⠀⠀𝐎𝟕. ❝ Sangre peligrosa. ❞
—¡Mami! ¡Jennie está jugando con esos niños otra vez!
Ante el chillido de su cachorra, Jihyo detiene sus dedos hábiles en el bordado que yacía haciendo para dejar el material en su regazo, y desviar la vista de la colorida lana hasta la expresión berrinchuda y molesta de Lisa.
La Reina se ríe, y pincha la aguja en una de las tantas madejas de lana puestas sobre la mesita de centro a sus pies, para así guiar su mano a los esponjosos cabellos de su bebé, no tan bebé, de doce años.
—¿Ah, sí? Qué horror, cielo. ¿Y qué quieres que hagamos al respecto? —musita con leve gracia en su dulce voz, enredando sus dedos en las hebras de la menor logrando así que el pucherito que mantiene sus labios se vuelva una tonta sonrisa al provocarle ronroneos, encantada con la caricia.
Jihyo blanquea los ojos, acomodándose en la mecedora de suave y firme madera en la que había pasado el tiempo tejiendo y escuchando a sus Donceles cantarle, tal como le gustaba. Sabía que Lisa estaba exagerando, pero no evitaba sentirse inquieta, cada día era lo mismo, esa agresividad que terminaba con algún cachorro llorando, o en el peor de los casos, con una Jennie asustada y huyendo de la Alfa, cosa que sólo enloquecía aún más a Lisa.
Sentía que las cosas iban de mal en peor, y era casi gracioso la doble cara que su cachorra tenía al estar con Jennie, y al estar sin ella.
Ambas niñas habían contraído matrimonio hace escasos meses, los reinos continuaban en guerra pero gracias a la unión de Évrea y Bepsea sus ejércitos se multiplicaron y claramente llevaban ventaja en la batalla. Gracias a esto, el Alfa de Jihyo yacía en combate, y desgraciadamente él era el único que tenía poder en Lisa. Su madre podría calmarle, pero su progenitor Alfa sabía callarla y mantenerla quieta, sin necesidad de golpearle, drogarle o ceder a sus caprichos.
El Rey aún no sabía de los comportamientos extraños de Lisa, Jihyo había enviado cartas a su querido Alfa contándole al respecto, pero aún no tenía respuesta, así que por ahora era sólo una tonta hipótesis de madre preocupada. Después de todo, la princesa heredera no era más que una cachorra que ya contaba con un lazo, quizá era normal lo posesiva y territorial que acostumbraba a ser con la dulce Omega de mejillas regordetas.
Quizá...
Por lo que, tratando de no asustarse en vano, Jihyo niega con la cabeza, riendo entre dientes. Con un ademán le indica a sus Donceles que retiren el bordado de su regazo, y una vez libre, ella le extiende la mano a su cachorrita. Lisa le mira con molestia, pero termina suspirando y dejándose hacer cuando la Omega le sienta en su regazo, le acaricia el pelo y le arrulla entre murmullos suaves.
—Jennie tiene muchos amigos en el palacio, amor. Es una chiquita encantadora y es realmente bueno que sepa relacionarse con los demás, ya verás que tendrás una Reina asombrosa durante tu mandato —ante sus palabras, Lisa ronronea, contenta y orgullosa—. Shh~, mi niña. Suelta un poco a Jennie, ella estará bien, no va a dejar de jugar contigo por más que juegue con el pueblo entero, ¿Mh?
—Pero mamá... —en seguida la pequeña Alfa comienza a quejarse—. Jennie es muy bonita, mucha gente se le acerca. Y yo no los quiero a su alrededor, se supone que ella se casó conmigo, y yo la mordí, ¿Por qué no puede estar todo el día conmigo? Yo la hago reír mucho, jugamos a ese tonto juego de té y la ayudo con sus florecitas en el jardín, ¿Por qué no me prefiere a mí?
Jihyo fingió pensar, aún meciendo en sus piernas a la menor, a consciencia de que ello le haría calmarse y estar adormilada.
