|生きる|
— ¡Okita! —escuché a Sakamoto gritar a mis espaldas una vez salí corriendo del lugar— ¡No dejen que vaya! —ordenó corriendo detrás mío también.
Pero no hice ningún caso, intenté seguir corriendo, era una extraña sensación, hace muchísimo tiempo que no corro así, y nunca lo había hecho con tanta desesperación.
El aire chocaba en mi contra dificultando la acción de respirar, pero aún así sentía como si tanta adrenalina fuera capaz de otorgarme esa sensación que no tengo desde hace años: el sentirme ligero debido a que puedo aprovechar bien el oxígeno.
Apreté mi katana contra mi cintura, incluso llevé mi mano al mango de esta para estar preparado.
La gente se amontonaba frente a la plaza, nadie debería verlo, deberían estar deteniendo ese crimen.
— ¡No, paren! —grité a unos pocos metros de la aglomeración de gente— ¡Paren, no lo hagan!
Muchos voltearon a verme, pero no me detuve, aún así, justo cuando iba a desenfundar mi katana y adentrarme en la multitud, me detuvieron en seco.
— ¡Suéltame! ¡No pueden hacerlo, no pueden! ¡Paren! —seguí gritando en histeria.
— Okita, no puedes hacer nada —dijo Nakaoka ciertamente conmovido pero se negaba a soltarme.
Me tenía abrazado desde detrás sosteniendo fuertemente mi abdomen, era tanta su oposición y nuestra diferencia de fuerza que cada vez que intentaba seguir corriendo, él conseguía levantarme del suelo jalándome hacia atrás.
— ¡Suéltame! —golpeé su brazo inútilmente, pero cuando conseguí ver hacia el interior de la plaza, mi pánico aumentó— ¡No! ¡No, no! ¡Paren, por Dios! ¡¡Paren!!
— Acusado por el asesinato de Sakamoto Ryōma... —dictó un samurái en medio de la plaza, justo a su lado.
— ¡No, no está muerto! ¡Él no hizo nada! ¡¡Suéltenlo, no hizo nada!! ¡No hizo nada! —grité desesperado siendo alzado del suelo más de una vez por intentar correr.
Pero con un simple movimiento cortaron su cabeza dejándola caer al suelo como si no se tratara de nada importante.
En ese momento, sólo pude sentir mi cuerpo paralizarse, dejé de forcejear, dejé de respirar... dejé de pelear por unos segundos.
Una gota de sangre cayó sobre el brazo de Nakaoka quien aún me sostenía mostrando también cierto impacto por la escena.
Me recargó sobre él limpiando mi comisura con la mano.
— Lo siento mucho, Okita —dijo en voz baja sosteniéndome todavía, aunque ahora era para que no me cayera al suelo, ya no puse fuerza alguna en seguir forcejeando.
— Kondō... —balbuceé apenas pudiendo tragar, en ese momento sentí cómo en verdad mi cuerpo se desmoronaba, quería ser yo el que yaciera en la plaza.
Acababa de presenciar cómo acababan de decapitar a mi comandante como si fuera un criminal, como si la forma en que conoció a Sakamoto cara a cara hubiera sido en un ataque y no en el castillo Nijo para despedirse de mí. Él me crió, era... era mi padre...
— Sakamoto no está muerto... —negué con la cabeza dejándome caer al suelo. Nakaoka me bajó hasta dejarme arrodillado en el suelo— Kondō no es un criminal... era mejor hombre que cualquiera...
Pasó el tiempo y no hacía más que llorar estando arrodillado y con las manos sobre el suelo.
— Okita, debemos irnos, lo siento —dijo con verdadero sentimiento de empatía. Me tomó del hombro suavemente y asentí levantándome para así caminar junto a él no sin antes voltear a ver cómo la plaza se empezaba a vaciar pero aún con el cuerpo de Kondō en el centro y su cabeza... alzada en la punta de una lanza.
Caminamos entre un pequeño callejón que nos llevaba a la zona comercial, había que seguir esa calle para llegar al Castillo Nijo de vuelta.
— Perdón —volteé a sentir cómo alguien me jalaba suavemente del kimono—, se le cayó esto —era una niña de unos seis años que me estrechaba el pequeño colgante que suelo llevar por dentro del kimono.
— Gracias —dije ciegamente mientras lo recibía, pero no pude evitar mirarla cuando me sonrió antes de irse.
