Parte 1: Empezando mi nueva vida.
Mi primer mes en la preparatoria distaba mucho de lo que imaginaba antes de ingresar. Todas mis esperanzas de crear nuevos amigos y divertirme se esfumaron rápidamente, ahogadas en pilas de libros que iba sacando cada semana de la biblioteca, y cientos de hojas de tareas para hacer.
Si bien nunca tuve problemas para estudiar, y de hecho sacaba siempre las mejores notas, pensé que todo lo aprendido me facilitaría mis primeros meses de preparatoria. Y aliviado por lo que creí sería un lento comienzo, me dedicaría a acercarme y elegir nuevos amigos.
Nada más lejos de la realidad. Me sentía perdido, y que los profesores hablaban casi en otro idioma. No tener conocidos que hayan ingresado desde la secundaria dificultaba las cosas, era el único en mi clase que estaba solo, los demás llegaron en grupos de tres o cuatro desde otras secundarias. En ocasiones me atrasaba en tomar mis apuntes, y debía quedarme con algún cuaderno prestado en los recreos copiando lo que me perdía. Y este pedir prestado el cuaderno tampoco me facilitaba entrar en conexión con los demás, todas salían y yo me quedaba la mitad del recreo copiando cosas. Y cuando al fin salía, todos estaban dispersos lejos por los pasillos y patio. Y realmente resultaba vergonzoso, como para cualquiera en mi lugar, acercarse así como así a cualquier grupo y entrar en conversación. Para peor la última semana recibí los llamados de dos de mis antiguos compañeros de secundaria, y lo único que hacían era contar las maravillas de los nuevos amigos que estaban haciendo. ¿Para qué me llamarían entonces? Sin darme tiempo a contarles nada, tampoco parecían interesados en como marchaban mis cosas. Aunque no lamentaba no haber tenido oportunidad de decirles lo mal que comenzaron para mí las clases. "Les deseo lo mejor chicos, pero por favor no me llamen hasta que no reordene mi vida" pensaba "y menos si empiezan a salir con alguna chica, eso no lo soportaría". Nunca me encontraba tan lejos de esas ilusiones de conocer a una chica bonita y tener una verdadera vida de preparatoria. ¿Acaso quién no sueña con lo mismo?
La semana siguiente comenzaría las actividades de los clubes. Al principio no pensaba darles atención para concentrarme en los estudios, siguiendo la política de pertenecer al club "de volver a casa temprano". Pero tal y como iba mi vida social, estaba considerando seriamente en anotarme en alguno. En esto pensaba mientras volvía una tarde a mi departamento, haciendo equilibrio en una mano con los libros que había sacado esa tarde de la biblioteca y que ya no cabían en mi mochila, y en la otra llevando la bolsa de compras del supermercado de acercamiento que quedaba de paso. Vivir solo no era fácil, si me descuidaba con las compras terminaría tomando sopa de arroz con sal, lo más horrible del mundo (y lo digo por no pocas experiencias): es que mi despensa siempre estaba al borde del colapso. Y la alternativa de emergencia de pedirle algún ingrediente a mi vecina... en fin, mejor ni pensarlo.
Al salir de la escalera en mi piso me detuve en seco. Alguien había dejado una maleta recostada sobre la puerta de mi apartamento. Desde la parte de la escalera que seguía subiendo escuché una voz femenina:
– ¿Takenaga-san? ¿Kaizu Takenaga-san?
Sorprendido volví la vista, y unos escalones más arriba se encontraba una joven sentada. Alcancé a divisar su pelo corto y ojos brillantes turquesa que contrastaban con la penumbra. Pero instintivamente fije mi mirada en sus piernas, que al estar sentada allí en lo alto su corta falda mostraba generosamente, al punto de dejar ver un poco sus... En ese momento sentí que mis mejillas subían de temperatura y perdí un poco la compostura. "Al fin una chica me habla, y lo primero que hago es ver bajo su falda" pensé. Desvié la vista rápidamente inclinándome en reverencia mientras decía torpemente.
– ¡Lo siento...! ¡Quiero decir: Hi! Sí soy yo Takenaga!
Advirtiendo mi incomodidad, se levantó bruscamente acomodándose la falda al frente con ambas manos:
– Takenaga-san ¿eres un pervertido? — preguntó serenamente. — ¿O acostumbras a espiar las pantys de todas las chicas que recién conoces?
Me empecé a inclinar repetidamente en actitud de disculpa, sin atreverme a mirarla de nuevo.
– ¡Pero qué dices, no es que quisiera hacerlo adrede!
– Entonces Takenaga-san ¿puedes decirme de que color eran mis pantys? — preguntó mientras bajaba los escalones acercándose.
