Durante una mirada
Cuando crecí me marché del barrio
Y apenas bajo ya por Madrid
—¡Dazai!
Se giró en la silla al oír su nombre. Era Chuuya. Le miró intrigado mientras este agitaba unas hojas. Cuando llegó hasta él, casi sin aire, le entregó los papeles y Dazai los evaluó con curiosidad mientras Chuuya recuperaba la respiración.
—¿Es la nueva canción?
—Sí —sonrió—. La he terminado al fin, ¿qué te parece?
Dazai siguió leyendo cual crítico de arte. Su mirada se mantuvo seria, pero su pie se movía al ritmo de unas notas que su mente empezaba a idear mientras leía.
Era maravilloso. Como todo lo que Chuuya hacía.
Cuando terminó, miró durante un momento a Chuuya. Fue un silencio tan inquietante que vio cómo el pelirrojo empezaba a ponerse nervioso. Le encantaba mantener ese suspense. Cuando Chuuya estaba a punto de preguntar, Dazai sonrió.
—Es genial.
Los ojos de Chuuya se iluminaron mientras la alegría empezaba a expandirse por su rostro.
—¡Entonces empecemos!
Dazai abrió los ojos. ¿Por qué había tenido ese sueño de repente?
No había vuelto a pisar la sala de música del instituto desde que se graduó. Miró el calendario. No era ninguna fecha especial, no tenía sentido recordarlo ahora.
Se estiró en su silla. Se había quedado dormido mientras trabajaba, y el sol empezaba a salir. Miró por la ventana, con algo de nostalgia. Quizá era que había pasado demasiado tiempo sin ir a Yokohama.
Desde que se mudó, no había vuelto al lugar que le vio crecer.
A cambio vivo sin sobresaltos
Con un hombre bueno que conocí.
En todas las fotos me verás sonreír
—¿Estás loco? ¿Qué quieres, que nos maten?
Chuuya no podía creer lo que sus oídos escuchaban. ¿Qué demonios pensaba?
—Vamos, Chuuya, no es para tanto. ¿No confías en mí?
Era una pregunta trampa, se dijo Chuuya. Pero no podía negarse. Era débil ante esos brillantes ojos marrones, a esa mano que le ofrecía desde el marco de su ventana.
Era una locura. Estaba loco.
Y Chuuya estaba loco por él.
—No sabes cómo te odio —dijo, aceptando su mano.
Dazai tiró de él y ambos cayeron al vacío de un segundo piso. Ni siquiera podían gritar para no ser descubiertos. El plan era aferrarse a cualquier rama del árbol al que iban a tirarse, a ser posible firme. Y confiar en que las hojas amortiguasen la caída.
Chuuya logró aferrarse a una rama fuerte. Y dando gracias, porque Dazai seguía cayendo. Si no hubiera sido porque le tenía sujeto con una de sus manos, seguramente se hubiese dado contra el suelo.
Quién le mandaba a él. Su hermana tenía razón cuando decía que Dazai era una mala influencia.
Pero al ver su sonrisa alegre a pesar de haber evitado la muerte por pura suerte, no podía arrepentirse de nada.
—No sé de qué te ríes —gruñó—. Mi brazo no va a aguantar mucho más.
—Entonces saltemos.
Dazai le soltó. Chuuya ahogó un grito, pero gracias a su altura, el suelo quedaba mucho más cerca de Dazai que de Chuuya.
Dazai extendió los brazos, indicándole que saltase también. Chuuya pensó sus posibilidades, pero vio a través de las cortinas cerradas la silueta de su hermana acercarse a la ventana y no tuvo tiempo para pensárselo más.
Se lanzó cerrando los ojos, y sintió los brazos de Dazai rodearle. Ambos cayeron al suelo, porque Dazai no tenía la fuerza de mantenerse de pie con su peso.
Las cortinas se abrieron, y Chuuya se pegó más a Dazai, tapándole la boca antes de que dijera alguna de sus bromas o se riera. Después de unos minutos de tensión, su hermana dio media vuelta y volvió al salón, haciendo que Chuuya suspirase aliviado.
—¿Estás bien? —preguntó quitando la mano, y Dazai asintió—. Te veo muy rojo, ¿tienes fiebre?
—Estoy bien, solo... Aparta —dijo mirando a otro lado—. Pesas mucho.
Chuuya le dio un golpe en la costilla pero se levantó, evitando la ventana.
—Lo que pasa es que tus brazos de puerro no aguantan nada.
—Ahora será mi culpa —dijo, levantándose mientras se acariciaba el brazo.
—¿De quién fue toda esta idea de escaparnos?
