Capítulo 46: Boom. Boom. Boom...

M E G A    M A R A T Ó N
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Después de liberar a Bruce Wayne y de ser ahorcada por él tres veces, finalmente Jerome lo separó de ella y le dijo que se fuera con Alfred antes de que la despertaran de la hipnosis. Bruce se dio cuenta que había sido liberado gracias a Jerome y sólo le sonrió antes de salir corriendo, sin darse cuenta que después el muchacho liberaría a los treinta ciudadanos más.

Jervis sacó su reloj y devolvió a Pepper en su estado normal, quien resultó estar mareada y le pidió a Jerome que le consiguiera agua, pero sólo era una excusa. Asegurándose de que se había ido, Pepper se acercó a Jervis y Jonathan con la mirada más sincera que pudo dar.

—Quiero pedirles un último favor.

Ambos fruncieron el ceño.

—Sólo... váyanse —suspiró—. Son libres de hacer lo que les plazca.

—¿Y tú...? —habló Jonathan.

—Voy a terminar lo que empecé —elevó su rostro—. Incluyendo mis amistades... —sus ojos se pusieron llorosos—... no volveré a ver a nadie.

—Te vas a esconder, ¿cierto? —se acercó un poco más.

—Por muchos años —asintió Pepper.

Con el alma destrozada, no quiso decir nada más por un momento. Jonathan sólo no pensó que la despedida sería así, en ese momento, tan pronto.

—Entonces, nos estamos despidiendo —dijo Crane, y se quitó la máscara.

—Sí —dijo Pepper, sintiendo un nudo en la garganta, pero aún así se le escapó una lágrima.

—Fue horripilante trabajar contigo, paranoica —dijo Crane, extendiendo su mano y sonriendo levemente, apenas se notaban sus labios encurvados—. El mismísimo infierno de dos personas, ¿no crees?

Pepper también sonrió, pero al tomar su mano, lo atrajo hacia ella y lo abrazó por el cuello, casi ahorcándolo, pero era su muestra de aprecio.

—Fuiste un buen amigo... —dijo con la voz rota.

Crane no dijo nada, pero por un momento, al menos sintió un nudo en la garganta también.

—Deja de llorar, vas a arruinar el traje —se quejó Jonathan, pero seguía con esa sonrisa pequeña en su pálido rostro.

La empujó levemente hacia atrás y ella se limpió los restos de lágrimas debajo de sus ojos.

—Ya largo, montón de paja —rió.

Iba a golpearle la cabeza, pero él la esquivó y le devolvió el golpe con su propia mano.

—¡Auch!

Jonathan... ¿rió?

—Adiós, Pepper —se colocó la máscara de nuevo.

—Adiós...

(...)

Después de sacar de liberar a Martín para que se quedara en un cuarto seguro con Jerome y para que él conociera al niño por fin, Pepper se dirigió con los "traidores".
Se deslizó por las rejas de las celdas contrarias y se apegó lo más que pudo, como si fuera a pasar por una jaula llena de leones. Bueno, al final y al cabo, ¿cuál es la diferencia de un león y una persona enojada?

Cuando los tres sintieron su presencia, la miraron extraño, pues parecía un juguete de Lego o un robot con sus brazos encuadrados hacia los lados y las piernas juntas, aparte de su expresión al verlos, que sólo era su boca estirada como una línea y los ojos bien abiertos.

Pepper levantó su mano.

—Hola —dio una sonrisa cerrada.

—¿Qué quieres? —espetó Oswald.

—Terminar algo, Ozz —elevó las cejas—. Así que, si te importa... —ella movió su mano para indicarle a Oswald que se hiciera a un lado, y él cedió—. Muy amable.

Ahora, con vista completa de Edward, Pepper se acercó un poco a la reja y chasqueó los dedos para llamar su atención. No era sorprendente verlo ojeroso, con el rostro pálido, la piel maltratada y más delgado de lo normal, sabía por quién estaba así. Ah, y por tenerlo como prisionero.

—El cuerpo no es de ella —habló Pepper de repente.

