Capítulo 16: Un gran show, una última risa
Maratón 3/3
Pepper levantó la mano hacia el hombre que manejaba las luces y él las apagó, se oyó un disparo y cuando la iluminación volvió, Penélope tenía un agujero en la frente, murió en aquella ruleta que todavía giraba y manchaba su cuerpo a cada vuelta. Jerome quedó estupefacto, sentía que era una pesadilla. Y rogó por despertar al ver a su amiga de cabello rizado sosteniendo una escopeta, detrás de la carpa.
—¿Brissa...?
Después de que él la viera, Brissa desapareció entre la multitud. Cayó de rodillas y ya no quiso ni siquiera hacer un esfuerzo por ayudar a las demás personas ni escapar; él sintió que todo a su alrededor estaba cayéndose y todo, todo por su culpa.
Disparos, risas, personas corriendo, otros haciendo volteretas, comida en el suelo, niños asustados, gritos de emoción y desesperación, sollozos, burlas, sangre, eran lo único que se podía ver y escuchar en esa horrible noche de viernes.
Una suave caricia llegó a su mejilla y lo tomaron de la barbilla, apartó esa mano con brusquedad y se levantó para confrontarla; Pepper temió de su actitud.
—¿Cariño? —caminó hacia atrás.
—No me llames así —espetó.
—Tú otra vez —gruñó Pepper, mirándolo atentamente para asegurarse de que no se daba cuenta de que sacaba un arma—, ¿no es cierto? —le apuntó.
—No —contestó, bajando el arma de un golpe.
Pepper miró en el suelo su única forma de defenderse y luego retrocedió.
—N-no entiendo —dijo, con semblante preocupado.
—¿En serio? Porque yo creo que sí —respondió Jerome, más furioso de lo que ya estaba, acorralándola hacia el extremo de la carpa.
—Je-Jerome, lo hice por nosotros —tropezaba—, ¡lo sabes! Ella te haría daño, te haría cambiar y te alejaría de mí.
—La única dañada eres tú... —la tomó de su traje—. ¡Sólo te interesas por ti misma, Pepper! ¡Nunca pensaste en lo que yo sentía o lo que me preocupaba en el tiempo que estuve encerrado en esa maldita mansión! —le gritó.
—No, no es así...
—Ni creas que tus lágrimas funcionarán esta vez —espetó, sujetándola más fuerte.
En ese instante, Pepper tropezó con algo grande que la hizo caer al suelo, sintiéndose más intimidada. Un efecto que no había estado en ella desde hace años.
—Pe-pero, Jerome...
—¡Jamás me amaste! ¡Y si acaso lo hiciste, mataste a cientos por tus estúpidos celos!
Ella juraba que era amor, y que él no lo viera de esa forma también la hirió. Se levantó furiosa, conteniendo las lágrimas y suspirando pesado.
—¡No es verdad! ¡Te amo y me preocupaste cada segundo desde que te conocí, fuiste lo único en lo que pensaba!
—¡Nunca te importé porque sólo soy un capricho tuyo!
Entonces, Jerome la empujó hacia atrás y cayó sobre una de las luces que alumbraba el centro de la pista desde abajo, causando que ésta prendiera fuego y comenzara a expandirse por todo el lugar; todos se dieron cuenta del olor a humo y salieron de la carpa tan rápido como pudieron, algunos seguidores tomaron de rehenes a otros. Los gritos aumentaron y las sirenas de policías y bomberos se escuchaban afuera.
Pepper se apartó desde que tuvo contacto con la luz, apagando el fuego en su traje con palmadas, y se apresuró a guiar a Jerome hacia la salida, pero él soltó su mano.
—¡Tenemos que irnos! —le suplicó Pepper, tratando de tomar alguna de sus extremidades y así arrastrarlo para salvar su vida.
—¡No iré contigo, Pepper!
—¡No seas terco, y vayámonos! —le ordenó, tratando de empujarlo, pero le ganaba en fuerza y peso, obviamente.
En segundos, el centro de la pista estaba en llamas y el fuego comenzó a subir por el otro lado de la carpa, ambos presenciaron el momento en que los cuerpos de las víctimas se quemaron; Jerome sintió otra vez ese vacío cuando vio el cuerpo ya sin vida de su amiga, quemándose en esa ruleta con su sangre alrededor. El calor se hizo más intenso cerca de ellos, y entendieron que el fuego pronto los alcanzaría si no se movían de ese extremo.
—Tenemos que irnos —dijo Jerome, tragando saliva y mirando la carpa.
—¡Ya era hora! —exclamó Pepper.