—Mi tío es un amargado y tu hermana una aburrida que no te dejaría si se lo pidiésemos —se encogió de hombros—. Además que no le caigo muy bien que se diga.
—¿Por qué será?
Ambos salieron de su jardín, llegando a la calle donde estaba su motocicleta.
—¿Tienes las llaves? —preguntó Dazai.
—¿Quién te crees que soy?
—Un pequeño pero que muy pequeño enano que apenas saca cinco en matemáticas.
—Perdón por no ser un genio ni el favorito del profe —puso los ojos en blanco—. O las dos cosas, como tú.
—Me halagas —Chuuya le dio el único casco que había en la moto—. ¿No deberías ponértelo tú?
—Si tenemos un accidente, no quiero que seas tú el que muera.
Dazai no respondió, mirando el casco mientras Chuuya se montaba en la moto y la arrancaba. Esperaba no encontrarse a la policía o la multa que le meterían sería graciosa. Por no hablar de cómo se quedaría su hermana si se enteraba que había cogido su moto sin casco y siendo menor de edad aún.
—Dime que no está muy lejos —rogó mientras Dazai se aferraba a su cintura.
—Tranquilo, será un paseo —prometió—. Y te va a fascinar cantar ahí. Parece un escenario, y la gente nos amará.
Chuuya arrancó la moto a sabiendas de que se estaba metiendo en un buen lío.
Pero nunca se había sentido tan bien.
Chuuya despertó con el corazón en un puño y la respiración agitada.
—¿Chuuya? —una voz habló a su lado. Por un segundo, pensó en que vería dos ojos marrones y una sonrisa traviesa, pero no fue así—. ¿Estás bien?
A cambio vio los ojos color ámbar de su esposo.
—Perfectamente.
Se levantó, y miró por un segundo el retrato familiar que tenía en el velador antes de volver a mirarle, y sonrió. Sonrió para su esposo al igual que había sonreído para esa foto.
Sin embargo, no estaba seguro de si realmente quería sonreír.
La juventud se me fue pasando y me rendí a la sensatez.
Vendí mi piano, compré un buen traje y cada domingo salgo a correr.
—¿Ha sido o no genial, Chuuya?
Chuuya sonrió mientras guardaba la guitarra en su funda.
—No puedo decir que no —suspiró—. Pero gran parte del mérito es mío.
—¿Quién es el que compone aquí? —arqueó una ceja mientras tocaba unas teclas cualquiera de su piano.
—¿Y quién escribe la letra? —repuso divertido—. Aparte de que canto y toco la guitarra a la vez. Hago el doble que tú.
—Sería genial formar un dúo, ¿verdad?
—¿No lo somos ya?
—Chuuya, me refiero a uno profesional.
Chuuya parpadeó. Seguramente nunca había pensado en eso, pero Dazai tenía claro que deseaba que todo se mantuviese. Aunque aún tuvieran diecisiete, y la universidad estuviera a la vuelta de la esquina.
—¿Quieres que nos dediquemos a la música de manera profesional?
—Exactamente —se levantó, acercándose a él.
—Eso es una locura. Como todo lo que haces —rio—. ¿Crees que tendremos tiempo con la universidad? Aparte, tú irás a Tokyo, yo me quedaré.
—No tiene que ver. No nos separaremos.
—Dazai, aunque no fuera por eso. Tu tío no te dejará descuidar tus estudios y mi hermana tampoco. Menos por la música.
Dazai levantó su barbilla con una mano. Sus ojos azules brillaban con confusión y tristeza.
—Deja de pensar en todo eso y dime: si pudiéramos hacerlo, si todo lo demás no existiera, ¿lo harías?
«¿Te quedarías conmigo para siempre?» quiso decir, pero era muy cobarde para hacerlo en voz alta.
Sin embargo no importaba, porque los ojos de Chuuya podían leer lo que sus labios no pronunciaban. El cielo de sus iris podía leer su corazón. Un corazón que era completamente suyo.
Chuuya rodeó su cuello con los brazos, sus talones despegándose del suelo debido a la diferencia de altura y susurró contra sus labios a un centímetro de distancia.
—Sin ninguna duda.
La sonrisa de Dazai duró un segundo. Al siguiente, sus labios estaban muy ocupados con los de Chuuya. Ninguno de los dos supieron quién cortó antes la distancia o si ambos lo hicieron a la vez, pero no importaba.
No importaba nada en ese beso. Ni en el siguiente. Ni en el que siguió. Dazai se sentía incapaz de dejar de besarle, porque tenía miedo. Quizá le diría que era un error. Tal vez le diría que no le quería como Dazai le quería a él. A lo mejor, si dejaba de besarlo, el hechizo se rompería y se daría cuenta de que no era a Dazai a quien quería besar.