—¿Q-q-qué...? —dijo Edward, con su débil voz, volteando poco a poco hacia su izquierda.

—No es ella, te jugué una broma.

Pero no había rastro de burla en su rostro, ni en sus palabras...

—Sólo espero que no haya habido ningún acto de necrofilia.

Ahora sí.

—¿No es Angelique? —susurró Nygma, poniéndose de pie pero aún sosteniendo la caja en sus brazos.

—¿Acaso nunca te dignaste a abrir alguna de las cajas? —preguntó Pepper—. Pensé que ni siquiera desfigurándola podrías irreconocerla, pero parece que ni siquiera quisiste echar un vistazo —sonrió.

Entonces, Edward sostuvo la caja con un brazo y la abrió de inmediato. Definitivamente no era su Angelique.

—¿Qué hiciste con ella? —la miró—. ¡¿Dónde está?! —ahora dejó caer la caja.

Pepper se separó lo más posible de la reja en cuanto Edward avanzó, no quería ser ahorcada otras diez veces.

—Sólo te voy a decir... —miró la caja en el suelo—... que el cuerpo es de Sofía Falcone.

Oswald tragó saliva.

—Por eso apesta más de lo normal —sonrió.

—Ay, qué asco —dijo Brissa, casi indignada—. Estuviste cargando esa cosa por días y todo para que fuera de esa maldita.

Edward no dijo nada, seguía impactado... ¡Angelique estaba viva! O al menos eso se dijo a él mismo, ya que Pepper aún no le decía dónde estaba o qué pasó con ella.

De pronto, ella sacó algo ruidoso de su bolsillo y se acercó poco a poco a la puerta de la celda; los ojos de los tres brillaron cuando vieron las maravillosas llaves que les permitirían acabar con Pepper. Pero primero, ella miró a los tres rápidamente antes de poner las llaves, lo que vio en sus ojos no le agradaba, pero sabía que merecía lo que fueran a hacerle. Entonces, las puso, dio vuelta... y los tres se lanzaron como leones a un pedazo de carne. Primero, alguien la golpeó en la boca, otro se lanzó directo a su cuello y el último le dio una patada en el costado por haberlo dejado encerrado como si no fuera nadie. Después, empezaron a ahorcarla entre ellos; nunca se defendió.

—Ja-ja... Adelan-te...

—Desgraciada... —gruñó Brissa.

Sin embargo, una risa maniática se escuchó venir por el pasillo y los electrocutó con un paralizador desde lejos, aunque tuvo que dispararles como dos veces.

—¡Hola, jefa! —saludó Daisy—. ¿Ya vio esta joya? La encontré en una patrulla —sonrió—. Bueno, la tomé por la fuerza... —torció los labios.

—No... —Pepper tomó aire—... importa... —tosió.

Luego, se puso de rodillas y sostuvo su cuello mientras recuperaba el aire, ya estaba pensando en algún remedio casero para las marcas. Daisy se le acercó para levantarla y ella aceptó la ayuda, pero justo cuando iba a hablar, Edward se levantó y dio un tirón a su blusa para tirarla al suelo. La peliazul trató de intervenir, pero él le quitó el paralizador y lo usó con ella. Por supuesto, como está demente, se puso a reír en el piso mientras era electrocutada.

Para empeorar las cosas, Angelique vio a Edward desde el otro extremo del pasillo y corrió hacia él lo más rápido que pudo, mientras él estaba ahorcando a Pepper de nuevo.

—¡Mira... a-trás! —señaló Pepper, y rió débilmente.

—¡No me voy que distraer!

—¡Edward!

En ese momento, sintió que su corazón paró, se quedó inmóvil.

—¡Edward!

De nuevo la escuchó. Él volteó de inmediato y se levantó, dejando respirar que Pepper otra vez.

—Angelique... —caminó hacia ella—. ¡Mi amor! —ahora corrió.

Ella se lanzó a sus brazos y se sumergió en su cuello, se abrazaron muy fuerte e incluso lloraron. Edward la balanceó un poco hacia los lados para sentirla por completo, extrañaba todo de ella: sus ojos, su voz, su cabello, su olor corporal, su calidez. Ni siquiera le importó que estuviera empapada de sangre ni a ella que tuviera un aspecto enfermo, se besaron.

