|誰にも触させなう|


No puedo decir que me encontraba admirando los jardines, tampoco que gozaba del aire fresco y el canto de las cigarras, no, estaría mintiendo. Realmente sólo disfrutaba el sol tan caliente que me acariciaba la piel junto con el masaje que me proporcionaba el pecho de Ryōma al respirar, acción que en ocasiones yo ya no me permitía.

El frío era insoportable, el verano más gélido que jamás había vivido estaba pasando ahora mismo. Sí, Ryōma y el resto de gente en el castillo se quejaba del calor, por eso llevaban ropas frescas y bebían constantemente agua mientras que para mí el frío era incontrolable. El sol y el agua eran lo único que me podían hacer entrar en calor, por eso entregaba mi cuerpo a los rayos de mediodía sentado de esta manera en el pequeño jardín interior, claramente junto a él.

Escuché los pasos de alguien que se aproximaba a nosotros pero apenas pude distinguirlos de mis revueltos pensamientos e imaginaciones.

"Hemos dejado el baño preparado ya." Decía a Ryōma quien respondió en voces bajas que iríamos allí pronto, también agradecía con su común simpatía. 

Creo que de nuevo perdí el conocimiento por instantes, al volver a tener noción de mi alrededor vi entre pequeñas rendijas que hacía con mis ojos que me estaba moviendo.

Consiguiendo que mis ojos se abrieran me dí cuenta de que de nuevo me estaba cargando, estábamos adentrándonos en la zona donde estaba el baño. Demoramos un buen tiempo en terminar de asearnos para poder pasar a una piscina pequeña de madera, allí el vapor era fuerte y la calidez del agua era perfecta para desaparecer gradualmente el frío cruel que me calaba los huesos.

Puede que en estos instantes del día consiga recuperar el sentido para permanecer así hasta que duerma, ya cada vez es más difícil mantenerme con consciencia y alerta por mucho tiempo. Así es al final.

En ocasiones mi ya de por sí escasa fuerza desaparece por completo y no puedo siquiera levantarme de la cama, no puedo abrir los ojos en ocasiones y únicamente escucho e imagino qué es lo que tengo a mi alrededor. Trato de descifrar cuál es la expresión de Ryōma cuando me acaricia, ¿qué tanto harán los demás? Tal vez ahora yo ya esté atrapado por completo por aquellas garras similares a ramas que crecen y crecen cada día más dejándome sin escapatoria pero al menos mi imaginación ha sabido huir dejándome una distorsionada e incierta visión del mundo.

Esas ramas negras y terriblemente fuertes empezaron como una semilla de veneno que se me plantó en los pulmones encontrando un cuerpo sin defensas perfecto para su supervivencia, así fue como germinó por años hasta el punto actual en que esas ramas me tienen dominado por dentro pero están expandiéndose por fuera. Llevan conquistando mi exterior desde poco después de que conseguí entrar en la adolescencia, llevan siete años creciendo lenta y dolorosamente por fuera de mí, hasta que ahora están a punto de terminar su expansión.

— ¿Estás mejor? —me acarició un hombro.

Asentí repetidas veces cerrando los ojos un momento antes de volver a recuperar la vista por fijarla en él una vez más antes de reír entre ahogados intentos de tomar aire dejando la sonrisa en mí.

— Creo que ya llevamos mucho para ti, ¿salimos para volver a la habitación y que descanses un poco?

En el momento en que asentí, él se dispuso a salir para acabar vestido en muy poco tiempo. El decir que sí ante la pregunta de salir ya significa que aún faltará mucho, yo aún tardo demasiado en poder salir de todo esto por fin.

Dejé que mis ojos se perdieran en el vapor emergente del agua en la que me encuentro, me permití hipnotizar por todo aquello algunos minutos hasta que sentí que él me estaba cepillando el cabello.

— Ya no se te enreda como antes, ¿ya te diste cuenta? —me dijo aún paseando el cepillo por mi pelo con lentitud.

— Sí, tampoco crece ya —asentí en una pequeña risa.

— Pero es bueno eso, no tienes que estar cortándolo cada dos por tres —entonces sentí sus manos alzarme el pelo y atarlo con una cinta pequeña—. Listo, ya estás peinado —dijo deslizando su mano por mi cabeza.

Le sonreí asintiendo para entonces procedes a salir, secarme y vestirme. Puede que sea una exageración pero realmente tardo casi veinte minutos en poderme poner la ropa, no tengo ya fuerza para atar los nudos de los cinturones ni nada así.