– ¡No las quería ver, es decir no las miré, en serio lo digo!
– ¿Y mis ojos? ¿de qué color son mis ojos?- insistió casi pegada a mí.
– ¡Turquesa! — grité casi, sin mirarla aún - ¡Turquesa brillante, como el océano!
– ¿Seguro? — susurró a mi oído.
Cerré mis ojos y recreé la primera imagen que me formé de ella. Puede que lo más sencillo hubiera sido mirarla directamente y confirmarlo, pero de alguna manera aún no podía enfrentarla. La tranquilidad con la que me hablaba me ponía aún más nervioso, y no me atrevía a sostener su mirada. Esa mirada que destacó contra los reflejos del ocaso que bañaba el corredor externo de mi edificio en un irreal dorado cobrizo.
– ¡Son del turquesa más profundo que jamás vi! — grité.
Se produjo una pausa incómoda. Me quedé inclinado, con los ojos cerrados, esperando que nadie saliera al pasillo a ver que estaba pasando. Por suerte parece que no había gritado tan alto.
– Muy bien Takenaga-san. Mi nombre es Saori Nakamura, y llevo toda la tarde esperando, por favor invítame a pasar y ofréceme algo de té.
– ¡Hi, Nakamura-san! — exclamé y me acerqué a la puerta abriendo trabajosamente con las manos aún ocupadas con las bolsas y libros, pero con la sensación de que había pasado exitosamente por una especie de examen.
Saori entró primero y mientras se descalzaba me indicó para que entrara su maleta. Apoyé las bolsas y libros en el desván para descalzarme, y arrastré su maleta. Cerrando la puerta tras mío empecé a caer en la cuenta de que la situación resultaba muy extraña.
Después de que me pidiera pasar al toilette empecé a preparar el té. Al salir se dirigió a mí por encima del mesón que separaba la cocina del living. Pude ver mejor su figura al acercarse, era delgada con cintura y cadera algo acentuadas, aunque con poco busto. Y su rostro de facciones finas, enmarcando su boca pequeña y marcadamente roja era lo más delicado que había visto en mi vida.
– Dime Takenaga-san ¿Tener colgados los bóxer en el baño como banderas es alguna especie de perversión o fetiche? ¿Algo así como marcar territorio diciendo "aquí vive mi pe..."?
– ¡No, de ningún modo! — interrumpí. — ¡Lo siento, había olvidado que dejé ropa lavada colgada, solo estaba secándose! ¡Debería haberla retirado primero, pero lo olvidé!
– No vi ropa, solo bóxers.
– ¡Lo siento! ¿Por qué te extraña? ¡Acaso las chicas no dejan su ropa interior colgada en los baños para que se sequen!
Me miró pensativa.
– De acuerdo, dejaré pasar esto.
Me sentí aliviado, y de pronto caí en la cuenta de que no tenía por qué sentirme aliviado. Esto estaba mal. Todo estaba mal. Serví el té luego de acomodarme en el cojín sobre el tatami.
– Eto... Nakamura-san, ¿cómo es que me conoces? Realmente te veo y no puedo recordarte. ¿Acaso somos amigos de hace tiempo, quizás de la infancia?
– No te conocía, solo tenía una foto tuya y sabía tu nombre.
– ¿Y te acercaste hasta mi casa sólo por una foto y un nombre? ¡Eso es muy extraño!
– ¿Más extraño que dejar pasar a una desconocida a tu casa sólo porque sabe tu nombre?
Tenía razón, no era normal haberla dejado pasar así como así. Cualquiera hubiera pedido que se identificara de alguna forma, o justificara su presencia. Yo no lo hice, solo atiné a tratar de no incomodarla y hacerla sentir cómoda en mi casa, aunque fuera una completa desconocida. No me importaba que fuera una desconocida, lo único que hacía era cuidar de la única persona que irrumpía en mi vida gris de preparatoria sin amigos. No esperaba nada de ella, el hecho de estar era más que suficiente, el romper con mi rutina de ermitaño y cambiar algunas palabras, aunque sea incoherentemente, justificaba su presencia. Pero no podía explicarle algo así sin sentir una tremenda vergüenza por mi propia soledad; lo que menos quería en el mundo era dejarme ver como un solitario sin remedio, mucho menos a una chica guapa que llegaba así como así a mi vida.
Al dejarme ir en pensamientos, Saori continuó hablando.
– Como veo que conversar no es lo tuyo pasemos a lo práctico. ¿Dónde voy a dormir?
– ¿Qué, qué, qué? ¡Qué! — exclamé tartamudeando — ¿Piensas pasar la noche aquí?
– No sólo la noche — corrigió — Me estoy mudando aquí.
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