Capítulo 7: El culto

Lunes 21 de diciembre, 1987. En la noche.

—Veinticinco muertes... —dijo Oswald en un suspiro—. Y doce heridos.

—Ya sé, ya sé —me senté al otro lado de la mesa—, me supero poco a poco.

Estaba más que orgullosa. Los medios no dejaban de hablar sobre la explosión, repetían el vídeo del banco en casi todos los canales de noticias y ni hablar de los periódicos; recorté cada hoja donde se mencionaba el suceso. La parte mala, es que Oswald no estaba igual de contento. Tuvieron que pasar dos días para que pudiéramos hablar civilizadamente, lo vi muy molesto la noche del sábado, no me quise ni acercar, fui directamente a lavarme el rostro y me encerré en mi habitación.

—Le mentiste a mis hombres —alzó la voz—, se suponía que era un trabajo discreto.

—Claro, con dinamita —me crucé de brazos.

—Solamente para abrir la bóveda, no pensé que las colocarían alrededor del banco —frunció el ceño.

—Parece que ese era uno de los detalles que hacían falta reforzar... —dije para mis adentros.

Meh, eso sí fue su culpa.

—No puedo creer que también lo filmaste, ¿tan desesperada estás?

—¡Fue divertido! —me puse de pie.

—¡No era asunto tuyo! —Oswald golpeó la mesa—. Lo único que consigues es atraer a la policía.

Sólo lo miré.

—Es mucho decir que te haya dejado esconderte aquí, eres una oportunista —bebió de su copa de vino—. Y aquella dedicatoria... Sabes que pueden despedirlo si encuentran esa grabación, ¿cierto?

—Maldito entrometido... —murmuré para mí—. Víctor llevó la cámara a su departamento, nadie más sabe que la tiene.

No estaba mintiendo. Luego de tirar la furgoneta al bosque y dirigirme a la mansión, encontré a Víctor esperando en la puerta con una grabadora y una libreta en la mano. Me aconsejó entrar por la sala de estar, así podría tomar su parte del pago sin que los otros mercenarios se dieran cuenta. Le di la cámara un momento y entré por donde me dijo; las bolsas estaban amontonadas en el suelo, los mercenarios en el salón principal. Y aunque no podrían verme desde allá con tan poca luz, no me detuve a contar el dinero que tomé a sus espaldas; creo que le pagué al menos $20,000 dólares a Víctor. Sí, eso explicaría por qué no se quejó cuando le pedí que volviera al departamento ahora con la cámara.

Pero, a juzgar por lo que Oswald decía, supuse que Víctor vio el contenido y le contó. En pocas palabras, era su culpa que estuviera discutiendo con su jefe, sentada en un extremo de la mesa y Oswald en el otro, con un asiento muchísimo más cómodo que la silla de madera vieja debajo de mí.

—¿Qué tal si decide entregarla como evidencia? —se inclinó sobre la silla—. Tal vez no pueda con la culpa de saber que una tragedia así fue un acto de amor —enfatizó con desagrado—, y ahí no termina —levantó su copa a la altura de su cuello—. Qué lástima, Jerome tratará de buscar trabajo pero, por la mala reputación que le diste, nadie lo aceptará. Caerá en la desesperación y se mudará a otra ciudad, jamás volverás a saber de él —se levantó.

Físicamente no me intimidaba, pero sus palabras eran alfileres en mis oídos. No podía soportar que eso fuera una posibilidad, odiaba que tuviera razón.

—Serás un recuerdo amargo en su mente, te guardará rencor por arruinar su vida.

—No lo hará —negué con la cabeza—, ya hemos pasado por mucho.

—No digas que no te lo advertí.

(...)

Martes 22 de diciembre, 1987.

Desde la mañana, dediqué mi tiempo a escuchar una y otra vez el contenido de la grabadora que Víctor había traído, analizando respuestas y anotando algunas cosas importantes. Me gustaba imaginar la expresión que Jerome habría hecho en el momento, dependiendo el tono de su voz; cada palabra dicha por él me hacía sonreír. 

