Capítulo 9: Caos

Bueno, no resultó tan mal como esperaba.

Cuando vio al cachorro olfateando la alfombra, Oswald contuvo su enojo por la presencia de Edward, limitándose a decir: "No lo quiero cerca", mas no escuché que tenía que abandonarlo. En el momento no se me ocurrió nada ingenioso para responder, por lo que tomé al cachorro con una mano —sosteniendo las llaves del auto en la otra— y salí a conseguirle comida. Lo último que presencié antes de salir fue un reencuentro aparentemente incómodo entre Oswald y Edward; no debió importarme, eran sus asuntos.

(...)

━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━

Jueves, 31 de diciembre. 1987.

Horas antes de la cena, decidí llamar a Brissa para preguntarle si podía hacerme compañía; sí, tenía a Phillip, pero en las fiestas de la universidad solía dejarme solo "accidentalmente". No quise arriesgarme en una noche como esa. Brissa aceptó y nos pusimos de acuerdo para la hora; durante la llamada, ella también mencionó que le emocionaba la idea porque podría llegar a interactuar con algún doctor o enfermero atractivo, incluso un guardia, pero evitando a los patanes, claro. Yo me lo tomé con humor, aunque sí pudo haberlo dicho en serio y tener ese plan en mente.

Luego de vestirme, tomé la corbata verde olivo que me había obsequiado Phillip y me puse frente al espejo para acomodarla. Allí fue cuando noté que el color resaltaba mis ojos y me sentí bien con eso.

Una vez listo, tomé mis llaves, apagué las luces, cerré la puerta y bajé al estacionamiento; Brissa no vivía muy lejos, ya había ido a visitarla junto con mi madre en Navidad. Su casa era de color azul cian oscuro con detalles en negro, un árbol en un costado, una casita para aves y pasto verde, aunque éste último sabía que era artificial por la época nevada que Gotham estaba atravesando.

Luego de salir del auto y tocar la puerta, sonreí un poco; creí que mi cara lucía cansada. No hubo respuesta, sentí que ya había pasado un tiempo considerable y pensé en regresar al auto por mi teléfono; después me daría cuenta que sólo era mi nerviosismo ante la idea de que algo malo pasara durante la cena.

—Siempre puntual —habló Brissa, mirándome desde el marco de la puerta con su bolso en mano.

Su cabello estaba recogido con una peineta elegante y traía puesto un vestido largo color amarillo.

—Te ves bien —sonreí.

—Gracias, caballero —cerró la puerta—. Tú igual.

—Te lo agradezco —carraspeé—. ¿Nos vamos?

(...)

Al llegar al evento, lo primero que hice fue visualizar una mesa alejada de mi jefe, el señor Loeb, para evitar cualquier tipo de interacción; sobrio era bastante burlón e insoportable, no quería conocerlo luego de unas copas. Él estaba sentado justo al lado de la entrada, así que tomé a Brissa por los hombros y cubrí mi rostro hasta que nos alejamos lo suficiente.

—No sería la cosa más rara que has hecho para esconderte de alguien —dijo Brissa, mientras se sentaba y ponía su bolso a un lado—. Recuerdo la vez en que te metiste en una caja, en la cafetería de la escuela —rió—, cuando Janet Partrige te buscaba por haberle cortado un mechón de cabello.

—¿Que Jerome hizo qué? —Phillip llegó de pronto.

Y él parecía tener toda la intención de cruzar palabra con mi acompañante; además de recargar sus manos en el respaldo de asiento donde estaba ella, se inclinó de una manera un poco invasiva para saludar.

—Phillip Whittaker, un gusto, corazón. 

—¿Lo puedo golpear o es amigo tuyo? —Brissa se movió un poco más hacia adelante.

—Tranquila —casi murmuré—. No invadas su espacio personal, Phil, también es mi amiga, respétala.

—De acuerdo, perdón —levantó ambas manos en defensa—. Quise ser un poco más cordial.

—Pensé que estarías junto a los tragos —me crucé de brazos.

—Estaba —sonrió—, luego descubrí que no podía llevarme la botella completa y volví a mi lugar, pero fue ocupado por otra persona y decidí buscarte —se sentó frente a mí—, para estar solos juntos.

—Eso último no tiene sentido, Phillip.