Aún así, esta vez él me ayudó para ponerme la ropa de cama y mi común haori del uniforme encima para no sentir el aire cuando salgamos en dirección a mi habitación. De nuevo me dejé llevar en brazos, el hambre que tenía acompañada por la debilidad era potenciada por el cansancio que otorga el constante vapor de la bañera.

Cerré mis ojos quedando hecho un ovillo aún entre los brazos de Ryōma sintiendo cómo a pesar de estar en un sueño muy poco profundo, podía darme cuenta de a dónde estábamos yendo.

Me he aprendido por completo la distribución de las habitaciones y salas de este castillo casi de apariencia imperial, llevo poco menos de un año desde que rompí la segunda regla de mi antiguo clan a la vez que la primera por quebrantar el séptimo mandamiento del bushidō, la lealtad.

Yo... no los traicioné. ¿Qué es la traición? ¿Por qué automáticamente todos asumimos que al marcharme los traicioné y no sólo corrí como todos hicieron?

Ese ataque inesperado al cuartel me tomó estando entreteniendo a la pequeña Tamako mientras su padre finalizaba una reunión. Recuerdo a la perfección estar arrojando piedras con ella en el estanque enseñándole a hacer patitos. Yo le buscaba las piedras y ella las arrojaba intentando que rebotara y dejara ondas en el agua.

No tenía ella más de cuatro años por lo que a veces su mano era demasiado pequeña para tomar la roca, tampoco es que las mías sean grandes así que le expliqué lo que yo hacía para que pudiera realizar el truco sin tomar toda la piedra.

Yo estuve ahí cuando hizo su primer patito, cuando nació también pude verla, más de una vez me ofrecí para dormirla e incluso le enseñé a leer y escribir de una manera nada profesional. Realmente le cogí demasiado cariño a esa niña, la quería demasiado, tanto como para no poderle dar ni un sólo beso en el pelo, tanto como para no poder darle un abrazo, tanto como para no estar con ella mucho tiempo en interiores sin tener miedo, sin tener un pánico mortal de que dentro de poco me dijeran que estaba enferma. 

No se queda un miedo emocional, todo mi cuerpo estaba aterrado, lo suficiente como para que cuando ella tenía tres años llegó con su madre al cuartel sin ánimo, su sonrisa no estaba presente, su padre la tomó en brazos llevándola hasta su habitación porque se sentía mal, puedo decir sin temor a equivocarme que yo empeoré gravemente desde esa vez, terminó por ser un común resfriado del que se sanó a los pocos días pero aún así es como si cualquier esperanza restante de que podía estar con ella sin enfermarla se hubiera esfumado dejándome deprimido.

Si fuera algún otro tipo de enemigo el que la dejara en peligro yo me encargaría de protegerla, su padre y yo lo haríamos pero este no podemos siquiera verlo, un enemigo que vive en mí.

Escuché fuertes ruidos provenientes de la parte frontal del cuartel, recuerdo decirle que guardara silencio, me intenté asomar un poco pero no hubo tiempo antes de que Isami Kondō abriera una puerta gritándome que escapara con su hija.

No fue demasiado lo que aguanté corriendo con ella en brazos pero recuerdo que lo hice hasta que realmente fue mi cuerpo el que paró por sí solo, apenas era el anochecer pero todos parecían ocultarse en sus viviendas por el ruido de guerra que provenía del cuartel del Shingengumi. Únicamente recuerdo haber seguido tal carrera hasta que definitivamente terminé por caer recargado sobre la entrada de una casa, perdí la orientación, no tenía idea si había recorrido dos calles o toda la ciudad, di un par de desesperados golpes a la puerta de la casa para que después de eso viera entre sombras cómo dejaban entrar a Tamako.

Di a parar justo allí... justo en la casa en que mi enemigo se ocultaba. Puede que tras la extraña experiencia en que convivimos hacía ya casi tres años pude asimilar que era posible que al fin y al cabo, él no tuviera el deseo de asesinarme.

