Capítulo 39: Ahogarse en la desesperación
El Gif de arriba es de un flashback que van a leer... Ya sabrán quién es la niña, aunque no se parezca JAJAJ
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Sus seguidores la escucharon a través de la puerta, oyeron a cada objeto caerse, y si no se rompía a la primera, Pepper lo hacía trizas con lo que tuviera al alcance; escucharon los gritos, las maldiciones, el llanto... Pero no podían hacer nada más que no interrumpir, sólo esperar a que se calmara. Su Grupo de Fenómenos vio a la bola de personas afuera de su taller de trabajo y se burlaron de lo entrometidos que eran, pero luego se aburrieron, después pensaron en lo que podría estar pasando adentro y temieron lo peor, que ella quisiera suicidarse. Una opinión que comenzó como una broma, pero transformó las risas en ceños fruncidos. Entonces, jugaron "piedra, papel o tijera" para ver quién sería el pobre diablo que tendría que ir a ver. Esperemos que el cuerpo de Valery sea también regenerativo.
Ella se levantó y torció los labios, luego suspiró, se puso sus guantes protectores y caminó hacia la puerta del taller, sintiendo las miradas detrás de ella, las burlas sobre sus oídos y el frío invadiéndole el cuerpo; ella no conocía a Pepper del todo, una vez leyó su expediente por diversión, pero sabía que lo más peligroso de ella siempre se ocultaba de ojos entrometidos como los suyos. Los seguidores se hicieron a un lado al verla, y Valery tomó la perilla, pero antes de entrar, escuchó los gritos de Pepper con atención:
—¡¿Por qué dejaste ir a Jerome?! ¡Lo tenías tan cerca! ¡Debiste traerlo, y así estaría a salvo! ¡El plan era traerlo de una buena vez! ¡Lo dejaste ir! —alegaba—. ¡Sí, pero me traicionaron y todo se estropeó! ¡¿Y qué tal si él te traiciona también?! —hubo una pausa—. No, tranquila, Pepper, no es la primera vez que se te escapa de las manos. Él va a hacer lo que le pediste y todo estará bien. Nygma no puede escapar de la celda, hay trampas. Jerome estará... ¡No, no es cierto! —se contradijo—. ¡Está en peligro, y lamentarás tanto su pérdida, Pepper! ¡La culpa la tienes tú! ¡La culpa la cargas tú! ¡TÚ TIENES LA CULPA DE TODO! —un golpe—. ¡YA BASTA! —ahora un vidrio roto—. ¡Ya basta! ¡Silencio! —sollozó—. Ya basta, ya basta... —sollozó—, por favor...
Nadie sabía qué pasaba, no entendían por qué se gritaba a ella misma, por qué parecía que discutía con alguien más. La verdad era que Pepper estaba discutiendo con cada una de sus voces, las cuales le decían algo muy distinto dependiendo cuál era; una la culpaba, otra le decía lo contrario —lo que era inteligente hacer—, otra sólo le recordaba lo peor de forma paranoica, una trataba de corregirla y detener su berrinche, y la quinta se burlaba de su desesperación, ahogándola. Pepper luchaba por tener el control de su mente, callar a las voces, contradecirlas, ganarles, pero las punzadas en sus sienes la detenían, el nudo en su garganta no la dejaba gritar sin que una lágrima no saliera; todo esto aunado al dolor en su brazo por la herida de bala que la limitaba a lanzar cosas con poca fuerza, cuando ella quería que se hicieran trizas contra la pared.
Valery decidió que debía ayudar a Pepper. Tensó la mandíbula y finalmente le dio vuelta a la perilla, pero al empujar la puerta, ella se hizo a un lado de inmediato, ya que Pepper había lanzado un martillo hacia ella. Luego de eso eso, Valery entró, Pepper se enfureció y le lanzó un naipe-navaja al rostro, pero ella lo atrapó a tiempo y lo rompió entre sus dedos por la mitad. Tuvo cortadas, claro, pero no las sintió.
—Pepper, no puedes seguir así.
—¡Déjame en paz! —alegó, rompiendo el pequeño espejo en su tocador con su puño.
—Pero no estás en paz, aún así —se acercó—. Deja de hacerte daño, está mal.
