Capítulo 14: Monstruo
Maratón 1/3
—¡Pero claro que les será útil! Si no, ¿para qué me tomé tantas molestias?
«Pepper», fue lo primero que cruzó por la cabeza de Jerome. Su risa ahogada al final lo estremeció.
—Vean sus celulares, asómense por la ventana y verán que un nuevo comienzo está por aparecer, pero... recuerden, que no puede amanecer sin anochecer primero. Por eso, esta noche les doy el permiso de hacer lo que quieran, de que maten a quien quieran. Y para cuando la mañana venga, ustedes ya deberían de estar en... ¡Libertad!
Se escuchó la escandalosa risa de Pepper alejándose y los gritos de las personas atrapadas ahí, pidiendo ayuda; pero luego esos gritos se convirtieron en risas de desesperación, iguales a las de las personas que eran víctimas del gas de la risa que en una ocasión ella utilizó. Y de pronto, ¡BOOM! La transmisión de radio se cortó, y Jerome apenas si podía pensar.
Luego, sintió una mirada pesada detrás suyo, era Oswald, sosteniendo la cámara con la que Pepper grababa todas sus "hazañas", como ella les decía, y se la dio para que viera uno de los vídeos que estaban ahí.
—Se supone que no debes verlo, pero quiero que sepas quién es en realidad Pepper —dijo Oswald, con la mirada baja.
Jerome no preguntó nada, sólo frunció el ceño y tomó la cámara, reprodujo el vídeo seleccionado y prestó atención. Lo primero que apareció ante sus ojos fue la vista de una calle, desde la perspectiva de Pepper ,y ella silbando al ritmo de unos villancicos navideños, mientras caminaba por la banqueta de un vecindario, en el cual parecía todavía ser de día; para Jerome, el pasto y la placa del auto que tenía la casa a la que estaba entrando, le parecían horriblemente familiares.
Nunca bajó la cámara, permitiendo una mejor vista de la persona que estaba a punto de abrir la puerta después de que ella tocó, abrió los ojos con temor al ver que era Penélope la que estaba enfrente de ella. Entonces, Pepper hizo un movimiento rápido y la pateó hacia las escaleras, donde se golpeó fuertemente la cabeza y se dobló la mano derecha, haciendo pensar a Jerome que, por ese golpe, Penélope tendría la vista borrosa y no podría defenderse.
—Toc-toc, Penny...
Se arrodilló a su altura y cuando vio su rostro con más claridad, trató de alejarse, pero Pepper la tomó con fuerza de los cabellos y los jaló hacia adelante y atrás, recibiendo quejas de la rubia.
—Dije: "toc-toc, Penny", y tú tienes que decir...
—¿Qui-quién es? —respondió, a punto de llorar por lo fuerte que la sujetaba.
—Una luz.
—¿Qué?
Luego, Pepper la soltó y se levantó para cerrar la puerta con cerrojo mientras reía por lo bajo, y dejó la cámara sobre el mueble que estaba a un lado de la puerta, sacó de atrás de las cortinas un bote lleno de gasolina, una cuerda debajo del tapete y un encendedor de su bolsillo.
—¿Te gustan los fuegos artificiales? Porque la casa está rodeada de ellos ahora mismo.
—¡No, espera! ¡Por favor! ¡Me alejé de él, me alejé de él! ¡LO JURO! —gritaba Penny, desesperada y asustada, mientras retrocedía y subía las escaleras como podía (porque sólo se apoyaba en una mano y las piernas le fallaban), sin darle la espalda.
Pepper, para que no huyera, le apuñaló la pierna cuando iba a mitad de las escaleras y cayó repentinamente, dando un grito desgarrador que se escuchó por toda la casa. Ella rió más fuerte mientras se acercaba con tranquilidad a Penélope, quien ya desprendía lágrimas al ver que bajó el bote de gasolina para sacar una palanca de atrás de la cortina también. Trató de subir las escaleras más rápido.
—Penny, Penny, Penny... no puedes huir, es tarde para hacerlo.
Y a los ojos de Jerome se vio cómo le lanzó otro cuchillo a la mano que le ayudaba a subir y a su otra pierna, dejándola inmóvil y con la cabeza gacha. Ella comenzó a llorar más fuerte y gritaba por ayuda, pero justamente era la hora en que ninguno de los vecinos de al lado estaban en su casa porque tenían que volver al trabajo. Ella tomó la hora exacta para actuar. Pepper rodó los ojos y negó con la cabeza mientras le ataba las manos y las piernas.
—Tenía la esperanza de que, por lo menos, no fueras como las rubias en las películas de terror que todo el tiempo gritan, inútilmente, por ayuda —ató un nudo—, ya veo que no es así.
