Capítulo 18: Pesadillas
Se separaron y Brissa dio un pequeño grito de emoción mientras sujetaba sus manos, a lo que Pepper miró con algo de confusión. Después, la ayudó a levantarse y tomó la ropa del suelo para dársela.
—Póntela —dijo, amablemente.
Pepper comenzó a descubrir su hombro y Brissa abrió los ojos, sorprendida.
—No, no, no, no, no... —la tomó por los hombros—. Vístete detrás de esa pared, ¿está bien? —le indicó el lugar, y ella asintió.
Pasados unos minutos, Pepper salió con la ropa ya puesta, con ese traje empapado en un brazo y con los zapatos en la otra mano, que luego dejó en el suelo y se los puso, al sentir incomodidad, se dio cuenta de que estaban al revés y los cambió, se acercó temblando y Brissa vio la oportunidad para darle la manta, que ella misma colgó sobre sus hombros.
—Vámonos —dijo, colocando una mano en la espalda de la castaña y así guiarla hacia el auto.
Durante todo el camino hasta su casa, Pepper estuvo mirando a la ventana encogida de piernas en el asiento, como si no reconociera Gotham. Cuando Brissa quiso poner música, Pepp se asustó un poco y se tapó los oídos, algo extraño ya que ella, en otra situación, hubiera lanzado su celular por la ventana y subido los pies en la parte de arriba de la guantera. Entonces Brissa recordó que Eleanor le había dicho que la fosa vuelve demente a una persona.
«Si era así... ¿a Pepper qué le hizo? ¿Acaso...? No, imposible», pensó Brissa, mientras conducía.
Después, tuvo un presentimiento y volteó a verla, Pepper estaba muy pálida y tenía los labios torcidos.
—¿Te sientes bien? —la miró, preocupada.
Cuando ella iba a responder, dejó salir un poco de vómito de su boca y éste cayó en el asiento, Brissa frenó de repente y Pepper abrió la puerta con prisa.
—Ay, no... —murmuró, asqueada, mientras limpiaba con un rollo de papel que guardaba en la guantera la parte del asiento con vómito.
Cuando escuchó que Pepper terminó, se acercó a ella y le ofreció un poco de papel, ella lo tomó sin dudar y se limpió la boca.
—¿Estás bien? —preguntó, y ella asintió enérgicamente.
Brissa ahora la notaba más pálida y sus labios no tenían tampoco color, sus manos temblaban, sus piernas estaban encogidas en el asiento otra vez y se le notaba apenada.
—L-lo siento... —dijo cabizbaja, y luego volvió a verla con semblante preocupado—. N-no fue mi intención.
—No, no, no... tranquila, sólo es vómito —dijo, tratando de sonreír pero el olor hizo que mostrara una mueca de desagrado.
—Perdón —dijo Pepper, dejando caer su cabeza en el asiento.
—Ya, no pasa nada. No estoy enojada, esas cosas pasan en los viajes y... cuando revives, supongo.
—No lo voy a volver a hacer, Brissa, te lo juro.
—De acuerdo, ahora tranquilízate.
Arrancó el auto y siguieron su camino, la chica de cabello rizado le dijo que no se atreviera a abrir los ojos o a mirar por la ventana porque se marearía de nuevo, y ella no la desobedeció. Al llegar, Brissa caminó hasta la puerta de su casa y cuando la estaba abriendo con sus llaves, se dio cuenta de que la ventana de la cocina estaba abierta, luego miró el reloj de su muñeca, marcando las 10:13 a.m. y se fastidió al pensar en los sermones que le daría esa niña ladrona. Rodó los ojos y entró.
—Si aún quieres que te dé wafles, deja de entrar así a mi casa —espetó a la nada.
—Tardaste mucho —dijo, recargándose en la pared.
—Ven, pasa —le dio el paso a la castaña, quien mantenía sus brazos encogidos sujetando fuertemente la manta y el cabello un tanto alborotado.
Pepper miraba cada detalle de la casa: los muebles y el material con el que estaban hechos, el diseño de las paredes, los cuadros de payasos que tanto le gustaban a la solitaria dueña, los recordatorios en el refrigerador y demás; en el recorrido, se topó con alguien y tomó a Brissa como escudo, y la otra persona se ocultó tras una silla que luego bien podría servirle para defenderse.
—¡¿Qué diablos está haciendo esta demente aquí?! —preguntó la otra.
