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Un día que Camille no pudo ir a la cafetería, fue ese día que Remus volvió al lugar. Era claro que Remus utilizó un poco de magia para que Camille quedará dormida tan profundamente para poder ver a Genevieve, ya que se lo estaba tomando muy enserio la amiga el no querer ver de nuevo a Remus en el lugar.
Fue entonces, que el hombre llegó, tomó asiento, sacó El profeta y Genevieve sin preguntar, le sirvió galletas y un chocolate caliente mientras atendía a los demás clientes que tenía. Cuando por fin se despejó el lugar, la mujer se sentó con él y comenzó a charlar con el hombre. En esta ocasión no hablaron del presente, de la vida de la mujer o de lo que ella anhelaba, ahora la mujer le habló de su niñez: sobre lo que había hecho de pequeña y aquellas anécdotas hermosas que te hacían humano. Aquellos momentos que no volverían, aquellos sucesos insignificantes que, después de unos años, cuando empiezas a hablar de ellos, te das cuenta que tienen un gran trasfondo de la vida y te hacen lo que eres.
Remus como siempre, escuchaba y reía, hacía comentarios en ocasiones sobre ello o chistes, haciendo una conversación más amena, pero en el momento en que ella se dio cuenta que ya no tenía momentos que contar, se puso seria. Remus se dio cuenta de aquello y la miró intrigado, pero ella ya no se atrevía a decir nada. Esperaba que él se animara a hablar, pero el hombre no quería, así que Genevieve tuvo que tener iniciativa por sí misma.
—Remus.
—Dime.
—¿Por qué nunca me cuentas sobre ti? —cuestionó como otras veces, esperando tener una mejor respuesta de las que había tenido con anterioridad—. Siempre soy yo la que habla y te cuenta de su vida. Yo sólo sé que te llamas Remus y que no eres de aquí.
—Genevieve... no me pidas eso —murmuró tan bajo que casi la mujer no entendía a lo que se refería, pero al ver su cara apenada y su desviación de vista, comprendió que una vez más, no pensaba revelar nada.
—¿Por qué no? —preguntó Genevieve molesta.
—No es adecuado. Genevieve... soy una persona mala, no mereces saber más de mí.
—No eres una persona mala, Remus —dijo de inmediato, harta de escuchar aquello.
—Es que no me conoces lo suficiente. Yo sé que eres una persona valiosa.
La mujer estaba harta, cansada y exhausta. No entendía porque Remus se daba ese valor de persona y porque su valor lo elevaba hacia las nubes. Era confuso y no la satisfacía para nada. Quizá lo correcto era dejar todo eso hasta aquí y cortar todo enlace hacía el hombre y lo más adecuado era empezar dando aquello que ella nunca pidió.
La mujer, decidida, se levantó de la mesa y fue hacía la parte trasera de su local, tomando de su bolsa y sacando de ella la joya que le había dado Remus. Regresó hacía él y se la extendió, él la miró extrañado, indispuesto a tomarlo de nuevo.
—Ten.
—Es tuya.
—Remus, no...
—Me tengo que ir —murmuró tomando todas sus cosas, dejando la joya aún en las manos de la fémina y yéndose lo más rápido que podía.
—¿Volverás? —soltó desesperada, esperando una respuesta positiva. Y él se la dio.
—Sí.
Y antes de irse, se aproximó a la mujer y dejó una hoja de papel en las pequeñas manos de la mujer y una barra de chocolate, y se retiró del local. Dejándola soltar un suspiro ante su despedida.
Y de inmediato, la mujer abrió la carta, leyendo el contenido:
"Eres una persona muy especial y hermosa por dentro y por fuera.
Si pudiera, estaría contigo todos los días.
Se despide,
Lunático."
Nota: La pareja se llama Lunevieve.
En Hogwarts, Mad-ClepGirl (Dianessa)🐧
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