Capítulo 2: Hazme reír
━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━
Aunque lo intentamos, la terapia del día siguiente no se concretó, Evelyn no podía hablar y era tedioso forzar la voz, así que hablé con el coordinador de horarios para que le diera una semana de descanso y así yo tendría tiempo de atender a un segundo paciente mucho menos difícil como los demás doctores. Ella siguió con su tratamiento todos los días.
El viernes 20 de noviembre, una semana después, retomamos las sesiones y supuse que Evelyn no podía esperar más, pues ya se encontraba en el cuarto de terapia, sentada y sin la posibilidad de moverse; supuse que algún guardia la había llevado, así que no dije nada.
—Hola, Evel... ay, no —me sentí avergonzado.
—Ya son dos, pelirrojo —dijo divertida, expresando con sus dedos el número.
—Lo siento, a veces se me olvida que no te gusta que te llamen por tu nombre —me senté y abrí el maletín, poniendo un par de cosas sobre la mesa.
—¿Podemos empezar ya?
—Cuánto entusiasmo —dije, al tiempo en que colocaba la grabadora debajo de la mesa, en un punto donde ella no pudiera verla, pero tenía que decir mis líneas—. Doctor Jerome Valeska, supervisando a la paciente #36912 —dije a la grabadora, y ella rodó los ojos al escucharme—. Es de protocolo, ¿sí? —mentí en parte—. Dime, ¿qué harías con tu vida si no hubieras asesinado a tantas personas? —estaba preparado para escribir en mi libreta sobre su lenguaje corporal y posibles respuestas.
—Yo quería estudiar más, pero matar a gente estúpida y cruel todavía no es una carrera —dijo con naturalidad.
—Entiendo... siguiente pregunta, ¿alguna vez sentiste apego emocional por alguien?
—No, antes no. Pero créeme... tú me agradas tanto que, si te atropellara, bajaría del auto para ver qué te pasó —respondió sonriendo, y le devolví el gesto.
Sus comparaciones eran poco comunes, pero traté de seguirle la corriente.
—Privatización de cariño... —murmuré, mientras lo escribía en la libreta—. Mirando hacia otro punto, ¿qué es lo que sientes cuando atacas a una persona?
—Una carga menos, el alivio de que un gusano asqueroso obtiene lo que merece y deja de vivir. Ah, y adrenalina, mucha. Y... ahm... —pensó—. No lo sé, es algo muy impulsivo, pero es genial tener tanta libertad por un momento. Es como dejarte caer de un precipicio varias veces, el miedo invade tu mente, pero luego quieres repetir el salto porque sabes que no pasa nada al final y después, lo encuentras divertido.
—No lo había visto de esa forma, qué interesante —opiné—. Y bastante... Hablando de otro tema un poco más personal, ¿recuerdas o eres consciente de que sufriste algún tipo de abuso? ¿te trataban diferente?
Podía aclarar muchas dudas externas, aunque en mi mente quedaba claro que sí había sufrido; como pensaba antes, nadie es malo porque quiere. Creí que incluso llegaría al origen de sus problemas si analizaba bien las respuestas; tal vez su pasado tortuoso podría ayudarme a conocerla, no a sus padecimientos, a ella.
—Sí, sí y sí. Creo que... ellos nunca me vieron como una hija, ni siquiera una mascota. De niña, escuché, mientras conversaban con la familia, que se refirieron a mí como un parásito que absorbió años de sus vidas y lo seguiría haciendo, hasta que se decidieran por...
Su respiración se tornó pesada, no me miraba a los ojos.
—¿Qué iban a hacer contigo? ¿Hasta hacer qué?
—Asesinarme.
Un golpe frío invadió mi cuerpo. Debí imaginarlo tal vez, durante mis prácticas profesionales me topé con casos similares, niños cuyos padres eran negligentes por la creencia de que les arruinaron la vida y se desquitaban a la más mínima provocación, desembocando en un daño físico y mental que condenaría a los ahora adultos recluidos en hospitales mentales. Y había casos graves, como el de padres que quieren asesinar a sus hijos. Casos como el de Evelyn.
—Perdona el silencio, es sólo que... estaba pensando —tomé un respiro—. ¿Sabes cuándo tenían planeado hacer eso?
