Capítulo 8: Resuelve esto
━× 𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐨𝐦𝐧𝐢𝐬𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 ×━
Viernes, 25 de diciembre, 1987.
Jerome y su madre, Lila, asistieron a la cena familiar de Brissa. Se divirtieron un rato, bebieron poco, vieron fotografías viejas, hablaron de todos los temas que se les pudieron ocurrir —desde la preparación de la comida de esa noche hasta de autores de libros polémicos—, pero nunca hablaron de trabajo ni de lo que pasó el día 19 de ese mes, a petición de Brissa.
Para Oswald y Pepper fue un día como cualquier otro. O eso parecía por fuera. Él pasó la noche sentado frente a la chimenea, aún cuando ésta se apagó, la seguía mirando porque su consciencia no estaba ahí, sino en sus recuerdos; el mismo 25 de diciembre, diferentes años. Su madre, Gertrud, era la luz de cada pensamiento y el motivo de sus pequeñas sonrisas ocasionales.
Pepper, por otro lado, apenas vio el calendario regresó a su habitación y puso el cerrojo. Se quedó todo el día en la cama, con las piernas extendidas sobre la sábana y la espalda en la pared; miraba hacia la ventana recordando lo vacía que era aquella festividad en su corazón, lo que había pasado en las tres navidades que sus padres le permitieron tener. Habían sido tan deprimentes, la hicieron sentir como las sobras en cada cena, tenía suerte de recibir un regalo y los niños de la familia la ignoraban todo lo que podían.
Lo peor ocurrió días después de su última navidad. Su padre le había llevado un perro y le pidió que lo entrenara, era un animal grande y peludo que comía casi cualquier cosa, daba fuertes empujones, le gustaba morder el cabello largo y ondulado de Pepper también; ella lo quería, era el único que le mostraba algo de afecto.
Entonces, sus primos le prendieron fuego; bastó colocar el encendedor cerca de su pelaje para que empezara a correr por toda la calle. La pequeña Pepper de diez años lo persiguió durante varios minutos con una manta en las manos, pero sólo pudo alcanzarlo cuando agonizaba de dolor y las llamas habían casi desaparecido. Una señora la vio en la acera tratando de cargar al perro y se acercó en su auto, pusieron a la mascota herida en el asiento trasero —con ayuda de su hijo, Joshua— y la mujer condujo rápidamente hacia un veterinario; contactó a los padres después. Ya se conocían, la niña vivía en la casa detrás de la suya y jugaba con Joshua de vez en cuando.
El veterinario abrió la puerta, se arrodilló frente a Pepper y le dijo: "Lo siento, tuve que...", pero ya no lo escuchaba, su concentración estaba en aquel perro con trozos de piel descubierta y poco pelo que estaba tendido sobre una base metálica.
Los ojos de Pepper adulta estaban llorosos para ese punto.
(...)
━× 𝐏𝐞𝐩𝐩𝐞𝐫 ×━
Lunes, 28 de diciembre, 1987.
—¡Pingüino, mira por la ventana!
Estaba nevando. No podía esperar para salir y hacer mis primeros ángeles de nieve. Llevaba puesto un abrigo, una bufanda, dos blusas, un suéter, unas medias y, por supuesto, pantalones. Sólo faltaba que Oswald se quitara de la puerta.
—¿En serio vas a salir? —preguntó.
Él también estaba abrigado, la mansión era un iceberg. Perfecto para un "pingüino". Sí, ya sé, cuento malos chistes.
—No es una tormenta, insisto en que mires afuera —me crucé de brazos.
—No quiero que atraigas enfermedades hacia a mí —se acercó—, esa puerta no se va a abrir en todo el día. Punto.
—¿Quieres jugar, entonces? —arqueé una ceja—. Te voy a recordar quién manda entre nosotros dos.
Quince minutos más tarde...
—¡Pingüino, te lo ruego! —me colgué de su pie "sano"—, ¡dame la llave!
—No, no, no y no —negó con la cabeza—. ¡Agh, suelta mi zapato!
—¡Juro que incendiaré tu casa si no abres la puerta! ¡A ver si así sigues con frío! —rodeé su pierna con el brazo—. ¡Abre! ¡Hazlo, hazlo, hazlo, hazlo!