Luego, se levantó y tomó el bote de gasolina para empezar a llenar toda la casa con ella; si se acababa, tomaba otro; los había escondido por toda la casa. La grabación se cortó por un instante y volvió para mostrar el exterior de la casa, a unos metros de distancia, Pepper la observó una vez más antes de quemarla, le parecía muy bonita y perfectamente decorada, pero recordar quién era la dueña le hacía querer desaparecerla en llamas. Por alguna razón, ella volvió a entrar, tal vez era para asegurarse de que la rubia siguiera dentro.
—¿Sabes? —abrió la puerta—. Es una pena que todo esto tenga que convertirse en cenizas.
Cuando estaba a punto de sacar el encendedor de nuevo, notó que Penélope parecía muy callada a diferencia de los minutos antes, y su mirada se fijó en sus manos: tenía el cuchillo que Pepper usó para lastimarle la mano, y mientras andaba por toda la casa regando gasolina, ella estaba tratando de liberarse de la cuerda en sus pies.
—Sabía que las voces estaban en lo cierto esta vez —suspiró—, qué bueno que traje una palanca —la alzó.
—¡No, por favor! ¡POR FAVOR!
Un horrible grito invadió los oídos de Jerome, el sonido de sus huesos rompiéndose se sentía extraño, quería dejar de ver, pero no podía apartarse, sintiendo el peso de la culpa y un dolor de cabeza; no podía reaccionar a que Pepper le estaba rompiendo las piernas a una de sus únicos amigos, mientras reía con descaro y seguía divirtiéndose.
Jerome no pudo seguir viendo el vídeo cuando la escena se volvió más grotesca, específicamente el momento en que las piernas de Penélope se deformaban, y se dejó caer de rodillas, ignorando que la cámara había rebotado en la alfombra.
—Ella no sería capaz, Oswald... —musitó con la voz quebrada, y sus ojos comenzaban a ponerse rojos—...ella no.
—Pepper es capaz de muchas cosas, nunca la pongas a prueba. Los locos no saben lo que hacen. Y ella no tiene límites, estando cuerda o no —dijo Oswald, tomándolo por uno de sus hombros—, eso es lo que he aprendido desde que apareció, y deberías de tenerlo en cuenta si crees conocerla bien.
—¡Y ta-rá! —se escuchó desde la cámara, que aún reproducía el vídeo, y Jerome la tomó de nuevo. Aún no creía lo que acababa de suceder hace apenas una hora—. ¡Wohoo! —celebró Pepper, mientras sostenía la cámara.
Se podía ver a distancia cómo la casa de Penélope estaba envuelta en llamas y en segundos, se activaron los fuegos artificiales, dejando un desastre alrededor y el techo cayó sobre todo lo que pudiera estar adentro. En este caso, de quién. Jerome comenzaba a sentirse peor, pero Pepper todo lo contrario, reía sin parar como si de una película de comedia se tratase.
(...)
—¡Ya vine! —grité feliz, azotando la puerta, y dejé mi suéter en una de las sillas del comedor.
Todo salió como quería: el culto estaba satisfecho, la gente había enloquecido allá afuera, asesinando a todo el que se les atravesara, nuevos miembros se nos unieron, la Central Eléctrica explotó con éxito, el DPGC estaba desesperado, los teléfonos en esa comisaría sonaban sin parar y sobre todo, la casa de de la rubia era tan sólo cenizas para esa hora. Todo había salido perfecto, sólo faltaba una recompensa por el esfuerzo. Eran las 10:30 p.m exactamente.
—¿Jerome? ¿Oswald?
Comencé a caminar hacia la sala de estar y noté que la chimenea estaba encendida, así que fui a apagarla. Alguien me tomó de la cintura cuando me arrodillé y cubrió mi boca y ojos, atrayéndome hacia la pared y chocó mi cuerpo contra ésta; traté de patearlo, de removerme y morderlo, pero resistió más de lo que creí y pudo sostenerme de los brazos con más fuerza, dejando mis ojos. Finalmente, la luz que desprendía de la chimenea me dejó ver parte de su rostro y la expresión que tenía. Estaba en serios problemas con él, y sabía por quién.
—Hola, cariño —dije, sonriendo avergonzada.
—¿Tienes el descaro para llamarme así? —preguntó con tono frío.
No, por favor.
—¿Pa-pasa algo? Te juro que todo lo que hice hoy, no debe de afectarte en nad... ¡Auch! —presionó mis brazos, y acercó su rostro al mío. Por primera vez, su cercanía no me daba gusto.
—¡¿Tienes idea de lo que hiciste?! —gritó furioso, y comenzó a ahorcarme con su otra mano y a elevarle por la pared—. ¡Contesta, Pepper!
