Lo que éramos - Capítulo 11

Todo el día, Aurora pudo sentir los ojos verdes de Alexandra quemando dos agujeros en su nuca desde el fondo de la sala.

Ella intentó mirar al pizarrón. Hablar con Giovanni para distraerse. Estudiar, porque esa era su única obligación. Hacer doodles en los rincones de sus cuadernos. Literalmente todo, a no ser reconocer que estaba siendo observada.

Las dos habían hecho un acuerdo. Intentarían mantener sus interacciones sospechosas al mínimo en el colegio. No podían arriesgarse a que alguien en quien no confiaban se enterara de su amorío y las sacara a la fuerza del armario. Su salud mental, su seguridad física y sus vidas familiares estaban en juego. Así que por el bien de ambas tenían que mantener las apariencias; eran amigas, y nada más que eso.

Pero al parecer, la atleta no había entendido su objetivo muy bien. Porque infinitas horas se habían pasado y sus iris esmeralda seguían buscando a la cabellera oscura de Aurora. Una y otra, y otra vez...

—¿Qué hicieron entre el sábado y hoy? Porque siento que la energía entre las dos está completamente distinta —Giovanni señaló en voz baja, mientras los dos trabajaban en una tarea de álgebra que la artista no estaba entendiendo ni un poco.

Aurora no le quería mentir a su amigo, pero tampoco quería discutir el tema ahí, en plena clase. Así que sacó su celular y aprovechó el desorden en la sala —causado por el profesor, que les había dado permiso de sentarse en grupos— para usarlo. En cinco minutos le resumió al muchacho todos los eventos del fin de semana, del lunes y del martes en una gran pared de texto. Así que él comenzó a leer, observó sus muecas con atención mientras se volvían más y más cómicas. Al conectar sus ojos de nuevo, se encogió de hombros.

—Pasó lo que pasó.

—O sea que ustedes dos... —Giovanni pestañeó, pasmado—. ¿Están teniendo algo serio?

—No diría que es serio. Recién ayer tuvimos una cita.

—Eso es serio, Rory.

—En tu mente romántica, sí.

—¡En la mente de cualquiera lo sería! —él exclamó, aunque de esta vez, por milagro, logró mantener un volumen bajo—. Pero... ¿vas a ir?

—¿A qué?

—A las gradas. A verla entrenar.

—Sí.

—Aurora, Aurora... Quién te vio, y quién te ve. ¡Cuánto progreso en tan poco tiempo! Tienes que darme tips sobre cómo ser un mejor galán.

—No te voy a dar tips... Además, ¿mejor? ¿Desde cuándo eres un galán, punto?

—¿Te recuerdo que besé a más de diez chicas en la fiesta?

—Sí, porque eres un chico blanco, apuesto, y hetero. El único privilegio que no tienes es la plata.

—Excusas, excusas. Sabes muy bien que este colegio está lleno de bi-curiosas, podrías haberte divertido tanto como yo.

—Mis labios son sagrados, no los presto a cualquiera. Muchas gracias.

—No, se lo prestas a tu archienemiga de años. Típica lesbiana.

—Estás siendo homofóbico —ella bromeó y él fingió que la iba a pegar con el lápiz, por molestarlo tanto.

—¿Cómo voy a ser homofóbico? ¡Mi mejor amiga es gay!

—Dios, solo pensé en Central Cee ahora...

Los dos se miraron y se rieron, sabiendo exactamente a cuál artista Aurora se refería:

"How can I be homophobic? My bitch is gay!"*

—¿Quién es gay? —Alexandra se acercó al dúo al fin, usando a su tarea como pretexto para ello.

—Es una canción... —Giovanni sacudió la cabeza mientras ella arrastraba una silla al costado de su mesa y se sentaba—. ¿Y tú qué haces aquí? ¿Te están costando los ejercicios? ¿O solo vienes por gusto?

—Hey... ¿No puedo venir a pasar el rato con mis amigos?

¿Ni puidi vini a pisir el riti con mis amiguis? —él la imitó en una voz infantil.

—Si quieren me voy...

—¡No! —Aurora la tomó del brazo y, al notar lo que había hecho, de inmediato la soltó, volviéndose roja al punto de combinar con la tapa escarlata de su libro de matemáticas—. El Gio solo estaba bromeando, puedes quedarte. ¿Cierto, Gio?