—Gatita, tranquilízate... ella no nos va a hacer daño —respondió Brissa, colocando sus manos al frente.
—¿Estamos hablando de la misma persona? ¡Ella es una asesina! —replicó—. Además, ¿qué no estabas muerta?
—Y-yo salí de una fosa con un líquido verde.
—¿Qué?
—Mira, Selina —la tomó por los hombros—, es una larga historia. Por ahora, sólo quiero que no la lastimes —se acercó a su oído—, ya no es la misma...
—¿A qué te refieres con eso? —murmuró de vuelta.
—Ahora es inofensiva. No sé qué le pasó, pero será mejor no recordarle las cosas...
—O... tal vez no debiste revivirla —gruñó Selina.
—Tuve qué...
—Estás loca... —murmuró Selina, negando con la cabeza y riendo un poco.
—¿Brissa?
—Ah, sí —volteó hacia Pepper y la tomó del brazo—. Siéntate aquí —la guió al comedor—, voy a prepararte algo para desayunar.
—A mí también... —canturreó Selina, mientras daba golpecitos sobre la mesa y se sentaba.
—Sí, ya lo sé.
Brissa se dirigió a la cocina y empezó a sacar todo lo que necesitaba. Mientras tanto y gracias a la barra que la dejaba ver todo, pudo notar que Selina estaba impaciente por hacerle preguntas que no debía a Pepper.
—Entonces... ¿no recuerdas nada? —preguntó, recargando sus codos en la mesa. Brissa frunció el ceño.
—No, sólo rostros pero ningún nombre ni ocasión —contestó Pepper, y Selina asintió—. ¿Por qué me llamaste asesina, niña?
—Wow —exclamó, entre risas—... en serio que no recuerdas quién eres.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, tú eras la pesadilla de los niños, el dolor de cabeza de los policías y...
Brissa carraspeó, y Selina volteó a mirarla.
—Gatita, ¿te gustan los wafles quemados? —la miró, amenazante.
—No, no me gustan así —contestó, mientras sonreía.
—Entonces, cállate —le sonrió de vuelta.
Horas más tarde...
Selina ya se había ido. Durante el resto del día, estuvieron viendo televisión hasta que anocheció, mientras comían frituras. Cada vez que Pepper cambiaba de canal, Brissa rogaba al cielo para que no se encontrara un canal de noticiero y se viera a ella misma; que Pepper recordara lo que fue, era peligroso.
De pronto, un reportaje interrumpió la película que estaban viendo y la reportera se paró frente a la cámara.
—Interrumpimos este programa para dar el siguiente aviso: el cuerpo de la criminal, Pepper Crewell Kay, fue hurtado de Indian Hill, y hasta ahora la policía no ha podido atrapar a la persona responsable. Las cámaras de seguridad pudieron captar a una figura vistiendo de negro cargar el cuerpo hasta un automóvil, pero las placas no se pudieron notar durante la grabación. Esperamos que...
—Ah-ah, ya deberíamos dormir —dijo Brissa, notablemente nerviosa, arrebatándole el control remoto y apagó la televisión.
—Como tú digas —contestó Pepper, levantándose, y la siguió.
—Mira, puedes dormir en el cuarto de mi hermano, yo estaré a un lado.
—Pero es el cuarto de tu hermano.
—Creo que lo dije mal... —murmuró para sus adentros—. Era el cuarto de mi hermano, antes vivía con él, después se casó y me dejó quedarme aquí —abrió la puerta y encendió la luz—, es como un cuarto de huéspedes.
Pepper se detuvo un poco para mirar la habitación: sólo tenía una cama pequeña, una ventana con cortinas polvorosas, historietas de superhéroes en el mueble de enfrente y una que otra figura hecha de cristal con forma de animales en las repisas cerca de la cama; el cuarto tenía un color turquesa muy llamativo, pero en las esquinas ya se había desvanecido ese color.
Al sentarse en la cama, la mente de Pepper empezó a recibir recuerdos de cuando vivía con sus padres, la textura de la sábana era casi idéntica, la recordaba por todas las veces en que la mordió para no gritar de frustración en esos días malos en que sus padres la sacaban de quicio, o cuando tenía el castigo de soportar fragmentos de vidrio hirviendo sobre su espalda. Después, un recuerdo borroso vino a su mente con el color durazno, similar a otra sábana con la que dormía: estaba en la Mansión Cobblepot, un martes por la mañana, pero Pepper no reconocía el lugar, por eso era borroso.