«¿Es así como se siente estar enamorada?», pensé, mientras doblaba una hoja con mis manos a manera de obtener un corazón de origami.

Entonces, se me ocurrió algo. Tomé la pluma que escondía debajo de la cama y le di vuelta a la figura de papel, pondría un mensaje. 

Salté de la cama cuando terminé y me dirigí nuevamente al armario del hermanastro de Oswald en busca de una prenda menos reconocible que el uniforme de Arkham con el que había estado durmiendo o la ropa que había usado durante el robo; Oswald no estaba en casa, de todos modos. Pero no pensé que tuviera menos opciones que la última vez, todo era muy elegante, necesitaba algo sencillo para salir un rato.

—Ahora entiendo por qué el armario de mi madre estaba tan lleno —dije decepcionada, saliendo de la habitación—. ¡Ah, pero claro! —golpeé mi cabeza con las yemas de los dedos—, La madrastra de Oswald debió tener ropa casual, no he revisado a fondo.

Me llevó casi dos horas recorrer nuevamente los cuartos, había olvidado cuáles estaban bajo llave, pero encontré cosas interesantes en aquellas que no me dieron problemas y las llevé a mi habitación para usarlas como decorativos, también algunas joyas, un cepillo de madera y, por supuesto, atuendos y ropa interior limpia. Más tarde, al encontrar varias prendas femeninas de una talla diferente al resto y oootra caja con trajes y ropa casual masculina que ni de chiste eran de mi excéntrico amigo, concluí que en esa mansión habían vivido su padre, su madrastra y dos hijos, hombre y mujer.

«¿Qué medidas tendrá Jerome? ¿Le quedará la ropa del hermanastro de Oswald?», pensé.

Luego de acomodar todo en mi habitación, opté por vestir el pantalón negro con tirantes y una blusa de color bermellón. No, era otro tono más oscuro. Qué importaba, de todas formas iba a cubrirme con un abrigo largo, color café, creo que era de lana. Éste último me hizo recordar el regalo de una de mis tías por mi tercera Navidad, tenía diez años; sí, a mis padres no les gustaba celebrarla. Aquel abrigo era color morado y olía ligeramente a fresa, me gustaba usarlo por su textura, a veces lo ponía sobre mi almohada para conciliar el sueño luego de una noche violenta.

Antes de salir, guardé el corazón de origami dentro del abrigo y tomé un cuchillo de la cocina; por si acaso.

(...)

Al final no tuve que caminar tanto; pasando el bosque, me encontré con un sujeto a la orilla del camino que estaba tomando fotografías de su pequeño auto con un paisaje urbano a lo lejos. 

Ahí fue donde actuó el cuchillo. 

Ni siquiera lo tuve que golpear, bastó que volteara hacia a mí para cortarle la garganta. 

Además de la cámara, no llevaba gran cosa: $20 dólares, una identificación y papeles de facturas viejas, no parecía que alguien lo fuera a extrañar, no había fotos familiares y a juzgar por el tamaño del auto, dudaba que al menos tuviera esposa. Pero no me deshice de sus pertenencias, las conservé para que la policía no pudiera saber nada de él, si acaso lograban encontrarlo.

—Cuarenta y tres —miré hacia el bosque—. Bueno, más o menos, de aquellos veinticinco, el crédito no es todo mío. 

Después de hablar conmigo misma, tomé el volante y empecé mi recorrido hacia Arkham Asylum. Al principio fue difícil, no recordaba cómo conducir y me perdí un poco, pero aquellos edificios sombríos los podía ver a kilómetros.

Estacioné en un lugar apartado y caminé hacia la segunda reja de entrada, la cual no era de la preferencia de los empleados porque implicaba rodear dos edificios, por esa misma razón no había vigilantes y casi siempre estaba cerrada. 

