Capítulo 27: Otra vez tú
Al día siguiente, en el hospital...
Eran casi las tres de la tarde, y Jerome ya estaba listo, a pesar de que había llamado a Edward para que fuera por él a las 3:30 p.m.
Cuando comenzaba a arrepentirse de tomar tanto tiempo de anticipación, Edward ya iba por el pasillo hacia su cuarto.
—Knock, knock —repitió Nygma—. ¿Estás listo?
—Sí —respondió, algo agitado.
—¿Seguro?
—Vámonos ya —dijo Jerome, evadiendo la pregunta, y se levantó.
Estaba muy, muy, muy nervioso. Tenía miedo de que algo no saliera como había pensado y quedara mal con Pepper; tenía miedo de que ella no lo reconociera nunca. Todo le daba vueltas y por más que trató de distraerse durante el camino, su nombre le invadía la mente y no lo dejaba en paz.
Al mismo tiempo, en otro lugar...
—¿Cómo es que Oswald leyó todo esto en una semana? Él sí que no tenía nada qué hacer —dijo Pepper a sí misma, pasando rápidamente las hojas de una libro de filosofía que Oswald le había recomendado.
Pepper había estado pasando las tardes en la mansión bastante aburrida, los días le parecían pesados porque no los sentía transcurrir, estar en ese lugar comenzaba a ser desesperante para ella. Pero lo que no sabía, era que ese mismo día de enero, todo iba a cambiar. Todo.
Se escuchó que alguien llamaba a la puerta de entrada repetidas veces, hacía pausas breves y volvía a tocar; no pudo imaginarse quién era y le dio curiosidad, así que salió de su habitación y se mantuvo en el marco de la puerta hasta que volviera a escuchar los golpes. Martín salió también y se mantuvo detrás, enseguida, ella sintió la mirada y se giró al niño, quien traía puesto un traje blanco, bueno, ya no tan blanco por las manchas de pintura en todos lados.
—¿Asustado? —le preguntó, en tono de broma para tranquilizarlo, y él negó con la cabeza sonriendo.
Tres golpes más.
—Escucha, Martín, quédate aquí, voy a revisar que todo esté bien.
Él negó con la cabeza frenéticamente y tomó su lápiz para escribir algo, luego le mostró la libreta a Pepper y leyó: «Es peligroso. Dejemos que El Pingüino se encargue», leyó en voz baja.
—No te asustes, sí puedo recordar cómo defenderme —dijo, sonriéndole—. No va a pasar nada, te lo prometo.
La miró con semblante preocupado y Pepper le acarició el hombro. Cuando ella estaba dispuesta a bajar por las escaleras, Martín tomó su mano y la hizo voltear; Pepper frunció el ceño al ver que él sacaba algo de su bolsillo izquierdo: una daga. Ella se sorprendió al ver ese objeto en las manos del niño, quien de inmediato escribió algo en su libreta y se la mostró: «Me la dio El Pingüino cuando Sofía Falcone nos perseguía, me dijo que la usara sólo para protegerme. Úsala para ti, Pepper», leyó en su mente.
Sin pensarlo dos veces, tomó la daga y la admiró unos segundos, hace tanto tiempo que no sostenía un arma y posiblemente le daría uso en unos minutos. Al escuchar que Oswald abría la puerta, ella le indicó con la mano a Martín que se escondiera con Lou en su habitación y no saliera; hecho esto, bajó lentamente y se detuvo en el escalón donde sólo se alcanzaban a ver los tobillos de Oswald.
—¡¿Cómo se atreven a venir aquí?! —escuchó a Oswald gritar en voz baja—. Sobre todo tú, después de traicionarme y ponerte de su lado.
—Quiero ver a Pepper —escuchó, ahora de una voz más gruesa; pero la sorpresa que la hizo abrir tanto los ojos cuando aquel sujeto dijo su nombre, no se comparaba ni siquiera con la que sintió al ver su casa después de varios meses.
—Sigue queriendo —le espetó.
