Capítulo 6: La visita
━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━
—No, mamá... estoy completamente bien —dije al teléfono.
Luego de dejar mi auto en el estacionamiento del edificio en el que vivía, mi madre, Lila, llamó para ver cómo me había ido en el trabajo. No me molestaba la hora, estaba acostumbrado a llegar a casa en la madrugada por el horario que me asignaron, lo incómodo era que llamara hasta tres veces al día. Pero cómo podía culparla. En el último mes, luego de enterarse que yo atendía a "La asesina de los diecisiete" —como la llamaban los medios—, su ansiedad aumentó y notaba en su voz lo preocupada que estaba.
Aunque antes de eso, de todas formas, ya tenía la costumbre de llamarme en la madrugada para conversar, debido a que su horario de sueño no es muy equilibrado. Muchas veces estaba cómodamente dormido cuando oía el teléfono sonar, pero en otras, fue un completo alivio escuchar la voz de mi madre luego de una noche de angustia, estrés o cuando estaba enfermo y sólo estaba yo para cuidar de mí mismo.
—Por favor, ya no veas tanta televisión —di la vuelta—. Simplemente escaparon, fue todo, no tuve nada que ver y tampoco vendrán a buscarme. Sí, estaré bien... —miré al suelo—. Cuídate, no dejes de tomar tu medicina y mucha agua. También te quiero, adiós.
«Debería visitarla en estos días», pensé.
Mientras guardaba mi teléfono, no me fijé por dónde caminaba y uno de mis brazos chocó con otra persona.
—Discúlpeme, no lo vi.
Era una mujer joven. Estatura baja, cabello lacio, grandes ojos.
—No, no, soy yo quien debería disculparse, estaba hablando por teléfono y...
Entonces, noté que su mirada se había desviado hacia mi abrigo, específicamente donde estaba mi identificación asomándose por la orilla del bolsillo.
—No. Puede. Ser —dijo sorprendida.
Inesperadamente comenzó a gritar y me abrazó, pero me quedé con los brazos en el aire y esperé a que se tranquilizara; estaba muy confundido. Al separarse, agitó las manos y dijo:
—¡Es increíble que nos hallamos reencontrado! Años viviendo en la misma ciudad de porquería y... y... wow, cambiaste mucho.
—Lo tomaré como un cumplido. Pero, ¿podrías decirme quién eres? —dije algo tímido.
Era de esperarse que su ánimo decayera un poco.
—Supongo que yo también cambié mucho —rió—. Soy Brissa Maine, nos conocemos desde niños.
Y ese fue el momento más vergonzoso de mi vida.
—Oh, Dios... ¡Brissa! —sonreí al instante—. Por favor, perdóname —le di un abrazo rápido—. Es que, te ves tan diferente. Y tu corte de cabello... yo te conocí cuando lo llevabas por debajo de la cintura.
—Bueno, con los años fue cada vez más difícil mantenerlo —ladeó su cabeza—. Yo no podría olvidar el tono de tu cabello, no hay muchos pelirrojos en Gotham, todos los colores alrededor son tristes —bajó la mirada.
—A un pintor podría parecerle muy deprimen...
Entonces, alzó sus brazos sobre mi cara.
—No, no, no, ¡tus pecas! —me apretó las mejillas—. Ow, desaparecieron casi por completo, se veían tiernas.
—No eres la primera que lo menciona, je —me incliné hacia atrás—. ¿Qué haces fuera de casa a ésta hora?
—Acababa de terminar mi turno en la pizzería que está a dos calles de aquí, ¿y tú?
—También vengo del trabajo —hice una mueca.
—Te ves abrumado, ¿todo bien?
—SÍ, sí... sólo ha sido una semana lenta.
—Hmm... creo que sé de algo que podría animarte —sonrió—. ¿Tienes hambre?
Y aunque me negué al principio, mi amiga de la infancia me convenció de seguirla hasta la pizzería, entramos por la puerta del personal y ella recalentó un par de rebanadas que habían sobrado de otros pedidos. No dejaba de sentirme culpable por haber aceptado, es decir, justo había terminado su turno y volvió a abrir la tienda sólo por tratar de animarme. Bueno, ella también insistió.
—De verdad, no te hubieras molestado —negué con la cabeza—. En serio, lo siento.
Mientras Brissa buscaba servilletas en la cocina, yo esperaba en una de las mesas del comedor.
—Catorce años y sigues disculpándote por todo —se burló—. Ya te dije que no es problema, tranquilo —se sentó enfrente—. Y... ¿cómo está tu familia? ¿qué tal el trabajo? —le dio un mordisco a su rebanada—. Tengo mucha curiosidad por tu vida de adulto, no supe más de ti luego de... aquel día, ya sabes.
No quise traer de vuelta aquellos tiempos en que mi salud mental tuvo una decaída y se arruinó mi adolescencia, así que evadí el último tema.
