Capítulo 44: Hijo de Gotham

M E G A     M A R A T Ó N
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Con Bruce de rodillas y la cabeza gacha, Pepper sacó la llave de la ventanilla de la celda, la abrió y tomó el cabello del chico como pudo para poder levantarlo. Cuando lo logró, Bruce soltó una lágrima de dolor por lo fuerte que Pepper lo estaba sujetando, pero él estaba más enojado que adolorido internamente. Al instante en que estuvo a su altura, él la ahorcó, pero ella también lo tomó del cuello y presionó, aunque Bruce le seguía ganando en fuerza.

—¿Ahora... ju-gamos? —Pepper sonrió.

—¿Crees que estoy jugando? —dijo Bruce, con dificultad.

Entonces, ella presionó más.

—Así es... —rió voz baja.

—No me importaría matarte —el labio le tembló—, ya no me importa tener que matar a alguien para salir de aquí... —presionó más, lo que hizo que Pepper casi se ahogara—. Libera. A Alfred. Ahora.

—Suelta mi cuello, entonces... —dijo con dificultad.

Bruce estaba tan cegado por la ira, que se había olvidado de sus propios límites, de una promesa que había hecho a Alfred y que estaba rompiendo para salvarlo. La sangre le hervía y lo único que tenía en mente, a pesar de no ser tan impulsivo como antes, era romper el cuello de Pepper con sus propias manos, presionar hasta que no pudiera respirar y luego golpearla hasta el cansancio de él o la muerte de ella. Eso quería hacer Bruce, pero no podía dejarse llevar por esos malos pensamientos; él ya había descubierto por las malas que la ira y la impulsividad no llevan a nada bueno.

—S-si no me sueltas, lo ma-taré... —rió Pepper, y él aflojó un poco su agarre al salir de sus pensamientos—. Lo mataré, lo ju-ro, Wayne...

Pepper se estaba quedando sin aire, y Bruce podía sentirlo cuando la presión en su propio cuello disminuyó, aunque ella no quiso rendirse, puesto que se aferró de nuevo usando sus largas uñas, provocando un quejido de parte del chico.

Él volvió a pensarlo; era bastante cierto que ella mataría a Alfred, pero no si estaba muerta... En cambio, si la soltaba, podía hacer justamente eso aprovechando su libertad. Pero, ¿cómo lo vería Alfred después? Sería un asesino, algo en lo que nunca querría convertirse y mucho menos mostrarse así ante él como el resultado de todos los años en que fue su mentor, en todos los años en que él hizo lo posible para mantenerlo en el camino correcto. Sería decepcionante. No, no se convertiría en un asesino. Bruce fue soltando poco a poco el cuello de Pepper, pero aún manteniendo esa mirada dura y escalofriante. Hasta que ella, de un golpe con su otro brazo, lo alejó rápidamente y se dejó caer al suelo para devolver un ritmo normal a su respiración, inhalando y exhalando demasiado rápido, hasta que retuvo el aire en su boca y lo dejó salir de nuevo a través sus labios.

—Estás... —Pepper se levantó, y dio una bocanda de aire—... ¡loco! —lo señaló.

Pero Bruce no dijo nada, sólo se quedó viendo la televisión otra vez, el video seguía reproduciéndose y las torturas empeoraban para el pobre mayordomo. Las lágrimas ya se asomaban por los ojos de Bruce de nuevo, pero se mantenía recto para no mostrar debilidad.

«Saldremos de aquí, Alfred. Todo estará bien, lo juro...», pensó Bruce.

Pepper se dio cuenta de que el video no lo estaba hiriendo lo suficiente -o eso creía ella-, así que intentó con las palabras:

—Es doloroso cuando ves a alguien que quieres sufrir por ti —comenzó—, por todo lo que haces. Viendo cómo su cuerpo reacciona de manera brusca o impulsiva a una tortura, es algo traumático...

En eso, el video mostró cómo le daban electrochoques a Alfred otra vez mientras sujetaban sus dedos dentro de dos cajas llenas de vidrios rotos, moviéndose bruscamente sobre la silla en la que lo tenían atado, gritando, casi llorando. Era cierto, es algo traumático ver a una persona conocida pasar por eso.

—Pero él no sólo es tu mayordomo, fue quien estuvo para ti cuando tus padres ya no... —Pepper se acercó.