Me cubrí la boca sintiendo mis ojos agrandarse y el corazón dar un vuelco.
Tamako...
En unos meses voy a cumplir veinticuatro años, la muerte de mi padre me duele de una forma que creí imposible, pero no puedo pensar en lo que será para una niña de seis años. Tal vez no lo entienda como los demás, tal vez pueda superarlo con el paso del tiempo y llegar a la adolescencia con la herida de la muerte de su padre ya cicatrizada, pero eso no quita que ella crecerá sin su padre. Quedé huérfano a los ocho años, tenía casi su misma edad y a día de hoy apenas recuerdo a mis padres biológicos, tal vez le pase lo mismo... pero pensar ya como adulto hacia Kondō quien nos crió, nos lo dio todo... hace que la impotencia me recorra de nuevo.
Volvimos al castillo, cuando los guardias se dispusieron a preguntarnos nuestro nombre antes de entrar debido al protocolo que deben seguir a pesar de que llevamos más de un año viviendo aquí, no pude hacer más que mirarlos como si mis ojos se convirtieran en mi nueva katana.
Nakaoka respondió por los dos y nos dejaron pasar. Me dirigí sin más hacia mi habitación donde entré para cambiarme la ropa, por primera vez tenía ganas de quedarme encerrado, usaría la tuberculosis como excusa para no hacer nada, para quedarme acostado y pensando a solas.
Me senté a la orilla de la puerta dejándola abierta para sentir un poco de la brisa del atardecer.
Llevaba mucho tiempo en esa posición, mis mangas ya estaban sucias por llevar tanto tiempo limpiando mis lágrimas y mi cara en general. Mis pies descalzos se calentaron por el sol que les llegaba. Casi había pasado un año desde que me aferré a la vida, desde que luché el doble por cada día; pero ahora no quería hacer más que dejarme morir en verdad.
La noche en que Kondō vino para despedirse de mí dicen que parecí haber muerto, pasé unos minutos con el corazón prácticamente detenido. Más tarde, dicen que empezó a sangrarme la boca a pesar de no estar respirando, me habían dejado acostado en lo que fue mi lecho de muerte y de la nada empezó a caerme sangre de la boca. Pensaron que era el proceso natural en que el cuerpo ya deja de retener los líquidos y energía, que al haber muerto, mis órganos dejaron de forzarse por no ahogarme con la sangre. Pero llamaron a un médico quien lo primero que dictó fue que me dieran la vuelta.
Sakamoto y Kondō -ninguno sensible ante ver sangre- coinciden en que fue impactante la cantidad de sangre que me cayó de la boca, no era del todo líquida, dicen que parecía espesa e incluso había coágulos. Con el paso del tiempo dicen que volví a abrir los ojos.
No iba a ser una muerte instantánea, lo que sucedió fue un desmayo, llegué a un grado profundo de inconsciencia lentamente debido a la latente falta de oxígeno, la sangre se empezó a acumular al grado de bloquear por completo la entrada del aire. Después de quedar inconsciente me moriría asfixiado, mi corazón casi estaba parado, pero mi cerebro no lo estaba del todo, estaba en las últimas según dicen, por eso tuve la alucinación de ver a Yamanami soportando mi idea de que efectivamente había muerto. Si no hubiera respirado en el preciso momento en que lo hice, habría muerto definitivamente.
Pasé al rededor de dos meses sin salir. Los primeros días no me podía mover, debían pasar noches en vela para comprobar que no dejara de respirar cuando dormía. El control sobre mí mismo era nulo, respirar era algo manual que consumía tantísima energía que llegaba al punto de ser agotador y dejaba de hacerlo por mi propia cuenta o sin quererlo. Era un miedo latente el que de pronto los pulmones se me detuvieran al igual que el corazón. Con el paso del tiempo volví a hablar, recuperé la fuerza como para respirar y más tarde para volver a comer, moverme en el futón. Al cabo de un mes ya podía volver a mover las manos casi con normalidad, no pasó mucho hasta que volví a caminar y retomé la vida normal.
Sorprendentemente, ese tiempo de debilidad extrema fue lo que necesitaba para continuar, no es que ahora pueda actuar como si nada, como si estuviera sano, pero realmente me encuentro como hacía un año: débil, enfermo y cansado pero no al grado de los últimos días antes de que sucediera mi supuesta muerte.
