Parte 1.
Lo primero y último que veían los ojos de Minseok al despertar y al dormir, era el tétrico y abastecido bosque por su ventana.
Aquel bosque que era participe de sus memorias y pesadillas. En cualquier momento del día y sin importar la hora o el lugar, sus ojos se terminaban perdiendo entre los frondosos árboles de la oscura naturaleza. Y no ayudaba mucho el hecho de que prácticamente estuvieran rodeados casi en su totalidad por este.
Apartando su vista del bosque revolvió sus castaños cabellos y se levantó de la cama saliendo del cuarto, topándose con su madre en la cocina. Esta lo notó y lo saludó con una sonrisa, la cual correspondió algo aturdido.
De su mente no podía alejar el extraño sueño que había tenido. Y aunque no recordaba mucho, la imagen de aquel incendio no dejaba de repetirse una y otra vez.
—El desayuno está hecho, recuerda ir donde tu padre a ayudarle —habló la mujer, cambiando su rostro a uno más serio— El padre Lee te espera en la noche, no debes de faltar a tu inspección.
Suspiró pesadamente después de que su madre desapareciera de su vista. Realmente aquellas inspecciones no le gustaban.
Cuando era un niño se había perdido en aquel bosque durante una semana entera. Estuvo hambriento, con frío y asustado mientras intentaba encontrar una salida.
La noche antes de que fuera encontrado había sido atacada por una lluvia muy fuerte, que le hizo recorrer lo profundo del bosque en busca de un lugar donde pudiera resguardarse.
Pero mientras vagaba por el bosque tuvo la mala suerte de caerse por culpa de una raíz, lastimándose la rodilla. Cuando levantó la cabeza pudo ver una silueta femenina mirándolo de lejos, incrementando su ansiedad ante la situación.
Un rayo cayó y en lo que menos pensó la silueta había desaparecido, y aunque quiso suspirar de alivio no pudo al verse siendo sostenido del hombro por una mano.
—¿Qué hace un niño vagando a estas horas por estos rumbos? —preguntó curiosa, bajo la mirada aterrada del menor.
Se había encontrado con una bruja, para su mala suerte. Su respiración estaba completamente agitada mientras las lágrimas se aglomeraban en sus ojos. Iba a morir.
—¿Qué? ¿No sabes hablar? —volvió a hablar a falta de respuesta— No te haré nada niño, deja de lloriquear.
Y eso fue lo último que escuchó antes de ver todo negro.
Cuando volvió a recobrar la consciencia notó que estaba seco y limpio, en un lugar que nunca había visto. Se levantó rápidamente del mueble para buscar una salida, hasta que la voz de la mujer lo interrumpió.
—Afuera sigue lloviendo, es mejor que no salgas —advirtió la mujer, observándolo sin apartar su mirada.
—¿Q-Qué quieres de mi? —logró formular en voz baja el castañito.
—Así que sí puedes hablar —dijo sarcásticamente, levantándose para acercarse a él— Es curioso, ¿Por qué estás en este bosque? ¿Realmente te perdiste o entraste por voluntad propia? —preguntó, viéndole fijamente con sus profundos ojos oscuros.
—Me perdí —dijo en un susurro, ganándose un suspiro profundo de la mujer.
La susodicha apartó la mirada pensativa, con la duda invadiendo su rostro antes de volver a mirarlo.
—Dime niño, ¿Cuál es el deseo de tu corazón? —formuló.
El castañito no entendía a qué se refería, en su mente sólo había una vocecita que le decía que tenía que escapar de ahí y volver a casa.
Aburrida de no obtener respuestas, posó su dedo índice en el pecho del niño. Pero no duró mucho antes de apartarlo abruptamente, con semblante exaltado y sus ojos de un color brillante.
—Tú... —murmuró aún conmocionada, observándolo de pies a cabeza en busca de algo.
Solo podía quedarse quieto y asustado ante la reacción de la mujer.
—No puedo hacer nada más por ti —soltó después de un rato la mujer mientras levantaba el dedo que lo había tocado— Que el deseo de tu corazón sea cumplido como está escrito.