—Bueno, mi padre perdió la vida hace unos años en un accidente laboral, una fábrica de ácidos.
—Ouh... lamento oír eso —dijo Brissa, haciendo una pequeña pausa—. ¿Qué... qué me dices de tu madre? Seguro ella me recuerda, me daba consejos para cuidar mi cabello.
—Sí, ya lo creo —sonreí—. Ella está bien, es feliz con su televisor, sus vecinos y su inquietante serpiente —mordí mi propia rebanada—, aunque, gracias a su mascota, puedo sentirme seguro de que no hay ladrón que se atreva a adentrarse más en su casa apenas la vea —reí—. Siendo más sincero, mi madre se ha vuelto un poco paranoica desde que trabajo en Arkham.
—No la juzgo, ese lugar me da escalofríos —volvió a comer—. Oye, ¿es verdad que esconden a los pacientes con deformidades en el sótano para experimentar con ellos? ¿o que en el almuerzo sirven albóndigas hechas con lo que quedó de pacientes fallecidos?
—Sí, y usamos sus cenizas como pimienta... ¡obviamente no!
—Sólo te estoy molestando —Brissa rió.
—Ja... —expresé sarcástico—. ¿Qué hay de ti? ¿Sigues viviendo con tus padres?
—Desde que cumplí la mayoría de edad, no. Mi hermano me dejó su pequeña casa de soltero luego de casarse, mi madre me ayudó con la remodelación y a pagar algunas cuentas, ahora trabajo aquí para seguir cubriendo mis gastos, pero es temporal —agitó su mano—. O eso espero... es difícil conseguir un trabajo decente cuando eres adulto joven, nadie te toma en serio.
—Te entiendo, diría que es el triple de dificultad en una ciudad tan corrupta como ésta —limpié mis manos.
—Ni lo menciones, han tratado de asaltarme tres veces en lo que va del mes.
Brissa se puso de pie y tomó algo de atrás del mostrador.
—¿Y cómo es que...? Ah, por eso —entonces, vi la escopeta—. Al final cumpliste tu sueño de tener de una.
—¡Sí! —sonrió—. Se siente genial cargar el arma frente a ellos, me siento como en una película de mafiosos —guardó la escopeta de nuevo—. Ay, ojalá mi vida fuera más emocionante... es decir, no me quejo, pero me gustaría golpear a alguien en el rostro algún día y no tener consecuencias —se recargó en el mostrador—, como en Scarface o una película de James Bond.
—Soñar es válido.
—Es maravilloso imaginarlo... —miró su reloj de mano—. Oh, no, ya casi son las dos de la mañana, mi padre debe estar preocupado —tomó sus cosas—, él es quien me lleva a casa en su auto. Y tú debes ir a descansar —señaló.
—Ambos —limpié la mesa.
Luego de tirar las servilletas sucias, Brissa tomó una pequeña caja de pizza y guardó otro par de rebanadas dentro, como una cortesía; le dije que no podía aceptarlas porque su sueldo podría verse afectado, pero luego me di cuenta que estaba siendo grosero y, además, eran sobras de otros pedidos. Finalmente me quedé con la pizza, ella apagó las luces y cerró el lugar, la acompañé hasta el auto de su padre y nos despedimos.
—De verdad me alegró mucho verte, Jerome —me abrazó—. Espero que no tengan que pasar otros ocho años para volver a encontrarnos.
—No te preocupes —negué con la cabeza—. Vivo en ése edificio —señalé al frente—, piso cuatro, apartamento 6B, puedes visitarme los fines de semana.
—De acuerdo, hasta pronto.
—¡Un verdadero gusto, Jerome, cuídate! —se despidió el padre de Brissa también, levantando su mano en un ademan.
—Lo mismo digo, señor, ¡linda noche!
(...)
Al entrar a mi apartamento, dejé la pizza sobre la pequeña mesa que estaba frente al televisor y lo encendí, luego me desabotoné la camisa para no ensuciarla y me puse la que siempre uso para dormir. Cuando fui al baño, alcancé a ver que el televisor estaba apagado y lo encendí de nuevo antes de lavarme los dientes; después fui a ponerme el pantalón de mi pijama y cuando regresé, la televisión estaba apagada otra vez.
—Qué raro —hice una mueca, y fui a revisar detrás.
Al ver que todo estaba bien conectado, me senté en el sofá y tomé el control remoto. Pero hubo algo de lo que no me percaté, la ventana estaba abierta y yo nunca la abrí.
—¿El príncipe azul no tuvo su final feliz con la princesa? —oí una voz a mi costado.
—El único final feliz que conozco se llama fin de semana —dije, recargándome en el sofá.
Pero me di cuenta que algo no andaba bien.
—No, un minuto, ¿qué?
Me levanté inmediatamente.
—Shh...
—¿Quién...? Espera, ¡tú fuiste el que apagaba la televisión y abrió la ventana, ¿no es cierto?!