—Adelante. —Él sonrió, con cierto parecido a un bufón de la corte.

—Necesito ayuda con el ejercicio 12 —Alexandra dijo, y ambos sabían muy bien que ella estaba mintiendo, porque generalmente era muy buena con los números—. Llegué hasta la mitad de la ecuación, pero después me perdí.

—Si me das la respuesta del 10, te ayudo con el 12 —Giovanni propuso.

—Trato hecho. —Ella le pasó su hoja de preguntas y recogió la de él.

—Yo soy una inútil en mate, así que no los puedo ayudar.

—Rory tiene discalculia.

—¿Discal-qué?

—Discalculia. —La artista se rascó el cuero cabelludo con su lápiz—. Básicamente es dislexia, pero con números. No entiendo nada de matemáticas.

—Solo no reprueba la materia porque yo la ayudo. Y a cambio ella me ayuda con historia, porque siempre me va pésimo en las pruebas —Giovanni comentó, sin despegar sus ojos de la tarea de Alexandra.

—Ni sabía que eso existía. —La rubia enrolló un mechón de cabello detrás de la oreja—. Pero asumo que debe ser complicado, no lograr leer bien los números... o no sé... ¿calcularlos?

—Generalmente con operaciones básicas estoy bien. Pero cuando alguien decide meter letras al problema... Ahí estoy jodida. —Aurora señaló a su hoja con un exhalo frustrado—. Y los profesores no me creen cuando digo que tengo lo que tengo. Piensan que solo soy floja. Es irritante.

La atleta la miró con una expresión apenada. Luego a sus tareas, luego a la profesora. Bajó su lápiz. Suspiró. Con un movimiento rápido, le quitó la hoja de ejercicios a la escultora —quién no reclamó en lo absoluto, solo la encaró con una mezcla de sorpresa y gratitud— y comenzó a resolver los ejercicios por ella. Giovanni claramente ya había ayudado a Aurora con algunos de ellos, pero aún le faltaba realizar al menos 5 para no sacar una nota roja.

Cuando terminó de escribir, apurada, Alexandra le devolvió el papel con una sonrisa más tranquila.

—Listo. Ahora aprobarás.

—Ustedes dos son unos ángeles.

—Considéralo un agradecimiento por haberme salvado en la clase de artes. —Alexandra apreció la expresión aliviada de su amiga, antes de volver a mirar abajo y seguir con el ejercicio de Giovanni.

Así que los tres finalizaron sus tareas, las entregaron a la profesora y se sentaron de nuevo, a conversar mientras sus otros compañeros de clase aún no terminaban las suyas.

—Entonces... ¿Ustedes ya revisaron el chat? —el muchacho preguntó, sacando su celular del bolsillo. Las dos chicas sacudieron la cabeza—. Habrá fiesta de nuevo el sábado, pero en la casa del Guarén*.

"El Guarén" era Rafael Soto, un amigo de otro colegio de Thiare. Ella había sido invitada a su fiesta y a cambio, preguntó si podía llevar a sus compañeros fieles junto. Nadie más que ella lo conocía en persona, pero ya habían charlado con él por su chat grupal. Parecía ser un sujeto simpático. O al menos eso creían, a juzgar por las pocas interacciones que habían tenido.

—¿Van a ir? —Alex preguntó, alzando sus cejas.

—Yo quiero. —Giovanni asintió.

—No lo sé... —Aurora hizo una mueca bastante menos emocionada que la de ellos—. No tengo ganas de crear otro escándalo innecesario...

—Álvaro no estará allá. Le pregunté al Guarén y él me lo confirmó. Los dos se caen pésimo —su mejor amigo la calmó.

—Además, no creaste ningún escándalo innecesario. Ese idiota cosechó lo que plantó —la atleta añadió y el muchacho la apuntó con la mano, como diciendo "tiene razón"—. Y otra, aunque la culpa hubiera sido meramente tuya, no tienes por qué ocultarte del mundo por una metida de pata. Todos cometemos errores, todos seguimos adelante. Es parte de vivir.

—Tú estás bastante optimista y filosófica hoy —Aurora comentó con una expresión desconfiada.

—Me contagié con tu buen humor ayer, ¿qué quieres que te diga?

—Sí, claro... su "buen humor" es lo que te dejó tan liviana y pensativa. —Giovanni se rio, sacudiendo la cabeza—. Obvio.

