Capítulo 30: Hijos de Arkham Parte 3
—Entonces, ¿qué dices? —sonreí—, ¿vas a ayudarme, o te perderás la fiesta?
Jonathan se detuvo a pensar y cuando creí que respondería, la alarma para que los guardias llevaran a los pacientes a sus respectivas celdas sonó; y como nosotros estábamos cerca de la puerta, fuimos de los primeros en irnos.
—¡Quiero tu respuesta mañana, Crane! —le grité, antes de que doblara por la esquina.
Antes de llegar al pasillo de mi celda, pasamos por el lugar donde guardaban los expedientes de los residentes, la única parte donde no había más de tres cámaras. Se me ocurrió la idea de escabullirme ahí y tomar el archivo de Jonathan, tal vez podría haber algo que me ayudara a convencerlo de hacer la toxina, algo con qué manipularlo y entrar en sus recuerdos, porque por más observadora que pudiera ser, mi esfuerzo no vale nada ya que él es muy cerrado y es difícil adivinar quién es realmente.
Así que, me moví de costado para golpearle el estómago a la guardia que me estaba escoltando y cuando iba a usar su paralizador conmigo, le golpeé la cara con mi rodilla y después azoté su cabeza contra el suelo con ayuda de mi pie. Si quisiera escapar de Arkham, ya lo habría hecho, pero es parte de mi plan estar aquí. Luego, le quité las llaves y liberé mis muñecas, aunque fue bastante difícil. De inmediato, miré hacia la cámara y me percaté de que sí había captado todo lo que había hecho, a pesar de que se suponía que ésa estaba descompuesta; me metí en la oficina y los ilusos entraron en pánico.
—Shh, shh, shh, shh, shh... —advertí—. Jonathan Crane. Quiero su archivo.
—No tienes un arma —dijo una mujer.
A pesar de su tono duro conmigo, ella estaba asustada. Hice una mueca ante lo que había dicho, era verdad, no tenía un arma, hasta que tomé un par de tijeras del escritorio y se las incrusté en la espalda al sujeto arrodillado frente a mí, luego lo empujé al suelo y dejé que se desangrara.
—¿Ya? —arqueé una ceja.
Al instante, las secretarias comenzaron a buscar en los cajones entre cientos y cientos de carpetas, mientras yo estaba recargada en uno de los escritorios esperando a que terminaran, aunque por dentro estaba algo inquieta, seguridad no tardaría en llegar.
—A-aquí está —dijo la mujer de antes, entregándome la carpeta con su mano temblorosa. Sólo sonreí y se la arrebaté.
A los guardias ya podía verlos venir por el pasillo, no tuve de otra más que esconder el archivo rápidamente en mi espalda por dentro de mi segunda blusa, después asomé mi cabeza por la puerta y fingí querer huir.
—¡Quieta! —gritó un guardia, y me tomó de la muñeca para luego colocarla en mi espalda, haciendo que la carpeta se moviera un poco.
—Auch —vociferé—, auch, auch, auch, auch...
Todo el camino hasta mi celda estuve quejándome. Al estar ahí, el guardia me empujó adentro y cerró la puerta con fuerza, haciendo que me estremeciera y lo mirara mal. Odio que azoten las puertas, aunque a veces yo lo haga. Por el resto de la tarde, me quedé leyendo el archivo de Jonathan, pues no iban —¡ni locos!— a sacarme después del alborote que hice a la hora del desayuno. Seguí buscando algo interesante, pero no había mucho qué leer en su archivo: había una lista un poco larga sobre su historial de homicidios, diagnósticos, medicinas que le proporcionaban, veces en las que lo habían sacado de Arkham y había permanecido, así como... ¿su historia? ¡Bingo!
—¡Bingo! —grité, en voz baja, y empecé a leer.
En el archivo se contaba poco sobre su vida personal, que sólo se sabía que ayudaba a su padre a realizar toxinas contra el miedo y que experimentaba con él mismo, causando cierto miedo a Jonathan de su padre, pero aún así lo quería. A medida que iba leyendo, me di cuenta de que su padre era la clave, así que empecé a buscar hojas donde hubiera algo relacionado. Fue una tarde entretenida.
Llegó la noche, tenía mucha hambre y el momento en que sonó la alarma para la hora de la cena fue como escuchar... ahm... no tengo nada, sólo sé que fue un alivio escucharla.
