𝐄𝐥 𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐯𝐞𝐧𝐝𝐞𝐫 𝐬𝐚𝐫𝐝𝐢𝐧𝐚𝐬

El aroma a Kimchi y sopa de algas llenaba el pequeño apartamento cuando Allie salió de su habitación con el pelo revuelto y cara de pocos amigos. Su madre, como todas las mañanas, ya tenía listo el desayuno.

-Siéntate y come -ordenó su madre sin mirarla, revolviendo el arroz en su tazón.

Allie suspiró. Sabía que discutir no serviría de nada. Se dejó caer en la silla y miró su comida con hambre y resignación. No es que no le gustara la comida coreana (de hecho, la amaba), pero su mamá siempre cocinaba como si estuvieran alimentando a un batallón.

-Mamá, esto es demasiado.

-¿Demasiado? -levantó una ceja-. ¿Cómo vas a tener energía para trabajar si comes como un pajarito?

Allie rodó los ojos y agarró los palillos. No tenía energía para discutir. Tomó un bocado de arroz, luego una cucharada de sopa, y cuando creyó que podía escabullirse, su madre la fulminó con la mirada.

-Come el pescado.

-Mamá, voy a vender sardinas todo el día. Si como pescado ahora, sentiré que nunca salí del trabajo.

Su madre bufó y le puso un trozo en la boca antes de que pudiera quejarse más.

-Ahora sí. Anda, muévete. Vas a llegar tarde.

Allie tragó rápido, agarró su bolso y salió a toda prisa antes de que su madre encontrara otra excusa para hacerla comer más.

El supermercado donde trabajaba no era precisamente el lugar de sus sueños. De hecho, era un pequeño infierno perfumado con olor a conservas de mariscos.

-Llegas tarde -fue lo primero que escuchó al entrar.

Donghyun, su compañero de trabajo, estaba apoyado en una torre de latas de sardinas con cara de aburrimiento.

-Llegué justo a tiempo, no exageres.

-Llegaste justo a tiempo para darte cuenta de que hoy te toca la promoción de las sardinas picantes.

Allie sintió que el alma se le escapaba del cuerpo.

-No. Por favor, dime que es una broma.

Donghyun sonrió con malicia y le señaló un pequeño stand con una pirámide de latas rojas y un letrero que decía: ¡Sabor intenso para los valientes!

-La última vez casi me intoxiqué por el olor.

-La última vez también casi golpeas a una señora que te preguntó si teníamos sardinas con menos "olor a pescado".

Allie suspiró y se puso el delantal. Se acercó al stand con la misma energía de alguien que va a una ejecución pública y empezó a repartir muestras.

-¿Le gustaría probar nuestras sardinas picantes? -dijo con voz robótica a un cliente.

-¿No tienen unas que no piquen?

-Sí. Se llaman otras cosas.

Donghyun soltó una carcajada desde el otro lado de la tienda mientras Allie sonreía con inocencia fingida. Iba a ser un día largo.

El supermercado estaba en su hora pico, lo que significaba que Allie tenía que lidiar con dos tipos de clientes: los que se tomaban demasiado en serio la compra de sardinas y los que pasaban solo para molestar.

-¿Tienen sardinas veganas? -preguntó una señora con expresión seria.

Allie la miró fijamente.

-¿Quiere decir... sardinas que no sean de pescado?

-Exacto.

Allie parpadeó.

-Tal vez si las metemos en meditación y les damos una dieta basada en plantas...

La señora frunció el ceño y se fue murmurando algo sobre la juventud maleducada.

-Un cliente menos -susurró Donghyun, asomándose por el pasillo.

-Un cliente menos y una neurona menos de mi paciencia.

Él le lanzó un pulgar arriba y se fue silbando. Allie suspiró y volvió a la faena, repartiendo muestras con la esperanza de que nadie hiciera preguntas raras.

-Disculpe, ¿esto tiene gluten? -preguntó un señor con lentes gruesos.

-Es una lata de sardinas.