—Oswald, no hay peligro —ahora, escuchó una tercer voz que sí le parecía conocida—. De todas formas, ella no lo recuerda.
—¡Shh! ¡Baja la voz! —gritó Oswald, en voz baja—, ¡Pepper podría estar escuchándonos ahora mismo!
«Si supieras que estoy aquí», pensó ella.
Cuando comenzaron a discutir, asomó su cabeza, pero no pudo ver bien de quiénes se trataban; así que, segura de que nadie la vería, se subió a la barandilla y se sostuvo de la misma para recuperar el equilibrio, después empujó todo su cuerpo desde ahí y deslizó al final de la escalera, centímetros antes de que eso pasara, tomó impulso y saltó en dirección a la primera la sala. No fue una caída muy bien calculada y llegó a golpear su espalda con la esquina del sofá, además de rasparse un poco los brazos. Qué bueno que no usaba vestido ese día. Se puso de rodillas y accidentalmente, golpeó su cabeza contra el reposabrazos del sofá.
—Agh... —murmuró—. ¿En serio?
Mientras aún se escuchaba la discusión de Oswald con los otros dos sujetos, se arrodilló en la alfombra y tomó la daga. Al estar de pie, se acercó a la pared y asomó su cabeza por la orilla de ésta: pudo distinguir al sujeto que una vez habló con ella sobre sus recuerdos, Edward; pero al otro no lo vio, pues Oswald le cubría rostro con el paraguas que tenía en el aire para amenazarlos. Pepper gruñó y dio un golpe leve en la pared, después se agachó y fue hacia la cocina.
—Psst... —llamó Pepper desde el suelo—, ¡señora Anwhistle, aquí! —gritó, en voz baja.
—Ay, mi niña... —dijo Layla, en voz baja, dejando de lavar los platos y se inclinó hacia ella—... la próxima vez que quieras un bocadillo, no te arrastres por el suelo.
—No, no, no, no entiende... Vine aquí para preguntarle quiénes son los sujetos de la puerta... —murmuró.
—Mira, corazón, no tengo ni la menor idea —Pepper bufó—, pero el señor Cobblepot me dijo que no te dejara bajar por ningún motivo... —susurró.
—¿Por eso usted no fue a abrir la puerta?
—Así es, él dijo que se encargaría. Y como ya estás abajo, quédate escondida aquí en la cocina, ¿de acuerdo? —murmuró Layla, y sonrió con amabilidad.
Cuando la ama de casa le dio la espalda, gateó a escondidas hacia la pared y asomó su cabeza de nuevo, pero esta vez, él la vio.
—¿Pepper?
De inmediato, ella volvió a su escondite para que Oswald no la viera; su respiración comenzó a alterarse, pues ya había visto al pelirrojo antes, con Brissa ese día en el parque, y en sus pesadillas. No sabía qué sentir y mucho menos qué hacer. Layla se sorprendió al igual que ella, y casi dejó caer un plato al suelo; ambas se miraron, esperando a que la otra reaccionara, pero estaban igual de nerviosas como para siquiera parpadear.
—¿Pe-Pepper? —volvió a llamarla, y ella comenzó a temblar de lo agitada que estaba—. Oswald, déjame entrar.
Pepper se paralizó.
—Estás alucinando, ella no está aquí.
Al escuchar el tono molesto de Oswald, Layla ya se daba por despedida y mejor continuó lavando el último plato que limpiaría en esa casa. Por otro lado, Pepper desvió la mirada hacia las escaleras para vigilar que Martín no hubiera bajado, sin embargo, sí lo hizo. Él estaba sentado en uno de los escalones, escondido, mirando todo lo que pasaba desde los pequeños espacios que había entre las barras de la escalera.
—¿Crees que soy idiota?
—Desde el inicio, Jerome...
"Doctor Jerome Valeska, supervisando a la paciente #36912..."
"¡Jerome Valeska! ¡No olvides ese nombre!"
"¿Recuerdas a Jerome Valeska?"