—Silencio —dijo con la voz temblorosa.

—... fue quien te enseñó a defenderte, a decirte que no te rindieras, Alfred te enseñó a madurar y a lidiar con cada dolor.

—Basta... —se arrodilló frente al televisor.

Más gritos de Alfred.

—Siempre te protegió, y tú se lo agradeces poniendo tu vida en riesgo cada vez que tienes oportunidad —dijo Pepper, con un tono molesto al final.

Después, lo tomó del cabello otra vez y levantó su rostro bruscamente para que la mirara.

—Tú no sabes nada... —gruñó Bruce, mientras ella sacaba su celular.

—No con detalle, después de todo, yo no estuve ahí —contestó sin mirarlo—. Pero te estoy relatando lo que yo no tuve y lo que he visto que ha pasado en situaciones en las que estuviste en riesgo y Alfred siempre ayudó a ir en tu rescate... —abrió la cámara en su celular—. Oh, listo.

Luego, volvió a tirar de su cabello para hacerlo llorar y al lograrlo, comenzó a grabar. Suerte para Pepper que justamente en ese momento, el video en la televisión mostrara cómo a Alfred le daban un gran golpe en la cabeza contra la pared, lo que hizo que Bruce se alarmara al ver la sangre detrás.

—¡Alfred! —gritó asustado.

—¡Y así, Gotham, es cómo se corrompe a una persona que aparece incorrompible! —dijo Pepper a la cámara.

—No... —lloró Bruce—. Por favor, Alfred... —cubrió su boca con sus manos.

—Oh... —hizo un puchero—. La peor tortura es aquella que no es para ti, te lastima siendo vulnerable, ¿verdad, Bruce? —le sonrió de lado.

Él no hizo nada. Estaba ansioso por lo que le había pasado a Alfred, sólo quería que se levantara, que mostrara señales de algo, pero seguía en el suelo... La angustia fue aumentando, al igual que la ira. Bruce golpeó a Pepper en el rostro y su celular cayó, después se dio cuenta de que su nariz sangraba y gruñó, pero no quiso golpearlo ella misma, tenía algo que grabar. Así que se alejó de la celda antes de que la atacara de nuevo y caminó hasta la esquina del pasillo, volteó a ambos lados y encontró un par de seguidores:

—Quiero que lo golpeen hasta dejarlo inconsciente —le explicó Pepper a sus seguidores—, pero no lo maten.

—¡Cobarde! —gritó Bruce—. ¡Sinvergüenza! —Pepper caminó a su celda—. ¡Y tú presumes tener honor! ¡Asesina!

—¡Ya cállate, mocoso hormonal! —alegó—. Sólo entren y hagan que les dije —Pepper les entregó las llaves—. Traten de no hacer mucho ruido.

Luego, mientras ese par entraba a la celda de Bruce y él se preparaba para golpearlos, ella suspiró y recogió su celular del suelo.

—Lo editaré después —se encogió de hombros, después actuó como si el video transcurriera normal—. Si ustedes, gusanos, siguen resistiéndose al cambio de la ciudad que les he estado ofreciendo, asesinaré al hijo de Gotham —miró seriamente a la cámara—. Sé que a muchos no les importa el chico, sino su fortuna y todo lo que perderán si él ya no está para financiar sus empresas o becar a los estudiantes de sus escuelas. Pff... —bufó—, aprovechados... —negó con la cabeza—. ¿Quieren verlo una última vez? —sonrió a la cámara.

Pepper se acercó a la ventanilla de la celda y la abrió un poco más, luego dio un par de golpes a la puerta y el seguidor más fuerte sujetó a Bruce del cuello para mostrarlo ante la cámara. Ya tenía una mejilla golpeada y el labio partido. Ella sonrió con victoria y se acercó al oído del chico para susurrar algo:

—Te dije que te divertirías...

(...)

Después de editar el video a escondidas de Jerome y conseguirle algo de comida, Pepper dio otro recorrido por la prisión para visitar a alguien muy querido por ella. Ese pequeño niño dulce y de cabello rizado al que no había visto en tanto tiempo, le avisó que le tenía una sorpresa por su cumpleaños. Obviamente, no podía verlo, así que —un día antes—, sólo le pidió que le escribiera en qué parte de la mansión de Oswald estaba para que sus seguidores fueran por el regalo y por un par de cosas más que necesitaba para terminarlo; pintura, para ser más específicos.

