5. 𝔙𝔦𝔢𝔧𝔬𝔰 𝔠𝔬𝔫𝔬𝔠𝔦𝔡𝔬𝔰.
Conforme ascendían por las escaleras para tomar sus asientos en el palco que les correspondía, Nayleah comenzó a sentirse extrañamente mal y no le atribuía su malestar a la altura, pues realmente nunca le tuvo miedo o vértigo. El sentimiento instalado en sus entrañas no era augurio de nada bueno, pero no tuvo el valor de expresar sus preocupaciones; mucho menos ahora que el grupo entero parecía estar a punto de explotar de pura emoción.
Fred la tomó por la mano, espabilando a la pelinegra que se vio forzada a esbozar una sonrisa.
—¿Está todo en orden? —cuestionó el gemelo, apretando gentilmente su mano.
—Tuve un mareo momentáneo, creo que comer demasiado no fue una gran idea.
La sonrisa en el rostro de Fred le aseguró que la mentira fue aceptada en su totalidad. Además, era de esperarse, muy probablemente el gemelo estuviera impaciente por verla vomitar a más de 20 metros de altura para tener una buena historia que contar a sus nietos; por desgracia para él, eso no ocurriría.
Leah buscó acomodarse junto a Harry, pero el agarre de Fred se lo impidió y ella no era capaz de desprenderse; sentarse lejos de su hermano no la mataría. "Está con sus amigos" pensó, tomando el asiento de la orilla.
Se acomodó el cabello con la mano libre y se recargó contra el hombro del gemelo que conversaba con su hermano George animadamente, dejando que la chica lo usara como almohada sin objeción alguna.
—¡Oh, ahí están mis chicos! —saludó Ludo, adentrándose al palco con una energía arrasadora— ¿Están listos para ver qué es lo que resulta de su apuesta?
Ambos gemelos parecían disgustados con el comentario burlón, el hombre no creía que la predicción de los pelirrojos pudiese cumplirse, no obstante, estaba obligado a aceptar cualquier apuesta por descabellada que esta fuese.
—Yo sólo espero que alguien pueda capturar el momento en que nos haga entrega de las ganancias.
—Me dan ganas de darle un golpe en la cara —espetó George—, me abstendré porque es colega de papá.
Una carcajada forzosa llamó la atención del grupo entero. Leah se estremeció al encontrarse con la gélida mirada de quien, supuestamente, era el tío Lucius; a su espalda se encontraban Narcissa, hermana de Andrómeda, y su hijo, Draco.
Draco Malfoy no pudo pasar por alto el color pálido que demostraba su prima, incluso con la fiereza de su mirada azulada. Parecía estar a un parpadeo del desmayo e, incluso en tal estado, se mantenía estoica ante la presencia de su padre. Cuando el par de zafiros que Leah tenía por ojos chocaron contra el par de gemas plateadas de Draco, él tuvo que reprimir su preocupación por saber si estaba bien, pues su madre había girado el rostro para pedirle que no se retrasara.
Mujer e hijo tomaron asiento en sus respectivas sillas.
—Creo que esto es demasiado para ti, cariño —satirizó el hombre, tomando a la pelinegra por la barbilla —. Hay personas que no están hechas para los lujos de la gente de alcurnia.
Draco se mordió el interior de la mejilla para no abrir la boca al ver que, cuando su padre desprendió sus garras de la pálida piel de Leah, sus mejillas quedaron marcadas ahí donde Lucius ejerció fuerza innecesaria.
Al heredero de los Malfoy siempre le atrajo la menor de los Tonks, pero estaba consciente de lo imposible que eso era, sin embargo, ella era un universo distinto a la hermana de su madre, a Nymphadora o a cualquiera de la casa Black en realidad e incluso a Edward. Además del color de cabello, Nayleah no compartía ningún otro rasgo que afirmase su descendencia. Sin contar que, por mucho que intentó encontrar su nombre en un libro de astros, jamás lo consiguió.
Le parecía raro que sólo la primogénita de su tía cumpliese con la tradición y, de cierta manera, al rubio le gustaba pensar que no compartía sangre con ella porque, aunque lo ocultase, eso le daba una pizca de esperanza.
—¿Qué ocurre, hijo?
Narcissa atrapó a su adoración ensimismado, mirando a un punto en la nada. Para la mujer, eso parecía un berrinche por tener que sentarse tras un grupo de magos con tan poco prestigio. No lo culpó, ni tampoco llegó a imaginarse el verdadero trasfondo y Draco, por supuesto, no se lo hizo saber.
—Sólo pensaba, madre —excusó el joven, mirando de soslayo a Nayleah.
Ella también parecía estar perdida en sus pensamientos, mirando hacia el campo sin prestar atención a nada en específico.