Aurora abrió la boca para demandar, más una vez, que fuera más discreto con lo que decía en clase, pero Alexandra la venció en rapidez:

—Ehm, perdón por cambiar de tema de la nada, pero tengo algo que contarles. Lo quise hacer el sábado pasado, y el domingo... lunes... martes... Pero no pude. Estaba nerviosa por tener que decirles esto, y en cierta medida aún lo estoy, pero prefiero que se enteren de todo por mi boca que por otro lado...

—¿Qué pasa? —La artista cruzó los brazos.

—Pues... a los del equipo de atletismo ya nos dijeron dónde competiremos a seguir.

—¿Y?... ¿Adónde será?

—En... el Liceo San Martín.

Silencio. Alexandra observó a sus amigos mientras ellos se miraban, tensos. Jugó con sus pulseras. Bajó sus ojos a los lápices tirados sobre la mesa.

—¿A qué horas?

—¿Huh? —Ella volvió a encararlos.

Aurora, quien recién había hablado, hizo su mejor esfuerzo en relajar su postura y ocultar sus reales sentimientos respecto a la situación.

—¿A qué horas será tu competición?

—A las dos de la tarde.

—Okay.

—¿Okay?

—Son las semi-finales, ¿no? —La artista ahora fue quien miró a sus propias manos, queriendo distraerse—. Tenemos que ir.

—No, no tienen que hacerlo si no quieren —Alex les aseguró—. Agradecería mucho que fueran, claro, pero...

—Iremos —Aurora la cortó—. No te calientes la cabeza sobre eso.

Giovanni no dijo nada, pero con su mirada de asombro lo dijo todo.

Su mejor amiga amaba permanecer en su zona de confort. Salir de ella y confrontar a sus miedos más profundos no era lo suyo. Que aceptara regresar al lugar que había sido su infierno en la tierra era milagroso. Y no era algo que haría por cualquier persona.

Tanto él como Alexandra entendían —por distintos motivos, claro— el tremendo sacrificio mental que aquello sería para ella.

Y por eso mismo la atleta preguntó, una última vez:

—¿Segura?

—Hm. —Aurora asintió, y con su ansiedad gritando tras sus ojos, la volvió a mirar—. Lo estoy.





El resto del día pasó rápido. Los tres adolescentes quedaron un poco desnortados por esta conversación, pero cada uno encontró una manera distinta de ignorar sus angustias. Giovanni buscó más lugares a los que visitar durante la semana en su celular, y eventualmente migró a la mesa de Connie, a preguntarle si quería unirse a su equipo de exploración junto a sus otras amigas. Aurora desapareció durante el recreo del almuerzo, dejando claro que quería estar a solas por un rato, y al no encontrarla en la sala de artes, ambos el muchacho y Alexandra optaron por dejarla en paz. La atleta en sí sacó de su mochila el ejemplar de "Black Roses in the Graveyard" de Alaister Marwood, al que había tomado prestado de la biblioteca el día anterior, y se puso a leer.

Durante su última hora de clases, el profesor de química faltó y los tres al fin se volvieron a juntar. Aurora se veía menos angustiada, pese al hecho de que sus manos estaban temblando bastante. Alex asumió que se había tomado una de sus pastillas, y que por eso su agarre en los lápices estaba tan inestable. No le hizo preguntas al respecto eso sí. Sabía que no era correcto.

Sus conversaciones, como siempre, terminaron con ellos riéndose y jalando adelante un tema de discusión que nada tenía que ver con el anterior. Pasaron aquellos minutos finales de estudio haciendo todo menos estudiar, olvidándose por un segundo del estrés de su día a día y de todos los problemas privados con los que tenían que lidiar.

Eventualmente, el timbre sonó. Giovanni se despidió de sus amigas y se fue junto a Connie, Thiare y Babi a dar un paseo por la ciudad. Al final de cuentas, Aurora se quedaría en el colegio para ver a Alexandra entrenar, y él no quería tocar el violín al lado de la artista mientras ella babeaba al ver a su "bestie" correr por el patio.

—El entrenamiento dura desde las cuatro hasta las cinco y media. A veces nos quedamos hasta las seis, pero creo que hoy el profe Moisés está de buen humor y no nos exigirá demasiado. Hay que ver. Yo te acompañaré a las gradas y después me iré a los camerinos del gimnasio, a cambiarme de ropa. Tú dibuja lo que se te venga a la mente por mientras, ¿ya?... Hay que poner ese cerebrito tuyo en marcha de nuevo.