—¡Bien! —gritó, y me levanté—. Aquí está —sacó la llave de su bolsillo—. Trae más leña, ¡y no vuelvas a hacerme un berrinche como ese!
—Entendido y anotado, Pingüino —sostuve la llave entre mis dedos—. Pero... ¿exactamente cuánta? Me voy a distraer tratando de adivinar y...
—Sólo trae ramas gruesas —se alejó—, la carretilla está afuera, lo que pueda sostenerse.
(...)
—¿Rama? Nope —lancé la vara de fierro detrás de mí, y me incliné al suelo de nuevo—. ¿Rama? Síp.
Cuando llegué a lo profundo del bosque, comencé mi búsqueda por los pinos más altos y después por los encinos; pero no hubo suerte, así que tuve que buscar entre la nieve y en algunos agujeros donde las personas hacían sus fogatas; hace algunos años, las personas iban ahí para acampar o solamente pasar el rato con sus familias, pero cuando el Alcalde James Aubrey prohibió ese tipo de actividades en aquella zona, los botes y cabañas quedaron en el olvido.
Lanzando otra rama hacia el montón de la carretilla, escuché un ladrido no muy lejos de mí, pero más débil y agudo; no era un perro adulto. Cuando volví a escucharlo, noté que estaba desesperado y acudí en su búsqueda, abandonando la carretilla. Su llanto me guió hacia las cabañas y no tardé mucho en encontrarlo: era un cachorro, tenía el pelaje mojado y aparentaba tener días sin comer, tal vez una cría perdida; en cambio, el lugar era espeluznante, incluso las plantas habían empezado a extenderse por las paredes. Lo que me separaba del pequeño perro atrapado entre tablones de madera y alambre, era el agujero de un metro de largo... ahí, en medio de la cabaña, como si fuera una puta mina; no pude calcular bien el ancho, pero de un salto no lo iba a cruzar.
—Ya vi, ya vi, ya vi...
Junto a lo que se suponía que era un comedor, había un par de tablas gruesas de madera, así que tomé una desde el borde y tiré de ella con la fuerza que tenía de ambas manos. No logré quitarla. El cachorro lloró más fuerte, como si quisiera destrozarse la garganta. Entonces, apoyé una pierna en el comedor y volví a tirar. Terminé con un golpe en la mejilla y las manos astilladas, pero resultó. Luego de deshacerme de los restos de madera en mi piel, coloqué la tabla sobre el agujero y me dispuse a caminar sobre ella. Hasta que miré hacia abajo.
—Sería una manera muy absurda de morir para alguien como yo —miré con temor hacia el agujero; el cachorro ladró—. ¡Ya voy! Ya voy, sólo tengo que... —apoyé un pie sobre la tabla—¡...ser rápida!
Sentí la madera crujir bajo mis pies, pero logré llegar al otro lado. Quité los tablones y tuve cuidado con el alambre, creí que eso le había lastimado.
—¿Cómo terminaste aquí? —lo tomé en brazos—. Oh, eres macho.
Y al notar ese agujero en la pared, imaginé lo que había pasado: el cachorro entró por ahí para refugiarse de la nieve, movió algo, el alambre le cayó encima y los tablones le bloquearon la salida. Con razón estaba tan asustado.
Antes de salir de la cabaña le coloqué mi bufanda alrededor, para luego refugiarlo dentro del abrigo y pasar por encima de ese espantoso agujero. Tuve suerte de encontrar la carretilla, mas no tenía ánimo de seguir recogiendo ramas, sólo quería llegar a casa y darle de comer al cachorro, entonces me detuve a pensar cómo lo llevaría a mi habitación sin que Oswald se volviera loco; más loco.
De pronto, escuché pisadas aceleradas y miré hacia los lados. A tan sólo unos metros a mi izquierda, un hombre delgado con anteojos cayó sobre la nieve y comenzó a arrastrarse con desesperación hacia un arbusto. No parecía peligroso, sólo culpable de algo.
—¿Debería irme o molestarlo? —dije para mí—. Hmm... sacudiré ese arbusto.
Luego de asegurarme de que nadie lo estaba siguiendo, caminé hacia su "escondite" y agité las ramas un poco. Retrocedió al instante.
—No grites —alzó las manos, no me miraba—, e-estoy desarmado.
—Tranquilízate, no haré nada —rodé los ojos—. ¿De quién estabas huyendo?
