Capítulo 1: Las puertas hacia el infierno
━× 𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐨𝐦𝐧𝐢𝐬𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 ×━
Luego de algunas semanas, llevaron a la joven homicida hacia Arkham Asylum, lugar donde las personas terminan pudriéndose en mente y cuerpo, allí no había escapatoria de una mala reputación y mucho menos de la tortura por abuso de autoridad, dejando marcas imborrables en la mente de los pacientes luego de ser dados de alta, si es que lo lograban.
—Pórtate bien —dijo el detective, mirando por el retrovisor de la patrulla—, esto no es un patio de juegos.
—Es un manicomio, la misma cosa —habló ella, poco antes de que abrieran la reja de entrada y se viera forzada a salir—. Deberías dejar de beber, casi estrellas el auto hace dos kilómetros.
—¡No prometo nada! —gritó el detective Bullock, desplazando el auto en reversa.
—Yo tampoco... —murmuró para sí misma, mientras era escoltada por dos guardias del asilo hacia la entrada principal.
El proceso de registro fue algo tardado, había muchos papeles que guardar y muy poca información para los formularios, pero se las arreglaron para terminar con todo ese embrollo, entregarle su uniforme a la reclusa y por fin encerrarla en su respectiva celda.
«Nunca había caído en el mismo agujero dos veces, pero aquí estoy, en el repugnante Arkham Asylum. Con algo tengo que distraerme, tal vez afuera hay algo interesante», pensó ella, al tiempo en que se recargaba en la puerta para mirar por la ventanilla.
Entonces, escuchó una conversación a la distancia, parecían dos o tres personas; su intención era asustarlos, gritarles alguna burla o insultarlos en cuanto los viera pasar. Pero al verlo a él, se quedó muda. El pelirrojo llevaba una libreta, una pluma y su uniforme provisional de doctor, estaba atento a sus acompañantes: un joven alto con barba corta descuidada y cabello ondulado, quien vestía un uniforme ligeramente distinto al de su compañero, con su identificación a un costado; y un hombre notablemente mayor que ellos dos, con un gafete en color verde que decía "Maytens" en el pecho y una libreta, parecía ser la persona que guiaba la conversación.
En un momento dado, se hizo mención del número de registro que llevaba la chica en su uniforme y el mayor del grupo les indicó a los otros hacia dónde mirar. Fue ahí que las miradas del pelirrojo y la castaña se cruzaron, pero sólo uno de ellos experimentó un sentimiento verdaderamente fuerte, que incluso le paralizó.
«Pelirrojo, pelirrojo. Me agrada su cabello, me trae buenos recuerdos. ¿Esto está pasando de verdad? ¿Qué era lo que iba a hacer? Algo tenía qué hacer», pensó la chica.
—¿Está medicada? —preguntó el pelirrojo a sus acompañantes.
—No lo creo —le contestó el más alto de los tres—. Tal vez trata de intimidarte, muchos hacen eso, aunque no siempre representan un peligro real.
—En este caso, sí —Maytens habló—. ¿No ves las noticias, Phillip? En los periódicos ya no lo mencionan tanto, pero los reporteros siguen tratando de exprimir algo.
—Han pasado cosas peores en la ciudad, eso me suena a cortina de humo —opinó Phillip.
—¿Ella es la "Asesina de los Diecisiete"? —dijo el pelirrojo, desviando la mirada.
—Jerome sí las ve —afirmó Maytens.
«Así que te llamas Jerome», pensó ella, siguiendo el movimiento de su cabeza con la mirada.
—Da igual, sigo pensando en que debió conformarse con las prácticas, hacer estas revisiones es un peso extra—se dirigió al pelirrojo—. Ni siquiera sé por qué te molestas, a los de arriba no les importa qué tan hábil seas para tratar a los pacientes, quieren saber cuánto tiempo puedes soportar a su lado.
—Las prácticas son apenas una cucharada del trabajo, lo tuyo fue mucha suerte, Phillip —señaló Maytens—. Escucha, Jerome, si quieres que te tomen en serio en Arkham, tienes que empezar con algo destacable. No te lo dejarán tan fácil obviamente, tendrás que exigirlo. Recuerda, el martes empiezas aquí, no gastes ni un segundo.
