⠀⠀𝟏𝟕. ❝ Solías llamarme cariño. ❞

Aquel que haya dicho que el tiempo lo cura todo mentía vilmente.

Lo que Jennie experimentaba no era curación, mucho menos alguna especie de alivio. Podría culpar al poco tiempo que había transcurrido desde lo sucedido, al dolor palpable en su silueta. Pero no. Estaba segura de que aquella herida en su corazón estaría abierta para siempre, sangrando en la eternidad. Y que aunque pasaran mil años, seguiría presente.

Simplemente, ahora formaba parte de ella. Y lloraba a gritos los nombres de sus únicos dos amigos. La pérdida no lo abandonaría nunca, irónicamente.

Cosas así no nos fortalecen como suele decir la gente a modo de consuelo. Tampoco nos debilita. Nos crea. Nos moldea. Nos hacer ser como somos, y dejar de ser lo que solíamos. Depende únicamente de nosotros el para qué lo usamos, qué tanto lo aprovechamos y cómo recibimos esta nueva versión.

La noche anterior, Jennie había muerto un poquito por dentro.

No se puede curar algo que ya no existe. Eliminar una cicatriz no elimina el recuerdo de la herida y del dolor y malestar experimentado.

Es por ello que durante su larga y solitaria caminata por los bosques de las fronteras hacia Dynes, Jennie lloraba en silencio. Las lágrimas se deslizaban como lluvia desde sus iris grises hacia sus mejillas de porcelana. La suciedad estaba adherida a su piel, tanto lo carmín de la sangre como el ocre del barro y musgo. Su nariz comenzaba a doler por el golpe de Lisa y su cabeza por la sangre perdida, pero el dolor de su alma les quitaba importancia.

Estaba arrepentida. No por huir, claro está. Sino por pasar su vida entera pensando que había experimentado el dolor.

No, nada podría compararse con lo que sentía ahora. Era como empezar a vivir desde aquí.

Caminaba con dificultad entre los frondosos árboles, pisando charcos y plantas silvestres. Sus piernas desnudas tenían pequeños cortes por las espigas abundantes de allí, pero al menos la planta de sus pies estaba refugiada por los zapatos de aquel hombre.

Ya pasaba del mediodía, lo sabía por el radiante sol sobre su cabeza. Aunque sus ojos ardían, de todas formas miró al cielo.

Sonrió, temblorosa.

—Qué lindo día... —murmura, su garganta seca.

Cuando comienza a contar las nubes esponjosas para distraerse un poco, gritos lejanos encienden todas las alarmas en su cabeza. Su lobo despierta de la burbuja deprimida en que se había metido para pasar su duelo, y de inmediato comienza a gruñir. Echa las orejas hacia atrás y todo su lomo se engrifa.

Con el corazón en la garganta, Jennie gira sobre sus pies y trata de ubicarse en el inmenso bosque. Asustada, busca de dónde provienen aquellos gritos.

—¡... inútil, eso eres! ¡Un inútil, Franchesco!

Esa es una voz masculina. Pero no la conozco. Piensa, su curiosidad despertando.

No eran guardias de Évrea, y gracias a la diosa que tampoco trataba de Lisa. Parecía gente normal, pueblerinos.

Ignorando las advertencias de su lobo, y sin saber en quién confiar, Jennie comienza a guiarse por aquella voz masculina y a caminar por la maleza y troncos.

Entonces, un camino de tierra entra en su campo de visión. Parece cruzar el bosque, y es tan largo que lo pierde en la curva más allá. Se acerca más, notando los destellos del metal y el aroma de madera provenientes de un enorme carruaje estacionado en medio camino.

No era un carruaje como los que estaban en el palacio. Claramente era uno menos elegante y costoso, con clavos, acero y resistente madera de roble. Sin joyas o adornos de oro.

Eso le dio la confianza necesaria para acercarse lo suficiente hasta ver de frente al dueño de los gritos.

Dos hombres. Olfatea y sabe que trata de un Alfa y un Beta, ambos con ropas de hilo y cuero, uno castaño y ojiverde y el otro azabache y ojiazul. No se veían pobres, pero tampoco eran de clase alta.