—Jerome... —murmuró Pepper, con los ojos muy abiertos ante lo que acababa de recordar.
Claro, no todo había vuelto, pero por lo menos recordaba a su Jerome. Por la actitud de Oswald, supuso que él lo odiaba, así que pensó en fingir que no lo conocía para mover el siguiente peón en su plan. Decidida a verlo cara a cara, respiró profundo, dejó la daga de Martín en el suelo y salió.
—Señor Cobblepot, Martín pregunta si ha visto... Ah, hola —saludó Pepper, escondiendo toda la emoción que le daba escalofríos en el cuerpo.
Jerome no tenía palabras. La tenía tan cerca, ¡a centímetros de distancia! Pero aún así no podía alcanzarla, quería rodearla con sus brazos y llevársela lejos, pero todos sabemos quién no dejaba que éso pasara; su respiración era descontrolada y apenas si parpadeaba, al igual que Pepper, la diferencia es que ella pudo disimularlo.
—Buenas tardes, Pepper —habló Nygma, a lo que el Pingüino miró molesto—. Ya nos conocíamos —le dijo a él, y se acercó para estrechar su mano con ella.
—Sí, ya lo sabía... —gruñó Oswald.
Al ver que Jerome no reaccionaba y aún tenía la mirada clavada en la castaña, le dio un leve golpe con su codo en el brazo y él parpadeó varias veces.
—Ah-ahm... —carraspeó—. Jerome Valeska, me da... gusto conocerte —le sonrió, y estrechó su mano fría con la suya.
«Gusto en conocerte otra vez, Pepper...», pensó él.
En ese momento, notaron que no querían soltarse las manos luego de estrecharlas. A Oswald le molestó, pero a Edward le emocionó, tal vez ella sí lo estaba recordando o se había enamorado otra vez. "Amor a primera vista", claro está que ése no fue el caso.
—Mi nombre es Pepper. Ah... —miró a Oswald—. ¿...Crewell?
—Claro —asintió Jerome.
—Y... ¿quiénes son ellos, señor Cobblepot? —preguntó, fingiendo otra vez con su actitud.
—Ellos son...
—Unos amigos —interrumpió Edward.
—Sí —vociferó Oswald—, y ya se iban. Sólo pasaron a saludar, ¿verdad, amigos? —alzó las cejas.
La manera en que él enfatizó la palabra "amigos", significaba en realidad "escorias humanas". A ambos les llegó el mensaje.
—Es de mala educación decirle a las visitas que se vayan —recalcó Pepper.
—Exactamente —Oswald asintió—. Alto, ¿qué?
—¿Por qué no nos acompañan a cenar esta noche?
—¡¿Disculpa?! —dijo sorprendido.
—Por mÍ está bien —respondió Jerome, vagamente; su sonrisa quedó marcada en su rostro todo el tiempo que estuvo mirándola, al igual que ella. Por otro lado, estaba Oswald, mirándolos con desprecio.
Entonces, mientras ellos estaban distraídos, Edward sacó de su bolsillo la libreta donde apuntaba los acertijos que se le ocurrían y una pluma, para después escribir: «Si dices que no, me encargaré de que Pepper recuerde todo y te vea como su enemigo». Luego, elevó la libreta en el aire y al Pingüino le llamó la atención, al terminar de leer lo que decía, abrió los ojos furioso, no le gustaba que lo amenazaran; así que, le arrebató la libreta y la pluma y escribió: «¡Bien! Pero no piensen que los dejaré verla de nuevo. Dile a Jerome que no se haga ilusiones». Edward, al terminar de leer, sólo sonrió en señal de burla. Oswald no tenía ni idea.
—También yo —vociferó Ed, guardando la libreta y la puma en su bolsillo de nuevo.
—Cambié de opinión —habló Oswald—, pueden venir a cenar a las ocho.
—¡Perfecto! —dijo emocionada—. Entonces, los esperamos.
