⠀⠀𝐎𝟒. ❝ Tú me empujas y yo me voy alejando. ❞
Jennie tarareaba una canción de cuna que cruzó sus sueños en la noche, a la vez que sus dedos se movían con calma y cuidado, manejando el pincel con todas las habilidades adquiridas en los quince años que llevaba pintando.
Frente a ella, el lienzo yacía decorado con un precioso paisaje de las montañas de Évrea, las mismas que podía ver todo el día al tener la vista expuesta a ellas desde las ventanas de su habitación.
Utilizó la yema de su meñique para pintar en pequeños puntos el contorno que simulaba la nieve ligera que ya comenzaba a cubrir las hermosas flores de primavera, puesto que estaban entrando en invierno. Los días calurosos quedaron atrás para dar paso a fuertes ventiscas y torrenciales lluvias.
Hacía frío, por lo que estaba en frente a la chimenea prendida, el fuego compartiendo su tranquilidad y parsimonia mientras le brindaba calidez. Sus pies descalzos tocaron la alfombra esponjosa bajo sus pies, y suspiró, admirando su pintura ya casi terminada.
Entonces, toquecitos a la puerta le hicieron saber que su Doncella había vuelto del pueblo, así que levantó su mano en un gesto suave, indicándole a los Donceles que estaban limpiando y ordenando su habitación que le indicaran a los guardias que podían abrir la puerta, que él aceptaba la visita.
Los conocidos pasos apresurados de Nayeon le robaron una sonrisa, girándose en el asiento donde yacía pintando para encontrarse con una abrigada Omega que portaba en sus brazos algunas bolsas de cartón y un ramo de flores algo tristes, sus pétalos ligeramente marchitos, y aún así no dejaban de verse preciosas.
—Majestad, el pueblo le envió regalos —avisó con la sonrisita en sus labios delatando lo emocionada que estaba—. Por favor, véalos ahora. Sé que le subirán el ánim... ¡Oh, por Dios, lo terminó! ¡Qué lindo quedó! —Ella dejó las bolsas a sus pies y corrió hasta el lienzo junto a Jennie, mirándolo con adoración, emitiendo un pequeño chillido—. De verdad tiene talento para la pintura, mi Reina. Tenga, los envía el orfanato.
Tras eso, le entregó el ramo de azaleas blancas con detalles rosas. Estas flores resistían poco al invierno, Jennie lo sabía, por lo que le enterneció saber cuánto deben haber cuidado las flores para que mantuvieran su follaje casi intacto. Tal vez las flores morirían en unos días, pero podría disfrutar de ellas por un corto tiempo, al menos.
—Qué placer que sea de tu agrado, cachorra. Trata de no tocarlo, a penas se seca —avisó, entretenida con las facciones asombradas de la Omega, antes de hundir su nariz y aspirar la floral fragancia de las azaleas, esa que tanto le gustaba, ya que le recordaba a su hogar, Bepsea.
―Es casi tan bonito como el que me hizo para mi cumpleaños, ese de los flamencos. Pero no se preocupe, Alteza, es que es muy difícil comparar esa pintura, no rebajaré sus otras obras de arte ―Nayeon musita casi embobada, dándole una última sonrisita al cuadro y sentándose a un lado de sus pies, cruzando sus piernas para tomar las bolsas y dejarlas sobre sus muslos―. ¿Podemos abrir esto? Sabe que me pone ansiosa no saber qué hay dentro...
Jennie se muestra risueña ante la ternura natural que irradia su Doncella, y le acaricia el cabello entre los dedos mientras protege el ramo de flores contra su pecho. ―Claro que podemos. Anda, ábrelos para mí.
Con un gritito de emoción, se tomaron su tiempo para abrir y analizar cada obsequio, eran ocho bolsas en total, que contenían vasijas, floreros, peluches tejidos a mano, junto a joyas de piedras de jade, pinturas nuevas y algunas acuarelas. Nayeon se mostró embelesada cuando Jennie le regaló el peluche de una jirafa bebé, insistiendo en que se lo quedara para que pudiera soportar las duras noches de tormenta que últimamente cruzaban el reino. Guardó en su corazón la expresión encantada de la cachorra mientras abrazaba a su nuevo amigo, dándole halagos por lo bien que le quedaban las joyas en contraste a su pálida y nívea piel.
Mandó a colocar las vasijas en su balcón, y a ordenar las pinturas y acuarelas entre todos sus materiales. Usó uno de los floreros para guardar el ramo de azaleas luego de olfatearlas con gusto.
Yacía de espaldas a Nayeon mientras vaciaba el jarrón con agua fresca en el florero donde descansaban sus nuevas flores, su Doncella acomodaba las joyas entre todas las que ya tenía, cuando la puerta fue tocada con suavidad.