El Alfa le gritaba al Beta, su rostro rojo de la furia. El Beta, castaño, estaba arrodillado a un lado del equipaje del carruaje tratando de recoger muchos marcos de... ¿Pinturas? esparcidos en la tierra. Sí, eso eran. Cuadros pintados a mano, algunos destrozados y atravesados por la madera del marco o arruinados por el barro y la suciedad.

—¿¡Quién renta un carruaje sin saber conducir bien!? —Gritó el Alfa, sobando su sien con los dedos.

—¡Perdóneme, señor JiHoon!

—¡Tus disculpas no me devolverán mis cuadros! ¡Y mucho menos mi dinero! ¡Agh, qué imbécil eres, Franchesco!

El Beta, aparentemente de nombre Franchesco, continuó disculpándose con torpeza mientras el Alfa, JiHoon, gruñía y bufaba.

Jennie no sintió nada malo en ellos, además eran las primeras personas "normales" que veía en... pues, en años.

Salió de entre los arbustos y en cuanto fue vista por ambos hombres, gritos resonaron en el bosque.

—¡Oh, Lunas! —chilló Franchesco, arrastrándose hacia atrás por la tierra y observándole como si fuera un fantasma, o un alma en pena.

Por otro lado, JiHoon frunció el ceño en preocupación y se acercó de inmediato. Digno instinto de Alfa.

—Diosa querida... ¿Estás bien, muchacha? ¿De dónde salis.. ?

—¡Yo puedo reparar sus pinturas! —le interrumpe la Omega, con ojos grandes y brillosos y una sonrisa temblorosa que parecía más una mueca.

Qué vergüenza. No socializaba hace años, ¿qué se supone que diría? No podía decirles su nombre, mucho menos de dónde venía. Y si preguntaban la razón de su apariencia, la respuesta era un tanto compleja. Así que, en pánico, dejó que su lengua sólo... disparara.

JiHoon parpadea dos veces, pausadamente. Luego abre la boca y balbucea algo que Jennie no entiende.

—¿Disculpa? —cuestiona, su expresión de confusión pura.

Todavía en el suelo, Franchesco es quien frunce el ceño ahora.

—¿Por casualidad se golpeó en la cabeza, joven?

El Alfa gruñe.

—Qué grosero eres, hombre. ¡Decencia, por favor! —gira la cabeza para fulminarle con sus ojos rojos en rabia. El Beta se encoge en sus hombros y decide guardar silencio. Luego de un suspiro cansino, JiHoon vuelve a voltearse hacia el chico—. ¿Reparar mis pinturas... ? ¿Has escuchado la conversación? ¿Por qué estás tan sucia y semidesnuda...? —alza las manos, sin saber muy bien qué decir o qué hacer. Entonces, decide frotar su barbilla entre los dedos, raspando la ligera barba presente allí—. ¿Eso es sangre? ¿Acaso estás herida?

Jennie mordisquea sus labios. Tenso, aprieta sus manos en puños a los lados de su cadera.

—E-Es... es una larga historia.. s-se-señor. ─Aclara la garganta, y su rostro se sonroja—. Pero estoy bien, relativamente.

Actúa normal, actúa normal, actúa normal.

—Muchacha, no estás bien. Tan pálida y con esos harapos, ¡aún hace frío! —la nariz del Alfa se arruga al olfatear las feromonas dulces, y vuelve a exaltarse en preocupación—. ¡Y estás preñada, por la Luna! Franchesco, trae mi maleta del carruaje. Si es que no la has roto también.

¿Tan obvio era su embarazo? Jennie llevó ambas manos a su vientre por instinto, protegiéndolo.

El Beta está perdido observando a Jennie con sospecha, hasta que el Alfa le grita y da un respingo, corriendo hasta el interior del carruaje.

—¡Muévete, hombre! ¡Sé útil por una vez en tu vida!

Jennie emite un sonidito para llamar su atención, y JiHoon se voltea con rapidez, atento.

