1. ℑ𝔫𝔣𝔬𝔯𝔱𝔲𝔫𝔞𝔡𝔬𝔰 𝔳𝔢𝔰𝔱𝔦𝔤𝔦𝔬𝔰.

Nayleah se despertó desorientada, con el corazón acelerado golpeando contra su pecho, sudando como si hubiera participado en un maratón y con las sábanas enredadas a la altura de sus tobillos. Le tomó unos segundos poder ubicarse, acostada sobre su cama, se recordó en casa de los Tonks.

Incorporándose, se llevó una mano a la frente y no pudo evitar poner los ojos en blanco al intuir que su mellizo, Harry, estaba teniendo uno de sus episodios en el que la cicatriz de su frente ardía al rojo vivo. Dejó salir el aire de sus pulmones, calzándose con las pantuflas para ir al baño cruzando el pasillo; lo último que tenía en mente era despertar a los Tonks, pues Andrómeda se preocuparía al verla en ese estado y no dudaría en comunicarse con los Weasley.

Consiguió sentarse en el retrete para hacer sus necesidades tranquilamente, eso sí, grabándose en la mente el rostro de las personas con las que soñaba antes de despertarse tan abruptamente. Desgraciadamente, compartir sueños lúcidos era otro de los infortunados vestigios que el ataque del señor Tenebroso parecía haberles legado a los mellizos Potter.

Harry tenía la cicatriz, que era un símbolo admirado por muchos, temido por otros tantos y aborrecido por los seguidores del mago que arrebató cruelmente la vida de los Potter aquella noche en el Valle de Godric, sin embargo, pese a que Nayleah salió aparentemente ilesa, compartía con su hermano la capacidad de hablar con las serpientes, intuir cuando se encontraba en peligro y los sueños.

Tiró de la cadena y procedió a lavarse las manos. En un momento, mientras el agua corría enjuagándole el jabón, se miró al espejo que colgaba sobre el lavamanos porque sintió el impulso de hacerlo. No supo decidir si todavía conservaba escenas del sueño o si su mente le estaba jugando una mala pasada al mostrarle una crepitante chimenea.

Dos toques en la puerta fueron lo que sacó a Nayleah de su ensoñación, cerrando el grifo rápidamente.

—Buenos días, Dora —saludó a la única hija de los Tonks, cuyo nombre era Nymphadora, pero por alguna extraña razón lo detestaba.

A Nayleah le gustaba, era poco común y hasta exótico, si se lo preguntaban.

—¿Te sientes bien? —preguntó la aurora, escudriñando a la joven con recelo— Pareces enferma.

Potter restó importancia a la observación espantando una mosca invisible. —Perdón por no tener la capacidad de rizarme el cabello en cuanto me levanto, o teñirlo de rojo, o púrpura, o verde...

—Levantarte temprano te pone de un humor insoportable —declaró Nymphadora, metiéndose al baño—. ¡Mejor retoma tu sueño reparador!

Ni bien concluyó su recomendación, le cerró la puerta en la cara a una Nayleah lista para replicar, dejándola en el pasillo con la boca abierta y totalmente anonadada. No era la primera vez que la hija de los Tonks la dejaba varada en medio de una estancia, con algo por decir, pero Nayleah no perdía la esperanza de algún día devolverle el favor.

Indignada, volvió sobre sus pasos hasta su dormitorio. Recorrió el lugar, con los ojos bien abiertos, recargada sobre el marco de la puerta en busca de... ¿Qué exactamente? Ni ella sabía. Así que, se internó en su madriguera despojándose del calzado a medio camino y saltó a la cama en el último tramo.

Se cubrió con las mantas hasta la barbilla, pero no fue capaz de conciliar el sueño. Si a su hermano le dolía la cicatriz sólo podía significar que Lord Voldemort rondaba en la cercanía; tan sólo pensarlo le provocó escalofríos. Con los ojos puestos en la minúscula grieta del techo, se debatió sobre si debía escribirle o no a Harry, cuando menos para saber cómo estaba.

Finalmente concluyó que no perturbaría a su hermano y que lo mejor era escribirle a Sirius para averiguar por medio de él si todo iba bien.

Encendió la lámpara que reposaba sobre el pequeño escritorio, sacó un frasco de tinta, una pluma y un trozo de pergamino, poniendo manos a la obra; trazando letra tras letra consiguió redactar de manera sutil su preocupación. Se mordió la lengua mientras doblaba el pergamino hasta reducirlo a un tamaño aceptable para que pudiese ser atado en la pata de la lechuza familiar y admiró su trabajo, dejando salir un largo suspiro.

—Buenos días —saludó Andrómeda Tonks, asomando la cabeza por la puerta con una enorme y maternal sonrisa colgando de sus labios—, ¿Quieres desayunar? Las tostadas están calientes.

Con su estómago rugiendo ferozmente, la pelinegra asintió. —Bajo en un segundo, tengo que cambiarme.

—No tardes o Ted acabará con la mermelada de frutas —advirtió la mujer, señalándola con el dedo.