Para los demás. 

Pasé entre los barrotes y me acerqué poco a poco a la puerta para empleados, usando como escondite los otros vehículos. Una vez que abrí la puerta, cubrí mi rostro con el abrigo y parte de mi cabello, para luego buscar a tientas los ganchos donde se colgaban los uniformes de las enfermeras.

«Bingo», sentí la tela en mi mano.

Estaba a nada de fijarme en la talla cuando noté que un guardia giraba por el pasillo hacia a mí, así que tomé el uniforme y entré en los vestidores de inmediato; había tomado uno grande, pero el abrigo me sirvió para rellenar. El cubrebocas y el gorro no fueron difíciles de encontrar, bastó que fuera a la enfermería y extendiera el brazo discretamente sobre la mesita con ruedas —donde suelen ir pequeños botes de pastillas— para tomarlos.

Luego de pasar unos cuantos pisos en el ascensor, caminé por el pasillo y... ahí estaba, su oficina de descanso. La puerta estaba entreabierta, temí que se arruinara el misterio, por ello preferí tocar antes de siquiera poner un pie dentro. No hubo respuesta; siendo sincera, sentí una mezcla de alivio y decepción. Entrando a la oficina, desabotoné el uniforme para sacar del bolsillo de mi abrigo la figura de origami. Pero antes de irme, dediqué unos pocos segundos a observar el lugar. Era lindo, pequeño, sencillo e incluso olía bien, a una fragancia fresca, aunque también parecía una bodega de plumas y libretas.

—Vaya, no sabía que fumabas —dije con asombro al notar restos de cigarrillo sobre su escritorio.

(...)

━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━

Empezaba a creer que a mi jefe le gustaba molestarme, qué ocurrencia la suya de pedir que viniera al trabajo fuera de mi horario a escuchar lo mismo que pudo haberme dicho por teléfono. Pero traté de entenderlo, seguro seguía alarmado por lo sucedido al banco, por lo que ella había hecho. Más de una vez traté de convencerme de que no era mi culpa, pero el vídeo guardado en la cámara que estaba sobre mi sofá... sentía náuseas de sólo acordarme. Aunque no estaba molesto, quería estarlo, esa es la reacción de una persona en su sano juicio, pero yo no podía.

Esa mujer me pone nervioso —opinó mi jefe, el señor Howard Loeb—, no quisiera imaginar cómo sería estar en sus zapatos, joven Valeska. 

Después de eso, yo tampoco —intenté sonreír.

Iré al punto, sé que no debí molestarlo en contra-turno, pero en serio necesitaba hablar con usted en persona.

—Entiendo —asentí.

—Quisiera empezar diciendo que haga todo lo que pueda para ignorarla. Si lo considera necesario, hable con la policía, pero no alimente a los medios porque, en ese caso, terminaría involucrándose de manera absurda. Espero que no lo hayan hostigado, después de todo, usted sólo la atendió por un tiempo.

—Sí, era mi trabajo... —dije casi en un murmullo. 

—Creo que es todo de mi parte, ya me siento tranquilo —sonrió—. Puede irse, que tenga buen día.

—Gracias —me levanté—, lindo día también.

«Absurdo hacerme venir para esto, no es el primero que me lo dice», pensé, mientras caminaba por los pasillos.

Fue entonces que otras cuestiones llegaron a mi mente: «¿Cómo puedo evitar que haga otra cosa así? Tengo que mantener distancia, pero el rechazo no lo toma muy bien, lastimará a otros con tal de llamar mi atención. ¿Y si la busco? Tal vez podría hacer que se detuviera, incluso convencerla de que se entregue, le diré que las cosas serán como antes. No, no seas ridículo, ella quería más libertad y ahora que la tiene, no se detendrá. No dejaría pasar la oportunidad. Puede que, incluso, ella me encuentre antes. Ahora entiendo mejor a mi amigo».

