Capítulo 33: Feliz cumpleaños a mí

24 de Enero 2018. 5:35 a.m
—Jonathan... —lo llamé con mi voz ronca y sin fuerza.

—¿Qué? —preguntó sin mirarme.

—¿Ya casi terminas? —pregunté, con un tono agudo al final.

—No.

—¿Y ahora?

—No.

En ese momento, yo estaba recostada en el suelo —que estaba más frío que un hielo y más duro que la tapa de un bote de pintura nuevo—, y Jonathan sentado a mi izquierda, haciendo su toxina. Llevábamos un par de horas ahí adentro, al principio fue emocionante pero luego me aburrí; algunas veces vinieron los doctores junto con otros guardias e intentaron abrir la puerta del almacén, me encargué de la cámara de seguridad y de la cerradura, mientras que Jonathan buscaba un lugar dónde esconderse. Tuve que buscar mi escondite la primera vez.

En la segunda ocasión, cuando ahora yo era la que cuidaba del poco proceso de la toxina y vinieron los guardias, Jonathan me arrastró por el brazo hacia un barril vacío que encontró, tomó la toxina, la puso en el suelo y después me levantó en el aire —no sé cómo— para lanzarme dentro del barril, tuve que incorporarme rápido, pues Jonathan ya estaba lanzando la toxina hacia mis manos. Pasaron unos minutos, y se fueron. Y así fue por siete veces más, sólo que el escondite era diferente y más extraño cada vez.

—¿Qué tal ahora? —pregunté, mientras jugaba con mis manos en el aire, refiriéndome a que si ya había terminado.

—No —respondió con voz gélida.

—¿Cuánto te falta? Porque te recuerdo... —me senté de piernas cruzadas—... que casi son las seis, ¡tenemos que volver! Ya se dieron cuenta desde hace horas que no estamos, la alarma ha sonado toda la noche y... ¡ya no la aguanto! —grité molesta, tirando de mi cabello hacia los lados. No importaba que gritara, no se escuchaba por fuera—. Además... —canturreé y me incliné hacia el frente—. Mientras más tiempo estemos aquí, más difícil será volver.

—Ahí está la puerta —la señaló.

—¿Por qué eres tan grosero conmigo, Crane? —pregunté, dolida—. Estoy haciendo mucho por ti y tú sólo eres distante y ¡grosero! —tensé la mandíbula—. No soporto a las personas groseras... —lo miré mal, y luego tomé un frasco grande que estaba junto a mí, lo golpeé contra el suelo y se lo acerqué al cuello—. Dame una razón para no mancharme las manos, odiaría tener que matarte.

—Por eso mismo, me necesitas y no puedes deshacerte de mí.

Y, por primera vez, vi a Jonathan sonreír. De forma burlona, pero era una sonrisa.

—Para colmo, tienes razón... —gruñí, y aparté a regañadientes el frasco de su cuello—. No me tomes mucho en serio, sólo es que... —suspiré—. Nunca toleré a las personas groseras porque no soporto las criticas, n-no soporto que me hablen así. Es algo tan desesperante que no sé cómo explicar esa ira que siento cuando estoy con una persona así. ¡Agradece que he sido paciente contigo! —lo señalé.

Bajó la mirada. No dijimos nada más y él se dispuso a terminar su toxina, mientras trataba de tranquilizar mi enojo. 

—Deberías agradecer que estoy con alguien de bajo nivel como tú —habló de repente.

—¡De bajo... ¿qué?! —me exalté—. ¡Óyeme, he hecho cosas que han matado a docenas! Soy competencia suficiente para cualquiera.

—No lo creo, porque yo bien podría matar a cientos si estuviera de humor. Pero no tengo un propósito, no me importa la atención ahora. ¿Por qué mataría a tantos, si sólo tengo problema con una? 

—Porque en todo crimen, hay un testigo que se tiene que eliminar.