—Está bien —aprobó Jerome, aún mirándola hasta el punto en que logró que se sonrojara.
—En fin —habló Nygma, y tomó del brazo a su acompañante—, ¡nos vemos en la noche!
—Ah-ahm... ¡Hasta luego, Pepper! —gritó el pelirrojo, al darse cuenta de que estaba siendo arrastrado hacia la salida.
—¡Hasta pronto...! —se despidió con la mano—... Jerome —sonrió.
—Qué groseros, ninguno se despidió de mí —dijo Oswald, mientras cerraba la puerta y Martín bajaba a toda velocidad por las escaleras.
Pepper se sobresaltó al sentir que la abrazaba, manchando un poco su ropa con la pintura; cuando iba a preguntarle el porqué, él elevó su libreta: «¡Pensé que te asesinarían! ¿Quiénes eran?». Al terminar de leer, negó con la cabeza y rió.
—Gracias por preocuparte —le sonrió—. Sólo son unos amigos, hoy vendrán a cenar.
Al escuchar eso, frunció el ceño y miró hacia Oswald.
—Lo que dijo Pepper, esta noche tendremos visitas —dijo, y luego rodó los ojos—. Así que... ven, vamos, te ayudaré a escoger tu ropa.
Martín volvió a mirar a Pepper, y ella le señaló con su cabeza que lo siguiera.
(...)
La noche ya había caído, y mis nervios aumentaban a medida que miraba el reloj, aunque todavía faltaba media hora para que llegaran. Decidí cambiar mi ropa a algo más formal, por eso elegí un vestido largo de color rojo que había encontrado en una de las habitaciones que, se suponía, estaban cerradas; además, me trencé el cabello de un lado.
Layla estaba en la cocina preparando la cena, Martín estaba en la sala de estar jugando con Lou y Oswald estaba en el comedor, acomodando los cubiertos; supe que algo tramaba al querer ponerlos él en vez de dejar que Layla lo hiciera. Por eso, al estar lista, bajé a la cocina con el pretexto de ayudar al ama de casa, sabía que me diría que no y tendría que irme, lo que sería oportunidad para "entrar y salir" con nuevos cubiertos y acomodarlos yo misma en la mesa cuando Oswald fuera a buscar el vino indicado.
Fui a darle un vistazo al niño; verlo jugar con Lou, ser feliz, me provocaba una sensación extraña. Lo quería como a un hermano, al igual que a Oswald, pero a veces sentía mucho cariño por él.
De pronto, Oswald pasó a mi costado y escondí los cubiertos del otro lado de mi cuerpo, fingiendo que no lo había visto. Cuando por fin se fue, me dirigí hacia la mesa e intercambié los cubiertos, al observarlos con detalle, me di cuenta de que sí tramaba algo: dos pares estaban envenenados y otro par tenía una especie de sedante alrededor. Tensé la mandíbula y antes de que pudiera ir a tirar esos cubiertos a la basura, tocaron la puerta; me paralicé unos segundos, volvieron a golpear y le dije a Layla que yo abriría para que sirviera la cena. Un pretexto. Antes de abrir, pasé una mano por mi cabello y sacudí mis brazos, luego... estaba él frente a mí.
Y el otro sujeto...
—Buenas noches, Pepper —saludó Edward.
—Ho-hola, Pepper —saludó Jerome, y dio una mirada rápida a mi vestido de abajo hacia arriba. Creo que se sintió un pervertido después de eso, lo vi tragar saliva y se puso más nervioso.
—Hola —sonreí—. Sean bienvenidos, pasen.
—Gracias —agradeció Edward.
Cuando entraron y ninguno miraba, lancé los cubiertos por la puerta y rápidamente la cerré antes de que alguien lo notara.
—Por aquí —caminé frente a ellos y los guié al comedor—. Siéntense, por favor.
—Es un bonito lugar —dijo Jerome.
Como si no hubiera estado aquí antes...
Déjalo en paz, se supone que nada pasó...