De pronto, se apagaron las luces del salón, exceptuando aquella serie que adornaba las orillas del escenario, de frente a la cocina.

—Atención, por favor —habló el jefe a través de un micrófono—. Gracias... Muy buena noche a todos, se ven espectaculares. Y me enorgullece que...

Blah, blah, blah. Nada importante. Probablemente sí había personas escuchando con atención al señor Loeb, pero otros sabíamos lo mucho que se extendía al hablar. Nos esperaba media hora de discurso, pero gracias a que la señorita Peabody intervino antes de que el jefe se pusiera sentimental y nos contara sobre su miserable vida, tuve la oportunidad de ir al baño a arreglar mi cabello. Me estaba volviendo loco, me estorbaba. Cuando iba de regreso, un sujeto que cargaba una caja se tropezó conmigo y cayó de espaldas.

—¡Ay, perdón! Lo siento tanto... —lo ayudé a incorporarse.

—N-no te disculpes, estas cosas me pasan siempre —dijo, con tono nervioso, mientras reunía las cosas que contenía la caja.

Le ayudé a recogerlas y noté que eran cartuchos de balas y algunos frascos grandes con etiquetas negras que no dejaban ver el color de lo que contenía; no creo que fuera vino o alguna otra bebida que sirvieran en la barra; en cuanto a las balas... bueno, creí haber leído mal. Cuando iba a mirar más de cerca, el sujeto me arrebató el frasco y lo volvió a guardar en la caja.

—Somos muy precavidos en este lugar —cerró la caja, y asentí confundido—. Hasta luego, Jerome —sonrió.

Lo vi caminar hacia la cocina, tenía prisa; mientras, yo seguía tratando de darle sentido a lo que acababa de suceder cuando caí en cuenta de que no me había presentado ni nada por el estilo, era imposible que supiera mi nombre.

—Extraño.

Volví a mi lugar con un mal presentimiento, la cabeza no dejaba de darme vueltas y mi corazón palpitaba fuerte, no estaba disfrutando para nada esa noche. Y escuchaba otras cosas... en el momento no pude distinguir si provenían del evento o estaban en mi cabeza, pero me fastidiaban. Murmullos, sí, eso eran. Murmullos demasiado cercanos.

—Silencio, por favor... —presioné mi cabeza y cerré los ojos un segundo.

—¿Estás bien, Jero? —preguntó Brissa, e instintivamente le sonreí.

—Sí —bajé mis manos.

—Escuché un tono dudoso —entrecerró los ojos; a veces sentía que me analizaba.

—¿Acaso pasaste un momento vergonzoso en el baño? —ahora preguntó Phillip, con cierto sentido de burla.

Iba a maldecirlo, pero el jefe habló con más entusiasmo y las luces se encendieron alrededor del salón.

—Y ahora, el motivo por el que todos asistieron... ¡la cena! 

Luego, entraron algunos meseros empujando carretillas de cocina con platos llamativos en ellas; vaya fortuna que debió haber pagado el jefe por una cena tan bien hecha. Mientras servían los platillos, las copas y las uvas, el señor Loeb acompañó al escenario a quien parecía ser la chef principal y le dio el micrófono.

—¡Buenas noches, damas y caballeros! —habló la mujer.

Su tono de voz era algo grave, como si fuera forzado, acompañando de un acento tal vez... ¿alemán? Nunca fui bueno con los idiomas y los acentos.

La mujer tenía el cabello lacio y de color oscuro, estaba trenzado en dos partes y sus ojos se encontraban casi cubiertos por su sombrero, además de llevar un cubrebocas de cocina.

—Rebecca Napier, chef, a su servicio —hizo un gesto con la mano.

Algo que destacar era la forma en que enfatizaba la letra "r".

—Debo admitir que estoy ansiosa por que prueben los platillos que mi equipo y yo pasamos horas preparando, ¡espero disfruten la cena! Podría ser la última...

Aquel último comentario fue opacado por los aplausos de las otras mesas, pero quienes estábamos al frente del escenario oímos, a duras penas, lo que insinuaba.

—Tiene un sentido del humor un poco cuestionable —opinó Brissa.

—Pero antes de que empiecen a comer, quisiera decir dos cositas más —la mujer ladeó su cuerpo hacia atrás—. Nadie, absolutamente nadie, saldrá de aquí con vida.