Y seguimos, y seguimos, y seguimos discutiendo. Luego, nos dimos cuenta de que la cantidad final de la toxina era insuficiente y no había sustancias suficientes para hacer más, así que nos movimos de laboratorio antes de que fueran las ocho, hora en que el resto del personal del turno matutino llegaba a trabajar. Encontramos uno muy pequeño en el piso de abajo, aunque era el más cercano también.

—Nos siguen buscando... —musité, al ver a los guardias todavía pasear por los pasillos, entrando por cada puerta y buscando en cada cuarto.

—Al menos no han informado a la comisaría aun —opinó él, cerrando la puerta.

Caminamos más a fondo para dar con las repisas y buscamos con la misma organización que antes: Jonathan, la parte alta; yo, por el suelo. Y al ver el tamaño de los botes y los litros que marcaban, me puse a pensar en qué otro piso había farmacias o laboratorios.

«Piso 5, pasillo D», recordé. 

Yo pasaba por ahí a la hora de cada comida, cuando mi piso era el 7 y Jerome mi psiquiatra, ya que teníamos que usar el elevador que llevaba directamente al comedor, en el piso 4, el mismo lugar donde está mi celda. En esa mañana, estábamos en el piso 3.

—¿Oye, y por qué el cabello largo? 

Pensé que era bueno preguntar para romper el hielo.

—Así me gusta tenerlo, me veo extraño con otro corte.

—No lo creo, tal vez hasta resalten esos ojos vacíos que tienes.

Observando un poco más, me di cuenta de que teníamos rasgos parecidos: los ojos oscurecidos, el color azul grisáceo, el cabello corto, la complexión muy delgada, casi la forma de la nariz; era como mi versión masculina, pero sin contar la personalidad, claro.

—Deja de verme.

—¿Te molesta si recojo tu cabello para probar que te verías raro con otro peinado? —me levanté.

—Ni se te ocurra tocarme —retrocedió.

—Ah, sí.

—No...

—¡Sí!

Y... después de una bonita pelea y vidrios rotos por el suelo, pude ver por unos escasos segundos a Jonathan con el cabello corto, ya que llegó un momento en que lo retuve sujetándolo por el cuello y moví mi otra mano para acomodar esos mechones castaños hasta retirarlos de su rostro. Me gané un golpe en la nariz, pero valió la pena cada maldito segundo; no se veía tan mal.

25 de enero de 2018. 12:03 p.m.

Jonathan casi me mata ese día, pues seguía insistiéndole que no se veía extraño con el cabello corto, fue tanta su desesperación para que yo cerrara la boca que lanzó un poco de la toxina sobre mi rostro, pero sólo me dejó inconsciente por un rato. Olvidado el tema, seguimos con nuestro camino.

El hambre nos estaba matando y la falta de descanso no dejaba que pensáramos con claridad, ya teníamos el 80% de la toxina terminada, por decirlo así, y era un gran alivio que alía nuestro esfuerzo; no paramos de movernos de laboratorio en farmacia, de farmacia a laboratorio, incluso conocí otros pisos y noté que hicieron cambios que no había visto en ninguna de las dos veces que he estado en Arkham, bueno, contando esa serían tres. 

A todo esto, tomamos un descanso ocultándonos en una bodega de uniformes y más tarde conseguimos comida gracias a las amenazas que le dijimos a una empleada que nos vio, la obligamos a ir a la cocina y luego desapareció, pero no la dejé ir sin antes quitarle su celular. Procuramos dormir poco para que no nos tomaran desprevenidos y nos capturaran, pero descansamos gran parte del día y ya casi comenzaba el siguiente. 

26 de enero de 2018. 1:23 a.m.

Esta vez, tuvimos que arriesgarnos más. No quedaban muchos lugares de dónde robar, pero nos enteramos de que quedaba una última farmacia en el sótano, el cual fue confiscado por la policía tiempo atrás y con la llegada del nuevo jefe en Arkham, se convirtió en el lugar donde surtían y revisaban los medicamentos y otro tipo de sustancias, para luego acomodarlos en los otros pisos.