—N-No quisiera ser grosera, pero debo salir de la frontera lo antes posible. Q-Quedarme aquí es... —las palabras mueren en sus labios agrietados y se sorprende cuando debe retener la potente ola de llanto que cristaliza sus ojos.

JiHoon le observa por un momento, claramente analizándole.

—¿En qué cosas andas, chica? ¿Y embarazada? —entrecierra los ojos, y Jennie se apresura a responder.

—¡No, no, no! ¡Le aseguro que no es lo que piensa! —claro que no era lo que pensaba, nadie podría adivinar su situación o siquiera acercarse. Pero debía salir de allí, así que mentir un poquito no estaba tan mal—. Problemas con mi Alfa, y-yo... acabo de cortar el lazo, y deseo huir de ella.

JiHoon alza las cejas.

—Woa. Un corazón de guerrera, ¿eh? —justo cuando Jennie trata de decir algo, Franchesco vuelve con un bolso de cuero. Lo carga con dificultad y lo deja a los pies del Alfa. Este sonríe, complacido, y se agacha a abrir los botones y sacar de él un pantalón holgado y de lino, una camisa blanca delgada y un suéter de lana abrigador—. Ten, son mis mudas de ropa. Abrígate. No tengo zapatos, así que conserva los tuyos.

Jennie recibe la ropa entre tartamudeos. ¿Qué...?

—¿P-Por qué me da esto? Pensé que desconfiaba de mí —logra decir, observando con ojos grandes al Alfa.

Él suspira, y le regala una preciosa sonrisa sincera. Una amabilidad honesta que Jennie jamás había presenciado en alguien que no fuera Nayeon.

—Y lo hago. Claro que desconfío de ti, mira tu apariencia. Pero, deseo ayudarte. Además estás preñada, es decencia. —se sorprende en grandes magnitudes al sentir el cuerpo delgado y débil de la Omega impactar contra su torso en un abrazo desesperado. Ríe un poco y la abraza con cuidado, apenas rodeándole—. Anda, entra al carruaje a cambiarte. Luego seguimos hablando.

Al ser soltada, Jennie da todo de sí mismo para no echarse a llorar. Limpia la lágrima de su mejilla con la tela del suéter entre sus brazos.

—No será necesario, señor. Ya le he dicho lo que quiero.

JiHoon duda.

—¿Quieres.. que te saque de las fronteras?

Jennie asiente, pero luego sacude la cabeza en negativa.

—Sí, pero a cambio de que me deje reparar sus pinturas. T-Tenía razón cuando dijo que escuché todo... —la vergüenza vuelve a consumirle.

Franchesco salta en su lugar.

—¡Ha sido un accidente!

El Alfa gruñe y lo encara, provocando que el Beta retroceda.

—¡Un accidente que me costará mucho! Debo entregar esas pinturas a más tardar mañana, maldición...

—Por eso le estoy diciendo, señor, que yo puedo repararlas —Jennie interviene.

JiHoon le observa al igual que Franchesco, ahora curiosos.

—¿Eres pintora o algo así.. ?

Jennie traga saliva.

—Sí. O b-bueno, algo así —Ante la duda en los ojos azules del Alfa, Jennie insiste. —créame, tengo talento. Sé lo que hago.

—Muchacha, están muy dañadas. Dudo mucho que pintarlas por arriba sea suficiente —suspira, rendido.

Pero Jennie no planeaba ceder.

─Entonces déjeme rehacerlas por completo. Las puedo copiar tal cual, cada color y trazo—dice, decidida.

Franchesco boquea, y JiHoon suaviza su expresión.

—¿Tú podrías rehacerlas? ¿Estás segura?

La Omega asiente.

—Antes del alba.

Franchesco es quien habla ahora, ligeramente emocionado ante la idea de reparar su error.

—Llegaremos al pueblo de Dynes al alba, joven. ¿Realmente está segura?

Pueblo de Dynes. El lobo de Jennie agita su colita de lado a lado y la esperanza vuelve a aflorar.

—Sólo lléveme hasta el pueblo, le prometo que cumpliré con el plazo de tiempo. No tengo problema con pintar dentro del carruaje.