Ella sabía que, desde bebé, Lisa no se relacionaba muy bien con otros cachorros. Solía molestar a los demás niños, era brusca y odiaba compartir sus juguetes. Así que era de esperar que, al ser Jennie su primera amiga de juegos, se sintiera insegura ante otros amigos de la chiquilla.
—Mi pequeña Reina —murmura con cariño desbordante, ganándose un brillito en los ojos de su cachorra. Ante eso, ella sonríe inmensamente—, estás creciendo demasiado rápido, muy, muy rápido. Y sé que te gusta porque cada vez estás más cerca de gobernar. Pero, Lisa, crecer significa madurar, debes entender ciertas cosas antes de...
Lisa ladea la cabeza, su boca formando una diminuta circunferencia ante la curiosidad que le llena.
—¿Cosas como cuales, mamá?
—Ser una Reina no significa controlar a las personas, mi niña. Enlazarte tampoco significa tomar posesión de tu Omega —calló con un suave "Shh" cuando predijo las quejas de un, nuevamente, molesta Lisa—. Vas a guiar a las personas, vas a cuidar y aprender de tu Omega. Todos tienen algo que aportarte, no eres mejor ni peor, cielo, debes ser parejo. Una Reina no tiene poder por su palabra, tiene poder porque las personas la comparten y son fieles a ella. Su pueblo confía en que sabe lo que es mejor. Tu bisabuelo, tu abuelo y tu papá siguieron esa ideología, y mira lo bonita que está Évrea gracias a ello.
Lisa se mantuvo en silencio, su ceño fruncido se relajó lentamente hasta dejar sus facciones en una mueca pensativa, hasta que una pequeña sonrisa creció en sus delgados labios. Jihyo se contagió en seguida, sonriéndole de igual forma.
—¿Qué sucede, corazón?
—Mamá, ¿Una reina sabe lo que es mejor? —cuestiona, cambiando su sonrisa a un gracioso mohín por unos instantes, atenta a lo que diría su madre.
—Sí, cachorra. Para eso te estamos educando, para que sepas lo que es mejor.
Y Lisa ensanchó el gesto contento, viéndose emocionada con lo que soltaría a continuación.
—Entonces... entonces yo seré la primera reina que sea mejor que todos. No me importará que compartan mi palabra, ¡Haré que la respeten! ¡Los controlaré a todos! Porque... porque así me gusta a mí, mamá. Como... como en una de esas fiestas de té que mi Jennie hace, los convertiré a todos en mis peluches. ¡Serán mis juguetes y sólo yo podré elegir cuánto té tomará cada uno! ¡Así va a funcionar el reino de Lisa!
Jihyo parpadeó, perpleja.
—Lisa, cachorra, eso no...
Lisa la detuvo de inmediato, frunciendo sus inocentes facciones.
—¿Por qué no? La corona es mía, el pueblo es mío... Jennie es mía. Puedo hacer lo que quiera con ellos mientras sea lo mejor, ¿Verdad, mami?
—Sí, cachorra. Tú serás la única Reina de aquí. Mamá confía en que lo harás muy, muy bien.
Lisa ronroneó aún más alto, y entonces Jihyo supo que algo extraño sucedía en la cabeza de su cachorrita.
¿Serían sólo cosas de niñas?
La sangre joven era un enigma para los adultos, después de todo.
Lisa yacía de boca arriba en el enorme sofá de la sala de juegos, su cabeza colgaba del borde y resoplaba aburrido ante los balbuceos y las ordenes que salían de la boquita de Jennie.
La flacucha y pequeña Omega se movía de lado a lado por la mesita de centro, sobre la alfombra mullida, acomodando a sus peluches en las sillitas de madera y asegurándose de que hubiera galletas y dulces en cada plato, y té en cada tacita, sirviendo este último con la tetera costosa que las cocineras le dejaban usar para sus fiestas de té.
Fiestas de té a las que Lisa asistía sin falta, aunque fuera una de las cosas que más odiara.
