3. 𝔏𝔬𝔰 𝔇𝔦𝔤𝔤𝔬𝔯𝔶.
La señora Weasley irrumpió en la habitación para vapulear a las chicas y despertarlas. Pronto tendrían que comenzar su viaje hasta la colina Stoatshead, mismo que no sería corto, así que debían desayunar adecuadamente para soportar la exigente caminata.
Nayleah sentía que había dormido apenas unos segundos, pero no se quejó; no encontraba culpable distinto a su inquieta mente que no paraba de alertarla falsamente. Sospechaba que viajarían por medio de un traslador, Ted se lo advirtió antes de llevarla a casa de los pelirrojos. Por la enorme afluencia de magos, los medios de transporte designados serían estrictamente supervisados por el Ministerio.
El director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos debía supervisar cada aspecto del evento.
—Estoy tan cansada —se quejó la menor de los Weasley—, ¿Por qué no podemos dormir un poco más?
Su madre volvió a retirarle las mantas para motivarla a levantarse. —De prisa, no querrán quedarse atrás.
Dicho esto, se marchó escaleras arriba para repetir el procedimiento con los chicos. Nayleah alcanzó su maleta para sacar el conjunto de prendas designado para la ocasión; consistía en un par de jeans obscuros, una blusa cómoda y unas zapatillas deportivas de agujetas.
—¿Tu familia no asistirá al partido? —cuestionó Hermione, desperezándose, frotándose los ojos.
Leah tardó en comprender que le hablaba a ella. —Ah, no. Ted y Nymphadora trabajan en el Ministerio, así que no pueden ausentarse por mucho tiempo.
—Tonks es una aurora —comentó Ginny a la castaña—, quizá la veamos merodeando por el juego.
Terminaron de vestirse y descendieron a tiempo para ayudar a Molly en la cocina. Prepararon los platos y cubiertos antes de sentarse. Harry, Ron y los gemelos bajaron después arrastrando los pies; Ron podría haberse estrellado contra una de las vigas de no haber sido por Harry, quien lo guió diestramente hasta la mesa.
—¡Buenos días! —los recibió Arthur, bajando su periódico— Rápido, chicos, cárguense de energía porque nos espera toda una aventura apenas crucemos esa puerta.
El clan entero siguió la dirección que dictaba el dedo del mago hacia el exterior que todavía se encontraba sumergido en la obscuridad. Nayleah dejó caer la cabeza sobre el hombro de su hermano mientras masticaba un trozo de pan, hasta entonces se percató de la ausencia de los hijos mayores del matrimonio.
Tragó el bocado, bebió un trago de su café y observó al señor Weasley. —¿Charlie, Bill y Percy no vendrán con nosotros?
—Ellos aparecerán más tarde, cariño —respondió Molly con afabilidad, sirviendo un poco más de tocino a su marido—. Me aseguraré de enviarlos al mediodía.
Gimió disimuladamente su fastidio, alcanzándose un poco de avena que sirvió sobre un plato con el cucharón, rellenando el plato de su hermano también.
—¿Por qué no podemos aparecernos todos? —cuestionó Harry con genuina curiosidad.
Nayleah dejó sus quehaceres para girar el rostro en dirección a su hermano, sentado junto a ella. A veces olvidaba que a Harry no se le daba educación mágica durante las vacaciones y que algunas cosas eran limitadas dentro de sus conocimientos. Levantó los hombros, dejando que Arthur respondiese para todos.
—Deben acreditar un examen que lleva a cabo nuestro Ministerio, sólo así pueden conseguir un carné que impedirá que les pongan una multa.
Fred terminó con el contenido de su vaso. —Además, es algo complicado de hacer.
—Puedes partirte en pedacitos si no lo haces adecuadamente —agregó George, sonriente de oreja a oreja.
Definitivamente tenían un sentido del humor bastante relajado esos dos, pues fueron los únicos a los que no se les revolvió el estómago ante la imagen que cada uno elaboró sobre el extraño suceso.
La pelinegra empujó su plato con disimulo, siendo imitada por Harry y Hermione frente a ellos.
Tras el desayuno, se lavaron los dientes, pusieron lo indispensable en mochilas ligeras y, mientras se despedían de Molly, los gemelos fueron atrapados intentando sacar de la casa cuantos caramelos longuilinguos fueron capaces de ocultar en lo que llevaban encima.
Fue un incómodo momento que tuvieron que presenciar los externos a la familia Weasley, parados junto a la puerta ya en el exterior.
—¡Acchio! —conjuró una enrojecida Molly, llenando una olla del producto de los gemelos— Hablaremos muy seriamente de esto a su regreso.
Con la advertencia impuesta, todos se dejaron guiar por el padre de los pelirrojos. Hermione y Ginny se adelantaron hasta quedar junto a él, dejando a sus espaldas a los gemelos y al final a Ron, Harry y Nayleah; los tres, tomados de los brazos para mantener el calor que les era violentamente arrebatado por las ráfagas de aire frío golpeándolos.
—¿Crees que Sirius nos responda antes de volver al colegio? —aventuró la pelinegra hacia Harry.
Ron torció la boca. —Supongo que es peligroso enviar correspondencia para él.
—Espero que así sea —confesó el chico, pensando en aquel extraño sueño que, sin saberlo, compartió la otra noche con Nayleah.
El sol comenzaba a alzarse para cuando alcanzaron el punto óptimo de su cruzada. Nayleah se dejó caer sobre el húmedo pasto de la cima, Hermione no podía ocultar el dolor reflejado en su rostro por el tremendo esfuerzo y Harry se limpió el sudor de la frente con la manga de sudadera. Parecían haber llegado a ninguna parte, pues además de ellos, los jóvenes no encontraban indicios de algún objeto fuera de sitio que insinuase ser un objeto hechizado y programado para transportarlos a su destino final.