—En eso sí estoy de acuerdo con Mayt, el tiempo aquí puede ser tu mejor aliado o tu peor enemigo —se acercó Phillip—. Nosotros ya te dimos un par de "opciones" para pedir cambio en caso de que te asignen pacientes complicados. Pero no te confíes de los nuevos... —dijo en un murmullo.
Phillip giró por los hombros a su amigo Jerome, obligándole a voltear hacia la celda donde parecía estar encerrada una joven desequilibrada y nada más, no una asesina que había arrasado con cada miembro de su familia, alguien que no mostraba ni rastro de culpa o inquietud por ello.
—Tiene razón —Maytens habló—, tal vez sea buena candidata por su historia, es reciente, pero tú llevarás la responsabilidad de escribir los primeros registros de su comportamiento y diagnóstico formales, no hay mucho en lo que puedas apoyarte.
Al notar el rostro de angustia del pelirrojo, el mayor del grupo retrocedió y relajó su semblante, sentía que estaba asustando a su compañero.
—Desde luego, ella es sólo un ejemplo, una de tantos —golpeó ligeramente la espalda de Jerome, sacándolo de sus pensamientos—. Los pacientes que vimos son sólo alternativas, está bien si te sientes cómodo con los que te asignen.
—Enfócate en tu trabajo —Phillip cruzó por el frente—, todavía no tienes de qué preocuparte, a menos de que tú te lo busques.
Al ver que ya era momento de pasar a otro paciente, Jerome siguió a su compañero por el pasillo y Maytens fue tras ellos a su ritmo, notando que el pelirrojo volteaba cada tanto para "esperarlo", pero él sabía que estaba viendo a alguien más. Y temía que ella fuera su elección.
Al otro lado, desde su celda, la joven se esforzaba por ver a través de la ventanilla adónde se había ido el pelirrojo, repitiendo en su cabeza "Jerome. Jerome. Jerome". No lo olvidaría.
━× 𝐄𝐥𝐥𝐚 ×━
Ese hombre revolvió mi alma al punto de no dejarme dormir, estaba desesperada por su compañía; me hice creer que había llegado para dar un nuevo propósito a mi vacía existencia, pues luego de asesinar a mi familia no quedaba ningún plan por concluir. Y lo que era más emocionante, lo vería bastante a menudo en el manicomio a partir del martes. Martes. Martes. Martes. Ese día fue miércoles, 4 de noviembre, para ser exactos, así que tenía un par de días solamente para mover las piezas a mi favor.
(...)
━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━
Martes 10 de noviembre, 1987.
En la mañana de mi primer día de trabajo me presenté en la oficina de uno de mis superiores, el profesor Strange, buscando autorización para tratar con aquella mujer que había conocido una semana atrás, es decir, un cambio de paciente; fui asignado a una persona con antecedentes de fingir depresión y paranoia, la paga no era nada justa. Agregando que yo tenía la motivación de poder con más, y como mi compañero Maytens me había dicho, debía exigir para ser tomado en serio. Llámenme oportunista, pero en mi opinión, si quería ser respetado, lo mejor era trabajar con ella mientras la historia se mantuviera vigente; el resto de pacientes que me habían presentado no llamaban mucho mi atención.
—¿Cómo que no saben quién es? —pregunté—. Entonces, ¿qué hicieron con los registros? ¿Qué hay de la investigación y su juicio?
—Normalmente, la policía nos deja con muy poco para empezar porque no quieren que haya pánico entre el personal —respondió el profesor—. Cuando se establezca un perfil de la paciente, nos proporcionarán más datos. ¿Por qué el interés?
—Me gustaría hacerme cargo del proceso terapéutico que está obligada a cumplir.
—Oh, no, no. No puedo permitir eso.
—¿Disculpe?
—Parece que no ha caído en cuenta de lo poco profesional que sería su interacción —Strange se levantó—, pero... supongo que si usted conociera realmente a la persona que busca evaluar, tal vez reconsideraría el cambio.