—Tranquilo, pronto volveremos a casa y nos alejaremos de esta... —los ojos de su madre recorrieron las cabezas pelirrojas sin poder encontrar el adjetivo adecuado— Gentuza.
Fingiendo una sonrisa complaciente, Draco recibió el beso que Narcissa depositó sobre su mejilla, alcanzando a ver que la joven se disculpaba para comenzar a descender los escalones. Si esperaba que alguno de los Weasley la acompañase, quedó totalmente decepcionado, molesto e irritado ante la falta de atención.
Asegurándose de que su padre se encontraba ocupado codeándose con magos extranjeros importantes, el muchacho se levantó de su asiento.
—Iré al baño —mintió—, volveré enseguida.
Descendió la escalinata saltando los escalones de dos en dos, saludando brevemente a los amigos de su padre que encontraba por el camino y, finalmente, alcanzó a la pelinegra que se sostenía del tronco de un árbol.
—¿La primera vez tomando aire fresco y extrañas tu agujero? —bromeó con su típico tono ácido, disimulando su preocupación sin dificultades.
—Tu padre tiene razón —resolvió Nayleah, tomando una gran bocanada de aire—, estos eventos no son para mí.
—No seas ridícula.
Ante la nula mejoría de la chica, Draco dejó a un lado su papel de egocéntrico niño rico y se acercó a una tambaleante pelinegra que apenas se sostenía. La atrapó en el momento justo que sus piernas fallaban.
—Oh, genial. Lo que me faltaba.
Observó a Nayleah inconsciente sobre sus brazos y se tomó la libertad de admirar sus facciones relajadas. Era bonita y familiar, pero no por el hecho de que fuesen parientes, sino porque tenía semejanzas con alguien, aunque, todavía no estaba seguro de con quién.
—¡Aléjate de ella, Malfoy!
Frustrado por los pocos minutos que consiguió a solas con la muchacha, volvió a su papel de engendro del diablo y giró sobre sus talones para encarar al dúo que se acercaba a grandes zancadas.
—Por supuesto, Weasley. Ciertamente no me importaría soltarla inmediatamente.
Haciendo amago de cumplir su amenaza, la depositó rápidamente sobre los brazos de Potter, rechinando los dientes. La preocupación en el rostro del famoso mago le clavó la peligrosa estaca de los celos justo sobre su corazón.
—Te juro que si le has hecho algo...
—No fue así, Potter —negó con prepotencia—. Puede que sea tu novia, pero no deja de ser mi prima; por muy traidores a la sangre que sean los Tonks.
—No es su novia, Malfoy. Ella es su...
—No vale la pena, Ron.
—No me sorprende que sean viejos conocidos —mintió el rubio—. Ciertamente, ni siquiera sé por qué sigo aquí. ¡Quítate de mi camino, Weasley!
Conteniendo las ganas de voltear, Draco se alejó tan velozmente como pudo para devolverse a su sitio junto a sus padres. Cuando les pareció que el rubio se encontraba lo suficientemente lejos, Harry y Ron se movieron entre las tiendas, lidiando con el peso de la chica hasta que las pisadas presurosas a sus espaldas les informaron de la llegada de alguien más. Se trataba de Bill, quien al percatarse de que no volvían, bajó para buscarlos.
—Vuelvan al estadio, yo me encargo desde aquí —instó, levantando a la chica de los brazos de su hermano—. Vayan. Dile a mi padre que todo está bien, Ron.
Ambos adolescentes se marcharon no muy convencidos, pero no pusieron objeción en que Bill la cuidase durante un rato. Seguramente, el señor Weasley lo relevaría en cuanto Ron le comentase la situación e, independientemente del juego, Harry se las apañaría para volver si fuera necesario.
El resto del camino hacia la mullida tienda fue pan comido para el fortachón de Bill, quien no requirió de magia alguna para transportar el cuerpo de Leah hasta su litera.
—No pareces tener fiebre —comentó para la joven dormida—, ¿Qué ocurre contigo Potter?
Intentando averiguar lo que podría estar afectando a la muchacha, el mayor de los Weasley puso a calentar la tetera y, cuando estaba por tomar asiento, escuchó el chillido furioso de un ave impaciente que entró a su tienda, revoloteando sobre su cabeza.
El pelirrojo se sorprendió de encontrar en tal lugar al pichón de los Tonks.
—¿Quieres un poco de agua? —ofreció Bill al ave, que lo miraba con fastidio— Lamentamos hacerte esperar.
Como si la disculpa fuese lo que el ave esperaba, se dignó a beber un poco de agua y luego partió. Bill cerró la puerta de la tienda, volviendo sobre sus pasos para retirar la tetera del fuego, se sorprendió de nuevo al ver que la misiva no provenía de ninguno de los Tonks, sino que, la caligrafía coincidía con la de Sirius Black.