Pero ahora... quería volver a recuperar el control sobre mi cuerpo, quería respirar de forma manual para poder dejar de hacerlo ahora mismo.
Entonces alguien abrió la puerta de mi habitación, la que daba al pasillo interior. No quise ver quién era, no quiero hacer nada, no quiero... nada, definitivamente.
— Sōji... —sentí cómo Ryōma se sentaba detrás de mí abrazándome.
No pude voltear y verlo, simplemente no puedo.
— Lo mataron como a un criminal... Como si te hubiera matado... —fue lo único que pude murmurar teniendo que apretar mi garganta a vez que negaba con la cabeza.
Él no respondió, parecía no saber qué decir. No se puede decir nada.
— Pero estás vivo... ¿Por qué lo hicieron? —conseguí voltear la cabeza hasta él para intentar mirarlo a los ojos.
Él acercó la mano para secarme la mejilla y mostrar cómo sus ojos estaban a punto de inundarse también.
— No lo sé... —ahogó un sollozo antes de respirar profundamente y tratar de seguir hablando— Pero todo esto se ha desvirtuado, hablan en mi nombre sin que yo haya dicho nada... dicen que estoy muerto, esto no es lo que debería, están tomando ellos el poder.
Asentí sintiéndome arder por unos instantes.
— Malditos hijos de... —pero ni siquiera conseguí terminar el insulto, caí en la cuenta de que esto podría estar yendo más allá— Ryōma, ¿qué tal si esto sigue empeorando? ¿Y si... intentan matarte?
— No, Sōji —negó con la cabeza convirtiendo su cálida expresión en una tan preocupada que rozaba la frialdad pura—, ellos van por ti.
— ¿Por mí? —una risa inconsciente y ahogada se me escapó al pensar en ello.
— Lo que ocurrió en la plaza no pasó desaprecibido. Les llamó la atención que alguien lo intentara negar tanto, que negaras que Sakamoto está muerto a la vez que llorabas desesperadamente por Kondō, luego dijeron que alguien te reconoció: Okita del Shinsensgumi. No es que seas irrelevante en el Shinsengumi, y eras cercano a Kondō, por eso eres su objetivo.
Finalmente me iban a matar...
— Sōji, lo siento mucho —murmuró tomándome una mano casi sin atreverse a mirarme a los ojos.
— Está bien... tarde o temprano iba a pasar, ¿no?
— No, Sōji, no voy a dejar que te maten. Todo está listo para que te vayas a Kyoto en unas horas, cuando caiga la noche vas a salir junto con unos guardias, se harán pasar por unos ronin cualquiera que van a la capital. Caminarán todo lo que aguantes antes de parar en donde puedan o ir en caballo, pero deben pasar lo más desapercibidos posible... por eso van a salir de noche.
— ¿Y tú?
— Se supone que es mi ejército, tendré que hacer algo yo. Ellos están yendo en contra de lo que acordamos así que no puedo prometerte que estés seguro aquí, por eso te vas a ir a Kyoto.
— No —negué con la cabeza firmemente. Me estaba diciendo que es muy posible que él muera aquí, tal vez esta noche—. No voy a irme sin ti, Ryōma, si te van a matar quiero morir contigo.
— No, no voy a dejar que pase eso. Ya conseguiste sobrevivir, ha pasado un año, debes vivir.
— Y tú ya sabes lo que es perder a alguien así... —en ese momento no me di cuenta de cómo mis ojos ya estaban llorando sin que yo lo quisiera— ¿Vas a dejar que yo pase por eso después de haber sobrevivido al supuesto golpe final de la tuberculosis? Ryōma... acaban de asesinar a mi padre, eres lo único que me queda... Si a ti te matan también, para mí será como haber muerto.
Lo puse en una posición muy difícil. Pero terminó accediendo, según él, nos iríamos juntos por la noche.
Aún así me llega a causar algo de pena abandonar el Castillo Nijo, llevamos mucho tiempo aquí, hemos pasado muchas cosas y realmente no es algo fácil de superar de la noche a la mañana.
Ryōma dijo que tomara lo imprescindible y que durmiera un poco para estar listo y poder aguantar más ya en el viaje. Ya estando acostado en el futón, mientras intentaba conciliar el sueño despidiéndome del techo que tantas veces he mirado por aburrimiento, ilusión o desesperación, escuché cómo estaban hablando fuera.