Era obvio que no estábamos viendo las cosas desde la misma perspectiva, yo quería el caso para forjar mi experiencia laboral y él creía otra cosa que no voy a especificar. Y si un malentendido no era lo suficiente para hacerme sentir humillado e ignorado, decidió acomodar un montón de papeles a su alrededor justo cuando la charla había tomado otro camino; colocando varias pilas de archivos viejos sobre su escritorio, se excusó diciendo que iba a revisarlos después porque eran demasiados, todo con tal de no verme a los ojos.
—Sólo pretendo ayudar, no habrá comportamientos inapropiados —casi podía jurarlo—. Y voy a hacer que revele más que la verdad.
—Aunque le diera mi permiso, Arkham no posee ningún tipo de expediente que le sirva de guía —dijo el profesor, con notable fastidio—, fue registrada con un número como todos los demás, se adjuntaron sus crímenes al archivo y es todo lo que tenemos —cerró el último cajón de su escritorio—. Y, como usted cuestionó antes —me dio la espalda—, ni siquiera sabemos su nombre.
Estuve a nada de darme por vencido... hasta que vi, en la segunda pila de archivos, una carpeta bastante maltratada que sobresalía entre las tres primeras de arriba hacia abajo, uno de los documentos que estaban adentro contenía la foto de una joven que me parecía haber visto antes. Con mucho cuidado, saqué la carpeta de ahí y me levanté con una enorme sonrisa que no expresaba más que victoria.
—¿Qué me dice ahora, profesor Strange?
A pesar del asombro, mantuvo su expresión neutral y se sentó de nuevo.
—Bien, se lo ha ganado —dijo con disgusto—. Pero debo aclarar que si la señorita Peabody, a quien seguro ya conoció en la recepción, reporta que usted no trata a la paciente como tal, quedará suspendido y con un recorte de sueldo.
—No tendrá que preocuparse, señor.
—Exactamente, yo no —sonrió—. El cambio estará hecho para mañana, por ahora cumpla con su trabajo inicial y hágale saber después al doctor Henryk Parsons todo lo ocurrido, ya que él es quien está a cargo de la paciente el día de hoy, necesito que ambos estén aquí para firmar un par de cosas antes de que termine su jornada.
—De acuerdo, profesor Strange.
Y sin más que discutir, por fin salí de su oficina luego de casi una hora. Por fortuna, todavía me quedaba algo de tiempo antes de empezar la sesión con la mujer que fingía paranoia, así que me dirigí a mi pequeña pero confortante oficina para leer el archivo en mis manos.
Aunque la foto estuviera algo dañada, pude reconocerla. Era un documento de hace cinco años, y analizando el diagnóstico comprendí que sus problemas venían desde la infancia, florecieron en la edad en que todos nos volvemos insoportables y problemáticos, en el caso de Evelyn, fue peor. Pero nadie es así porque quiere. Con la frase "Esquiva temas familiares" sospeché que sus parientes le había hecho algo terrible, pues no por nada los asesinó. Normalmente se presentan casos de abuso o tortura por parte de los padres, pero... ¿toda la familia?
(...)
━× 𝐄𝐯𝐞𝐥𝐲𝐧 ×━
Miércoles, hermoso y preciado miércoles.
Estaba muy emocionada de ver a Jerome otra vez, pero compartía una sensación de angustia desde el día anterior. No estaba segura de si acaso me reconocería en aquel rostro adolescente lleno de rencor que alguna vez tuve, o peor, que no encontrara mi viejo expediente.
A juzgar por la posición del sol que apenas se veía por la ventana, me había despertado bastante temprano y fue muy desesperante no poder volver a dormir. No sé cuánto tiempo pasó, el sol ya no se podía ver desde mi celda, pero llegó el momento justo cuando no lo esperaba.
Las llaves chocaron contra la puerta y pronto se abrió, quemando mis ojos con la luz del exterior que antes (a duras penas) pasaba por la ventanilla de la celda. Uno de los guardias se adelantó a colocarme un par de cintas de seguridad en las manos mientras el otro hablaba con alguien que parecía estar llegando. De inmediato identifiqué la voz del pelirrojo, y eso me puso de buen humor.