Al llegar, se puso de espaldas hacia su celda y cubrió sus ojos con su mano izquierda, mientras que la derecha la guardaba detrás de su espalda.

La celda de Martin no era tan cerrada como las otras, ésta sólo era de barrotes anchos y una ventana arriba, pero el cuarto no era oscuro gracias a una lámpara que estaba conectada con una extensión desde quién sabe dónde, esto para que Martin no tuviera miedo o pudiera seguir pintando en caso de que se hiciera de noche. Además, había dos cubetas y un vaso: una con agua y las otras dos cosas vacías; éstas servían para que Martin lavara los pinceles con ayuda del vaso y un poco de agua, y apartara el agua manchada en la cubeta vacía, así como también podía lavarse las manos en la cubeta con agua. Además, su celda tenía una almohada gastada y una manta traída de la mansión de Oswald para que durmiera, pero él mismo había preferido dormir en el suelo que en una cama pequeña, ya que su celda no era muy extensa y necesitaba espacio para sus pinturas.

—¡Hola, hola, hola! —saludó divertida, y Martin se sobresaltó por su voz, pero se alivió después al darse cuenta de que estaba de espaldas.

En un principio, Martin estaba pintando en el suelo con el gran cuadro en frente, por lo que su alrededor eran sólo manchas de muchos colores, algunos lugares por accidente y otros que usó para combinar colores. Su ropa estaba igualmente manchada y su cabello tampoco se salvó, aunque sólo fue en un par de cabellos.

—Bueno... ahm... —Pepper se balanceó—. Quería saber si necesitabas algo más, pero como sé que no tienes tu libreta, ¿te parece si usamos las pinturas? Pinta mi zapato de verde como un sí, y de violeta para un no.

Ella giró un poco su pie y lo deslizó hacia Martin, pero aún sin descubrir sus ojos, él tomó un pincel y lo sumergió en el bote de pintura verde, después se inclinó para pintar delicadamente la punta del zapato de Pepper y le dio un par de golpecitos a su tobillo para indicarle que ya había respondido. Deslizó su pie hacia ella de nuevo, descubrió un poco sus ojos y miró hacia abajo, sonrió al ver que Martin le había entendido.

—Muy bien, Martin —volvió a cubrir sus ojos—. Otra pregunta —deslizó su pie hacia él—, ¿tienes hambre?

Se arrodilló en el suelo y volvió a pintar de verde el zapato, pero esta vez en otro lugar. Al terminar, le dio suaves jalones a su pantalón y ella atrajo su pie para ver qué había respondido.

—No te preocupes, en seguida te traeré algo —deslizó su pie hacia Martin—. ¿Eres alérgico al maní o a la mermelada? ¿Eres intolerante a la lactosa?

Ahora, Martin tomó otro pincel, el bote de pintura roja y el bote de pintura azul, dejó caer un poco de ambos en el suelo y los combinó, logrando un color violeta, aunque algo oscuro. Después, se inclinó y pintó justo debajo de la primera mancha verde, para luego dar golpecitos a la pierna de Pepper. Ella descubrió un poco sus ojos y sonrió por la respuesta.

—¡Qué bien! —cubrió sus ojos de nuevo—. Te traeré emparedados y leche en cuanto me vaya, puedes lavarte las manos mientras tanto.

Entonces, Martin volvió a inclinarse hacia el calzado de Pepper y pintó con la misma pintura violeta, un pequeño "Ok", para no manchar innecesariamente su zapato, luego otro golpe suave y ella asintió.

—Por cierto... —se ladeó—. ¿Crees que ya pueda mirar? ¿Haz terminado con el regalo? —acercó más su pie hacia Martin—. Verde. Verde. Verde. Verde —rió.

Y Martin pintó de verde. Al sentir esos golpecitos de nuevo, Pepper elevó su pie frente a ella rápidamente y descubrió sus ojos; su sonrisa se extendió al ver el color y gritó de emoción internamente.

—¡Sí! —celebró y dio un brinco—. ¡Por fin! —extendió ambos brazos—. Esto va a ser tan... —se dio la vuelta.