Con mucha discreción y suerte, encontramos el elevador escondido y las salas libres de cualquier guardia.

—Jonathan, todo este tiempo estuvimos rasgando en la tierra —salimos del ascensor—, ¡cuando el agujero estaba ya hecho! ¡mira todo lo que podemos tomar! —miré por los cristales de las ventanas—. Incluso, podemos hacer más de la toxina.

—Ni idea de que esto existía —opinó sobre el sótano.

—Era donde Hugo Strange hacía sus experimentos extraños y castigos en los pacientes. Te lo garantizo por experiencia.

—Bien, iré a ver qué encuentro, antes de que me cuentes algo de tu vida otra vez, Pepper.

27 de enero de 2018. 7:46 p.m.

La toxina por fin estaba lista y teníamos más cantidad de la esperada. Nos movimos rápido por los pasillos y llegamos al cuarto principal de los ductos de aire acondicionado, acomodamos los contenedores en cada uno y ahora sólo faltaba hacer una llamada para que la toxina fuera liberada por alguien más. Nosotros teníamos que volver. Encendí el celular que le había robado a la mujer dos días atrás y avisé a mi culto para que se preparara para el ataque.

—Quería asegurarme — habló Crane, de repente.

—¿Qué? 

—Hace cuatro días, cuando recién salimos de las celdas y nos ocultamos en un ropero. Preguntaste por qué no te había soltado aun cuando el guardia ya se había ido. Bueno, la lámpara que él usaba se distinguía por la pared de enfrente.

—Oh... es más simple de lo que pensé —fruncí el ceño—. Creí que habías tenido una alucinación o algo así. Pero se agradece la explicación, me dejaste confundida —reí.

—Se notaba, por eso lo digo ahora. No pensé que fuera necesario explicarlo en el momento hasta que noté que conservabas la duda.

—Debemos volver ahora, antes de que socialicemos más —sonreí.

Como estábamos muy alejados del piso de nuestras celdas, decidimos volver a la bodega de uniformes para descansar. Nadie nos buscaría ahí de nuevo porque pensarían que no somos tan tontos para hacerlo, pero sí fuimos más inteligentes para hacerles creer eso.

28 de enero de 2018. 2:46 a.m.
Subimos hacia la ventilación con ayuda de las repisas y nos arrastramos entre todo ese polvo; huimos en la madrugada, tomando la ventaja de que no había tantos guardias. Unas cuantas telarañas y la textura pegajosa por la que íbamos pasando eran nuestros únicos obstáculos; pero era asqueroso, así que tomé las mangas del uniforme y las usé para no tocar nada con mis manos; a Jonathan no le importó qué tan sucio estuviera el lugar, sólo le preocupaba que la porción que había tomado de la toxina no se derramara del frasco, ya que la traía colgando de una soga corta sobre su cuello.

Al ver luz por la rejilla inferior de la ventilación, me acerqué y miré a través de ella para saber dónde estábamos: la Sala 28. ¿La recuerdan? Porque a mi me trae muchos recuerdos. Para recordar, la Sala 28 fue el lugar en donde Strange casi me mata con electrochoques; pero también hay una parte buena, Jerome fue a salvarme y me defendió, incluso siendo consciente de que podía perder su trabajo. Lo extraño demasiado...

Negué con la cabeza, carraspeé y giré hacia la izquierda, no quería llorar frente a Jonathan. Cuando habíamos llegado, sonreí y luego tomé la rejilla en mis manos, traté de quitarla y al no poder, simplemente la pateé y ambos saltamos. No llevé a Crane a su celda porque lo necesitaba en la mía para la primera hora, quería que él fuera quien le rociara la toxina a esa persona que iría a visitarme esa mañana. Sabía que lo haría en cualquier momento, en especial el día de mi cumpleaños.

