Capítulo 8

Siempre ella...

La videollamada iba a la perfección, hacía más de un mes que Tsuna no veía a su prometida, y ahora conversaban amenamente. Kyoko le preguntaba respecto a todos y todo, parecía extrañar la mansión Vongola, pero igual se veía feliz por compartir tiempo con su familia. Por su parte, el castaño trataba de seguirle la rima a su animada novia.

—Espero que todo siga de maravilla Tsu-kun —le dijo con una gran sonrisa, de esas que lo derretían.

—Todos esperamos tu regreso —de igual forma Tsunayoshi le sornió de vuelta.

—Nos vemos en un mes más —miró su anillo —, no puedo esperar.

—Hasta pronto —se despidió con la mano y al otro lado de la pantalla ella hacía lo mismo.

Cuando hubo bajado la pantalla y apagado la cámara, suspiró. El chico revolvió algunos de sus cabellos, su vista instintivamente se posó en los lirios recién colocados por Hana, a quien le había empezado a agradar la idea de invadir el despacho de Tsuna. Sonrió por inercia al recordar su hermosa sonrisa.

Los pensamientos de nuestro protagonista se vieron intervenidos por la intromisión de Yamamoto, que tocó dos veces en la puerta antes de abrirla. Traía en sus manos un vulto de papeles, él también se veía ligeramente cansado.

—Te veo rebosante de vida desde que Hana te ayuda —le comentó su subordinado antes de depositar todo el vulto de papeles en el escritorio —, aquí está lo que me pediste, buena suerte.

—Gracias —Tsuna pareció pensarlo unos minutos. Hacía un tiempo aquel chico estuvo en su oficina informándole de la situación con los lirios y gracias a ello, hoy conocía a Hana, le estaba agradecido. No había nadie mejor que él para lo que estaba a punto de solicitar — ¿Crees que puedas hacerme un favor más?

—Claro —contestó dudoso por la mirada de su jefe.

—Necesito que destapes un poco el pasado y averigües de la vida de Hana. ¿Quién fue su madre? ¿Qué tal está su padre, en qué hospital está? Me gustaría hacerle un favor.

—Ni yo soy investigador privado ni tu acosador, pero haré todo lo que pueda —bromeó para soltar unas carcajadas.

—No es eso —negó rápidamente Tsuna con el rostro sonrojado.

—Lo sé —Yamamoto se calmó para sonreírle sinceramente —, sólo no hagas algo de lo que puedas arrepentirte —soltó mirando la foto de Kyoko en el escritorio del castaño —, creo que los dos sabemos que preferirías la foto de alguien más.

Dicho aquello y ante el silencio por parte de Tsuna como respuesta, a su amigo ya no le quedó nada más que decir y se retiró. Había soltado aquello que llevaba guardando desde la primera vez que los vio juntos, se veían tan felices, parecían tal para cual.

En su asiento, Sawada seguía procesando todo lo que le estaba ocurriendo, aquellos revueltos sentimientos aún no tenían forma, eran extraños y no lo dejaban dormir en la noche.

De repente la puerta fue abierta de nuevo, del otro lado Hana sonreía mientras sostenía una pequeña bolsa. Sin pedir permiso entró, con total libertad.

—Vi a Takeshi entrar con un vulto de papeles y supuse que necesitarías ayuda —le explicó mientras caminaba para llegar donde él.

—¿Qué traes ahí? —cuestionó Tsuna para apuntar a su mano con la bolsa.

—Oh, esto —lo puso sobre la mesa —, son unas galletas que hice ayer, están un poco frías pero seguro sabrán deliciosas.

—¿Cómo el pastel de la semana pasada? —alzó una ceja esperando una respuesta.

—Eso fue un accidente —le lanzó un lapicero que encontró sobre el escritorio —, te dije que lo olvidaras, estuve trabajando duro.

—Era broma —se quejó Tsuna antes de sentarse.

—Vas a arrepentirte cuando las pruebes —alegó orgullosa para tenderle las galletas.

—Entiendo —rio antes de tomarlas y abrir el envoltorio, se veían apetecibles, al menos no parecían que matarían a alguien. Tsuna alzó la vista para verla, Hana se sentó a su lado esperando con calma.

Los días juntos solían ser aquello, no tenían nada de espacial, pero con ella, Tsuna sentía que podía ser él mismo, no sabía que tenía aquella chica de especial, simplemente lo era. Hana acudía rápidamente cuando la necesitaba y sin la necesidad de pedírselo, ella simplemente lo sabía, como un poder. Hana siempre le sonreía con total sinceridad a pesar de todo el dolor que seguramente cargaba en su espalda. Hana siempre está llena de energía, siempre radiente, siempre mirando hacia el frente... siempre ella. Como ninguna mujer que haya conocido jamás, más fuerte que un roble y más dócil que el viento.

Tsuna se negaba a aceptar que Takeshi tenía razón y que lo que revoloteaba en su pecho eran las ardientes llamas que provocaba aquella chica, no cuando había esperado a Kyoko toda la vida.

—¡Ya pruebalas! —exclamó la chica al percatarse de lo perdido que se encontraba, llevaba dos largos minutos sin hacer nada —, te juro que están buenas.

Sawada obedeció y probó una. ¡Que dulce!, sabía bien. ¿Cuántas horas había estado practicando? La miró.

—Te dije que estarían buenas —hizo un signo de paz con sus dedos, y así él pudo ver dos o tres cortadas que tenía en las manos, comenzaba a hacerse una idea de cuánto había estado trabajando.

Era solo Hana siendo Hana...

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