—Aún no entiendo por qué me ayudas —dijo Pepper, quitándose el saco y recostándose—. Casi no tengo recuerdos de mí haciendo algo por ti, sólo... amenazándote. ¿Por qué te amenazaba?
—Pepper, tú eras y seguirás siendo una amiga. Los amigos a veces tienen problemas, tal vez por eso tienes esos recuerdos —decía Brissa, recargada en la puerta—. En fin, que duermas bien.
Apagó la luz y cuando estaba a punto de irse, Pepper dijo algo que la dejó con la boca abierta: Gracias.
Brissa se dio la vuelta, pero lo único que vio fue a la castaña estando acurrucada entre las cobijas y con los ojos cerrados, quejándose levemente por un dolor en su espalda; debió ser duro mantenerse de pie dentro de esa cápsula. El sueño también la consumía a ella, así que decidió dejarla dormir y se fue a su habitación.
3:45 a.m
Pepper no dejaba de moverse sobre la cama desde algunas horas antes, jalaba las sábanas, respiraba con fuerza y la frente le sudaba. Estaba teniendo una pesadilla.
Si nos sumergíamos en su mente, podíamos ver que ella estaba dentro de la carpa de circo: había fuego por todas partes, se escuchaban gritos que retumbaban en sus oídos y la lastimaban, la cabeza le daba vueltas, no tenía coordinación con sus piernas, se sentía débil. A lo lejos, ella escuchaba que alguien gritaba su nombre con desesperación, no sabía de quién se trataba, pero pensó que podía ayudarla a salir del incendio y se decidió a correr, pero la persona había desaparecido.
—¡No, espera! ¡No me dejes aquí!
Se había lanzado contra esa persona, pero pronto se encontró cayendo por unas escaleras de color blanco que resaltaban entre toda esa oscuridad que la rodeó, al llegar al suelo revisó que no tuviera ninguna extremidad rota y miró hacia los lados muy confundida.
De pronto, una luz se encendió frente a ella y le lastimó los ojos, haciéndola sangrar un líquido negro instantáneamente, el fluido se detuvo cuando cerró la boca para contener un grito; pero todavía no estaba en esa parte del sueño a la que debería temerle. Alguien se acercaba con paso acelerado. Una cabellera pelirroja brilló ante sus ojos, un brazo fuerte la sostenía del cuello, pero sin hacerle daño; de un momento a otro, ya no podía controlar lo que pasaba, era como si su mente estuviera recreando algo del pasado, como si sólo fuera la marioneta.
—¿Jerome? —las palabras salieron de su boca así nada más. No sabía a quién se refería con ese nombre.
Como se mencionó antes, era sólo la espectadora de lo que ella misma hacía sin saber por qué.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, muy enojado.
El rostro del muchacho era gris, sus labios eran de color verde y estaban torcidos en una mueca de desagrado, sus ojos estaban rodeados por sombras negras, la punta de su nariz era de color negro y sus pupilas estaban dilatadas.
—¿Di-disculpa? —preguntó de vuelta.
Y cuando él iba a responder, su cara giró como si tuviera una máscara puesta y dejó ver otra con las facciones, sólo que sus labios ahora eran rojos y le sonreían como si fuera una parálisis en su cuerpo, el tono de su piel era normal a diferencia del otro, tenía sombras rojizas debajo de los ojos y otras de color negro en la orilla de sus párpados, la punta de su nariz estaba manchada de un color rojo muy oscuro, como si fuera la sangre de alguien más, y sus pupilas estaban contraídas.
—No finjas, Pepper... —canturreó el muchacho, y después rió—. Ambos sabemos las travesuras que hiciste.
Ya la había soltado y, por alguna razón, no podía despegar sus rodillas del suelo, estando en una vergonzosa pose de debilidad frente a él.
—Deja de verme así —espetó Pepper, algo incómoda, al ver que Jerome le daba vueltas con la mirada.
—¿Sabes? Ahora sí pareces una persona perturbada, en tu niñez te trataron mal, tengo entendido. Pero nosotros te vimos como una persona que simplemente había recibido tantos golpes en la cabeza que no estaba consciente del daño que le habían hecho... —la levantó—...o el que podía causar —rió.
—¿Ustedes quiénes?