—Toma —le lancé una almohada a la cara—. Duerme dónde quieras —me encogí de hombros y me dejé caer en la cama—. Oh, por cierto, no creas que estoy siendo grosera al mandarte a dormir al suelo. Créeme, es menos duro que la cama. ¡Buenas noches!

Y cerré los ojos. Simplemente me dormí, el hambre no había sido un obstáculo y había llegado viva a la mañana;  por "viva" me refería a lo que hubiera podido hacer Jonathan para matarme.
Horas más tarde, me levanté al escuchar mucho ruido desde afuera, los locos habían despertado y los guardias parecían no querer callarse. Luego, recordé el plan y rápidamente fui a despertarlo.

—¡Crane! —grité en voz baja, y lo agité—, ¡Crane!

Y al ver que no despertaba, le quité la almohada bruscamente y se golpeó en la cabeza.

—¡Crane, maldita sea!

—¡¿Qué?! —se levantó.

—Ya es hora, y tú estabas dormido —espeté.

—¿Hora para qué?

—Él ya viene a visitarme.

Me asomé por la ventanilla de la puerta, y al ver al guardia caminar por el pasillo hacia allá... 

—Muy bien, sólo ocúltate y espera a ver esto —le mostré mi puño cerrado, pero con el dedo meñique y el pulgar fuera, y él asintió confundido.

—¿Por qué esa seña? —preguntó, mientras se escondía y desataba el frasco de la toxina de la cuerda en su cuello.

—Desde mi punto de vista, parece una sonrisa —me encogí de hombros y volví a asomarme—. ¡Ou, ya viene! —retrocedí—. Uno...

El guardia tomó las llaves.

—Dos...

Las giró.

—Tres... —sonreí y me di la vuelta, al mismo tiempo que el guardia abrió la puerta.

—Crewell, tienes visitas —avisó.

—Dos visitas en la semana, ¡qué lindo! —dije, mientras me colocaban unas cadenas en las manos y salía.

Antes de que pudiera cerrar, lancé mi zapato —fingiéndose caerme— sin que el guardia se diera cuenta y la punta detuvo a la puerta, dejándole a Jonathan una ventaja para que pudiera seguirnos. Al llegar a la sala de visitas, noté que la entrada estaba sin supervisión, por algún motivo. Otro punto a mi favor, y ya verán por qué. También el cuarto estaba vacío y la luz de una única casilla alumbraba el lugar. Parecía una película de terror.

Antes de sentarme, cerré los ojos y presioné mis labios para evitar sonreír mucho, quería fingir emoción y felicidad por verlo.

Feliz cumpleaños, Pepper —habló desde el otro lado de la ventanilla.

Abrí los ojos y reí.

—¡Oswald, sí viniste! —expresé emocionada.

—No te iba a dejar sola en tu cumpleaños —sonrió—. Y, claro, quería ser el primero en felicitarte.

—Eres un buen amigo —sonreí—. Por cierto, ¿cómo ha estado Martín? ¿con quién está en casa?

Espero que esté bien...
Nuestro pobre niño, debe seguir muy preocupado...
¿Lo habrán herido ese día?
¿Cómo le habrá ido en las terapias? Porque no me gustaría que terminara como una personita...
No es momento de tus chistes...

—Ha estado algo triste porque te fuiste y por el hecho de que... —bajó la mirada—...te hirieron, casi te vio morir. Pero, ¡mira, te ves bien! —levantó la mirada y sonrió—. Sin moretones a la vista ni raspones, sólo espero que el dolor no te hubiera impedido nada.

—Me recuperé rápido, ¿verdad? —asintió.

—Martín está con Víctor y Layla. Iba a traerlo, pero es obvio que eso no sería bueno —hizo una mueca, y me reí por eso—. Y noté que recuperaste la memoria, ¡es grandioso! —rió.