Tras unos segundos recuperándose, la pelinegra volvió a perder el aliento. Un par de figuras se acercaban hacia ellos con grandes zancadas y gestos divertidos en el rostro.
Cuando las miradas de la joven y el apuesto muchacho recién llegado se cruzaron, Leah sintió que se le paraba el corazón y se secaba su boca. Cedric tuvo el impulso de acercarse a tenderle su mano, ayudándole a ponerse en pie. Carraspeó después de unos segundos en los que sus manos permanecieron unidas más de lo debido.
Nayleah se ruborizó y alejó su mano rápidamente, intentando agradecerle con una pobre sonrisa.
—Me alegra verte de nuevo —admitió Cedric, rascándose la nuca—, ¿Cómo has estado?
Suspirando, la chica levantó los hombros, encontrando su voz. —Bien, gracias. ¿Qué tal la escuela?
—Todo marcha bien, estoy por salir de ahí, es mi último año.
El padre de Cedric se abrió paso entre los pelirrojos para llegar hasta la pelinegra y saludarla con entusiasmo, ganándole un montón de miradas curiosas que sólo avivaban el color de sus mejillas.
—¡Nayleah, hija! ¡Es un verdadero gusto encontrarte aquí! —celebró Amos Diggory, apretándola en un caluroso abrazo— Que grande estás, ¿Cómo están tus padres?
No era indispensable un poder extraordinario para sentir la pesada mirada de Harry taladrando su nuca. Le costó trabajo encontrar las palabras adecuadas para responder sin seguir clavando la estaca de la culpa sobre su corazón acelerado.
Leah terminó señalando a su hermano. —Él es mi... Harry Potter.
La corrección de último momento salvó su patético trasero por obra divina. Cedric, sin embargo, se sintió un tanto decepcionado al relacionar equivocadamente a su antigua amiga con el famoso Harry Potter. Si tan sólo supiera...
—Cedric Diggory —se presentó el joven, estrechando la mano de Harry con firmeza—, también estoy en Hogwarts, quizá nos hayamos visto antes.
El pelinegro asintió. —Por supuesto. Hufflepuff, ¿Cierto?
—Así es.
Amos apresuró a todos para reunirse alrededor de una insignificante bota. No paró ni un segundo de alabar las hazañas de su adorado hijo, molestando a Fred, George y al mismo Harry por haber vencido a Gryffindor después de que Potter cayese de la escoba gracias a los dementores.
Nayleah se dedicó a restarle importancia alegando a que el hombre siempre fue de aquella manera; orgulloso de cada logro de su hijo.
Faltaban un par de minutos para partir cuando Arthur se dedicó a explicar el procedimiento. No era cosa del otro mundo, sólo debían tocar la bota y dejar que el artefacto hiciera el resto del trabajo.
—Tres... Dos... Uno...
La voz del hombre se perdió cuando los asistentes, sujetos al artículo, se vieron envueltos en un viaje de lo más extraño para los Potter, Granger y los menores Weasley. Nunca antes experimentaron un viaje tan tempestuoso y excitante. Pese a que a Nayleah ya le habían platicado sobre la experiencia, experimentarla resultó menos satisfactorio de lo que pudo imaginar.
Cuando sus pies tocaron el suelo de nuevo, el fuerte agarre de Cedric evitó que se diera de bruces contra el suelo del páramo al que recién llegaban.
—Déjame ayudarte —dijo el chico, soltando a la pelinegra y auxiliando a su hermano.
Harry sonrió cordialmente. —Gracias.
Ambos Potter observaron al muchacho trotar con gracia la distancia que lo separaba de su padre. Para Harry, la actitud de su hermana no pasaba desapercibida y no perdió oportunidad para molestarla con miradas divertidas.
—¡Basta ya, Potter! —ordenó su hermana, colorada.
Hermione sonrió. —No es para tanto.
—Ya ni siquiera me gusta —declaró Leah, demasiado fuerte como para poder evitar que el resto la escuchase.
Las ganas que le dieron de desaparecer ahí mismo cuando los gemelos y Cedric voltearon a mirarla no eran pocas. Sabía que Fred y George la atormentarían por el resto de sus días y que, en contra de su voluntad, complacía a su hermano confirmando sus sospechas.
Se cubrió la cara, roja de vergüenza y ahogó un grito cuando las risas de sus compañeros de aventura se hicieron presentes. Cedric le dedicó una sonrisa cómplice antes de marcharse junto a su padre.
—¿Algo más podría salirme mal hoy? —preguntó a nadie en particular, mirando el cielo grisáceo.
Siguió al señor Weasley para registrarse en el lugar que se hospedarían y soportó las burlas constantes de los gemelos en su recorrido al lugar donde montarían la tienda en la que se alojarían.
—No podemos usar magia por precaución —comentó Arthur, dejando caer la mochila de sus hombros sin cuidado—, así que, debemos armar las tiendas manualmente.
Todos observaron por inercia a Harry y a Hermione, quienes provenían del mundo muggle; el resto de los asistentes daban por hecho que ese par debía saberlo. Mientras su hermano y la castaña bajaban sus cosas para iniciar con las maniobras, su mente le lanzó una idea para calmar a los gemelos y cerrarles la boca; si funcionaba como debía, su confesión quedaría enterrada en el olvido por los siglos de los siglos.
—¡Esperen un segundo! —chilló, frenando inmediatamente al par designado para la tarea, sonrió maliciosamente viendo al par de pelirrojos— Tengo una idea.
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