—Bien, supongo que es hora —sonreí, y caminé fuera de la celda.
El guardia salió en seguida y se mantuvo cerca, no quitaba su mano de mi hombro. Con las manos cruzadas en la cinta, saludé a Jerome apenas descuidó su libreta, a lo que él respondió con una breve sonrisa y volviendo a mirar hacia abajo. Una vez cerrada la celda, el segundo guardia caminó por el frente para guiarnos hacia la sala de terapia, distanciándose un poco.
—Entonces —comencé—, ¿no te convenció tu primer paciente?
—Es una forma de verlo —dijo él, revisando su agenda—. El doctor Henryk me advirtió que eras un poco difícil, espero no haya ningún problema ahora que tendremos una charla de verdad y no un concurso de miradas.
—Era de la vieja escuela, hacía preguntas absurdas y no dudo que me hubiera hecho una lobotomía si tuviera las herramientas —torcí los ojos.
—Queda girando a la izquierda, tercera puerta —avisó el guardia de enfrente—. Mi compañero se quedará afuera por cuestiones de privacidad, yo me retiro, con permiso.
Al momento en que el guardia desapareció por el pasillo y el otro tomaba posición junto a la puerta del cuarto, vi la oportunidad para acercarme al pelirrojo.
—Fue difícil lograr esto, lo admito... —murmuré, dando vuelta en la dirección que nos habían señalado.
—¿Qué quieres decir? —dijo, una vez dentro del cuarto de terapia, cerrando la puerta detrás suyo.
—Por favor, no todo es obra del destino o de casualidades —me senté—. De igual forma está hecho, se logró, ya quedó, salió bien, muy bien y ahora estamos aquí.
La silla en la que yo estaba era de metal y bastante incómoda, pues tenía un mecanismo para inmovilizar a la persona por los hombros y los tobillos una vez que detectara el peso de su cuerpo; increíble, parecía una trampa medieval. Por otro lado, Jerome tenía un cómodo sillón individual color gris. Pero de qué me estaba quejando, dormía en un colchón sucio y polvoriento sobre una base de metal oxidado; en cambio, el cuarto de terapia era bonito, las paredes eran azul cerúleo, la mesa de madera, las lámparas... era como la oficina de atención psicológica de mi preparatoria.
—...y no voy a cuestionar nada porque es imposible que hayas salido de tu celda —escuché a Jerome.
«¿Me estaba hablando? Será mejor que diga algo genérico», pensé.
—¿Eso crees? —sonreí.
—Olvidemos eso, el tiempo no se detiene y tengo que hacer un reporte —se sentó—. Ayer me enviaron tu nuevo expediente y otras cosas más que imprimí por la noche —mencionó, buscando en su maletín los documentos en cuestión—. Y tú número de registro es... —leyó—. Bien, lo tengo. Empieza la sesión.
Para mi sorpresa, también llevaba una grabadora de audio consigo y la puso sobre la mesa para encenderla; una parte de la pequeña confianza que le tenía, desapareció.
—Doctor Jerome Valeska, supervisando a la paciente #36912 —dijo con claridad.
—Apaga eso —ordené, señalando el objeto.
—¿Disculpa?
—Que lo apagues. Nos conocemos de dos días y convenientemente soy tu paciente, puedo sospechar que usarás mi palabra en mi contra con sólo ver esa grabadora encendida. Apágala.
Por supuesto fue a conveniencia mía el intercambio de pacientes, pero no podía decir eso mientras la grabadora seguía encendida, había que hacerlo parecer una verdadera coincidencia.
—Qué rápido haz empezado a desconfiar de mí —tomó la pluma y la libreta—. Trato de ayudar, tu diagnóstico de hace cinco años es bastante cuestionable, aún estando incompleto. Noté que una hoja había sido arrancada.
—No creas en todo lo que lees —sonreí—, puede que haya mentido.