—Okey, me estoy asustando —Brissa tomó su bolso, dispuesta a irse en cuanto la mujer bajara del escenario.

—Yo... creo que no tengo hambre —Phillip miró con angustia su platillo.

Pero nadie, además de nosotros tres, parecía cuestionar lo que la chef estaba diciendo y que su tono de voz había cambiado; por un solo segundo pensé que yo era el paranoico, pero que mis amigos también lo notaran me dio motivos para preocuparme.

—Y segundo —la mujer cruzó mirada conmigo por un instante—, les recomiendo que no se coman el postre primero, o si no...

Y como si hubiese estado planeado, un sujeto a dos mesas de distancia se desmayó y su cara aterrizó en el pay. La doctora que lo acompañaba levantó su cabeza para evitar que se ahogara, pero de inmediato la soltó al ver que tenía la boca estirada en una macabra sonrisa y su piel comenzaba a ponerse pálida.

—...sufrirán las consecuencias —terminó la oración.

La supuesta chef comenzó a reír y pateó el micrófono para aturdirnos. Obviamente nadie quería quedarse para cenar y corrieron hacia la salida principal a montones, pero los meseros, que ahora cubrían sus rostros con máscaras, bloquearon las puertas y apuñalaron a todo aquel que se atreviera a forcejear con ellos. Desesperado, vi como un buen escondite la mesa de postres y bebidas que estaba en la orilla del salón y se lo hice saber a mis amigos.

Los demás no tuvieron tanta suerte, podía contar a distancia a diez personas desangrándose y otras tres llorando, la parte restante era agredida y pronto empezaron a inmovilizarlos con cuerdas.

Creí haber perdido de vista a la mujer disfrazada... cuando repentinamente pasó justo enfrente de la mesa donde estaba escondido y se dirigió con el hombre que seguía sumergido en el pay.

—¡Un comensal satisfecho! —tiró del cabello del hombre ya fallecido y rió de nuevo.

¡¿Quién demonios eres?! —gritó alguien del fondo.

—Oh, cierto —la mujer se paró sobre la mesa—. Pero qué horribles modales tengo, ¿no creen? Sé que no me han olvidado, causé muchos desastres en mi breve estadía en Arkham.

El gorro se fue junto con la peluca de cabello negro, lanzó su cubrebocas al suelo y se quitó el uniforme de cocinera. Con o sin disfraz ya sospechaba que era ella, pero no lo quise aceptar.

—¡Pepper Crewell Kay! —se inclinó hacia el frente y sonrió.

—¡¿Pepper?! —casi grité.

Inmediatamente cubrí mi boca y me recargué en la pared, temía que sí me hubiera escuchado; Phillip estaba tan sorprendido como yo.

—¡Dwight, que empiece la verdadera fiesta!

Entonces, el sujeto con el que me había tropezado antes, comenzó a disparar hacia el techo; sabía que eran cartuchos de bala. La gente entró en pánico una vez más y se retorcieron en sus sillas —o en el suelo, dondequiera que estuvieran atados— tratando de liberarse, los gritos de algunos no se detuvieron incluso después de los disparos, así que los silenciaron...

Brissa estaba más que asustada, no podía llamar al 911 de lo mucho que temblaban sus manos; mi amigo la abrazó por los hombros intentando tranquilizarla y por esa vez no se negó; luego me uní a ellos, quedando Brissa en medio. Ahí fue cuando Phillip me pidió que extendiera la mano y me dio uno de los dos cuchillos que había recuperado de la mesa de postres, no esperaba que estuvieran afilados.

Jerome... —canturreó Pepper en voz alta—. Ya puedes salir, lo feo ya pasó.

—Te dije que causaría problemas —alegó Phillip.

—Me arrepiento de haber dicho que quería una vida más emocionante —dijo Brissa por lo bajo—. ¿Jerome, qué estás...?

—Shh... —devolví mi vista al frente.

Había estado mirando el exterior por un pequeño espacio entre la mesa y la pared, era incómodo, pero mirar a través de la tela o la parte que no alcanzaba a cubrir hasta el suelo me delataría fácilmente.

—Miren. Quién. Está. Aquí...

