ᴘʀᴏʙʟᴇᴍꜱ


HYUNJIN'S POV:

Sigo sin estar preparado para lo que ha de venir. Siento una presión en el pecho, la cual me dice que nada estará bien si bajo a hablar con mi padre. La mayoría de los traumas que tengo son de él, traumas que son imborrables. Cada golpe que me ha dado en mi infancia hasta ahora ha sido una prueba de que sigo siendo demasiado débil para lo que realmente debo ser.

La imagen de su rostro se presenta en mi mente, la expresión de desdén mientras me acusa de ser un fracaso. Cada palabra que suelta hiere mi corazón, como cuchillos que se clavan en lo más profundo de mi ser. Tal vez sea un demonio, pero también tengo sentimientos. Siempre han tomado a los demonios y sombras de la noche como seres peligrosos en el mundo. Siempre hemos sido excluidos de toda actividad que realizan varios reinos. Nunca somos invitados a las fiestas, porque creen que solo vamos a llegar a hacer un desastre.

Esa exclusión se ha convertido en una carga que arrastro. ¿Cuántas veces he anhelado ser parte de algo más grande, de un mundo donde pudiera ser aceptado sin reservas? Pero en cambio, estoy atrapado en un ciclo de culpa y dolor, viviendo bajo la sombra de un padre que no ve más allá de su propia ira.

La idea de enfrentar a Haruto me paraliza. Cada vez que le miro a los ojos, siento que está juzgando cada aspecto de mi ser, esperando que demuestre que soy digno de su amor y respeto. Pero, ¿cómo puedo demostrarle que soy fuerte cuando a menudo me siento tan frágil? Es una lucha constante entre lo que soy y lo que se espera de mí.

Mientras me quedo en mi habitación, el eco de su voz resuena en mis pensamientos. "Eres un demonio, deberías actuar como tal". Me grita que no hay lugar para la debilidad, que debo ser un líder, un guerrero, alguien a quien temer. Pero, en el fondo, solo quiero ser visto como un ser humano, con mis propias inseguridades y vulnerabilidades.

El miedo a lo que dirá me consume, pero al mismo tiempo, siento un destello de rebeldía. No quiero seguir siendo su marioneta. Debo encontrar la forma de liberarme de su control, de sus expectativas. Si no puedo hacerlo por mí mismo, tal vez lo haga por Felix, por el deseo de ser mejor, por el anhelo de construir un futuro donde la oscuridad no sea sinónimo de sufrimiento.

El momento de enfrentar a Haruto se aproxima, y aunque mi corazón lata con fuerza y mi mente esté llena de dudas, sé que debo encontrar la valentía para hablar. Quizás esta vez, en lugar de temerle, pueda enfrentar la realidad con una nueva perspectiva. Quizás, incluso, pueda comenzar a sanarme a mí mismo y demostrar que, aunque los demonios somos rechazados, no somos incapaces de amar y ser amados.

Con un profundo suspiro, me levanto de la cama y me acerco al espejo. Mi reflejo me mira con la misma mezcla de incertidumbre y determinación que siento en mi pecho. Las sombras de mi pasado siguen danzando en mis recuerdos, pero hoy, hoy quiero ser diferente. Quiero enfrentar mi miedo y la figura imponente de Haruto que se cierne sobre mí como una nube oscura.

Las paredes de mi habitación parecen cerrarse a medida que me acerco a la puerta. La idea de salir y enfrentar a mi padre me hace dudar, pero el recuerdo de Felix me da la fuerza necesaria para seguir adelante. Él merece ver la mejor versión de mí, alguien que no solo está atrapado en la oscuridad, sino que lucha por encontrar la luz.

Salgo al pasillo, el eco de mis pasos resonando como un recordatorio de la decisión que he tomado. Me dirijo hacia la sala donde sé que Haruto está esperando. Cada paso me lleva más cerca de mi destino, y aunque mi corazón late desbocado, siento que esta es una batalla que debo librar.

Al abrir la puerta, la sala está iluminada con la luz tenue de las velas, y Haruto se encuentra de pie, de espaldas a mí. Su postura es rígida, y el aire se siente pesado con la tensión que siempre acompaña a nuestras interacciones.

—Hyunjin —su voz es profunda, y cuando se gira, sus ojos se clavan en los míos con esa mezcla habitual de desaprobación y expectativa—. ¿Has venido a hablar?

Trago saliva, sintiendo que las palabras se atascan en mi garganta. Pero no puedo dar marcha atrás.

