Capítulo 19: Ojos en todas partes
Arriba (o en multimedia) hay una imagen de quien sería "Phillip", su nombre es Thomas Richard O'Brien y tiene 26 años. Lo pueden encontrar en Instagram como @tommyobrien11. Entre muchos, él fue el que más parecido tenía con el personaje.
Eeeeeeeen fin, sigan leyendo ◑ 3◐
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—¿No crees que ya son muchos perros para ti, pequeñita? —le dijo el hombre—. No digo que no seas fuerte, pero creo que vas a necesitar ayuda para controlar todas esas correas.
—Mis papás y mis hermanos mayores me van a ayudar, no se preocupe —mintió—. Sólo necesito un perro más —le sonrió a la mascota en los brazos del hombre.
Él no estaba seguro, no era normal que un niño anduviera por todo el parque ofreciéndose a pasear al perro de un desconocido, tal vez era una nueva forma de recabar dinero para los más jóvenes. Adentrándose en la idea, el sujeto le entregó a su mascota, que no era más que un beagle juguetón y le sonrió a la niña.
—Muy bien, nena, ten cuidado.
—Gracias, señor.
Se despidió con la mano y el hombre se sentó en una banca para observar la graciosa escena de la niña tratando de controlar a todos esos perros, eran ocho al menos, la mitad era de raza grande y sólo había uno muy pequeño, parecía un yorkshire terrier.
Volviendo al sube y baja, se encontró con esos odiosos niños otra vez, pero ahora los miró con un gesto más amable e interrumpió su juego alzando al perro más pequeño ante ellos.
—Se llama Tobby —habló de repente.
—¿Es tuyo? —preguntó el niño, y Pepper asintió aunque no fuera cierto, sabía que si decía que sí golpearía al perro.
Y no era necesariamente el plan.
Entonces, él lo tomó, lo dejó en el suelo y lo pateó dos veces porque le parecía gracioso cómo intentaba salir corriendo. Rápidamente, Pepper lo tomó en brazos, soltando "accidentalmente" a uno de los perros grandes, el cual se enfureció por el ataque al otro y se puso a la defensiva, gruñéndole al chico, pero no parecía temerle.
—¿No le tienes miedo a un perro de su raza?
—Niña, tengo mascotas más fuertes que ése.
—Vamos a ver si puedes lidiar igual...
Entonces, la niña sacó una bolsa llena de carne cruda que guardaba para la ocasión y metió su mano, primero lanzó una parte al rostro del chico y antes de que él pudiera reclamarle, ella corrió hacia la otra niña y metió la carne en su boca a la fuerza, quedando restos en su cuello y en otras zonas de su cara. Ella se asqueó por el olor y la sensación, pero Pepper no le permitió vomitar porque comenzó a estrangularla; lo único que le impedía al otro chico acercarse a ayudar a su novia eran esos perros que empezaban a detectar el olor en su cara. Por temor a que sus padres volvieran pronto, se apresuró a llenarle la boca de carne al otro niño también, quien trató de huir pero lo hizo tropezar con una de las correas y lastimó al perro, provocando que éste se le echara encima y comenzara a morderle su brazo, lo que ella aprovechó para lanzar más carne sobre el resto de su cuerpo.
—¿Todavía no le tienes miedo? —vociferó.
Al ver que no todos los perros se acercaban y la niña robusta se levantaba, sacó de su mochila un paquete de comida para perros, de esos que contienen un tipo de carne más suave y jugosa para el animal. Aun con las otras correas lastimándole las muñecas, Pepper se arrodilló sobre ella y con todo descaro, pasó los pequeños cubos de carne por toda su cara y brazos, dejando el jugo y restos de la comida. Tiró de las correas en su mano izquierda y los perros se acercaron; los que estaban entrenados sólo lamieron, pero los otros le dejaron cicatrices que vería todos los días. Les permitió seguir mordiéndola y se dirigió con el chico.
—Aun no gritas.
—No lo voy a hacer, no soy un llorón como tú.
