Capítulo 23: Martín
Pepper no tuvo palabras. Sentía que lo conocía, pero no pudo recordar de dónde o cuándo, por más que se esforzó. Tal vez sólo con el nombre recordaría, como en el caso de Brissa.
—¿Qui-quién es usted? —preguntó Pepper, temerosa, apegándose a la puerta del auto.
—¿Qué? —sonrió con nerviosismo.
No podía creer que eso le estuviera pasando. No, no cuando la acababa de encontrar.
—¿Acaso no me reconoces?
—Perdóneme, pero cuando volví de la... ¿muerte? Ah, no lo sé, todo es confuso desde que...
De pronto, Pepper sintió un agudo dolor en la cabeza, como si le estuvieran presionando la punta de una lanza contra su lóbulo frontal. Ella se quejó al instante y presionó su cabeza.
—¿Estás bien? —le preguntó Oswald.
—Sí, sí, es sólo que... ¡agh! —sintió otra vez ese agudo dolor.
—Tranquila, tranquila, no te esfuerces. Ya vamos a casa, ¿de acuerdo? —dijo Oswald.
Deslizando su mano por debajo del asiento, presionó un botón que servía de aviso para que las personas que trabajaban para él, dejaran lo que estuvieran haciendo y retomaran camino a la mansión; esto, a través de un sonido, acompañado de una sensación de escalofrío, en el audífono de cada uno, algo como una vibración.
En seguida, un sujeto entró al auto y lo encendió. A la mitad del camino, Pepper se sintió mejor al mantener su mente en blanco durante varios minutos y El Pingüino, al notar eso, aprovechó para preguntarle algunas cosas.
—¿Segura que no me recuerdas? —insistió girándose en el asiento, y ella negó con la cabeza—. ¿Tampoco recuerdas a...? No lo sé, ¿algún pelirrojo?
—Perdí casi todos mis recuerdos, señor. No sé de quién me habla.
Al escuchar cómo lo había llamado, soltó una carcajada. Ella nunca había sido educada, simplemente no pudo serlo después de algo que pasó en su vida, quién sabe, tal vez un problema con sus padres. La vida de Pepper antes de convertirse en criminal, era muy misteriosa. Por otro lado, Oswald estaba un poco contento, ya que, por lo menos, ya no tendría que lidiar con Jerome.
—Mi nombre es Oswald Cobblepot —sonrió con burla.
—Le llamaré señor Cobblepot, si no le molesta.
—Está bien —dicho esto, Oswald se incorporó en su asiento—. Mira, te ayudaré a recordar —le dijo, mirándola por el retrovisor—. Tú terminaste en el Asilo Arkham, un manicomio.
—¡¿Qué?! —frunció el ceño—, ¿por qué? ¿qué hice?
—Nada malo, en mi opinión —respondió—. Lo importante es que en ese lugar nos volvimos amigos, escapamos y viviste en mi casa durante unas semanas.
—¿En serio? —Pepper arqueó una ceja.
—Sí —contestó—. De hecho, te estoy recordando esto antes que nada para que sepas que tienes habitación propia y no la vayas a confundir con la de otra persona que hoy conocerás, vivirá con nosotros ahora que estamos más seguros de Sofía Falcone. Aunque tengo que advertirte, que él es mudo.
—Ouuh... —expresó Pepper—. Y... ¿puedo saber cómo se llama?
—Martín —respondió—, es apenas un niño. Estoy seguro de que se llevarán muy bien.
—¿Él es tu hijo? —preguntó con tanta inocencia que ella, de nuevo, no parecía tener 20 años. Oswald se echó a reír por el comentario.
—¡No! —rió—. Martín es huérfano, y no es familiar mío.
—Pero si vivirá contigo, es decir, con nosotros, ¿eso quiere decir que lo adoptaste? —preguntó Pepper, ladeando la cabeza.
—Ahora que lo pones de ese modo, creo que sí. Pero no lo veo como un hijo de todos modos, ¿sabes? Es más... un amigo —explicó Oswald, aún mirando por el retrovisor—, un buen amigo.
—¿Y yo qué era, señor Cobblepot? Ya sabe, antes de "morir" —dijo Pepper, haciendo comillas con las manos. Aún no se creía que había muerto.
—Eras mi mejor amiga —sonrió—. Oh, mira, ya llegamos —el auto frenó.
Al bajar del auto, ella vio que dos autos más habían llegado: en uno, estaba bajando Víctor y sus ayudantes; por el otro lado, eran el mismo tipo de hombres, sicarios, pero llevaban escoltado a un niño con una libreta colgando de su cuello y un lápiz en su bolsillo.