Los guardias abrieron las rejas, salimos en fila y nos llevaron a todos al comedor. Al estar dentro, lo primero que hice en vez de ir por una bandeja y que me dieran esa cosa que llaman "comida", busqué a Jonathan con la mirada, pero no aparecía por ningún lado. Di vueltas para buscar en diferentes ángulos, hasta que en una de ellas sentí que mi pie y mi espalda habían golpeado algo, me giré y vi que era él, mirándome con una ceja arqueada, con su máscara en una mano y unos pedazos de carbón en la otra.
—Uy... —musité al pensar que estaba molesto.
Él sólo me rodeó y fue hacia la misma mesa que antes para dibujar. No entiendo cómo es que no le han quitado la máscara o la toxina.
Debió esconderlas a la hora de la revisión de residentes...
—¡Oye, saco de papas! —me acerqué a zancadas, y me senté en frente—. ¿Ya lo pensaste?
—Le veo muy poca esperanza a tu plan —dijo, sin mirarme.
—Eso es porque no ves al fondo, no sólo te veas a ti, ¡mira a la ciudad en llamas! Personas pidiendo misericordia, la desesperación, el caos... —expliqué, mientras sonreía y jugaba con mis manos—. Imagínatelo.
No dijo nada.
—¿Quieres algo más alentador? De acuerdo, piensa en cómo Jim Gordon se retorcerá con todo eso... —borré mi sonrisa—... y tú tendrás venganza para tu padre.
De repente, se levantó y con una mano me tomó del cuello, comenzó a presionar y me miró con mucho odio. Los demás se sobresaltaron, pero no quisieron meterse en problemas y se quedaron ahí mirando; por parte de los guardias, esperaron a que la cosa se pusiera más turbia para usar los nuevos paralizadores que les había dado el jefe del asilo.
—Tran-quilo... —dije con un tono agudo por la falta de aire, sosteniendo su muñeca para evitar que hiciera más presión.
—¿Qué sabes tú de mi padre? —espetó.
—Suél-tame... y te diré tod...
Antes de terminar mi frase, fingí desmayarme y lentamente me soltó.
—Ni siquiera te presioné tanto —reprochó, y se cruzó de brazos.
Los guardias vieron eso como falsa alarma y se pusieron de espaldas a la reja de nuevo, algunos nos siguieron mirando y otros simplemente nos ignoraron desde el principio.
Luego, me incorporé en la banca hasta estar sentada y solté una risotada.
—¿Qué tal mi actuación? —sonreí.
—Pésima.
—Gracias. Ahora, siéntate si quieres saber cómo averigüé lo de tu padre —lo señalaba, y él se sentó—. Retrocedamos el reloj unos cuantos minutos, al momento en el que te dije que obtendrías venganza. Sé que él fue una persona muy importante para ti —dije con tono triste al final, aunque en realidad, por más que intenté, no pude sentir lástima—. Por eso, necesito que hagas una toxina que pueda controlar las pesadillas de otra persona y una más que sea igual a la que trataste de usar conmigo hoy.
—¿Luego de eso? —preguntó.
Ya estaba interesado.
—La pondré en el aire acondicionado, la toxina de las pesadillas la conservaré y liberaré a los reos —dije en voz baja, y sonreí.
—¿Y eso de qué serviría? La gran mayoría son tan estúpidos que la policía atraparía a la mitad en unas horas —opinó.
De hecho, esas personas con la mente podrida las usaría para que mis seguidores los guiaran al departamento de policía y cubrieran las entradas, así estarían rodeados y cada enfermo les estaría causando problemas de alguna manera. Así que, para convencerlo, me decidí a manipularlo una vez más.
—Todos somos hijos de Arkham, Jonathan... —dije, con la voz ronca—. ¡Tu padre los hubiera liberado! —grité en voz baja, y golpeé la mesa con mi puño.
El chico bajó la mirada; sabía que su padre tenía la intención de curar las enfermedades mentales, con métodos extremos si hacía falta, pero justamente eso lo llevó a la muerte. Su madre, por otro lado, siempre parecía compadecerse de ese tipo de personas, diciendo que ellos no tenían la culpa de sus acciones, que sólo necesitaban ayuda profesional y mucha comprensión, que si fuera por ella los dejaría vivir al lado de las personas ordinarias.