—¿Por dónde más iba a entrar?
Fue entonces que sacó un arma y le disparó a los cables del televisor.
—¡No, no, no! Agh... Hubiera preferido que fueras un ladrón a que le dispararas al mejor electrodoméstico de mi apartamento.
—Prefiero el silencio —sonrió—. Oye, Jerome, ¿eso es pepperoni?
—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté desconcertado.
—No te... —sacó la rebanada de su boca y terminó de masticar—...no te puedo decir, por obvias razones.
—¿Y qué es lo que quieres?
—Información —se limpió las manos—. La persona que me contrató quiere saber todo sobre ti, pero no te asustes, es para bien. De ella, por supuesto.
—¿Ella?
—Ya dije suficiente —sacó una grabadora—. Este no es mi método, espero que quede claro, fue especificación suya —rodó los ojos—. Empecemos.
(...)
━× 𝐄𝐯𝐞𝐥𝐲𝐧 ×━
19 de diciembre, 1987.
En la mañana del sábado, el dolor sobre mi espalda y brazo derecho me obligó a despertar, cosa extraña ya que no había sentido molestias al hacer tacto sobre los moretones antes; ayer, cuando finalmente tomé una ducha, me percaté de ellos. Parece que Strange tenía razón sobre mi resistencia al dolor. O quizás a medias. Pensaba en la posibilidad de que mi cuerpo se hubiera relajado demasiado después de la ducha y también al dormir, de ahí mi sensibilidad por la mañana.
Luego de varias vueltas sobre la cama, en una lucha por intentar dormir de nuevo e ignorar el dolor, me digné a levantarme para conseguir hielo o tal vez un analgésico. Al pasar cerca de la ventana de la habitación, escuché golpes metálicos provenientes de abajo, como si alguien intentara abrir la reja de entrada o quitar una cadena. Me puse de cuclillas y abrí un poco la cortina con suficiente espacio para uno de mis ojos, quería ver quién era el pobre diablo que iba a morir ese día. Hasta que vi que no era un sólo auto, eran tres y de cada uno bajaron de cuatro a seis hombres armados que trataban de entrar; por poco me echo para atrás.
Oswald no me advirtió que tendría visitas. Había dos probabilidades: una, no me dijo nada porque seguía molesto por lo que pasó cuatro días atrás; o dos, ni siquiera él estaba enterado.
De pronto, el teléfono sonó y bajé casi corriendo para contestar.
«Es increíble lo escandaloso que es ese teléfono», pensé, justo antes de responder la llamada.
—Juro que no tengo nada que ver con la mafia.
—¿Qué? ¡Deja de jugar, paranoica!
—Ah, así que recuperaste la voz.
—Dugh... sólo pon atención —Oswald se quejó—. Víctor iba a reunirse hoy en la mansión con un grupo de mercenarios que contraté para cierto trabajo mientras yo atendía otro asunto, pero tuvo un contratiempo y no dudo en que ya estén ahí. Qué suerte... mi reemplazo ahora necesita un reemplazo, y tenías que ser tú —suspiró—. En fin, no intentes golpearlos por abrir la reja, yo les dije dónde estaba la llave de repuesto. Necesito que deslices por debajo de la puerta el sobre azul que está en la mesa del comedor, ellos sabrán qué hacer luego de ver su contenido.
—¿Dices que Víctor iba a venir aquí simplemente para entregar una carta que pudiste dejar afuera?
—No quería que se la llevara el viento, se dañara o lo que sea. Además, Víctor tenía información extra para darles, algunos detalles qué reforzar, pero ya no importa, como dije, eran extras, no esenciales. Todo lo que requieren está en la carta.
—Uy, ¿puedo abrirla primero?
—No. Te. Metas.
—Se nota que estarás ocupado —sonreí.
—No tanto, volveré por la noche, no hagas ninguna tontería —colgó.
—No prometo nada... —murmuré para mí.
Di vuelta hacia el comedor y tomé aquel sobre azul para observarlo a detalle. Noté que no estaba sellado con lacre, simplemente tenía un listón alrededor, como si fuera un regalo envuelto, así que fue fácil de abrir, no había rastro de ningún tipo de pegamento. Saqué la carta de su interior y la tomé cuidadosamente para leerla.
—"Tal como acordamos en nuestra primera reunión, el uso de explosivos..." blah, blah blah, "Gotham National Bank..." Ah, un robo, suena divertido —ladeé la cabeza—. Bueno, las riquezas de Oswald tenían que venir de algún lado en situaciones como ésta.
Entonces, surgió una gran idea de mi inestable cabeza.
—Tengo que aprovechar, ¡debo ir! Es una buena oportunidad para hacerme de presencia en la ciudad, sería un esfuerzo mínimo de mi parte para conseguir recursos y volvería a estar en buenos términos con Oswald si le ayudo con esto. ¡Ya no hacen falta tantos planes complicados!, tengo a su gente por hoy —sonreí—. Serán... prestados.