—Sí, ahm... quería preguntarte algo, Oswald.

—¿Dime? —preguntó confundido, al ver que evadí el tema.

—¿Por qué no habías venido a visitarme antes? ¿Estabas ocupado con algo... o alguien? —puse ambas manos en la mesa.

—Sólo con el DPGC, no me permitían venir con la excusa de que intentaría sacarte. Además, estaba algo ocupado por el asunto de Sofía y... eso.

—¿Seguro que no hay algo más? —entrecerré los ojos.

—Estoy seguro —mostró una sonrisa cerrada.

—Pingüino mentiroso —di un golpe a la mesa—. Ya sé que Jerome está en Blackgate —tragó saliva—, pero, ¿quién llamó a Gordon ese día para que fuera a arrestarlo por posible abuso y secuestro hacia mi persona, si no había nada ni nadie en kilómetros?

Noté que las manos de Oswald temblaban levemente y las pupilas de sus ojos estaban contraídas, estaba tratando de calmar sus nervios y yo el enojo. El día en que mi memoria regresó y me enfrenté a Sofía Falcone, aun después de todos los golpes, seguía consciente, pero sin fuerzas para siquiera levantar los párpados; escuché cuando Oswald llamó a Jim Gordon diciendo que había visto a Jerome "secuestrándome" y que estaba herida, sólo para levantar cargos contra él.

—¿Sabes quién, Oswald? —pregunté con sutileza, pero no respondió—. ¡Admítelo! —golpe la mesa.

—¡Está bien, sí, fui yo! —elevó ambas manos.

Sentí una punzada en el pecho y un dolor en mi cabeza empezaba a crearse, no pensé que Oswald fuera capaz de hacerlo. No me refiero a que enviara a Jerome hacia Blackgate, eso no me sorprendería porque soy consciente de su odio hacia él, sino por el hecho de que se arriesgó a que me encerraran a mí también.

Me traicionó para salvarse
No, Pepper, él no hizo eso...
Sí lo hizo
Él te traicionó y no quiso mover ni un dedo para tratar de sacarte...
No te molestes con él, Pepper, es tu amigo. Tal vez viene justamente a eso...
Aún así, Oswald fue quién hizo que arrestaran a Jerome. Eso es traición...
Tú decides, Pepper. Amigo o un muerto más...

—¿Por qué? —pregunté dolida.

—Te lo he advertido muchas veces, Pepper, y sigues sin escucharme. Jerome. Es. Malo. Para. Ti —me señaló—. Las heridas, los golpes, los raspones, las quemaduras... —bajé la mirada al recordar mi accidente—. Todas fueron por él, te estás haciendo daño por una persona con la que no tienes futuro.

—No digas eso... —otra punzada más en la cabeza, y una lágrima por salir.

—Él nunca te va a querer porque eres la persona que le arruinó la vida...

—Basta.

—La persona que lo metió en tantos problemas...

—Por favor, ya —supliqué, y escondí la cabeza en mi brazo (que estaba sobre la mesa) para que no me viera llorar.

—Y con la que nunca podrá ser feliz —me miró molesto—. Porque tú no puedes darle una familia y mucho menos felicidad —se inclinó—, ¿cierto?

No quise levantar la mirada, se daría cuenta de que había encontrado mi punto débil. Todas las noches, cuando apenas había conocido a Oswald, me ponía a pensar sobre mi futuro con Jerome; quería formar una familia con él, darle hijos, pero, ¿qué ejemplo les daría? No serían normales, por supuesto, y a mí no me molestaría eso, pero a Jerome le preocuparía y a mí eso me avergonzaría. Luego, empecé a reflexionar sobre qué sería de ellos, tal vez delincuentes o asesinos como yo, vivirían infelices, me odiarían por arruinarles la vida con mi reputación. Sabía que no podría llegar a ser feliz al lado de Jerome de esa manera, por eso me hice la idea de "disfrutar mientras dure", deseando que nunca se acabe mi juventud y así poder estar con él. Soy consciente de lo errónea que es la idea, pero aún así me arriesgué y sé que temeré el momento en que todo llegue a su fin.