Un breve silencio rodea el bosque. JiHoon termina aceptando, mostrando una diminuta sonrisa. Al extender su mano hacia Jennie, la Omega no puede contener el chillido de alegría.

—De acuerdo, es un trato —Juntan sus manos, y el Alfa arruga la nariz—. Hueles extraño, chica. Ve a cambiarte y... veré cómo te limpio, quizá con un trapo y agua de la garrafa. ¡Franchesco, ve a buscar al caballo! Se asustó con tu maniobra de mierda, ¡y aprende a conducir el carruaje, por la Luna!

Ambos hombres se alejan peleando como antes, y Jennie inhala con fuerza antes de acercarse con timidez al carruaje y entrar al acogedor y pequeño compartimiento. Se sentó en el asiento de cuero, mirando la ropa limpia entre sus manos y todo el equipaje regado por allí. Se sintió como una cachorra emocionado con sus juguetes al ver las pinturas, pinceles y lápices que tenía JiHoon junto a las demás cajas.

Así que el Alfa era pintor también...

Lo haría bien. ¡Copiaría las pinturas tal cual y se ganaría la ayuda y confianza de los dos hombres!

Por ahora, su única meta era salir finalmente de Évrea. Y estaba cerca de lograrlo.

El ambiente en el palacio no había sido tan tenso y amargo nunca. Por más que la reina se caracterizara por su agresividad y cambios emocionales bruscos, jamás se había comportado como ahora. Tan... salvaje e inestable.

El cambio fue brutal. Hace apenas unas horas se le notaba ansiosa y ligeramente contenta por el orgullo hacia su preciosa Évrea, la cual sería presumida durante el esperado baile. Ahora, sus feromonas picaban en las narices de toda la servidumbre y les obligaban a torcer el cuello en sumisión, lo agrio siendo casi insoportable. Gruñía de forma bestial y sus iris tildaban en un rojo furioso, los colmillos continuaban asomados entre sus labios y la vena hinchada en su cuello se alzaba en cada respiración pesada que provocaba un vaivén peligroso en su pecho desnudo.

Tenía fiebre. Mucha, de hecho. Luego del fracaso de la búsqueda de la Reina durante la madrugada y la mañana, Lisa había colapsado. Transmutó y atacó a doce personas, cinco de ellas mucamas y el resto eran guardias que trataron de detener el terrible asesinato. Mordió, rasgó y rasguñó hasta que las cinco mujeres dejaron de respirar y gritar. El salón real jamás había estado tan sucio de sangre y cadáveres, el olor comenzaba a ser traumático y el panorama indicaba que todo iría de mal en peor.

El resto de las mucamas y sirvientes estaban aterradas de acercarse al trono. Lisa seguía transformada en un enorme lobo negro de fauces afiladas y ojos verdes como el musgo silvestre, atacando a cualquiera que intentara entrar al territorio que había marcado alrededor como protección. Estaba sufriendo, y eso le ponía alerta a todo lo que significara una posible amenaza. La pérdida de sangre le hacía delirar y la adrenalina estaba disparada en su sistema a niveles inhumanos, proveniente del inmenso dolor en su alma.

En estos casos denominados "rut agresivo", las feromonas de Alfa empeoraban todo. Por otro lado, las de Omega...

Y ese era el núcleo del problema. La reina necesitaba a su Omega, incluso sin estar ahora enlazadas el lobo de Lisa reconocía sólo a Jennie como su pareja legítima. Olerla, sentirla y marcarla controlarían el rut. Como ya había sucedido en la adolescencia de la reina, cuando está recién aprendía a controlar a su agresivo, territorial y posesivo lobo.

Pero ahora Jennie no estaba.

Tanto fue el escándalo y pánico que la noticia recorrió el palacio entero con rapidez. E incluso en estado de gestación, Hyori y Young-Mi salieron de sus aposentos con desesperación. Era arriesgado que se acercaran, perfectamente Lisa podría atacarlas. Pero claro, no era sólo un asunto de calmar al reina, era algo más político.

