Capítulo 10: Tolerarte
—Pensé que te alegraría verme... —murmuré—. ¡Feliz Año Nuevo, por cierto! —volví a sonreír—. Vaya, 1988, ¿naciste en el 67? ¿o hice mal las cuentas, cariño? ¡No, espera! Eres del 64.
«Tengo que repasar esa grabación, por poco me equivoco», pensé.
—¿Me llamaste...?
—Oup, cierto —me sobresalté—, sé que aún no te acostumbras. Seguro lo harás, después de todo, ésta es la primera mañana que pasas aquí.
Posé una mano cerca de la suya y con algo de discreción moví el dedo para acariciarla, pero el vendaje se interponía.
—La primera mañana y terminas herido —enfoqué la mirada en su mano, buscando algún rastro de sangre significativo.
Algo que llamó mi atención fue que el vendaje estaba mal colocado. Tal vez Jerome se lo había puesto con algo de prisa.
—¿Oswald, qué...? ¿Adónde fue? ¿Cuándo se movió? —miré alrededor de la sala.
—Oh, ¿ya dejaste de ignorarme? —entró en la habitación.
Tenía una cámara en mano. La cámara.
—Quiso escapar, intentó llevarse esto —la puso sobre la mesa.
—¡¿Y ameritaba que le hicieras eso en la mano?! —señalé.
—¿Quieres regresar a Arkham? Bien, para la próxima dejaré que se vaya y así podrás conseguir otro par de cadenas perpetuas.
Esa no era la bienvenida que quería darle a Jerome.
—A ver, a ver, empezamos mal —me detuve a pensar, cabizbaja—. Okey, cambio de escenario. Jerome —lo miré—, acompáñame, quiero mostrarte algo.
Él no parecía querer moverse de la silla en un principio, pero sólo tenía dos opciones, seguirme o quedarse con El Pingüino.
—Qué bien, algo de soledad —dijo él, saliendo detrás del pelirrojo, pero hacia otra dirección, seguramente iba a dejar la cámara donde la encontró.
Una vez que ambos estuvimos en las escaleras, me hice a un lado para no darle la espalda a Jerome y lo sujeté por los hombros, pero este gesto pareció incomodarle.
«Tal vez si lo abrazo más seguido podría agradarle», pensé.
—¿Tú vives aquí? —preguntó de repente.
—Algo así, todavía no me termino de creer que Oswald accediera tan fácil, supongo que fue suerte —abrí la puerta de la habitación—. ¡Hola, Lou! —saludé con ambas manos.
El perrito se acercó muy animado a recibir algunas caricias, movía su cola de un lado a otro e hizo el intento de brincar hasta mi rodilla; con esa confianza, parecía no haber conocido la crueldad de las personas antes, y no dejaría que pasara.
Jerome tenía la mirada puesta en el cachorro, pero no de forma tierna, parecía que lo estaba analizando.
—Ow, privet, privet... —acaricié su pequeña cabeza—. Es amigable, puedes acercarte sin problema, pero si tienes un puñado de croquetas será mejor. ¡Cierto! Lo que iba a enseñarte.
Al fondo de la habitación, yacía un enorme baúl que saqué de otro de los cuartos de la mansión, adentro estaban algunas pertenencias de los familiares caducos de Oswald.
—¡Ven! ¡Ábrelo, ábrelo!
Un poco tímido, Jerome atravesó la habitación y levantó con cuidado la tapa del baúl. No sé qué habrá pensado que había ahí.
—No es de Oswald, ¿verdad?
—Sí, pero no. No, no es suya. Qué importa. ¿Te gustó la sorpresa?
—¿Estás bien? Pareces alterada —frunció el ceño.
—A veces me agito un poco, no sé por qué, pero pasará en cuestión de minutos —me senté en el suelo—. ¿Y bien? ¿Ves algo que te agrade? Hay ropa de todo tipo, casual, de gala y... algunos abrigos con aroma a alcohol.
—Me das a escoger como si fuera a quedarme mucho tiempo...
—Hey, escuché eso —sonreí—. No te angusties, es como una mudanza, vivirás con nosotros.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¿No recuerdas lo de anoche? Quién sabe cuánta gente murió, pusiste en peligro a mis amigos, me secuestraste y ahora me regalas cosas como si fuera a compensarlo todo.
—No lo había visto de esa forma —desvié la mirada hacia el suelo.
Poco después tuve una sensación de frío en el pecho, la posibilidad de que me odiara o me tuviera rencor iba subiendo en porcentaje; era la última cosa que quería que me pasara en vida.
No, no puede odiarme, no debe. No lo hará.
—Si lo que te preocupa es morir, ¡estás en buenas manos!, conservaré tu cuerpo hasta el fin de mis días —sonreí.