Pepper los miró asqueada durante un segundo por compartir sus bocas en los estados que se encontraba cada uno. Era mucho la necesidad.
Cuando se separaron, los ojos de Angelique ardieron y la levantó del suelo con su brazo.

—¡Tú, maldita perra demente! —la ahorcó.

—¡Ustedes dos son tal para cuál! —rió fuerte.

—¡Cierra la boca!

—¡Vaya! —rió de nuevo—. A ustedes sí... —tomó aire—... que les gusta mi cuello.

—Te voy a matar, Crewell —amenazó Angelique, presionando su mandíbula y ejerciendo más fuerza sobre ella—. Va a ser tan doloroso, que tu sufrimiento de la infancia va a ser lindo...

—Ya-ya sería la se-segunda vez... —volvió a reír fuerte.

—¡Ni la muerte basta para callarte, ¿verdad?! —dijo molesta.

—No —dijo Pepper entre risas—, pero a ustedes, je-je... —se incorporó un poco—... no les gustaría estar aquí cuando... q-qgh... la bomba... —tomó aire de nuevo—... explo-te.

—¿Qué bomba? —preguntaron al unísono.

—Cuarenta y cinco minutos, par de...

—¡¿Qué bomba?! —exigió ella, pero Pepper sólo se rió.

—Angelique, será mejor que nos vayamos —habló Edward, poniendo una mano en el hombro de su novia.

—¿Y si está mintiendo? —lo miró.

—En este caso... —Nygma miró hacia los ojos de Pepper.

Hablaba en serio.

—No —completó

Angelique miró una vez más el rostro de la demente que sostenía, quería verla sufrir un segundo más... Luego, la soltó. Pepper inhaló profundo y se recargó en la pared, aunque su equilibrio no era muy bueno y casi se cayó.

—Vámonos —sonrió a Edward.

Después, se tomaron de las manos y corrieron, aunque a medio camino, Edward se cayó al suelo por lo débil que estaba su cuerpo; su mente era lo único que estaba fuerte en ese momento. Angelique lo ayudó y siguieron su camino; Pepper sólo se rió detrás de ellos.

—Creo que debí alimentarlos también —rió ella.

Pero soltó un grito ahogado cuando alguien la tomó por el brazo y jaló de él con fuerza.

—Te vas a arrepentir —espetó Oswald—. ¡Me dejaste ahí como si no fuera nada!

—Lo siento... —dijo Pepper, con los ojos llorosos—. No basta, lo sé, pero trataba de...

Entonces, una bola de papel que lanzada hacia la cabeza de Oswald, lo que le molestó más y presionó la mandíbula para no gritar, se volteó lentamente y apretó los puños, pero al ver al Martín, su cuerpo se relajó y sus ojos se pusieron llorosos.

—¡Martín! —trató de correr hacia él.

El niño de cabello rizado hizo lo mismo y lo recibió con una gran sonrisa. Oswald lo abrazó muy fuerte y sonrió también, e incluso lloró mientras pronunciaba su nombre.

—Martín... —rió—. Estás vivo... estás vivo...

El niño sólo pudo sonreír más. A las espaldas de Oswald, Pepper le sonrió con ternura, pero separó su mirada de él cuando vio que Jerome se estaba acercando. Obviamente él había traído a Martín.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado, tomando su rostro y examinando su cuello.

Marcas rojas, marcas moradas, rasguños. Bueno, la suerte está en que se pueden curar.

—Tú dime —rió, aunque luego se quejó un poco.

Jerome sonrió por su actitud y la besó en la frente, ella se encogió por su tacto y se quedó viendo sus ojos verdes.

—¿Y? —interrumpió Oswald, mientras tenía una mano sobre el hombro de Martín—. ¿Qué vas a hacer? ¿Adónde nos llevarás?

—A tu mansión, ya son libres —respondió.

—¿Brissa...? —dijo Jerome, con su voz escuchándose casi como un susurro.