Pero una de las veces en las que se separaron para tomar aire, Chuuya le dijo las dos palabras que disiparon todas sus dudas.
—Te quiero.
Probablemente estaba casi llorando de la alegría cuando le volvió a besar.
Habían pasado diez años de entonces.
El piano con el que había tocado todas esas canciones, ese que había presenciado sus besos, estaba actualmente en alguna tienda de instrumentos o en otro hogar.
Ya no era un adolescente al que la vida le prometía grandes cosas y tenía muchos sueños imposibles. Era un adulto que vivía en una aplastante realidad.
Había acabado la carrera de derecho, y se dedicaba a ser abogado. Él, que siempre había odiado los trajes, se había enfundado en uno y había renunciado a su pasión.
Pero era feliz. Tenía un trabajo estable, había conseguido un nuevo piso, y mantenía una rutina sana, en la cual se incluía salir los domingos a correr al parque cercano.
Sin embargo, hacía diez años que no tocaba un piano.
Podría decirse que todo va bien.
—¡Chuuya! ¿Se puede saber por qué llegas tan tarde?
Chuuya agachó la cabeza ante la reprimenda de su hermana.
—Estaba con un amigo y...
—Estabas con Dazai, ¿verdad?
Chuuya asintió, resignado a decir la verdad. Y porque no sabía que ahora estaban saliendo. A saber cómo reaccionaría.
Desde que su madre murió, era su hermana quien se había hecho responsable de él. Era casi como estar respondiendo ante ella.
—Lo sabía. Ese chico no tiene remedio —suspiró—. Te he dicho muchas veces que no quiero que te veas con él.
—No es mala persona —le enfrentó.
—No sabes cuáles son sus intenciones, Chuuya.
—¡Solo canto, tenemos un dúo juntos! Y...
¿Cómo decirle que querían formar un grupo juntos? Se reiría. O le prohibiría aún más acercarse a Dazai.
—¿Y por eso te escapas por la ventana en la madrugada y coges mi moto? ¿Solo para cantar?
Chuuya agachó la cabeza de nuevo.
—¿Tú sabes lo peligroso que es eso? ¿Y si te coge la policía? O peor, ¿y si tienes un accidente? ¿No ves que eres lo único que me queda?
Su hermana sonaba muy dolida, y Chuuya no tenía cómo negar todo eso.
—Lo siento.
Su hermana le abrazó.
—Te quiero, y solo quiero lo mejor para ti.
Chuuya también la quería. Pero estaba enamorado de Dazai, ¿y qué podía hacer? No podía elegir entre su novio y su hermana, era muy injusto.
Mientras le abrazaba, le mintió. Tendría que seguir mintiendo.
Tendría que mantener el secreto.
Quizá esa relación estaba destinada al fracaso desde el principio. Demasiadas complicaciones para un par de muchachos de diecisiete años.
Ahora era feliz. Y Kouyou estaba encantada con su actual esposo desde que empezaron a salir. De hecho, fue la primera en organizar la boda.
—Llevaré a Kiyo al parque —informó a su marido mientras este veía la televisión.
—¡Genial! —la niña saltó del sofá y le abrazó.
—Os acompañaría, pero tengo que terminar de corregir unos exámenes —Chuuya negó con la cabeza, sonriendo.
—No te preocupes, nos divertiremos sin ti —dijo con diversión.
Kiyo ya estaba en la entrada con los zapatos puestos.
—¡Vamos, papá!
—Voy, voy.
Ahora, su vida iba bien.
Y entonces, de repente, te veo entre la gente
Durante una mirada, el universo se detiene
—¿Alguna vez te he dicho lo mucho que me gustan tus ojos?
Chuuya sonrió mientras dejaba que Dazai acariciase su mejilla.
—No sueles hacerlo.
—Grave error.
El azul de sus ojos era el mejor azul que Dazai jamás había visto. Ni muy claro ni muy oscuro. El tono perfecto que combinaba muy bien con el color fuego de sus cabellos. Ni siquiera podía creer que alguien tan perfecto pudiese existir y que estuviera a su lado.
—Cuando quieres, puedes llegar a ser romántico.
—Siempre lo soy —rio, acercándose más a él y entrelazando una pierna con la suya.
—Díselo a quien te crea.
Dazai rio, pero duró poco debido a la maravillosa visión que tenía. Chuuya a contraluz de la ventana de su habitación, con la luna detrás de él, con su tenue y única luz blanca bañando sus cabellos y la piel que no estaba cubierta por la sábana.