No me hizo falta rogar para que cuidaran de Tamako, fue cuestión de minutos lo que tardó Shintarō Nakaoka en encariñarse también con ella, le dio de comer e incluso le preparó una cama para las dos noches que pasó en esta casa. Fue Nakaoka quien se encargó esta vez de cuidarla y mantenerla entretenida hasta que consiguió presentarse de frente con Isami Kondō para entregarle a su hija sana y salva, le comentó que no sabía mi paradero para que no se considerara una traición. Sakamoto pasó casi dos semanas en el mismo asiento observando cómo mi vida quedaba en manos de la suerte. Desde ese momento a pesar de que pude recuperarme de ese bajón decidí ya no volver, quise quedarme con ellos, por eso es que recibimos asilo en esta zona del importante castillo de la ciudad, el Castillo Nijo.

Ahora la situación parece permanecer igual. Ryōma llevaba ya media hora sin sobrepasar la mitad del tazón, el arroz que me entregaba en pequeñas bolitas sujetadas con palillos era la razón por la que él apenas había comido su bandeja.

Si bien nuestra primera risa fue cuando Nakaoka estaba comiendo con Tamako y él permanecía conmigo, me dio una pequeña porción de arroz pero cuando me la acercó yo estornudé golpeando con mi nariz los palillos para así esparcir los granos por la sábana y mi ropa. Su primera reacción fue de disculpa tomando un trapo para limpiar pero yo no soporté más tiempo conteniendo una risa casi ridícula por no poder respirar. Fue cuestión de segundos lo que tardó en contagiarse.

Me pregunto yo por qué, ¿por qué pude contagiarle la risa en segundos pero jamás la enfermedad? Con el paso del tiempo llevamos más de un año conviviendo, desde sentarnos al lado del otro hasta compartir la saliva en los espontáneos besos, claro que las caricias, besos y compartir la cama no sucedió hasta hace diez meses. Ryōma desesperadamente quiere contagiarse, mucho tardé en comprenderlo pero claramente me dijo que él no quiere vivir después de que yo exhale mi último aliento.

Ya no comemos en el gran comedor, ahora lo hacemos siempre en nuestra habitación pero por más que insisto en que él se vaya con el resto y yo me quede aquí permanece necio, después de todo me parece que comer solo es algo que aún puedo hacer; pero se niega rotundamente.

Llevó el vaso de madera hacia mí llamándome la atención, de nuevo me quedé mirando a la nada. Intenté llevar mis manos al recipiente para inclinarlo un poco más ya que el agua no llegaba a mi boca pero él lo hizo con una fuerza excesiva que causó que el agua me llegara de golpe y salpicara cayendo por mi barbilla.

Tratar de no reírme fue imposible de nuevo, estallé en carcajadas de nuevo bastante ahogadas mientras me secaba con las mangas el cuello y la cara, recibí un trapo por su parte para terminar de secarme y después poderlo mirar esbozando una sonrisa nostálgica.

— ¿Que pasó? —suspiré ya dejando de reír con bastante dificultad.

— Hace mucho que ya no te reías así... tres semanas para ser exactos.

— ¿De verdad llevas la cuenta?

— ¿Por qué no la llevaría? Cuidarte tanto es lo mejor de mi vida y tú lo más importante. También me he dado cuenta de que te has recuperado de la recaída del mes pasado por completo.

— Pero si de eso me curé hace ya unas semanas... —reí un poco dejando el trapo doblado al lado de los tazones.

— No completamente. Ahora ya no te tiemblan las manos, los ojos te vuelven a brillar y también tu piel volvió a coger color.

Sonreí un poco enternecido por sus palabras, entonces me miré el brazo que quedaba un poco descubierto de la manga por el antebrazo.

— ¿La piel de café? —pregunté todavía parando de reír pero bajando considerablemente el volumen de la voz.

Repasé mentalmente las palabras que me contestaría ante esta común situación entre nosotros.

— No, yo la veo color canela... me gusta más la canela. Tiene más personalidad; huele muy bien y  da un inconfundible sabor pero pica si te excedes, tú eres así, que tenga cuidado quien te haga enfadar porque picas como la canela. Pero aunque seas pequeñito eres muy abrazable y simplemente cuando sonríes... —esto se asimilaba tanto a una actuación de kabuki, parecía como si ambos nos supiéramos un guión pero nada de eso pasaba, él sabía hacer como si me controlara con hilos tal y como un juguete, podía hacer que yo sonriera ante su habla para que cuando él lo mencionara yo apenas notara que lo estaba haciendo— sí, justo así, eres como un arrocito con canela espolvoreada. 