Hyori insistió en las afueras del salón real, sus guardias a cargo de cuidarle lograron inmovilizar a los que custodiaban las puertas y ella se abrió paso, tan altanera como siempre. A sus espaldas, Young-Mi dudó un poco, pero al asomarse y ver al enorme lobo gruñendo en medio del salón los sentimientos desarrollados hacia su reina y el cachorrito en su vientre le animaron a tratar de ayudar.

Una por poder, otra por ingenuo amor.

Ambas soltaron sus feromonas dulces, empalagosas y suaves. Feromonas de cuidado, de cariño, de tranquilidad.

El lobo de Lisa reaccionó de inmediato.

Y las atacó.

***

Fiebre. Claro. Luego de un rut agresivo, sobre todo cuando no son tranquilizados por feromonas de un Omega y son noqueados, el Alfa termina inestable. Ritmo cardíaco acelerado, temperatura corporal disparada al igual que la dopamina y la adrenalina en su sangre.

Luego de distraerse y avalanzarse sobre Hyori, un guardia logró noquear a la enorme bestia azabache con un golpe seco en la cabeza. Incosnciente, Lisa transmutó a humano y allí los doctores le revisaron, comprobando su estado crítico.

Para tratar de calmar la fiebre, estaba postrada en la enorme bañera de su cuarto, hecha con mármol pulido y joyas preciosas que relucían por la luz del sol entrando en las ventanas de cristal. El agua anteriormente fría yacía tibia, Betas posaban trapos húmedos con cubitos de hielo en su frente, hombros y pecho desnudos. Sus colmillos picaban en su dentadura por la increíble necesidad de marcar algo, de dominar. La creciente erección empujando su vientre palpitaba y dolía más a cada segundo, igual que sus testículos hinchados.

Se sentía al borde del maldito abismo. Enloqueciendo lentamente.

Miraba un punto fijo, sus ojos oscuros con destellos burdeos y dorados. Incluso las Betas se sentían inquietas por sus potentes feromonas llenando cada rincón del cuarto de baño.

Las puertas a sus espaldas son abiertas, pasos firmes se hacen notables y el aroma inconfundible de SeHun se mezcla con el suyo, hasta que finalmente desaparece entre sus feromonas dominantes.

SeHun se muestra tan imperturbable como siempre.

—Majestad, el Alfa que ha osado dejarle inconsciente ya obtuvo su merecido. Me encargué personalmente. Al igual que de TaeHyung. Ya tomó su lugar junto a la dama de nuestra reina luego de capturarle en el bosque —Lisa sólo asiente, sin despegar su tétrica y gélida mirada del punto muerto en el que se encontraba sumergido—. Por otro lado, la búsqueda continúa sin dar frutos que le complazcan. Se han empalado a treinta y dos personas, tal como lo indicó. Y nuestras futuras altezas consortes... eh...

Futuras altezas consortes. Claro, ese era otro problema que hacía doler su cabeza. En cuanto se supo que su Reina había traicionado a la corona real de Évrea y fue acusado de deslealtad y falta a sus votos matrimoniales, el Concejo Real estuvo encima suyo exigiendo que tomara a sus concubinas preñadas en matrimonio como consortes y que siguiera engendrando príncipes en su Harem.

Estúpidos viejos. Imbéciles. Insectos ignorantes.

Jennie volvería en los próximos días, se encargaría de eso.

Sólo con esa información, Lisa voltea la cabeza con lentitud hacia SeHun. El Alfa le reverencia, siempre leal y dispuesto.

—¿Por qué titubeas ahí? ¿Qué ha pasado?

SeHun carraspea.

Lisa siente el hielo fresco volver a cubrir sus hombros desnudos, y suelta un suspiro de placer que es interrumpido por un gruñido impaciente.

—Te he hecho una pregunta.

—Sí, majestad. Es sólo que no deseo darle más problemas, quizá sea mejor que se lo diga cuando su rut acabe.

Lisa reprime un rugido, mismo que vibra en su pecho y hace retumbar el cristal de las ventanas.