—¡No lo entiendes! ¡No lo entiendes! —gritó Pepper, tirando de su propio cabello y quiso golpear su cabeza contra la mesa, pero Valery colocó su antebrazo y evitó que se lastimara.
—Tratas de desquitarte, lo entiendo —se apartó, y Pepper miró hacia el frente, con el cabello cubriéndole la siniestra mirada—, pero también sé que no estás logrando nada con esto. No estás sintiéndote mejor...
Valery la tomó por uno de sus hombros, y fue cuando Pepper, al mirar de reojo y sonreír, la golpeó con su puño en el ojo. Ella retrocedió, pero no le dolió mucho, en el momento.
—Pepper, escucha —suplicó.
—Si tanto te preocupas por mí —se recargó en la mesa de trabajo—, tráeme una botella de whisky o algo de ginebra —volvió a mirar al suelo.
—Pero tú no...
—¡Ya sé que no bebo! —le gritó, dándose la vuelta—. Sólo tráela.
Al ver que ese podría ser el único medio por el que podrían tranquilizar a Pepper por el momento, Valery se dio por vencida y giró hacia la puerta para conseguirle lo que pedía. No pudo usar su fuerza para detenerla porque sabía que los seguidores irían contra ella de inmediato y la matarían.
Pepper siguió discutiendo con las voces, pero sus ganas de responderles poco a poco se fueron apagando, al igual que su llama de la ira se volvía tristeza.
(...)
—Espero que el viaje no haya sido largo para usted, señor Valeska.
—Está bien, Alfred. No es la primera vez que voy hasta el otro lado de la ciudad para pedirle ayuda a un joven millonario —respondió Jerome, con un poco de molestia disimulada.
—Ahm... está bien —dijo Alfred, y volvió su vista al frente. No sabía cómo tomar el sarcasmo del pelirrojo—. Hemos llegado, amo Bruce —avisó, mientras estacionaba la limusina en frente de la mansión.
Cuando ambos bajaron, se dirigeron directamente hacia la sala de estar; Bruce y Alfred le habían ofrecido un aperitivo antes de cenar, pero Jerome no aceptó ni un vaso de agua porque quería que todo terminara lo antes posible, pues él no estaba acostumbrado a estar "encubierto", por decirlo así. Claro que rechazó cada una de sus cortesías con amabilidad, no era un engreído.
—Puedes sentarte si quieres —sugirió Bruce, mientras caminaba a sentarse al sofá de enfrente, y Jerome hizo lo mismo.
Ahora, frente a frente y a solas, Bruce se preparó mentalmente para las posibles respuestas que él pudiera darle sobre cada una de sus preguntas.
—Lindo lugar que tienes aquí —opinó Jerome, mirando alrededor, y su vista paró en la chimenea por un segundo hasta que volvió a Bruce—, ¿lo rentas? —bromeó, e hizo sonreír un poco al muchacho.
—Jerome —lo miró—, ¿puedo hacerte unas preguntas?
—¿"Unas"? —Jerome se preocupó.
—Sí —afirmó—. Si no te molesta, por supuesto. Sé qué estás pensando, y entiendo que sea incómodo responder.
Ese chico le leyó la mente. NO le preocupaban las preguntas, sino lo que pudiera obtener de ellas, ¿qué tal si una verdad salía de su boca por accidente? No estaría preparado y Bruce se intrigaría más, si intentaba huir o evadir la pregunta, él sospecharía.
—De acuerdo... —musitó Jerome, mirando hacia el suelo—. Está bien —levantó la mirada—, puedes preguntar.
—Gracias —sonrió—. Bien, ah... una duda que he tenido desde que te conocí es el porqué de tu confianza en mí —Jerome frunció el ceño—. Es decir, me buscaste para encontrar a Pepper hace unos meses y ahora me pides ayuda para esconderte de ella, justo cuando la confianza no existe entre las personas. ¿Por qué?
—Jim me contó sobre ti una vez, cuando la buscaba —respondió—. Me dijo que eras buena persona, un jóven que aún creía en la humanidad y estaba dispuesto a dar su vida por salvar la de otro. Que todo lo que querías... —miró el retrato sobre la chimenea—... era justicia. Y yo confío en que la conseguirás —se volvió—. Confío en ti, Bruce, porque no actúas siguiendo todas las reglas, tú tienes tus propios límites. Porque sabes qué es lo correcto hacer.