—En los primeros meses en que estuviera en la universidad. Su excusa, según escuché, sería fingir que fui secuestrada mientras no estaba cerca de casa, armarían todo un circo con ayuda de otros miembros de la familia. Lo que nunca sabré es qué iban a hacer con mi cuerpo, dónde lo dejarían o cómo... Pasé muchas noches con los ojos bien abiertos. Y estando en la escuela, envidiaba a otros niños, odiaba que sus padres no quisieran matarlos.
—Es una forma perturbadora de decirlo, pero entiendo tu punto. Ahm... estando cercanas las fechas para terminar la preparatoria, ¿cómo te sentiste? ¿estabas más alerta... o ansiosa?
—Ciertamente. Incluso, a la fecha, aún cuando ellos ya no están, hay noches en que no puedo dormir porque recuerdo sus palabras.
—Pediré que incluyan melatonina en tu vaso de pastillas, puede ayudar —lo anoté como recordatorio—. Entonces, por eso lo hiciste cuánto antes, ¿verdad?
—Por esa razón y muchas más.
—Antes de escuchar aquella conversación, y de ver diferente a tus padres, cuéntame cómo eran ellos.
—Él casi siempre estaba de malas, era exigente consigo mismo y con los demás, cosa que claro que me transmitió.
«Autoexigente», escribí.
—Recuerdo que mis calificaciones no podían bajar del 80%, fuera la materia o grado en el que estuviera —miró hacia un lado—. Mi madre, aunque era más tranquila, era una narcisista. Me pedía tener amigas, pero lo hacía por ella, no le gustaba oír a las vecinas murmurar que su hija era una persona extraña y asocial, mucho menos cuando hacían referencia a que lo había heredado. Pero qué me iba a importar cumplirle su capricho, sólo me limité a estudiar. Y le tomé gusto, debo decir, me ayudaba a distraerme y a sentirme normal, como si pasar un examen fuera el mayor de mis problemas a esa edad. Incluso me quedaba más tiempo en la escuela con la excusa de que tenía clases extra, lo último que quería era volver a mi casa.
—Lo comprendo bastante bien.
—¿Por qué no querías...?
—¿Cuál era tu clase favorita?
Evelyn entrecerró los ojos un momento, pero me siguió la corriente. Parece que entendió.
—Creo queee... artes. Desde la clase sobre arte urbano, comencé a pintar en el piso debajo de mi cama, sé que habitualmente ese tipo de arte se encuentra en las paredes en forma de murales, pero no quería que ellos encontraran lo que pintaba, seguro me hubieran partido una tabla sobre la espalda —rió—. Tampoco podía pedirles lienzos, eran tacaños, y no podía mentir con que era material para la clase porque no dudarían en preguntar directamente con el docente. Me las arreglé así.
—¿Qué es lo que te gusta de pintar?
—Sentirme libre —suspiró—. También crear colores, jugar con los tonos. Solía hacer combinaciones e ir directamente a mi libro para identificar qué color era. Y con el tiempo se me dio con más facilidad.
—¿Puedes decirme de qué color es esta habitación?
—Un precioso azul cerúleo.
—Estoy impresionado —sonreí—. No sé de tonos, pero no dudo en que tengas razón. Me alegra que te desenvuelvas más que antes.
—Sabes escuchar, y no sólo porque sea parte de tu trabajo, distingo la diferencia. Eso me hace sentir en... ahm...
—¿En confianza?
Ella asintió ligeramente, mirando al suelo, como si sintiera pena.
En respuesta, sólo pude sonreír. Me hizo sentir feliz, saber que ella se involucraba en una charla agradable, como una persona normal. Y, sobre todo, que confiaba en mí.
Mientras hacía mis anotaciones, Evelyn empezó a dar golpecitos en la silla con sus dedos y a tararear. De pronto, se detuvo y levanté la mirada, notando un semblante triste y una mueca en vez de una sonrisa.
—¿Algo que quieras contarme?
—Sí, y creo que te parecerá interesante —dijo sin mirarme—. Es... acerca de por qué me internaron a los quince años. Encontré las palabras correctas para contarlo.
—Te escucho —dejé la libreta a un lado.
—Fue... un día bastante malo, no dormí la noche anterior por culpa de mis ruidosos vecinos, en la mañana me puse el uniforme incorrecto y me retrasé. Estando en la escuela, me arrebataron mi mochila y la arrojaron a un charco, un profesor me sacó de clase al creer que lo imitaba, un grupo de amigos escupió sobre mi comida, el proyecto ecológico al cual había dedicado meses de esfuerzo fue desaprobado y en mi última clase, entregaron exámenes.