Tomó su brazo con fuerza y lo guió a la salida que estaba al otro lado, lugar por donde había entrado con su culto antes del show, pero el fuego ya se encontraba sobre ellos y la carpa del circo iba a caer más pronto de lo que se esperaba. Mientras corrían, una barra de trapecista cayó en el pie de Jerome y tropezó, Pepper actuó rápidamente y la lanzó lejos con la fuerza que le quedaba, lo tomó de uno de sus brazos para levantarlo y siguieron huyendo.
El tiempo no alcanzaría para que los dos pudieran salir, había dos opciones nada más: la primera era que sólo uno saliera con ayuda de la fuerza del otro, lanzándolo hacia afuera; la segunda, que los dos murieran ahí dentro. Sabemos cuál eligió Pepper.
—¿Ahora qué... hacemos? —preguntó Jerome, mientras tocía.
—Tú vas a salir —afirmó ella, mirándolo con tristeza.
—¡¿Qué?! No, no, no... —comenzó a sacarlo—...no, ¡no! ¡Pepper! ¡Pepper, no!
—No olvides que te amé.
Entonces, ella lo tomó con más fuerza del brazo y con ayuda de sus piernas, lo empujó hacia afuera, preparando un giro hacia atrás para caer y al no estar del todo lista, cayó de una forma en que dobló su pie y raspó su cara con el suelo; Pepper trató de levantarse, pero ya no tenía fuerzas. Lo último que vio Jerome al estar fuera de peligro, fue a esa mujer que le salvó la vida, en el suelo: herida, con las manos manchadas de sangre, quemaduras en los brazos, rasguños en la cara y el maquillaje corrido.
Al final, la carpa cayó sobre ella.
—¡NO! —gritó—, ¡Pepper! ¡Pepper!
Comenzó a gritar como loco, con la esperanza de alguna respuesta, pero los policías lo vieron pensando que estaba en peligro y lo obligaron a retroceder. Jerome trató de correr hacia ella, pero lo seguían deteniendo. Él apenas si podía respirar, por primera vez, tenía miedo de verdad.
—¡No, no, suéltenme! ¡Suéltenme! ¡Tienen que ayudarla! —suplicó de rodillas—. ¡Pepper! —sollozó—. ¡No, por favor!
Los últimos momentos de Pepper, fueron cómo discutía con el amor de su vida y después trataba de salvarlo; sus últimos sentimientos, fueron la ira, la desesperación, la tristeza de un corazón roto, los celos y la desilusión. Jerome, recordaría el fuego.
(...)
—¿Jerome Valeska? —llamó un detective.
Estuve media hora sentado en la tierra, viendo cómo apagaban el fuego y la gente se reunía con su familia, cómo eran golpeados los seguidores del culto que habían atrapado, veía a los paramédicos ir de un lado a otro. Pero en el principio, no pensaba nada, mi atención estaba en otra parte, al igual que mis sentimientos, estaba ahogándome de todas las emociones que sentía, predominando la confusión; me sentía como un niño asustado con los ojos llorosos. Me dijeron que me tranquilizara y eso hice, no cometí ningún acto violento y mi llanto disminuyó. No fue un acto de magia, más bien una persona que, al ver mi desesperación, se comprometió a hacer algo por mí. James Gordon había ido a buscar a Pepper, o por lo menos su cuerpo.
Tenía entendido que si el detective encontraba algo, le avisaría a su compañero, Harvey. Mi corazón se aceleró cuando lo vi acercarse, tenía la esperanza de que siguiera con vida, pero el hecho de que el sujeto no trajera su sombrero puesto daba una mala señal.
—Escucha, hijo, iré al punto —me miró con seriedad—. Lo que vas a ver es algo fuerte, es tu decisión si...
—Quiero verla —me levanté.
Hizo un ademán a su derecha, señalando la carpa quemada y me decidí a correr. Sabía lo que me esperaba, no era sano para mi mente, pero me arriesgué. Mientras me adentraba en el humo, más percibía el olor a cuerpos humanos, sumado a la comida podrida en el suelo. Todo seguía igual de horroroso.
No es cierto...
No te acerques, ¡no vayas!
Escuchaba cosas en mi cabeza, los gritos me alarmaban y comencé a ponerme nervioso. Entonces, visualicé una figura extraña, me acerqué a zancadas y al ver lo que tenía frente a mí, caí de rodillas, mis manos temblaron y el ritmo de mi respiración se alteró. James Gordon tenía a Pepper en brazos. Estaba muerta.
Busqué en todas partes, levanté la carpa cientos de veces, moví cuerpos sin vida, pisé comida asquerosa y nada, Pepper no estaba por ningún lado. Pero nunca me daba por vencido, no cuando hacía una promesa.