Un ángel. Un ser de luz que le había sido otorgado y no sabía ni por qué.
—¿Dazai?
—¿Sí?
—¿Me has escuchado? Te acabo de hacer una pregunta.
—Lo siento, Chibi, tu voz a veces es tan baja como tu estatura.
Chuuya se puso rojo del enfado y le dio un ligero golpe en la mejilla.
—Eres un idiota.
—No te habrías enamorado de mí de otra manera.
Eso hizo que Chuuya riese.
—Puede ser.
Era la mejor risa del mundo.
Dazai no había vuelto a encontrar otros ojos igual de perfectos que los suyos.
A veces, mientras corría por el parque, iba mirando a las personas. Diferentes rostros, diferentes colores, pero ninguno tan hermoso como el azul de los ojos de Chuuya. Ninguno con ese brillo.
Verdes muy oscuros. Marrones demasiado claros. Fue descartando colores mientras la música sonaba en sus oídos. Esa niña tenía un azul bonito, pero quizá demasiado claros.
Alzó la vista, y vio el color perfecto mirándole a él. Su paso se ralentizó. Reconocería esos ojos incluso entre cien tonos diferentes. Reconocería ese cabello rojo como el mismo fuego en cualquier lugar.
Era él.
Era Chuuya.
Volvemos a estar juntos, el alma se nos prende.
De pronto comprendemos que lo nuestro es para siempre.
Chuuya no estaba muy seguro de qué le gustaba más de cantar. Si el hecho de sentirse con tanta libertad para decir lo que fuera o el de saber que podía escucharle la única persona a la que le dedicaba todas sus canciones de amor.
Tampoco sabía si cantaba bien o era el piano de Dazai el que hacía todo el trabajo para hacer que absolutamente todo sonase mejor. Sin embargo, lo que sí sabía es que lo amaba.
Amaba cantar. Amaba el sonido de su piano junto a las cuerdas de su guitarra y el de su propia voz. Y amaba a Dazai más de lo que nunca pensó llegar a querer a alguien.
Cada beso después de un concierto era una maravilla. Cada vez que se tocaban, que se abrazaban, que se perdían en el otro. Todo era electrizante, como un hechizo.
Magia era lo que había entre ambos.
Sin embargo, la magia no podía arreglar todo. La magia no era capaz de solucionar sus problemas, solo de taparlos.
—¿Qué ha pasado?
Desde que vio a Dazai llegar con esa mirada tan perdida, sabía que había pasado algo.
—Mi familia no va a permitirlo.
—¿El qué?
—No piensan que ser pianista sea un trabajo "digno" —suspiró, apoyándose en la barandilla del puente—. Quieren que siga derecho.
No le sorprendía. Aunque con el talento de Dazai, seguramente llegaría lejos.
—Solo quieren lo mejor para ti.
—Eso no es cierto. Si lo quisieran, me dejarían ser lo que decida. Si lo quisieran, se darían cuenta de que tú eres lo mejor para mí.
Chuuya sonrió tristemente, poniendo su mano sobre la de Dazai.
—Creen que soy una mala influencia, ¿verdad? —rio—. Mi hermana piensa lo mismo de ti.
Le besó. Porque en un beso, los problemas se olvidaban.
Pero no se solucionaban.
—No quiero irme, Chuuya —dijo cuando se separaron—. Pero no tengo elección. Nunca la he tenido. Si la tuviera, solo querría quedarme contigo por siempre.
Chuuya solo le volvió a besar pero, esta vez, una lágrima lo hizo más salado.
Siempre era una palabra muy grande. Demasiado para dos muchachos de dieciocho años recién cumplidos.
Pero en el momento en el que vio sus ojos marrones de nuevo, una parte de su alma, esa pequeña parte que había permanecido dormida e ignorada todos esos años, se encendió de nuevo.
De repente, parecía como si aquel siempre hubiese podido serlo de verdad.
Y Chuuya no sabría si podía apagar de nuevo ese sentimiento como hacía diez años.
Pero no hacemos nada y seguimos caminando.
Seguimos con la vida que a los dos nos recetaron.
—¿Y si nos escapamos?
Chuuya casi se atragantó con su café. Dazai ya sabía sus siguientes palabras, pero lo decía totalmente en serio.
—¿Estás loco? ¿Qué se supone que vamos a hacer? Ni siquiera tenemos veinte. Y yo que pensaba que eras el más racional de los dos.
—Lo que sea. Pero no quiero irme a Tokyo, y tú no quieres estudiar economía.