—Supongo que no te fue nada bien.
—Acertaste —señaló—. Un 65% no es malo para los demás, pero en mi caso, equivalía a un par de golpes con una vara. No quería que mis padres se enteraran, pero no podía ocultarlo, tenían los números de todos los maestros que me daban clases y los ponían al corriente de lo que hacía. Al llegar a casa fui directo a su habitación, la mano me temblaba, pero traté de mantenerla firme para mostrarles la hoja —tragó saliva—. Mi madre respiró hondo, cerró los ojos y volvió a lo suyo para cederle su turno a mi padre, él se acercó y dijo: "¿Acaso no tienes vergüenza de ser tan mediocre? Yo la tendría si tuviera que admitir que eres mi hija" —su voz se tornó gélida—. Luego empezó a compararlo con exámenes pasados, me restregó en la cara que mis primos eran mejores en la escuela, lo cual no era cierto y ya jamás lo será —hizo un paréntesis—. Mi madre tampoco quiso perder la oportunidad, lo apoyó en todo lo que dijo.
Al notar la tensión en su mandíbula, inmediatamente escribí: «No soporta críticas debido a padres exigentes. Baja autoestima debido a comparaciones entre familiares, podría indicar actitudes de superioridad en un futuro o en la actualidad como método de defensa. Hay posibilidad de que sea muy sensible, pero lo oculta. La pintura tuvo un papel terapéutico. ¿Perfeccionista?».
—Entonces... —terminé de escribir y la miré—. ¿Los confrontaste?
—No quise seguir soportando sus burlas —dijo, mirando al suelo.
Aquella sensación tan destructora de rencor seguía encendida a pesar de que sus padres ya estaban muertos. Parecía no haber sido suficiente, contradictorio a lo que dijo antes: "Ya hice todo lo que quería", pero tal vez no lo que necesitaba para terminar con su odio.
—Rompí el espejo de su habitación con el puño, les arrojé cosas de mi mochila, incluso mis zapatos, y dije un montón de cosas en voz alta —continuó ella—. Pero al darme cuenta de lo que había hecho, corrí hacia abajo y grité por ayuda.
—¿Por qué no te encerraste en tu habitación?
—Tenían la llave —respondió con angustia—. Me escondí en la cocina, junto a la reserva de vinos para ser específica, pero me encontraron y no tuve otra opción más que romper una de las botellas. Al ver que estaban vulnerables... quise atacarlos, pero a esa edad no tenía la fuerza suficiente y mi padre pudo detenerme —suspiró—. En cuanto pudieron atarme al asiento del auto, condujeron hasta aquí y me abandonaron por dos años. Pero, ¿sabes qué fue gracioso? Mordí al guardia que trató de quitarme el cinturón de seguridad —rió—...como un perro rabioso.
Era como lidiar con un animal que se siente amenazado; una vez que lo hieren, ya no responde como antes. Algo que también había que destacar era que sus padres tenían los números telefónicos de sus maestros, la llave de su habitación... bastante controladores, lo cual desemboca en la rebeldía.
—¿Cómo saliste? ¿La ley tuvo algo que ver? —pregunté.
—¡No, claro que no! —aborreció al instante—. Me hice pasar por neutral. No fue difícil hacer que la doctora se compadeciera de mí, había perdido a su hija por una sobredosis.
«Manipuladora», escribí.
—Al estar en casa, mi única meta fue devolverles el golpe... a todos —sonrió—. Pero, como habrás notado, me tomó años de planificación.
—Supongo que no todo es impulsivo en ti —elevé las cejas—. Te agradezco que hayas tenido la confianza para darme detalles, ¿hay alguna otra cosa que quieras contar sobre ellos?
—¿Esa cosa sigue encendida? —preguntó Evelyn, señalando la grabadora. Negué con la cabeza.
Era mentira. Pero... ¿desde cuándo se había dado cuenta que estaba debajo de la mesa?