Lo único que las rescataba era que siempre eran ella y Jennie, ese juego era de ellas y ningún niñito entrometido vendría a sumarse. Así que era un descanso para la molesta y ajetreada mente de la pequeña Alfa.
Resopló, extendiendo la mano para tomar una de las galletas que le pertenecía al peluche de un conejito y darle un mordisco, escuchando de inmediato las quejas y regaños de su Jennie.
—Alfa.. —se queja en un gruñido diminuto—. ¡Dejaste sin galleta al Señor Zanahorias! —Y proceder a
cruzarse de brazos, dejarse caer al suelo de pompis y abultar sus regordetes labios.
Lisa esbozó una carcajada, acomodándose con brusquedad en el sofá hasta estar sentada correctamente. Le dio una mirada analítica a su Omega en su típico berrinche, y volvió a reírse.
—Ya voy, ya voy, cachorra —murmura a la vez que se inclina para agarrar otra galleta de la bolsa a un lado de los demás juguetes esparcidos en la alfombra, y devolverla al plato situado en frente de aquel conejo de pelaje marrón y ojos de botón—. Lo siento, ¿Sí? Ya no me hagas esa carita.
Los ojitos brillantes de Jennie siguieron los movimientos de su mayor, y al ver la galleta otra vez en el plato emitió un sonidito gustoso, deshaciendo su expresión berrinchuda y descruzando los brazos, dejándolos caer a sus costados.
Entonces, Jennie le sonrió, y Lisa ronroneó un poco mientras le devolvía la preciosa sonrisa.
A punto de seguir con el amado juego, Lisa carraspea y golpea el piso con sus talones justo antes de palmear sus delgados muslos, entonces Jennie detiene su andar y gira la cabeza en su dirección.
—Ven aquí, cachorra. Ven con Alfa.
De inmediato, y recordando las palabras de su institutriz "Siempre complacer a nuestra princesa", Jennie gatea por la alfombra hasta llegar al sofá. No hace mayor esfuerzo ya que Lisa la levanta por las costillas y la sienta de costado sobre sus piernas, sin perder tiempo en restregar su cabeza por su cuello y mejilla, mezclando sus débiles aromas.
Jennie se ríe chillonamente al sentir la naricita ajena pasearse por su mentón, encogiéndose.
—¡Alfa, me hace cosquillas! B-Basta... —logra balbucear entre quejidos y ronroneos que escapan por sí solos de su garganta, Lisa ríe por igual y cede en el deseo de olisquear a su menor, necesitando que está se quede quieta para poder abrazarla con más firmeza. Al sentir los bracitos cerrarse a su alrededor, Jennie se siente adormecida por las feromonas de la Alfa, su lobita reconociendo aquello como el mejor aroma del mundo, por lo que ronronea más fuerte y apoya su cabeza en el hombro de la chica. —¿Alfa está bien?
Lisa suspira, sacudiendo la cabeza antes de apoyar el mentón entre las hebras castañas.
—Es mamá, se porta extraño. En la mañana tuve que leerle un libro entero de ética y moral, ya sabes, cachorra, esos del loco del pueblo.
Jennie rió, sus mejillas acalorándose. —No es un loco, Alfa, es un sabio.
Lisa bufa. —Lo que sea. Habla mucho, y escribe aún más, es un asco.
Jennie no dijo nada al respecto, olía la tensión en la Alfa y no le gustaba para nada cuando
Lisa se enojaba, así que se mantuvo quieta y callada por al menos quince minutos, descubriendo que la mayor no tenía intenciones de soltarla.
Luego de un rato, la inquieta cachorra sacó a flote sus instintos inocentes.
—Y-Ya, Alfa, quiero jugar con mis peluches, suéltame —murmura con los labios fruncidos, removiéndose inútilmente entre los brazos que le rodeaban.
Lisa le ignoró, su mirada perdida en algún punto del inmenso cuarto iluminado.