Eso la hizo enojar. Dejó caer unos cuantos cubos en el rostro del chico y el perro grande los olió. Acercó las correas de los perros en su mano derecha y empezaron a pelear, hiriendo gravemente al chico cuando trataba de alejarse de ellos, porque pensaban que también quería llevarse su comida. Pepper apenas logró salir de aquel borlote por el olor a carne en sus manos; las pequeñas mordidas, así como los raspones en sus rodillas, no eran nada comparado con lo que les habían hecho a los otros dos pubertos. Del otro lado, también comenzaron a pelear por la comida y esa niña golpeó a los perros con tal de deshacerse de sus mordidas, pero sólo terminó provocándolos más.
En cuanto las demás personas se percataron de los gritos estruendosos y de que los perros estaban amontonados comiendo algo en esa esquina del parque, los padres tomaron a sus hijos pequeños y salieron corriendo, algunos tardaron y los niños contemplaron la escena horrorizados. Los respectivos dueños y otros adultos que estaban cerca trataron de apartar a los perros, pero recibieron mordidas y terminó siendo muy tarde para ambos chicos. Se supo después en las noticias que ambos habían muerto pocos minutos de que llegaran al hospital. Tiempo después, los padres de Pepper le explicaron a los dueños de los perros y a otras personas que impusieron demandas, que los chicos habían provocado a los animales, según la mentira que su hija les había contado.
La niña, con su llanto, pidió perdón a esas personas, diciendo que sólo quería pasear a los perros porque ella no tenía uno propio y que la carne que fue encontrada en los hocicos de los perros y adentro de la boca de la niña, fue comprada por ellos mismos para hacer bromas a la gente. Nunca se encontró la mochila. La mayoría de las demandas fueron revocadas cuando la policía no pudo encontrar testigos mayores de 7 años y los dueños de las mascotas le creyeron a la niña al ver que ella también estaba herida.
Los Crewell nunca volvieron a aparecerse en ese parque, no toda la gente los miraba igual, le pagaron cierta cantidad de dinero a los padres de los chicos por su pérdida y ninguna persona volvió a poner a su mascota al cuidado de esa niña de ojos siniestros, pero aún así... Pepper se fue con una gran sonrisa en la cara.
La Pepper adulta había pasado tanto tiempo pensando en eso, que ni siquiera se dio cuenta del momento en que terminó en un columpio para dos. Volteó al sentir un piquete en su brazo y se encontró con el rostro de aburrimiento de Brissa.
—Gracias a Dios, reaccionas —se levantó—. ¿Pepper, te parece si te quedas por aquí? Me han dicho que no te gusta correr y...
—Está bien, Brissa. Puedo estar por allá —respondió, señalando las bancas frente a los juegos infantiles.
—Oh, okey... —se colocó los audífonos—. No te acerques a nadie y no dejes que te vean.
Le sonrió por última vez y luego se fue. Pepper aún no entendía por qué debía esconder su rostro.
Después, caminó hacia una banca vacía y se sentó, pero la incomodidad la tentaba a irse corriendo a casa, ya que la miraban extraño y a los niños les daba miedo pasar cerca de ella. Bueno, no es común encontrarse a alguien con una bufanda puesta sin hacer tanto frío, con el gorro de su suéter puesto y el cabello cubriendo más de la mitad de su cara, mucho menos que una persona vaya al parque sola y observe a la gente desde una banca.
Pepper sentía que las risas de los niños se volvían insoportables, los murmullos de las madres a su lado se escuchaban como si estuvieran susurrándole a ella, el sonido de la tierra levantarse por los niños corriendo también se volvió tedioso, el tiempo parecía no avanzar, sentía que no estaba respirando cuando sí lo hacía y ella pronto perdería la compostura si no se iba de ahí. Cuando se levantó, algo topó con su pie, miró hacia abajo y vio un tren de juguete, luego fijó su vista en el niño pequeño a su costado y se agachó para dárselo.
—Hola —dijo el niño, con un tono tierno y amigable.