—Confiaré en ti —entrecerró los ojos, y se acomodó en la silla—. Cuando tenía ocho, la maestra pidió que hiciéramos un árbol genealógico, agregando una breve descripción de nuestros familiares y nos dio un par de ideas, como escribir su personalidad, alguna anécdota o qué tanto nos agradaban y por qué. Ya te imaginarás cómo resultó —elevó ambas cejas—. Fue desastroso para mi familia, se reunieron una vez que la maestra habló con mis padres, tal parece que representarlos con criaturas monstruosas a esa edad era bastante malo. Y, como siempre, yo no podía asistir a las reuniones. Luego de eso, empezaron a tratarme un poco mejor frente a la gente para que no corriera a decirles que me hacían daño, pero las amenazas y los golpes siguieron hasta que me acostumbré, llegó un punto donde creí que era normal.
—Yo... casi no tengo palabras, me parece horroroso que te hayan torturado y convencido de eso —dije con disgusto—. Es extraño y algo sospechoso que te excluyeran de la familia, pero, al mismo tiempo, que te vigilaran tanto —hice una pausa—. Iba a decir algo más, pero lo olvidé... ¡Hey, nos fue bien en esta terapia! —miré la hora—. Ya pueden llevarte al comedor.
La silla se desactivó.
—¡Me alegra verte feliz! —dijo, al tiempo en que acariciaba sus muñecas por las ataduras—. Te veré luego, Jerome, espero que ahora te sientas inspirado para escribir en tu reporte...
Se despidió con un leve movimiento de mano y el guardia abrió la puerta.
La respuesta ciertamente me había dejado un poco confundido, pero decidí no pensarlo demasiado.
—Te veo mañana.
(...)
━× 𝐄𝐯𝐞𝐥𝐲𝐧 ×━
Pasados unos minutos en la fila, salí con mi bandeja de comida y caminé a la mesa más cercana a la puerta, pero en mi lugar preferido estaba un hombre de poca estatura que discutía con las personas de al lado, diciéndoles que él venía de lo más alto de la mafia y que nadie debía molestarlo. Me enfurecí tanto que mi forma de caminar lo hizo notable.
—¡Oye, enano! —puse mi bandeja en otra mesa, amenazando con la mirada a los que estaban ahí—. No se atrevan a tocar nada o les arranco los dedos.
El otro sujeto me miró con desdén, pero no estaba intimidado. Al tenerlo cerca, su puntiaguda nariz y peinado peculiar me hicieron darme cuenta quién era.
—¿Quién te crees para llamarme así? —espetó.
—¿Tú quién eres para dar órdenes? ¿El rey de la ciudad? —solté una risotada—. Por supuesto que lo crees... —me acerqué para gritarle en la cara—, ¡...Oswald Cobblepot! —volví atrás—. ¿O prefieres "Pingüino"? No te he visto caminar, pero seguro que el nombre no es en vano.
Aunque no dijera nada, podía escuchar en su respiración el enojo y fastidio que le estaba provocando.
—No contestarás, lo sé —ladeé la cabeza —, ni te molestes. Sólo quiero dejar en claro que no te conviene empezar así.
—¡Oh, ya sé quién eres! —dijo burlesco—. Sí, yo también he escuchado sobre ti, y no me agradas mucho...
—No lo pretendo. Fuera de mi lugar.
—Hay muchas mesas aquí, lárgate a otra —sonrió—. ¿O es que ya te encariñaste?
—¡Cuéntame otro chiste! —reí—. ¿Quieres jugar a ver quién es el jefe? Juguemos entonces.
Él dio el primer paso empujándome contra la pared y aunque no alcanzó a golpear mi rostro con su puño, sí lo hizo con su rodilla inmediatamente después de que me había agachado; vaya que dolió. Pero podía resistir, así que estiré el brazo y le di en la mandíbula, logrando que retrocediera. Una vez de pie, pude desorientarlo con otro golpe en la cabeza y lo empujé hacia abajo. Lo pateé por la espalda cuando aún estaba de rodillas —en el momento me pareció divertidísimo—, pero luego tiró de mi tobillo con la fuerza suficiente para hacerme caer; claro que retomó la pelea.
Alrededor había un caos, los reclusos empezaron a pelearse entre ellos por imitarnos a nosotros, no dejaban de gritar, arrojaron cosas, casi toda la comida fue aplastada y ahuyentaron a las cocineras del lugar; respecto a los guardias, bueno, puedo jurar que se quedaron simplemente a mirar mientras esperaban apoyo.