Aurora se rio y sacudió la cabeza, concordando con lo dicho por Alexandra. Las dos salieron al pasillo cargando sus mochilas y bolsos, y continuaron charlando sobre sus clases mientras bajaban por las escaleras, ignorando el peso de su conversación sobre el campeonato, que aplastaba sus hombros mientras descendían.

Como lo prometido, la atleta llevó a la artista a las gradas y luego se desvaneció. Aurora se acomodó en su asiento, cerca de la cima de la estructura, con su croquera en la mano y su estuche tirado a su lado, esperando a ser abierto y usado.

A aquellas horas una brisa helada corría por ahí, sacudiendo su cabello y haciéndola entrecerrar sus ojos oscuros. El sol brillaba, pero las nubes que habían descargado su furia sobre la ciudad ayer seguían dando vueltas por el cielo, debilitando su luz. Los árboles alrededor del patio comenzaban a perder sus hojas por la llegada del invierno, pero todavía no estaban secos y desnudos. El clima era agradable y la vista era preciosa, tenía que admitirlo.

Sin embargo, ¿en qué momento llegó el otoño? ¿De verdad había estado tan consumida por su depresión y su desánimo que no había percibido el cambio de las estaciones?

Esta confusión mental la debió asustar, pero no lo hizo. Apenas la dejó absorta.

Pasó los siguientes diez minutos admirando a sus alrededores en silencio, con la misma mirada melancólica de un marinero atascado en su barco por meses infinitos. Los escenarios y sus colores a su alrededor podían cambiar, las personas que conocía de puerto en puerto podían ser distintas e interesantes, la marea podía subir o bajar, pero de alguna manera... Él seguía preso a su navío. Y ella seguía presa a su depresión. Atascada en su mar de sufrimiento. Anclada bajo una tempestad oscura y peligrosa.

Aurora aún sentía que su vida no tenía dirección. Existir aún no le hacía sentido. Sí, ahora estaba feliz, pero... ¿cuánto duraría esta felicidad? ¿Siquiera era genuina? Pronto tendría que regresar al Liceo San Martín para apoyar a Alexandra, y lo haría por querer confiar en ella, pero... ¿debería? ¿O acaso esta era otra de sus viles artimañas? ¿Enamorarla para después romperle el corazón?... No... Espera... ¿Sí?

Sacudió la cabeza. Sus pensamientos la desorientaban. No, esto no era un plan malvado de la atleta para hacerla sufrir. La chica ya le había probado que había cambiado su comportamiento y que era otra persona ahora.

Pero... la sensación de vacío y de temor le continuaba devorando las tripas, haciéndola sentirse enfermiza e incómoda.

¿Sería ella una buena pareja para Alexandra? ¿O acaso se estaba haciendo ilusiones? Al final, la muchacha era hermosa. Era inteligente. Era talentosa. Y tenía un apellido de prestigio. No era cualquier persona. Y ella misma, pues... no estaba a su nivel.

Mientras la veía salir del gimnasio y entrar al patio, junto a sus colegas de atletismo, esta última noción se solidificó en la mente de la artista. Ambas no eran iguales. Alexandra era guapa, popular, una estudiante de honor, una atleta premiada y Aurora... solo era una pérdida de espacio. Solo existía.

Alexandra era la estrella de la obra y ella una mera actriz de reparto; una sombra más en el fondo...

De nuevo su mente se llenó de veneno y hiel. Se obligó a agarrar un lápiz y comenzar a dibujar, porque necesitaba concentrarse en algo, y el silencio la estaba enloqueciendo.

Comenzó a hacer bocetos de Alex mientras ella se concentraba en elongar sus músculos y escuchar a su entrenador hablar sobre sus metas de tiempo y velocidad para el día. Pero con cada nueva línea y sombreado, su cerebro enfermo fue probando su punto. La joven era demasiado perfecta para estar con ella. Debía haber algún truco. Alguna mentira. Algún engaño... ¡Algo!...

Cambió la hoja. Siguió dibujando para distraerse.

Pero esa avalancha de pensamientos negativos y de teorías sin pie ni cabeza siguió enterrando su lógica y su razón. Ni siquiera pudo disfrutar la agradable vista que tenía de su crush. Estaba tan obsesionada con la idea de que ella le estaba mintiendo sobre la reciprocidad de sus sentimientos que no tenía tiempo para volverse abochornada.

