista, luego de vuelta a la matriarca—. Aurora, esta es mi abuela, Martina.

—Es un placer, señora.

—Gracias por traerla aquí, cariño —La anciana también hizo cuestión de abrazarla, y al separarse, les dijo:— Ahora pasen adentro a comer algo.

—Vamos a llegar tarde al colegio, abue...

—Yo les escribo una nota a sus profesores. No se preocupen. Pero tienen que comer algo, ¡ambas están tan flacuchentas!...

La señora no escuchó sus voces insistiendo en que se tenían que ir y las forzó a quedarse a desayunar. Fue entonces cuando Aurora entendió por qué a la rubia le gustaban tanto los muffins. La anciana era una maestra preparándolos y tenía toda una pila ya horneada en la cocina —que, pese a haber sido hechos el día anterior, seguían teniendo un sabor y una textura fresca, dulce, y fantástica—.

—Pueden llevarse algunos, si quieren.

—Yo aceptaré la oferta con gusto, están deliciosos —Aurora confesó, luego de arrancarle una enorme mordida al pastelillo.

—Yo igual, ya sabes que me encantan abue.

—Les envolveré dos a cada una, entonces. Ya vuelvo —La señora sonrió y caminó a paso lento a la cocina.

—Tu papá debería haberte dejado mudarte aquí hace más tiempo; amo a la señora Martina —la artista murmuró, al terminar me mascar.

—Concuerdo, porque yo también la amo... pero la historia es complicada. Él y ella no se llevan muy bien, porque ella se opuso a su boda con mamá. Los dos no se hablan mucho. Pero conmigo ella siempre ha sido amable y cariñosa, así que... —Alexandra se encogió de hombros—. Cualquier problema que ellos tengan, es de ellos.

Al cabo de dos minutos, la anciana volvió.

—Aquí tienen, chicas. Sus bocadillos.

—Gracias abue.

—Gracias señora.

Ella les entregó los muffins y luego hizo un gesto con la mano, como diciendo "no es nada".

—Ahora les escribiré las notas a ambas para que se puedan ir. ¿Dónde están sus agendas?

La anciana cumplió con su prometido, y cuando las dos llegaron tarde a clases, lograron hacerlo sin comprarse ningún problema con sus profesores. El único que se sentía fuera del loop y genuinamente preocupado, al punto de sonar un poco irritado, era Giovanni.

—¿Qué diablos les pasó? —él le preguntó a su mejor amiga, así que ella se sentó a su lado.

—Muchas cosas —Aurora suspiró—. Te lo contaré en el recreo.


---


Las dos chicas, por haber llegado a clases juntas, decidieron pasar el resto del día separadas para evitar que rumores se formaran. Obviamente las amigas de Alexandra le hicieron todo tipo de preguntas atrevidas e incómodas así que lograron sentarse en grupo a conversar, y Giovanni siguió el mismo protocolo con Aurora, pero para el resto de la clase —menos su profesor— su aparición simultánea había resultado ser una mera coincidencia.

Ambas solo se volvieron a ver después de que su jornada de estudios había terminado y todos sus colegas, ido a sus respectivas casas. Por ser jueves, la artista tenía que quedarse en el liceo por sus actividades en el taller y la deportista también, por ser un día más de entrenamiento. Pero la última decidió abandonar su equipo unos diez minutos antes de lo usual, bajo la excusa de haber "dormido muy mal la noche anterior" —por suerte su entrenador sabía más o menos lo que aquello realmente significaba, conociendo su historial de peleas con sus padres—, y ella logró escaparse del patio a la sala de artes justo a tiempo de ver a Aurora impartir una de sus clases a los miembros más jóvenes del taller.

Como tutora, la chica estaba encargada de enseñarle los principios básicos del dibujo técnico y la escultura a los estudiantes de primaria. Y al mirarla desde la puerta, Alex no logró evitar sonreír. Aurora era excelente con los niños y parecía preferirlos mucho más a la gente de su propia edad. Se estaba riendo y charlando con una comodidad sin precedentes. No parecía pensar demasiado antes de hablar. Era espontánea, divertida, y una excelente maestra. Al verla actuar así, uno hasta lograba olvidarse de la tristeza sin tamaño que se escondía detrás de sus ojos oscuros y tormentosos.