De pronto, escuché a uno de los hombres afuera maldecir en voz alta, seguido de un estruendoso ruido metálico, como si algo se hubiera caído. Así que fui a ver por la mirilla de la puerta a toda prisa.
—Estoy harto —dijo uno de ellos, sujetando su cabeza en señal de frustración.
—Hubiéramos traído la pinza cortapernos...
—Sigan buscando las llaves, no podemos simplemente brincar, es inapropiado —dijo otro de los hombres, quien estaba arrodillado.
—¿Acaso no nos escucha ahí adentro? Él podría abrir la reja y ya.
—De escucharnos, ya te hubiera disparado por decir eso.
—Uff... no pueden entrar aún —suspiré aliviada—. Okey, tengo que reescribir esto rápido.
Vi la carta en mis manos una vez más.
Corrí por las escaleras hacia la habitación de Oswald y busqué desesperadamente con la mirada la máquina de escribir con la que había hecho la carta, encontrándola a un lado de su cama, encima de un extenso escritorio gris. Saqué una hoja blanca del cajón (no había otro lugar donde pudiera haber hojas para la máquina, a mí parecer) y la coloqué con cuidado de que no se arrugara o se notaran las prisas.
«Bonito color antracita», pensé, al ver el tono de gris del escritorio más de cerca, «le queda bien a la atmósfera fría del cuarto. Aquí huele a cenizas, medicina, papel quemado y loción masculina».
Sin perder más tiempo en colores y olores, me dediqué a reescribir la carta tal cual lo había hecho Oswald, pero en medio del escrito, agregué que se requerirían unas cositas extras que no se hablaron en la reunión (donde obviamente no estuve), tales como un revólver, dos cajas de municiones, una cámara y una furgoneta de prensa para antes de que cayera la noche.
«Tomen de rehenes a los empleados, no los asesinen, los necesitaremos más adelante. Nos veremos aquí mismo en la mansión. Una mujer joven de cabello castaño y heterocromía en el ojo izquierdo, cuyo rasgo es el más distintivo, les hará llegar la carta, pueden confiar de su presencia. Además, le dicté instrucciones complementarias personalmente. Sólo ella las conoce», escribí.
De igual forma, cambié algunas palabras del siguiente párrafo para hacer coherencia con lo que había escrito y el resto fue copiar el texto original tal como era. Al final de la carta, había un espacio con la firma de Oswald manuscrita y su nombre escrito por la máquina. No tenía idea de que los mafiosos eran tan formales, o quizás Oswald se tomaba muy en serio lo de hacer cartas. Podría definir su firma como... peculiar, las letras "O" y "C" eran las más grandes y las únicas redondeadas, el resto eran letras rectas y puntiagudas, pero a la vez cursivas, era una firma limpia, sin pausas notables, un poco difícil de imitar. O eso pensé al principio. De todas formas, tenía que recrearla sí o sí.
—Bueno, una firma es parecida a un dibujo, es un trazo —la seguí observando a detalle—, hay que soltar la mano para darle estilo.
Ya había pasado un tiempo considerable desde la última vez que dibujé o siquiera hice un garabato, estaba un poco preocupada por cómo podría ser el resultado y sentía la presión de que, en cualquier momento, aquellos mercenarios encontrarían la llave para entrar. Necesitaba que saliera bien. Me concentré en lo que hacía, practiqué la firma varias veces en otro papel, utilizando una pluma de punta fina que estaba en el mismo escritorio; los primeros intentos fueron calcos de la firma original, pero no tenía fluidez, se notaba a leguas la falsificación. Fue una suerte que Oswald no firmara con una pluma estilográfica de tinta o algo por el estilo.
Luego de casi llenar la hoja por ambos lados, lo conseguí. No sabía si mi mano temblaba por la emoción o porque estaba exhausta, ¡pero qué importa!
Ordené las cosas de Oswald como creí que estaban antes de que yo entrara. Tomé con cuidado la carta recién escrita en una mano, mientras en la otra arrugaba la carta original y la hoja donde practiqué la firma. Me apresuré al comedor y ahí mismo envolví el sobre azul con su nuevo contenido.
Entonces, abrieron la reja. Escuché a los mercenarios celebrar por haber podido entrar al fin. En cambio, yo comenzaba a ponerme nerviosa, tanto que mi frente sudaba y mis manos temblaban más. Tomé la carta y corrí hacia la entrada, pero no sin antes mirar a través de la mirilla; los mercenarios se veían muy dispuestos a tocar la puerta, así que deslicé rápidamente el sobre por debajo. Lo notaron de inmediato, pude ver sus rostros confundidos, diría que incluso alertas. El hombre al frente dio una última mirada hacia la puerta antes de recoger el sobre y le indicó al resto que se acercaran.
