• XXVI •

Kunikida Doppo es el tipo de novio que... 》

• Trata de guardar su impotencia
frente a cierto tipo de situaciones en las cuales él se vea afectado tanto ligera como gravemente, con tal de no preocupar a su pareja con estados que el considera 'no tan graves'.

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—Insisto,—reprimió un gruñido amenazando con brotar de su garganta, a la vez que él pasaba una manera sobre su larga cabellera rubia ya suelta.—El que vinieras aquí no fue para nada necesario, agradezco la intención, pero también agradecería que regresaras a la agencia y siguieras con tu trabajo en vez de preocuparte por–

Callaste sus órdenes al reposar tu frente contra la suya, para luego guiar una mano a su mejilla —la cual estaba literalmente ardiendo, y no por una única causa— acariciar esta y pasar tu dedo pulgar por encima de la misma, sintiendo como el calor apresando el completo rostro de Kunikida trataba de transmitirse a tí, sin éxito alguno en el proceso.

Con el portador de gafas recostado bajo suaves y gruesas sábanas blanquecinas, y junto a su ya ardiente rostro dada la gravedad de la fiebre que le consumía, llegaste a la conclusión de que definitivamente, el trabajo podía esperar.

—No pienso en dejarte en estas condiciones, no será sano para tí.—frunciste el ceño, sintiéndote disgustada por la idea.—Con tu permiso, iré a buscar lo necesario para tratarte.

Si no fuera por la alta temperatura corporal poco a poco consumiendo las pocas energías que le quedaban, Kunikida ya se hubiera levantado de su posición recostada para detenerte. Mas, era obvio que por el momento, él debía limitarse a convencerte de volver al trabajo, cosa que sería complicada de lograr, dada la aparente relevancia de su caso.—No es necesario.

Claro que lo es.—te encaminaste hasta llegar al marco de la puerta, deteniendo tus pasos justo en ese punto, para voltear y poder ver a tu pareja a los ojos.

Con una sonrisa divertida curvándose en tus labios, no pudiste evitar soltar una risilla por lo bajo al recordar ciertas palabras que él te había dicho cuando tú tenías el yeso. Si bien él te cuidó en ese entonces, era totalmente necesario para tí el tener que devolverle el favor.

Con esa susodicha serie de palabras resonando en tus tímpanos, te fue inevitable levantar la mirada, fijar esta en la —confusa— del rubio, y guiñando un ojo, citaste esos términos bajo la ironía de la situación, a la vez que el rostro de Kunikida se teñía de un rojo aun más intenso.

—¿También puedo preocuparme por tí, sabes?

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