—Gracias, Jerome —asintió—. Otra pregunta que tengo, es sobre la chica a la que supuestamente golpeaste —Jerome tragó saliva—. No haré que te encarcelen de nuevo, Jim dio la orden de que no lo hicieran, de todos modos, pero dime la verdad... ¿lo hiciste?
—No —respondió rápidamente—. Nunca le haría eso a una persona, mucho menos a mi mejor amiga.
—¿Y sobre Pepper? —preguntó, frunciendo el ceño—. Se rumoreaba que tú la habías...
—¡¿Qué?! —se levantó de golpe—. No, no, no, no, no... yo nunca le haría eso a una mujer, ¡a nadie! —extendió ambos brazos—. No soy ese tipo de hombre. Yo nunca...
—Son todas mis preguntas hasta ahora —interrumpió Bruce.
Mintió, tenía muchas preguntas por hacerle, pero con sólo tres ya estaba alterado y no quería enfurecerlo, ya que se iría y sería peligroso para ambos. Bruce pensó que era suficiente por esa noche; intentaría en la mañana.
—Bueno, eso es un alivio —dijo Jerome, en un suspiro, pero luego se dio cuenta que fue grosero—. Ahm, sin ofender —señaló.
—No te disculpes —se levantó—, el que debería estar avergonzado soy yo, no debí preguntar algo tan...
—No, no, no, está bien. Sólo querías saber —le sonrió de lado, aunque más bien hizo una mueca. Seguía disgustado por la pregunta—. Aunque... —Bruce lo miró—... ahora yo quiero hacer una pregunta.
—Está bien.
—¿Por qué querías saber si yo las ataqué? —se acercó lentamente.
—Vi la noticia en televisión, sólo fue curiosidad.
«Y tú eres todo un detective, ¿no, muchacho?», habló el otro.
—Mientes —Jerome entrecerró los ojos—. Yo pienso... —tomó un jarrón para mirarlo—... que Jim te contó algo que no debías saber —sonrió hacia él.
—¿De qué hablas? —frunció el ceño.
—Sobre lo que te dijo antes de que nos fuéramos, cuando te advirtió de algo y lo encubrió diciendo que se te olvidaban tus guantes —lo miró mal—. Escúpelo, niño.
—Así que ésta es tu otra cara —dijo Bruce, abandonando el tono amable con él.
—Bingo —sonrió y señaló—. Ahora yo... ¡agh!
Y Jerome colocó ambas manos sobre su cabeza por un dolor punzante que apareció de repente, soltó un gruñido y luego sacudió su cabeza, apartando sus manos, cuando el dolor pasó.
—Iba a decir que encontré la forma de aparecerme más rápido, pero, al parecer... —rió—... tu amigo cobarde también halló la forma de hacerme daño desde adentro —gruñó de nuevo, sosteniendo su cabeza.
—Jerome, concéntrate —se le acercó—. Puedes ganarle.
Y él rió.
—¿En serio crees que...? ¡Agh, diablos! —otra vez ese dolor—. Ay, por favor, ¿es en serio que...? ¡Auch! —cayó al suelo de rodillas—. ¡Déjame terminar de hablar, Jerome! —alegó.
Entonces, cuando él tuvo la suficiente fuerza para levantarse, rió para burlarse de Jerome mientras tomaba el jarrón de antes para atacar a Bruce, pero Alfred apareció y lo golpeó con un rodillo en algún punto en su cabeza, haciéndolo caer en un pesado sueño.
—El Detective Gordon también me avisó —habló Alfred.
—Gracias —Bruce le sonrió.
—No hay de qué. Ahora, ayúdeme a subirlo a sofá —se inclinó y tomó los brazos de Jerome.
—¿No sería mejor si duerme en alguna de las habitaciones de arriba? —preguntó el muchacho, sujetando sus piernas.
—¿Quiere subir las escaleras, amo Bruce? Porque arrastrarlo significaría dolores en la espalda para ambos en la mañana.
Sin nada inteligente qué decir, Bruce presionó sus labios y se dispuso a levantar el cuerpo de Jerome hacia el sofá. Cuando estuvo recostado, Alfred se encargó de traerle un par de mantas mientras Bruce acomodaba su cabeza debajo de uno de los cojines. Aún seguían viendo a Jerome como una buena persona, sólo necesitaba ser vigilada.