—¡Ah! ¡Miren lo que tenemos ahí! —la artista exclamó, al finalmente percibir la presencia de la atleta—. ¡Una invasora!

Todos los niños giraron su cabeza la puerta al mismo tiempo, e incluso la real profesora de artes del colegio, la señora Javiera, también lo hizo:

—¿Alexandra? ¿No deberías estar abajo entrenando?

—Debería, pero me escabullí de ahí temprano para poder venir a ver a Rory. Siempre me habla sobre este taller y me dio curiosidad saber qué hacen... Así que vine a revisar por cuenta propia.

—Ah, entiendo... Bueno, ya que estás aquí, ¿quieres ayudar a Aurora y hacer de modelo para el último ejercicio de figura humana? Justo necesitábamos de una.

—Dale, suena bien —La rubia dejó sus cosas sobre una silla y se movió en dirección al grupo de estudiantes supervisados por su amiga. Al mirarla, preguntó:— ¿Qué tengo que hacer?

—Posar —la chica en cuestión contestó.

—Ya, pero ¿cuál pose?

—Cualquiera, mientras la puedas mantener por más de un minuto.

—Okay, entonces ¿prefieres esto? —Flexionó sus brazos como lo haría Popeye, poniendo a muestra sus bíceps con una mueca cómica, que le sacó una risa a los chicos a su alrededor—. ¿O esto? —Adoptó una posición similar a la de un lanzador de disco, copiando al Discóbolo de Mirón.

—Sabes que puedes solo sentarte en un taburete y ya está, ¿cierto?

—Ya, pero ¿cuál es la gracia en eso? —Ella imitó ahora una pose de superhéroe, con sus manos en su cadera.

—Okay, quédate así entonces y deja que la clase te dibuje. No tenemos mucho tiempo.

—Dale —Alexandra asintió y se quedó quieta como una roca, mientras oía a una sinfonía de lápices y gomas retratarla a su alrededor.

El grupo intentó capturar su belleza con apuro en los minutos que les restaba del taller. Pero, para ser bocetos hechos a la rápida, cada uno de los dibujos entregados por los niños estaba muy bien elaborado. Ellos claramente tenían un talento artístico intrínseco que, con la ayuda de su profesora y de su tutora, sólo tendía a mejorar. Alex estaba impresionada, y se los hizo saber así que pudo ojear todos los proyectos presentados.

—Saben, si este liceo tuviera tan buenos atletas como tenemos artistas, ya hubiéramos clasificado a las olimpíadas —ella bromeó, sonriendo.

Los niños, con los ánimos elevados por sus halagos, salieron de la sala riéndose y molestándose entre ellos. Adentro solo quedaron la modelo, la tutora, y la maestra.

—¿Y? ¿Se interesó por el taller, señorita de la Cuadra? —la señora Javiera preguntó, sin mucha seriedad en su tono.

—Le tengo un nuevo nivel de admiración, sí... pero no podría estar aquí por mucho tiempo. No logro siquiera dibujar una línea recta, mucho menos hacer lo que esos chicos hacen.

—Es todo cuestión de práctica y repetición. Cierto, ¿Aurora?

La artista asintió, mientras revisaba los bocetos de sus aprendices más una vez, y les anotaba pequeños consejos constructivos en las esquinas.

—Aun así, hay cierto nivel de amor al arte necesario para ser obediente a esa rutina... Es igual al deporte, supongo. Solo eres disciplinado si de verdad te interesa ser un atleta. Puedes ejercitarte y todo, pero nunca serás un profesional si no te esfuerzas al máximo.

—Tienes razón, pero... diría que nosotros los artistas somos menos competitivos —Aurora comentó, todavía sin alzar la mirada o bajar su lápiz.