Me sobresalté al oír que alguien tocía, seguido de escuchar quejidos de dolor, como si quisiera moverse, volteé a mi izquierda y a un metro de distancia, vi una figura rojiza y blanca. Corrí en su ayuda y mantuve la esperanza de que fuera aquella criminal.
—¡¿Pepper?! —giré su cuerpo, y suspiré al ver que sí era ella—. Gracias a Dios... —tomé aire—.Te sacaré de aquí.
Quise ayudarla a levantarse, pero no tomé en cuenta que tenía un brazo roto y no podía mover las piernas hasta que se quejó del dolor, pensé en llamar a una de las ambulancia para que viniera, pero puso su mano en la pantalla del celular antes de que lo encendiera.
—N-no... —murmuró.
—Sé que no estás en tus mejores facultades mentales, pero estás herida y de verdad tengo que...
—Jim... no lo hagas, causé mu-mucho daño —se quejó—, asesiné personas...
—Lo sé.
Al mirar hacia la pantalla de mi celular, maldije al ver que no quedaba batería y opté por moverla yo mismo, tomando su brazo sano primero y evitando el contacto con las otras extremidades.
—Los volví dementes a todos... —se quejó cuando su espalda se arqueó.
—También eso lo sé.
La levanté con cuidado y me dispuse a caminar, pero me miró con seriedad y desvió mi atención.
—No merezco vivir —lagrimeó—, Jerome no se merece sufrir —tosió—. Por... favor —volvió a quejarse—, déjame aquí.
—No, no voy a hacer eso.
—Ji-Jim, la vida es un chiste... —sus ojos se pusieron llorosos—... y yo no lo entendí.
Finalmente, dio un último suspiro y una sonrisa se quedó marcada en su rostro, su mirada se perdió en la oscuridad y cerré sus ojos, después de que ya se había ido.
Las lágrimas comenzaron a nublar mi vista y sentí un dolor punzante en el pecho; ella estaba muerta y no pude hacer nada para salvarla. Pepper estaba muerta por mi culpa. Culpa tuya, Jerome, culpa tuya.
Me dejó tomarla y lloré con más fuerza al ver su aspecto, no la reconocía con todas esas quemaduras y lesiones, incluso había perdido una ceja y su rostro estaba arañado. No pesaba mucho, parte de su cabello había sido quemado, desprendía un olor desagradable y su cuerpo estaba tibio, comenzado a ponerse frío. Pero lo que me dejaría marcado sería la sonrisa con la que murió, no sabía si era porque había enloquecido al saber que iba a morir o si la causa era que había quedado agradecida al poder salvarme.
James puso una mano en mi hombro y luego empezó a caminar, dándome a entender que teníamos que tenía que seguirlo. Pronto, me encontré frente a una ambulancia y tuve que entregar su cuerpo, me resigné al principio, pero luego la miré y... sólo besé su frente. Esa fue mi despedida, no tenía cabeza para decir una palabra. La pusieron en una camilla y no dejaron que nadie viera lo que pasó después.
—¿Sabes por qué se puso lentillas verdes y una peluca pelirroja?
Escuché detrás mío. No tenía ganas de pelear con alguien, pero si ese hombre se atrevía a echarme algo en cara, lo destrozaría.
—...por su obsesión por ti.
Volteé sin decirle nada, y su aspecto me sorprendió, nada tenía que ver con su tono de voz: tenía los ojos llorosos también, temblaba, había raspones en sus ojos y algunas cortadas y moretones se notaban en sus manos; era su amiga más cercana, después de todo. De reojo, vi a Víctor pasar junto con una mujer de cabello rizado y volteé de inmediato. Por supuesto que era Brissa. El hombre miró por el espacio de las puertas entreabiertas, su expresión era seria. Se retiró segundos después y ahora era ella la que miraba, cubrió su boca y aparentemente lloró al ver lo que la había pasado al cuerpo de Pepper. Incluso ellos mostraron interés por la mujer, pero ¿y su culto? ¿las personas que juraban adorarla? Desaparecidas.
—Eres el responsable de que terminara así.
—Soy consciente.
—¿Sabes que todo esto, fue un acto desesperado por recuperarte, verdad? —dijo Oswald, arqueando una ceja—. Por tu culpa perdí a mi amiga.
—¡Sólo cállate! —grité muy enojado, dándome la vuelta para respirar.
—¡Ella murió por ti! —espetó de vuelta, y fue cuando me sacó de quicio.
Lo tomé del cuello y presioné tan fuerte que perdió el aliento en segundos, sentía mi rosto ardiendo del enfado y no estaba prestando atención a mi alrededor, hasta que sentí un arma en mi espalda, posiblemente Víctor.