(...)
7:37 p.m
V
alery entró al cuarto y caminó hasta Pepper, quien tenía la cabeza recostada en la mesa de trabajo, con los brazos cubriéndole la vergüenza; estaba llorando en silencio. Al escuchar a Valery, dejó de llorar y se limpió las lágrimas disimuladamente. La chica le tendió la botella de whisky sin decir nada y Pepper se la arrebató.
—Largo —miró hacia otro lado.
Y ella sólo se fue. La mayoría del tiempo, Pepper se mostraba como una adolescente aún, no se podía tratar con ella tan fácil; para Oswald debió ser un infierno al principio.
En cuando la puerta se cerró, Pepper abrió la botella y antes de beber, la miró un poco, la olió y finalmente dio un gran trago que hizo que su garganta ardiera y dejara salir un gruñido. No le agradó, claro que no, pero luego sintió la necesidad de beber otra vez, luego una vez más, más, y de nuevo otro trago. Pepper nunca había bebido, por eso el efecto fue desastroso, y más para su joven cuerpo.
Luego de un rato, cuando ya estaba ebria y había destruído todo en su taller, Pepper aún sentía esa ira calentarle las mejillas y ese ardor en su pecho y garganta, quería seguir gritando a todo pulmón, pero su voz no era suficiente; nada era suficiente, necesitaba sentir que de verdad se estaba desquitando. Así que decidió hacerlo con su cuerpo. Pepper miró a su alrededor, y cuando el objeto filoso y brillante atrapó su mirada, ella sólo lo tomó, puso su mano en la mesa de trabajo y... ya saben qué pasó después. Soltó un grito enorme, groserías y gruñidos salieron de su boca, lágrimas por sus ojos y obviamente sangre de su mano. Pero no le importó, porque ya podía sentir que se había desquitado sintiendo algo.
Sacó el cuchillo bruscamente de su mano y retuvo el sangrado por unos segundos, envolviendo un pedazo de tela alrededor, mientras que con su otra mano, lanzó el cuchillo lejos, lo cual también le dolió bastante por su herida de bala. Con su mano palpitando y la sangre tiñendo sus dedos, se dejó caer en la silla y se recostó en su mesa de trabajo. Pronto, comenzó a llorar. Unos pocos minutos después, volvió a tomar la botella de whisky en sus manos y bebió, pero una gota de deslizó por su mano hasta llegar a su herida y apartó la botella como si estuviera llena de insectos. Pepper sabía que tenía que curarse rápido, pero el ardor se sentía tan bien... le agradaba poder sentir algo, aunque fuera dolor. Como en esa tarde de enero, en su cumpleaños, hace siete años...
La sala estaba en un silencio deprimente, había globos por todos lados, dos o tres regalos en el sofá, un pastel y una velas en medio de la mesa, y su madre en la cocina, pero ningún invitado. Nadie quiso asistir y si acaso algún otro niño en la familia hubiera querido, sus padres no lo llevarían porque era peligroso o simplemente no querían ir; tenían que ser duros con Pepper, no llenarla de mimos como si fuera una niña normal.
Su madre estaba en la cocina preparando un suflé para la comida mientras su esposo llegaba del trabajo y Pepper estaba sentada en la mesa, remarcando los dibujos en el mantel de fiesta debajo de sus codos, con un lápiz para que su madre no se diera cuenta. Luego, la mujer canturreó su nombre y escuchó sus pasos acercarse, la niña entró en pánico y lanzó el lápiz hacia el sofá; temía que la enviara al "otro cuarto" en el día de su cumpleaños, no quería ser castigada.
—Listo, lo encontré.
Eleanor se sentó a su lado y trató de hacer funcionar el encendedor con cuidado, pues sus lindas y largas uñas se arruinarían. Por otro lado, Pepper se estaba armando de valor para hacerle una pregunta a su madre...
—Mamá —la miró—. ¿Puedo preguntar algo?
—Claro que sí, mi niña —asintió, y volvió al encendedor—. Mientras no sea algo de la familia, está bien, sabes que no debes cuestionarlos nunca por cómo te traten.