Casi se deja caer en el suelo para llorar, pero sólo se dejó caer de rodillas y cubrió su boca con una mano, mientras que la otra sostenía fuertemente el barrote de la celda para evitar llorar. En ese cuadro enorme había una explosión de colores, se trataba de una feria: juegos mecánicos, una rueda de la fortuna, el típico vendedor de tickets amargado en una esquina y una carpa de circo al fondo. Pero en ese cuadro, había tres personajes que destacaban por las diversas líneas de su color representativo a su alrededor: ella de rojo, Oswald morado y Martin líneas azules. Eso era lo que había hecho llorar a Pepper, las sonrisas pintadas de cada uno, el anhelo de Martin en un cuadro; ser feliz y vivir en paz junto a las personas con las que vivía.

Martin, al ver los ojos llorosos de Pepper, le señaló una parte del cuadro para hacerla reír; era la señora Anwhistle arriba de un carrusel, sonriendo y con un brazo extendido. Ella deslizó su mirada lentamente y al encontrarse con la imagen, soltó una pequeña risita que devolvió vida al rostro de Martin, así que se movió por atrás del cuadro y le señaló otro punto: era Victor y otros matones contratados por Oswald jugando en los carros chocones; ahora Pepper rió más alto. De hecho, esa fue la primera risa que Martin escuchó parecer "normal", viniendo de ella.

—¿Ese es...? —volvió a reír—. Oh, Martin... —rió más fuerte—. ¡Tienes mucha imaginación! —sostuvo su frente y volvió a la risa.

Y así fue el resto de la tarde. Pepper se quedó ahí haciendo bromas sobre lo que dirían ciertos conocidos si se vieran en el cuadro, e imitando personas que a ambos le parecían amargadas. Eso hasta que recordó que Martin tenía hambre, así que fue hasta la ciudad y robó en la primera tienda que encontró, luego volvió corriendo hacia la celda del chico con los alimentos en brazos y ahí mismo, en el suelo, los preparó mientras él limpiaba sus manos y servía los vasos de leche. Después, Pepper le contó a Martin algunas cosas que le "pasaron" durante su cumpleaños y su estancia en Arkham, la única cosa que era cierta fue cuando le contó que Jonathan la había arrojado a un basurero para esconderse de los guardias.

Finalmente, Martin se cansó y Pepper lo dejó dormir, pero no recogió platos ni vasos, simplemente se fue con el cuadro bajo el brazo y una gran sonrisa. Al llegar a lo que ahora era su nuevo taller de trabajo, abrió lentamente la puerta y prendió la luz por un breve momento, sólo para ver si Jerome estaba dormido. Y lo estaba. Así que sólo dejó el cuadro a un lado en la pared y salió casi corriendo de ahí; tenía que ver a una persona más en el día, y seguramente ya había despertado.

A la mitad del camino, su cabello corto le estorbó y terminó por resbalarse, pero se levantó rápidamente y se fijó en que nadie la hubiera visto, luego volvió a correr y entró en el cuarto de interrogaciones. Ahí estaba ella.

—¿Despertó? —preguntó Pepper, cojeando un poco por la caída.

—Así es, jefa —respondió una seguidora—. Pero ha mostrado bastante agresividad, tuvimos que ponerle una camisa de fuerza.

—No importa, así le será más difícil escapar de la trampa —se recargó en la silla de la mujer.

—Le aconsejo que use el micrófono y no se acerque —advirtió otro seguidor, pero Pepper no lo miró—, está más segura aquí.

La última oración no la escuchó, ya que centró su mirada en la persona que tenía en frente y las trampas que no la dejarían moverse más de diez centímetros en cualquier dirección. Luego, Pepper tomó un micrófono y le dio un par de golpes para llamar su atención. Ella la miró de inmediato, directo a los ojos, como si pudiera verla a través del vidrio polarizado, su cabello cayendo sobre su rostro, la sangre saliendo de su mejilla y labio inferior dándole un aspecto siniestro y sus ojos llenos de odio en ira. Pepper estiró sus labios en una retorcida sonrisa y usó su mejor voz ante el micrófono:

—Hola, Angie...

~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·

Créditos a b-lovegood por las frases de:
"¡¿Qué hice para rodearme de gente así?!"
Y
"La peor tortura es aquella que no es para ti, te lastima siendo vulnerable".

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