Él no la reconoció al principio hasta que la veía ponerse de rodillas, estaba en tan mal estado que le partió el corazón. Rápidamente, se acercó para ayudarla a levantarse.

—Apóyate en mí.

—Puedo sola, imbé... —lo miró—. ¡Jerome! —pero prefirió abrazarlo—. ¡Estás aquí! ¡Estás...! —sollozó—. Estás vivo... —lo sostuvo con más fuerza.

—Sí —asintió Jerome, también al borde del llanto—, aquí estoy, contigo —sonrió—. Siempre pensé que volveríamos a vernos —se separó.

—No te ofendas —Brissa limpió sus lágrimas—, pero yo sí creí que te habías ahogado ese día.

Jerome rió.

—¡¿Qué?! —gritó Oswald en voz baja—. ¡No, no puede quedarse! No la conozco, Pepper... —gruñó.

—Sólo por un tiempo... —susurró de vuelta—. Ella no será molestia, es agradable. Será buena con Martín.

—¡Me importa un bledo! —volvió a gritar en voz baja.

—Entonces vuelvo a encerrarte, y me llevó a Martín conmigo para que vea cómo vuelas en pedazos, ¡¿no suena lindo, Oswald?! —murmuró Pepper.

—Oigan —vociferó Brissa—. Los estamos oyendo.

Se miraron.

—Te dije que hablaras bajo, histérico —espetó Pepper.

—¡¿Yo, neurótica?!

—¡Oigan, ya! —se levantó con ayuda de Jerome—. Están discutiendo en frente del niño.

Ella se acercó a Martín y lo tomó de la mano para alejarlo de las palabras feas que estaba escuchando, aunque no era nada nuevo para el chico.

—Oswald, una bomba va a explotar en media hora —habló Pepper—. ¡Acepta!

Suspiró.

—Bien —la miró—. Vendrá con nosotros. ¿Está de acuerdo, señorita? —miró a Brissa.

Obviamente, él esperaba un sí.

—De acuerdo —aceptó ella.

—Qué lindo —sonrió Oswald—. Vámonos, entonces.

Brissa se llevó de la mano a Martín y ambos caminaron detrás del Pingüino, pero cuando pasaron junto a Pepper, ella puso el pie y tuvieron que detenerse.

—¿Sí? —Brissa levantó sus cejas.

—Te agradezco por todo, B —se le hizo un nudo en la garganta—. Todo...

Ella sólo bajó la mirada.

—Y nunca vas a dejar de ser mi mejor y única amiga...

Oswald volteó.

—Femenina —vociferó.

—Hmm... —se dio la vuelta de nuevo.

—La mejor que haya tenido —Pepper sonrió hacia ella de nuevo—. Cuídate mucho de la bipolaridad de Oswald.

—Lo haré —sonrió un poco.

—Oigan —habló Jerome—, en todo este tiempo, todos se han reencontrado... —miró a Brissa—... pero nadie ha mencionado a Phillip.

Pepper tragó saliva y sintió que su cuerpo la dejaba, estaba muy asustada. Y se alarmó más cuando su amiga se volteó.

—Murió, Jerome —suspiró.

—¿Q-qué...? —sus ojos se pusieron llorosos.

—Fue por... —habló Pepper—, por...

—Lo asesinaron en el puente, poco después de que tú saltaste —interrumpió Brissa—. No logró esconderse a tiempo de las balas, no me alcanzó —soltó una lágrima—. Adiós, Pepper.

Ambas se dieron una última mirada y una se marchó, mientras que la otra estaba atónita por lo que había hecho. Pero a su costado, Jerome estaba respirando muy rápido, sosteniendo su cabeza y conteniendo las lágrimas.

—No, no...

Ella pensó que si se acercaba, sería un consuelo falso, no merecía acercarse a él. Culpable. Culpable. Culpable. Culpable. Culpable.

De repente, un grito de Jerome que soltó con todo el coraje que tenía dentro y las lágrimas que estaba afuera. Pepper sólo cerró los ojos y esperó a que pasara, pero tampoco puedo contener las lágrimas. El corazón le dolía de hacerlo sentir así...