Solo lo hizo al oír la próxima respuesta de Alexandra:

—Claro, porque son obsesivos con su propio trabajo. Piensan en cómo pueden mejorar sus propias habilidades para su bien personal, en vez de mejorar sus habilidades para vencer a sus rivales... En resumen, introspección... —Apuntó a su amiga, y luego a sí misma—. Extrospección.

—Podrías escribir un tremendo ensayo con esa tesis.

—Podría, pero no me sobran neuronas para ello... Estoy exhausta —la rubia bromeó, soltándose el cabello para rehacer su cola de caballo.

—Eso dicho, creo que es bueno que ambas se vayan luego a casa, ¿no? —La docente sonrió y sacudió las llaves de la sala—. Lamentablemente, tengo que cerrar. Así que apurémonos en guardar todo esto... —Señaló a los bocetos de los estudiantes—. E irnos. Mañana tú y yo terminamos de calificar los dibujos, Aurora.

—A las órdenes, profe —Ella le hizo un saludo militar relajado, sacándole una risa a la mujer, y comenzó a ordenar los proyectos como ordenado.

Alexandra no le dijo nada más, solo la ayudó con la tarea. Cuando el ambiente estaba en prístinas condiciones, ambas se despidieron de la señora Javiera, tomaron sus cosas y se marcharon. Mientras descendían por las escaleras, retomaron su charla:

—¿Quieres que te vaya a dejar a la casa de tu abuela? Aprovechando que traje mi bici hoy.

—No es necesario... Se supone que papá me viene a buscar. Al menos eso él me escribió durante el almuerzo.

—¿Hablaron?

—Sí... Y al parecer su decisión va en serio. Él se quiere divorciar de mamá aún este año. Se hartó de sus locuras, y yo no lo culpo.

—¿Y qué hay de tu adopción? ¿Tendrás algún problema con eso? O...

—No, después de que el proceso de adopción ya sucedió, el tema de la custodia se decide como si una fuera su hija biológica. Papá está pensando en optar por una custodia compartida, pero yo le estoy rogando que elija la exclusiva. No quiero volver a ver a mi madre en mi puta vida.

—¿Y cómo decidirán quién podrá o no quedarse contigo?

—El juez lo hará, considerando cuál de los dos tiene mejor situación económica, quién tiene o no domicilio, etcétera. No sé todo lo que se necesita para que uno gane y el otro no. Lo que sí sé es que papá tiene fotos de los hematomas que ella me causó, y tiene mensajes de texto comprobando que ella está loca de remate, que lo andaba engañando, y que amenazó con herirme para manipularlo a él... Así que, si alguien de la Ley me viene a preguntar algo, como asumo lo harán, les dejaré bien claro a todos que quiero permanecer del lado de papá.

—¿Y él tiene domicilio? Porque si tu mamá sigue viviendo en tu casa...

—La casa es de él. Pero él no la echa de ahí porque en el fondo le tiene pena. No me ha dicho nada sobre eso, pero no dudo que en breve le diga que salga... Y cuando lo haga mamá se volverá furiosa. No quiero estar ni un poco cerca de ella cuando eso ocurra.

—No lo estarás... Ahora tienes a tu abuela. Y a mí, en caso de emergencia.

Alexandra sonrió y paró de caminar cuando llegaron al descansillo, entre el segundo y primer piso del liceo. Aurora, confundida por su pausa, tuvo que regresar al mismo, ya estando en la mitad del tramo final de las escaleras cuando notó su ausencia.

—¿Qué pasó?

—Nada, solo quiero hacer algo antes de que nos vayamos.

—¿Qué?

—Esto —La atleta la agarró por los tirantes de la mochila y la prensó contra la pared, para besarla.

En menos de un segundo, un centenar de emociones cruzaron por la mente de la artista. Al inicio miedo —por la espontaneidad del gesto—. Luego confusión, seguida de aprensión —porque sabía que las dos no podían ser vistas así en público—. Y al final, vino la aceptación. Quería esto. Esto era más que agradable. ¿Entonces por qué se sentía nerviosa?