Pepper volteó en seguida y le sonrió un poco, aunque no pudiera notarlo. El niño era de tez morena y presumía un hermoso color gris en sus ojos.
—Hola —contestó, y tomó el tren de juguete—. Esto es tuyo.
—Gracias —respondió tímido, al mismo tiempo que ella se levantaba.
Pepper, al ver que el pequeño se le quedaba viendo y no se iba, se dio la vuelta de nuevo y se arrodilló.
—¿Sí?
—¿Cómo te llamas?
—Yo... —hizo una mueca—... ni siquiera lo sé, mi amiga dice que me llamo Pepper —respondió, sonriendo de lado.
—¿Cómo la pimienta? —preguntó el niño, entre risitas. Pepper también rió.
—Sí... como la pimienta. ¿Y tú, cómo te llamas?
—Mi mamá me dice Andy.
«¿Cómo el de la película?», pensó Pepper.
—¡Lindo nombre! —exclamó, sonriéndole al niño y él le devolvió el gesto.
—¿Quieres jugar conmigo y con mi hermano? —preguntó el niño, ladeando su cuerpo con timidez.
—¡Andy!
Escuchó Pepper antes de contestar y elevó su rostro para ver de dónde provenía el grito. Luego, visualizó a la madre del niño.
—Hey, Andy —la miró—. Creo que ya tienes que irte, después jugaré contigo, ¿está bien? —dijo Pepper, sosteniendo un hombro del niño y le volvió a sonreír.
—Okey —contestó Andy, con entusiasmo—. ¡Hasta luego, pimienta! —gritó el niño, antes de correr hasta su madre. Pepper rió un poco y se despidió de él con la mano.
Al empezar a caminar, un sujeto caminó cerca suyo y encendió un cerillo, Pepper se sobresaltó y al ver el fuego, entró en pánico. Siguió mirando el cerillo con temor mientras caminaba y casi se tropieza, pero no fue hasta que el sujeto lo lanzó cerca de ella para quemar una hierba seca, que gritó muy asustada y corrió al área de los árboles.
Entonces, trepó a uno sin que la vieran para poder tranquilizarse; ella no sabía que le tenía miedo al fuego. Desde arriba del árbol, Pepper podía ver buena parte de la ciudad y del vecindario en el que estaba, empezaba a sentirse de nuevo en casa. Se recargó en el tronco y disfrutó de la vista un rato.
Después, Pepper vio a Brissa acercándose, por lo que decidió enderezarse y estirar sus brazos, pero cuando estaba por bajar notó que se había detenido para hablar con alguien; al principio, Pepper pensó en bajar sin importarle con quién estuviera hablando, pero volvió a subir con velocidad, escondiéndose entre las ramas y hojas, cuando descubrió que estaba hablando con ese chico pelirrojo que aparecía en sus sueños y pesadillas. Los observó desde arriba: el pelirrojo se mostraba serio, deprimido, cansado, con el cabello algo alborotado, pero vestía formal y se veía muy bien. Por otro lado, Brissa aparentaba también cansancio, y se le notaba cómo trataba de sonreír, pero la tristeza por ese chico le ganaba y la hacía fruncir el ceño.
Luego, Pepper inclinó su cabeza a un lado para tratar de ver mejor lo que le había entregado el pelirrojo a su amiga, pero no pudo ver nada; cuando se fue, Brissa se despidió con un ademán amable y miró hacia los lados, buscándola. De inmediato, ella bajó del árbol de un salto y le sonrió un poco para disimular lo que había pasado hace un rato.
—¿Quién era él? —preguntó.
Ahora que sabía que existía, dedujo que había formado parte de su vida antes de morir, encontró la conexión de esas dos personas con ella, pero no sabía si de forma buena o mala.
El corazón de Brissa comenzó a latir más rápido de lo que ya lo hacía. ¡Pepper aún no podía ver a Jerome!
Entonces, fijó su vista en la de ella y notó que miraba la invitación que le habían dado, la ocultó detrás de su espalda y pronto volvió a mirarla con curiosidad.