-Sí, pero ¿tiene gluten?

-Es pescado en agua.

-Pero... ¿tiene gluten?

Allie cerró los ojos un momento y respiró hondo.

-Sí, claro, mucho gluten. Gluten extra. Es más, si compra dos latas, le regalamos un poco de pan para completar la experiencia.

El hombre asintió, satisfecho, y agarró dos latas.

Donghyun apareció de nuevo, esta vez con un paquete de galletas en la mano.

-Dime que eso no acaba de pasar.

-Estoy perdiendo la fe en la humanidad.

-¿Ya te dije que tu cara de fastidio me alegra el día?

Allie bufó, pero en el fondo tenía que admitir que sin Donghyun este trabajo sería mil veces peor. Él siempre lograba sacarle una risa cuando más lo necesitaba.

Justo cuando pensaba que el día no podía empeorar, una montaña de latas mal acomodadas decidió rendirse ante la gravedad y caer al suelo con un estrépito.

-¡No fui yo! -exclamó Allie, levantando las manos antes de que alguien pudiera culparla.

-Yo tampoco -respondió Donghyun-. Pero igual, corre.

Y sin más, ambos desaparecieron por el pasillo de los fideos instantáneos mientras un supervisor miraba el desastre con horror.
Allie y Donghyun se escondieron detrás de una torre de cajas de ramen, intentando no reír demasiado fuerte mientras el supervisor resoplaba como un toro.

-Si nos encuentran, dile que fue un fantasma -susurró Donghyun.

-¿Un fantasma que solo ataca sardinas?

-Los espíritus son misteriosos.

Allie rodó los ojos, pero justo cuando pensaba salir de su escondite con dignidad, un niño apareció de la nada y la miró fijamente.

-Te vi.

-¿Perdón?

-Voy a decirle a mi mamá.

-¡Oh, por Dios! -Allie le agarró los hombros-. Niño, hagamos un trato. Si te callas, te regalo una lata de sardinas.

El niño entrecerró los ojos, evaluando la oferta.

-Dos latas.

-¡Eres un mercenario!

-Y quiero una de las que tienen picante.

-¡Dios, ni siquiera te gustan las sardinas!

El niño sonrió con la maldad pura de alguien que ya entendía el arte del chantaje. Allie, derrotada, agarró dos latas y se las entregó.

-Trato hecho, rata pequeña.

-Fue un placer hacer negocios contigo.

El niño desapareció, y Donghyun la miró con decepción.

-Vendiste tu alma por dos latas de sardinas.

-Sobreviví otro día sin ser despedida, que es lo importante.

Pero antes de que pudiera disfrutar de su triunfo, el altavoz del supermercado sonó con la voz de su jefe, Park Seong-min, que siempre hablaba como si estuviera anunciando el fin del mundo.

-Atención, empleados. Se solicita a Allison Young en la oficina. Inmediatamente.

Allie sintió un escalofrío recorrer su espalda.

-Ay, mierda.

-Si no vuelves en cinco minutos, asumiré que moriste y me quedaré con tu casillero.

-¿No deberías estar más preocupado por mi bienestar?

-Nah, quiero tu perfume caro.

Allie suspiró y se dirigió a la oficina, mentalizándose para lo peor.

Cuando entró, encontró a su jefe sentado con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Frente a él, sobre el escritorio, estaba la grabación de las cámaras de seguridad.

-Young, ¿puedes explicarme esto?

En la pantalla, el video se repetía en un bucle humillante: Allie tratando de sobornar a un niño con sardinas.

-Usted no entendería... fue una situación de vida o muerte.

Park cerró los ojos y se masajeó las sienes.

-Allie... ¿por qué no puedes ser normal?

-Lo intenté una vez. No me gustó.

Él suspiró, agotado.

-Solo... regresa a trabajar y trata de no sobornar a más niños, por favor.

-¡Prometo que ese fue el último!

No lo era.

Pero lo importante era que Allie seguía con trabajo por un día más.

Y eso, en su libro, era una victoria.

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