Capítulo 5: El amor es para niños
━× 𝐄𝐯𝐞𝐥𝐲𝐧 ×━
—Lindo lugar —dije, secando mi cabello junto a la alfombra—, aunque es ligeramente más pequeño de lo que creí.
—Aún estoy considerando dejarte en la calle como a un perro, ¿sabes? —dijo Oswald, mientras se dirigía a la cocina.
—¿Después de lo que hice por ti? —exprimí una vez más el cabello entre mis manos—. ¡Qué grosero! —agité mis manos en el aire para secarlas—. Oye, pero tienes televisión, ¿verdad? ¡¿verdad?!
Para no perder el hilo de la conversación, lo seguí por la sala de estar y, antes de llegar a la cocina, un retrato sobre la chimenea llamó mi atención, me acerqué para ver a detalle y caí en cuenta de que el hombre en la pintura era casi idéntico a Oswald. Tal vez era su padre.
Giré mi cabeza un poco y vi un pequeño retrato dentro de un marco metálico, sobre la chimenea y debajo de la pintura: se trataba de una mujer de cabello rizado y rubio, que lucía un vestido largo de color rosa grisáceo, aparecía sentada en un sillón algo desgastado (pero con cierto toque elegante) y con las manos en su regazo; su pálido rostro y labios en curva reflejaban serenidad, pero sus grandes ojos expresaban temor... y tristeza.
—¿Era hermosa, verdad?
—¿Acaso eran tus...?
—Padres. Sí, lo eran —se acercó —. Gertrud Kapelput y Elijah Van Dahl —explicó, señalando a cada pintura respectivamente con la palma de la mano.
—¿Y por qué te apellidas "Cobblepot"? —fruncí el ceño.
—Larga historia —murmuró—. Ella —tomó el retrato—, era mi mundo. La única que tuvo fe en mí, incluso cuando yo no la tuve en mí mismo.
—Ya lo creo, Oswald —sonreí, aunque era más una mueca de tristeza—, no me siento en posición para opinar al respecto, mi madre no fue muy afectuosa, pero debió ser lindo —me encogí de hombros—. ¿Y tu padre?
—Un gran hombre, sin duda. Él me recibió en esta mansión cuando mi madre murió, me aceptó sin importarle lo que dijeran los demás y le agradeceré por siempre —dejó la pintura en su lugar—. Lo trágico fue cuando mi madrastra lo envenenó con tal de quedarse con sus pertenencias.
—Eso debió ser duro, es decir, ¿perder a tus padres casi al mismo tiempo? —hice una pausa—. Bueno, yo quedé huérfana en un sólo día.
—La diferencia es que tú los asesinaste, Evelyn —se burló.
—Deja de decirme así —espeté.
—No tengo otra forma de llamarte.
—Buen punto —me crucé de brazos—. Oye, ¿vas a mostrarme dónde dormiré o seguiremos lamentando el pasado?
—Si encuentras una habitación disponible que no sea la mía o de mi padre, quédatela, me da igual, siempre y cuando no la destruyas —dijo Oswald, ahora dándome la espalda—. Yo me quedaré aquí un rato más.
—Bien, no vayas a llorar —subí un escalón, pero volví a darme la vuelta—. ¿Me dejarás hacerle cambios?
—Si te portas bien... está hecho.
—Nunca lo hago.
—Lo sé —sonrió.
Dejando al melancólico Oswald atrás, subí las escaleras y empecé mi recorrido abriendo todos los cuartos posibles, pero algunos estaban bajo llave u ocupados por muebles polvorientos y otras reliquias de la familia de Oswald. Aunque dejé algunas opciones en el camino, creyendo que encontraría algo mejor. Cuando ya no quedaba ninguna puerta por abrir, revisé mis opciones otra vez y opté por la penúltima habitación del pasillo, ya que la otra no tenía ventanas y la puerta hacía ruidos molestos.
Sin más demoras, me deslicé sobre la cama y me cubrí con las sábanas, ya que mi ropa aún no estaba del todo seca y vaya que hacía frío en ese lugar, era como un iceberg; es gracioso, considerando el apodo de su dueño. Era la primera noche en semanas en la que no debía preocuparme por una repentina ducha fría en la madrugada. Pero algo, además del dolor corporal, me quitaba el sueño.
Jerome. Jerome. Jerome.