Escuché a Sakamoto hablar con Nakaoka. Lo estaba convenciendo de ir conmigo y que él se quedaría. Fue ingenuo de mi parte aceptar sin más, él tiene una responsabilidad y dudo mucho que la vaya a dejar así como así simplemente por mi estado emocional.
Me quité el pijama para ponerme mi gi blanco y mi hakama negra, incluso me coloqué los zapatos y tomé el dō, la katana y el kodachi. Pero en vez de huir, o recoger más cosas, simplemente me acosté en el futón pocos minutos antes de que Ryōma entrara al cuarto para despertarme.
— Ya es la hora, cámbiate, ¿sí? —dijo con una sonrisa tranquilizante creyéndose por completo mi actuación de recién despertado, incluso tosí como suelo hacer nada más despertar.
— ¿Ryōma... puedes traerme agua? —pedí poniendo la mejor cara de enfermo que pude. Realmente no me costó ningún trabajo: mis ojos llorosos por la situación, mi palidez usual y la maldita expresión demacrada que llevo teniendo desde que me enfermé hicieron todo el trabajo por mí.
— Sí, claro —antes de levantarse me puso la mano en la frente—. Me parece que tienes fiebre.
— No, no creo —negué intentando sonreír hasta que cerró la puerta yendo por el pasillo—. Maldita sea... —¿por qué los ojos me ardían realmente? Todos mis huesos me estaban doliendo y el clima de primavera se sentía como el de pleno invierno.
Parece que realmente tengo fiebre... por eso me quedé dormido después de cambiarme ocultándome bajo las sábanas.
Aún así me levanté colocándome bien las dos espadas, también me iba colocando el dō mientras salía por la puerta que lleva al jardín. Una vez allí no fue muy difícil saltar el muro con ayuda de unas salientes de la pared a causa del desgaste. Nada más caí detrás del muro y me detuve unos segundos entre las sombras recuperando el aliento, lo escuché.
— ¡Sōji! —me dolió hacer como si no hubiera oído nada, pero lo hice. Corrí en dirección a la punta opuesta del pueblo.
Era difícil, al contrario que al mediodía, ahora sentía mi cuerpo tremendamente pesado, el aire denso y la carrera imposible. Pero una vez llegué a la pequeña fortaleza que se han creado los imperialistas (sin importarles Sakamoto), me quedé hecho un ovillo en la esquina de la pared ayudándome de las plantas altas y la oscuridad para que no me notara mucho.
Me tapaba la boca con la manga intentando que mi desesperada respiración no se escuchara. Tosí igualmente en silencio y no tardé en sentir mi mano empapada, la sangre traspasó la tela rápidamente.
Tal vez estuve allí unos minutos antes de que escuchara unos gritos provenientes de la entrara principal.
Me limpié la boca con la mano para entonces desenvainar mi katana acercándome a la orilla en Hasso-no-kamae para evitar ser visto. Pero cuando pude observar con quiénes se estaban peleando los escasos guardias de la entrada, no pude evitar respirar con tranquilidad, me sentí seguro por unos instantes, los suficientes como para hacer un corte limpio en la espalda del guardia dejándolo caer para deslizarme por la puerta evitando la pelea de al lado e intentando subir rápidamente por las escaleras hasta hallar a aquel que mandó a asesinar a Kondō como si fuera una basura, aquel que asesinó a Ryōma sin tocarlo.
— ¡Comandante, ya entramos! —anunció un soldado algo más atrás.
— ¿¡Cómo que ya...!? —aquel hombre volteó hacia adentro. No pude verlo ni le di tiempo a que me mirara bien, subí al siguiente piso hallando un par de guardias más a quienes me enfrenté.
Uno estaba muerto ya, sólo faltaban dos que atacaban muy constantemente, tuve que empujar a uno con el hombro para tener tiempo como para asesinar al otro y luego volver con él. Pero justo cuando iba a continuar nuestra batalla, alguien más subió.
Era él...
Empujé al enemigo con la guardia de la katana y me dirigí desesperadamente a la puerta de la habitación.
— ¡Te lo dejo! —grité sin reparo, casi como si hubiéramos venido juntos a este ataque.