—¿Qué es lo que te dio?
—Sólo... sólo documentos del trabajo, nada divertido —respondió Brissa, sintiendo algo de culpa, a pesar de que Pepper le creyó.
—Si tú lo dices... —dijo a medias, al tratar de observar por encima de Brissa por dónde se había ido el pelirrojo.
Aún lo desconocía, a pesar de que en sus sueños sabía su nombre y sentía un gran afecto por él, no entendía por qué lo hacía; los recuerdos que ella recuperaba cuando dormía se borraban casi por completo al despertar. Prueba de ello fue una mañana, de la segunda semana que tenía con vida, cuando Brissa entró a la habitación en la que dormía Pepper y ésta la desconoció, no fue hasta que le dijo su nombre cinco veces que recordó.
—Hey, ¿qué tal si nos vamos a que me dé una ducha, y luego vamos a almorzar? —preguntó, un poco nerviosa.
Pepper sólo asintió y ambas comenzaron a caminar hacia la casa, pero ella volteaba hacia atrás por si acaso veía al chico pasar. Al llegar, Brissa empezó a darse una ducha y Pepper se quedó mirando la televisión en los pocos canales que habían, ya que la mayoría estaban bloqueados por ser de noticieros y cualquier cosa que pudiera recordarle algo.
En minutos, Pepper se aburrió y apagó la televisión, suspiró y su mirada, por instinto, se fijó en aquella invitación color lila en la mesa. La curiosidad le ganó y fue a leerla antes de que Brissa volviera. La invitación estaba escrita con letra cursiva y sólo tenía la dirección de un restaurante y la hora, alguien saldría en la noche; algo dentro de Pepper se encendió y quiso romper la invitación sin saber realmente por qué, pero se resistió por su amiga.
—Listo, Pepp —dijo Brissa, saliendo de su habitación con el cabello suelto y ya seco—, ¿te pusiste los lentes?, ¿la bufanda?
—Sí.
—Ve afuera entonces, iré por las llaves.
(...)
Ya estaban desayunando, reían a carcajadas por las cosas que Brissa contaba y ella reía por la risa extraña de Pepper, se escuchaba normal y no maniática como antes. Al terminar, se tomaron un tiempo por tanta comida en sus estómagos y la chica de cabello rizado se puso a leer mensajes en su celular, entonces Pepper sacó el tema de conversación que tanto la intrigaba:
—¿Brissa, vas a salir esta noche con ese pelirrojo?
Ella casi se ahoga con el café al escuchar eso, Pepper preguntó con tanta seriedad que hasta pensó que ya había recordado quién era Jerome.
—Ehm... sí, algo así, ¡pero no es una cita! Él y yo sólo somos conocidos, habrá una pequeña reunión de amigos y le pidieron que me entregara la invitación —explicaba, mientras limpiaba las salpicaduras de café de la mesa.
—¿Entonces, tú y él no son nada?
—¿Por qué el interés?
—Miedo, no quiero quedarme sola en la noche —mintió. Quería saber de verdad quién era el pelirrojo.
—Puedo decirle a Selina que se quede contigo, o si prefieres puedo llamar a unos amigos tuyos y así sólo tendría que llamarte algunas veces para saber cómo está todo —dijo Brissa, llevando un trozo de postre a su boca.
—¿Amigos? —Pepper arqueó una ceja.
—Sí, mira —se acercó a ella para susurrarle—...antes de que murieras, conociste a dos personas muy amables que seguro no te lastimarán —se separó—. Ellos saben quién eres.
—¿Cuáles son su nombres?
—Edward Nygma y Angelique Martín, al primero tú lo llamabas Eddie y a la chica le decías Angie —dijo Brissa, mientras sacaba su celular del bolsillo de su chaqueta.
Otra vez.
Pepper trató de recordar algo con esos nombres, pero sólo consiguió imágenes de una daga y un traje de color verde, así como algunos signos de interrogación invadiéndole la mente.