Jennie le dio una simple mirada a uno de sus Donceles, este entendió de inmediato y se acercó a los guardias para indicarles que abrieran. Ni se molestó en voltearse, continuó observando sus preciosas azaleas, acariciando los pétalos suaves entre las yemas de sus dedos.
Un carraspeo se hizo presente antes de un leve silencio, debido a la reverencia que la Doncella hizo ante su Reina.
—Majestad, traigo noticias —Avisó ella, sumisa y con la cabeza gacha.
Jennie ladeó la cabeza, dándole una silenciosa mirada a Nayeon junto a un asentamiento de cabeza, antes de volver sus ojos a las flores.
—Habla, Doncella —Nayeon ordenó, posicionándose a un lado de Jennie.
La joven suspiró, temblorosa. Tal parece que estaba nerviosa, por lo que Jennie agudizó sus sentidos, atento.
—E-Es sobre su majestad, nuestra Reina Lisa —las manos de Jennie se detuvieron abruptamente, alzando la cabeza. Un silencio aún más tenso se prolongó en el amplio cuarto, hasta que la Doncella volvió a hablar—. Tiene una nueva favorita. Llegó ayer, y hoy ya es un tesoro de nuestra Reina.
Eso fue todo.
El corazón de la joven Omega dio un vuelco, rompiéndose otro poco. Su respiración flaqueó por un momento, pero logró recomponerse al sostenerse del mueble en frente suyo, las palmas a los lados del florero que tanta felicidad le había otorgado hace unos segundos, antes de que otra preocupación fuera añadida a su monótona y asfixiante vida.
Otra favorita, otra Concubina para el Harem de la que se suponía era su Alfa.
—Todos hablan d-de la chica, se dice que su belleza refleja las flores de loto que tanto presume el reino del Oeste. Su majestad lo invitó a sus aposentos a penas llegó al palacio, y...
—Creo que es suficiente, Doncella. Puedes retirarte —Nayeon le detiene, reverenciándole y siendo reverenciada de inmediato por la nerviosa chica. La nariz de la Omega no se perdió del aroma agrio que cargaba su Reina, por lo que se preocupó de inmediato. Vio su espalda tensa y las uñas clavadas en el concreto del mueble en el que se apoyaba con tal de no caer por sus piernas débiles.
La chica dio otra reverencia a su Reina y volteó sobre sus talones para continuar con sus tareas, mientras Nayeon se acercaba a una débil Omega al borde del colapso. Sin embargo, el bullicio fuera de la habitación les puso aún más tensas. Pronto, la voz de uno de sus guardias resonó en el pasillo de su lado del palacio justo cuando las puertas fueron abiertas con brusquedad.
—¡Su majestad, la Reina de Évrea, Lalisa Manoban! —A penas logró anunciarlo, ya que la Alfa entró a pasos rápidos y determinados a los aposentos de su pareja, acercándose de inmediato.
Nayeon apretó los dientes, pero de todas formas cedió, reverenciándole y alejándose de Jennie para darles su espacio.
—Salgan todos —bastó con la ronca voz de la Reina para que todos los presentes comenzaran a abandonar la habitación con prisa, dejándoles solos en segundos.
Una vez las puertas se cerraron, Jennie tomó valor, tratando de respirar correctamente al darse la vuelta con lentitud, su elegante y fino Hanbok siguió su movimiento en un ligero vaivén, y su cuerpo se alejó del mueble en cuanto dio dos pasos hacia su Alfa para reverenciarle con sus rodillas temblando.
A pesar de no entender la visita de Lisa, no estaba curiosa y mucho menos asustada. Ahora simplemente estaba furiosa, tanto así que tenía ganas de llorar de la impotencia y de gritarle todo lo que se tenía guardado desde hace años.
—Veo que ya te informaron de mi nueva concubina —Lisa rompió el silencio, permaneciendo de pie en frente de su Omega, su rostro sereno y neutro, aún así, sus ojos y voz no perdían el toque dominante que le caracterizaba.
Jennie ya no pudo callarse.
Levantó el rostro, mostrándole una sutil sonrisa, sus ojos cansados y un aire irónico en sus etéreas facciones. -Los rumores corren rápido, Alfa. Debería saberlo, cada cosa que hace llega a mis oídos. Por ello es que no puedo entender el descaro que tiene de venir aquí a contarme sobre su nuevo amante.
La Alfa esbozó una risa.
—Es un regalo de Dynes, mi Reina. Jisoo la ha enviado como agradecimiento por el maravilloso trato que cerramos hace un tiempo. Y no vine para contarte sobre ella —dicho esto, avanzó los tres pasos que le quedaban para poder tomar el rostro tenso entre sus grandes y cálidas manos—. Tu celo se acerca... quiero que te portes bien cuando saque a todos los Alfas de esta área del palacio, ¿Mh? La última vez me diste muchos problemas, Omega.