—No creo que debería contarle mis problemas a una desconocida —respondió algo molesto, y sacudió la nieve de su saco.
—¿Acaso no me has visto bien? —dije burlona, arqueando una ceja.
—Oh, no —levantó la mirada.
Inmediatamente se arrastró de espaldas con intenciones de huir, pero no iba a dejar que se fuera y le contara a la policía que me había visto.
—No, no, no, ¡quieto! —puse mi zapato sobre su pecho—. No me has dicho si te buscan.
—Sí, sí lo hacen, por homicidio —dijo con un tono bastante agitado.
—Pues, no veo a nadie por aquí —me aparté—. Los perdiste de vista.
—Huiste de Arkham con alguien más, ¿no es así?, f-fue... ¡Oswald! ¿Siguen en contacto?
—Sí —fruncí el ceño.
—¡Llévame con él! —se arrodilló—. Por favor, no tengo a nadie más a quien recurrir.
Suspiré.
—De todas formas necesitaba ayuda con la carretilla, anda, levántate.
(...)
—Excelente, está cerrada —retiré mi mano de la reja—. Pero me resulta extraño, Oswald no quería salir.
—Así es él —sonrió a medias—. ¿No había una llave extra?
—Con toda esta nieve, será muy difícil encontrarla, suele cambiarla de lugar.
Pero creo que el sujeto no me escuchó. En el segundo en que me distraje dio la vuelta a la mansión, empujando la carretilla sobre las piedras y la tierra desnivelada; alguien podría torcerse el tobillo. Lo seguí hasta que se detuvo frente al muro de piedra que daba con el patio de la casa.
—¿Entiendes la idea? —dejó la carretilla a un lado.
—¿Cómo no se me había ocurrido antes? —puse una mano sobre mi cadera—. Voy primero.
Para desocupar mis manos, dejé al cachorro al cuidado del sujeto, él lo cubrió con sus brazos apenas lo tocó. Y comencé a escalar, aunque fue difícil por la nieve resbaladiza y mis manos congeladas; al menos ya no me dolía el brazo derecho ni la espalda. Al llegar a la orilla, coloqué una pierna dentro para mantener el equilibrio y extendí mis brazos hacia el sujeto para que me pasara al cachorro, volví a ocultarlo en mi abrigo y me lancé al otro lado de la casa, cayendo torpemente de rodillas pero ninguna lesión; fue una suerte, el muro no era muy alto. Acerqué mi mano a la perilla y...
—Pff, claro, la puerta de atrás sí la deja abierta —luego la empujé.
Saqué al cachorro de mi abrigo y lo puse en el suelo con la idea de que se quedaría cerca, como lo hacen los perros en un nuevo hogar, pero apenas lo solté comenzó a correr hacia las escaleras, de ida y vuelta, hacia la sala de estar, el comedor, por todos lados.
—¡No, no, no!, ¡en el sillón del jefe no te subas! —intenté bloquearle el paso.
Aunque, siendo sincera, tenía más ganas de lidiar con el cachorro que volver a escalar el muro, pero necesitaba las ramas para la chimenea que justo estaban del otro lado con el sujeto extraño del bosque.
—Luego lo resuelvo, prioridades.
Regresé al exterior, escalé hasta llegar a la orilla y le hice una seña al pálido hombre para que lanzara las ramas de par en par, y sólo las dejé caer sobre la nieve en el patio; la carretilla tuvo que quedarse del otro lado. Cuando ya no quedó ninguna, le extendí la mano para ayudarlo a tomar impulso al escalar y luego cada quien se dejó caer sobre uno de los montones de nieve que se habían acumulado en las esquinas del muro, para suavizar la caída. Una vez que estuvimos del otro lado, cargamos las ramas hacia el interior de la casa.
Me cuestioné por qué siquiera lo había llevado a la mansión de Oswald, no sabía de qué se conocían, si acaso eran viejos enemigos o fingía que era su último recurso para aprovecharse. Lo que sí fue cierto es que estaba desarmado, en el momento en que le ayudé a subir por el muro lo revisé tan rápido como pude, pero aún podría estar ocultando algo. No bajaba la guardia y nunca le di la espalda.
Cerré la puerta trasera con cerrojo y me dirigí a la sala de estar, lugar donde aquel sujeto estaba colocando las ramas en la chimenea.