—Mi rut está lejos de acabar, ¡porque mi Jennie no está, maldita sea! —Una furiosa exhalación. Ante su grito, las Betas apartan las manos de su cuerpo. Lisa saca su diestra del agua y la lleva a su frente para frotar la piel tensa de su entrecejo—. Responde la pregunta.

SeHun asiente.

—Como ya sabe, ambas trataron de calmar al lobo de su majestad con feromonas dulces. Usted las rechazó—Su tono es casi irónico, Lisa bufa—. Las atacó, majestad.

—Lo sé. Lo recuerdo —Suspira, ahora frotando sus párpados cerrados. La vena en su cuello se hincha hasta su mandíbula afilada cuando aprieta los dientes—. ─¿Están bien? Mis cachorros.

—Están bien. Por suerte fue... detenida, antes de que ocurriera una tragedia.

—Insensatas. Eso es lo que son, ¿cómo se les ocurre? —Otro gruñido, y sus uñas se alargan hasta ser lo suficientemente filosas como para emitir un ruido desagradable contra el mármol. Manoban se obliga a calmarse, quitando la mano de su rostro para evitar lastimarse más—. Sólo mi Jennie puede calmar un rut de esta magnitud, siempre ha sido así. Ella es mi maldita Omega, es mía.

SeHun se mantiene en silencio, consciente de que no es su lugar opinar nada respecto a eso. Él nació para servir a su reina, a la joven Alfa que, a su juicio, siempre cumplió su papel de autoridad a la perfección. La respeta, la venera y jura protegerle hasta la eternidad.

—Qué sucede con ellos. Has titubeado. No es propio de ti.

─Quieren verla, majestad. Sobre todo la concubina Lee, es quien más ha insistido.

Lisa resopla, echando la cabeza hacia atrás. Sus clavículas empujan su piel mientras las gotas de agua se deslizan por su quijada, por el fornido cuello hasta el firme pecho.

—Supongo que se los debo, ¿no? —Ríe entre dientes, y roza sus colmillos con la yema del dedo—. Déjalas pasar. Young-Mi estará callada, pero me interesa lidiar con mi Joya. Ustedes, retírense. Lo hago mejor por mi cuenta, inútiles criadas.

Las Betas le reverencian y se apresuran a huir del cuarto de baño. SeHun asiente ante su orden, se inclina en respeto y abandona la habitación de igual forma.

Lisa se permite cerrar los ojos por breves segundos en los que encuentra un diminuto consuelo en su ajetreada cabeza.

En ese mismo baño, en la misma bañera. El agua es cálida en el frío del invierno, hace años. La preciosa risa de Jennie seduce sus oídos junto a los pequeños jadeos que se deslizan de sus apetecibles labios mientras ella le devora el cuello a lamidas y besos, saboreando la piel dulce. Era el comienzo de uno de sus primeros celos, Jennie estaba ahí para ella. Sobre su regazo, desnuda y mojada. Reía cuando deslizaba sus grandes manos por sus divinas piernas desnudas, diciendo que le daban cosquillas. Luego gemía, tan lindo y armonioso como sólo ella podía, a la vez que Lisa le hacía suya, empujando en su tierno interior hasta que el placer les hacía explotar a ambas. Al terminar esa y las próximas rondas, Jennie se acurrucaría en su pecho, le besaría con cariño, mezclaría sus aromas y le dejaría tomar todo lo que quisiera mientras le susurraba que confiaba en que podría controlar sus instintos agresivos, que sabía que le cuidaría y que pronto lograrían tener a su esperado y deseado príncipe, o princesa. Daba igual, en ese tiempo ambos ansiaban un heredero que trajera alegría al reino y los convirtiera en una familia.

Una familia.

Su cachorro. Jennie se lo llevó. A él y al amor que tenían.

—Volverás a mí, mi pequeño amor. Tarde o temprano, por las buenas... —Abre los ojos, observando sus uñas convertidas en garras y sonriendo, sádica—. o por las malas. Pero volverás a ser mía, como debe ser. Y finalmente seremos una familia.

Yo te amo. Con eso sobra y basta.

Trata de volver a aquel momento, a soñar un poco más. Sin embargo, los guardias custodiando sus puertas y la presencia de dos personas que conocía muy bien se la arrebatan.