Al escuchar esas voces de nuevo, me pellizqué el brazo disimuladamente y mordí mi lengua, después me senté junto al pelirrojo, aunque el lugar originalmente era para Martín; cuando cambié los cubiertos, hice lo mismo con las etiquetas.
—Bienvenidos —dijo Oswald, entrando al comedor, y Martín iba detrás de él—. ¡Layla!
—Ya está lista la cena, señor Cobblepot, ya está lista, ya está lista —decía Layla, algo agitada, apareciendo con dos bandejas de comida, y sirvió los platos a los invitados primero—. Disfruten su cena —dijo, mientras colocaba un plato frente a mí.
—Gracias, señora Anwhistle —dije, sonriéndole de lado.
—De nada —dicho esto, se fue a la cocina.
Oswald y Martín se sentaron, y el primero me miró bastante molesto al ver que había cambiado de lugar, suspiró para tranquilizarse y después mostró una sonrisa ligera.
—Bien, empecemos.
Al escuchar eso, Martín y yo recurrimos al único pedazo de comida que se veía comestible y le incrustamos el tenedor casi al mismo tiempo, pero no pudimos darle ni una sola mordida.
—Ah-ah-ah —negó Oswald, con la cabeza—, primero tenemos que dar un pequeño brindis para los invitados —se levantó.
—Oh, no te molestes —habló Edward—, creo que es muy innecesario.
—Tonterías, Ed —elevó su copa de vino en el aire—. Esta cena va dedicada para mis dos viejos amigos, Jerome y Edward, a quienes se les ocurrió visitarme sin avisar el día de hoy... —tensó la mandíbula—. ¡Salud!
Tres de cinco que estábamos en la mesa levantaron su copa y bebieron, por razones obvias, Martín no lo hizo; pero, por mi lado, le pedí a Layla que no me sirviera vino, pues pensaba que aún no era lo suficientemente mayor para beber, no me gustaba el sabor además, sin importar de qué año fuera.
Cuando todos comíamos tranquilos y ya casi teníamos el postre en frente, a Oswald se le ocurrió la fantástica idea de preguntarle algo tan incómodo a Jerome.
—¿Jerome, Pepper te parece atractiva?
Al escuchar eso, ambos escupimos la bebida y miramos a Oswald sorprendidos, pero él mantenía una sonrisa burlona en su cara; Martín bajó la mirada, algo incomodado, y Edward sólo bebió de su agua y lo miró con desprecio disimuladamente.
—¿Y bien?
—En realidad...
—Oswald, déjalo —interrumpí a Jerome.
Espero que no se haya dado cuenta de que lo llamamos informal otra vez...
Claro que se va a dar cuenta...
Por ti, es que quiero a las otras voces de vuelta...
—No, no, no, Pepper, está bien —dijo Jerome, y me sonrió—. Bueno, Oswald, yo pienso que a una mujer siempre se le debe recordar lo hermosa qué es —Edward arqueó una ceja, y yo mantuve la mirada gacha —. Así que, Pepper... —lo miré—... eres hermosa.
"Eres hermosa". Cuando lo dijo, me sonrojé tanto que no sabía qué era más rojo, si el vestido o mi cara; en cambio, Jerome me sonreía y esperó a que dijera algo, pero lo único que hice fue tragar saliva y seguir mirándolo, lo cual le pareció simpático y rió por lo bajo. Yo volví a mirar mi plato y todos comenzamos a comer de nuevo; desde mi lugar, podía escuchar la respiración agitada de Oswald, estaba molesto, aunque en su rostro no lo demostraba. El resto de la cena estuvimos callados, algunas veces Martín nos mostraba un dibujo gracioso y Jerome le hacía comentarios sobre que dibujaba muy bien y era divertido, al ver la sonrisa de Martín, me di cuenta de que Oswald era el único que lo odiaba.
Al terminar de cenar, acompañamos a la puerta a Jerome y Edward, Martín subió a su habitación para descansar y Layla estaba lavando los platos en la cocina. Estaba algo triste, no quería que se fueran aún, esa cena fue más divertida que cualquier otro día en la mansión. Espero que vuelvan a venir de sorpresa muy pronto.