—Mamá es rara, yo no hago nada malo. Quiero gobernar así, quiero un mundo así... —su ceño se frunció, antes de bufar, impaciente—. Jennie, quédate quieta, quiero estar así.
Pero la Omega comenzó a forcejear y patalear, su rostro tornándose aún más rojo por la fuerza que ejercía. —¡Y yo quiero jugar! Ya déjame, Alfa, quiero ir con mis peluches...
—Dije que te quedaras quieta, bebé. Maldición.
—¡Déjame, déjame, déjame!
Lisa suspiró, sintió algo removerse en su pecho, una especie de calor que le hizo gruñir.
—No quiero jugar al té, Jennie. Quiero abrazarte.
Jennie resopló, rindiéndose ante el dolor en sus muslos y el abdomen. La Alfa tenía mucha más fuerza, claro estaba. Así que se dejó hacer, prácticamente desparramándose contra el cuerpo ajeno.
—Entonces juguemos a otra cosa, ¡Pero yo quiero jugar! —vuelve a chillar, el pucherito infaltable en sus labios.
Algo crujió en la cabeza de Lisa, y entonces sonrió.
—¿Quieres jugar, cachorra? —cuestiona, finalmente bajándola de su regazo y dejándole sentadita en el piso. Jennie aplaudió, emocionada, su cabeza asintió varias veces. La Alfa se río, acariciando su moflete acalorado con los dedos—. Tengo un juego en mente, y tienes que jugar, no puedes decir que no.
La menor frunció el ceño. —¡Entonces sí quiero jugar! ¿Qué juego es?
Lisa dio dos palmaditas en su cabeza despeinada, sonriendo en grande.
—Vamos a jugar a que tú eres mi peluche.
Jennie ladeó el cuello, parpadeando repetidas veces. —¿Peluche?
La Alfa le tomó la carita entre las manos, dándole un besito esquimal que logró varias risitas infantiles.
—Vamos a jugar a la fiesta de té, pero tú vas a ser una más de los peluches, ¿Entendido?
—¡Sí! ¡Yo quiero jugar, juguemos ya!
Lisa rió ante el entusiasmo, y levantó a su pequeña pareja en brazos hasta que estuvo sobre sus pies, le hizo rodear la mesa y sentarse justo en el espacio vacío entre dos peluches de una vaca y una jirafa. Jennie le miraba expectante, siguiendo con los ojitos ansiosos cada movimiento de la Alfa.
Le vio tomar la tetera entre sus manos y servir té en cada tacita que estuviera vacía, dejando por último a la taza en frente de Jennie. Cuando le sirvió, Jennie chilló, contenta, e intentó tomar la tacita entre sus deditos regordetes.
Se detuvo al sentir un golpe en su manita, y rápidamente la apretó contra su pecho, acariciando la piel lastimada que ahora le ardía ligeramente.
De inmediato sus ojos se aguaron. —A-Alfa, ¿Qué...?
Lisa simplemente negó con la cabeza, luciendo decepcionada. —No, cachorra. Tú eres mi peluche, yo mando en esta fiesta de té. ¿Acaso los peluches se mueven? —no le gritaba, pero su tono era igual al que usaba la institutriz cuando llamaba a la Alfa por su nombre o comía de más. Así que agachó la cabeza, sintiéndose regañada. —Respóndeme, Jennie.
Aún cabizbaja, la Omega negó, sollozando un "No se mueven, Alfa, perdón".
Entonces sintió una caricia en su nuca, y se derritió en ronroneos, volviéndose dócil. Ahí fue cuando Lisa se sentó detrás de ella y abrió sus muslos para sentarle en medio, rodeándole con las piernas. Jennie se apoyó en su pecho, sin callar sus ronroneos cada vez más fuertes.
—Como yo mando, beberás té sólo cuando yo te dé, lo mismo con la galleta y los dulces, ¿Mhm? —Jennie se sentó rápidamente, asintiendo con el mismo entusiasmo de antes. Sintió un besito en su moflete antes de que Lisa se inclinara, tomara la tacita y la acercara a su boca. Jennie bebió con gusto, quejándose una vez la taza se separó de sus labios. —Sin quejas, cachorra.