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—Soy consciente, pero tus acciones apoyan muchos puntos del diagnóstico hecho por la doctora Miriam Kovstan —dijo, con un tono algo severo—. Me enteré de que tus posibles padres se negaron a dar sus nombres en el registro, pero agregaron otros detalles.
—Guárdatelos —espeté, girando mi cabeza hacia otro lado.
—Un problema familiar bastante fuerte, según me contaron, en el archivo hay una versión transcrita de tu conversación con la doctora donde mencionas que sentiste "rechazo y humillación" esa noche, que ellos sobrepasaron tu límite de tolerancia. ¿Sabes de quiénes estoy hablando, exactamente?
—Ya basta —cerré los ojos con fuerza.
—¿Cómo justificas su asesinato?
—Se lo merecían y punto.
—¿Tus padres?
De golpe, varios recuerdos llegaron a mi mente pero no sólo como imágenes, también sonidos irritantes y una sensación de ahogo.
—No dejes que hablen, no dejes que hablen, no dejes que hablen... —dije a mis adentros.
Estaba desesperada por deshacerme de esas pesadillas que me atacaban despierta. No podía mantener los ojos cerrados y tampoco era cómodo abrirlos, esa lámpara de enfrente me fastidiaba. Quería cubrirme el rostro, esconderme, pero la silla me contenía.
—¿Evelyn?
—No me digas así...
—Calma, no te agites, tómate un momento para respirar —habló Jerome—. Concéntrate en un punto fijo en la pared.
Para mi sorpresa, el tono suave de su voz me ayudó a relajarme, ya podía respirar con tranquilidad, pero la luz seguía siendo un problema, por lo que opté por mirar en dirección al suelo.
—El doctor Henryk también me aconsejó no insistir, dijo que eres una persona algo... necia —guardó su libreta—. Supongo que no vas a responder las preguntas que tenía preparadas —hizo una pausa—. Bien, lo respeto, compensaremos el tiempo restante en la próxima sesión.
Y sin más, se puso de pie para desactivar el mecanismo de la silla y esperó junto a la puerta a que yo saliera, no llamó al guardia ni me apresuraba. Él estaba tan tranquilo. No me atrevía a mirarlo, no quería poner su rostro en la carpeta de malos recuerdos ni relacionarlo con sentimientos negativos, así que me hice creer que era una terapia más con el doctor Henryk Parsons. No hablé mientras caminábamos por el pasillo, había perdido mi ánimo; la primera terapia no fue como quise, pero ya habría más avances, en algunas relaciones se empieza con el pie izquierdo.
Me daba la impresión de que Jerome también estaba muy callado. Se había despedido con la mano y no miró hacia atrás como la última vez; temía que él también se hubiera decepcionado y pidiera un cambio de paciente.
...uɐʇɹodɯı̣ ǝnb sǝǝɹɔ ǝnb sǝןןɐʇǝp sõuǝnbǝԀ
—Creo que no voy a poder dormir —suspiré, sentándome sobre la cama para pensar.
«Tal vez debí contestar sus preguntas y no ser tan grosera. Vaya, él tenía algo preparado y lo interrumpí, ¿de verdad parezco "necia"? Nah, son palabras de Parsons. Ya está, lo haré bien la próxima. Tengo que mantenerlo interesado».
pɐpı̣ɹnƃǝsuı̣ ǝp ןǝʌı̣u nʇ ǝןq́ı̣ǝɹɔuI
(...)
━× 𝐉𝐞𝐫𝐨𝐦𝐞 ×━
Jueves 12 de noviembre, 1987.
Estuve casi dos horas intentando escribir más de tres párrafos en mi reporte, sólo a mí se me ocurrió empezar a redactarlo teniendo un expediente viejo y una grabación de la primera terapia como apoyo, donde para colmo, el audio no tenía nada relevante más que recalcar algunas conductas ya descritas en el diagnóstico antiguo. Necesitaba un descanso, tal vez ir por algo de comer o simplemente caminar me despejaría la mente.