Una luz salió del dedo de la fémina, dando justo en el pecho del niño segundos después, causando que cayera de espaldas e inconsciente.
Cuando despertó de nuevo estaba en casa bajo el cuidado de su madre, quién se alegró cuando lo vio abrir los ojos. Horas antes lo habían encontrado desmayado en las raíces de un árbol, después de una búsqueda exhaustiva por el bosque.
Y todo sería un mal recuerdo si no hubiera ocurrido eso.
La voz que solía escuchar solamente en sus sueños empezó a recurrir en su mente. Asustado de lo que podría pasarle si decía algo intentó ignorarla y fingir que nada pasaba, pero no sirvió de nada hasta aquella noche.
Los gritos aterrados de su madre lo sacaron de aquel trance en el que estaba, para terminar dándose cuenta que estaba bañado en sangre y con el cuerpo desgarrado de lo que solía ser un conejo entre sus manos.
Se lo había comido como un salvaje.
Esa misma noche visitaron la iglesia del pueblo para pedir ayuda al Padre Lee, quién dijo que necesitaba sesiones de exorcismo porque un demonio maligno lo había poseído en el bosque.
Y aunque ya habían pasado 11 años desde entonces, su madre insistía en que se le hiciera un chequeo cada cierto tiempo para ver si estaba libre de aquel "demonio".
Pero lo cierto era que nada de lo que había hecho el Padre Lee había funcionado, y con el pasar de los años aprendió a convivir e ignorar a aquella voz que le incitaba a devorar como un maníaco la carne, mientras fingía que ya no le sucedía nada.
Sin embargo, desde que había despertado un sentimiento de mal augurio le había invadido durante todo el día, dejándolo intranquilo incluso cuando fue a trabajar con su padre, hasta caer la noche cuando tuvo que ir a su inspección. Sus palmas sudaban y el corazón le palpitaba con furia por cada paso que daba dentro de aquella iglesia.
Desde que tenía memoria nunca le había gustado entrar en aquel lugar, siempre le generaba una sensación de incomodidad y después del incidente que tuvo cuando tenía 7 años, esa sensación había incrementado.
Pero nunca se había sentido tan mal como en ese momento. Y no le gustaba para nada.
—Puedes sentarte dónde ya sabes, hijo mío —la ronca voz del Padre lo sacó de sus pensamientos.
Asintió sin formular palabra alguna y procedió a sentarse en el mullido mueble de la recámara. Observó inquieto los movimientos del contrario, sintiéndose como si la atmósfera del lugar lo estuviera ahogando.
Un mano se posó en su hombro sacándolo del trance en el que se había sumergido. El Padre lo miró con curiosidad ante el respingo que había dado.
—¿Todo bien, hijo? Te noto inquieto.
—Si, Padre Lee —respondió, el contrario lo observó por unos cuantos segundos más pero no dijo nada. Sacó los materiales que normalmente utilizaba, dándole esta vez una pequeña copa con líquido del cual le hizo tomar.
Aunque le pareció extraño decidió no cuestionar nada e intentó mantener la calma. La sesión continuó sin problema alguno, pero aquel sentimiento no lo dejaba. Había algo que le molestaba, como si tuviera la necesidad de huir.
"Tienes que correr de aquí, pronto."
La oscura voz en su cabeza hizo aparición, murmurando una advertencia que no entendía. ¿De qué debía correr?
Una mano rozando su muslo lo hizo levantarse lejos del sillón donde se encontraba, mientras observaba atónico al Padre Lee. Desde aquel suceso en su infancia que le obligó a recurrir continuamente a la iglesia notó que la mirada que le dirigía el Padre Lee era muy diferente, siempre lo miraba con ojos oscuros y nublados.
Y aquella mirada que le observaba en ese preciso momento se había vuelto mucho más profunda. El hombre que lo acompañaba en la habitación lo miraba con un deseo insaciable que solo le provocaba nauseas.
—Padre Lee, ¿Qué cree que hace? —exaltó el castaño con enojo y repudio, no esperaba que el hombre realmente le llegara a hacer algo y menos en ese día.
—Minseok, hijo mío. No es nada malo, solo tienes que tranquilizarte —respondió en su lugar, avanzando con tranquilidad hasta el joven que empezaba a notarse mareado.