Luego de un par de minutos, intentando escuchar lo que discutían mientras leían la carta, uno de los mercenarios hizo un ademán al resto y subieron a sus respectivos autos, no sin antes volver a cerrar la reja con llave. Una vez que se fueron, dejé caer mi frente sobre la madera fría de la puerta, y esa sensación fue un verdadero alivio.
Me dirigí nuevamente al comedor con más calma y tomé las otras dos hojas para llevarlas a la cocina, encendí la estufa y las quemé, posteriormente limpié los restos y los arrojé por la ventana para que cayeran en la tierra.
Sólo me quedaba esperar que se cumpliera lo que había escrito. En caso de que sí, tenía que vestir para la ocasión, y el uniforme sucio de Arkham no era nada discreto ni apropiado. Así queme dispuse a husmear en las otras habitaciones, exceptuando la de Oswald y la de su padre; ya me hacía una idea de qué tipo de ropa podría encontrar. No es muy mi estilo.
Estaba esperanzada en encontrar algo de ropa cercana a mi talla. Nunca fui tan delgada como en aquel momento de mi vida, tuve muy malos hábitos alimenticios y ni se diga de lo que comía estando en el manicomio, muchas veces preferí nada. Pero me repondría luego.
Después de un rato de buscar en los cajones y el armario de la primera habitación, obtuve lo que necesitaba, una ropa bastante cómoda, a mí parecer —una camisa blanca, un abrigo negro, un pantalón con tirantes del mismo color, una bufanda gris y un cinturón—; toda la ropa me quedaba un poco grande, pero así era mejor porque me daba libertad de movimiento. Realmente no me detuve a ver a detalle, sólo me enfoqué en encontrar algo discreto, no tenía muy claro de cuánto tiempo tenía para estar lista y me conformé con lo que encontré; debía apresurarme. No fue difícil deducir que Oswald tuvo otro hermano, quizás hermanastro, el hijo de aquella despreciable mujer que envenenó a su padre.
«Y ahora estoy usando su ropa, ja...», pensé.
Puse las prendas sobre el colchón polvoriento que llamaba cama y fui a darme un baño nuevamente, con la idea de calmar el dolor de los moretones al menos un rato.
11:56 AM
Sí que se tomaron su tiempo.
Habían pasado dos horas desde que me duché, ya casi era mediodía. Me sentía desesperada, ya quería salir a la ciudad. Me frustré demasiado conmigo misma por no presionar, no debí escribir que tenían hasta antes del anochecer. Intenté replantear mis ideas con tal de elaborar un plan B, pero estaba muy molesta como para pensar.
Y fue en ese momento, cuando estaba por quedarme dormida en el sofá, que escuché un golpeteo proveniente de la entrada, nuevamente abrieron la reja. Me levanté al instante y sin miedo alguno, salí de la mansión y cerré la puerta detrás de mí. Los mercenarios se miraron entre ellos, quizás no esperaban que fuera precisamente yo la mujer de la carta, incluso creía en la posibilidad de que hubieran pensado que Oswald me abandonó o asesinó luego del escape.
—Supongo que eres la persona que mencionó el Pingüino —uno de ellos se me acercó, era un hombre de cabello rubio.
—Comprobable —dije con bastante seguridad, levantando mi párpado izquierdo para que observara la pequeña pero notable pigmentación café sobre mi iris.
Otro de los mercenarios se acercó para ver a detalle, manteniendo un semblante serio y frío. De inmediato lo reconocí, era el quejumbroso de hace rato que se cansó de tratar de abrir la reja.
—Sí es ella —dijo el primer hombre hacia el resto—. Hasta donde tenemos entendido, el jefe te dio instrucciones extra —volvió a dirigirse a mí, aunque notaba la desconfianza.
—Acertado, una de ellas es que iré con ustedes —sonreí—, en ausencia de Oswald, soy yo quien toma el cargo.
Ellos no lo tomaron muy bien, pero no tenían opción, considerando que me habían creído. En medio de sus murmullos y quejas, alcé la voz:
—Estoy al tanto de las órdenes que les dio. Y les aseguro que no soy incompetente, fue gracias a mí que ambos estamos en libertad.
Debo admitir que a veces soy muy narcisista, pero tenía razón sobre el escape.
˙˙˙ɐʇsı̣sı̣ɔɹɐN
—Ahora entiendo para quién era el revólver —dijo uno de los mercenarios al fondo.
—Es bueno saber que cumplieron con lo solicitado, El Pingüino los recompensará.
—Nos aseguraremos de que así sea, una furgoneta de prensa no es fácil de conseguir con testigos incluidos en el interior —habló el quejumbroso.
—Espero que eso no haya sido una amenaza porque no quisiera molestar a su jefe con una llamada mientras atiende sus asuntos —me acerqué con cautela al sujeto.
No me caía naaada bien.