Negué con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza para no llorar, elevé mis piernas y lo pateé en el estómago, haciendo que retrocediera y caí al suelo de rodillas, lo miré mientras trataba de controlar mis respiración. Me negué a aceptar que él de verdad quería a esa mujer rubia.
—La asesinaste, ¡¿no es así?! —se acercó a zancadas y me tomó del brazo para elevarme—. No soportabas que yo le dirigiera la palabra a otra mujer que no fueras tú, ¡que incluso la quisiera más que a ti!
—¡CÁLLATE!
Me harté. Lo golpeé con mi frente, haciendo que su nariz sangrara y él, cegado por la ira, también trató de golpearme pero lo esquivé y lo golpeé más fuerte en su boca, logrando que cayera a un lado mío. Rápidamente, tomé la daga de Oswald que él guardaba arriba de la chimenea y para cuando volví, Jerome ya no estaba y me puse en posición de defensa. La chimenea se apagó de repente y una estruendosa risa se escuchaba en eco en la sala. Desde ahí supe que ese no era el hombre que conocí, el que nunca golpearía a una mujer ni le gritaría, el que nunca me miraría tan frío.
—¿Tienes miedo, Pepp? —se escuchó dentro de la habitación, pero no lograba verlo.
—¿Una versión psicópata de Jerome? —bufé—. Era en lo que yo quería que se convirtiera —mentí, aunque nunca descarté la idea de que tal vez él sería más divertido si dejara salir su otra cara. Ya veo que no.
—Entonces, me amarás.
Sentí cómo patearon mi pierna con la intención de fracturarla y caí, pero no pasó nada más que eso, caer y un ligero golpe en las rodillas. Me dí la vuelta e intenté herirlo con la daga, pero me esquivaba y en una ocasión, pudo detener mi brazo y se colocó encima de mi cuerpo.
—¿Te gusta este nuevo yo, linda? —preguntó Jerome, mientras sonreía.
—No, no eres él... no eres él... —decía, cerrando los ojos con fuerza.
—No desde hace unos minutos —se acercó a mi oído—. La ira que le hiciste sentir me trajo de vuelta, querida... —susurró.
—¿De qué estás... de qué estás hablando? —pregunté, con semblante preocupado.
—Jerome ya tenía a la locura dominándolo desde hace años, ¿para qué crees que eran las pastillas que tomaba antes de cada sesión?
—¡Aléjate de mí! —grité, y lo pateé en la entrepierna, logrando que se apartara y retrocedí con miedo hacia la pared. Rió.
—El miedo lleva a la ira —habló con dificultad, y se levantó—, la ira lleva al sufrimiento —se acercó y recuperé la daga—, el sufrimiento lleva al odio, y éste... —la coloqué frente a mí—...a la maldad y la locura.
—¡Cállate!
Estuve a punto de enterrarle la daga en la cara, pero él retrocedió antes de que lo hiciera, cerró sus ojos, sostuvo su cabeza con fuerza, gruñía y gritaba mientras se alejaba. Luchaba contra él mismo.
—¡Déjala en paz!
—Ese sí es Jerome... —lo miré sorprendida.
—¡No voy a volver ahí adentro! —rió—, ¡Y LO SABES! —trató de acercarse a mí—. ¡Sí lo harás! —gritó de vuelta, y se sostuvo los brazos, mientras golpeaba su cabeza contra la pared.
Por mi parte, no me agradaba ese otro Jerome. Él me haría daño de verdad, él quería matarme.
No me gustaba que se estuviera haciendo daño para contener al otro, por eso no lo pensé dos veces y fui por un sedante a la cocina. Volví a la sala de estar, pateé sus rodillas y traté de incrustarle el sedante en el cuello. Pero...
—¡Oh, no! —tomó mi muñeca con fuerza—. Ni lo pienses, cariño —sonrió.
Se levantó y me tomó de los brazos, tirando el sedante y maldije por lo bajo. Luego, él comenzó a reír sin parar hasta que, de pronto, cerró los ojos, su sonrisa se fue convirtiendo en una mueca y la risa en gruñidos, tensó la mandíbula y poco a poco, sentí que se ponía débil y me soltó. Miré detrás de él y vi a Oswald sosteniendo el sedante en su espalda, ya que él no alcanza su cuello. El otro abrió los ojos para mirarme por última vez y sonrió.
—Voy a... vol-ver por ti... —susurró, y luego rió como pudo.
Finalmente, cayó rendido al suelo y aún dormido, su rostro conservó esa sonrisa psicópata. Me arrodillé al suelo y acaricié su mejilla lentamente, una lágrima asomaba por mi ojo derecho pero la quité con el dorso de mi otra mano.