Con la cabeza dándole vueltas, Minseok intentó enfocar la puerta de la habitación con la intención de ir hacia ella y escapar, pero unas manos agarrando su cintura se lo impidieron.
Una húmeda respiración se instaló en su nuca, mandando escalofríos de alerta a todo su cuerpo. Se sentía impotente y enojado, su cuerpo no respondía como quería y el contrario se estaba aprovechando de aquello.
Antes de que su camisa de algodón abandonara por completo su torso una fuerza indescriptible lo invadió, y agarrando lo primero que sus ojos pudieron enfocar lo estrelló contra la cabeza del hombre. Un gruñido de dolor abandonó los labios del hombre azabache y tomándolo como una oportunidad para escapar, intentó librarse de las manos que lo aprisionaban empezando un forcejeo contra el Padre.
El contrario logró aprisionar su boca antes de que pudiera soltar grito alguno, y sin pensarlo mucho decidió morder esta, terminando por arrancar uno de los dedos bajo los agonizantes gritos del azabache.
Escupió con asco el miembro recién arrancado de su boca, limpiando la sangre de esta mientras observaba fijamente al hombre. Sin saber que uno de sus ojos estaba completamente rojo.
El Padre Lee estaba completamente aterrado mientras observaba el rostro del castaño, lo notaba diferente.
—Como suponía, sabe a mierda —murmuró el castaño, mirando de soslayo al aterrado hombre— Es hora de dormir, Padre Lee —dijo con una sonrisa, terminando por golpear reiteradamente la cabeza del hombre sin descanso.
Tiró el objeto metálico que estaba agarrando, observando el ahora machado suelo de sangre mientras respiraba agitado. Se dirigió hacia la puerta para echar un vistazo en busca de alguien cerca que pudiera haber escuchado el alboroto y al no ver a nadie corrió lejos.
Salió con prisa de la iglesia, sintiendo su cuerpo temblar mientras escapaba. Cuando el frío aire de la noche chocó contra su rostro la situación le pesó mucho más, intentando pensar qué hacer para cubrir el crimen que había ejecutado.
"Prende fuego el lugar, así nadie podrá saber lo que pasó"
Y sin querer pensarlo mucho, aceptó el consejo. Buscó rápidamente los galones de alcohol que sabía guardaban en el establo detrás de la iglesia, destapando uno para empezar a regarlo por todo el lugar.
Regó el perímetro de la no tan grande arquitectura con los galones de alcohol, asegurándose de obstruir la entrada de la misma. Y justo cuando iba a encender el lugar una voz lo devolvió a sus casillas.
—Minseok, ¿Eres tú?
La voz que había interrumpido su mar de pensamientos era nada más y nada menos que la de Kim Jongdae, su mejor amigo y la persona a la que amaba en secreto desde que era un niño. Observó de soslayo la alta figura del azabache, quien lo miraba con extrañeza.
—Jongdae... —susurró, dándose la vuelta, observando el rostro horrorizado del contrario al verlo bañado en sangre.
El recién llegado se acercó a él con preocupación bañando su rostro, y sin saber que más hacer se lanzó a sus brazos.
—Min, ¿Qué sucedió? ¿Por qué tienes sangre encima? ¿Estás lastimado? —cuestionó el azabache intentando no entrar en pánico al ver el estado del mayor mientras lo aprisionaba entre sus brazos sin saber muy bien qué hacer.
—No tuve opción, el Padre Lee, él... él quiso —murmuró con rapidez, sin atreverse a completar la frase.
Ante lo dicho el menor observó a su amigo, notando la camiseta empapada de sangre y desgarrada, comprendiendo lo que quiso decir. Su rostro cambió completamente, abrazando con más fuerza al mayor quien se encontraba todavía en estado de shock.
La mente del castaño en esos momentos era un desastre. Escuchaba múltiples palabras recorrer de un lado a otro su cabeza, y una sensación rara se había instalado en su pecho, como si hubiera liberado algo que no debía.
Pero tenía en cuenta una sola cosa, estaba hambriento.
Y mucho.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top