Nada más abrir la puerta, me encontré con una escena que me sacó de mis casillas. Ese desgraciado estaba a punto de hacer Harakiri... él no merece morir con ningún honor.
Pateé su pecho haciendo que cayera y le quité el kodachi de las manos.
Él estaba desarmado y yo tenía dos espadas, aún así, su verdadera perdición era la cantidad de adrenalina que me recorre el cuerpo actualmente.
Tomándolo del cuello lo estampé contra el suelo.
No podía articular palabra, simplemente lo miraba a los ojos sintiendo que los míos estaban en llamas, casi tan calientes como mi cuerpo entero a causa de la fiebre.
— Así que tu fuiste el mocoso que gritó en la plaza —masculló aún con el cuello apretado lo más fuerte que podía—. Te condenaste... y encima vienes a morir aquí.
No me digné a hablarle, no merecía que le dirigiera la palabra, simplemente le escupí en la cara haciendo que gotas de mi sangre y saliva le cayeran en la boca, gotas que él tragó y luego empezó a reír.
— Así que era cierto —la fuerza de sus risas me hicieron soltar un poco el agarre—. Eres Okita, el mocoso del Shinsengumi, el adorado de Kondō... No sabía si creerles a quienes dijeron que fuiste tú el que lloró en la plaza... "¡Sakamoto no está muerto!" —imitó la voz de un niño burlándose de mí— Claro que no está muerto, pero sólo así podríamos acabar con ustedes, con tu adorado comandante... —clavé mis uñas lentamente en su cuello sacando fuerza de donde no la tenía— El que creíamos que estaba muerto eras tú, ¿qué no te mató la tuberculosis el año pasado? Ah, el comandante demonio, Hijikata Toshizō...
Miró detrás de mí. Hijikata ya había terminado con los guardias del piso.
Cuando volteé a ver, no evité toser sacando gotas de sangre que le cayeron a él en la cara pero poco me importó. Aún así, había humo en el edificio, podía olerlo a pesar de lo dañado que tengo el olfato.
— Aunque tampoco creo que vivas más si sigues así —dijo ya en un tono de burla total.
— Sōji, hazlo —dijo Hijikata sin más y se quedó mirando cómo desenvainé mi kodachi apuñalándolo muchas veces en el abdomen disfrutando cómo esa sonrisa de burla se extinguía poco a poco.
Aún seguía vivo aunque agonizando, no tenía ni rastro de fuerza, incluso era más débil que yo. Por eso me tomé la libertad y gusto de venganza tomándolo por el cabello hasta alzar su tronco lo suficiente como para decapitarlo con la katana de un corte limpio.
Antes de darme cuenta, ya tenía el cuerpo partido en dos bajo mis pies.
Hijikata me miró acercándose también a mí.
— Haz algo —me señaló con la cabeza, la ventana de la sala de enfrente que daba a la calle principal, donde todos se están matando.
Asentí casi sin aliento, y con el corazón a mil, tomé la cabeza casi sin temor y la tiré por la ventana frente a todos, provocando el grito de victoria del Shinsengumi y el de ira de los imperialistas.
Pero el humo era más fuerte, el piso de abajo estaba en llamas.
Me quedé frente a Hijikata al lado de la ventana que daba a la parte trasera de la casa, daba ya al bosque.
Me observó por unos instantes antes de formar una sonrisa en sus labios y abrazarme fuertemente contra él.
— Lo siento —murmuré apretando su haori igual al mío.
— No... No eres ningún traidor, ni debes sentir nada —pude jurar cómo incluso me besaba la cabeza.
Respiré con profundidad recibiendo el humo que me hizo toser.
— Kondō...
— Lo siento —murmuró apretándome con algo más de fuerza, incluso su voz tembló por instantes—. Voy a hacer todo lo que pueda y lo que no por ellos, ¿sí? No importa si debo sacrificarme a mí mismo... cuidaré de todos ustedes, ¿sí?
Asentí sin contener un par de lágrimas.
— Sōji, lo estuve pensando... Tal vez no sea lo mejor que puedo decirte pero es mejor que lo sepas, con el tiempo verás cómo es verdad, cómo Kondō pudo haber tenido un destino peor —me alzó la cara forzándome a verlo a los ojos—. Lo mejor de que Kondō haya muerto repentinamente, sin siquiera saber qué pasaría... es que no pudo verte a ti morir lentamente. Una muerte instantánea no duele, pero una lenta es horripilante... ¿sí, Sōji? Él pudo haber sufrido más años viéndote morirte, ahora ya no tiene ninguna batalla que luchar, si el paraíso existe, tú y yo sabemos que él está allá, ¿verdad?