Poco a poco mi rostro se llenaba de sangre y ardía como no se imaginan. Pero me di cuenta de algo durante esa pelea, por fin estaba peleando con alguien de carácter que lo hacía divertido. Exploté a carcajadas; era eso o un ataque de nervios. Aunque Oswald no lo vio de esa manera, sino como una burla que lo retaba. Me quedé observando por unos segundos cómo sus puños manchados de rojo subían y bajaban sobre mi rostro, hallé un ritmo entre cada golpe y ahí lo detuve con mis propias manos, sostuve sus puños todo lo que pude hasta que logré hacerlo a un lado de un cabezazo.
Algo aturdido por el golpe en su frente y nariz, miró hacia arriba para enfrentarme, pero aunque yo estuviera de pie y con más posibilidades de mandarlo a dormir con un buen golpe entre los ojos, le tendí la mano y dije:
—Jugaste al nivel, Oswald, y me hiciste reír.
Él me observó, dudando, mas no se negó a corresponder la ayuda cuando vio que no podía levantarse por sí mismo; el suelo estaba resbaladizo por toda la comida que se había dispersado.
—¿Esto fue una maldita clase de prueba?
—Algo así —tomé asiento en mi mesa, aunque ya no volví por mi bandeja luego de ver que un montón de reclusos habían puesto sus manos sobre ella; ya les arrancaría los dedos luego—, es una costumbre mía analizar a las personas que pueden llegar a ser... útiles, como los amigos. Una pelea es uno de mis filtros.
—Supongo que no llevas mucho tiempo aquí como para saber que un psiquiátrico no es lugar para ser amistoso —se sentó al frente.
—De hecho, es mi segunda vez —sonreí—, con diecisiete días y contando.
—¿Cómo es posible que estés tan tranquila luego de haberte golpeado en medio de este desastre? —cuestionó, alejándose de la orilla de su asiento al ver que un hombre se había desmayado a centímetros de él—. ¿Y de dónde diablos sacaste esa baraja? —dijo, al notar que sacaba cartas por la manga de mi uniforme.
—Shh... no lo digas tan alto, otros querrán jugar —empecé a acomodarlas—. Respondiendo a tu primera pregunta... mi mundo es así, desastroso y violento. Mi mente carece de tanto control que simplemente se adapta y hace que la situación parezca divertida. Imagina que a un sujeto lo asaltan, si logra salir vivo, tendrá una anécdota que contar y poco a poco se tornará graciosa por lo inesperada que fue.
—Pues, mi entorno no es así, existe el orden —espetó—, lo único que tenemos en común es la violencia. En pocas palabras, yo no pertenezco a esta casa de locos.
—Nadie, en realidad —dije, mientras repartía cartas—. A excepción de Hugo Strange y semejantes...
La alarma sonó repentinamente y varios grupos de control, vestidos de blanco, entraron para detener el alboroto, sacando a los pacientes uno a uno y si acaso se atrevían a oponerse, eran golpeados hasta que se dejaran colocar un sedante; de la limpieza se encargarían luego.
Oswald estaba más que feliz de poder salir de allí. Cuando llegó mi turno, escondí la baraja dentro de mi uniforme otra vez y por instinto elevé los brazos al sentir una mano enguantada sobre mi hombro.
—¡Ya me levanté! Ya me levanté.
—Entonces, apúrate, tenemos que sacar a muchos más —dijo el guardia de control, empujándome una vez más por la espalda.
El imbécil quería molestarme y lo peor, es que sí lo estaba logrando, se notaba en mis mejillas coloradas y en mi entrecejo fruncido. Pero ésa dulce voz enfrió mi rostro.
—¿Evelyn?
Jerome caminó rápidamente desde el elevador para alcanzarme y le hizo una seña al guardia para que se detuviera, mostrando su identificación también; me hubiera gustado charlar en privado.
—¿Qué pasó ahí adentro? ¿Por qué los están sacando? ¿Quién te golp...? —se detuvo a pensar—. Oh, no.
—Llegaste tarde a la fiesta, cariño —sonreí.
—¿De nuevo, Evelyn? —me miró molesto—. Ya tienes dos reportes de mala conducta en la mitad del mes, ¿podrías dejar de pelearte con los reclusos por sólo una semana?
No tenía una frase inteligente para decir, así que me quedé callada. Tenía razón.
—Oye, si las cosas siguen de esta manera, reasignarán tu caso —Jerome suspiró—, y es posible que no me vuelvas a ver.
Inmediatamente, lo miré a los ojos y el aire se escapó de mi boca. Obviamente no quería que se fuera, pero me resultaba difícil cambiar mi actitud.