—No me importa morir ahora... —gruñí.
De sorpresa, unas manos se posaron en el lado izquierdo de mi espalda y me empujaron, soltando a Oswald y tirando al suelo el arma de Víctor.
—Jerome, basta —vociferó Brissa.
—No te metas, Brie —la tomé por los hombros. Quería sacarla de ahí antes de que la policía se enterara de cierto disparo.
—Tú no me dirás qué hacer —se soltó—. Tienes que controlarte.
—Mejor hazle caso, imbécil... —gruñó Oswald.
—¡Tú tampoco estuviste para detenerla! —le grité.
Me abrí pasó hacia él de nuevo, pero el mercenario clavó un cuchillo en mi mano antes de que pudiera tocarle un cabello, me acerqué hacia la luz de una patrulla para ver la herida y ahí fue cuando Brissa me tomó desprevenido, sujetándome por la espalda y sin dejar que me moviera mucho, ella presionaba más si acaso me atrevía a hablar.
—Créeme, Jerome —se acercó Oswald—, intenté detenerla desde el día en que la conocí —me miró molesto—, insistí e insistí... —tensó la mandíbula—...e insistí, ¡en que no hiciera nada de esto! ¡en que no fuera tras de ti! —lagrimeó—. ¡Y mira lo que pasó!
—Oigan...
Alguien lo interrumpió. Al voltear, nos dimos cuenta de que eran Edward y Angelique, quienes estaban tomados de las manos caminando hacia nosotros.
—¿Qué... qué fue lo que pasó? —terminó por preguntar, mirando hacia la carpa de circo.
—Alguien nos está faltando... —dijo la mujer, de forma pensativa.
Su rostro pasó por mi mente, el hecho de sólo pensar en eso me hacía sentir mal. No me di cuenta de mis ojos llorosos hasta que miraron confundidos, mi amiga me abrazó y Oswald bajó la cabeza.
—¿Por qué se ponen así? ¡Respondan de una maldita vez! —insistió Angelique.
Al no recibir respuesta de ninguno de nosotros, se desesperó, pero mi mirada me delató; Edward la siguió, encontrándose con cierta ambulancia y caminó a zancadas hacia ella. Angelique se quedó para seguir insistiendo.
—¿Tú le hiciste algo, verdad? —le preguntó a Brissa, y de brazos cruzados, se acercó a ella. La miraba muy mal.
Ya había perdido a dos esa misma noche, sólo quedaba Brissa en mi vida y no iba a dejar que la tocaran, así que me puse delante de ella y confronté a Angelique.
—Nunca haría algo como eso, no empieces a sacar sospechosos sin informarte primero.
Angelique entrecerró los ojos y dio unos pasos hacia atrás, Edward volvió y noté su expresión más seria de lo normal.
—Vámonos, ya.
La tomó con algo de fuerza y caminaron por donde habían llegado, y Angelique volteaba a mirar a Brissa constantemente.
(...)
Estaba dentro de Indian Hill, un lugar donde mantenían frescos a los cuerpos de los peores criminales de Gotham, o al menos los destacables por ciertas acciones, se consideraban tan despreciables que les tenían un lugar reservado como sujetos de laboratorio. Había todo tipo de criminales, parecía un museo. Y ahí aseguraba que estaba Pepper, metida en una cápsula.
Bajé de la ventilación de un salto y busqué su cuerpo, me emocionaba un poco hacer una cosa como esa, casi nunca salía y mi vida se resumía en estar detrás del mostrador de una pizzería. A pesar de que era muy ágil, nunca encontré un trabajo donde mi flexibilidad me sirviera de algo.
La encontré.
Me sorprendí al ver que sus heridas estaban tratadas y sus lesiones no se notaban tanto, lo único que no se arregló mucho fue su cabello; una gran diferencia respecto a cómo la vi en la ambulancia dos días atrás. Saqué de mi bolsa la tarjeta falsificada que había conseguido por allí y la pasé por el detector, milagrosamente la aceptó y saqué su cuerpo con cuidado, su baja temperatura corporal me dio escalofríos; un punto que estaba a mi favor era que casi no pesaba y pude arrastrarla por una salida de emergencia, que también necesitaba la tarjeta para abrirse por dentro.
Pasé varios minutos en Indian Hill, pero mis nervios me hicieron sentir que había sido más rápido. Abrí mi auto e incliné el asiento para recostar el cuerpo, subí y tomé mi celular de la guantera, llamando a una conocida.
—¿Sí, diga?
—Eleanor, soy yo, Brissa. ¿Dónde dijiste que estaba la Fosa Lazarus?
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