Casi sentía mis mejillas calentarse, esas palabras que pronunciaba eran mi debilidad, en verdad no tengo idea de cómo puede ser tan único y bueno al hablar así, pueden parecer tonterías, que me enamore hablar sobre especias y comida, no es eso, lo que me enamora es el significado que pueden cobrar esas palabras.

— Quisiera ser tan bueno como tú en cuanto a hablar para poder decirte lo mismo...

— No soy bueno, sólo digo lo que tengo en mi corazón. Además, cada palabra que pronuncias o cada sonrisa que esbozas me dice mucho más de lo que yo te digo a ti.

Me daba vergüenza hablar, no quería soltar mi infantil pensamiento del crisantemo... no puedo decirlo y hacer sonar como si fuera algo lindo, simplemente terminará sonando como un sinsentido y no hará más que ridiculizar el momento.

— No puedo... arruinaría todo —negué un poco apenado.

Su común expresión realizó su adecuado propósito, su gesto en ocasiones acompañado con palabras me decía "Puedo esperar hasta que estés listo", me lo decía tantas veces por todo lo que me cuesta realizar en algunas ocasiones.

Al poco tiempo de que acabáramos de comer a él se le citó por lo que me dejó prometiendo que muy pronto volvería. Utilicé la mesa para continuar el escrito que tenía planeado entregarle esta noche, la noche que nos llevaba a cumplir diez meses estando juntos, como pareja...

Son varios ya los escritos que he hecho pero terminan en mi cajón como simples prácticas de caligrafía, mi inspiración no es demasiado estable pero ahora debo terminar sí o sí esta pequeña carta que no pude más que iniciar el día de ayer.

Las noches en que sacábamos el tema de un reconocido samurái que solía visitar el castillo a menudo yo terminaba con la labia sobrada. Realmente no me agradaba, a Ryōma le hacía gracia cómo yo no paraba de lanzar críticas en respuesta a las que él hacía sobre mí y también de Ryōma.

Anteayer fue la última vez que nos quedamos acostados pero no dormimos hasta las altas horas de la noche por nuestra conversación que tanto llegábamos a disfrutar a pesar de no ser un tema agradable.

— Senryū a la locura de Okita —recuerdo sus palabras cuando paré de hablar. Él es tan capaz de hacerme reír sin importar las circunstancias, antes había momentos en que yo no podía ni terminar un tazón de sopa por reír sin parar llegando al punto de soltar carcajadas por cada palabra suelta que dijera. 

Si no soy realmente bueno para hablar con la gente de temas profundos tal vez la facilidad con que puedo mostrar lo que siento dejando marcas de tinta sobre el papel sea suficiente como para decirle todo aquello que no he podido decir hoy. Tal vez plasmado en el papel, el pensamiento del crisantemo tome forma de algo con sentido y no sólo la meditación que parecería de niño.

Pude finalizar la carta antes de que Ryōma entrara de nuevo, pude dejarla incluso en un lugar relativamente difícil de notar a primera vista, perfecto para ahora. Estaba guardando la tinta y el resto de papeles cuando él entró de nuevo, me contó que lo habían citado para que pasado mañana tuviera una reunión en un cuartel no muy lejos de aquí, que no serían más de tres horas de ausencia. Claro que yo no tuve problema alguno, al menos ya tenía la carta hecha por si lo adelantaran y tuviera que entregarla antes de que el día pasara.

Según él, yo me encontraba ardiendo en fiebre, por eso me hizo regresar a la cama para él ponerse junto a mí y empaparme con toallas y telas de agua fría para seguirme cuidando como tanto parecía gustarle por más que a mí me llegue a resultar incómodo en algunos instantes... realmente a veces siento que es demasiado, que estoy atando a Ryōma a mí.

Es como sí le hubiera atado una cuerda a la mano sujetándola yo hasta que... no. Esa cuerda no la cogía yo, el otro extremo estaba mucho más adentro de la crisálida hecha por ramas negras, estaba en el corazón del monstruo, justo en lo más profundo de mis pulmones, allí era sujetada con tanta fuerza que lo lastimaba al intentar separarse. Lo peor de todo es que una vez ya no tenga que cuidarme más, de ese corazón emanará una sustancia capaz de recorrer la cuerda en segundos y llegar hasta él para plantarse en su cuerpo.