—Sí, padre —digo con más firmeza de la que siento. —Necesitamos hablar.

Su ceño se frunce, y por un momento, me pregunto si he cometido un error. Pero no puedo rendirme. Este es mi momento.

—He tenido suficientes conversaciones vacías —responde con desdén—. ¿Acaso has venido a hacerme perder el tiempo?

—No, no he venido a eso. —La frustración comienza a burbujear en mí—. He venido a decirte que estoy cansado de vivir bajo tu sombra. No quiero seguir siendo tu marioneta.

Haruto se queda en silencio, su expresión de incredulidad rápidamente se convierte en una mirada de ira. Pero antes de que pueda responder, continúo.

—Siempre me has enseñado que debo ser fuerte, que debo ser un líder. Pero, ¿qué pasa si no quiero ser eso? ¿Qué pasa si solo quiero ser yo mismo, con mis propias decisiones y deseos?

El ambiente se torna eléctrico. Las palabras que acabo de pronunciar están llenas de verdad, y me sorprendo al darme cuenta de cuánto peso he estado cargando.

Haruto da un paso hacia mí, su mirada fija y penetrante.

—Eres un demonio, Hyunjin. No puedes simplemente desear ser algo diferente. Este mundo no perdona a los débiles. —Su voz es un susurro cortante, lleno de un veneno que solía aceptar sin cuestionar.

—Quizás, pero yo no soy solo un demonio. Soy un individuo con sentimientos, y estoy cansado de que me veas como un fracaso. —Mi voz se eleva, una mezcla de rabia y tristeza. —Si no puedes aceptarlo, entonces tal vez no deberíamos seguir así.

Un silencio profundo cae entre nosotros, y puedo ver en sus ojos una chispa de conflicto. Por un instante, parece que la pared que ha construido entre nosotros se agrieta.

—¿Qué es lo que realmente quieres, Hyunjin? —pregunta, y aunque su tono es duro, hay un destello de curiosidad en su mirada.

—Quiero ser libre. Quiero amar y ser amado, sin miedo a las consecuencias de lo que soy. Quiero vivir en un mundo donde los demonios no seamos tratados como parias.

La tensión en el aire se siente densa, como si el mundo estuviera esperando el siguiente movimiento. Espero que, tal vez, en este momento de vulnerabilidad, Haruto pueda ver más allá de su propia ira y comprender que, incluso en la oscuridad, hay espacio para la luz.

A medida que el silencio se extiende entre nosotros, la tensión se siente como una cuerda tensada al máximo, lista para romperse en cualquier momento. La mirada de Haruto cambia drásticamente; su expresión, antes contemplativa, se torna feroz.

—¿Te has olvidado de quién eres? —su voz es un susurro amenazante, pero el fuego en sus ojos no deja lugar a dudas. —Eres un demonio, y en este mundo, hay consecuencias para la debilidad.

Mis palabras se quedan atascadas en mi garganta mientras el miedo se enrosca en mi pecho. Pero no puedo dejar que eso me detenga.

—No estoy siendo débil, padre. Solo quiero ser yo mismo, y si eso te molesta, entonces...

Antes de que pueda terminar la frase, Haruto avanza hacia mí. Su mano se cierra en un puño, y en un instante, la oscuridad se cierne sobre mí.

El golpe llega rápido y certero, un dolor agudo que irrumpe en mi mejilla, dejándome aturdido. Caigo de lado, sorprendido por la violencia de su reacción. La rabia y la decepción se entrelazan en mí, y mientras me levanto lentamente, siento que la ira comienza a burbujear en mi interior.

—¡Eres un tonto si piensas que puedes desafiarme! —grita Haruto, su voz resonando en la sala, llena de furia. —Siempre has sido una deshonra para nuestra especie.

Las palabras duelen más que el golpe. Mi cuerpo tiembla de indignación y dolor, pero sigo en silencio.

—¿Y qué fue eso en el cumpleaños de Felix? —pregunta, su voz cargada de furia.

El recuerdo del cumpleaños de Felix, esa celebración que EL arruino, me golpea como una ola.

Haruto avanza hacia mí de nuevo, y antes de que pueda reaccionar, lanza otro golpe. Esta vez, el puño de Haruto se estrella contra mi abdomen, y me doblo hacia adelante, el aire se me escapa de los pulmones. La rabia, el dolor y la tristeza se entrelazan en una mezcla que me deja aturdido.

—No tienes idea de lo que significa ser un demonio, Hyunjin. —Su voz es fría, casi hiriente. —Te has dejado llevar por ilusiones.