Pasé tanto tiempo con los ojos abiertos que ni siquiera noté que la noche estaba por terminar. Cuando los rayos del sol iluminaron mi cara, parpadeé un par de veces antes de levantarme y mis ojos lagrimearon, así que los limpié con el cuello del uniforme. Mi cuerpo se sentía rígido, mi ojo dolía al movimiento, no podía parpadear bien pero, de suerte, mi brazo derecho se había recuperado con el reposo. Mi estómago empezaba a pedirme a gritos algo qué consumir y mi labio inflamado una bolsa de hielo, un trozo de carne congelada, lo que fuera.
Me decidí por hacer primero algunos estiramientos y ejercicios para entrar en calor. Quizás había pasado una hora para cuando me dirigí a la planta baja. Estando en las escaleras, me percaté que el aire se sentía espeso, cálido, y un olor agradable desprendía de la cocina; era algo que no había comido en poco más de una década.
Me emocioné tanto que bajé el resto de los escalones de un brinco, justo cuando Oswald se dirigía al comedor.
—¡Cuidado! —gritó él, moviendo sus brazos a un lado para que no cayeran los platos que sostenía.
—¡Fíjate por dónde caminas! En cualquier momento alguien podría saltar desde las escaleras —me defendí.
Entonces, puse atención a su atuendo.
—Bonito mandil, ¡ja! —caminé a la otra sala.
—Él dijo lo mismo —rodó los ojos—, ¡sólo es antiguo!
Estando en la mesa, al sentarme, Oswald deslizó el plato hacia mis frenéticas manos que daban golpes contra la madera. Tomé el tenedor y pinché un pedazo de pan francés, pero cuando estaba punto de morderlo, el cubierto se me cayó de la mano y sentí un inmenso dolor acompañado de una punzada; alguien había lanzado un dardo.
—¡Auch! —exclamé, luego de quitarlo.
Buscando con la mirada quién había sido, me encontré con una silueta junto al sofá de la sala de estar, lugar donde la luz apenas atravesaba las cortinas; para colmo, el sujeto estaba de espaldas a la ventana, es decir, mirando en dirección al comedor.
—Empezar sin que los otros estén en la mesa es de mala educación, señorita —dijo él, negando con el dedo.
Cuando se acercó, me di cuenta de que su rostro y cabeza estaban completamente limpios de cualquier señal de cabello, cejas o bigote; supuse que evitaba molestias. Además, su atuendo y zapatos negros lo hacían parecer elegante y discreto, pero incluso a un par de metros de distancia noté que portaba un cinturón con cuchillas y otras armas pequeñas.
—Oh, estoy en un error, no eres una señorita —se quedó de pie junto a la puerta del comedor—. Sólo una ambiciosa psicótica que nadie conoce.
—¿Y tú eres? —subí ambas piernas sobre la silla de al lado.
—Víctor Zsasz —contestó Oswald—, mi mercenario estrella.
—Si puedo preguntar, ¿por qué está cocinando, jefe? —habló Víctor.
—Mi sirvienta anterior, Olga, renunció en cuanto me arrestaron —rodó los ojos—. Ya era fugitiva en su país por un incidente en una carnicería.
—Comprendo —Zsasz asintió—. Si no es molestia que me entrometa, ¿por qué servirle el desayuno a ella?, ¿qué hace en su casa?, ¿es la nueva servidumbre?
Entrecerré los ojos.
«Desgraciado, ahora me duele la mano también», pensé.
—La servidumbre se vería más decente —Oswald refirió a mi uniforme sucio—. Me ayudó a escapar de Arkham, no estará mucho tiempo aquí, espero —limpió sus manos en el mandil—. Y en cuanto al desayuno, era el tuyo, en realidad, pero ya que lo babeó, tendré que preparar otro —Oswald emprendió camino a la cocina de nuevo.
—Con más razón lancé ese dardo... —murmuró cerca mío, y apresuró el paso—. No se moleste, jefe, yo lo haré.
—Bueno, igual tenía que terminar de hacer mi té.
Ahora sí me sentía en paz para desayunar. Nadie que molestara en la mesa, mis acompañantes eran el sonido de mi respiración y el golpeteo al plato de porcelana con el cubierto.
En menos de lo que pensé, ya estaba por terminar, quizás necesitaba comer más, pero sentía que estaba bien para llenar el hueco de mi estómago un rato.
—¿Cómo se llamaba ésta? —tomé la pequeña fruta con el tenedor; era redonda y azul—. ¿Arádnado? ¿Anarándo? ¿Andárnado? ¿An...?