Esto que acabo de mencionar, no es algo que leí en un documento limpio y presentable, sino en una carta manchada, de papel arrugado y tinta que ya casi no se veía, pero que se conservaba en un protector de hojas. Según lo que decían los reportes siguientes, fue una carta escrita por la misma madre del chico para su padre, no queda claro el contexto, no sabía si ellos habían tenido un problema o una discusión que la haya hecho expresarse de esa forma sobre el tema, pero era muy interesante saber en qué ambiente familiar creció una persona como él.
Luego, me acerqué un poco más y le susurré:
—El padre que Jim Gordon asesinó frente a su hijo... —tensé la mandíbula, y luego cambié mi semblante para sonreír—. Entonces —me balanceé hacia atrás—, ¿qué dices?
—Estará lista un día antes si me consigues tiempo para los materiales —contestó con un tono serio. Más serio que de costumbre. No me miraba.
—No duermas esta noche.
(...)
Blackgate. 8:30 p.m.
—¿Jerome Valeska? —habló el guardia mientras abría la puerta de su celda, y el susodicho levantó la mirada—. Tienes visitas.
Deslizó la reja y Jerome salió. En su rostro no mostraba ninguna expresión más que tristeza y dolor, tristeza por los problemas en los que se había metido su otra personalidad y que él no podía arreglar, y dolor por un golpe en la quijada que le había dado su antiguo compañero de celda, quien fue transferido porque el otro intentó asesinarlo a golpes. Todo en el primer día.
El guardia le puso unas esposas para caminar por los pasillos con la seguridad de que él no intentaría escapar, obviamente. Pasaron por las otras celdas, y Jerome lo único que escuchaba eran burlas, le gritaban loco y enfermo, lo apodaban "Pelirrojo Estocolmo", le decían niño por su edad, incluso mencionaban cosas depravadas de Pepper. A él no le importaba, estaba acostumbrado a las burlas, pero si tenía la oportunidad, estrangularía a esos hombres enfermos que hablaron de Pepper. Sí, él mismo, no el otro.
Al pasar la sala de visitas, Jerome frunció el ceño y miró hacia atrás. El guardia, al ver su confusión, le explicó:
—Te espera en el patio, no quiso verte adentro por una razón.
—¿Cuál? —preguntó, confundido.
—Que estuvieras tranquilo.
Jerome no sabía quién podría ser. No podía ser ella, por obvias razones. Oswald mucho menos, él hubiera ido a verla primero. Pero, ¿quién desperdiciaría su tiempo en ir a visitarlo a él? Sólo un policía arriesga una noche de sueño por cualquier cosa importante.
Después, pararon al estar frente a la puerta de metal, que al otro lado tenía una reja. El guardia dejó ver su identificación y les abrieron para ir al patio. A lo lejos, que comenzaba a estar cerca, vio una figura sentada en una de las bancas y de brazos cruzados, quieto, viéndolo. Cuando estuvo a centímetros, empezó a sentir que su cuerpo ardía del coraje, pero se resistió y se quedó quieto.
—Hola, Jerome —saludó Jim, mientras el guardia rodeaba la mesa para sentar al pelirrojo del otro lado.
El guardia le quitó las esposas, se mantuvo atrás y Jerome se dejó caer en la banca.
—Hola —saludó, mostrando una sonrisa falsa.
—¿Todo bien? —preguntó, colocando ambas manos sobre la mesa.
—¿"Todo bien", Jimbo? —lo miró molesto—. Estoy en una cárcel...
—Pues, yo sólo venía a ver cómo estabas, es tu primer día y... bueno, ya he estado aquí —dijo Gordon, con cierto tono de lástima.
«Él te puso aquí...», le susurró una de las voces.
—Tú me pusiste en este lugar —repitió Jerome—. No vienes a ver cómo estoy, estás buscando información para hallar una manera de controlar mi otra personalidad.
—Está bien, es cierto —acomodó su saco y se inclinó—. Ahora que me atrapaste, ¿por qué no dejas los rencores por un momento y me dices qué es lo que te pasa?
—No soy idiota.
—Intento sacarte de aquí, Jerome —dijo molesto, frunciendo el ceño—. Podría conseguir pruebas de que eres inocente si tan sólo me explicas la verdad. En mi vida, he conocido a muchas personas con las que fui amable alguna vez y terminaron siendo criminales. Espero que ese no sea tu caso.
—¿Quieres escuchar la historia? Bien, primero contéstame algo, ¿por qué ibas llamar a Bruce Wayne después de esto? —preguntó, señalando el pequeño recordatorio que se mostraba en la pantalla de su celular; giró levemente su cabeza y luego miró a Jerome.