Permanezco en el suelo, el dolor reverberando a través de mi cuerpo. Acepto los golpes, sintiendo cómo cada impacto resuena en mí. La impotencia me consume, pero no puedo dejar que eso me rompa.

—Eres un fracaso, un débil. —Haruto se acerca, cada palabra un golpe más. —Te he dado todo, y tú solo desperdicias lo que eres.

Mi cuerpo se estremece con cada insulto, cada golpe. Estoy atrapado en su ciclo de violencia, pero me aferro a la determinación de soportar.

El golpe final me deja aturdido, caído en el suelo, pero no me rindo. Con esfuerzo, me levanto, sintiendo la sangre aún caliente en mis labios, aunque mi cuerpo tiembla de dolor.

Haruto me mira con desdén, su mirada llena de furia, y la tensión entre nosotros es palpable. Aunque no digo nada, hay algo en el aire que ha cambiado. El silencio es abrumador, cargado de resentimiento y desafío.

Finalmente, me doy la vuelta y me alejo, dejando que el dolor se convierta en una prueba de mi resistencia. Mientras camino, siento que la oscuridad que me rodea no puede consumir mi voluntad de ser quien soy, a pesar de lo que Haruto diga o haga.

Cuando llegué a mi cuarto, me miré al espejo. El reflejo que me devolvía la mirada era un recordatorio brutal de la confrontación. Un pequeño hilo de sangre corría por mis labios, y mi cara estaba algo hinchada, el resultado de los golpes que había recibido.

Me acerqué más al espejo, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en mi pecho. Las palabras de Haruto resonaban en mi mente, una tormenta de reproches que no dejaba de golpearme. "Eres un fracaso", "Una deshonra". Cada frase se convertía en un eco que no podía ignorar.

Secándome la sangre con la mano, respiré hondo, intentando despejar la neblina de confusión y dolor. A pesar de la rabia que bullía dentro de mí, había un atisbo de claridad. No podía dejar que su veneno me afectara. No podía ser lo que él quería que fuera.

En ese momento, decidí que no iba a ser un reflejo de su decepción. Mis ojos se encontraron con los míos en el espejo, y por primera vez en mucho tiempo, vi algo más que dolor: vi determinación. Me recordé a mí mismo que, a pesar de las cicatrices, aún tenía la fuerza de seguir adelante.

Me dejé de mirar y, con un chasquido, me dirigí al bosque donde siempre encuentro paz. Voy allí cada vez que me siento así, o cuando mi padre me golpea. Mientras caminaba entre los árboles, me encontré con... ¿Felix? ¿Qué hace aquí? Se supone que debería estar en su castillo, en su reino.

Me acerco a él con cautela, procurando no asustarlo. A medida que me aproximo, empiezo a escuchar sus suaves sollozos. Sé que apenas me conoce, ya que nunca antes nos hemos visto, y además, nuestros padres mantienen unas relaciones "muy cordiales" entre reinos... y entre ellos.

Cuando por fin estoy a su lado, le hablo: —Felix... ¿estás bien? —pregunto, tratando de sonar despreocupado, aunque en realidad me preocupa mucho. Él levanta la vista hacia mí, y puedo ver cómo su expresión se frunce al verme.

—No te debe interesar. Además, ni me conoces, y yo tampoco te conozco a ti.

Lo observé por un momento, sin saber qué responder de inmediato. Tenía razón, apenas lo conocía, pero eso no evitaba que me preocupara por él. Había algo en su mirada que me hacía querer ayudar, a pesar de la frialdad de sus palabras. Me senté a su lado, dejando una distancia prudente.

—Tienes razón, no te conozco —le dije con suavidad—. Pero no significa que no me importe.

Felix desvió la mirada, como si mis palabras le resultaran incómodas, y volvió a sollozar, esta vez tratando de sofocar el sonido con el dorso de su mano. El silencio entre nosotros se sentía denso, solo interrumpido por el suave crujir de las hojas bajo nuestros pies.

Después de unos minutos, lo vi secarse las lágrimas rápidamente, como si intentara borrar cualquier rastro de vulnerabilidad.

—No deberías estar aquí —dijo de repente, con la voz aún quebrada—. Si alguien te ve, podrías meterte en problemas. No es seguro que estés cerca de mí.

—¿Por qué? —pregunté, frunciendo el ceño. Había algo en su tono que me alertaba—. ¿Qué está pasando, Felix?