—No puede ser...
El pelirrojo giró el rostro hacia Nayleah, quien tenía una mano sobre la frente; tomó el sobre entre sus dedos y se acercó a chequear a la pelinegra otra vez. Le sonrió cálidamente mientras se acuclillaba para quedar a la altura de la cama baja.
—¿Cómo te sientes?
Ella le dedicó un gruñido. —Arruiné el partido, ¿Eh?
—Desde mi punto de vista, Bulgaria lo hizo en los primeros cinco minutos —comentó el mago, poniendo una mueca en sus labios—. Por cierto, ha llegado esto.
Apenas vislumbró el objeto que Bill levantaba entre sus dedos, los ojos azules de Leah brillaron de impaciencia. Se levantó sin recordar que arriba le esperaba la dura base de la litera superior.
—Cuida...
Un golpe sordo resonó en la pequeña estancia. —¡AUCH!
—¿Te hiciste daño? —examinó el pelirrojo, conteniendo la risa— ¡Te diste un buen golpe!
—Ya lo creo.
Abandonando la cama con cuidado y frotándose el lugar de donde pronto brotaría un chicón, Nayleah se sentó en una silla y abrió el sobre, sacando el pedazo de pergamino que aguardaba doblado al interior.
Paseó los ojos por cada una de las líneas, obligando a los engranajes de su cerebro a funcionar nuevamente, comprendiendo que las noticias ahí descritas no pintaban el mejor panorama y, definitivamente, no eran ni parecidas a las que le habría gustado leer.
Guiado por su expresión, Bill le tendió una taza de té caliente y se sentó junto a ella.
—¿Qué dice?
Ella le tendió el pergamino. —Nada bueno.
Confundido, el primogénito de los Weasley leyó el contenido de la esquela. Levantó una de sus pelirrojas cejas poco antes de llegar al final y, para cuando culminó la lectura, un largo suspiro abandonó trabajado cuerpo. Fue inevitable que su atención se posara en la pelinegra de la silla contigua.
—No me mires así —suplicó Leah, sorbiendo esmeradamente la infusión caliente—. Estoy lista.
Un bufido incrédulo recibió a cambio. —¿Por eso te desmayaste?
—¿Cómo llegué aquí? —preguntó ella, mirando a Bill con el ceño fruncido— Lo último que recuerdo es que me encontré a Draco.
—¿Draco?
—Ya sabes, el exacerbante engendro rubio.
Consiguió hacer reír al pelirrojo. —Pues quienes te arrastraban por la colina eran Harry y Ron.
Nayleah emitió un chillido insonoro mientras se cubría el rostro con ambas manos. A Harry no le habría hecho gracia alguna encontrarla en brazos de su peor enemigo; pese a que, de los pocos recuerdos que ella tenía del rubio, ninguno era malo.
Convivieron en muy pocas ocasiones, pero él parecía ser un buen sujeto cuando estaba lejos de la influencia de sus padres. A veces, le parecía ver a Harry y los Dursley; ella no conocía a esa parte de la familia, pero consideraba que serían tan despreciables como sus indolentes tíos postizos.
—¿Guardarías esto por mí? —pidió la muchacha, pasándole el sobre en qué había llegado la carta, a Bill.
Él asintió. —Cuenta con ello, Leah.
Contempló los agiles movimientos del pelirrojo para deshacerse de la carta dentro de su equipaje y terminó con la bebida de su taza, procesando con toda la calma que era posible poseer bajo semejantes circunstancias.
Insistió en que Bill debía volver al juego, que ella estaría bien, sin embargo, cuando casi lograba convencerlo, el caos del exterior los alertó de que la pesadilla se desataría mucho antes de lo que esperaban.
Bill empuñó su varita con firmeza, tomando a Leah con la mano libre. —¡No me sueltes!
Con la orden vigente, los dos abandonaron la carpa rápidamente. El mayor de los Weasley conjuró un mensaje que aparecería en la entrada de la tienda por si su familia los buscaba, hacerles saber que estaban a salvo.
La multitud de cuerpos que corrían despavoridos por el lugar era sorprendente. Los gritos, llantos y el fuego. Un grupo de magos encapuchados estaba destrozando las carpas sin piedad alguna. Durante unos segundos, Nayleah cruzó miradas con una de las figuras y la sensación de familiaridad en esos ojos le cosquilleó en el interior.
Llegaron a un punto lejano de las carpas, los pulmones de la pelinegra escocían.
—¡Abrázame y concéntrate en la madriguera! —le gritó Bill.