Con ello bastó para que Jennie esbozara la misma risa que recibió, sólo que desbordando amargura, sus iris tildaron en rojo y su lobo gruñó, el sonido muriendo en su garganta. Con leve brusquedad, se soltó del agarre en su rostro, notando de inmediato el cambio de humor en las facciones de la Alfa.
Estaba molesta, claro. Pero a Jennie ya no le importaba, no cuando su sangre hervía en dolor.
—Mi celo continúa siendo tan importante para usted... ¿Por qué? ¿Sus quince amantes no son fértiles como para concebirle príncipes, al igual que yo? ¿O es que esa Concubina ya le aburrió?
A pesar de lo dicho, su tono fue calmado, tan suave como siempre había sido su voz. Y eso, molestó aún más a Lisa.
—¿Cómo podría aburrirme si la convertí en mi favorita apenas llegó?
Jennie ladeó una débil sonrisa, bajando la mirada al piso durante cortos segundos, antes de volver a encararle.
—Sé lo rápido que usted cambia de parecer cuando dice querer a alguien, mi Reina.
No tardó en obtener una violenta reacción, Lisa exhaló, furiosa, tomando su quijada entre los dedos con la fuerza que siempre usó en ella con tal de doblegarlo. Sin embargo, Jennie siseó, más no se alejó ni forcejeó.
-¿Te atreves a dudar de mis sentimientos por ti, Omega?
-Dudo de su lealtad, precisamente.
La mirada de la Alfa se suavizó en falsa comprensión, acarició su mejilla con su pulgar a la vez que repetía sus palabras en un bajo murmullo.
-Así que dudas de mi lealtad -Y tras eso, el ardor en la mejilla que antes era acariciada se hizo presente, obligándole a ladear la cabeza y cerrar los ojos, tratando de tragarse las lágrimas-. Qué tan descarada tienes que ser para provocarme cuando estoy en frente tuyo, Omega. Eres increíble. Tener un Harem y usarlo nunca ha significado una infidelidad a la pareja de la Reina.
Jennie tomó aire, enterrando sus uñas en sus palmas para desviar el dolor de su cara a esa zona. Alzó otra vez su cabeza, enfrentando a Lisa ya sin el mínimo rastro de su voz tranquila y facciones controladas.
-¿Descarada yo? ¡Tienes el Harem más grande, Lisa! ¡Tus amantes ocupan mi lugar a tu lado ante el ojo público, y también en tu propia cama! ¡Eso es fallar a la lealtad que me juraste! -Le gritó, sin poder detener las lágrimas calientes que le traicionaron al bajar por los costados de su rostro, justo donde la marca de los cinco dedos comenzaba a notarse en su moflete.
No demoró en ser empujada contra el mueble que antes era su soporte. Mordió sus labios, tratando de aguantar un quejido adolorido ante la punzada en su espalda por el golpe. Lisa le acorraló, agarrándole del cuello como ya era costumbre, ejerciendo la presión justa para quitarle la voz conforme le quitaba el aire.
-¿Cuántas veces más debo golpear este hermoso cuerpo para que aprendas a comportarte? -Le susurró, colérica.
Y aún así, Jennie esbozó una risa, seca y ácida, un gesto que demostró lo decepcionada y dolida que se sentía, reemplazando el temor que solía tenerle a las acciones violentas que su Alfa le mostraba. Lisa ensanchó sus ojos, cada vez más desesperado al no encontrar la misma reacción en su dulce Reina, y más aún, al notar los sentimientos que cruzaron sus preciosos ojos. Aquello le cayó peor que un balde de agua fría.
-Puedes golpearme todas las veces que tu mentiroso corazón te lo permita -de igual forma, le respondió en un dolido susurro, sin siquiera moverse con tal de arrancar aquella mano de su maltratado cuello. Aunque tampoco fue necesario, pues Lisa pareció perder el hilo, y de paso, el control.
Le soltó, brusco, retrocediendo en pasos torpes y pasando sus dedos por sus hebras oscuras, viendo incrédulo a la Omega que ahora trataba de regular su respiración mientras sobaba la piel dañada.
-¡Cállate! -La Alfa alzó la voz, indignada-. No tienes vergüenza. Llamándome mentirosa a mí, ¡A mí, Jennie!
Lo único que recibió fue una ligera tos, seguido de una rasposa voz que seguía mofándose con odio oculto.
-Renuncié a todo cuando decidiste encerrarme aquí. Porque tú me hiciste creer que me perteneces tanto como yo te pertenezco a ti. ¿Y eso? Eso es una gran mentira, Lisa -y Jennie volvió a sonreír-. Me enferma.