No lo haría en sus pulmones, lleva demasiado intentándolo y nada da resultado. Esa oscuridad se plantará en su corazón. Este ramo que nos rodea es una venenosa semilla de odio, un odio a un enemigo invisible que por más que Ryōma afile el hierro de su espada jamás podrá cobrar venganza. Esa semilla de hierro nos mirará desde lo alto de una guillotina capaz de asesinar a quien desee. La oscuridad tragó el universo que nosotros conocíamos cambiándolo según sus caprichos que dejamos de sufrir por encontrar consolación en el otro. El lamento que me repito casi a diario eventualmente dejará de llegar a oídos de nadie. Podría decirse que ya todo ha pasado pero seguimos demasiado lejos de alcanzar un cielo libre. El final del Shogunato no marcó el cambio radical que esperábamos.

Ningún tipo de violencia fue frenada como tal, en verdad siguieron luchas y ataques a diferentes cuarteles después de todo. Pero no todos nuestros enemigos se encuentran a nuestro alcance. Quienes estábamos a favor del Shogunato tendrán a su alcance a los simpatizantes del Imperialismo, podrán simplemente pelearse entre ellos como perros callejeros mientras que pocos de alto rango podrán medirse con gente de su nivel pero no hay ningún tipo de perro que pueda hacerle siquiera frente al emperador. Son pocos como Kondō quienes luchan por un motivo de verdadera importancia. Ryōma también lo haría... estuvo dispuesto a devolver el poder al emperador consiguiéndolo casi de manera inimaginable, pero por más que luchó contra viento, marea y cualquier otro tipo de rival sigue habiendo varios inalcanzables.

Si su misión fuera eliminarlos podría empezar por sus víctimas. Son enemigos casi indestructibles y totalmente invisibles, enemigos que pueden matarte con una sola gota de sangre o con un aliento equivocado... 

Si Ryōma quisiera aniquilarlos podría iniciar sin moverse más de dos metros; únicamente tendría él que tomar su espada y clavarla en mí dejándome sin oportunidad de exhalar algún otro aliento lleno de veneno.

Al abrir los ojos estaba él sujetándome en brazos teniendo sólo mis piernas sobre el futón, repasaba mi pelo con su mano mientras la otra sujetaba la mía. No tenía control sobre mi cuerpo, no podía moverme para nada, incluso sentía que por el mínimo movimiento de su brazo con el que me sujetaba la cabeza como a un bebé, mi  nuca se torcería dejándome un crudo golpe hacia atrás del cual no podría alzar más la cabeza por haberme desnucado o por escasez de fuerza. 

En verdad ningún músculo de mi cuerpo tenía energía, ¿por qué? Estuve escuchando a Ryōma terminar su comida mientras deliraba una vez más sobre la estúpida cuerda.

Casi no podía respirar, al intentar exhalar con más fuerza para sentirme de nuevo vivo sólo sentí un golpe interno en el pecho antes de sentir sangre recorrerme la comisura de la boca y bajar por mi cuello llegando hasta mis clavículas donde el casi río de sangre fue detenido en seco por Ryōma quien me dejó la mano sobre el abdomen para que esta no cayera de golpe al suelo y él pudiera así tomar un trapo para limpiarla.

Volvió a sujetarme con fuerza besando mi sien y cabello con un cuidado que casi parecía miedo. Llevé mis ojos a los suyos hiperventilando.

— Ryōma.

Sentí una incontrolable desesperación, no podía respirar ni moverme pero todo culminó cuando mi voz no sonó en absoluto, casi podía decir que no sentí mis labios moverse.

Quise de nuevo hablar pero fue completamente inútil, tan sólo conseguí gemir sin alcanzar un volumen considerable.

Sus besos prosiguieron en mi pelo al igual que las caricias y susurros de que no me angustiara, que tan sólo estuviera lo más tranquilo que pudiera.

— Voy a estar aquí a tu lado, pase lo que pase no me voy a separar de ti —repitió antes de dejarme un beso en la frente.

Poco después escuché la puerta que se abría, mis ojos se cerraron mientras mi cabeza se movía levemente hacia atrás por lo que él puso más fuerza en el brazo para así mantenerla recta de nuevo. Escuché una voz que interactuaba con la de Ryōma, esa voz tan irracionalmente familiar. Luchaba contra mi cuerpo por poder abrir los ojos, por no alucinar con el propietario de esa voz.

