디오니시오
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El Vino de los Dioses
En los primeros destellos de la aurora, cuando los campos de vid aún yacían envueltos en la bruma del sueño, mi nombre resonaba como un eco en la tierra: Taehyung, el dios del vino, del teatro, del éxtasis y del descontrol. Pero mi historia no siempre fue una de celebración y júbilo; hubo tiempos de dolor y lucha, tiempos en los que mi existencia misma fue cuestionada y perseguida.
Nací del amor prohibido entre Zeus, el rey de los dioses, y Sémele, una mortal de belleza incomparable. Mi madre, engañada por la celosa Hera, pidió a Zeus que se le revelara en todo su esplendor divino. Mi padre, aunque reacio, cumplió su promesa, y el poder de su verdadera forma incineró a Sémele, dejando solo cenizas. En un acto de desesperación, Zeus rescató mi forma incipiente de las llamas, cosiéndome en su muslo hasta que estuve listo para nacer de nuevo, un nacimiento doble que marcó el inicio de mi dualidad.
Durante mi infancia, estuve bajo la protección de las ninfas en las laderas del monte Nisa, un lugar oculto y sagrado. Fue allí donde aprendí los secretos de la vid y el arte de hacer vino, una bebida que no solo embriaga los sentidos, sino que también libera el alma. Con el vino vino el teatro, el espacio donde los mortales podían confrontar sus propios demonios, celebrar sus alegrías y llorar sus penas. Me convertí en el dios del teatro, el gran liberador, capaz de trascender las barreras de la realidad y llevar a los mortales a un estado de éxtasis divino.
Mi travesía no fue fácil. Hera, siempre vengativa, nunca cesó en su empeño de destruirme. Me volvió loco en mi juventud, haciéndome vagar sin rumbo por el mundo. En mi delirio, conocí a varios compañeros leales, como los sátiros y las ménades, quienes se convirtieron en mis seguidores más fervientes. Juntos, viajamos de tierra en tierra, difundiendo el culto al vino y al éxtasis. Pero no todos recibieron mis dones con gratitud.
Uno de los episodios más oscuros de mi historia fue mi encuentro con el rey Penteo de Tebas. Penteo, un hombre terco y racional, no podía aceptar mis enseñanzas y se opuso ferozmente a mi culto. Intentó encarcelarme, ignorando mi verdadera naturaleza divina. Pero el destino tenía otros planes. Con mis poderes, hice que Penteo, bajo un hechizo de locura, se disfrazara de mujer y se infiltrara en las orgías bacanales de mis seguidoras. Su castigo fue brutal y definitivo; las ménades, en su frenesí, lo destrozaron, creyéndolo un león.
Este evento no fue una simple muestra de mi poder, sino una advertencia: el rechazo a la divinidad, al éxtasis y a la liberación, podía tener consecuencias fatales. Sin embargo, no soy un dios vengativo por naturaleza. Mi objetivo ha sido siempre la liberación del alma, el rompimiento de las cadenas de la sociedad y la mente.
En otra ocasión, rescaté a mi madre, Sémele, de los confines del Hades, un acto que demostró mi poder sobre la muerte y mi lealtad hacia quienes amo. La llevé al Olimpo, donde fue transformada en la diosa Tíone, demostrando así que la mortalidad no siempre es un obstáculo para la divinidad.
Mis poderes y aventuras se extendieron más allá de las fronteras de Grecia. Viajé hasta la India, donde llevé el arte de la vinificación y la alegría de la embriaguez a tierras desconocidas. Conquisté corazones y mentes, no con armas, sino con el don del vino y el teatro. Mi influencia se expandió, y mis seguidores se multiplicaron, llevando mi nombre a lo largo y ancho del mundo antiguo.
No obstante, mi vida también estuvo marcada por episodios de tragedia y redención. Recuerdo claramente el momento en que rescaté a Ariadna, la princesa de Creta, quien había sido abandonada cruelmente por Teseo en la isla de Naxos. La encontré sola y desolada, llorando su desgracia. Mi corazón se conmovió por su sufrimiento, y la llevé conmigo, prometiéndole un futuro mejor. Nos casamos, y como símbolo de mi amor eterno, le regalé una corona de estrellas, la Corona Borealis, que aún brilla en el cielo nocturno.
Mi culto se expandió por todo el mundo antiguo, llevando consigo un mensaje de alegría y libertad. Las ciudades celebraban grandes festivales en mi honor, como las Dionisias en Atenas, donde el teatro alcanzó su mayor esplendor. En estas festividades, los mortales se vestían con máscaras, representaban tragedias y comedias, y celebraban la vida en todas sus formas. El vino fluía libremente, y por un momento, los límites entre el dios y el hombre se desdibujaban.
A través del vino, el teatro y el éxtasis, ofrezco a la humanidad una salida a la monotonía de la existencia, un vistazo a algo más allá de lo mundano. Soy el dios que danza en el borde del caos y la creación, el que desafía las normas y rompe las cadenas. En mi honor, los hombres y mujeres se liberan, aunque sea por un breve momento, de las cargas del mundo.
Una de mis historias más queridas involucra al rey Midas, famoso por su deseo insaciable de riqueza. Cuando le otorgué el poder de convertir todo lo que tocaba en oro, él pensó que había alcanzado la cima de la felicidad. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que su deseo era una maldición. Su comida, su bebida, incluso sus seres queridos, se convirtieron en oro al contacto. Desesperado, me imploró que revirtiera su poder, y en un acto de misericordia, lo dirigí al río Pactolo, donde las aguas lavaron su toque dorado, devolviéndole la humanidad que tanto anhelaba.
Mis seguidores más fervientes, los sátiros y las ménades, personifican la esencia de mi culto. Los sátiros, con sus colas de caballo y sus risas desenfrenadas, y las ménades, mujeres poseídas por el espíritu del vino, forman una procesión salvaje y jubilosa que encarna la libertad total. Juntos, rompemos las barreras de la sociedad y nos adentramos en el mundo del éxtasis, donde las reglas humanas no tienen cabida.
Sin embargo, no todos los encuentros con mortales han sido pacíficos. En una ocasión, un grupo de piratas me secuestró, pensando que era un joven noble al que podrían vender por un alto precio. Pero no sabían a quién tenían entre manos. En la cubierta de su barco, me transformé, haciendo crecer vides de uva y llenando el aire con el aroma del vino. Los piratas, aterrados, saltaron al mar, donde fueron convertidos en delfines. Este episodio es un recordatorio de mi poder y de la imprudencia de aquellos que intentan aprovecharse de mi bondad.
Y así, mi historia continúa, escrita en cada copa de vino que se alza en celebración, en cada risa que resuena en los teatros, y en cada momento en que un alma se libera del peso de la realidad. Soy Taehyung, el eterno revelador de la verdad escondida en la embriaguez y el éxtasis, y mi legado vivirá mientras haya quienes busquen trascender los límites de la existencia humana. Mientras los mortales sigan buscando la libertad y el gozo en el vino y el teatro, mi espíritu perdurará, recordándoles siempre que la vida es una danza entre el orden y el caos, entre la realidad y el sueño, entre la razón y la locura.
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