—¿Qué? ¡Eso es enfermizo, y...! —suspiró—. Pepper, tengo una vida también. Tú y yo no somos nada.
—Formalmente, todavía no, tienes razón —señalé—. Por eso pensé en organizar una cena para hoy, algo especial, para entrar en confianza —le tomé la mano.
Jerome no prestó atención al gesto, en cambio, se mostraba angustiado, tal vez algo nervioso. ¿Qué dije mal?
—Es lo que hacen las personas antes de ser pareja, ¿no? —arqueé una ceja.
—Sí, pero tú no eres cualquier persona... —se inclinó hacia atrás—. Soy un capricho tuyo, me idealizaste demasiado, o quizás no soy yo en sí a quien quieres.
—¿Qué? No, no, y-yo de verdad te aprecio —lo sostuve por los hombros, en un acto desesperado por que confiara en mis palabras.
«Ay, no. Por favor, que no me odie, por favor, que no me odie», pensé.
—Y quiero conocerte mejor —insistí—. Ya te he contado una buena parte de mi vida, es tu turno.
—Aún no es tiempo —me desafió con la mirada.
Aquellas pupilas contraídas no me agradaban en lo absoluto, hasta donde sabía, eran señal de emociones negativas. No quise quedarme con esa imagen de su rostro, por lo que preferí mirar hacia la pared que me quedaba de frente, no había mucho por apreciar, salvo un reloj polvoriento que marcaba las 10:30 de la mañana.
—¡No puede ser! —me levanté de golpe—. Una hora de retraso, una hora de retraso, ¡una hora de retraso!
Me coloqué inmediatamente la bufanda y comencé a buscar mi abrigo, lanzando otras prendas de ropa y empujando los muebles. Jerome también se puso de pie, pero no de una forma alarmada, incluso se tomó el tiempo de arreglar el vendaje en su mano.
—¿Debo preocuparme? —preguntó.
—Uh... no, no, al contrario, tendrás unas horas libres de mí, ¡ja! —sonreí, al tiempo en que tomaba mi abrigo del suelo, donde Lou había estado mordiéndolo—. Cerraré la puerta por tu seguridad —sacudí la prenda—, Oswald recibe visitas inesperadas y peculiares a veces, no quiero que te hagan daño —miré hacia su mano—. ¡Y no te preocupes! Lou te hará compañía, si tienes hambre, hay una caja de cereal en el armario.
—Pero...
—Estarás bieeen, nadie sabe que estás aquí —crucé la puerta—. No me extrañes mucho, me harás sentir mal, ¡bye, bye!
Y sin más, cerré la puerta con fuerza y di vuelta a la llave en el exterior, no me había percatado de ella hasta que la necesité, o tal vez Oswald la había usado esa mañana... De todas formas, ya estaba en mis manos.
Brinqué los escalones de par en par hasta que llegué a la orilla y giré en dirección a la puerta principal, pero una figura femenina —cuya mitad superior de su cuerpo estaba cubiertacon un periódico— que visualicé en la sala de estar, me dejó intranquila. El librero también era un problema, sólo alcanzaba a ver uno de sus botines moviéndose de arriba hacia abajo sobre su otra pierna.
«El culto puede esperar», dije en mi mente, poco antes de ser descubierta.
—"La oscuridad ya viene a Gotham" —leyó la mujer, con un tono de voz lo suficientemente alto para que la escuchara—. Wow, algunos aficionados no pueden quedarse callados. Algo de comunicación te evitaría muchos problemas.
Entonces, apartó el periódico de su cara y me adentré en la sala para verla mejor; ya para qué esconderse. Era más joven de lo que esperaba, tenía el cabello corto a la altura de los hombros, era castaño, su piel era pálida, llevaba anteojos y un elegante abrigo rojo; su espalda se veía tensa, fingía respirar con normalidad y no parpadeaba, sus ojos cafés parecían fijos sobre los míos. Puede que también me haya analizado.
—Así que tu nombre es Pepper —sonrió de lado.
Algo confundida, intenté recordar de dónde conocía a la chica y si acaso nos habíamos visto en las últimas semanas, pero su rostro no estaba en ninguno de mis recuerdos, empezaba a creer que era una especie de telépata. Hasta que Edward Nygma hizo presencia y entendí todo.
—¿Le contaste...?
—Buen día —interrumpió, pasando de largo con dos tazas de té hirviendo—. Espero alivie tu resfriado.
—Gracias, corazón —la mujer tomó la taza.
—¿"Corazón"? —miré hacia Edward de nuevo.
—No, no, yo no dije nada —se sentó en el sofá individual—. Gritaste tu nombre en el evento de gala de Arkham, era de esperarse que alguien corriera hacia la prensa y se fuera contento con un par de dólares por revelar algo de información. Se publicaron testimonios detallados de lo que pasó.