Después de lo ocurrido en el incendio, Angelique parecía tenerle desconfianza y rencor a Brissa, pero hicieron las pases cuando Jerome y Edward intervinieron, uno de los argumentos que usaron fue la conversación que ella tuvo con Pepper en la pizzería horas antes. Probaron que no le tenía nada en contra y dejaron las sospechas a un lado. Todo quedó como un accidente.
—¿Hola?
Al instante, Pepper volteó hacia su amiga y miró el celular en su manos; para no mostrar inquietud, decidió probar su postre de pera y escuchó con atención la llamada, simulando mirar la televisión del restaurante.
—¿En serio...? Bueno, por lo menos sigue mi consejo de los condo... ¡Ah, cierto! Quería pedirles a ti y a Edward un gran favor —siguió hablando—, ¿te parece si los veo en mi casa en una hora...? Claro, ¡hasta luego! —colgó—. Bueno, Pepp, ya tienes niñeros —dijo Brissa, sonriéndole burlona.
—Tengo veinte años —dijo, cruzándose de brazos.
—Cuando te conviene —se levantó—. Anda, vámonos.
(...)
—¿Qué quieres, Pingüino?
Desde que llegué al Pax Penguina, azoté puertas y estuve tropezándome con todo por lo rápido que caminaba, estaba molesto porque Oswald me había sacado del trabajo probablemente para uno de sus berrinches. En ese momento, estaba frente a él en su oficina y un par de guardias se aseguraron de que no fuera a ninguna parte.
—Necesitaba hablar.
—¿Y para eso mandas a Víctor, para hacer un escándalo en Arkham? ¡Me hubieras llamado y ya!
—¡Cállate, y siéntate! —gritó Oswald, frustrado. Suspiró—. Es Pepper.
«No...», fue lo primero que cruzó por mi cabeza.
Tomé asiento cuando me lo indicó, y escuché con atención, mis dedos se aferraban a mi ropa.
—Supongo que ya sabías sobre que hurtaron su cuerpo de Indian Hill.
—Créeme que no he dejado de buscar. Me enteré antes que tú, Oswald.
Mostré una sonrisa burlona en mi rostro, y él respiró profundo para no molestarse. Me sentía ansioso y tenía miedo, pero mi mente estaba en todo, noté cómo golpeaba el suelo varias veces con su zapato mientras hablábamos; él también estaba inquieto.
—¿Y qué tal sobre que la han visto caminar, eh? —preguntó, colocando unas fotografías frente a mí y las observé con cuidado: cada una mostraba la figura de una mujer, en todas, con el rostro cubierto—, ¡¿acaso es un maldito zombie?! —golpeó la mesa.
—¡¿Y cómo sabes que es ella?! —me levanté, enojado.
—¡Media ciudad murmura su nombre! —gritó de vuelta, ahora más tenso—. ¿Crees que no voy a saber qué es lo que mi ciudad dice? ¡Tengo ojos por todos lados, Jerome!
—Siempre que te veo de frente, te digo que no pienso discutir —espeté, dando la vuelta para irme, pero habló y me paralicé.
—Víctor dice que la vio ayer entrando a la casa de tu amiga... —volví—. ¿Cuál es su nombre? Ah, sí, Brissa...
—Ni siquiera te le acerques —espeté, acercándome a zancadas y tomándolo de su traje.
Los guardias de atrás iban a reaccionar, pero Oswald hizo un ademán y se quedaron atrás.
—Tan cobarde... —le dijo.
—Te estoy advirtiendo que la dejes en paz si no quieres tomarte las molestias de pedirle a tu lacayo sin cejas que te cabe una tumba debajo de ese edificio —lo solté, con un empujón.
—Bien... —gruñó Oswald—. Te llamé para que me ayudaras a buscarla, pero ahora lo volteaste todo —se cruzó de brazos—. Si yo la encuentro primero, no volverás a verla...
—... y si yo la encuentro, ten por seguro que tampoco la verás, porque ella me prefiere a mí.
—Ya veremos...
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