Puta ansiedad.

Ella se frotó el rostro. Respiró hondo. Miró de su croquera al patio. Alexandra acababa de correr su vuelta en su práctica de relevos. Con una sonrisa cansada y satisfecha le hizo un gesto con la mano, saludándola desde la lejanía. Aurora le sonrió a medias, luchando contra los demonios de su alma, y le copió el saludo.

Cuando al fin la práctica se terminó y pudieron estar a solas, pensó que la rubia estaría muy exhausta como para notar su cambio de humor. Pero lo contrario sucedió. Así que pudo acercarse, la atleta la llevó hacia debajo de las gradas y la abrazó, antes de decirle o hacerle cualquier otra cosa.

Había percibido su congoja. Claro que lo había hecho.

—No necesitas ir al San Martín si no quieres —ella le repitió, con una voz dulce y suave—. Podemos juntarnos después. No hay problema.

—No, yo... quiero ir. Necesito ir —Aurora contestó, así que ambas se separaron—. Tengo que superar mi miedo hacia ese lugar. Ya no estudio ahí. No tengo porqué sentirme recelosa de volver.

—Tienes todo el derecho a sentirte recelosa de volver. Lo que todos te hicimos ahí, eso deja marcas.

—Quiero olvidarme de ellas, entonces. Y quiero apoyarte también. Por eso mismo iré... Además, si algún día llegas a los panamericanos o a las olimpíadas, podré alardear que fui una de tus primeras fans.

Alexandra se rio, pero su aprensión no se perdió. Aun así, con un suspiro frustrado, asintió. Si la artista quería ir allá, la decisión era de ella. No tenía otra alternativa a no ser apoyarla.

—De acuerdo... pero si en cualquier momento cambias de idea, házmelo saber. Ahora... —La atleta apartó el cabello de Aurora de su rostro—, ¿qué dibujaste?

La muchacha respiró hondo y recogió su croquera de nuevo, para entregarla a la otra chica. No le dijo nada, apenas dejó que abriera la tapa y mirara lo que quisiera. Ella no tenía nada de muy escandaloso o secreto adentro. Por lo tanto, nada tenía que ocultar.

Había bocetos de Alexandra trotando. De sus colegas. Ilustraciones del edificio del colegio, de los árboles, de los pájaros, palomas, e incluso un autorretrato de la propia dibujante. Pero el sketch que más le llamó la atención a la atleta fue uno de ella, estirando su brazo. El nivel absurdo de detalles en cada uno de los músculos de su cuerpo era impresionante de mirar, considerando lo rápido que Aurora había elaborado aquella obra.

—¿Cómo logras dibujar tan bien? O sea... ¿En qué momento empezaste a hacer esto? —La rubia preguntó con genuina curiosidad.

—Comencé a dibujar cuando todavía estaba en el San Martín, pero solo aquí le puse más empeño. La señora Javiera notó que me interesaba la materia y me raptó para el taller que tenemos los jueves. Ahora soy su ayudante, así que estoy más concentrada en enseñar que en aprender, pero aún voy.

—Pues tengo que darle un abrazo a la profe, porque su idea de "raptarte" fue perfecta. Dibujas tan jodidamente bien... es casi ofensivo tener tanto talento.

—Ofensivo es tener bíceps tan definidos como los tuyos.

—¿Por acaso estás coqueteando conmigo, Aurora Reyes? —Alexandra sonrió y levantó la mirada de la croquera.

—Tal vez... —La artista, con las manos metidas dentro de los bolsillos de su abrigo, se encogió de hombros.

—De verdad tienes una fascinación con mis brazos, por lo que veo.

—No solo con los brazos. —La morena la miró de pies a cabeza—. Eres muy... estéticamente interesante.

—¿Estéticamente interesante? ¿Es esa la manera artística de decir que me encuentras guapa?

—Tenía que encontrar otra manera de decir lo que ya es obvio, ¿no?

Alex se rio, halagada. Luego, terminó de revisar los dibujos y cerró la croquera, devolviéndola enseguida a la artista.

—Tu portafolio será genial... Tienes demasiado talento para estar atascada en este colegio y los del instituto Gentileschi lo tendrán muy claro cuando lo vean. Vas a entrar allá sin problemas.

—¿Eso crees?

—No tengo dudas.