«Ese debe ser Martín», pensó Pepper.
—¡Martín, qué gusto volver a verte! —dijo Oswald, estrechando la mano del niño y comenzó a hablar con él.
«Síp, es él», pensó.
—Vayamos adentro para que pueda presentarte a mi amiga —el niño asintió a Oswald.
Mientras todos seguían el paso del Pingüino hacia la mansión, Pepper sintió una mirada pesada detrás suyo, entonces volteó y se encontró con Víctor, brincando en un solo pie para poder avanzar y sosteniéndose de uno de sus ayudantes.
—Perdón —dijo Pepper, y de inmediato se giró avergonzada.
—Una disculpa no arreglará mi pierna, Crewell —lo escuchó decir.
—No seas llorón, cabeza de bala —espetó Pepper, y su andar cambió de estar con los brazos encogidos y pasos grandes y lentos, a sólo mover su brazo derecho al caminar y a pasos grandes y rápidos. Tal como lo hacía antes.
Ella, al darse cuenta de lo que acababa de salir de su boca, abrió los ojos con sorpresa y empezó a caminar de brazos encogidos de nuevo.
—Esta casa te trae recuerdos, ¿no es así? —dijo Víctor, a sus espaldas.
En cuanto Pepper vio que la puerta de la mansión estaba abierta, empujó a todos y corrió hacia su antigua habitación, como si la hubiera extrañado. Definitivamente, estaba recordando.
Si son de ese tipo de lectores observadores, se habrán dado cuenta de que Pepper recuerda más rápido a las personas con las que menos se relacionaba. He ahí la respuesta a la pregunta de por qué no recuerda a Jerome u Oswald.
Al entrar todos, Víctor hizo varias llamadas para decirle a los conocidos de su jefe que pararan la búsqueda. Pero al Pingüino no se le escapa nada. Notó la pierna fracturada del mercenario y le dijo que se diera un descanso hasta que mejorara, y para no quedarse sin hacer nada, él podría vigilar que Pepper no escapara o alguien se la llevara cuando Oswald no estuviera; le seguirían pagando.
Yo diría que Víctor se fracturó justo cuando su jefe estaba de buenas.
Todos los matones y sicarios estaban en la sala, esperando a que su jefe les diera su recompensa y después irían a festejar con un par de cervezas, cosa que a Víctor lo amargó porque tendría que estar parado en un solo pie toda la noche.
En el segundo piso, estaba Pepper sentada en el suelo de su habitación, tratando de recordar sucesos en esa casa, algo que la ayudase a saber el porqué de todas las preguntas que se formulaba.
De pronto, escuchó un ladrido proveniente del patio de la mansión, por un momento lo ignoró, pero el ladrido persistió, así que abrió la ventana y asomó su cabeza a través de ella; Pepper sintió una gran emoción agitar su cuerpo cuando vio a un pequeño perro que, por el tiempo que había pasado, ya no parecía un cachorro. La sensación era porque extrañaba a Lou, pero ella creía que era normal, como la emoción que siente un niño al ver a un cachorrito en el parque.
Entonces, Pepper saltó de la ventana y aterrizó sin problemas, eso, gracias a la práctica de cuando aún estaba viva, aunque ni siquiera se percató de que pudo haber muerto en esa caída. En fin, se acercó al perro y se arrodilló para acariciarlo, aunque tenía algo de miedo de que quisiera tomarla desprevenida y morderla, por eso se acercó con cuidado.
—Ya sé. Te conozco, pero no te recuerdo —dijo Pepper, sonriéndole al perro.
Lou se acercó también, de verdad extrañaba a su dueña, la persona que lo había salvado de morir congelado. Pepper se quedó quieta, y después se decidió a colocar su mano sobre la cabeza del perro para intentar acariciarlo, éste de inmediato saltó y le lamió los dedos, asustándole y dio un pequeño grito que pareciera que sólo Martín pudo escuchar.
El niño comenzó a dibujar en su libreta a la mujer gritando. Lo mejor que pudo, claro, ya que antes cuando estaban afuera, la oscuridad no le dejó ver bien cómo era. Al terminar, tiró un par de veces del traje elegante de Oswald y al volverse, Martín le mostró el dibujo.
—Pepper —pronunció con temor.
De inmediato, se escuchó otro grito, el cual nadie notó que era de diversión; Oswald salió al patio en seguida, dos lo acompañaron y Martín siguió a los tres adultos. Al encontrarse afuera, todos miraron a Pepper jugando con el perro, riendo a carcajadas como si fuera una niña. Ella necesitaba recordar pronto o se quedaría con esa conducta extraña.
