[Bakutetas]
—¡Todo esto es culpa tuya, bastardo!—se queja Bakugo abriendo de golpe la puerta de los vestidores, casi dejándosela ir en la nariz al pobre de Izuku que llevaba los últimos cinco minutos detrás de él como perro faldero.
—¡Te dije que lo siento, Kacchan!
Ambos estaban empapados.
Y la humedad mezclada con la baja temperatura del cuarto era algo que a Bakugo le empezaba a molestar. Mientras escuchaba de fondo los balbuceos de Izuku, debatía en su cabeza si era buena idea prenderle fuego al inepto por haberlo metido en esta situación y de paso aprovechar su combustión para deshacerse del frío.
—¡Si hubieses hecho caso no hubiéramos derribado esa torre de agua y Aizawa-sensei nos hubiera dejado continuar con la práctica!
Katsuki hace un ademán de querer reventarle la cara. Izuku se encoge instintivamente, pero pasan los segundos y su cara sigue sin ser explotada.
—¿Kacchan?
—Está helando aquí adentro.
Es entonces cuando Izuku nota el leve temblar del rubio, y recuerda su sensibilidad al frío. La culpa le ataca.
—¡El clima! No te preocupes, Kacchan, lo apagaré en un...
—¡No te pedí que lo hicieras, Deku!
Izuku se queda estático. Igual, el aparato se prende y apaga de forma manual. Katsuki es más alto que él, así que no habrá problema.
—¡Mierda!—exclama con molestia al ver su objetivo muy alto—¡Deja de estar de inútil y pasame el maldito banco de allá!
Izuku se crispa por el susto. Acata la orden de inmediato.
Ya con un escalón improvisado Katsuki alcanza los botones—¿Y qué se supone que haga aquí? ¡Hey, Deku! ¿Dónde se apaga esta mier... ¡¿Qué cojones estás haciendo?!—cambia bruscamente al sentir el par de manos sobre su pecho.
—He estado observando un rato. ¿Tus pezones siempre sobresalen así o es solo por el frío? Igual, he hecho comparaciones con el resto de nuestros compañeros, pero ninguno tiene unos pe...—Izuku no alcanza a terminar. Traga humo y la cara le arde horrores. Tose bruscamente, asfixiado por el óxido de carbono y el aire caliente.
En sus intentos por recobrar la compostura, observa de reojo cómo el rubio va directo hacia él con todas las intenciones de hacerlo papilla contra el piso.—¡Kacchan, espera!—con un ademán exagerado en busca de salvar su pecoso trasero golpea uno de los "pechos" del cabreado chico que ya estaba frente a él, prendiéndose en llamas por la cólera del nuevo atrevimiento.
—Tus últimas palabras, Deku.
—¡Lo siento muchísimo, Kacchan! Pero es imposible ignorarlos.
—¿Qué cosa, nerd asqueroso?—arremete Bakugo, presionando la cabeza de Midoriya contra el suelo.
—Lo perfectos que son—las palabras se ven sofocadas, pero Bakugo entiende claramente los irritantes balbuceos—son hermosos.
—¡Ya cállate!—una nueva explosión le da de lleno en la cara, aunque es menos agresiva que la primera.
Bakugo tambalea, retrocediendo un par de pasos, y dándole tiempo a Izuku de reincorporarse.
—Lamento si suena mal, Kacchan, yo realmente admiro eso de ti. Estoy totalmente embelesado con ellos...
—Pero qué mierda dices—murmura Bakugo, obviamente consternado por las palabras de su par hacia la que ha sido por años su mayor inseguridad.
Más que enojo su reacción se debe a los nervios de resaltar uno de sus más grandes temores. El pasmo en su rostro es indescriptible al escuchar halagos de esa parte de sí que tanto odia—¡¿Te burlas de mí, estúpido Deku?
—¡Por supuesto que no!—la desesperación de Midoriya es palpable. Sujeta la mano de su amigo en busca de apaciguar esa expresión entre molesta y dolida que tanto le cala—¿Crees que iría así de lejos, Kacchan? Mi intención no fue herirte o hacerte enojar, ni siquiera sé en qué estaba pensado ¡fue estúpido de mi parte, lo sé! Pero me sentí abrumado, te veías tan jodidamente atractivo que no supe controlarme. Yo realmente pienso que eres hermoso, cada parte de ti es absolutamente perfecta y jamás en la vida me burlaría de ti. Eres realmente increíble y maravilloso. Yo en serio te pido una disculpa.
El rostro de Katsuki se había vuelto un hermoso poema. El rojo de sus mejillas era apenas superado por sus brillantes y cristalizados ojos.
La declaración de Izuku le había resultado abrumante, sincera y totalmente tierna. Si la hubiera escuchado en una situación distinta lo habría tomado como una declaración de amor.
—Cinco minutos...—balbucea, captando su atención.—Te permitiré hacer lo que quieras solo por cinco minutos- aclara, apartando la mirada para no ver el rostro encendido de Midoriya.
—¡¿En serio?!
—¡Date prisa antes que me arrepienta!—exclama volviendo a su habitual expresión fúrica. No vacila ni un segundo en levantar su camisa, dejando al descubierto el torso perfectamente trabajado, pero a los ojos de Midoriya no es más que un aperitivo, el plato principal y cereza del pastel es ese par de voluptuosos pechos que se asoman con tal descaro que parecieran invitarle a pegarse de ellos cual niño hambriento.
El frío y la humedad no ayudan en nada. Al estar expuestos, los pezones se irguen y endurecen. En las cálidas manos de Midoriya encuentran alivio, pero extrañamente no se ablandan, es lo contrario, inclusive duelen. Katsuki no lo entiende, no entiende por qué le resulta tan malditamente exquisito ese par de manos toscas sobre su suave pecho, amasando con firmeza cada uno de ellos. Pero eso no es lo que más le sorprende, es el hecho de ver cómo su cuerpo lo traiciona, respondiendo de manera positiva al nuevo atrevimiento; un quejido agudo escapa de su garganta, y las piernas le tiemblan al sentir la cálida lengua del chico acariciarle; se muerde los labios con fuerza y enreda los dedos en los suaves rizos, evitando que Izuku se atreva a moverse siquiera un centímetro. Siente escalofríos cuando el aliento le quema la piel. Los labios están muy cerca, los siente juguetear, apenas rozando la aréola, luego lo engulle sin previo aviso. Jadea y se apega al muchacho para facilitar la succión. Hunde el rostro en el esponjoso cabello, lugar donde perecen sus placenteros suspiros. Recuerda nombrarlo entre gimoteos por lo menos un par de veces. Lo siguiente que siente es la gentil y extrañamente excitante voz de Izuku indicándole que el tiempo ha terminado, dejándole la insatisfacción de haber caído en su propio juego, y una dolorosa y humeda erección creciéndole en la entrepierna.
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