—Arándano —recalcó Oswald.
«Qué susto, ni siquiera lo escuché caminar», pensé.
—Ana... no, arad... —vacilé—. Ay, no lo puedo pronunciar, le diré Fernando —miré a la pequeña fruta—. Para mí, eres Fernando desde ahora.
Oswald hizo una mueca repentinamente, no distinguí si era porque le había causado gracia que bautizara a una fruta o si se había quemado con el té. Lo seguí con la mirada hasta que se detuvo al otro extremo de la mesa del comedor para sentarse y leer el periódico; ya no traía puesto el mandil anticuado. Víctor quizás ya se había ido, no alcanzaba a ver bien hacia la cocina.
—Oswald —él volteó—, quisiera hablarte de algo que he estado pensando. Sé que no somos los mejores amigos que digamos, pero te tengo un poquitín de confianza. No cualquiera le daría hospedaje a un asesino, y mucho menos tú que no confías en nadie más que en el mercenario, al parecer.
—Gracias —me miró extrañado—. Pero ve al punto, por favor.
Las manos me temblaban ligeramente, sentía como si le fuera a pedir algo a mi padre. Estuve a nada de arrepentirme, pero ya saqué mi discurso de la confianza.
Por un momento, muy fugaz, recordé los días en nuestras celdas en que conversaba con Oswald y él mostraba desagrado cuando hablaba de amor, creía que era sólo para niños o, directamente, personas que viven en una fantasía; y, en caso de que se demostrara lo contrario, él decía que no era correspondido para personas como nosotros.
—Ya me preocupaste, te quedaste viendo a la nada.
Esa sí es una mirada de disgusto.
˙˙˙ɐʎ oןı̣ꓷ
—Quiero traer a Jerome conmigo —las palabras habían salido de mi boca tan rápido.
En la mirada de Oswald podía notar que él ya lo sabía, que en cualquier momento se lo iba a sugerir, sólo le faltaba oírlo de mí. Aunque... bueno, era demasiado obvio, hice mucho drama, pero no me puedo culpar del todo, nunca había hablado de sentimientos como éstos con alguien.
—Ya sé lo que estás pensando, que es una simple obsesión originada por el aislamiento. Pero estoy segura de que no es un capricho. De verdad siento... algo.
—Evelyn, esto no está bien.
—Soy consciente de tus malas experiencias, como me contaste, pero no significa que... —suspiré—. Tal vez conmigo sea diferente.
—¿Qué te hace pensar eso? También eres una asesina ahora —dijo molesto—. El amor lo destruye todo. Ya de por sí somos personas inestables como para atraer problemas de ese tipo. Es simplemente ridículo.
—No, centraste mal tus prioridades, permitiste que tu orgullo y narcisismo te guiaran —espeté.
—Creo que te mordiste la lengua —se burló.
—Lo que tenías antes, tú lo destruiste —lo señalé.
—¡Ya basta! —gritó—. Largo de aquí.
Con que ése era uno de sus puntos débiles.
Sonreí en respuesta y me puse de pie, aunque ni siquiera así podía verle de nuevo su enrojecido rostro por la ira, ya que había estirado bruscamente el periódico frente a él para cubrirse. De inmediato me puse a pensar adónde ir, qué hacer, no quería estar vagando en cuatro paredes como si aún estuviera en prisión. Supuse que Oswald no querría hablar conmigo al menos por los próximos diez años, y ejecutar un plan para traer a Jerome era casi imposible en ese momento, primero tenía que conseguir ciertos recursos; además, tenía que dejar que se calmaran las aguas. Así que me fui por algo más sencillo y rápido, se me ocurrió la idea de encontrar un pasatiempo, como leer un libro o hacer figuras de papel. Para ello, busqué primero en la sala de estar.
Una vez más, Víctor se encontraba ahí, sentado en el sofá, con la tenue luz resaltando la daga en sus manos, parecía estar afilándola.
—¿Por qué le cuentas ese tipo de cosas al Pingüino? —habló Víctor de pronto—. Es lo último que le importa.
—No lo estaba obligando a nada —tomé un libro de la estantería—, todavía no —sonreí—. Confesé algo y es todo.
—Ya veo.