—Sí, eso lo sé. Pero no son ellos de quienes quiero preguntar, es sobre... mis amigos —bajó la mirada, y tragó saliva al ver que su madre se paralizó—. ¿P-por qué no i-invitaste a ninguno? —preguntó, haciendo una pequeña mueca.
—Pero tú no tienes ninguno, Pepp —afirmó Eleanor, y volvió a lo suyo.
«Los tendría si me dejaras, grandísima idiota...», pensó Pepper.
—Sí los tengo, te lo dije hace una semana —alegó la niña.
—Entonces, creo que no puse atención.
Y el pequeño corazón de Pepper se partió. Otra razón para llorar, otra razón por la que la hirieron en su día especial...
—Lo siento, mi amor —la miró—. De todas formas, no creí que fueras a tener amigos.
Eleanor le sonrió y la acarició la mejilla, Pepper se quedó quieta, mirándola, mordiéndose el labio disimuladamente para no llorar y morderle la mano por lo molesta que estaba. Ya era suficientemente triste que sólo su madre estuviera para ella en ese día tan especial, para que le echara en cara que no tiene amigos; ella estaba tan ilusionada con escucharlos tocar la puerta. Luego, encendió las velas en su pastel y lo acercó a ella.
—Pide un deseo, mi niña. Pero no en voz alta, recuerda —dijo Eleanor, y la niña asintió.
Pepper cerró los ojos y dijo en su mente: «Deseo tener un amigo...». Y con eso, abrió los ojos y apagó las velas, mientras una sonrisa llena de esperanza de que su deseo se cumpliera, comenzó a dibujarse. Su madre la felicitó con un beso en la frente y volvió a la cocina para buscar los vasos y el refresco, sin caer en cuenta que había dejado un cuchillo al alcance de Pepper.
La niña estaba tan triste y tan molesta a la vez, que sentía que debía desquitarse con algo antes de que ese "algo" fuera su madre. Entonces, ese cuchillo tan afilado y brillante llamó su atención; sin pensar, la niña estiró su mano y sus dedos acariciaron la punta, luego la orilla y por último el mango. Lo atrajo hacia ella y lo admiró, le daba risa su reflejo borroso en el objeto, pero rió muy bajo. Después, su mirada se deslizó hasta su mano izquierda y volvió al cuchillo.
Eleanor escuchó el grito de su hija e inmediatamente corrió para ayudarla, al estar frente a ella en el comedor, la vio llorar y gritar repetidas veces, retorciéndose la silla mientras su mano sangraba sin parar.
—¡Dios mío, Pepper! —tomó un trapo y corrió hacia ella—. ¡¿Qué estabas pensando, eh?! —le reclamó, mientras envolvía su mano en el trapo, y corría hacia la sala para buscar sus llaves y llevarla al hospital.
—Sólo quería saber... —sollozó—... qué se s-siente sentir algo...
Y Pepper comenzó a llorar más fuerte. ¿Por qué ella? ¿Por qué su vida tenía que ser una mierda que ella tuvo que moldear para darle algo de decencia? No se sentía fuerte como otras veces, la idea de que era mejor que la dejaran muerta pasó por su mente más de una vez en ese tiempo que lloró, la hizo pensar si de verdad tenía un propósito más allá de ser una escoria humana manipula-mentes.
Bebió de nuevo y se hundió en su llanto, sollozando y a veces dejando escapar pequeños gritos de dolor emocional. Se sentía miserable. Algunas personas llamaron a su puerta preocupados por el grito anterior, pero otro grupo que de verdad estaba respetando su privacidad los ahuyentó e incluso empezaron a pelear. No le importó, sólo tenía en mente una cosa.
—Me odio tanto... —sollozó.
Apenas visualizando su radio, la tomó y la encendió:
—¿Sí, jefa? —contestaron del otro lado.
—¿Están en posición? —preguntó, usando una voz ronca. Sentía que tenía que su garganta estaba desgarrada por cuchillas.
—Sí, acabamos de llegar.
—Bien, entonces háganlo —volvió a beber de la botella.
—Ahm... ¿hacer qué, exactamente?
—¡Derriben el maldito puente! —gritó, y luego de eso, lanzó la radio hacia la pared.
Cuando el puente explotó en pedazos, toda la ciudad se volvió loca. Qué lástima que la Mansión Wayne está del otro lado de la ciudad y Jerome no pudo ver la explosión. Bueno, todavía no.
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