Sin pensarlo mucho, decidí pasar por mi oficina para revisar que Phillip no hubiera dejado sus cigarrillos otra vez en el escritorio; acostumbraba a fumar allí porque no había alarma para incendios. La puerta a medio cerrar y la basura que vi sobre el escritorio segundos después me dieron la razón, pero aquella vez encontré algo más: una figura de papel rojo en forma de corazón. Lo observé sobre mi mano con cierto temor, como si estuviera sosteniendo un insecto venenoso; entonces le di la vuelta:

"Todavía no arrojes tu sombrero, nos espera algo mejor"
—P.C.

Al ver las iniciales, tuve una sensación de frío en el pecho; la segunda letra encajaba con...

—Crewell. 

(...)

━× 𝐄𝐥𝐥𝐚 ×━

Salí de ese espantoso lugar de la misma forma en la que entré y conduje de vuelta a la mansión. No estaba en mis planes lo que sucedería después. 

Durante el camino, un extraño anuncio con mi rostro me hizo cambiar de parecer; de lejos parecía un cartel de "Se Busca", pero mientras me acercaba, más era mi confusión. Me detuve junto al poste donde estaba pegado y leí rápidamente; parecía una invitación a un grupo.

—Espero que no sean imitadores —arranqué la hoja. 

De inmediato, conduje hacia el lugar que señalaba el cartel como punto de reunión para cualquier persona que decidiera unirse. No quedaba muy lejos. Aunque, siendo honesta, creí haberme equivocado de dirección luego de estacionar frente a un teatro abandonado, como todo a su alrededor.

—¿Pero cómo es que...? —leí la hoja de nuevo—. No, debe ser una fachada.

Me acerqué a la puerta de cristal con la intención de juntar ambas manos sobre mis ojos y buscar algún tipo de luz, pero en su lugar vi otro cartel que decía: 

«Si eres aspirante a nuestro grupo, entra por la puerta roja. Si eres policía, entra por la puerta roja», muy confuso.

Luego de dar la vuelta al teatro, me topé con otra sorpresa: dos puertas color rojo, separadas en una esquina cada una, su única diferencia estaba en la palabra "roja" escrita con aerosol negro en el centro de la puerta izquierda.

—Tiene que ser chiste —bufé.

No era una experta en juegos mentales, pero intuí que era la puerta limpia. Apegándome primero a la pared, estiré el brazo para empujar la puerta lentamente y esperé a que se abriera lo suficiente para dejarme ver el interior. No pasó nada, las luces estaban apagadas también. Esperé unos segundos más y decidí entrar, no me iría con la intriga. Una vez que la puerta se cerró detrás de mí, escuché una respiración extra...

Giré hacia donde creí que estaría la pared, pero mi zapato golpeó algo más; debo admitir que sentí un poco de angustia, sólo imagínense atrapados en un lugar tan grande en medio de la oscuridad.

Fue entonces que la otra persona apuntó la luz de una linterna hacia mi rostro, la mantuvo unos segundos y luego la apagó; mi vista no se ajustó al instante, pero al menos había podido notar que estaba como a tres pasos de distancia.

«Ya lo tengo», pensé.

—Eres...

—Yo primero —lo sujeté del cuello—. ¿Cuál es tu nombre?

—D-Dwight —tembló—, Pollard. Soy uno de tus más fieles admiradores.

—Claaaro —entrecerré los ojos—. Justo por eso he venido, ¿qué tratas de conseguir con ese anuncio que lleva mi foto?

—¿Me dejarías mostrarte?

—Rápido —lo solté.

Las luces tras bambalinas se encendieron de pronto, aunque el resto del teatro no. El sujeto, Dwight, estaba de espaldas a una máquina con muchos botones y palancas. Eso lo explica.

—Por aquí.

—¿Adónde? —empecé a seguirlo.

—Al escenario.