Eran alrededor de las 11:00 a.m. cuando terminé de pelear con la máquina de café (porque sólo me servía agua caliente). Y para pasar el tiempo volví a mi oficina a replantear mis preguntas, pues supuse que Evelyn no querría contestar algunas y en la grabación no quedaría nada útil. Pero mi serenidad desapareció al ver por la cortina todas esas sombras correr por el pasillo, traté de convencerme que todo estaba bien y nada tenía que ver conmigo, mas no pude evitar pensar en que había pasado algo en el edificio y sería algo tonto no correr también.
Arrojé mi libreta hacia el cajón y salí tan rápido como pude, ni siquiera cerré bien la puerta. Al estar de frente al comedor, me abrí paso entre los pacientes y miré por encima de los guardias: sobre una mesa estaba ella, reteniendo el peso de un tipo robusto que la ahorcaba; el personal trataba de separar sus grandes manos de su garganta, mientras que los demás pacientes le incitaban a matarla. Evelyn sostenía las manos de su atacante, pataleaba e incluso se movía hacia los lados pero sólo conseguía más presión sobre su cuello; su risa nerviosa pudo ser lo último que escuchara de ella.
Le estaba faltando el aire y no conseguía abrirme paso entre la gente para hacer algo. Por fortuna, uno de los guardias se atrevió a adelantarse en el protocolo y utilizó su bastón contra el sujeto, golpeándolo en cierto punto de su espalda; de inmediato se debilitó su fuerza y pudieron separarlos. Mientras tanto, el resto del personal (sobre todo los doctores), ayudaron a tranquilizar a los otros pacientes y a hacer espacio.
Ahí pude acercarme. Ella de inmediato me notó y se dio la vuelta sobre su espalda.
—Evelyn...
—N-no es gran cosa —tosió—, tra-tranquilo...
—Por favor, manténgase boca arriba —habló uno de los guardias de pronto, empujando ligeramente sus hombros hacia atrás para que se recostara.
A mis espaldas, había llegado personal de la enfermería con una camilla de tijera, como las que hay en las ambulancias. Le preguntaron si podía sentir las piernas, pero ella no pudo responder por un ataque de tos, así que se apresuraron a deslizar su cuerpo de la mesa hacia la camilla. Cuando su cuerpo se relajó de nuevo y la tos se detuvo, pude alcanzar a ver una marca roja sobre su cuello, los dedos del otro paciente estaban plasmados sobre ella.
Poco antes de que los enfermeros se la llevaran, crucé mirada con Evelyn y pude notar sus ojos llorosos... aunque no denotaban angustia.
Ni siquiera pude decirle algo. Tampoco me sentía tranquilo regresando a mi oficina y ya, temía que algo más le pasara en el traslado o le recetaran un medicamento demasiado fuerte con tal de deshacerse de ella lo más pronto posible. Entonces, me decidí a dejar que los enfermeros se adelantaran para poder seguirlos, tal vez así no harían preguntas.
«¿Se supone que yo soy responsable de ella también en estos casos? No recuerdo haber leído algo sobre esto, ni siquiera en el reglamento interno. Probablemente no, sería involucrarme demasiado, tal vez ni siquiera debí salir de la oficina. Pero ya estoy aquí», pensé.
Cuando me dispuse a entrar, una enfermera muy necia me bloqueó el paso.
—¿Doctor? —saludó la enfermera, algo confundida.
—Buen día, vengo a ver a una paciente que acaba de ingresar —busqué con la mirada a Evelyn.
—No creo que sea posible, lo lamento —dijo indiferente.
—Dudo que sea contra el reglamento que...
—Doctor —alzó la voz—, no puedo ayudarlo. El profesor Strange no me permite ayudar a pacientes problemáticos, de por sí. Esta fue una excepción. Así que, si me disculpa, voy a ocuparme.
—El profesor Strange fue quien me envió —mentí, pero al menos ya tenía su atención—, soy responsable de la paciente mientras esté en este piso. Y no estaba pidiendo su ayuda, tampoco su permiso, así que —me adentré en la habitación—, si me disculpa, voy a ocuparme.
Sólo escuché que suspiró; fui directamente a la camilla donde estaba recostada, aún sostenía su cuello con las manos, tenía los ojos cerrados, no sabía si la habían sedado.