Sobre todo Jerome, ¿cierto?
Uh, uh...
¡Silencio!
—Bueno,espero que hayan disfrutado de la cena —dijo Oswald, sonriendo falsamente. Seguía molesto.
—Sí, ahm... gracias, Oswald —habló Edward—, por ser tan buen anfitrión.
—Me lo dicen siempre —respondió, ahora borrando su sonrisa.
—Espero verlos luego —dije, tratando de deshacerme del momento incómodo.
—Igual, Pepper —habló Jerome—. Hasta pronto.
Entonces, tomó mi mano y me acercó a él para dar un beso a mi mejilla como despedida, me sonrojé de nuevo y antes de separarse, me susurró: «Espérame a media noche», me emocioné un poco al escucharlo decir eso, fue demasiado... sorpresa. Tenía que decirle esa noche que sí lo recordaba. Jerome dio unos pasos hacia atrás y después se despidió con la mano.
—Oswald —elevó la cabeza como despedida.
—Hasta luego —se despidió Edward.
Oswald miró con desprecio a los dos y cerró la puerta, sin decir nada, se dirigió hacia la sala de estar y lo miré con semblante triste; si bien se había comportado como un idiota en la cena, todavía era mi amigo, y los amigos a veces pueden ser idiotas con los demás porque te quieren.
—¡Layla, no estás despedida! —gritó, mientras seguía caminando.
—Oh, gracias, gracias, ¡gracias! ¡se lo agradezco tanto! —escuché a Layla desde la cocina.
—Sí, sí...
—¿Oswald? —lo llamé, y giró un poco su cabeza—. Gracias.
—¿Por qué?
—Por todo —contesté rápidamente.
Y sin nada más qué decir, fui a mi habitación. Cuando estuve arriba, vi por debajo de la puerta de Martín que la luz todavía estaba encendida, así que me acerqué y toqué dos veces.
—¿Niño?
De inmediato, se escuchó que algunos papeles eran arrugados y latas de pintura fueron pateadas, segundos después, abrió la puerta y sonrió, se le veía agitado.
—Hola —sonreí—, perdón por interrumpir lo que estabas...
Traté de mirar hacia el interior de la habitación, pero Martín salió y cerró la puerta.
—...haciendo —suspiré—. En fin, no duermas muy tarde como yo, no quiero que alguien me quite el puesto.
Sonrió y asintió.
—Buenas noches —dije, inclinándome un poco para besarle la frente y me fui.
Antes de entrar a mi habitación, escuché que Martín cerró la suya con cuidado y después hice lo mismo, sólo que yo coloqué el cerrojo y no encendí la luz en ningún momento.
Luego de vestirme con algo más cómodo, como lo son los pantalones, me puse un saco y me senté en mi cama. Unos minutos más tarde, fijé mi mirada en el saco y recordé a Brissa, ella me lo había dado para que no tuviera frío al salir de la fosa, ella fue tan buena conmigo y ni una llamada de que estoy bien le he dado; fue tan tolerante cuando vomité en su auto, el día en el parque y cuando la usé como escudo humano contra Selina. Ahora que me doy cuenta, Brissa es la única amiga que he tenido en la vida.
12:03 a.m.
El reloj ya marcaba la hora que había dicho Jerome, tan sólo era un retraso de tres minutos, nada que me volviera loca. De pronto, se escuchó un auto afuera y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, así que me agaché y gateé hacia la ventana para mirar, pero al ver que cinco personas con un aspecto muy raro bajaban del auto, retrocedí asustada y me dirigí a la puerta para prevenir a Oswald.
Justo antes de que pudiera tocar la perilla, alguien salió de las sombras y me tapó la boca, mientras me arrastraba hacia la ventana; lo pateé varias veces, incluso le mordí la mano, pero no lograba hacerle nada. Al estar en la orilla, miré hacia abajo y las cinco personas estaban ahí, sonriéndome y sujetando una red, de inmediato supe que el sujeto me lanzaría por la ventana y los otros me atraparían.