Creo que mi mirada le pesó luego de unos segundos, volteó hacia otro de sus compañeros, un hombre robusto, y dio un paso atrás. No supe si fue un "estoy a punto de golpearla, deténme" o "apóyame, di algo" para él; quizás un poco de ambas.
—Tiene razón —el hombre robusto se interpuso—, El Pingüino manda por ahora, debemos acatar las órdenes que dejó. Siempre que nos contrata, recibimos un pago justo, no tiene por qué ser diferente hoy.
—Así será —finalmente, despegué la mirada del quejumbroso—. ¡Muy bien! Vámonos ya, iré en la furgoneta. Ustedes tres me acompañarán —señalé a los hombres a mi izquierda.
Y sin más, el resto de mercenarios se reorganizaron en los autos y emprendimos camino hacia el banco, cada uno por una ruta diferente para no levantar sospechas.
En la furgoneta, uno de los mercenarios conducía y los otros dos me acompañaron vigilando a los rehenes: era un equipo de 4 integrantes que estaban atados de las manos y tenían una cinta en la boca; nos miraban con un temor indescriptible. En un momento dado, me incliné hacia ellos y su reacción fue apegarse más unos con otros.
—Sh, sh, shh... no los voy a lastimar —expuse mis manos para demostrar que no cargaba un arma—. Pero si no atienden mis indicaciones, lo haré, ¿de acuerdo? —asintieron frenéticos—. Bien, la persona que controla las cámaras mueva su pie izquierdo.
El hombre que tenía justo al frente reaccionó, aunque dudó unos segundos.
—Ahora, quien se encarga del audio deberá inclinar su cabeza hacia el frente.
Una mujer de anteojos se movió.
—A ver, el de la cámara otra vez —sonreí.
Y seguí con mi juego un par de minutos más hasta que recordé que estaba por asaltar un banco. No pasó mucho tiempo cuando noté que la cámara estaba en el tablero frente a las pantallas.
«Me falta algo», pensé, revisando mi abrigo. Y al parecer mi confusión fue muy obvia, ya que apenas levanté la vista uno de los mercenarios me entregó el revólver y un par de cartuchos. No sé por qué pensé que ya me los habían entregado.
12:40 PM
Una vez en la ciudad, entramos en el estacionamiento subterráneo de un hotel que estaba a dos calles del Gotham National Bank. Años atrás había escuchado a mis padres decir que eran tantos los empresarios que guardaban su dinero ahí, que "no dejaban espacio para los jubilados o cualquier otra maldita persona"; saber que toda esa gente arrogante con vida privilegiada perdería una buena parte de su dinero esa misma tarde, cerca de la temporada navideña, me hacía muy feliz.
Pero ejecutar el plan en sí, me daba inquietud. Presumí ante los mercenarios que estaba al tanto de lo que se habló en su reunión con Oswald, pero sólo tenía una idea del plan basándome en lo que había leído de la carta original. Podría ser un error adelantarme en algo o aún peor, quedarme atrás.
En cuanto abrieron las puertas de la furgoneta, dos de los tres hombres que me acompañaban se reunieron con los demás, el otro se quedó al frente para vigilar a los rehenes. Nadie me dirigió la palabra, ni siquiera cruzaban mirada conmigo; traté de ser parte de la conversación pero no encontraba el momento adecuado. Entonces, opté por sentarme en la orilla de la furgoneta y fingir que estaba en mis propios pensamientos para que el sujeto al otro lado de la puerta no sospechara de que estaba improvisando. Desde ahí pude observarlos y escuchar sin verme desesperada, notando que había menos personas que antes; la respuesta a mi pregunta llegó a mis oídos tan sólo unos segundos después:
—Están colocando los explosivos, seguro no tardan en llamarnos —dijo un hombre robusto.
—¿Quién llevará el detonador? No pienso correr con esto en la mano —alegó un sujeto con barba—, podría presionar el botón antes de tiempo.
—Dáselo a la chica, no está haciendo nada ahora y probablemente no haga mucho después —contestó un tipo rubio—. Después de todo, no es "incompetente".
«No tienen ni idea», pensé.
Hablaban como si no pudiera escucharlos. Odiaba eso de las personas.
Recargué mi cabeza sobre la puerta un poco decaída y enojada, pero me incorporé rápidamente al ver que alguien avanzaba en mi dirección.
—Tiene suerte, señorita —era el sujeto de la barba—, podrá activar el detonador.
—Aunque seguramente el jefe ya se lo había dicho personalmente —opinó el rubio.
—Obviamente —se lo arrebaté—. Estaba a punto de preguntarles por el aparato.
Justo antes de que pudiera responderme el quejumbroso otra vez, el hombre robusto regresó.
—Ya podemos empezar, los demás vienen en camino —guardó su teléfono—. Nos veremos aquí una vez que la bomba explote.
—¿Y qué hacemos con la furgoneta? Fue una petición de último momento —dijo otro de los mercenarios.