—Sólo...
—La verdad por la verdad —interrumpió, y Jim suspiró frustrado.
—Hecho, la verdad por la verdad. Yo vine a hablar contigo y Bruce con Pepper.
—¿Por qué haría eso? ¿Y por qué ella? —preguntaba molesto.
—Imaginé que, como yo te conozco más, estarías dispuesto a responder las preguntas que te haré. Además, Bruce está interesado en lo que pasa por la mente de esa mujer y en lo que planea —explicó el detective.
—Quiere ser el héroe, ¿cierto? —se inclinó—. Dile a ese niño no hay lugar para héroes en Gotham.
—Deja de hablar por él.
Esas últimas palabras no eran de Jerome.
—Ah, me atrapaste —dijo él, en un puchero y sonriendo.
—Devuélvelo, o irás a tu celda —lo miró mal—. Sabes que soy el único que puede hacer que ambos estén fuera, si yo así lo quiero —sonrió victorioso hacia él.
—Bien... —gruñó el otro, y dejó salir a Jerome, quien soltó un suspiro pesado cuando volvió—. Dejé de respirar por un se-segundo... ¡Y eso antes no pasaba! —lo miró asustado.
—No te alteres. Sigue neutral, como siempre has podido —lo motivó Jim.
—Hablando de eso, tengo que contarte sobre... —señaló su cabeza—... mi defecto. Mi padre me golpeaba mucho, demasiado, y mi madre me encaprichaba, pero nunca le dijo a él que parara. Yo... sólo quería paz, estar en mi propio mundo, ese lugar fantasioso de mi mente en donde era la persona más inteligente, quería que me dejaran seguir con mis estudios y hacer las cosas por mí mismo. No me importaba que me golpearan y no quería que me consintieran, sólo quería seguir mi vida... —dijo Jerome, cabizbajo—. Entonces llegó ese día.
Gordon se cruzó de brazos.
—Estaba en secundaria, tenía dieciséis. Unos sujetos fastidiaron a mis amigos y me molesté más de lo que creía poder, así que tomé un bate de béisbol del cuarto de gimnasia, ya sabes, los lugares donde guardan cuerdas y pelotas de todo tipo de deporte. Después, los esperé hasta la hora del receso y... —Jerome pasó una mano por su cabello y la mantuvo ahí mientras recargaba su codo—... casi lo-los mato a golpes.
—¿Casi?
—Los maestros se dieron cuenta. Todos fueron contra mí... —hizo una mueca—. Llamaron a mis padres y desde afuera de la puerta, pude escuchar que la directora les sugirió un diagnóstico psicológico. Claro que me sentí mal. Me suspendieron de la escuela y fuimos directo con una de mis tías, quien era psiquiatra, y ella me hizo el diagnóstico. A mi padre no lo dejaron hacerlo porque pensaban que podría hacerme pasar todas las pruebas y aparentar que no tenía nada de malo. Después de casi un mes, mi tía les dijo a mis espaldas que tenía rasgos de varias enfermedades mentales, así que me llevaron a un centro de salud mental para jóvenes.
—Espera, ¿estuviste en...? —pensó un momento—. Pensé que eso sólo eran rumores —opinó Jim, algo sorprendido.
—Se supone que no debes de pensar en eso ahora que te lo dije —alzó las cejas—. El primer día fue horrible. Para empezar, la mayoría eran mujeres y algunas parecían tener... no sé, una especie de ninfomanía. No paraban de insinuarme cosas.
—Qué infierno...
—A ti también te perseguían las mujeres, ¿verdad? —preguntó Jerome, sonriendo un poco.
—No quiero a presumir —rió—. ¿Luego de eso? ¿Cómo saliste de ahí?
—Una enfermera, ya algo mayor, se compadeció de mí y me enseñó a controlarme, me educó como mi madre nunca lo hizo y me convertí en la persona estable que conociste. Al cumplir un mes y medio de lo sucedido en la escuela, salí del centro y volví a mis estudios, pero en otra escuela, lugar donde demostré más que los demás y me subieron de nivel de estudios. De ahí que yo sea tan joven y ya esté trabajando como psiquiatra —sonrió un poco—. Bueno, trabajaba...
—Si detenemos a Pepper, recuperarás tu trabajo —afirmó el detective—. Ambos sabemos que, aun estando tras las rejas, esa mujer tiene un as bajo la manga.
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Les dejaré esto y me iré...
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