Aurora guardó su croquera y cerró su mochila, dejándola en el suelo, al lado de las pertenencias de la atleta. Luego miró a un lado y a otro, asegurándose de que estaban a solas.

Y efectivamente lo estaban. Las colegas de Alexandra ya se habían ido a casa o al hogar de sus novios, y los demás estudiantes del Liceo Alba que se quedaban en el edificio para sus talleres extracurriculares también se estaban marchando, por la entrada principal. Ellas, por lo tanto, tenían total privacidad para hacer lo que quisieran.

—No nos encerrarán en el colegio hasta mañana si nos quedamos un rato aquí, ¿cierto?

—No... El colegio cierra a las ocho. Tenemos tiempo de sobra —la rubia respondió, ya inclinándose adelante.

Aurora no pudo decirle nada más. Apenas cerró los ojos y aceptó los infinitos besos que la otra muchacha le quería dar, sin resistencia alguna. Pero, aunque en el inicio su timidez la contuvo de responderle con naturalidad, al cabo de unos cinco minutos ella ya había tomado control sobre la situación, volviéndose más dominante de lo usual. Deslizó su mano a la parte posterior del cuello de Alexandra y la jaló más cerca de sí, mientras su otra palma encontraba un placentero camino que recorrer por sus oblicuos.

Era impresionante como el grosor de su camisa sudada no lograba ocultar ni un poco cuán perfectamente definidos los músculos eran.

—Espera... —La artista se separó de su boca por un segundo—, ¿no te estoy lastimando, o sí?

—¿Huh?

—Los moretones del otro día...

—Ah. No. —La rubia sacudió la cabeza—. El hielo que le pusiste ayudó bastante... Ya no duelen tanto.

—¿Segura?

—Sí. —Alex le robó otro beso—. Pero gracias por preguntar.

—¿Puedo preguntar otra cosa?

—Claro.

—¿Qué ves en mí?

—¿Huh?... ¿Cómo así?...

—¿Por qué te empecé a gustar? —Aurora decidió sacar la duda de la oscuridad de su cabeza de una vez por todas—. He estado pensando en esto desde el lunes y no llego a ninguna conclusión. Nada. O sea, ¿qué viste en mí?... ¿en esto? De verdad no lo entiendo.

—Tú realmente no sabes lo hermosa que eres, ¿o sí? —Alexandra llevó su palma a la mejilla de Aurora, haciéndola levantar su mirada de nuevo y hacer frente a sus ojos verdes.

—No soy hermosa... No como tú.

—Eres preciosa, Aurora —la atleta insistió, con una templanza y seguridad que llegó a ponerle los pelos de punta—. Y no voy a aceptar que te tires abajo mientras yo esté aquí.

—Alex...

—Me encantan tus ojos, y lo oscuros que son. Parece que estoy mirando derecho al fondo del universo, y que el infinito me está mirando de vuelta... Me encantan tus manos, y como siempre están sucias con grafito, tinta, o arcilla, mostrando lo mucho que amas a tu arte y lo dedicada que eres en mejorar tus talentos... Me encanta tu cabello y lo sedoso que es... Me encanta tu sonrisa, y me fascina lo rápido que me puede hacer sonrojar... Me encanta tu culo, pero eso no requiere explicaciones, las dos sabemos que es una obra maestra de la anatomía celestial...

—¡Alex!

—¿Por acaso miento? —La atleta, contenta por haberle subido los ánimos, dijo antes de besarla de nuevo—. Pero, ¿sabes lo que más me encanta de ti?...

—¿Hm?

—Dices que no confías en nadie, pero nunca te niegas a ayudar a cualquier persona que lo necesite. Dices que odias a la humanidad, pero aún guardas un poco de fe en ella, en el fondo de tu corazón. Finges odiar a todos y a todo, pero en verdad eres una de las personas más empáticas y genuinamente amorosas que ya he conocido. Y eso no es algo que se encuentra en cualquier lado. Ese cariño... esa solidaridad... es rara. Y cada día que pasa, estoy más y más feliz de haber logrado reconectarme contigo. Porque eres exactamente el tipo de persona que necesitaba en mi vida ahora.

Aurora pestañeó, conmovida al punto de sentir la humedad en sus ojos aumentar, y el nudo que llevaba a horas en la garganta apretarse.