—¿Tienen algo para encenderla? —dijo él.
Ni siquiera había pensado en lo que iba a decir y ya me había distraído por un chillido considerablemente fuerte detrás de nosotros. Era el cachorro, nuevamente desesperado, ya no corría pero lo notaba inquieto.
«Está buscando un lugar para abrigarse, qué tonta», pensé.
Decidí entonces que era mejor ocultar al cachorro de la vista de Oswald y no había mejor lugar que mi propia habitación, donde también podría abrigarlo y mantenerlo vigilado; ya era mi mascota, nadie lo tocaría.
—Dame un segundo —avisé al sujeto de anteojos.
Tomé al pequeño en brazos, subí las escaleras, cerré la habitación y puse al cachorro en el suelo de nuevo, tomé un par de prendas que estaban tiradas y las coloqué a modo de cama; pero el chiquitín prefirió la mía.
Suspiré.
—Sólo por un momento —lo señalé—. Cuando despiertes, te daré algo de comer y un baño.
No estando satisfecha con la sábana que ahora el cachorro ocupaba, me quité el abrigo y se lo puse encima, cubriendo también sus patas con una de las prendas que puse en el suelo.
Bajé las escaleras y me encontré con el sujeto en la cocina preparando café, su confianza para caminar por ahí en la mansión me daba un poco de inquietud; pero no parecía un mercenario y mucho menos un mafioso. Me intrigaba saber cómo había conocido a Oswald.
—Deberías ponerle un nombre —se dio la vuelta.
—Ni siquiera sé si podré conservarlo —reí—. Nah, sí lo haré.
—Aquí tienes —me entregó una taza.
—Wow, qué amable —dije extrañada—, te lo agrad... —carraspeé—. Te lo agredaz... —fruncí el ceño—. No, no, agra...¿dazco?
—Déjalo así, está bien —caminó hacia el sofá.
Al seguirlo, noté que la chimenea ya estaba encendida, como si él supiera dónde guardaba Oswald los fósforos.
«Así que ya habías estado aquí, debí sospechar cuando mencionó lo de la llave», pensé.
—¿Puedo preguntar de dónde conoces al Pingüino? —me senté frente a él.
—Fue en la comisaría —bebió de su café—. Aunque, debo admitir, no fue muy cortés al principio.
—¿"Al principio"? Conmigo siempre está de malas —alegué—. Fuera de contexto parece un chiste, dos criminales en el departamento de policía —ahí probé una voz distinta, como la de un presentador.
—No, no —rió ligeramente—. En ese entonces ninguno de los dos era considerado criminal, yo trabajaba como forense.
—Qué interesante, mi padre era tanatólogo, por cierto —me incliné hacia atrás sobre el asiento—, pero no fue por él que supe de primera mano que el olor es insoportable.
—Sí, creo haber conocido a algunos de tus familiares —tragó saliva—. ¿Qué es eso que te pertenece, pero los demás usan más que tú?
—Ah, ya veo... eres de los que hacen preguntas capciosas —sonreí.
—Acertijos, sí, me gustan. ¿Cuál es tu respuesta?
—El nombre.
—Correcto —sonrió de vuelta—. Edward Nygma —extendió una mano.
—Pepper Crewell —correspondí—, pero no le digas a nadie todavía.
Luego de presentarnos me dispuse a terminar mi café con tranquilidad, pero al ver el reloj en la pared, me levanté de un salto para ir en busca de otro abrigo y un par de cosas más.
—¿Qué ocurre? —vociferó Edward.
—¡Sin dedos apunto, no doy marcha atrás y puedo correr sin pies, ¿qué soy?! —grité desde arriba, seguido de un ligero "auch" por cepillarme el cabello demasiado deprisa.
—Un reloj —contestó, una vez que volví a bajar.
—¡Exacto!, mira la hora que es, ya voy tarde a la hora del almuerzo.
—¿De qué hablas?
—¡En Arkham! —se notaba mi frustración en la voz—. Si no llego antes de que él vuelva, se arruinará el misterio que tanto me he esforzado por... —inhalé—, ¡mantener!
De tanto hablar con esa velocidad, sentí que me faltaba el aire.
—No le digas a Oswald adónde fui y mucho menos le hables sobre el perro —me detuve frente a la puerta—. Mi habitación está cerrada, asegúrate de que permanezca así. Volveré pronto.