—Hay muchas personas que luego de haber recibido un tipo de abuso o maltrato durante años, son temerosas, inseguras, incapaces de quedarse solas. Pero tú terminaste de otro modo, enloqueciste, dime por qué. Quiero oírlo de ti.
—Sólo eran castigos, normalmente se me enseñaban otras cosas que otros niños tenían en sus mentes, como las fiestas de cumpleaños o entender el concepto de tener amigos. Frederick y Eleanor no querían que los demás supieran que no era una hija a la que criaban, sino a una persona a la que estaban entrenando para hacer daño a la gente a quienes... ¿Qué...?
Cerró los ojos confundida, había un zumbido en sus oídos y sus párpados habían caído como si estuviera cansada. De nuevo, las palabras salieron de su boca sin avisar.
—Él se compadeció de ti al saber que te usaban como un objeto, de que nunca tuviste vida propia realmente. Oh, pobre niña, fue manipulada por mami y papi y pasó los mejores años de su vida encerrada en un sótano —después, Jerome hizo un movimiento rápido y la tomó de las muñecas—. Y aquí estás...
Entonces, Pepper recordó que el amor de su vida tenía dos caras y en ese sueño, representaban a su subconsciente, que le hacía creer que alguien más le decía las cosas que alguna vez ella pensó o le dijeron, le recordaba esos momentos tortuosos y tristes en que era como un perro atado a una cadena, un perro al que habían golpeado hasta hacerlo violento.
De un momento a otro, ese pelirrojo comenzó a arrancarle la cara por un extremo y entró en pánico, así que se propuso tomar el control de su sueño otra vez. Su primer golpe fue pensar en que tenía una altura anormal y esa persona que la sostenía ya no podía alcanzarla, pero confió demasiado y cayó en sus garras otra vez.
—Ay, Pepper... quieres ser tan impredecible, ¿verdad? —la recostó en el suelo—. Pero debes recordar... —volvió a reír—...que yo siempre tengo un as bajo la manga.
El suelo tomó un color rosado, convirtiéndose en chicle, y la absorbió hasta casi asfixiarla. Entonces, el mismo pelirrojo de gesto triste y labios verdes la sacó, haciéndole volver por las escaleras donde cayó. Al ver que su otro rostro ya no estaba detrás de su cabeza y que él no buscaba hacerle daño, quiso llevarlo con ella, pero se apartó.
—Acompáñame, te lo ruego, el otro te hará daño si te quedas.
Él le negó con la cabeza y pronto apareció el otro pelirrojo por su espalda, sosteniendo un cuchillo frente a su pecho, sobre el área en que se encontraba su corazón; cuando Pepper dio un paso, él sostuvo el cuchillo con más fuerza y le hizo un pequeño rasguño.
—¡Déjalo! ¡Por favor! —suplicó.
Todos alguna vez hemos estado conscientes de que lo que vemos es un sueño, pero cuando estás dentro de uno cada sensación es real: temes, ríes, sufres, lloras, hasta puede que vueles o caigas, por eso los sueños son confusos; a pesar de que sabemos que es posible controlarlos, no lo hacemos por temor a lo que nuestro cuerpo vaya a hacer en el exterior o lo que suelte nuestra boca a los demás, o simplemente porque se nos olvida.
Por eso Pepper sentía angustia, todo era real, por más ilógico que pareciera.
En el momento justo en que el otro le apuñaló el corazón, ella despertó y la risa escandalosa del pelirrojo la acompañó en su cabeza durante unos segundos más.
—¿Jerome? —llamó a la nada.
Sus ojos estaban acuosos, su respiración se alteró y comenzó a temblar de nuevo, temiendo que su sueño pasara a la realidad, a pesar de que no recordaba con exactitud lo último que vivió con su pelirrojo favorito. Por suerte.
—Jerome... —sollozó.
Volvió a recostarse de costado y abrazó a la almohada para consolarse, pronto comenzó a llorar y Brissa la escuchó.
—¿Pepper?
Levantó la mirada.
—Brissa... —volvió a sollozar y se inclinó hacia ella para abrazarla.
Por la actitud de la castaña, ella comenzó a pensar en que la fosa no le había reducido la edad física, sino la mental. ¡¿Qué clase de persona con veinte años se comporta como de nueve?! No se sabe todavía, tal vez sólo fue temporal por su falta de memoria, quién sabe.