˙˙˙ǝɾ̣ɐʇuɐɥƆ
—Haz un esfuerzo, por favor —dijo, con tono apagado—. Llévela a la enfermería —se dirigió al hombre que me sujetaba y él sólo asintió.
Cuando Jerome ya no estaba a la vista, el guardia retomó su camino hacia las duchas y... bueno, el agua estaba fría como siempre; aunque esa vez no fue tan malo, pude lavar mis heridas y el ardor desapareció por un buen rato, pero mi uniforme seguía siendo el mismo. Al terminar, me llevaron hacia mi celda en el tercer piso, pero vaya sorpresa: Oswald ocupaba el cuarto de al lado. Estaba segura de que era él con sólo escuchar sus berrinches. Al estar dentro, me agaché hacia la rejilla cerca del suelo para saber dónde estaba y de ahí surgió una idea.
—¡Hey, amigo! —le grité con una voz diferente a la mía, levantándome al instante para que no me viera.
Íbamos a jugar "Adivina quién soy".
—¡No me hables, pedazo de...!
—Lo sé, este lugar está lleno de mierda —dije, ahora con la voz ronca—. Pero tú y yo somos diferentes, y pienso que podemos ayudarnos mutuamente —volví a hacer la otra voz.
Oswald se arrodilló a la altura de la rejilla.
—¿Y cómo puedes, tú, ayudarme? —rió.
—No es por presumir pero soy muy hábil socializando, o más bien chantajeando... —reí.
—Conozco esa risa... —murmuró.
Fue entonces que me dejé caer al suelo para que me viera.
—¿Qué dices? ¡Seremos mejores amigos! —sonreí, pero eso pareció asustarle.
—¡Aléjate de mí, desquiciada! —gritó Oswald, apartándose de la reja y chocando contra la pared.
—¡Hey! —me quejé—, yo no te he insultado por tu extraña forma de caminar, algo de respeto entre nosotros caería bien.
—¿Estás siguiéndome o algo? ¿Qué quieres? —se veía inquieto.
—Pfft... claro, como si pudiéramos elegir en dónde nos quedaremos encerrados —vociferé, apartándome de la rejilla—. Ya te dije lo que necesitabas saber y no diré más hasta que aceptes —me recosté en la cama—, ¿alguna otra pregunta?
Por un momento no dijo nada, de todas formas, no lo estaba presionando. Entonces, dejó ver sus dudas.
—¿Cómo es que alguien como tú pudo hacer tal crimen? —preguntó de repente—. Me refiero a que... eres joven, te comportas diferente, algo tranquila... a primera vista nada más, claro, ya me consta. Pero... esa no es la actitud psicópata con la que te describen los periódicos —dijo Oswald, acercándose a la reja para mirar.
—¿"Tranquila"? —solté una risotada—, asesinar a diecisiete personas es tarea para una persona con mucha energía —recargué la barbilla sobre mis brazos—. ¿Y tú? ¿Por qué estás aquí encerrado?
—La lista es tan larga que parece mentira.
—¿Algún motivo que consideres principal? —pregunté, volviendo a bajar al suelo.
—Sofía Falcone... —gruñó.
—Uh, el apellido de la mafia —asentí—. No me agrada, ni siquiera nos conocemos, pero es más que obvio que jamás llegará al nivel de su padre.
—Si salgo de aquí pronto, puedo evitar que se quede con mis propiedades y mi gente —pensó—. Creo que estoy listo para escuchar tu plan.
—Me alegra que te haya convencido —sonreí—. Verás, estoy por conseguir un mapa y una tarjeta de acceso, ¿sugerencias?
—¿Por qué no le dices a...?
—Ah-ah, nada que involucre a Jerome —negué.
—Pues, más vale que tu idea sea mejor —espetó—. ¡Oh, ya sé! Tal vez podamos huir por la...
—No hay ventilación en ese tipo de celdas, Oswald —dije rodando los ojos, y él maldijo.
—Entonces, no hay opción —alzó los hombros—, el pelirrojo debe ayudarnos a escapar.
—¿Disculpa? No, perderá su trabajo y es muy importante para él.
—Convéncelo, o yo lo haré por las malas.
—¡No arrancarás ni un solo cabello de su cabeza! —le grité a la cara—. Sé lo que haré, todo a su tiempo, simplemente quédate cerca.
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