Empecé a temer y negué con la cabeza varias veces, mientras sentía que me levantaban unos centímetros del suelo. Después de eso, no sentí nada, no pude ver nada.
Cuando desperté, vi un montón de personas maquilladas como payasos a mi alrededor, algunos sonriendo, otros sorprendidos, yo estaba atada con cinturones de cuero a una base metálica; no tardé en darme cuenta de que estaba en un teatro abandonado, pues había utilería en los techos y algunos traían piezas en las manos para estrujarlos y calmar su ansiedad. Susurraban, miraban y reían, no hacían otra cosa.
—¿La trajeron? —escuché—. ¿En serio? A un lado, ¡a un lado!
Todos comenzaron a moverse y miraron molestos a la persona que los empujaba, al tenerla en frente, me di cuenta de que era un él.
—Eres tú... —se acercó—... realmente eres tú —ahora rió—. ¡Les dije que estaba viva! ¡Se los dije!
—¿Quiénes son? —pregunté, en tono frío.
—Los rumores eran ciertos... —musitó—, ¡no tienes memoria! —volvió a reír y fruncí el ceño—. Pero no te preocupes, Pepper, vamos a devolvértela.
—¿Qué?
—¡¿No es así, muchachos?!
Y todo el mundo comenzó a gritar, estaban emocionados, algunos aplaudían y otros reían.
—No entiendo...
—Tranquila, lo único que tienes qué hacer es quedarte quieta... —recostó mi cabeza—... y no te dolerá nada.
—¡¿Doler?! —grité, ahora más asustada, y él me dio la espalda para conectar algo—. ¿Qué vas a hacerme? —rió—. ¡Contesta!
—Ay, Pepper, esta otra personalidad tuya es adorable. Colóquenle el cinturón en la boca —ordenó.
Mientras me ponían a la fuerza un pedazo de cuero en la boca, vi una máquina de electrochoques detrás del sujeto y mi corazón se aceleró. Negué con la cabeza varias veces y juro que estuve a punto de llorar, el voltaje que tenía marcado esa cosa podría volver a matarme; supliqué y supliqué, y lo único que hacían era reírse.
—¡Alégrate! Volverás a ser tú... —puso algo en mis sienes.
—No —sollocé.
—Uno, dos...
Cuando el sujeto comenzó a contar, una lágrima se deslizó de mi ojo y en segundos, no escuché el tres. Todo se volvió negro, me había desmayado y ni siquiera pude sentir la segunda descarga que, se suponía, me despertaría. Al abrir los ojos, me di cuenta que todos estaban dispersos, el sujeto estaba revisando la máquina de electrochoques y noté que ya no estaba atada. De pronto, los recuerdos llegaron a mi cabeza y la atravesaron como si fueran balas, provocándome un dolor insoportable que me hizo caer al suelo y pegué un grito que se escuchó por todo el teatro.
¡Que comience el espectáculo!
Ah, es bueno estar de vuelta, ¡me muero de ganas de que Gotham se entere!
¡Volvieron!
¿En serio ese lunático hizo algo bien?
¿Qué quieren hacer primero?
Voto por que disparemos a una escuela entera...
¡Aburrido! ¡Explotemos un hospital!
Yo digo que hagamos las dos, disparamos a los alumnos y luego explotamos la escuela...
¡Silencio! Pepper está recuperándose...
—¡Pepper! —gritó Dwight, y todos se acercaron—. ¿Pepper?
Aun estando en el suelo, comencé a reír en voz baja y poco a poco, mi risa fue subiendo de tono; noté que algunos sonrieron y el resto, solo miraba cómo enloquecía de nuevo. Cómo volvía a ser yo.
—¡Volví! —canturreé a todo pulmón, elevando los brazos, y seguí riendo tan alto como pude.
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