Pasadas casi dos semanas, Brissa se dio cuenta de que su plan de ocultar a Pepper en casa no estaba resultando, pues las pesadillas se repetían durante la noche y ella llegaba cansada a su trabajo por la mañana. Sabía que en cualquier momento tendría que decirle a Jerome que estaba viva y a ella recordarle quién era, pero cada vez que llamaba se arrepentía y fingía que marcaba por accidente, los mensajes los borraba y no se atrevía a mirarlo a los ojos, de igual forma, no se sentía segura cuando quería sacar el tema con Pepper porque ni siquiera sabía si lo entendería.
Cumplidas las dos semanas, en un día nublado, Brissa se levantó temprano para ir al parque y pensó que tal vez el aire fresco le haría bien a las dos. Entonces, tocó la puerta de la habitación un par de veces y luego entró.
—¡Buenos días, Pepp! —dijo, con alegría, tratando de quitarle la sábana de la cara.
Ella la sostenía con fuerza y por impulso, casi muerde a Brissa como un perro rabioso al que tratas de quitarle su comida. Claro que ella fue más rápida y pudo apartar su mano a tiempo.
—Hey...
—Lo siento, no me gusta que me levanten temprano cuando estuve despertando a las tres de la tarde —dijo, volviendo a sumergirse entre las cobijas.
—Vamos, Pepp... —se quejó Brissa—, tienes que salir de aquí. Debes tomar aire fresco, es lo que necesitas para no marearte cada vez que caminas y te relajarás lo suficiente como para poder dormir bien.
—¿Eso me quitará las pesadillas?
—Seguro que sí.
—Dame unos minutos para ducharme —dijo Pepper, con algo de optimismo.
Si algo quería, era deshacerse de todos esos pensamientos malos. A esas alturas todavía no comprendía qué pasaba con ella, no quería aceptar que había muerto y revivido, mucho menos si no le explicaban la razón, no entendía por qué esa chica la había llevado a su casa en vez de con sus padres o con cualquier persona con la que hubiera vivido antes, pero sabía que preguntarle sería en vano, pues no le respondería. También estaba forzada a cubrirse la cara con bufandas y a veces lentes falsos, porque su amiga le decía que tenía muchos problemas y que había cometido errores, eso la asustaba y no quiso preguntar. Pero con obedecer a Brissa y tomarse las cosas con calma, le bastaba, porque estaba iniciando una nueva vida en el anonimato.
Ella era Pepper Crewell, pero nadie debía saberlo.
Cuando ambas estuvieron listas, Brissa cerró la puerta de la casa con llave y caminaron hacia el parque que se encontraba a una cuadra de ahí. Para ser temprano, habían muchos niños colgados de los juegos como chimpancés y corriendo por todos lados. Una situación incómoda para Pepper porque le sería más difícil alejarse de las personas; además, habían pasado muchos años desde la última vez que pisó un parque donde hubiera tantos niños.
Una niña de once años bajó muy emocionada del auto de sus padres para correr hacia el sube y baja, el único juego que le parecía divertido. Sus padres corrieron detrás de ella por temor a que se tropezara con algún niño y se lastimara, ¿de quién sería la sonrisa que mostrarían a los vecinos para hacerse ver bien? Con Pepper aparentemente feliz y sin heridas a la vista, ellos se convertían en los buenos padres que podían seguir explotándola a escondidas.
La niña cargaba una mochila café en sus hombros y vestía colores vivos que nada tenían que ver con la forma en que ella era a tan corta edad: violenta e impulsiva. Cuando iba a subir al juego, una niña más grande la empujó para subirse con su "novio".
«Patético tener una relación a los 13 años», pensó Pepper.
—Yo iba a subir —espetó, mirándola fijamente.
—¿Ah sí? ¿Y con quién? —la niña se acercó—. A ti ya te había visto la semana pasada, casi matas con piedras a un niño —le pellizcó un brazo—. Eres un monstruo —dicho lo último, la niña le escupió en la cara y Pepper se quedó quieta por un momento hasta que se fue corriendo por el asco que sentía.
Los chicos pensaron que se habían librado de ella, pero sólo fue a limpiarse la cara. Buscaba a una pareja de adultos para que hablara con sus padres y los distrajera para que no la castigaran por lo que estaba a punto de hacer.
De alguna forma u otra, Pepper se las arregló para tomar prestados a todos los perros que encontró en el parque y se los llevó con ella.
No era la primera vez en que esa niña robusta la molestaba en el parque, pero sí sería la última.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top