En cuanto a Oswald, normalmente no me había sentido mal por sus comentarios y lo hubiera enfrentado, pero que me echara en cara todo por lo que me había estado preocupando y lo que me había quitado el sueño varios días, que me hubiera lanzado una cuchilla donde más me duele. Oswald es mi amigo, no debería de hacerme sentir mal. Es mi amigo. Tiene que sufrir también.

—¿Ahora ves por qué te separé de él? —se incorporó en la silla—. Otra cosa que debo aclarar, es por qué me arriesgué a que te encerraran. Mira, sabía que si te llevaba conmigo no podrías sanar por toda la tensión que había en casa, tendrías que moverte para escapar de esas personas que querían matarte, los que estaban del lado de Sofía, y era obvio que no podías con todos esos golpes —recargué mi cabeza sobre mi brazo e hice la silla hacia atrás—. Si no fuera por ese problema, hubiera ido yo mismo a sacarte de ese auto.

Su mirada era dura. La mía era la débil que fingía ser fuerte. Me dolía la cabeza con tan sólo pensar en que tal vez podría tener razón, todo lo que hice fue para Jerome, y eso me ha herido física y mentalmente; pero también, él me hizo ser quién soy, me ayudó a ser más fuerte. Yo sola, nunca hubiera podido esparcir tanto miedo sobre la ciudad porque no tendría un propósito para hacerlo ni para motivarme. Pero ese sólo es un "hubiera", mi propósito realmente es él.

—Pepper, voy a sacarte de aquí... —susurró Oswald, a través de la ventanilla—. Pero ya no trates de buscar a Jerome, se acabó el juego.

En cuanto se levantó, miré por la ventanilla y vi a Jonathan detrás de él, con la toxina de las pesadillas lista para ser usada. Sonreí y cerré los ojos, después empecé a burlarme mientras recostaba mi cabeza sobre mi brazo y Oswald me miró extraño por eso.

—Estoy hablando en serio, Pepper. No volverás a...

—Me río porque eso es ridículo —me detuve—. Ni siquiera tú puedes hacer que lo deje. Y voy a ir con él, te parezca o no —me levanté.

—No, tú no vas a ir a ningún lado —espetó Oswald. Y le hice la seña a Jonathan—, porque voy a asegurarme de que...

Entonces, Jonathan tocó levemente el hombro de Oswald y lo hizo voltear, él lo miró confundido y de inmediato le roció la toxina de las pesadillas en la cara, haciéndolo gritar por el ardor y cayó al suelo. Del otro lado de la ventanilla, yo estaba rompiéndole el cuello al guardia, golpeando su cabeza contra la orilla de la mesa. Después, miré hacia la ventanilla y sonreí; le quité las llaves al guardia junto con su arma, me liberé de las cadenas y luego salí justo cuando los demás guardias estaban llegando, pero no me molesté en dispararles, ya que mi culto lo hizo a sus espaldas.

Abrí la puerta con tranquilidad y le hice un ademán a Jonathan para que se agachara. Sonreí y me enorgullecí cuando algunos de mis seguidores dieron volteretas y se deslizaron hincados al estar frente a la puerta, además de que llevaban atuendos muy coloridos y peculiares.

—¡Feliz cumpleaños, Pepper! —gritaron al unísono, mientras mantenían esa sonrisa en su cara, y me hicieron reír a mí también.

—Bello, ¡muy bello! —aplaudí y fingí limpiar una lágrima—. Les agradecería si supiera decir esa palabra —rodé los ojos, y ellos rieron—. ¡Ahora...! —llamé su atención—...necesito que me ayuden con algo, lleven a Oswald al salón de invitados especiales y enciérrenlo muy bien, porque no quiero que lo aten.