—No entiendo, ¿le desagrada Jerome también? Parece incluso personal. No debería, él es tan... perfecto. Tiene una personalidad única, es muy amable y atento. Ha sido gentil conmigo. Sus ojos verdes tan lindos, su cabello es brillante, suave y... —suspiré—...huele tan bien. Tuve oportunidad de oler su cabello por unos segundos aquella última noche en Arkham, fue a despedirse de mí, ¡fue muy lindo!, se tomó el tiempo de ir hasta mi celda. Uy, pero su olor corporal también es bueno, es de esas personas que no necesitan loción ni nada de eso. Incluso, he estado tan cerca su rostro como para notar aquellas pecas simpáticas que tiene en las mejillas. Y su piel, pálida como si estuviera muerto... —exhalé profundo—. Él simplemente es hermoso. ¿Mencioné que su cabello es lo que más me gusta?
—Wow, qué interesante lo que me estás contando... —se recostó sobre su mano, con el codo recargado en el sofá—, ojalá te lo hubiera preguntado.
—Y a mí se me olvidó cuándo fue que pedí tu opinión —espeté—. Estaba... pensando en voz alta. Pero olvidemos eso —sonreí y negué con la cabeza—. ¿Harías un trabajo de mi parte?
—¿Después de que me hablaste en ese tono? —dijo, colocando una mano en su pecho.
—El dinero paga cortesías.
—¿Cuánto, exactamente? —se inclinó hacia adelante con ambos codos apoyados en cada pierna.
—¿Cuánto dinero tiene Oswald? —dije retóricamente, elevando mis hombros y sonriendo.
—Bien, dejo toda la responsabilidad sobre ti respecto a eso. ¿Qué quieres?
—Que investigues sobre Jerome Valeska. Eres bueno en eso, ¿no?
Sólo hizo una mueca, como si no me estuviera tomando muy en serio.
—Tomaré eso como un sí. Quiero saber qué le gusta y disgusta, sus pasatiempos, quiénes son sus familiares, dónde vive, principalmente —reí—, número de teléfono y... creo que es todo, por ahora. Usa una grabadora, será más rápido. Él trabaja en Arkham Asylum, su oficina de descanso es la puerta 347, tercer piso. Y, tengo entendido, un tal Phillip es su amigo cercano.
—¿Qué más quieres? ¿El tipo de sangre? —dijo sarcástico.
—Por si acaso —sonreí.
—Ajá...
—¿Tenemos un trato o no? —estiré mi mano, pero la ignoró y simplemente se fue—. Y una vez más, creo que es un sí.
(...)
━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━
Viernes 18 de diciembre, 1987.
Fin de semana, casi termina mi jornada y, como siempre, estoy sentado en mi escritorio revisando mis carpetas. Antes me entusiasmaba poder ir a casa y descansar, ahora sentía que todo iba al mismo ritmo, no llegaba exhausto, vivía más tranquilo, aunque a veces era agobiante; ya no tenía mucho de qué preocuparme salvo de recordar los nombres de las píldoras que tomaba cada paciente al que atendía. Es decir, no vivía mal, pero tenía un... ¿vacío?
Las cosas se sentían diferentes. A decir verdad, me sentía solo. Algunas veces hablaba con mis otros compañeros, pero no eran charlas entretenidas ni mucho menos sinceras, murmuraban mentiras a mis espaldas, incluso, a veces, sentía que me ignoraban cuando opinaba algo o que trataban de sacarme algún tipo de información; Evelyn me escuchaba, al menos, no era antipática conmigo. Extrañaba la forma en que me miraba cuando yo le contaba algo de mi día, manteniéndose atenta a los detalles. Hmm... ahora que lo pienso, es un poco escalofriante pensar en eso ahora.
También estaban los problemas en los que me involucraba indirectamente. Estoy seguro de que todos sus escándalos y destrozos fueron provocados para llamar mi atención, buscar empatía de mi parte cuando salía herida o simplemente verme fuera de terapia. Qué chantajista.
—¡Hola, Jerome! —saludó Philip, y asentí en respuesta—. ¿Estás ocupado?
—No voy a ir a un bar contigo.
—¿Qué? No, esta vez no estoy aquí por eso. En realidad, quería hablar contigo sobre... ya sabes, ella —decía, con cierto nerviosismo en la voz.
—¿La encontraron? —abrí mucho los ojos.
—Nah, esto es más un chisme —se sentó frente a mí—. Ahora todos saben de tu amorío. A los de la sala clínica les encanta opinar sobre quién engatusó a quien. Más de una vez les he llamado la atención. Odio que te juzguen así.
