9
Los escritorios podrían ser más cómodos, es el pensamiento de Kuroo, que descansa recostando la cabeza sobre su brazo extendido.
Sus ojos felinos se desplazaron perezosamente por la ventana, admirando las flores, mientras continuaba deleitándose con la sensación que le había dejado tocar la mano de Akaashi, solo había sido un segundo en el que sus dedos se habían rozado, pero él todavía era capaz de evocar la sensación de la tersa piel deslizándose bajo las yemas de sus dedos.
Ensimismado, el chico se sorprendió al sentir como alguien unía una silla a la suya para recostarse contra él.
—Kuroo, ¿te sientes bien? —preguntó Kenma, acompañado por el insistente sonido de botones siendo presionados a una velocidad impresionante—. Que extraño es no ver a Bokuto pegado a ti durante el descanso.
—Se fue a copiar una tarea al baño.
—Eso es más extraño—murmura Kenma—, porque lo vi en la clase de Akaashi antes de venir aquí.
Sintió un pequeño pinchazo en su corazón ante la idea, pero terminó por hacer el pensamiento a un lado, decidiendo enfocarse en su amigo. No debería encontrarse pensando en el chico de ojos lindos, en su lugar, podría invertir el tiempo en tomar una pequeña siesta o estudiar.
Estudiar, practicar y marcharse a casa para descansar.
—¿Piensas hacer algo después de la practica? —Pregunta, aunque sabe bien que Kenma solo querría irse a casa.
—No.
—¿Quieres venir a mi casa a escuchar el siguiente plan de Bokuto? —Mientras pregunta comienza a balancearse en la silla contra su amigo, comenzando un vaivén.
Kenma, molesto por el movimiento, se detiene, separándose de Kuroo y arrugando la nariz, olfateando ligeramente el espacio cerca de su amigo, haciendo un gesto de completo disgusto.
—¿Qué ocurre?
—¿Qué demonios huele tan mal en ti? Ahora que comenzaste a movernos me llegó ese olor... —en un impulso, Kenma toma la muñeca de Kuroo, acercando la mano a su nariz antes de apartarla de golpe—. No, Kuroo, ¿qué tocaste?
Alterándose un poco por la reacción de Kenma, Kuroo acerca su propia mano para olfatearla, frunciendo el ceño ante el malo olor, cuando un recuerdo llega a su mente y lo hace cerrar los ojos con fuerza, golpeándose la frente.
—Voy a matar a Bokuto —es lo único que susurra, recordando el horrible aroma que había salido de la botella del amarre, se había quedado impregnado en sus manos porque, al momento de abrirla, un buen poco del líquido escurrió por sus manos.
No importó cuanto se lavó las manos, el aroma simplemente no se quitaba, y él suponía que solo era cuestión de tiempo, pero ya habían pasado más de dos días y...
—Oh, mierda —murmulla, sintiendo su rostro entero teñirse de rojo cuando recuerda con lo que había estado fantaseando.
¿Akaashi había sentido ese pérfido olor en sus manos cuando se rozaron?
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