Señalé la puerta y unos cuantos fueron a llevarse el cuerpo de Oswald, al mismo tiempo que Jonathan salía del cuarto.

—Ah, y a mi otro amigo, Jonathan, denle un traje digno de su personalidad.

—¿Un traje cómo cuál, jefa? —preguntó una mujer.

—De espantapájaros —sonreí—. Felicidades, Crane, acabas de ganarte un papel muy importante en nuestro plan. Y te voy a consentir.

—¿De qué hablas? —se quitó la máscara.

—Algunas personas de mi culto se ofrecerán para ayudarte a crear más de la toxina con la que casi me matas hace tres días, en pocas palabras, la única que nos queda. Y así, podrán esparcirla por la ventilación después de que libere a los reos.

—¿El gas de la risa?

—¡Sí, ese! —sonreí maliciosa—. El manicomio será el primero en estar infestado, luego el DPGC, después la alcaldía, los centros públicos, etcétera. Hasta que, por fin, todos vean la vida con gracia...

—Jefa, preguntan si podemos liberar a los reos —dijo una chica, cubriendo la bocina de la radio que tenía en la mano.

—Hmm... —pensé—. ¡Que suelten a los reos! —elevé un brazo, y mi culto celebró.

Pronto, las celdas estuvieron completamente abiertas en nuestro piso y todos salieron. Los guardias no supieron qué hacer con tanto escándalo, volvieron a encerrar a los que pudieron, pero éramos demasiados y el culto los iba eliminando a mi paso. Empezó la fiesta de cumpleaños.

¡Pepper! ¡Pepper! —se acercó a mí un chico con una cámara—. No te olvides del video —sonrió malicioso.

—¡Ou, cierto! —alcé las cejas—. Bien, sólo déjame... —me estiré—. Ya, estoy lista. Dame esa cosa.

Con el objeto en mano, nos dirigimos a otros pisos, soltando pacientes, rompiendo cosas, matando gente, robando, todo normal. Llegando al primer piso, nos ocupamos de que todo estuviera en orden para la grabación.

—Avísenme cuando estemos al aire.

Después, moví mi corto cabello hacia atrás y encendí la cámara, mientras íbamos pasando por el estacionamiento del asilo.

—Listo, jefa —avisó otro chico, y asentí.

—¡Hola de nuevo! —saludé a la cámara—. ¿Por qué esas caras? ¡Ya volví! Y en mi mejor fase... —reí—. Ya saben que estuve muerta y bla, bla bla... Todo el mundo se enteró e hicieron un escándalo por eso —rodé los ojos, y fijé mi vista en el frente—. Pero ya no lloren, su querida Pepper les trae más juegos, más retos qué cumplir, y lo más importante... —volví mi vista a la cámara—... un cambio —sonreí—. Sólo piénsenlo —me encogí de hombros—, ustedes, mi culto, todos juntos, podremos comenzar de nuevo. Pero un artista no puede trabajar con algo que ya está manchado —miré al frente—. No... No, no, no, escuchen... —volví mi vista a la cámara—... necesitamos un lienzo en blanco, y yo se los voy a dar para que pinten la ciudad con algo más que sangre de egoístas. Sólo esperen una señal —sonreí—. ¿Saben? Un hombre gracioso me dijo hace tiempo: "Haz la risa y no la guerra", y yo le pregunté: "¿y por qué no ambos?"

Corté la grabación y lo último que se escuchó fue mi escandalosa risa, junto con una imagen de mí burlándome de las personas que verían los noticieros. No sabrán ni qué los incineró. Luego, pedí un celular para llamar a los sujetos que se habían quedado en el cuarto principal de los ductos de aire acondicionado.

—¡Muchachos, liberen la toxina! —grité en la llamada, al ver que la gran mayoría de los pacientes ya estaban libres.

