ᴅɪᴀ 30: "ᴘɪʟᴅᴏʀᴀ" (2)
Lo más desordenado de aquella habitación no era el cuarto en sí, sino la persona que lo habitaba de manera interminable. Por lo menos, parecía interminable para ella.
Cabello despeinado, pijama abierto, páginas y páginas por el suelo. Algunas con dibujos, otras con texto, otras simplemente arrugadas o rotas. Y encima de todas ellas, una residente enfurecida.
—¡No me PUEDE ESTAR PASANDO ESTO!
Estaba sola en aquel dormitorio, así que nadie contestó a su grito.
Agarró otra hoja del suelo y la arrugó más todavía, conteniendo toda la furia que tenía dentro de sí.
Esos berrinches, que antes eran poco frecuentes, se habían vuelto preocupantemente habituales para ella.
La chica ya sabía como era eso. Si gritaba lo suficientemente alto, un enfermero vendría, preguntaría que pasaba, y como no pasaba nada, se iría.
Con un poco de suerte, le darían una de esas píldoras amarillentas y la mandarían de vuelta a la cama.
Estaba harta de las píldoras. Pastillas por aquí y por allá, para el sueño, para el apetito, para las ganas de vivir. La hacían sentirse enferma y débil.
Dejar de tomarlas no era una opción, porque el mismo enfermero que se las daba, no se movía ni un centímetro hasta que ella hubiese tragado la dichosa píldora.
Era lógico que no sería tan fácil. Los trabajadores estaban preparados para gente como ella y mucho peores.
La chica miró las hojas arrugadas del suelo, y suspiró.
Se puso a recogerlas con algo más de tranquilidad ahora, después de todo, eran el único entretenimiento que tenía allá.
Les echó un vistazo a las que había escrito más recientemente:
"Día 9: Mascota"
"Dia 17: Dientes"
"Dia 19: Muerte"
"Dia 19: Muerte #2"
"Dia 19: Muerte (definitivo)"
—Que tonterías son estas —se dijo a sí misma, arrugando las hojas aún más y apartándolas— La Mónica de hace media hora estaba realmente mal. No como yo. Yo estoy perfectamente
Debía de llevar horas repitiéndose eso cada media hora: Se ponia a escribir, se enfadaba, se calmaba, y así en bucle hasta caer agotada.
¿Iba a caer ya? ¿O iba a repetirlo una vez más hasta que llegase el enfermero cargado de píldoras?
—Me pregunto qué hora será —seguía hablando sola, en voz alta— Quizás ya falte poco para que amanezca y no tenga que irme a dormir...
¡Toc, toc!
Alguien llamaba a la puerta. Si, había hecho demasiado ruido.
—Mierda
Se giró lentamente hasta la puerta cerrada. No se abrió, pero sabía que cualquiera que estuviese al otro lado podía abrirla si quería. No se permitía tener puertas cerradas con llave o pestillo.
Era una de las innumerables cosas que no estaban permitidas.
"¿$%·&(/(&(?"
Escuchó al otro lado de la puerta lo que le pareció ser su apellido. Ahí los llamaban por el primer apellido, como en el colegio, como en el hospital. Como en una cárcel.
—¿Sí? —dijo en el tono más calmado y menos psicótico que pudo poner
"Está prohibido hacer ruido a partir de las 22:00"
—No sé que hora es —dijo, en un suspiro cansado
Era otra de las cosas que la volvían loca, no poder saber nunca la hora. Los relojes de muñeca estaban prohibidos para prevenir accidentes con las correas de estos. El único reloj visible del hospital, uno analógico enganchado a la pared, estaba en una sala común a la que solo podían ir unas horas al día.
"Vuelve a dormirte ahora mismo, por favor. Si te aburres, habrán actividades mañana"
Siempre hay actividades. Pintar mandalas, manualidades, juegos de mesa. Hicieron pulseras una vez, pero tras ese intento de estrangulamiento, lo quitaron. Una y otra vez.
"Si tienes problemas para dormir, podemos llamar a..."
No estaba escuchando. Estaba aburrida y cansada, casi sentía que loca. Habría dicho "me quiero morir" como de costumbre, si no fuese porque aquel no era el mejor de los lugares para ello, y haría saltar todas las alarmas.
No sabía si echaba de menos a su familia y amigos. Era más bien un sentimiento de "¿qué van a decirme cuando salga de aquí?"
"¿$%·&(/(&(?"
Volvieron a llamarla por su apellido al otro lado de la puerta, pero estaba muy ocupada como para pensar con claridad, y ni siquiera lo escuchó. Así que el enfermero sin nombre abrió la puerta, se plantó frente a ella y, en total silencio, le dio una píldora.
La chica ni se lo pensó. La tomó y la tragó, sin agua. Estaba harta de todo como para pensar en nada. El enfermero salió y ella fue hacia su cama en silencio.
Píldoras, píldoras y píldoras. Píldoras fueron lo que la llevaron ahí, píldoras serán lo que la saquen, píldoras que la mantienen con vida, píldoras que casi se la quitan.
Quizás hubiera sido una buena idea de capítulo, pero estaba muy cansada como para ponerse a escribir.
O más bien, para ponerme a escribir.
Pero me gusta más contaros estas cosas en tercera persona.
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