Evelyn —no, Pepper— caminó por encima de las mesas hacia el otro lado del salón y se detuvo frente a una mujer afroamericana de peinado extravagante que la miraba sin expresión; alguien que, a pesar de haber sido cómplice de varios crímenes, logró conseguir una apelación y evitó la cárcel.

—Señora Peabody.

No podía ver el rostro de Pepper, me daba la espalda, aunque sí pude distinguir bastante bien lo que hacía.

—Señorita —corrigió la mujer.

—Veo que no probó la comida —la castaña pateó el plato hacia el rostro de Peabody, pero ella ni siquiera trató de apartarse.

—No me gusta lo que haces.

—¿Cómo no le va a gustar? ¡Ni siquiera tocó su plato! —se arrodilló sobre el mantel de la mesa—. ¿Y el vino? Vamos, un trago, uno pequeñito.

—¿Qué tal si me traes el menú? No me apetece nada de tu asquerosa comida envenenada.

—¡El karma no tiene menú!

Algo exaltada, quizá furiosa, lanzó la copa de vino al suelo y se bajó de la mesa sólo para confrontar una vez más a Peabody.

—Le serviremos lo que merece —Pepper la tomó por el cuello—. ¿Alguna vez le ha visto la cara al diablo?

—No me intimida, ¿qué quiere lograr exactamente? ¿que me arresten? —sonrió la mujer—. Me libré de todas las acusaciones sin problema, no hay nada de qué incriminarme esta vez.

—Ay, pero si no quiero que la arresten —dijo ella, con un tono falso de compasión—. Es parte del plan matarla yo misma.

Por el movimiento de su brazo supuse que llevaba consigo un arma, luego pude comprobarlo cuando se paró detrás de Peabody y le apuntó a la cabeza, tenía la vista ideal del rostro de ambas: una, sonriente y decidida, la otra, intentando conservar su postura ante el pánico; no debía quedarme a mirar, pero estaba intrigado. Si bien la mujer no me agradaba, tampoco era para desearle la muerte. Sólo esperaba a que alguien interviniera, que llegara la policía milagrosamente y todo acabara.

—Sonría, señorita, porque le aseguro que será la última vez que lo hará...  

Entonces dejé de mirar. No sé si fue un instinto o mi conciencia lo que me protegió de ver una escena así, pero me sentía más tranquilo al no haber cedido a la curiosidad.

No estaba dispuesto a volver a mirar en esa dirección, así que me arrastré hacia la otra esquina de la mesa, la desventaja era que no había una pared donde pudiera apoyar la cabeza y mirar, sólo una silla. 

«Tal vez si la muevo un poco», pensé.

Coloqué ambas manos debajo del asiento de la silla y la levanté con cuidado, apoyándome en una de mis rodillas. La dejé un poco más cerca de la mesa y acomodé el mantel de manera que, si me inclinaba para ver, siguiera oculto de los demás. Al agacharme para comprobar esto, vi a una persona —que estaba a unos cuantos metros de la mesa— girando en mi dirección e inmediatamente retrocedí.

Ya te vi, amor...

¡Estúpido, estúpido!

—¡Estúpido, estúpido! —maldije por lo bajo, cubriendo mi boca.

Me ponía nervioso pensar que vendría, mis ojos estaban fijos y bien abiertos al frente.

Me hubiera gustado que bailáramos, pero creo que no estamos en ese tipo de fiesta —su voz era más cercana—. Da igual, no tenía un vestido bonito para ponerme.

Sabía lo que me esperaba —o algo así—, pero ¿Phillip y Brissa? Dios, no, seguro les dispararía, ella no los conoce y aunque fuera lo contrario, no tenían la culpa de nada, sólo estaban en el momento equivocado con la persona equivocada. 

Fue ahí que tomé la decisión de entregarme. Era eso o dejar que mis amigos también quedaran al descubierto. No podía pensar en nada mejor, no había lugar a donde huir y esconderse.

Casi podía ver la silueta de su mano a través del mantel, sus zapatos estaban a centímetros de los míos.

—Uno, dos, tres, por ti —canturreó.

Ya, arriba...

Respiré hondo, puse ambas manos en el suelo y me impulsé hacia afuera con mis tobillos. Por un momento sentí una mano sobre mi espalda, como si Phillip o Brissa hubiera tratado de agarrarme por el traje y detenerme, pero luego retrocediendo; quizás no querían quedar expuestos, suponiendo que Pepper no me haría daño a mí, pero a ellos tal vez sí.