—Claro, debí haberlo previsto —golpeé mi frente con la palma de la mano—. Hay ciertas cosas de anoche que no recuerdo.
—Suelo decir eso los fines de semana, a veces es mejor así —dijo la chica, tomando otro sorbo de su té.
—¿Quién eres? —me senté en la alfombra—, ahora que soy consciente de que son pareja, tengo algunas dudas.
—Angelique, coleccionista de libros de adivinanzas, amante de los trucos de magia y las donas —se recostó en el sofá más grande.
—Adivinanzas, entiendo... Hablas bastante rápido, creo que encontré algunas cosas que tienen en común ustedes dos —entrecerré los ojos.
—¿A qué se deben las preguntas realmente? —habló Edward.
—Me pareció curioso verlos aquí, creí que Oswald te odiaba —hice una pausa—. A todo esto, ¿adónde habrá ido? Hace poco menos de una hora discutí con él.
—Seguramente está en su club.
—Acostúmbrate al misterio —señaló Angelique, a manera de consejo—. Estabas por salir, ¿verdad? Noté que tenías prisa.
—¡No puede ser! ¡Otra vez!
(...)
Escondiendo el auto detrás del basurero del teatro, corrí hacia la puerta roja y la empujé con ambas manos, acelerando el paso para buscar el control de luces; en el suelo, todavía estaban algunos cristales rotos, trozos de ropa, balas, cigarrillos, basura, parece lo habitual.
De repente sentí algo pesado sobre los hombros, como un par de manos, pero sin la suavidad de las mismas. Inmediatamente me di vuelta y golpeé las manos de la persona hacia abajo con mi brazo, siendo sorprendida por un monstruo deforme de cabeza gigante, manos pegajosas y gruesas, parecía una mosca mutant... Ah, sí, Dwight.
—¡Pepper! —se quitó la máscara de gas—. Tardaste mucho, empezaba a creer que hoy no vendrías, tuve que distraer a los muchachos —se le notaba la angustia en la voz.
—¿Qué traes puesto? —dije disgustada, arrebatándole la linterna.
—Protección —sonrió—. ¡Ven! Tenemos una sorpresa para ti en los camerinos —hizo a un lado el telón—, hemos trabajado en esto desde hace unas horas, de cierta manera agradezco que hayas llegado tarde, tuvimos oportunidad de probarla.
—¿Probar qué? —seguí a Dwight por el pasillo.
—Ya veráaas —canturreó.
A pocos metros de los bastidores, había una serie de camerinos pequeños de los cuales sólo uno parecía estar ocupado, lo supe por una pequeña línea luz debajo de la puerta. Dwight golpeó dos veces la puerta, hizo una pausa, dio otro golpe, esperó unos segundos y volvió a golpear una sola vez. Parecía un código.
—Supongo que debo memorizar eso —señalé.
—Hazlo por tu vida.
Una vez que la puerta se abrió, una densa neblina color púrpura bloqueó mi vista y por instinto me cubrí la nariz con la palma de la mano, en cambio, Dwight entró en la habitación con su máscara en mano y empezó a gritar cosas que no lograba distinguir, tal vez eran reclamos. Fue entonces que la neblina comenzó a bajar hasta desaparecer y pude entrar en el camerino; no había ningún olor sospechoso que apuntara que era veneno o algún tipo de químico.
Justo al lado, me topé con algunos miembros del culto que antes me habían saludado a distancia, también llevaban guantes de protección y máscaras, aunque luego se deshicieron de ellas.
Al encontrar a Dwight entre una pequeña multitud de personas, avancé con cierta intriga por saber qué estaban escondiendo y qué tenía que ver la neblina púrpura.
Debo admitir que no me decepcioné.
Ahí, en medio de todos, había dos hombres atados a una silla, inmóviles, su piel era increíblemente pálida, tenían los labios rojizos e hinchados, ojos saltones y sangre en los oídos; uno de ellos tenía la boca abierta mientras el otro sonreía, ambos con la cabeza inclinada hacia atrás. Me recordaba a algo.
—No entiendo cómo pudo salir tanto gas de su boca —dijo Dwight—, el óxido nitroso no provoca tal cosa.
—¿Óxido nitroso? ¿El anestésico? —pregunté, haciendo espacio dentro de la multitud.
«Empezaré a considerar el olor dulce como algo sospechoso», pensé.
—¿Qué te parece, Pepper? —tomó la cabeza de uno de los hombres—. ¡Funcionó! No pensamos que fuera a actuar así, pero cumplió con el objetivo.
—¿Cómo lo hicieron? —miré un poco más de cerca al sujeto.
—¿Recuerdas aquel líquido que utilizamos en la cena de Año Nuevo, para envenenar a los invitados? Bueno, alteramos su fórmula, agregamos óxido nitroso y lo convertimos en gas de la risa, como el que usan los dentistas. La neblina... se podría decir que es un extra.