—Ah, veo que lo encontraste —dijo Oswald, acercándose a Pepper con paso cuidadoso, no quería pisar donde Lou había marcado su territorio con algo más que orina.
Los matones volvieron adentro al darse cuenta que no era una situación de riesgo. Pero el niño decidió quedarse, no tenía idea de que había una mascota en la casa y la chica parecía agradable, ¡era divertida! No seria e intimidante como las demás personas que se encontraba cuando estaba con Oswald. Si le preguntaran cómo se imaginaba a la mujer, sería una adulta de 30 0 40 años, muy alta, tal vez robusta o muy delgada, de gustos extraños y que siempre estaría juzgándolo; pero ya que la había conocido, lo único que había acertado era su complexión.
—¿Es suyo, señor Cobblepot? —preguntó Pepper, con el perrito en brazos.
—Es tuyo —le sonrió—, tú lo nombraste Lou por el nombre de un comediante que hacía reír a tu padre. O algo así me contaste.
—A mi... ¿padre? —Pepper bajó la mirada y frunció el ceño.
Luego, un montón de recuerdos de su familia entraron disparados a su cabeza, provocándole ese dolor agudo otra vez y dejó caer a Lou al césped, por suerte, Martín lo atrapó, aunque tuvo que sacrificar el lápiz en su mano para eso.
Pepper jadeó y presionó su cabeza con fuerza, cuando no pudo soportar más, corrió adentro y subió las escaleras hacia su habitación. Martín la siguió, aún con el perrito en brazos, y dejó su lápiz afuera, el cual El Pingüino recogió antes de entrar y terminó de pagarle a sus trabajadores, de esa forma, se irían más rápido. Además, pensó en que una de las cosas que podrían ocasionarle esos dolores de cabeza a Pepper (además de tratar de recordar), era el estrés; nunca le gustó estar rodeada de tanta gente.
—¡Jefe, terminé! —avisó Víctor, refiriéndose a las llamadas.
—Bien. Ahora, ¿quién falta de paga?
En el piso de arriba...
Pepper entró a duras penas a su habitación, pues la vista se le hacía borrosa y tropezaba con las cosas, además de que no distinguía bien dónde estaba la puerta. Algo así como los efectos que tiene una persona después de alcoholizarse: el mareo, la vista doble, entre otros.
Después, trató de visualizar dónde estaba la cama y, aunque le costó una lámpara, por fin pudo recostarse tranquilamente hasta quedarse dormida, cosa que no tardó mucho en hacer, estaba muy cansada y no quería pensar en sus horribles padres. Los "monstruos", como los llamaba a sus espaldas. Además, en casa de Brissa dormía exactamente a las 10:00 p.m, la cual era la hora en que también dormía su amiga para ir al trabajo al siguiente día. Ya pasaba de la hora, ¿cómo no estar cansada?
Martín iba a tocar la puerta para pasar, pero vio que estaba abierta y la chica dormida. Así que entró de manera sigilosa y dejó al perrito en el suelo, no sin antes acariciarlo; después, tomó su libreta y buscó su lápiz en todos sus bolsillos, pero no lo encontró. Al no escuchar ruido alguno en la planta baja, se decidió a buscar su lápiz; bajó las escaleras y fue directo hacia la sala (que ya estaba vacía), lugar donde encontró lo que buscaba. Sonrió y se dirigió rápidamente hacia la habitación de Pepper, pero al estar a punto de entrar, la escuchó... ¿hablar?
—¿Jerome...?
El niño asomó su cabeza, notando que no había nadie y ella seguía con los ojos cerrados.
—No, no... Jer... ¿Jerome? —Pepper frunció el ceño, y se movió de lado en dirección a Martín—. No, tienes que salir de... —vociferó lo último, como tratando de gritar dormida—. No, no, no...
De pronto, su semblante cambió; el niño no sabía qué le estaba pasando, pero supuso que era una pesadilla en la que alguien moría, por esa lágrima que se deslizaba de sus ojos y que cayó en la sábana. Así que, se adentró silenciosamente a la habitación y se colocó frente a ella. Otra lágrima cayó. Algo preocupado, movió delicadamente el hombro de Pepper y rápidamente ella despertó: asustada, agitada y con un mal sabor en la boca. Tristeza.
El niño se sobresaltó y retrocedió unos pasos hacia la puerta, pensó que tal vez era mejor dejarla sola, pero en realidad necesitaba lo contrario. Giró su cabeza hacia Martín y luego bajó la mirada, sintiendo culpa por haberlo asustado, pero a él no le importó, pues estaba interesado en la confusión reflejada en los ojos llorosos de Pepper. Hace tanto tiempo que no veía a una persona llorar.