—¡La Concubina real, Kim Young-Mi! ¡Y la Concubina real, Lee Hyori! —Anuncia la grave y rasposa voz del Alfa, uno de los más cercanos a Lisa.

La Alfa gruñe entre dientes, y se obliga a centrarse en las Omegas que entran al cuarto de baño. Hyori, su Joya, se ve tan hermosa como siempre. Su cabello majestuoso en una trenza, digna de la cultura de Évrea, y repleto de joyas y adornos que ella misma le ha regalado, la presencia imponente y bien notoria. A su lado, la timidez cautivante de Young-Mi le recuerda el por qué es de sus favoritas. Su cabello rubio atado en una trenza enroscada con piedras preciosas alrededor, también repleta de gemas y con las mejillas sonrojadas como acostumbra cuando la reina está presente.

Lisa no lo evita. Siente cierto rechazo al mirar sus vientres. Ahora que sabe que Jennie está embarazada, que carga a su hijo en su dulce interior, es lo único que le importa. Siente que aquel cachorro que todavía no existe del todo ha drenado su amor por sus demás hijos.

—Majestad —Hyori le saluda, reverenciándole.

—Su alteza —Young-Mi le sigue, en un tono más suave e inclinándose de igual forma.

Lisa apoya el codo en el borde de la bañera, indicándoles con un desganado ademán que se reincorporen. Luego, sostiene su barbilla en la palma de su mano, y les observa con sus ojos aún vacilando en el limbo de ira.

—Querían verme. Por qué —Exige, imaginando la razón pero sin tener ganas de tratar el tema en ese preciso instante.

Hyori es quien le encara.

—Nos ha atacado, alteza. Y aunque nos nos lastimó físicamente, particularmente a mí sí me lastimó —La Omega avanza hasta arrodillarse junto a la bañera. Lisa le mira de reojo, imperturbable. Hyori toma su mano decorada con múltiples anillos de oro y gemas, y la guía a su pecho, en la zona del corazón—. Me ha lastimado aquí.

Lisa gira la cabeza con lentitud hasta conectar sus ojos fríos con los coquetos y descarados de Hyori. La Omega fingía inocencia, lo tenía claro. Y en otra ocasión le habría gustado, pero no ahora. No con su cuerpo ardiendo en necesidad por Jennie.

—Si te he lastimado o no, me trae despreocupada —La sonrisa de Hyori se desvanece—. No debieron haber interferido. Fue una estupidez. Tus feromonas, —Mira a Young-Mi, quien baja la cabeza con vergüenza—. Sus feromonas no me sirven. Era de esperar que mi lobo los atacara, son una amenaza al no ser mi pareja. Sólo Jennie y únicamente Jennie podría calmar mi rut. Y ustedes, tú en particular —imita el tono dulce de la Omega, y su mano descansando en su pecho sube hasta agarrar la barbilla de la chica entre sus dedos. Tira de ella con brusquedad, susurrando con cólera sobre sus labios—, Sin importar lo que hagas y cuánto te esfuerces, sin importar si mi Omega está aquí o no, tú jamás podrías parecerte ni un poco a Jennie, mucho menos tratar de ser ella. ¿Has comprendido, mi Joya?

La suelta, casi aburrida. Hyori cae sentada a un lado de la bañera con su rostro rojo de rabia e impotencia. Young-Mi sólo se mantiene cabizbaja, conociendo el lugar que la reina le ha dado justo ahora y con un dolor horrible en su pecho.

Pero Hyori no, su orgullo no se lo permite.

Se levanta del piso, sacudiendo la costosa tela de su Hanbok y levantando la voz. Al oírlo, Lisa siente sus colmillos crecer más de la rabia que le produce el ser retada con semejante falta de respeto.

—¡Nosotras también tenemos a un cachorro tuyo dentro! ¡Yo también he compartido tu cama, tu boca y tus besos, y tus palabras de amor! ¡Jennie se fue! ¡Te abandonó! ¿¡Cómo es que ni con eso consigues hacerlo a un lado!?

