ᴇʟ ᴄᴀᴍɪɴᴏ ᴀÚɴ ᴇꜱ ʟᴀʀɢᴏ ᴘᴀʀᴀ ᴀᴍᴀʀ
Caminaba distraído por las transitadas calles de Busan.
Era un día frío y con mucha nieve, acomodó su bufanda y siguió su camino en dirección a aquella cafetería que tanto le gustaba.
Ya habían pasado seis años.
Seis años en los que no volvió a saber de él.
Se había sentido pequeño ante un mundo tan lleno de gente con sus propios problemas.
Muchas veces no lograba sacarlo de su cabeza, era casi imposible no desear saber de él.
Pero había luchado consigo mismo, había seguido adelante aún cuando lo único que quería era correr y buscarlo.
Fue indispensable el apoyo de su mejor amigo, pues gracias a él, poco a poco las piezas iban encajando de nuevo en su vida.
Suspiró al recordar la última vez que lo vio, tan triste y roto.
Tan desolado y perdido.
Así como él se sentía.
Sin embargo, a pesar de haberse separado con tanto dolor... JungKook realmente le deseó lo mejor.
Su corazón ingrato seguía bombeando sangre con la esperanza de verlo de nuevo.
Él tenía todos los espacios de su alma inundados de su ausencia.
Pero había decidido vivir con ello.
¿Qué si había buscado el amor en otra persona?
Sí, una vez lo intentó, pero fracasó.
Se había sentido tan desubicado, tan falso y distante, que prefirió dejarlo antes que los sentimientos fueran demasiado.
Había comprendido que lo mejor para él, era estar solo. Así no lo lastimaban y él tampoco dañaría a nadie.
Entender que la felicidad no depende de los demás fue un largo proceso de comprensión, pues deseaba sanar, sanar hasta la más pequeña herida que había en su interior.
JeonGguk definitivamente se había convertido en un hombre renovado, capaz de amarse a sí mismo, valorarse y honrarse.
Así, si volvía a verlo; se decía, podría recibirlo en sus brazos con genuina felicidad, siendo sabedor que ya no dependía de él, su propia felicidad.
Sonriendo, llegó a la cafetería "Love Maze", se detuvo un momento en la entrada y observó el interior, parecía que había mucha actividad esa noche.
Y no era de extrañar, el dueño era un chico con una exuberante belleza y además, irradiaba calidez con cada platillo o postre que preparaba con todo su amor.
Ah... ¿Quién lo diría?
JungKook rió al recordar aquella vez en la que alguien le había impedido la entrada a aquella cafetería.
Aquella vez en la que su vida recobró el color.
— ¡JungKook-ah!
El mencionado escuchó ser llamado con euforia y no dudó en girar su rostro para saber quién era la persona que corría hacia él.
Grata fue su sorpresa cuando un cuerpo tan alto como él, chocó de lleno contra su pecho, provocando que perdiera el equilibrio y ambos cayeran sobre una capa de nieve que amortiguo un posible dolor.
— ¡¿SeokJin?! –Había gritado con sus ojos bien abiertos cuando el mayor se alzó sobre él y le sonreía descarado.
El de cabellos castaños reía con mucha alegría al ver los ondulados cabellos del menor ser adornados por los copos de nieve, mientras estaba echado en el suelo.
JungKook se maravilló.
Aquel chico prácticamente brillaba, su sonrisa era resplandeciente mientras sus ojos brillaban con una cegadora felicidad.
¿Ese era su SeokJin?
—El mismo. –Respondió el mayor sin dejar de sonreírle.
Entonces, ambos yacían en un fuerte abrazo que casi no los dejó respirar.
Lágrimas de anhelo recorrían sus mejillas, sonrisas sinceras adornaban sus rostros.
Era una locura. Tanto, que temió estar soñando.
Entonces, había recibido un golpe en la cabeza que lo trajo de regreso a la realidad.
Acariciando la zona afectada, alzó la vista y observó a la persona que tenía un cucharon en la mano izquierda, (al parecer el objeto causante de su dolor), mientras la otra mano del joven, posaba sobre su cintura.
— ¿Te quedarás como un maniático frente a la puerta de mi cafetería? –Le preguntó con una de sus cejas alzada, mientras lo miraba con sospecha.
Y JungKook volvió a sonreír mientras se lanzaba en un abrazo sobre el chico que tenía un mandil rosado con un dibujo de arcoíris.
No, nada de eso había sido un sueño.
—Ya estoy aquí, Jinnie. –Susurró en el sensible oído del mayor.
Sintió cómo los brazos del contrario se aferraban a él sobre su espalda y con un tono cariñoso, escuchó:
—Bienvenido de nuevo, JungKookie.
Sí, la vida sin dolor no sabe igual.
Y el camino aún es largo para amar...
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