De esta vez, no fue Alexandra quien inició sus besos. Ella la volvió a tomar del cuello y a juntar sus labios con cierto desespero enamorado, que había estado ausente hasta ese entonces. Anhelaba tener a la rubia más cerca de sí, y necesitaba sentir el sabor de su boca de nuevo o lloraría. Así como también necesitaba probarle lo grata que estaba por su pequeño discurso y por el hecho de que sí había callado, de una vez por todas, todos los temores e inseguridades que gritaban en los abismos de su mente.

La paz de espíritu que Alexandra le había otorgado —aunque momentánea— era todo lo que Aurora quería y tenía que hacérselo saber; su serenidad actual solo existía por ella.

—Ah, ¿y ya te dije que besas muy bien? —la atleta preguntó de repente, sacándole una carcajada.

—Es un talento natural entonces, porque no tengo ninguna práctica anterior.

—¿Me estás diciendo que fui tu primer beso?

—Lo fuiste —Aurora admitió.

—Wow... Ni sé qué decir. Me siento honrada —la rubia comentó, y solo estaba bromeando a medias—. No te voy a preguntar si lo disfrutaste porque... —Se señaló a sí misma y luego a la otra chica—, esto no estaría pasando si lo contrario fuera cierto, pero... espero que haya sido una buena experiencia de todas formas.

—Lo fue. —La escultora asintió—. Y esto también lo está siendo.

—¿Continuamos entonces?

—Sería un placer.





Horas más tarde, la felicidad que ambas sintieron durante la tarde se invirtió.

La vida, siendo la montaña rusa de experiencias y emociones que es, las había enviado a ambas a volar con las nubes y amarse con la libertad de los pájaros, antes de jalarlas por los tobillos a la tierra y dejar que la gravedad destruyera su serenidad.

Aurora estaba en su casa, durmiendo, cuando Alexandra le envió una cadena de mensajes desesperados por el chat. Sin saber quién le hablaba, al inicio ella gruñó y se frotó el rostro, irritada. Agarró su celular, maldiciendo a los santos por haberse despertado de manera tan súbita, y con los ojos entrecerrados y el rostro hinchado, revisó su caja de entrada.

Perdió todo su letargo al leer los textos que la chica le había enviado:


"Papá se fue de casa.

Tuvo otra discusión enorme con mamá y me dejó atrás.

Ella se enojó con él, yo lo intenté defender, y nosotras discutimos de nuevo...

¿Tu promesa aún sigue de pie?

Necesito algún lugar adónde ir, al menos por ahora."


Junto a este pedido de ayuda urgente, otros mensajes le habían llegado a la artista, pero por parte de otra persona: su madre.


"Tu abuelo está en la UCI.

Perdón, cariño... pero nosotros no podremos volver mañana, como lo habíamos prometido. Tu papá te transferirá más dinero a tu cuenta para que puedas llenar la alacena y comprar lo que quieras por delivery.

Reza por tu nono, él lo necesita.

Ten buenas noches.

Pronto nos vemos.

Te amo."


Aurora respiró hondo. Ya se esperaba el anuncio de sus padres, pero saber que su abuelo estaba en estado crítico de nuevo la hizo sentirse mal. Juntar esto con la delicada situación de Alexandra solo empeoró las cosas.

Tenía que hacer algo. Tenía que poner su tristeza y cansancio a un lado y mantenerse firme a su palabra. Así que le escribió a la rubia:


"¿Dónde estás?"

La respuesta llegó en segundos:

"En el puente."


Su pesar sólo aumentó al leer esto. Aurora se levantó con un salto de su cama, se vistió con apuro, recogió un abrigo extra —porque sentía que Alexandra lo necesitaría— y dejó su hogar. Con su bicicleta ella cruzó las sombras de la noche, pedaleando rápido para llegar a su lugar de encuentro. Ahí se encontró con la atleta, sentada debajo de la estructura, encarando al río con una mirada perdida y actitud alicaída.

—Hey... —La morena anunció su presencia, bajándose de su bicicleta y dejándola apoyada en contra de una roca.

—Viniste...

—Te dije que lo haría. —Le extendió una mano.

Alexandra se levantó y solo entonces, bajo la luz de su celular, la artista notó lo pálida, temblorosa y extenuada que ella se veía... Y se percató también de los cinco dedos rojos marcados con violencia en su cara.

Furiosa, soltó un suspiro corto.

Quería matar a la señora de la Cuadra.

—¿Tu papá sabe que estás aquí?