Desapareció tras cerrar la puerta a su espalda, gritándole algo a su marido sobre los zapatos para el trabajo y a Nayleah no le quedó más que sonreír agradecida por haber sido acogida en una familia tan disfuncionalmente funcional. A veces se sentía mal por Harry, quien debía soportar a los Dursley por su propio bien; el mismo Albus Dumbledore creyó conveniente ocultar al niño prodigio en el sitio que, ni estando bajo la maldición imperius, visitaría Tom Ryddle: el mundo muggle.

Sacudiendo la cabeza para espabilar su mente, Nayleah se adentró al armario para seleccionar su atuendo y reunirse con los Tonks a desayunar. Su rutina era sencilla y muy amena, tras el desayuno se despedían de Ted y su hija que trabajan en el Ministerio de Magia, luego ella y Andrómeda cultivaban vegetales que empleaban para la cena o bien, iban a darse una vuelta por el callejón Diagon cuando terminaban los quehaceres de la acogedora casa.

La pelinegra abrió la ventana, llamando a la lechuza posada sobre un manzano cercano y ató la misiva a la pata del ave, dejándole partir una vez le acarició las plumas de la cabeza con delicadeza. La observó perderse en el horizonte.

Terminó de atar las agujetas de sus deportivas y luego de recoger su cabello en una coleta alta, descendió por los escalones, dejándose guiar por el delicioso olor del desayuno. Besó la mejilla de Ted al entrar en la cocina, también depositó un beso en la mejilla de Andrómeda y atrapó un trozo de pan que Nymphadora le lanzó, ganándose una advertencia de su madre.

Nayleah admiró, como cada mañana, a la que consideraba su familia y tomó su lugar frente a Ted, preparándose su café con leche; vertió en la taza un cuarto de café por tres de leche y un terrón de azúcar, mezcló hasta conseguir disolver el azúcar, depositó la cuchara en el platito y, luego de saborearlo, dio el primer sorbo.

Su ritual era preciso y necesario. Se alcanzó una tostada, untándole mermelada y colocándola sobre el plato correspondiente.

—¡Mira eso! —exclamó Ted, recogiendo una carta— La envían los Weasley.

Nymphadora dejó a un lado su pan medio mordido. —¿Y qué dice?

—Nos están invitando al Mundial de Quidditch.

La noticia sorprendió tanto a la pelinegra, que se atragantó con el trozo de tostada que masticaba en ese momento. Nymphadora no perdió la oportunidad de auxiliarla y burlarse de ella al mismo tiempo, Andrómeda sólo atinó a reprender a su hija.

Fuera de peligro, Nayleah miró a Ted, quien parecía interrogarla en silencio. Y ella sabía sobre qué.

La Orden del Fénix, o los miembros que quedaban después de aquella fatídica noche, decidieron separar a los mellizos para protegerlos. Albus Dumbledore decretó que Harry debía ser criado en el mundo muggle para evitar que Lord Voldemort lo encontrase. Asimismo, consideró prudente que la niña fuese acogida por una familia de la misma Orden y, pese a que Molly Weasley no dudó en ofrecer su ayuda, el sabio mago terminó concluyendo que los Tonks serían la mejor opción.

Como parte del plan, Albus concretó con Olympe Maxime que se le brindase un lugar en Beauxbatons a la niña.

Harry y Nayleah Potter se conocieron durante la primera navidad que el chico fue invitado a casa de los Weasley durante su último año en Hogwarts; aquella noche, Remus Lupin los había presentado y les desveló la historia detrás de su separación, determinando que lo mejor sería seguir ocultando su parentesco ante los demás. Así que, los únicos que sabían de ellos eran los Weasley.

Nayleah no se sentía cómoda conviviendo con personas que desconocían su secreto y estaba consciente de que no podía poner a Ron y Harry en una situación incómoda frente a su mejor amiga, Hermione.

—No tengo ganas de ir —mintió, encontrando poco apetitosa la tostada—, pero si ustedes quieren asistir, pueden hacerlo sin mí. Estaré bien.

Andrómeda y Ted intercambiaron una mirada cómplice. —También asistirán los Diggory, ¿Hace cuánto que no conviven?

Las mejillas de Nayleah se tiñeron de rojo, provocando una estruendosa carcajada proveniente de Nymphadora. Ted recibió una reprimenda silenciosa por parte de su esposa, pues sin tener intención de poner limón en la herida, le recordaba a la joven su época de enamoramiento en la que sufrió por el único hijo de los Diggory; sobre todo cuando descubrió que asistiría a Beauxbatons y no a Hogwarts como Harry.

Enfrentando su calvario, Nayleah se bebió el café mientras debatía sus opciones dentro de su agobiada mente. Por un lado, podría asegurarse de que su hermano estaba bien, además, demostraría que su enamoramiento por Cedric estaba superado.

—De acuerdo —terminó accediendo.

Terminaron el desayuno en paz, o al menos la mayoría de los presentes. Posteriormente, dos miembros de la familia se retiraron al trabajo y Andrómeda, junto a Nayleah, se dispusieron a comenzar con las tareas del hogar; eso sí, teniendo presente que la joven debía empezar a hacer su maleta para su próximo viaje.

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