Obediente, se aferró al torso de su compañero con la vívida imagen del hogar de los Weasley en la mente. La sensación fue la misma que experimentó con el viaje en traslador, pero más leve.
Cuando sus pies volvieron a tocar el pasto, se encontró en el jardín de Molly, quien no tardó en asomar la cabeza por la puerta al escuchar ruidos.
—¿Terminó tan pronto? —indagó, achicando los ojos— ¿Qué ocurre? ¿Por qué volvieron? ¿Y el resto?
La preocupación de Molly incrementaba inevitablemente, al igual que la de Nayleah. La pobre chica seguía aferrada a Bill, quien acariciaba su cabello intentando calmarla y le susurraba que todo estaría bien.
—Las sospechas de Black resultaron ciertas, madre —compartió Bill—. Tuvieron la desfachatez de aparecerse ahí.
—¿Aparecerse dónde? ¡¿Quiénes?!
Bill depositó un beso en la frente de Nayleah, limpiando las lágrimas que empezaban a resbalar por sus mejillas y la apretó con cariño, haciéndola sentir protegida.
—Los seguidores de Ya-sabes-quien.
La matriarca de la familia ahogó un grito y se acercó a reconfortar a Nayleah de prisa. Asegurándole, como Bill momentos antes, que todos estarían bien. La empujó suavemente para obligarla a entrar pese a las súplicas por volver que emitió cuando escuchó que Bill partiría nuevamente.
—Es más fácil transportar a seis que a siete, cariño —explicó Molly, con el corazón a punto de salírsele del pecho—. Es muy riesgoso aparecerse con aquellos que nunca lo han hecho.
Nayleah recordó el comentario de los gemelos sobre los grandes riesgos de una aparición mal realizada y desistió, dejando que Bill se marchase sin perder un segundo más. Se quedó impaciente, junto a la señora Weasley, derramando lágrimas y pidiéndole a sus padres, donde sea que estuvieran, que protegieran al clan de pelirrojos que se desvivían por brindarles amor y cariño.
—Ven —instó Molly—, ¿Quieres que llame a Drómeda o a Ted?
Leah sopesó la idea brevemente y terminó decidiendo que lo mejor era esperar. Ya se imaginaba a su madre adoptiva refunfuñando, reprochándole a su padre por no haberla acompañado. No iba a ser ella la culpable de un disgusto de semejante calibre.
—Les avisaré cuando lleguen los demás.
Molly no insistió. Podía leer el desasosiego en los ojos de la pobre que estaba en ascuas por saber de su hermano. Se hizo espacio en el pequeño y gastado sofá de la salita para esperar juntas.
Sorbiendo la nariz, la pelinegra se dio de bruces contra la realidad. Esto era el inicio de su misión, necesitaba aprender a ser fuerte porque pronto no tendría a los Tonks, los Weasley, a Remus, Sirius o a su hermano para reconfortarla.
Las cosas estaban cambiando. Avanzando.
Nayleah debía ser fuerte para enfrentar los obstáculos que se acercaban cada vez más rápido y amenazaban con colisionar contra ella. Así que, se tomó un momento para lavarse la cara y regresó a su lugar junto a la señora Weasley, reuniendo las piezas de compostura que poseía. Esperó, con el par de gemas azules puestas en el reloj mágico colgado en la pared frente a ella; las pequeñas fotografías de los hijos del matrimonio y la de Harry seguían puestas en el letrero que rezaba "desconocido", refiriéndose al paradero. No obstante, cuando el amanecer se levantaba, las manecillas cambiaron perezosamente al letrero que indicaba: "casa".
Ambas mujeres se levantaron de un salto y corrieron al exterior para encontrarse con el resto de la familia y con Dora. La aurora ni lo pensó para prenderse del cuello de la melliza de Potter; podría no compartir sangre con la joven, pero eso no la hacía menos parte de su familia.
Harry también la envolvió en un abrazo que los llenó de alivio a ambos. Cuando se separaron, Nayleah se percató de que la cicatriz en la frente de su hermano se notaba más que de costumbre y, por inercia, se llevó los dedos hacia su propia frente.
En medio del caos, la preocupación y todo lo demás, ni siquiera se percató de ello.
—Me alegra que estén bien —murmuró Nymphadora—. Iré a informar en casa que todo está en orden, ¿De acuerdo? Volveré pronto.
—Esperaré aquí.
En un parpadeo, ella se fue. La ducha de los Weasley no paró de correr en gran parte del día. La visita atropellada de los Tonks tampoco sorprendió a nadie; los adultos se quedaron conversando respecto al incidente mientras el resto vagaba por el jardín o descansaban en las habitaciones.
Al final del día, Harry no le contó sobre la cicatriz y Nayleah no le preguntó.
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