—¡Hyori! —Young-Mi chilla, terriblemente nerviosa por el aumento de feromonas agresivas en el cuarto. Tapa su nariz con sus palmas, encogiéndose en su lugar, temerosa.

Lisa sólo le observa, sus iris oscureciéndose.

—Cuida tu boca.

—¡No! ¡Tú cuida la tuya, Lisa! —exhala, furiosa y humillada—. El Concejo Real ha pedido que nos tomes como consortes, lo único que importa es preservar la herencia de la familia Manoban. ¡Jennie sólo tiene a un cachorro tuyo, uno de los tantos que yo puedo darte! ¡Que todos tus concubinos pueden darte!

La Alfa se levanta de la bañera, todo su cuerpo musculoso y fornido goteando. Las gotas chocando con el agua estancada es todo lo que se escucha en el tenso silencio del cuarto, creando un diminuto eco.

Hyori se arrepiente al instante en que sus ojos encuentran a los de la reina.

—Uno de los tantos, ¿eh? Que todos mis concubinos pueden darme, dices —Murmura con una oscuridad que ambas Omegas jamás habían presenciado. La sonrisa sádica en sus labios con los colmillos asomándose sólo es la cereza del pastel.

Esa no era la Alfa que las follaba entre pasión, rosas y amor. O la que las había embarazado con promesas hermosas ni la que les regalaba joyas costosas.

No, lo que tenían en frente era un monstruo.

—Alteza —Young-Mi trata de intervenir, acercándose a la bañera y arrodillándose al borde, mirando con ojos suplicantes y brillantes a la Alfa—. Puedo hacer algo para ayudar a calmarle, p-por favor confíe y guarde la calma, s-sé que puedo ayudar...

Cuando intenta llevar sus manos a la erección notoria en la Alfa, esta la aparta con un gruñido. Young-Mi comienza a llorar, mientras Hyori tiembla en su lugar.

—Majestad, me está asustando. Por favor, se lo ruego. Cálmese —Es ignorada, la Alfa sale de la bañera gloriosamente desnuda y sin importarle nada más comienza a caminar a pasos firmes y decididos hasta salir de sus aposentos. Las puertas son golpeadas con brutalidad al ser abiertas—. ¡No, no, no! ¡Hyori, qué mierda acabas de hacer!

La Omega permanece atónita, hasta que su mente conecta la información.

—El Harem —dice, justo antes de echarse a correr con la chica siguiéndole.

Todo el palacio se sintió todavía más tétrico. Había una aura espeluznante de peligro y furia en cada pared, impregnado.

Cuando llegaron a las habitaciones que conformaban el Harem, ya era demasiado tarde.

La reina estaba fuera de sí. Sostenía una espada chorreante en sangre fresca que corría por sus codos y salpicaba su rostro. El Harem estaba transformado en gritos de agonía y dolor, cuerpos mutilados tanto por el filo de aquella espada y luego por las fauces del feroz lobo que emergió entre las sábanas de hilo, ropas preciosas de seda y múltiples joyas tiradas en el piso. Cada concubino y concubina fue asesinado esa tarde, donde Lisa desquitó todo su dolor y frustración. Sus guardias fueron ordenados en ayudarle, una masacre sin escrúpulos.

Era culpa de ellos. Gritó la voz en la mente de Lisa. Por seducirla, por usarla, por hacer dudar a su Jennie del amor que le tenía. Debían pagar por ello. Así el Concejo vería lo inútiles que eran incluso para procrear, y dejarían de rogarle que compartiera su mano en matrimonio con todos ellos.

La única que podría llamarse su esposa era Jennie. La única familia que Lisa tenía era Jennie y el cachorro de ambas.

Aquel que se atreviera a interponerse en su camino, o no estuviera de acuerdo con sus términos, correría por el mismo sendero de sangre que el Harem.

Esa tarde, Lisa rompió acuerdos reales y legales con los reinos con los que Évrea compartía fronteras, y amplió la búsqueda hacia Bepsea y Dynes. No le importaba comenzar una guerra, sólo quería encontrar a su Jennie.

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