—Ah, sí... —carraspeé—. Aquí es donde entramos en detalles. Haré una transmisión de lo que suceda hoy, no pregunten para qué, lo verán después —me encogí de hombros—. Sólo asegúrense de que ellos hagan su trabajo —señalé a los rehenes—, y una vez que sea hora de escapar, conduciré la furgoneta, pero nadie debe acompañarme.
Y por una vez, todos los presentes estuvieron de acuerdo de forma sincera; al final de cuentas, mi capricho no estorbó tanto en el plan original como creí que pasaría.
(...)
Los mercenarios entraron uno por uno cada cierto tiempo, dos volvieron a la furgoneta. Los guardias y empleados los miraron por un buen rato mientras paseaban, un par de veces preguntaron qué asuntos tenía cada quien, pero no fue problema crear una mentira y, mejor aún, que los guardias les creyeran; vaya seguridad.
Llegó la hora de que los guardias rotaran turno, según escuché de los mercenarios, por lo que habría muy pocos en ese momento. Fue ahí que entré al banco, cubriendo mi rostro con la bufanda, y caminé hasta el otro extremo.
Entonces, disparé al techo. Los demás lo tomaron como una señal: bloquearon las puertas de entrada y de emergencia, mientras otros empujaban a las personas hacia la pared y sacaban a los empleados de sus cabinas para que no activaran la alarma; por otro lado, estaba yo jugando tiro al blanco con las cámaras de seguridad.
—Ya sólo falta lucirse...
A pesar de la planificación apresurada, todo estaba saliendo de maravilla. Bien se dice que hay que aprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece, aunque no estuvieran dentro de nuestra visión. Esa mañana no desperté con la idea de asaltar un banco ni mucho menos trabajar con un grupo de mercenarios, las piezas estuvieron en la mesa. Seguía sin poder creer que estaba por darme a conocer ante la ciudad de manera apropiada, sin noticieros dañando mi imagen y restándole valor a mi trabajo. No, ya no sería recordada por una sola tragedia.
¡Pero, hey! No todo era beneficio propio, le conseguiría a mi buen amigo lo que quería.
—¡Damas y caballeros! —caminé hacia el centro—. Cucarachas adineradas y sanguijuelas egoístas, agradecería que dejaran de sollozar y suplicar, no vale la pena pasar así sus últimos minutos de vida —reí, al tiempo en que sacaba un teléfono del abrigo.
Sí, era el mismo que tenía el hombre robusto. Era nuestro medio de comunicación con la gente en la furgoneta.
Hice una seña al sujeto que estaba a mi derecha y él corrió hacia la puerta para empleados donde estaba escondida la cámara que usaría para dejar el recuerdo vivo de mi segunda hazaña, la cual se transmitiría en más de la mitad de los televisores de Gotham.
—Hola, hola, ¿ya está todo listo para transmitir? —dije al teléfono.
—El sujeto dice que estarán en vivo... ahora mismo.
Inmediatamente colgué la llamada y salté frente a la cámara.
—Qué buen día para el canal 7, ¿no?, ¡tienen la exclusiva en directo! —me balanceé sobre mis pies—. Puede que me recuerden por los diecisiete asesinatos, o tal vez ya no, da igual... es noticia de hace un par de meses, ¡demasiado tiempo para una ciudad como ésta! —alcé los brazos—. Y como no quiero que se aburran de mí, les traigo un nuevo show de comedia, lo llamo "Huye con los billetes" —me acerqué a la cámara—. Alerta de spoiler, en el episodio piloto mueren todos los presentes.
—¡No es justo! —gritó alguien en el fondo.
Entonces, giré la cámara hacia las personas que estaban arrinconadas en la pared.
—¿Saben qué no es justo realmente? Que más de la mitad de ustedes obtuvieron su dinero a costa del trabajo de los que menos tienen, ¡a base de mentiras!, de la supuesta caridad que más tarde se desvía a sus bolsillos cuando la gente ya no está mirando.
Irónicamente, los mercenarios estaban dentro de la bóveda reuniendo cantidades ridículas de dinero para llevárselas a Oswald; se podría decir que yo estaba actuando como una distracción.
—Lo triste, es que no sólo son ustedes. Lo diré rápido —me puse al frente de nuevo—. Si tuviera oportunidad, volaría el departamento de policía... ¡con todos sus oficiales corruptos adentro!
—¡Aquí la única corrupta eres tú, maniática! —espetó un hombre a mi espaldas.
Volteé con lentitud.
—¿Qué acaba de decir? —entrecerré los ojos.
—Lo que escuchaste —se levantó—. Nosotros no estamos para juegos, tenemos derechos y tiempo valioso que se está desperdiciando por culpa de una jovencita con necesidad de atención.
—Señor, por favor, siéntese... —le suplicó la mujer a su lado.