Él me miró, esta vez sin tanta resistencia, como si algo dentro de él estuviera cansado de luchar. Sus ojos brillaban, no solo por las lágrimas, sino por algo más profundo, algo que estaba tratando de ocultar.

—Es complicado... No puedo decirte todo. Pero las cosas no están bien en el castillo. Mi padre... él... —su voz se quebró nuevamente, y se calló, como si no pudiera continuar.

No sabía qué hacer ni qué decir para aliviar su dolor. Pero una cosa sí era clara: Felix no estaba aquí por casualidad, ni porque quisiera escapar por un rato. Había algo mucho más oscuro que lo había traído al bosque, y lo envolvía en tristeza.

—No tienes que explicarme todo ahora —le dije—. Pero no tienes que enfrentarlo solo. Si necesitas ayuda, si necesitas hablar con alguien, estaré aquí.

Felix pareció dudar, mirando hacia el suelo como si estuviera luchando con sus pensamientos. Finalmente, dejó escapar un suspiro largo y entrecortado, y asintió levemente, aunque sin decir palabra alguna. Quizás era todo lo que podía ofrecer en ese momento, pero para mí era suficiente.

Nos quedamos en silencio, juntos en el bosque, escuchando el suave murmullo del viento entre los árboles.

El silencio que compartíamos no duró mucho. Comencé a notar cómo Felix se removía inquieto, como si algo en su interior lo estuviera consumiendo poco a poco. El aire a su alrededor se tornó más denso, más cálido, y de pronto lo entendí: Felix estaba en celo.

Sus respiraciones eran rápidas, entrecortadas. Trataba de ocultar el evidente malestar, pero su cuerpo no mentía. Sabía lo que significaba estar cerca de un omega en su celo, y aunque él intentaba mantenerse firme, sus feromonas empezaban a llenar el aire con una intensidad abrumadora.

—Felix... —mi voz salió en un susurro, mientras él cerraba los ojos con fuerza, como si intentara apartar todo lo que sentía.

—Por favor... —murmuró, su voz quebrada por la desesperación—. No te acerques más... No puedo controlarlo.

Su cuerpo temblaba, y su respiración se volvió aún más errática. Se llevó las manos al pecho, intentando estabilizarse, pero era evidente que estaba perdiendo la batalla contra su propio cuerpo. El celo lo estaba afectando de manera brutal, mucho más de lo que me había dado cuenta al principio.

Me arrodillé a su lado, manteniendo la distancia que él pedía, pero no podía simplemente dejarlo allí, sufriendo solo. Sabía lo difícil que podía ser pasar por un celo sin un alfa cerca, sin alguien que ayudara a calmar la tormenta que lo asolaba.

—Felix, déjame ayudarte —dije, mi tono más firme, aunque sin intención de intimidarlo—. No te haré daño, te lo prometo.

Él me miró, sus ojos ahora nublados por la confusión y el deseo. No sabía si era capaz de tomar decisiones lúcidas en ese momento, pero su cuerpo claramente lo estaba llevando al límite. Intentó hablar, pero solo salió un jadeo angustiado. Su fragancia, dulce y abrumadora, me envolvía cada vez más, y me di cuenta de lo grave que era la situación.

—No puedo... —balbuceó, antes de cerrar los ojos con fuerza de nuevo—. No quiero que me veas así.

—No tienes que luchar solo contra esto, Felix —insistí—. Si me dejas, puedo ayudarte a sobrellevarlo, aunque sea hasta que consigas lo que necesitas.

El omega tembló de nuevo, y sus sollozos volvieron a aparecer, esta vez mezclados con un deseo que no podía controlar. Sabía que ofrecerme a estar con él en ese momento era un riesgo, pero no podía dejarlo sucumbir a la desesperación sin hacer nada.

Felix finalmente levantó la mirada, sus ojos brillando bajo la luz tenue del bosque, y asintió lentamente, derrotado por las sensaciones que lo abrumaban. Sabía lo que eso significaba.

Me acerqué a él con cautela, con la mente clara y la firme convicción de que lo ayudaría sin llevar la situación más allá de lo necesario. Al tocar su brazo, su piel ardía, y él dejó escapar un suspiro entrecortado, lleno de alivio y angustia a la vez.

—Estoy aquí, Felix. No te dejaré solo.

Al sentir mi toque, el cuerpo de Felix se relajó, aunque solo un poco. Aún estaba temblando, atrapado entre el dolor y el deseo de su celo. Su aroma seguía impregnando el aire, intensificándose con cada minuto que pasaba. Aunque él intentaba mantenerse fuerte, su fragancia dulce y densa me indicaba que estaba al borde del colapso.