 Levanté la vista, Pepper me esperaba con una mano extendida y un rostro alegre, ¿no le dolía la quijada de tanto sonreír?

—Arriba, galán —tomó mi mano—. Uy, bonita corbata, hace que tus ojos brillen.

—Déjalos ir, por favor.

—¿No escuchaste lo que dije en el escenario? Nadie saldrá de aquí con vida —dijo con seriedad.

De pronto, uno de los "meseros" se acercó a Pepper y se quitó la máscara para respirar, parecía venir de afuera del salón.

—Lo-los policías... —tomó aire—...están a metros de aquí, ¡tenemos que huir!

—Pensándolo bien, me conformo contigo —Pepper señaló.

¡Policía de Gotham, abran la puerta!

—¡Francotiradores, atentos con las ventanas! ¡Cocineros, no dejen que la puerta principal se abra! ¡El resto, conmigo, por la entrada de servicio! —Pepper tiraba de mi brazo hacia atrás a medida que ella avanzaba, tuve que caminar de reversa.

Viendo las cosas desde ahí, ella tenía más cómplices de los que pensaba. Comenzaron a movilizarse por grupos, la mayoría estaban armados, otros ni siquiera sabían qué hacer y se mezclaron con los demás, olvidándose por completo de los invitados que iban a tomar como rehenes. Supongo que fue algo bueno. 

Pero la situación estaba por tornarse aún más peligrosa. A juzgar por los gritos coordinados del otro lado del salón, la puerta estaba a punto de derrumbarse por un ariete policial; daban golpes secos, fuertes y preparados, estaba seguro de que estaban usando esa cosa. 

Finalmente, un trozo de la puerta se rompió y las perillas cayeron, las personas que cuidaban la puerta se dispersaron al instante en que entraron los oficiales, muchos de ellos se defendieron, otros fueron arrestados.

—No mires —Pepper ahora me tomaba por la espalda—, sigue caminando.

—¡Alto, no se muevan! 

«El detective Gordon, ya era hora», pensé.

—¡Olvídalo, corre! ¡Corre! —gritó ella.

De vez en cuando volteaba para buscar a mis amigos, sólo esperaba que hubieran podido hallar una salida en medio de todo ese caos y salir ilesos, o que se quedaran escondidos hasta que fuera seguro. Me sentía tan impotente. Y al mismo tiempo, estaba tan asustado por lo que podría suceder apenas cruzara la puerta; ni siquiera estaba escapando, era más un instinto de supervivencia.

Un policía despistado nos vio huir de Jim Gordon y se le ocurrió disparar, no con muy buena puntería, por suerte; uno de los cómplices de Pepper lo notó y tampoco dudo en asesinarlo, comenzando un tiroteo bastante intenso que obligó al detective a detenerse un momento para intentar poner orden.

—¡No disparen! ¡No disparen!

—¡Matar o morir, Jim! —le gritó de vuelta un detective un poco más viejo, de barba y sombrero, luego de dispararle a alguien en la pierna.

De repente, sentí un empujón brusco a la altura de mi espalda y dejé de correr, tropezándome con una mesa volteada de forma lateral. Sin pensarlo mucho, me refugié de las balas ahí mismo y cubrí mi cabeza.

—Idiotas... —habló Pepper a mi costado—, les dije que cuidaran esa puerta.

Tomando algunas balas de su bolsillo, se arrodilló en el suelo y comenzó a disparar a los policías que estaban más cerca; la veía tan divertida haciéndolo, como si fuera un juego de feria.

Al mirar por encima de la mesa me percaté de que el salón se veía más espacioso, aquellas personas que pocos minutos atrás yacían atadas en el suelo o en las sillas, no estaban. Habían sacado a los invitados, gracias al cielo. Si lograba escabullirme de Pepper, también sería libre. Podría buscar a Brissa y a Phillip. Volver a casa e ir a terapia.

«Está distraída», pensé.

Sin esperar más, rodé por el suelo hacía la mesa a mi derecha, me oculté debajo del mantel unos segundos para orientarme y me arrastré a la mesa de enfrente, de ahí en adelante el espacio entre cada una no era mucho, luego estaba la mesa de postres y bebidas, y de allí la puerta principal.