—P-Pero quiero más...
—Y yo no quiero que bebas más té.
Entonces, Jennie se largó a llorar en voz bajita, echando la cabeza hacia atrás para sollozar en el oído de la Alfa. Lisa le rodeó con los brazos y meció sus cuerpos hacia adelante y hacia atrás, mordisqueando el moflete húmedo a su disposición.
Lisa reía, entretenida. Y Jennie lloraba, impotente.
Pero sólo era un juego de niños, ¿No?
Los sollozos aumentaron una vez vio a la Alfa llevarse la taza a los labios y beberse todo su contenido. Jennie se enojó, pataleó y se soltó del agarre, cayendo sobre sus rodillas a unos metros de la mayor, su carita mojada y roja.
—¡No es justo! ¡Y-Yo también quería, Alfa!
Lisa siguió sonriendo, inclinándose hacia atrás con las palmas apoyadas en el suelo.
—Pero yo mando en este juego, cachorra. Si quiero, me beberé todo el té, y no podrás decirme nada. Además te moviste, ¿Quieres seguir siendo un mal peluche para el juego de tu Alfa? Así menos ganas me dan de dejarte comer la galleta.
Los ojitos tristes se tornaron apenados, pensando que había hecho algo mal y por eso la Alfa se portaba así con ella.
Había sido un mal peluche.
—P-Perdón...
La princesa suspiró. —¿Quieres arreglarlo y retomar el juego?
Jennie sorbió su nariz. —Sí, Alfa, sí quiero...
—Entonces ve a la esquina de allá y sube los brazos, pégate a la pared y no te muevas como un buen peluchito.
Y la Omega no estuvo muy feliz con la idea, prefería quedarse allí y charlar con sus peluchitos, ya no le gustaba mucho ese juego, pero entonces Lisa le mostró la galleta, y con ello fue suficiente para que Jennie gateara con torpeza hasta la esquina señalada, y adoptara la posición que su Alfa le dijo.
Los ojos de la princesa destellaron, su pecho se calentó y la piel le hormigueó cuando, pasando el tiempo en dos horas, Jennie seguía llorando a mares e hipando sobre el dolor que tenía en sus bracitos, y en el hambre que tenía.
Le gustaba... le gustaba mucho que le rogasen, que lloraran por su permiso, que su cachorrita le pidiera desesperada que terminara el juego.
Le encantaba que Jennie le obedeciera.
Por lo que, veinte minutos después, se levantó del piso, donde había estado sentada por todo ese rato observando cómo Jennie perdía la paciencia poco a poco, y con la galleta en mano se acercó a la menor, una sonrisa creciendo en sus labios ante la extraña sensación que le cruzó el pecho al ver la felicidad y alivio en esos ojitos inocentes que tanto le gustaban.
—Toma. Te la ganaste, mi peluchito. —Jennie dejó caer los brazos con un quejido y una mueca de dolor, se despegó de la pared y tomó la galleta que la mayor le ofrecía, llevándosela a la boca con un genuino sonidito de placer, el dulce estallando en su lengua salada por sus lágrimas.
Lisa le limpió la carita empapada con el borde de su Hanbok negro, dejando un besito en su moflete y alzarla en brazos como acostumbraba, por las costillas, Jennie se dejó, rodeándole el cuello con los bracitos adoloridos. La Alfa le enganchó en su cadera y se dedicó a mirarla mientras mordisqueaba su ansiada galleta, confirmando así lo que pensaba desde hace unas semanas ya.
Le gustaba tener el control en la fiesta de té...
Le gustaba controlar a Jennie, hacerle sonreír y hacerle llorar, tener poder sobre sus acciones y gestos.
Le gustaba convertirla en un peluche.
En su peluche.
Ay, sangre joven... sangre peligrosa.
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