Me destrocé al ver a Hijikata llorar. Él no... Creí incluso que eso era imposible, pero no...
— No tienes idea de la fuerza para luchar con la que volvió el día en que sobreviviste, me lo dijo y prometí guardar el secreto... Te vio volver a la vida y eso le dio una fuerza impresionante, tan sólo piensa en cómo habría muerto por dentro si ese día tú no hubieras vuelto a respirar.
Pero nuestro abrazo se prolongó más tiempo, no quería soltarlo. Hijikata y yo nunca tuvimos una relación cariñosa pero ahora... la vida nos ha dejado claro que si en verdad apreciamos a alguien no debemos hacernos los insensibles y fingir indiferencia.
— ¡Comandante, debe salir! —gritaron desde abajo. La casa estaba en llamas por completo.
— Vete, Sōji —me intentó separar de él.
— ¡No, Hijikata! —forcejeé en el momento en que él me tomó en brazos sin ninguna dificultad.
— Vete y vive, ¿sí, Sōji? —me dedicó una última sonrisa antes de besarme en la frente y dejarme caer por la ventana.
La hierba amortiguó el golpe aunque sentí el impacto sin duda. Aún así, no sé si fue por el golpe, por la fiebre o por el humo, pero no pude hacer más que quedarme encogido en la misma posición en que caí, y mirar por la ventana cómo sacaban a Hijikata.
Para cuando abrí los ojos era Ryōma quien me estaba despertando.
— Sí... sí, eso es Sōji, mírame —insistió obligándome a no cerrar los ojos.
El alba teñía el cielo, parece que quedé inconsciente y oculto toda la noche.
— Sí, sí —asintió tomándome de ambas mejillas haciendo que mirara el cielo, eran unos tonos simplemente hermosos—. Ven Sōji, nos iremos a Kyoto los dos, nos están esperando... iremos juntos.
Me quedé mirando el cielo mientras él me tomaba en brazos ya caminando por el bosque. Observé cómo la oscuridad de la noche era asesinada por la luz de la mañana, era un espectáculo precioso... siempre he odiado el gris del anochecer, pero el gris de la mañana es mi momento favorito del cielo.
Cuando se hizo la luz por completo miré a Ryōma quien me seguía cargando, ya casi llegábamos con quienes nos acompañarían hasta Kyoto.
— Ryōma... —mi voz sonaba peor de lo que esperaba: estaba débil y herida, justo como debo estarlo yo aunque no pueda darme cuenta.
Me acurruqué un poco sobre él apretándolo contra mí.
— Sí —respondió preocupado mirándome una y otra vez—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Sólo asentí formando una sonrisa fina y suave, sonrisa que ayer creí imposible de hacer. El mundo se me cerró, quise morirme durante horas... pero llevo años muriéndome, eso no cambia nada y tampoco cambiará, por eso ahora sólo me falta cumplir la petición de Hijikata y vivir.
*** *** ***
DIOS MÍO, ESTO FUE INCREÍBLE. Llevo más de un mes sin poder escribir esto y de repente me llegó un pedazo de inspiración... No, por Dios, ¡estoy en llamas!
Okay, dejando de lado esto...
Así es, ¡finalmente salió la continuación de Uragirimono! Así, sin aviso ni nada.
Esto estaba planeado para el día tres de marzo pero, como ya dije, mi inspiración estuvo muy precaria en esas fechas y hasta estos días volvió y conseguí acabarlo. Realmente disfruté mucho escribiendo este One-Shot... si es que puede llamarse así.
Está dedicado al querido Sakamoto (Papuhacker) como un especial regalo de cumpleaños bastante atrasado... perdón :'(
Espero que te haya gustado mucho y... ¡feliz cumpleaños! Aunque haya pasado un mes, eso es subjetivo... ¡para mí todo el año es Navidad!
Y en general espero que hayan disfrutado todos de este capítulo que realmente me puso emocional :') Comenten si les gustó, si quieren una continuación para dentro de dos años... comenten cositas UwU
Gracias por leer y nos vemos muy pronto.
Okita~
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