—Una pesadilla... —murmuró de repente, y le sonrió.
Él tomó su lápiz y escribió en su libreta: "¿Segura que estás bien?", luego se la mostró y ella asintió.
—Es normal... —murmuró, encogiéndose de hombros—. Desde que reviví, tengo pesadillas...
Martín frunció el ceño y escribió: "¿Revivir?". Se la mostró y Pepper entrecerró los ojos para leer.
—Sí... —dijo, en voz baja—. Algo loco, lo sé. Pero te contaré todo lo que sé mañana, ¿de acuerdo?
El niño asintió y le sonrió de forma amable, pero después recordó algo. "¿No vas a cenar?", escribió en su libreta, debajo de lo que ya tenía escrito.
—¿No vas a...? —leyó, y luego negó con la cabeza—. No tengo hambre, gracias por preguntar... —murmuró—. Pero tú sí deberías. Anda, ve.
Martín asintió y antes de salir de la habitación, escribió en su libreta: "Buenas noches". Al mostrársela a Pepper, ella sonrió con dulzura y le deseó lo mismo; después, él se fue y cerró la puerta, cosa que la castaña aprovechó para llorar de nuevo y desahogarse. Pero, ¿qué estaba soñando? Es algo triste en realidad, Martín acertó. Estaba soñando que no había podido salvar a Jerome en aquel incendio, y que en realidad él fue quien se sacrificó por ella, mas no recordó quién era él al despertar. No del todo.
(...)
—¡Hey! —gritó Angelique, bajando del auto a toda prisa y vio a Selina en el suelo—. ¡Oye, niña, despierta! —la abofeteó.
—¿Ah? —abrió los ojos un poco.
Al tener la vista borrosa, pensó que Angelique era uno de los ayudantes de Zsasz, así que le pateó el estómago y la envió hacia atrás. De inmediato, Edward corrió hacia ella y le ayudó a levantarse, pero se enfureció y se acercó a zancadas para devolver el golpe.
—No, no, no, amor —dijo Ed, sujetando a su novia de ambos brazos, mientras la otra se levantaba del suelo y sacudía su ropa—. Así es ella.
—Exacto —dijo Selina, ahora con la vista mejor—. ¿Quiénes son ustedes? Porque si venían por esa loca, llegaron tarde —expresó, burlesca.
—¿Sabes quién se la llevó? —preguntó él.
—Víctor y sus matones —respondió—. Entraron a la casa desde atrás, Pepper quiso huir, pero un sujeto fue tras ella. Cuando salí a buscarla, me noquearon y... bueno, que me encontraran en el suelo es humillante.
—¿Algo más? —preguntó Angelique.
—La subieron a un auto —dijo, encogiéndose de hombros—. Fue lo último que pude ver.
—No puede ser... —dijo Nygma, con tono frustrado, pasando una mano por su cabello y se dio la vuelta.
—Tenemos que avisarle a Brissa —habló su pareja, sacando el celular del bolsillo de su pantalón.
—¡No, se volvería loca! —intervino Selina, arrebatándole el objeto.
—Devuélveme eso —le ordenó.
—Si se entera, me degollará viva —soltó una carcajada—. Es más, ni siquiera quiero saber cómo se pondrá ese tal Jerome.
—Es cierto —volteó Edward—. Será mejor que no digamos nada.
—¿Entonces, cómo diablos explicamos que Pepper ya no está? —habló Angelique—, ¿le diremos a Brissa que fue de campamento? ¡No! —suspiró, frustrada—. Tenemos que decir la verdad.
—Yo les aconsejaría que la fueran a buscar primero —sugirió Selina, y la pareja se miró, indecisos sobre lo que tenían que hacer.
Mientras tanto, en el hospital...
Brissa se mordía los dedos y se balanceaba disimuladamente en su asiento de lo nerviosa que estaba: la primera razón, era Jerome, hacía rato que intentó desconectarse y escapar, así que las enfermeras y el doctor entraron a verlo; la otra razón, era Pepper, claro está por qué.
—¿Señorita Elmer? —elevó la mirada, y dejó tranquilos a sus dedos—. Ya puede pasar a verlo, lo hemos sedado —afirmó el doctor, dedicándole una pequeña sonrisa a Brissa, y ella asintió.
Al estar frente a la puerta, respiró profundo y puso un gesto amigable en su cara, pero al momento de poner un pie en el cuarto y mirar a su amigo atado como un loco a la cama, sintió que se desplomaba de nuevo, pero pudo contener las lágrimas un poco más.
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