-Te dije que te calles, maldición -otra bofetada fue proporcionada a su adolorida mejilla, haciéndole maldecir entre dientes. Para su sorpresa, Lisa no volvió a golpearle, sólo le agarró el rostro, acunando su nuca con la misma brusquedad que usó al acercarle a su cuerpo, aún cuando Jennie forcejeó un poco, reacio al tacto íntimo que hace mucho no tenían. Sin embargo, se calló, sus ojos cristalizados en lágrimas perdidos en los desesperados y furiosos orbes oscuros de su Alfa-. No te atrevas a volver a dudar de mí, Omega. Lo enfermo aquí es lo que me provocas, tú y tu naturaleza encantadora. Eres tanto que nunca terminaré de tomar todo de ti, Jennie. Se me resbala de las manos, y detesto con cada pedazo de mi alma, que alguien más pueda tener un poco de ti. Un poco de algo que me pertenece sólo a mí. ¿No te das cuenta que te encierro aquí para que estés a salvo? Para protegerte de manos que no sean mías, de labios que no sean míos, y de ojos que se atreven a adorarte casi tanto como yo te adoro. Es inaceptable, mi amor. Sólo tienes que dejarte beber por mí, no puede haber un tercero. ¡No puede, maldita sea!
No pudo decirle nada, su boca se abrió, y las palabras no salieron. Lisa le enterró los dedos entre las hebras suaves y lisas, repasando con su pulgar su hinchado belfo interior, el cual ya comenzaba a sangrar debido a las bofetadas anteriores. Tiró de ella más cerca, Jennie ya no podía siquiera mantenerse de pie, todo su ser temblaba, desorbitado ante todas las palabras dedicadas.
Aparentemente Lisa no tuvo suficiente, porque en cuanto la Omega entre sus brazos trató de soltarse, le hizo soltar un grito ahogado al tirar de sus cabellos presos entre sus falanges, rozando sus bocas en un sutil gesto de que la quería allí, quieta. Unos segundos después, volvió a hablar, su única respuesta siendo los pequeños quejidos que Jennie emitía.
-¿Y que no te pertenezco? Te he pertenecido desde que hundí mis dientes en tu preciosa piel. Tú eres la que cada vez se aleja más, puedo ver el odio en tus ojos consumiendo el amor que me tienes, ¡Y no es mi culpa! No lo es. Porque si yo no hiciera todo esto, tú te arrastrarías hacia otros brazos. Yo lo sé muy bien, Jennie. Hay muchos otros sedientos de ti, y anhelo que mueran de esa sed. Pero tú... tú eres la que los salva. Los salvas de asfixiarse con tus dulces sonrisas, con tus encantadoras miradas y tu piel de seda rozándoles al brindarles de tu calor. Y no puedo permitirlo, así tenga que marcarte de todas las formas posibles para que aprendas que no puedes ser exhibido, sería un atroz pecado que no estoy dispuesto a cometer.
Al terminar, pareció molestarle la respiración agitada y llorosa que entraba en sus oídos, ya que tiró de las hebras hacia atrás, hasta que tuvo el enrojecido cuello a su total disposición.
Jennie sólo podía rogar entre susurros que le soltara. Su rabia se había convertido en el mismo terror que Lisa solía causarle. Todo alrededor le gritaba peligro, quería correr y esconderse de esos ojos que cavaban en su alma, en su ser completo. Esos ojos que le transmitían tanto odio, incluso más del que ella era capaz de tenerle.
Una mano le soltó, para dirigirse a su vientre por encima de su Hanbok, la grande palma brindando calor a la zona, junto a algunas caricias que sólo le hacían tiritar bajo el tacto que aparentaba rebalsar cariño.
Cuando sólo quería marcar territorio.
Un amor disfrazado de obsesión.
-Aquí, aquí estarán mis herederos -Lisa murmuró, totalmente ida con la vista en la zona que sus dedos acariciaban. Su respiración pesada, el agarre en el cabello ajeno comenzó a fallar debido a los temblores de su muñeca-. Nuestros cachorros, amor, nuestra familia. No tengas envidia de mis Concubinas, ellas son un simple aperitivo. Podrán engendrar príncipes para mí, pero tú me darás una familia. Mía y tuya. ¿Has entendido?
No luchó más, sólo farfulló un balbuceo que daba a entender la respuesta que Lisa amaba arrancar de sus labios.
"Sí, Alfa"
-Te amo, Jennie.
Y Jennie lloró, porque esa era la razón de su condena. Junto al hecho de que ella también almacenaba ligeros sentimientos por la Alfa de dulce corazón que alguna vez le prometió cuidar de ella.
-Te amo, Alfa. Hasta el día de tu muerte.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top