—Espero que ya estén afuera...

Mis rodillas y brazos empezaban a doler, mis ojos estaban cansados de tantas luces y sentía mi cabeza diferente, como si se quemara, seguro una cefalea tensional.

Finalmente, llegué a la mesa de postres y aunque tenía un poco de miedo de lo que podría o no encontrar, pasé por debajo del mantel con cierta esperanza. Una sensación fría recorrió mi pecho al ver que ellos seguían ahí.

—Jerome, amigo... —se acercó Phillip, tomándome por el hombro.

Era la primera vez que lo veía con los ojos llorosos.

—¡No te has ido! —Brissa tomó mis manos.

—Tenía que buscarlos, no iba a quedarme con la duda —sonreí hacia ambos—. Y ahora tenemos oportunidad, la gente está saliendo, la puerta principal es lo más viable.

¡Hazte a un lado! ¡No me sirves!

—Ay, no, es ella —tragué saliva—. Rápido, vayan al frente, volveré a la otra mesa para llamar su atención.

—Jerome, ven con nosotros —suplicó mi amiga; el maquillaje escurría de sus ojos—, saldremos los tres.

No es momento ¡ni ocasión!, para jugar a las escondidas, cariño.

—¡Por favor, váyanse! ¡Los dos, ahora! —coloqué mis manos sobre ellos.

Fue algo duro haberlos empujado de esa forma, pero no había tiempo ni oportunidad para mí, ya estaba involucrado. 

—¡Te encontré, ja, já!  —dijo ella, alzando el mantel—. Veo que estás inquieto, tendré que darte algo para tranquilizarte.

No había puesto mucha atención a su otro brazo hasta que lo vi encima de mí, tenía algo en la mano, parecía un dardo. No, otra cosa, la inyectó en mi cuello. Un sedante.

(...)

—¡Hola, Lou! —cerré la puerta detrás de mí con el pie; el cachorro ladró—. Oh, ya verás... sólo espera a que despierte.

Oswald no estaba esa noche, no me dijo adónde iba, aunque a esas alturas podría esperar cualquier cosa, recientemente me había enterado de que tenía un club al centro de la ciudad: "Pax Penguina". Me gustaría visitar el club, tanta gente adinerada en un sólo lugar, políticos, directores, empresarios, el culto lograría su cometido.

El cuerpo de Jerome era algo pesado, tuve que arrastrarlo por las escaleras; el cansancio de mis brazos lo hacía más difícil, una o dos veces se resbaló de mis manos como una bolsa de carne, sólo esperaba no dejarle moretones o un daño cerebral. 

Cuando por fin llegamos a mi habitación, lo dejé boca arriba sobre la cama, le quité sus zapatos y acomodé su corbata, ni siquiera prendí la luz. Dejé mi abrigo a un lado, lancé mis zapatos al montón de ropa en el suelo y me recosté junto a él, abrazándolo por un costado, sintiendo su respiración; ni siquiera mis sueños habían sido tan dulces. Miré hacia arriba y planté un beso en su mejilla, me detuve a oler su cuello, volví a recostarme y tomé su mano. Estaba viviendo el mejor momento de mi vida.

A la mañana siguiente, encontré a Lou dormido del otro lado de la cama y me tomé unos segundos para acariciar su pelaje.

 Entonces recordé la noche anterior. 

Con el corazón acelerado, bajé de par en par los escalones y me dirigí a la primera habitación de la planta baja, pero las quejas del Pingüino me guiaron mejor.

—Oswald, Oswald, Oswald... 

Ahí estaban los dos, sentados uno frente al otro en la mesa del comedor, era como un concurso de miradas. El buen humor era inexistente esa mañana.

«Un momento, Jerome no tenía ese vendaje en la mano», me alarmé.

—No quiero que toques mis cosas otra vez —habló Oswald.

—¿Pasó algo? —tomé asiento junto a Jerome—. Porque alguien tiene que pagar los daños —alcé su mano.

Inmediatamente se soltó y guardó su mano en el bolsillo de su traje, mantuvo la mirada baja, ya no le prestaba atención a Oswald; se veía molesto e irritado. Empezaba a temer por su rechazo. 

—No creo que sólo me hayas invitado a desayunar.

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🃏🎈 Feliz cumpleaños, a mí...🎉🃏

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