En esos pocos metros que caminamos, escuché murmullos y algunas risas, y aquella vez no provenían de mi cabeza. Las butacas se movían de repente, al igual que las cortinas, y ciertas sombras recorrían las paredes; no era mi mente la que jugaba conmigo. También noté que había maquillaje en el suelo, restos de cigarrillos, balas, pedazos de papel, trozos de ropa, navajas, pintura, cinta adhesiva mal cortada y hasta una fotografía mía. Cada vez se ponía más extraño. 

«¿De dónde sacan esas fotos? ¿Son del video del banco?», pensé.

De pronto, Dwight me sacó de mis pensamientos. Tomó el micrófono que estaba en el centro del escenario y le dio un par de golpes con sus manos enguantadas para probar el audio.

—Ya pueden salir, amigos —sonrió—. Les dije que nos encontraría.

—¿A quién le...?

Oh...

En ese momento, mi cuerpo se quedó quieto pero mis ojos no dejaban de moverse de un lado a otro, mirando a aquellas personas que salían detrás de las butacas, otros asomaban la cabeza sobre los palcos y el resto caminaron desde el fondo del teatro hacia el centro. Con sus atuendos excéntricos y maquillaje, parecían miembros de un circo, algunos incluso tenían el cabello teñido de colores brillantes; el detalle que los separaba de ese concepto eran sus armas, portaban cualquier cosa con la que ustedes pudieran imaginarse golpeando a alguien.

—Es gracioso —habló Dwight—, eres una inspiración para nosotros pero ni siquiera sabemos tu nombre —me acercó el micrófono.

No tenía intenciones de presentarme, pero... me intrigaba lo que estaba pasando.

—Soy... soy Pepper.

De repente, alguien comenzó a gritar mi nombre en forma de porra, ¡y los demás le acompañaron!, sus voces eran como murciélagos volando dentro de mi cabeza, frenéticos, salvajes... Estaba encantada. 

—¿Quiénes son estas personas? —sonreí en dirección a Dwight.

—Excluidos sociales, sobrevivientes de una sociedad corrupta donde los únicos que son dignos de llevar una buena vida son los más deshonestos.

—O sea, un culto anarquista —puse ambas manos sobre mi cadera.

—Cuyo objetivo es purgar a la ciudad de la gente privilegiada y establecer un nuevo orden social —añadió—. Esta comunidad se formó hace un par de años, tenemos un historial de numerosos intentos por lograr nuestro objetivo, es... experiencia. Por desgracia, sólo le hemos puesto el pie a la gente, por así decirlo —dijo con voz apagada—. Pero tú podrías enseñarnos cómo hacer que caigan y que nunca se vuelvan a levantar —Dwight sonrió de nuevo—. Después de todo, acabaste con la vida de diecisiete personas en menos de un mes.

—La cuenta ya va en cuarenta y tres —corregí—, ocurrió algo esta tarde.

—¡Increíble! —rió.

Su risa era maniática, enfermiza y descontrolada, como todos los demás en ese teatro. Ya no me sentía tan sola.

—Entiendo el punto, fue por lo que dije en vivo, ¿verdad? —me crucé de brazos—. Adoro la televisión.

—Ese video en el banco fue grandioso. Queremos que seas nuestra líder.

—Luego de ver su entusiasmo y compartir mis intereses... —tomé el micrófono—, no podría negarme.

Quisiera haber tenido una cámara para conservar ese momento en el que todos gritaron de emoción, desde luego la imagen se quedaría por siempre en mi mente, pero escucharlos alabarme era una experiencia que quería repetir hasta el cansancio.

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¡FELIZ AÑO NUEVO!
🃏❤️

Espero que se la estén pasando bien con sus familiares y amigos, y que olviden todo lo malo del 2017 y avancen con lo bueno en este 2018.
GRACIAS a todas las personas que me apoyaron en este año con sus votos, comentarios y leyendo; de verdad L@S AMO ❤️

PD: Cumplan con sus propósitos.

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