Por un momento pensé en dispararle y ya, pero su aspecto me resultaba familiar, en más de un sentido de la palabra.
—¿Sabe? Usted me recuerda a alguien —le disparé en la pierna, obligándolo a quedarse en el suelo; la gente alrededor gritó—. Juraría que no tengo ni un sólo recuerdo bueno de esa persona —me arrodillé—. Mi padre.
El hombre era valiente, mantuvo su mirada sobre la mía aún después de verse vulnerable.
—Lo odiaba tanto... —puse el arma debajo de su cuello.
Ya saben qué pasó.
La mujer de al lado no contuvo más las lágrimas y trató de levantarse para correr, pero temblaba tanto que ni siquiera podía controlar su andar y terminó cayendo a pocos metros de donde estaba sentada; ni siquiera fue necesario que alguno de nosotros interviniera, el resto de rehenes la atrajeron hacia la pared y la refugiaron.
Era de esperarse que mi rostro y la ropa se mancharan de sangre, como si me hubieran lanzado un globo con pintura roja; ya me había expuesto a ese líquido tibio y pegajoso más veces de las que podía recordar.
—Perdonen la interrupción. ¿En qué estaba? Ah, claro —sonreí—. A partir de este día, me verán más seguido... por aquí, ¡por allá! ¡no hay nada que pueda frenarme ahora!
Entonces, escuché sirenas de policía.
—Ya estaban tardando... ¡En fin! —miré a la cámara—. Espero que hayan entendido que no estoy haciendo nada malo —empecé a caminar hacia atrás—. Tómenlo como... servicio a la comunidad.
Las personas alrededor no dejaban de gritar ni suplicar, otros incluso rezaban; quienes estaban acompañados no tenían de otra más que abrazar a los que amaban, les decían que todo estaría bien.
Qué curioso, un par de veces me dijeron lo mismo y nunca se cumplió.
A mis espaldas los mercenarios corrían hacia la puerta para empleados con bolsas llenas de dinero sobre los hombros. Quedaba yo. Así que tomé la cámara en brazos y me dispuse a marcharme, pero no sin antes dar un breve vistazo a las víctimas.
—¿Alguna vez le han visto la cara al diablo? —dije para mis adentros.
(...)
De un momento a otro, estábamos debajo de un puente que olía a drenaje; la policía nos estaba pisando los talones, fueron minutos frenéticos donde tuvimos que ingeniar nuestros escondites y sólo al llegar a ese puente, perdimos de vista a los oficiales. Luego de un rato en silencio, donde todos teníamos la mirada puesta en alguno de los extremos del puente, nos pareció seguro salir para retomar el camino al estacionamiento subterráneo.
Entonces, se me ocurrió una idea linda, para antes de irnos: filmar una dedicatoria. Por obvias razones, la cámara ya no transmitía en vivo, lo cual me permitiría hacer un vídeo más personal, sólo faltaba idear un plan para que su destinatario lo pudiera ver.
Apenas llegamos, subí las escaleras hacia el otro estacionamiento con la intención de tener una buena toma del banco que estaba a segundos de derrumbarse; los otros ni siquiera notaron que me fui, estaban ocupados guardando el dinero en los autos. De todas formas, ya habíamos acordado que me iría con la furgoneta por mi cuenta, ya nadie tenía que esperar por mí.
Me aseguré de que la cámara estuviera encendida. Uno, dos, tres.
—Y aquí estamos, con asientos de primera fila —reí—. Jerome, si encuentras esto... quiero que sepas que no te he dejado de lado, pronto estaremos juntos, desde lo más profundo de mi corazón lo puedo jurar. Esto es por ti, cariño.
Ahí estaba yo, con el detonador en mano y mi dedo pulgar a milímetros del botón, sosteniendo la cámara con mi hombro. Y entonces...
¡BOOM!
La explosión retumbó en los oídos de la ciudad; estaba segura de que las personas iban a recordar ese día.
—¡¿Viste eso?! ¡Fue grandioso! —reí—. Momentito, ¿eso que viene hacia acá es...? ¡Sí, sí es un brazo!
Tan pronto como me aparté, el pedazo de carne aterrizó sobre la orilla del techo, dejando caer las últimas gotas de sangre sobre un par de civiles que miraban desconcertados hacia el banco que había hecho explosión.
—Me encantó... —suspiré—. No me gusta despedirme de ti —puse la cámara frente a mi rostro—, pero es todo lo que tengo por hoy. Nos vemos pronto.
El vídeo finalizó.
(...)
Un poco antes de llegar a la casa de Oswald, estacioné la furgoneta frente al bosque, estaba inclinada sobre un montón de tierra y lo único que la sostenía era el freno de mano, el mismo que quité al abandonar el asiento del conductor. Pero no pude quedarme mucho tiempo a mirar cómo los rehenes rodaban dentro, ya que aún tenía que caminar a la mansión.
Al final, me quedé con la cámara.
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