—No deberías... —murmuró entre jadeos, como si estuviera luchando consigo mismo—. No está bien.

Sabía lo que decía, entendía la resistencia que intentaba mantener, pero también sabía que su cuerpo le estaba exigiendo algo que ya no podía controlar. Me acerqué un poco más, despacio, manteniendo mi presencia lo más calmada y segura posible.

—Felix, solo quiero ayudarte —dije con voz suave, procurando no abrumarlo más de lo que ya estaba—. No tienes que avergonzarte de lo que está pasando. Es natural.

Él apretó los puños, como si mis palabras lo hirieran de alguna manera, y sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente. Estaba vulnerable, desbordado por el peso de su celo y la situación en la que se encontraba. Quería apartarse, quería que todo se detuviera, pero su cuerpo le estaba exigiendo lo contrario.

—No quiero ser una carga para ti... —susurró, casi inaudible—. Es humillante...

—No eres una carga, Felix —respondí firmemente—. No tienes que enfrentarlo solo. Estoy aquí, y no me iré.

Mi cercanía parecía reconfortarlo, aunque aún estaba temeroso. Podía ver la batalla interna que libraba, pero también el alivio en sus ojos cuando entendió que no lo juzgaría, que no esperaba nada a cambio de ayudarlo.

Me arrodillé frente a él, sosteniéndolo suavemente por los hombros para brindarle algo de estabilidad. Su cuerpo reaccionó de inmediato al contacto, su respiración se volvió un poco más controlada, aunque aún entrecortada. Sabía que mi presencia como alfa estaba haciendo una diferencia, y eso lo calmaba, aunque no lo suficiente para terminar con el dolor que estaba atravesando.

—Felix, escucha —le dije—. Voy a quedarme contigo hasta que esto pase, pero tienes que confiar en mí. No haré nada que no quieras. Solo quiero ayudarte a sentirte mejor.

Él asintió lentamente, sus lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras intentaba mantener el control. Lo abracé suavemente, permitiendo que descansara su cabeza en mi hombro. Su cuerpo temblaba con cada respiración, pero se apoyó en mí, cediendo un poco al alivio que mi cercanía le proporcionaba.

—Gracias... —murmuró contra mi cuello, su voz rota por la mezcla de emociones que lo consumían—. No sé cómo... agradecerte.

—No tienes que agradecerme —le respondí, acariciando su espalda suavemente—. Solo concéntrate en respirar y en dejar que esto pase. Estoy aquí, y no voy a irme.

Nos quedamos así durante varios minutos, el tiempo perdiendo significado mientras el calor de su cuerpo seguía afectándolo. Cada tanto, sus feromonas volvían a hacerse más fuertes, empujando mis instintos al límite, pero me mantenía firme. Sabía que lo importante era calmarlo, estabilizarlo y ayudarlo a atravesar ese momento tan difícil sin que se sintiera más vulnerable de lo necesario.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, su respiración comenzó a normalizarse. Su cuerpo dejó de temblar tanto, y su aroma, aunque aún presente, ya no era tan denso ni cargado como antes. Felix se apartó un poco, mirándome con sus ojos enrojecidos, pero con una expresión de alivio.

—Lo siento... —susurró—. No quería que vieras esto.

—No tienes que disculparte por nada —le dije con una sonrisa suave—. Lo importante es que estás mejor. Eso es todo lo que importa.

Felix asintió, aún vulnerable pero mucho más calmado que antes. Había pasado lo peor, aunque sabía que esto era solo una tregua temporal. Pero por ahora, lo había ayudado a salir del abismo en el que se encontraba.

—Deberíamos buscar un lugar donde puedas descansar más tranquilo —le sugerí—. No es seguro que te quedes aquí en el bosque.

Felix dudó por un momento, pero finalmente aceptó, asintiendo lentamente.

—Sí, creo que tienes razón... —murmuró—. No sé a dónde ir, pero cualquier lugar será mejor que aquí.

Lo ayudé a ponerse de pie, manteniendo mi brazo alrededor de su cintura para asegurarnos de que no se tambaleara.

Pero justo cuando apenas damos un paso, veo cómo un grupo de guardias, claramente del reino de los semidioses, se acerca rápidamente. Al frente, caminando con una arrogancia que me hace hervir la sangre, está Seo Changbin. El cretino.