Sabía que pronto se tendrían que separar, que pronto se tendrían que ir, y por eso mismo decidió emborracharse con sus labios lo más que pudo, hasta quedarse completamente intoxicada por ellos. Aurora deseaba disfrutar el éxtasis que sentía al probarlos hasta más tarde y esta era la única forma de conservar en su memoria dicho dulzor; trazándolos con su lengua, marcándolos con sus dientes, mapeándolos con su propia boca.

Sus dedos se movieron por cuenta propia hacia la cintura de Alexandra, sujetándola con un agarre suave. La atleta por su parte rodeó el cuello de Aurora con sus brazos y cruzó sus muñecas tras su cabeza, mientras su pasional beso llegaba a su fin.

Ambas se hallaban tan pegadas una a la otra, que desde la distancia era imposible determinar dónde un cuerpo comenzaba y el otro terminaba. La cercanía era tanta que podían sentir a sus torsos inflarse con cada respiro, y a su temperatura corporal subir por culpa de su rubor. Incluso eran capaces de sentir la electricidad que recorría su piel crear chispas en el aire, y a la fuerza de gravedad demandar que sus bocas colisionaran más una vez, como lo hacen los astros en el cosmos. Sin mencionar que, al no tener nada más a lo que mirar, sus ojos no tenían opción a no ser confrontarse unos a los otros, en una batalla de nervios que no condecía con sus osadas acciones anteriores.

En un minuto, ambas se habían deleitado en su coraje y en la pureza de su amor. En el otro, estaban cuestionando cómo lograron ser tan atrevidas, si dicho atrevimiento siquiera era sensato, y qué pensarían los demás si las vieran así, en público.

Maldita fuera la sociedad, sus prejuicios y el temor que instigaba.

Porque un momento tan genuino, inocente y normal, acabó siendo corroído por la vergüenza y la angustia sin que ninguna de las dos siquiera alcanzara a decir una palabra al respecto.

Y todo ocurrió tan rápido, que llegó a ser doloroso.

—Ehm... —Aurora tragó en seco, cayendo en sí—. Tu p-papá... debe ya estar a-afuera...

—Sí, sí... —Alexandra lentamente se apartó de ella, con una sonrisa tan nerviosa como la voz de la artista—. Mejor nos vamos. Yo solo... eh... ya sabes.

—Sí... —La otra asintió—. Lo sé.

La escultora entendía el porqué de aquel beso, de verdad lo hacía. Era un acto de gratitud, de aprecio, de cariño, de complicidad. Era mucho más que un simple "gracias". Era un "no sé cómo llegaste a mi vida, pero ya no me la imagino sin ti". Era todo lo que la rubia quería, pero le costaba, decir.

Así como Aurora también tenía claro que su propia afirmación previa al beso, en la que juraba que nunca le negaría refugio si el mismo fuera necesario, significaba más que una oferta casual de hospedaje.

De un lado había un agradecimiento profundo y del otro, una vulnerabilidad imposible de narrar.

A apenas unas semanas, las dos se odiaban. Bueno, Aurora odiaba a Alexandra, y la última apenas sufría en silencio las consecuencias de sus propios errores. Pero el caso seguía siendo el mismo... ambas no creían que la civilidad sería posible. Y ahora, por esfuerzo mutuo, habían llegado a esto... apoyo mutuo. Afecto incondicional. Deseo, pasión, compresión...

La atleta quería probarle a la artista que era digna de amor, y la artista quería asegurarle a la atleta que ya no estaría sola en sus padecimientos.

Este cambio de posturas y de actitudes era noble, pero... otra vez, existía la sociedad. Y la crueldad sin límites de la misma justificaba el final incómodo y raro a lo que, en tiempos mejores, habría sido un lindo recuerdo para la pareja.

—Ten una buena noche, Alex —Fue lo único que Aurora logró decir cuando llegaron afuera y sus caminos se dividieron.

—Tú también, Rory. Nos vemos.

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