—No me sorprende que hagan rumores sobre mí o Evelyn —suspiré—. Y con cada semana que pasa, afirmo que eres mi único verdadero amigo. Aquí y en todos lados.
—Aprecio mucho eso, amigo —me sonrió—. Aunque, debo admitir que yo también tengo una opinión sobre esto. Perdona que lo mencione, no me puedo callar mi bocota. Tú sí te enamoraste, ella te atrapó.
—E-eso no es cierto.
«No puede ser, qué pena», pensé.
—¡Ay, por favor! ¡Te conozco! —rió—. La forma en que la mirabas y le hablabas, te delataron, y me da gusto que hayas encontrado a alguien, ¡en serio! Pero es triste que tuviera que ser, uh... —hizo una mueca—...alguien de su tipo.
—No es la enferma que retratan —vociferé—. Sus padres hicieron lo que ustedes ven, no es mala por naturaleza. Y no me enamoré, sólo empatizaba.
—Con una mentira tras otra, Jerome, te manipulaba. Quizá sus testimonios eran exageraciones. Siempre que tenía oportunidad, dejaba el escenario tal cual quería que lo vieras para quedar como la víctima inocente. ¿Recuerdas la vez en que un sujeto enorme la atacó? Fue a propósito, lo vi en las cámaras, hasta sobra decirlo, ¡era obvio! —dijo algo molesto—. De verdad me hiere que estés en una situación así, haberte encariñado de una homicida que tal vez sólo te usó para distraerse en ratos, un capricho del momento, y ahora está perjudicando tu profesión.
—No es verdad, Evelyn siempre fue sincera...
—No lo fue ni siquiera con lo más básico, su nombre real no es Evelyn.
Me quedé boquiabierto.
—Sus padres la registraron con ese nombre hace años porque no querían que el resto de su familia se enterara que había sido internada, el administrador de los archiveros me lo dijo cuando me pediste ir por una copia de su antiguo expediente.
—No puedo terminar de entenderlo —negué con la cabeza—. Ella me lo hubiera dicho.
—¿En verdad crees que te tenía genuina confianza? Por favor, Jerome, mi amigo, despierta —Phillip me agitó por los hombros—. Deja atrás esa fantasía adolescente de amor imposible. Ella fue sólo una paciente que encontró la manera de hacer que te encariñaras y así tenerte en la palma de su mano. Te utilizó para saber cómo funcionaba Arkham. Escapó justo cuando tú pediste que la cambiaran a seguridad preventiva.
—No... jamás le dije nada que pudiera usar, siempre estuve atento a lo que me preguntaba, no tuvo nada que ver —mi respiración se aceleraba—. Ella... ella me trataba diferente al resto, mostraba interés por lo que le decía, así como lo tienes tú. Pero ahora siento que me juzgas, como si fuera un cómplice indirecto.
—No, Jerome... en realidad, temo por ti —tragó saliva—, me angustia que ella esté libre y te señalen a ti por lo que haga allá afuera —su mirada era profunda—. Por eso te pido que te alejes hasta de tus pensamientos sobre ella. ¡Fingir que no existe, de ser posible!
—Tienes cambios de humor bruscos, deberías irte a descansar, Phillip.
—No hasta sentirme seguro de que entiendes los riesgos de verte involucrado de alguna manera con ella —dijo, con semblante preocupado.
—Lo tengo más que claro desde el principio, empiezas a hablarme como si fuera idiota.
Ciertamente, me sentía ofendido.
De mí salió un suspiro pesado.
—Vete a casa, Phillip.
—Por favor, toma en cuenta mis palabras —empezaba a escucharse desesperado—. Abre los ojos sobre lo que te podría hacer esa criminal.
Hasta ahí.
Lo tomé por los hombros, le di la vuelta y lo guié hacia la salida. Se resistió un poco, pero conseguí sacarlo y cerrar con llave.
—¡Jerome, no! Por favor, no me hagas a un lado —habló desde el otro lado de la puerta, dándole un empujón para intentar entrar, pero al notar que tenía seguro, se limitó a suspirar—. Lamento haberte hablado en ese tono pasivo-agresivo. En verdad me preocupa lo que pueda pasar. Se me salió de las manos, no quería ofenderte.
Preferí ignorarlo. Pasaron un par de minutos antes de que decidiera darse por vencido, yo sólo seguí en lo mío.
Ella no escapó para liberarse de ti, no... Está encantada contigo, volverá...
«No me usó, jamás entenderán», pensé.
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