—Impresionante —sonreí—. No tendremos que recurrir a la inyección a distancia ni gastaremos en frascos para transportar el veneno.
—¿Y qué hacemos con los que ya tenemos? —preguntó la mujer a mi derecha.
—Los dejaremos como segunda opción —respondí—. Vayamos a robar algunas máscaras anti-gas —me detuve a pensar—, y otro par de cosas...
(...)
—Por fin. Por fin. Por fin.
Ya había llegado la noche, era momento de cenar. Pero antes debía abrir la puerta, y no sé si fueron mis ansías, la falta de iluminación o las tres bolsas que llevaba en las manos, pero me tomó algunos intentos.
—Maldita puerta —la pateé apenas la llave giró.
«Seguro que Jerome está hambriento, debí volver antes. Espero que le guste la comida alemana. Si no es así... tendré que ser más específica con Dwight la próxima vez», pensé.
Encendí la luz del comedor y dejé la bolsa con el paquete de comida sobre la mesa, luego me deshice de mi abrigo. Todo estaba tan silencioso. Quizá demasiado.
˙˙˙́odɐɔsǝ ǝɯoɹǝſ ˙˙˙́ɐʇsǝ ou ǝɯoɹǝſ
La angustia comenzaba a llenarme la cabeza de escenarios horribles, retratando las consecuencias de haberme descuidado un solo día. Dejé caer las otras dos bolsas sobre la alfombra y corrí por las escaleras, sosteniéndome torpemente de la pared y la baranda. La puerta de mi habitación permanecía cerrada, lo supe después de girar la perilla un par de veces, así que saqué la llave de mi bolsillo. La puerta se abrió luego de un ligero empujón que le dí.
—¿Jerome?
—¡No entres!
—¡Ouh!
Incómodo. Muy incómodo. Atraje la puerta hacia a mí al instante y puse ambas manos sobre mi cara, la sentía arder. No supe si sentirme bien o mal por haberlo visto sin pantalones.
«¿Qué le digo? ¿"Bonita ropa interior"? ¡No! Se escucha depravado, pero no sé cómo disculparme. Un momento, no tengo por qué mencionarlo, sería más incómodo», tenía la mirada puesta en el suelo.
—T-tómate tu tiempo —no me atrevía a mirar dentro de la habitación—. Estaré abajo si necesitas algo.
«¿Por qué tengo la cara tibia? ¿Tendré las mejillas rosadas?», fue lo que pensé mientras bajaba las escaleras.
En el primer piso todo estaba como lo dejé, parecía que Oswald no había vuelto aún.
—Al menos será una cena tranquila —recogí ambas bolsas del suelo—. Y elegante —sonreí, viendo por encima del plástico el vestido que había conseguido para la cena de esa noche.
Entusiasmada por probármelo, entré en el baño y dejé a un lado la ropa que llevaba puesta para darme una ducha rápida; estaba segura de que no olía muy bien en esos momentos. Luego de secar mi cabello con la toalla para manos y cepillarlo con los dedos, me puse el vestido y algunos accesorios que venían con él: un par de aretes y un anillo.
Acomodando mi cabello una vez más, di un vistazo en el espejo... parecía otra persona, alguien más decente. Nunca había tenido la oportunidad de vestirme así. Estaba muy feliz, me sentía bonita. El cabello seguramente se esponjaría luego, pero servía para disfrazar lo enredado que estaba aún. No me animé a conseguir maquillaje.
Por un momento pensé que el vestido no era de mi talla, pero en realidad sólo era un poco holgado, agregando que terminaba por debajo de mis rodillas, lo hacía bastante cómodo de usar. El azul marino era el color predominante, los detalles eran plateados; una chica del culto me había ayudado a elegir el vestido, dijo que el plateado se veía bien con mis ojos.
—Ojalá pudiera sentirme así todos los días —dediqué una media sonrisa al espejo mientras seguía mirando los accesorios.
Finalmente, me decidí a guardar la ropa sucia y el otro par de zapatos —que estaba usando momentos antes— en las bolsas, saliendo del baño para ir hacia la habitación, esta vez, para guardar mis cosas.
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➲ 𝓝𝓸𝓽𝓪 𝓭𝓮 𝓪𝓾𝓽𝓸𝓻
El personaje de Angelique, la pareja de Edward Nygma, no es de mi autoría, es un Original Character creado por neonhades, quien me dio la oportunidad de modificar el personaje hace un par de años y adaptarlo a este fanfic. Se podría decir que, por el cambio de personalidad e historia que he presentado hasta ahora, es una versión alternativa de Angelique. Por lo tanto, no tiene relación con los libros de la creadora original.
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