Lo sé perfectamente: Felix y Changbin están comprometidos, y en cuanto Felix termine sus estudios, se casará con él. Lo tengo claro, pero eso no significa que lo soporte. De hecho, solo el pensamiento de verlos juntos me revuelve el estómago. Y ahora, con los guardias rodeándonos, está claro que han venido a buscarlo. Alguien debió informarles que estábamos aquí.

—Mierda... —murmuro para mí mismo, apretando los dientes. Nos han arruinado el momento.

Felix levanta la cabeza al escuchar el sonido de los pasos acercándose. El brillo del alivio que tenía en sus ojos desaparece en un instante, reemplazado por la familiar tensión que siempre surge cuando se habla de su compromiso. Changbin no se detiene hasta que está justo frente a nosotros, su mirada fija en Felix primero, y luego en mí, con una mezcla de irritación y superioridad.

—Felix —dice Changbin, con un tono que intenta ser suave, pero que suena más como una orden velada—. Te he estado buscando. ¿Estás bien?

Felix asiente, aunque su mirada evita la de Changbin. Es como si, de alguna manera, volviera a retraerse dentro de sí mismo, ese alivio que había logrado encontrar hace unos minutos desvaneciéndose ante la presencia del alfa que está destinado a ser su esposo. Y eso me irrita aún más.

—Lo encontré en el bosque —digo, interponiéndome un poco entre ellos, aunque sé que no debería. No es mi lugar, pero no puedo evitarlo—. Estaba... teniendo dificultades, así que lo ayudé.

Changbin me lanza una mirada dura, como si estuviera evaluando cada una de mis palabras, buscando algo más en ellas. Lo que más me molesta es que no puedo decir lo que realmente pienso: que no quiero verlo con Felix, que no soporto la idea de que lo trate como si fuera un objeto que le pertenece.

—Lo agradezco —responde con una frialdad que me hace tensar los músculos—. Pero ahora, Felix, es momento de volver. No deberías estar aquí. Ya sabes lo que pasa cuando sales sin avisar.

Felix baja la cabeza, claramente incómodo, como si estuviera atrapado en una red que no puede deshacer. Y aunque entiendo que él tiene sus responsabilidades, no puedo evitar sentir la injusticia de todo esto. Felix está siendo arrastrado por una vida que no parece haber elegido completamente.

—Él puede decidir cuándo quiere regresar, ¿no crees? —le digo a Changbin, desafiando el control que intenta imponer—. No es como si fuera tu prisionero.

Los guardias intercambian miradas nerviosas ante mi tono. Claramente no estaban esperando una confrontación, y mucho menos una que involucre a su príncipe. Changbin da un paso hacia mí, su figura imponente proyectando una sombra que casi me cubre por completo.

—No es un prisionero —responde con voz controlada, aunque puedo ver la tensión en su mandíbula—. Es mi prometido. Y como tal, tengo la responsabilidad de protegerlo, algo que tú no puedes entender.

Felix se mueve, como si quisiera intervenir, pero las palabras parecen atorarse en su garganta. Aún está afectado por su celo, y probablemente no quiere empeorar la situación. Pero yo ya no puedo callarme.

—¿Protegerlo? —replico, sin apartar la mirada de Changbin—. ¿Es eso lo que estás haciendo? ¿O solo te aseguras de que siga siendo tuyo, sin importar lo que él sienta?

Por un momento, el aire se siente denso, como si el conflicto entre nosotros pudiera explotar en cualquier segundo. Changbin me mira con los ojos entrecerrados, pero antes de que pueda decir algo más, Felix finalmente habla.

—Basta, por favor... —su voz suena débil, casi quebrada—. No quiero... no quiero que peleen.

Nos volvemos hacia él. Sus ojos están llenos de angustia, y en ese momento me doy cuenta de lo difícil que debe ser para él estar en medio de esta situación. No solo está lidiando con su celo, sino también con las expectativas y responsabilidades que pesan sobre sus hombros.

—Vamos, Felix —dice Changbin, esta vez con más suavidad—. Necesitas descansar.

Felix asiente, sin atreverse a mirarme. Me doy cuenta de que no hay nada más que pueda hacer por él en este momento, por mucho que lo desee.

—Lo haré... —murmura Felix, y da un paso hacia Changbin.

Lo veo marcharse, rodeado por los guardias y por el alfa al que está destinado, sintiendo una mezcla de impotencia y frustración arder en mi interior. La sensación de que algo mucho más grande está ocurriendo se apodera de mí, y sé que este no será el final de nuestra historia.


────୨ৎ────

"¡¿Comprometido?!"

────୨ৎ────


-Aly

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top