—¿Evelyn? —me incliné un poco hacia el frente, no quería hablar muy alto.
En ese instante, ella me miró y sonrió vagamente, con intenciones de decir algo tal vez, pero la detuve.
—Sht, sht... no hables, lastimarás tu garganta y necesitas reposar. Aunque no podría asegurarte cuánto tiempo —leí la hoja a su costado—, no me especializo en esto —reí por lo bajo—. No entiendo algunas cosas de lo que dice aquí, es algo irónico, lo sé, pero... —hice una pausa para leer—. Hmm, esta palabra sí la conozco, es un medicamento algo fuerte y ahm... no creo que la dosis debería ser tan alta —fruncí el ceño.
«Como me lo suponía, le asignaron un tratamiento rápido y con dosis adelantadas, esto no está bien», pensé.
—¿La enfermera está mirando? —pregunté a Evelyn sin voltear, mientras sacaba un lápiz de mi camisa. Acostumbraba a llevar uno de esos y dos plumas, como lo hacía mi padre.
Ella levantó ligeramente la cabeza para revisar y luego devolvió su mirada a mí, negando con la cabeza.
—Bien, escucha, voy a cambiar la dosis a dos cucharadas cada siete horas —borré el registro original—, seguirá siendo diariamente, para que te recuperes pronto. Y por el bien de ambos, esto se mantendrá en secreto.
—Lo aprecio... —murmuró Evelyn, con una ligera sonrisa en la cara. Y le devolví el gesto.
Por extraño que parezca, olvidé por un momento que era una asesina en serie, mi empatía estaba ganando sólo por verla vulnerable.
—Creo que ya debo regresar, dejé la...
Y justo antes de que pudiera darme la vuelta, ella me tomó del brazo.
—¿Puedes qued-darte u-unos minut-tos? —carraspeó.
Sus ojos... ¿por qué eran tan hipnotizantes?, ¿me estaba compadeciendo?, ¿acaso era lástima? No sabía, pero ya estaba sentado frente a la camilla antes de ponerme a pensarlo mejor, de igual forma sería sólo un rato, dos minutos a lo mucho.
—Tengo tiempo —miré mi reloj.
Ella había vuelto a sonreír aunque no dijo nada más, simplemente cerró los ojos, como si mi presencia la dejara tranquila de alguna manera.
El silencio entre ambos me hizo notar algo, ella estaba llorando; el ritmo de su respiración era diferente a lo normal, la tela del uniforme se movía de forma curiosa, sobre todo en la zona del abdomen. Y claro, las lágrimas que salían "discretamente" de sus ojos.
—Oye... sanarás pronto, te lo garantizo —me incliné para hablarle—. Si necesitas llorar de dolor o algo, hazlo. No importa.
—T-tengo veinte años, claro que no voy a llorar —espetó, con voz ronca, haciendo una pausa para retomar el aire—. ¿Sabes? Papá se molest-taba con tal sólo oír un sollozo de mi parte, a veces m-me daba un golpe en la cabeza, se excusaba diciendo que... esas sí eran razones para hacerlo. Le... le molestaban ese tipo de ruidos.
—Ya no está para hacerte más daño —en un gesto de empatía, sostuve una de sus manos entre las mías, aunque fue breve—. Voy a posponer la terapia —dejé su mano sobre su regazo—, escribiré en mi reporte que te encuentras en recuperación.
Y sin más que aclarar respecto a eso, me puse de pie para ir hacia la puerta, dirigiéndole una última mirada de despedida.
—Que te mejores.
—Hasta luego, Jerome...
Su sonrisa me pareció extrañamente tierna; sentí algo de alivio al ver que había podido restablecer un poco la confianza entre ambos, o eso quería creer; lo que fuera, estaba motivado para escribir en mi reporte.
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➲𝓝𝓸𝓽𝓪 𝓭𝓮 𝓪𝓾𝓽𝓸𝓻
Los textos (o más bien diálogos) que están escritos al revés simbolizan una voz interna en la cabeza de los personajes, pueden ser más de una.
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