Y sin más indicaciones que dar, cerré la puerta y caminé hacia el pequeño auto que estaba estacionado afuera —no muy lejos de la reja de entrada—, el mismo que robé días atrás y por el cual mi amigo Oswald ni siquiera quiso preguntar cómo había llegado hasta mis manos.
«Dios... tengo que volver a escalar una pared, desgraciada llave», pensé.
(...)
━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━
Otro día como cualquiera en Arkham Asylum: personas gritando, riendo, llorando, golpeando, discutiendo, lanzando comida y... un corazón hecho de papel con una nota al lado en mi escritorio. No, esa vez fueron dos. La primera decía:
"Cada día te extraño más. Es difícil mantenerme alejada de ti estando tan cerca"
—P.C.
Pero la más interesante era la otra, había sido escrita en una hoja arrancada de mi libreta y con una de mis plumas; lo supe porque ninguna de esas dos cosas estaban dentro del maletín donde las había dejado antes de salir a comprar mi almuerzo.
"¿Qué vas a vestir para el evento?
Curiosidad, aún no te he
visto con un smoking"
—P.C.
Por un momento sentí una gran confusión, no había manera de que ella supiera eso, pero luego noté que mi calendario de escritorio y mi agenda estaban en el suelo; parece que tuvo prisa en salir. Ciertamente asistiría a una cena de Año Nuevo dentro de tres días, pero luego de aquellas notas ya no estaba muy seguro.
De repente, escuché un par de golpes en la ventana a mis espaldas y rápidamente guardé las notas junto con el corazón de origami en mi bolsillo.
—¡Hola, Jerome! —saludó Phillip desde el marco de la puerta—. Tengo algo para ti.
Fue entonces que estiró su brazo y vi que sostenía una caja de regalo.
—Wow, uhm... Muchas gracias, Phil —le di una pequeña sonrisa.
Tomé la caja con cierta timidez, no estaba acostumbrado a recibir regalos. Una vez que levanté la tapa, me encontré de frente con una corbata color verde olivo, y era bastante linda. Entonces miré a Phillip de vuelta, buscando alguna explicación; normalmente sus regalos eran botellas de alcohol que yo nunca bebía.
—Puedes usarla durante el evento, claro, si no quieres...
—No, no, e-es... es un buen regalo, muy elegante, me encanta —sonreí—. Pero ahora me siento mal por no haberte dado algo.
—Nada de eso, lo hago de buena voluntad —puso una mano sobre mi hombro—. No fui lo suficientemente comprensivo para que me hablaras sobre lo que sentías —inclinó un poco la cabeza.
—Tranquilo, todo está bien entre nosotros.
(...)
━× 𝐏𝐞𝐩𝐩𝐞𝐫 ×━
Había regresado a la mansión al mismo tiempo que Oswald, y lo que más temía era que hiciera preguntas. Parecía no tener sentido considerando que nunca lo había hecho cuando iba y venía sin decir nada, pero aquella vez sí tenía de qué preocuparme. Al bajar del auto, giró levemente a la derecha y me observó con cierta curiosidad. Tal vez el miedo se me notaba en la cara.
Le murmuró algo a Víctor y se apresuró a abrir la reja de entrada, aceleré el paso pero traté de no parecer desesperada, aunque no me salió muy bien, pues esto alertó más a Oswald de un posible intruso en su casa. El pánico subió a mi garganta cuando noté que ambos estaban armados. Ahí fue cuando corrí y, de un empujón, conseguí adelantarme a ambos.
—Quédense aquí —advertí.
Estúpido, ya sé, no iban a hacerme caso.
—¿Quién está...?
Pero no me detuve a dar explicaciones, fui directamente a mi habitación para asegurarme de que estuviera cerrada y así evitar que viera al cachorro. Desde el segundo piso todavía escuchaba las voces de Oswald y Víctor, seguramente ya habían notado a uno de los "intrusos".
—Jefe, tenemos un invitado —avisó Víctor.
—¿Qué haces aquí?
—Hola, Oswald...
Y fue en ese momento, cuando dejé de oír sus voces, que sentí un frío golpe en el pecho al darme cuenta que el cachorro ya no estaba donde lo había dejado.
«Lo va a matar», pensé.
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