—¿Estás bien? —preguntó Oswald.
—¿Crees que él ya no vuelva? —pregunté sin mirarlo.
—Jerome puede. Y si no es así, no dejaré que el otro te haga daño.
(...)
Desperté en la cama de Pepper, estaba atado a ella con una cuerda y todo estaba oscuro y en silencio, a excepción de una pequeña radio que estaba a un lado mío, cuyo único interés parecía el culto de Pepper y lo que están haciendo en la ciudad.
Mi recuerdo más reciente era el de mi otra personalidad acercándose a Pepper, intentando... a veces es mejor no recordar.
¿Qué hay de Penny?
Ella la mató, ¿recuerdas?
Tienes que estar enojado...
Mucho...
No harán que lo traiga de vuelta, no voy a dejar que lo haga
Tiene que volver, es el verdadero tú. Más divertido, más ágil, más... psicópata...
No es cierto
¿Seguro?
—¿Jerome?
¡Jajajajaja!
Mátala, mátala, ¡mátala!
—Ya era hora, llevas dormido un largo rato, cerca de dos horas —dijo Pepper, con tono divertido.
Entró y cerró la puerta detrás de ella, me miró al recargarse en la pared. Me levanté, sin mostrar expresión alguna en mi rostro, y me acerqué al de ella mientras apretaba los puños disimuladamente.
—¿Por qué? —pregunté, con semblante serio y tono frío. Estaba molesto después de lo que hizo.
—¿Disculpa?
—¿Por qué incendiaste su casa? ¡¿Por qué ella?! —grité molesto.
Pepper sólo frunció el ceño y se removió, dándome la espalda.
—Sólo...
—¡Sabes por qué lo hice! —volteó—... tú mismo me lo dijiste —bajó la mirada, al igual que yo.
—Fue por lo del circo, ¿no es así? —levantó la mirada—. Uno de tus sueños era llevarme al circo porque sabes que nunca he ido, querías ser la primera —no respondió, sólo apretó los puños—. Me equivoqué, estás más que celosa, ¡estás demente! —espeté, y los ojos de Pepper comenzaron a ponerse llorosos.
—Largo —dijo seca, con los ojos cerrados.
—¿Qué?
—¡Dije que largo! —gritó, y abrió los ojos al instante, colocando sus manos detrás de mi espalda para sacarme de la habitación, con empujones y golpes.
Sus ojos expresaban rabia y dolor, sus manos temblaban y comenzaba a ponerse pálida, al menos eso fue lo que vi antes de que cerrara la puerta en mi cara. En ese momento no me importó su estado, pero luego de unas horas sí, ya que soy su psiquiatra... o lo era antes de que me secuestrara.
—¡Tienes que aceptarlo, Pepper! ¡Lo que haces está mal! —grité, desde el otro lado de la puerta.
—¿Y? ¡¿A quién le importa?! ¡Ni siquiera tú podrías cambiarme!
—Crees que no te conozco, pero sí lo hago y sabes bien lo que haces, ¡sientes culpa! —grité de vuelta, luego se escuchó su estruendosa risa burlona.
—¿Tú...? —rió—, ¿...conocerme? —rió más fuerte—. Estás muy equivocado, Jerome. Apuesto a que ni siquiera sabías que he matado niños también.
—¿Q-qué...?
Era cierto, lo había olvidado.
¡¿Niños?! Para mí que ésta loca ya no tiene remedio desde hace meses...
Enferma...
Rió.
—¡¿Lo ves?! —se acercó a la puerta—. Acéptalo —golpeó la puerta—. Nadie puede con mi mente.
Sorprendido, me alejé de la puerta y casi me caigo de lo distraído que estaba, no podía creer que ella hubiera asesinado niños; la vez en que leí su expediente nuevo, decía que entre sus treinta víctimas se encontraban niños, adolescentes y adultos. Cuatro niños, y los demás que estaban dentro del banco ese día. Creo que estaba tan cegado por lo que sentía, que no me dí cuenta de que Pepper de verdad estaba mal de la cabeza y ya nadie podía salvarla.
—¡Estás enferma! ¡Un monstruo es lo único que eres! —le grité, y dí un golpe a la puerta, para después dirigirme hacia la planta baja y tratar de tranquilizarme.
«Ya no quiero estar en la mansión, no la necesito más, tengo que escapar. La herí, lo acepto, pero creo que se lo merecía, alguien tenía que poner un límite en ella», pensé. «Sé que El Pingüino debe estar más que satisfecho, nuestra pelea debió ser una película para él, ya que desde el principio quiso que nos separáramos para que ella volviera a ser su amiga de antes. Él tiene un concepto raro de "amigo", por eso Pepper es como de su propiedad, aunque no lo sepa».
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