—No... Él se fue y... y-yo...

—No le dijiste que tú y ella discutieron.

—No...

Aurora soltó un exhalo tenso. Cubrió los hombros de su amiga con el abrigo que le había traído y le frotó sus brazos.

—Vámonos a casa... Ven.

—Okay.

Las dos se volvieron a subir a la bicicleta. Mientras pedaleaba de vuelta a su residencia, la artista sintió las lágrimas de Alexandra mojando su hombro y espalda, y a sus brazos estrujar su torso con desespero. Pero no le hizo preguntas ni le dijo nada.

No hasta llegar a la sala y asegurarse de que ella estaba cómoda, cálida, con una bolsa de hielo en el rostro y un par de pastillas para el dolor en la mano.

—Mis papás no volverán mañana, al final de cuentas. Puedes quedarte aquí cuanto tiempo sea necesario.

—Gracias... —La rubia secó sus mejillas—. Pero no me q-quiero aprovechar...

—No te estás aprovechando de nada. Claramente no estás segura allá, y no me molesta que estés aquí. Pero deberías escribirle a tu papá y contarle lo que pasó de todas formas. Tu mamá se está pasando de la raya contigo.

—No q-quiero estresarlo aún más...

—Lo entiendo, pero no estás segura cerca de ella. —La artista le entregó un vaso de agua y se sentó a su lado—. Ocultar la verdad solo empeorará las cosas.

Alexandra no le dio ninguna respuesta. Bebió un sorbo y respiró hondo. Manchas resurgió de los confines de la casa y puso las dos patas frontales sobre sus piernas, para así poder lamerle la cara. Aurora se rio de su perro y le sujetó el vaso de nuevo, para que ella pudiera darle atención al animal.

Blondie...

—¿Hm?

—¿Tienes hambre? Puedo pedir algo por delivery. Y yo pago de esta vez, ya que te encargaste de la otra.

—Okay. ¿Qué quieres pedir?

—¿Qué puedes comer?

—Hoy me da lo mismo... Que se joda mi dieta.

—¿Te sientes bien? —la artista bromeó, sonriendo a medias.

—No... pero unas Gyozas me harían sentirme de maravilla.

—Comida japonesa entonces. —Aurora sacó su celular de su bolsillo—. ¿Vas a querer sushi también?

—Eso sería bueno.

—Okay.

La morena caminó a la cocina y revisó el imán que tenía en el freezer, con el número de un restaurante de sushi que a su papá le gustaba. Compró una promoción que incluía Nigiri, dos Sushi Rolls, un Hosomaki y una caja de Gyozas. El chico del delivery llegó media hora más tarde, mientras ambas veían películas en el sofá, y Alexandra finalmente lograba calmarse lo suficiente para escribirle a su papá.

Comieron en un silencio cómodo, con la cansada atleta recogida en una esquina y la artista ojeándola con preocupación desde la otra. Cuando terminaron, Aurora se encargó de limpiar todo y de tirar los contenedores a la basura. Al volver al sofá, fue sorprendida con una tacleada de la rubia, quién la abrazó y se negó a dejarla ir.

—Lo siento por ser siempre una molestia...

—No eres una molestia. —Aurora acarició el cuero cabelludo de la chica, sintiéndola relajarse sobre su torso—. Hiciste justamente lo que yo te dije que hicieras. Y eso es un alivio. Prefiero que estés aquí a que estés allá con tu mamá.

—Ella es una psicópata.

—Alex...

—Lo es —la deportista insistió—. Estoy aterrada por la idea de tener que volver allá... Pero sé que tengo que volver allá mañana, a buscar mis cosas.

—¿Quieres que vaya contigo?

—¿Lo harías? —Alexandra levantó su mirada a sus ojos—. ¿Vendrías conmigo?

—Si así te sientes más segura, sí.

La rubia la abrazó con más fuerza y asintió.

—Gracias.

Aurora besó su frente.

—No hay de qué.





------------

Nota de la autora: Así como Aurora, yo también tengo discalculia *se ríe para no llorar*. No es nada divertido. Los números me odian, y yo a ellos. Casi no termino la secundaria por culpa de matemáticas. Tenía excelente promedio en todo lo demás, pero por esa nota roja, casi repetí. Genial :D

Ah, y la canción de Central Cee que Giovanni y Aurora citan es esta:

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]




También les dejo un dibujito aquí:

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top