Apenas pude mirar por unos segundos para poder identificar que ese hombre no era nadie más ni nadie menos que el preciso Kondō Isami, recuperé la consciencia de nuevo para darme cuenta de las palabras que se decían unos a otros. Es como si... ahora nada hubiera importado, que todo se hubiera arreglado, como si pudiéramos coexistir sin que Sakamoto luchara con Kondō, sin que Kondō se hubiera llenado de ira al verme tras mi traición.

Tamako... ella estaba ahí. Vestía un kimono azulado y seguía con su brillante sonrisa, ella estaba sentada a la orilla del estanque arrojando piedras sin conseguir los patitos, era por eso que me miraba irradiando alegría en su sonrisa antes de pedirme que le ayudara, no la podía oír, no estaba hablando... o es que ya no escucho nada, tan sólo cuando estuve a punto de acariciar su fleco el oxígeno me regresó abriendo los ojos contemplando al único vestigio de Tamako Kondō, su padre quien me estaba acariciando la cabeza con una terrible mirada hecha añicos.

Las caricias de ambos fueron constantes, incluso Ryōma me besaba aún delante de Kondō.

Mi mano fue sujetada por Isami quien me miraba tan fijamente que no pude hacer más que un gran último esfuerzo por escuchar sus palabras, llevaba dudando de su punto de vista desde hacía un año.

—... y nadie piensa que nos hayas traicionado. Salvaste a Tamako y eso es algo que quisiera pagarte pero simplemente no puedo hacerlo, no basta con agradecerte, ella te quiere mucho, sigue hablándome de ti y te espera —mis ojos parpadearon ante mi esfuerzo por hablar con miedo de fracasar y aumentar esta intolerable sensación.

— No le diga que... he muerto, dígale que me he ido a otro lugar... no se lo cuente hasta que ella sea más grande, por favor... —no tenía fuerza siquiera para toser, únicamente exhalé ahogándome para sentir más sangre recorrerme el cuello.

— Claro... ella, ella te escribió hace unos meses, no te lo hice llegar pues no sabía dónde... no importa, es para ti —me colocó un papel en la mano negando con la cabeza para recortar detalles y aprovechar el escaso tiempo.

¿En verdad esto es posible? ¿Tal asesino puede tener piedad? La venenosa semilla paró de aplicar inhumana fuerza por todo mi cuerpo, se detuvo en su avance por la cuerda. Incluso me devolvió la vista centrada. ¿Acaso he hecho algo como para merecer este privilegio antes de irme? El poder leer su carta antes de volver a la incontrolable tortura.

Sōji

Ya quiero que vuelvas, estoy muy sola asi. Ayer me salieron 5 patitos con una sola piedra me enseñaste muy bien. No se escribir mucho pero mamá me ayuda, espero que mi letra la entiendas. ¿Donde estas? ¿Quieres venir a visitarme pronto? Si quieres puedo ir a verte yo. Mi papá dice que te enfermaste ojala te cures pronto me boy a esforsar por los dos. Aqui te boy a esperar. Te quiero.

KondōTamako 

Eran garabatos, garabatos incluso mal hechos pero a pesar de su simplicidad me causaron incluso más dolor del que ya, mis ojos no tardaron en llorar. Ella no sabía escribir bien, no sabía leer tampoco demasiado bien o con escritura compleja, no sabía que llevo enfermo desde que nació, no sabe lo mucho que he querido volverla a ver, ella ni siquiera sabe mi nombre completo... pero sé que sus palabras eran verdaderas, que ponía tanto sentimiento en ellas dejándome así sin dudas de que ese te quiero es real, igual yo la quiero mucho y es de los motivos que más me aterran de morir.

Dejé de temer el morir sin un legado, incluso dejé de tenerle miedo a este momento; lo que me sigue causando pánico incluso ahora cuando siento que mi corazón está dando sus últimos latidos y mi cuerpo su último esfuerzo, es lo que pasará después, lo que pueda pasarle a Ryōma o Tamako, de verdad tengo tanto miedo...

Una vez Kondō apartó la carta todo empezó a quedarse más silencioso, acabo de notar que él la estaba leyendo para mí pero mis oídos sólo percibían zumbidos ya.

Eché mi último vistazo al rostro de Ryōma, no quiero dejar de estar a su lado, no quiero dejar de mirarlo y escucharlo, ya no siento su voz pero sé que cuando cierre los ojos ya jamás volveré a observar los suyos o su radiante sonrisa que ahora es sólo un recuerdo, sus ojos lloran en estos instantes, justo en los que le sonreí sin poder estar más tiempo así.