«Perdóname algún día... Me arrepiento de verdad, me arrepiento...», pensó Pepper.

Cuando el grito calló, fue intercambiado por llanto y ella abrió sus ojos llorosos para acercarse a abrazarlo. Él se arrodilló en el suelo y cerró los ojos, mientras Pepper lo balanceaba delicadamente para calmarlo.

—Shh... —acarició su cabello—. Estamos contigo. Él está contigo...

Jerome siguió llorando.

(...)

13 minutos restantes.
—Queridos seguidores —vociferó Pepper para llamar se atención, y todos callaron—. Los reuní aquí, en la prisión más lejana a la ciudad —dio vuelta—, porque pronto explotará una bomba allá...

Todos rieron ante su sonrisa siniestra, golpearon barrotes, brincaron y celebraron.

—Y como no quiero que les pase nada, muchachos —dio vuelta de nuevo—. Les pedí que se acomodaran en las celdas.

Algunos chocaron los cinco.

Pepper bajó el micrófono y sonrió por una última vez para ellos.

—¡Ahora, Jerome! —elevó su brazo.

Desde el cuarto de control, todas las celdas fueron cerradas de golpe, sin posibilidad de poder salir ni de forzar la puerta. Muchos protestaron y golpearon las rejas, los barrotes o las puertas metálicas que los tenían aprehendidos como animales, gritaron e insultaron a Pepper, pero ella sólo mostró lástima.

—¡Ustedes me han sido tan leales! —gritó, y las voces fueron disminuyendo—. ¡Pero si Gotham va a cambiar, nosotros también tenemos que irnos!

¡No es justo! —gritó alguien.

¡El mundo era para nosotros! —gritaron por otro lado.

¡Íbamos a ser parte de los sobrevivientes! —protestaron allá.

—¡LO PROMETISTE!

—¡SILENCIO!

Cuando Pepper lanzó el micrófono al suelo, quedaron aturdidos por el chillante sonido y ella tuvo opotunidad de hablar.

—¡Yo moriré con ustedes! —gritó—. Así que, quédense quietos, cierren sus ojitos y cierren lo boca —vociferó.

No esperaban que ella se fuera a sacrificar también.

—Soy su líder, no su jefa —los miró con semblante triste—. Yo debo quedarme también.

Se miraron entre ellos.

—No se asusten, yo estaré aquí...

Pepper se sentó en el frío suelo y cerró los ojos, todos la observaron. ¿De verdad ese era el fin del culto? ¿Las ideas que tenían no sirvieron de nada? ¿Todo acababa? No querían saber.

—Aunque... —Pepper abrió los ojos y se levantó—... si lo pensamos bien, se darán cuenta de que su líder ya murió una vez por ustedes.

Se miraron entre ellos.

Es cierto —dijo alguien muy despreocupado.

—Por eso creo... —ella empezó que retroceder—, ¡...que es su turno, zopencos!

Mientras corría lejos, su risa histérica la acompañó detrás, junto con varios otros ruidos mezclados de sus seguidores furiosos y desesperados.

Afuera de la prisión, la esperaban dos autos: uno conducido por Jerome y una camioneta en el que estaban Doe, Alexander, Donovan, Valery, Daisy, Oswald, Martín con Lou en brazos y Brissa, ya que los llevarían a la mansión; después de eso, eran libres. En el otro auto, había algunos objetos que no querían dejar incendiarse, por ejemplo, el cuadro de Martín.

Entonces, Pepper subió con Jerome y se apresuraron a salir de ahí, la bomba explotaría en menos de 5 minutos. Ambos vehículos tomaron caminos diferentes y cuando estuvieron a suficiente lejanía, algunos sacaron la cabeza por la ventana para mirar la explosión. Doe, quien estaba conduciendo el otro auto, también quiso mirar y por falta de espejo retrovisor sacó la cabeza, pero una rama le devolvió a su asiento y como castigo, obtuvo un rasguño y una risa de Donovan.

—¡Déjame, risitos!

Sólo hizo que riera más fuerte.

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