Décimo segundo año
Las flores se marchitan, los ríos se secan, el sol se oculta en el horizonte, y el tiempo sigue pasando...
Yo te sigo esperando.
***
Una vez más nevó en los Recesos de las Nubes. Cuando nieva todos los años siempre pienso en mi madre, el día en el que se fue, estaba lleno de nieve.
Lo perdí todo.
Incluyendo los rastros de su presencia.
Ella era una mujer hermosa, en mis recuerdos a penas y prevalece su sonrisa liviana y tranquila, su porte regio, imponente aunque con un deje sutil de elegancia y suavidad, su regazo era cómodo, me acomodaba en el cada que iba a verla. Permitía que me sentara junto a ella y me molestaba cuando tenía oportunidad; en eso se parece un poco a ti, ambos igual de necios y reacios a dejarme en paz una vez que llegaban a encontrarle el gusto a verme molesto.
Jugaba con mis cachetes, los picaba con un dedo largo y estilizado, los pellizcaba sin misericordia hasta que adquirían un tono rosa melón, dejando la piel sensible a causa de la continua tortura.
Nunca le oí quejarse de su situación, y mucho menos culpar a tío o a padre por su estilo de vida, no parecía molestarle demasiado, disfrutaba de nuestra compañía, y, aunque rar vez lo admitía, yo igual amaba los días que se nos permitía verla.
Tampoco llegó a preguntar por nuestros estudios o nuestra vida en el exterior, ahora me parece que quería olvidar que llevábamos otra vida afuera, una donde ella no podía formar parte. Hermano la aconsejaba, dándole nuevas ideas para atormentarme, siempre que ella le preguntaba algo sobre mí, él respondía con una sonrisa y una mirada inocente. Mi madre sabía ocupar esa información y la empleaba como nunca hubieras tenido idea.
¡De verdad que adoraba fastidiarme!
A mi solo me gustaba verla feliz, por eso se lo permitía, aunque igual me sentía extraño de ver que alguien lograba tocarme, invadiendo mi espacio personal, sin que eso me hiciera estallar en rabia como en ocasiones pasadas.
La vez que tío dijo que ya no deberíamos ir a verla creí que estaba molesta por algún acto cometido por mi o mi hermano, más estaba equivocado. Esperé, sentado en el umbral de la puerta, esperé a que me abriera, esperé y esperé... Hasta que oscureció y sucumbí al sueño, a la mañana siguiente estaba en cama y con un resfriado pequeño por haber pasado toda una tarde debajo de la nieve.
Creí que mi madre abriría la puerta si esperaba lo suficiente, pero nunca más volví a verla.
"Mamá se ha ido"... Dijo mi hermano cuando pregunté por ella.
"¿A dónde?"... Cuestioné yo.
"A un lugar donde ya no sufre, un lugar mejor, uno a donde no podemos seguirla."
No lo entendía... ¿Si mi madre nos amaba, porqué nos abandonó?
Necesité de un par de años y un poco más de madurez y comprensión para poder entender aquella explicación que me dio mi hermano cuando era poco más que un retoño.
Tú dijiste lo mismo sobre tu madre.
¿Estoy condenado a no poder conservar nada?
Tú también te fuiste, aunque no nevaba cuando eso pasó, al contrario, el clima era una osca mezcla de lluvias, torrentes de agua, truenos lejanos y nubarrones atormentando al cielo con colores grises.
Ese día y los que siguieron fue como si yo no estuviera aquí, como si el tiempo hubiera sufrido un colapso, deteniéndose en medio de un dolor punzante. No podía ver con claridad, las lágrimas cubrían mi visión como un velo delicado que escurría como un arrollo hasta tocar fondo.
Recordé lo que era sufrir por haber perdido a alguien tan valioso como el universo.
Mi madre se fue y no pude despedirme de ella... ¡No estaba listo para despedirme de ella!
Tú te fuiste y tampoco pude despedirme... ¡Y tampoco estaba listo para hacerlo!
Wei Ying, los amo a ambos... ¿Puedes decirme entonces, porqué el mundo es tan cruel y me los arrebató?
Si el amor no es un pecado... ¿Entonces porqué duele tanto?
No merecían lo que les pasó.
Ella era una bella ave enjaulada, la cual, jamás buscó escapar, aceptando su destino en silencio y queriendo reemplazar su dolor y penas con la alegría de ser madre, de jugar con sus hijos, de molestarlos...
Tú eras un ave aguerrida a la que obligaron a dejar los cielos, arrancándote las alas espléndidas que te permitían ir alto, más eso no te detuvo. También tuviste penas y desconsuelos, sufriste con cada paso que estaba siendo juzgado por el resto, te levantaste sin rechistar y obligaste a tus piernas a sostener el peso que ahora ibas arrastrando. Volaste, volviste a hacerlo, pero de nuevo las flechas lograron derribarte, y esta vez te enteraron hasta el fondo, en un punto muerto donde no puedes volver a subir.
Pero lo harás.
La esperanza es lo último que se pierde, y en todo caso podré perder antes la vida que la seguridad de que regresarás.
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