—Jefa, empezará a esparcirse pronto, ¿nos ponemos las máscaras de oxígeno? —se acercó a preguntarme una chica.

—Sí, y pásame un par.

—Enseguida.

—¿De qué máscaras hablas? —preguntó Jonathan.

—Para... ¡oh, aquí están! —exclamé, cuando la chica me entregó lo que pedí—. Verás, ambos estamos conscientes de lo que hace la toxina —lo tomé por los hombros y giré—. Y ambos sabemos lo inmenso que es Arkham —vociferé—, así que... —me coloqué la máscara—...mejor prevenir.

Debajo de la máscara sonreí y por fuera, le extendí la suya a Jonathan; él la miró extraño por unos segundos por la forma en que estaba pintada, un payaso, pero al escuchar la primera explosión dentro del asilo, no dudó en ponérsela.

(...)

Una hora después, Oswald estaba en su mansión, tranquilamente dormido y con alguien observándolo, asegurándose de que la toxina funcionara; esa persona lo había llevado ahí porque quiso que estuviera seguro, pero que también se sintiera amenazado.

En el sueño de Oswald, que luego se volvería pesadilla, se encontraba él caminando por un laberinto sin rumbo fijo; no quería encontrar la salida, simplemente estaba buscando algo dentro del laberinto. O a alguien. Luego, al girar por un pasillo, sintió la necesidad de voltear hacia su izquierda y lo hizo, pero no le gustó para nada lo que vio: era Jerome, sujetando fuertemente a Pepper y amenazándola con una cuchillo en su cuello. Él lo miraba furioso, pero aún así sonreía; ella lo miraba con miedo, tenía una mueca en el rostro y unas cuantas lágrimas en sus mejillas a diferencia de su sonrisa habitual y sus ojos luminosos.

—Pepper... —pronunció muy desconcertado y asustado, dando algunos pasos al frente.

Jerome no intentó detenerlo, todo lo contrario, eso era lo que quería: que viera morir a su amiga más de cerca. A medida que se acercaba, el laberinto se caía a pedazos y se transformaba en una casa de espejos, haciendo más terrible la situación.

—Debí escucharte... —sollozó ella, con los ojos cerrados—. Debí hacerlo...

—Pepper... —Oswald la miró con tristeza. Luego, enfrentó a Jerome y lo miró a los ojos—. Suéltala.

—¿Y por qué te obedecería? —preguntó.

—Sé que esto es un sueño, yo puedo controlar todo si me concentro.

—Entonces, ven y quítamela —lo retó Jerome.

Él estaba decidido a moverse, pero Pepper le advirtió que no lo hiciera:

—¡No, espera! —gritó.

—¿Qué? —frunció el ceño.

—Mientras más te mueves, el cuchillo más se acerca a mi cuello —dijo preocupada.

—¿Qué...?

Jerome rió.

—Ya oíste, Pingüino. Un centímetro más y adiós Pepper —dijo, con tono burlesco—. Aunque odiaría tener que matarte, ¿sabes? —le susurró en el oído a Pepper, y ella no pudo alejarse.

—¡Déjala en paz! —le gritó Oswald, aún más enojado.

—Está bien —se separó—, lo haré. Pero sólo tengo una cosa más que decir...

Entonces, pasó lo peor. Cuando Jerome quitó su brazo del cuello de Pepper, no separó en ningún momento el cuchillo de su piel y terminó por matarla, otra vez, derramando sangre por todos lados y dejándola caer en agonía.

—Qué mala palabra elegiste.

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Disculpen que esté muy largo el capítulo, me dejé llevar porque estaba muy inspirada esa noche y no vi el número de palabras que tenía cuando lo publiqué 

Pensé en dividirlo en dos partes, pero ya había comentarios y no quise que se borraran :(

Gracias por leer tanto JAJAJAJ

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