Únicamente mis párpados llegaron al límite cerrándose con suavidad pero antes de que mis pestañas se encontraran, mi vista se vio opacada por lo blanco de una nube que fue tintada de un cálido amarillo causado por la luz y por mi último pensamiento del crisantemo.

Pude sentir sus manos de nuevo. Mi cuerpo volvió a sentir todo pero esta vez ya no podía realizar ningún movimiento, ni el abrir los ojos.

— Sōji, fuiste como mi primer hijo, gracias por todo... —escuché el sollozo de Kondō, la primera y última vez que lo oí.

Entonces sentí cómo la sonrisa se desvanecía al momento de sentir la energía terminar de marcharse de mi cuerpo. Pero antes de volver a perder todos los sentidos, noté mi hombro mojarse con varias gotitas antes de que empezara a sentir la respiración de Ryōma en esa misma parte, me estaba abrazando juntando mi cuerpo con el suyo.

— Lo siento mucho, Sōji, no pude acabar con el verdadero enemigo...

— Te amo... —claramente nada pudo escuchar pues ni siquiera fui capaz de hablar, ya no tenía control sobre mi cuerpo.

Escuché su último te amo antes de que todo se volviera aún más incierto, antes de que nada fuera claro, nada se escuchaba ya, tampoco sentí más.

¿Desde dónde podré cuidar de Ryōma? ¿Desde dónde veré crecer a Tamako? Quiero estar en el momento en que Sakamoto Ryōma sea reconocido y respetado por todo Japón, mi sueño era estar ahí, ahí para darle un abrazo y poder decirle que lo consiguió. Soñé también con ver vestida a Tamako de novia, acariciar su pelo finamente retocado y decirle lo bonita que se veía. ¿Desde dónde podré seguirlos amando?

La oscuridad se alejó para dejarme con una borrosa visión de otra persona a quien tal vez pensé jamás ver de nuevo, alguien cuya muerte fue tan dura para mí principalmente porque yo acabé con su vida para parar su sufrimiento, alguien quien me enseñó a vivir a pesar de todo pero ahora tan sólo espero que me enseñe la manera de soportar este intolerable martirio.


Ryōma:

Realmente no tengo idea de cómo diré esto, jamás he escrito a nadie con este sentimiento en el corazón, es un sentimiento que sólo pudo dejarte gracias a la tinta, no soy demasiado bueno pero esta carta va de corazón. No hace demasiado que nos conocimos pero tampoco hace poco, este tiempo no puede ser medido, el amor no se puede medir en ninguna magnitud.

Tal vez todo lo que escriba aquí sea un simple desahogo, lo que no puedo decir con palabras por esa extraña vergüenza en mí. No llegan a la década los años que nos diferencian pero sigues siendo mayor a mí en cuanto a experiencia y la forma de ver la vida. No estoy seguro de que esto pueda cobrar sentido, de que esto no sea más que la meditación de un niñato enfermo.

No he podido decirte de la misma manera que tú lo haces cuánto te adoro, simplemente me es imposible. No creas que es porque no correspondo, es porque no puedo, carezco de tantas virtudes y expresar mis pensamientos más profundos es una de ellas.

Todo tiene un principio y un final, el final de una vida y el inicio de otra. Ambos sabemos que salvar vidas sólo se consigue en el terreno donde la tuya puede ser cobrada, que para salvar vidas a veces hay que tomar otras.

Un crisantemo lo veo así. Puede ser muy resistente pero necesita amor para que crezca, sus pétalos van desde su corazón ensanchándose conforme se acercan al final, están apoyados los unos en los otros. Tú eres cada uno de esos pétalos para mí, los que tanto me gusta ver y que a pesar de todo lo que suceda siempre están vivos y me recuerdan que aún lo estoy también, que hay al menos una pizca de belleza en este mundo de guerra.

Espero que este día haya finalizado como planeaba yo, mi infantil sueño de que acabáramos acostados juntos después de cenar, el poder dormir abrazándote y que mañana te pueda regalar un crisantemo ahora que ya te he explicado el pensamiento que me retumba en la cabeza con tanta frecuencia.

En verdad siento mucho lo que te he hecho pasar, te quiero como a nadie he querido, de verdad no sé si la mismísima tinta me otorgue la libertad de poderte decir cuánto te amo.

Arrocito
Okita Sōjirō Fujiwara no Harumasa

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top