—¿Y qué puedo hacer? Mi hermana tiene razón, no podremos vivir de la música. Necesito una buena carrera, y tú también.
—Pero eso implica tener que separarnos.
No más besos. No más abrazos. No más tardes en la cafetería de la esquina. No más Chuuya.
Dazai no sabía si sobreviviría en una carrera que no le gustaba nada sin la única persona que le hacía sentir más vivo que nada.
Pero Chuuya no arriesgaría lo único que tenía por él. Sufrió mucho tras la muerte de su madre. No podía tener el egoísmo de pedirle que abandonase a su única familia, ni que eligiese entre su hermana y él.
Sería muy egoísta. Y muy egocéntrico pensar que tenía siquiera una oportunidad.
Así que simplemente puso una mano sobre la suya y le sonrió para calmarle. Para hacerle ver la ilusión de que todo iría bien, aunque los dos estuvieran siguiendo un camino que les fue impuesto y cuyas reglas no podían romper.
Chuuya sonrió también, y quizá, con suerte, a Dazai le bastaría ver esa sonrisa a través de una pantalla.
Era él. Sin ninguna duda. Eran sus ojos azules, su cabello rojo, sus rasgos estaban más marcados pero seguía siendo igual de atractivo.
La niña que iba de su mano... Dazai aceleró de nuevo. No quería verlo. No quería darse cuenta de lo que había perdido, porque dolía. Dolía mucho, y no quería volver a sufrir.
Pero sabía que, aunque no sus pies no se hubiesen detenido, a su corazón le faltó latir por un segundo.
O quizá había vuelto a funcionar tras diez años de estar dormido.
Cada uno por su lado, muriendo por girarnos.
Parpadeando rápido para disimular que estamos llorando.
Se habían metido en un buen lío, pero Chuuya no se arrepentía de nada.
—Nakahara Chuuya —el policía golpeó las barras de la celda donde le tenían encerrado junto a más delincuentes—. Puedes salir. Tu hermana ha pagado la fianza.
Mierda.
Chuuya siguió al oficial con la cabeza agachada. Cuando llegó a la entrada de la comisaría, lo primero que vio fue a Dazai ahí sentado, el golpe que le habían dado en la mejilla pintaba mal, seguramente le saldría un moretón. El lado derecho de su labio tampoco estaba mejor.
—¡Chuuya!
No pudo ver más porque los brazos de su hermana le rodearon, tapando su visión.
—¿Cómo se te ocurre? ¿Pelearte con un grupo de universitarios mayores que tú? ¿En serio?
Porque eran unos gilipollas que se estaban metiendo con Dazai y él sin motivo alguno y estaban ciertamente muy borrachos. Pero Chuuya no les exculpaba por eso, y realmente salieron peor parados ellos. Al final, Chuuya había sido campeón de la interinstitucional en aikido.
—Mírate cómo estás. ¿Y por qué se supone que has salido de casa sin decirme nada?
Chuuya no respondía. Simplemente miraba al suelo, déjandose arropar por su hermana y tratando de ir a ver cómo estaba Dazai.
Seguramente su hermana le habría culpado de todo. Por lo que había visto en su expresión, seguramente él también lo creyese.
Kouyou decidió tirarle del brazo, impidiendo que se acercase lo más mínimo a Dazai.
Miró hacia atrás, cruzando una mirada con sus ojos marrones. Solo sonrió y alzó una mano. Chuuya no tuvo la fuerza de soltarse de su hermana e ir hacia él.
Cuando salieron, vio al tío de Dazai, cruzándose con su hermana y él tras salir de su coche. La mirada que le dedicó era más bien la contraria a la de su sobrino, pero no dijo nada.
Su hermana marcó el camino hacia la motocicleta, y Chuuya, sin rechistar, la siguió.
Si no hubiera sido por su hija, que había seguido caminando, seguramente se hubiera quedado paralizado.
Estaba seguro de que era él. Era Dazai. Era imposible que se hubiese equivocado. Además, él también le miró con los mismos ojos que tenía cuando salía de esa comisaría.
Culpables. Entristecidos.
—¿Papá? ¿Pasa algo?
Kiyo se detuvo tras ver que era ella quien tiraba y no al revés. Sus ojos azules le miraron con expectación.
—¿Papá?
Parpadeando rápido, sonrió. Sonrió y apretó su mano para evitar girarse. Para evitar destruirse a sí mismo delante de la niña.
—No, cielo. Ya queda poco, ¿no? Vamos, que se nos hace tarde.
Empezó a caminar de nuevo.
El mundo tenía que seguir girando. La vida tenía que seguir. El tiempo tenía que pasar.
Pero por ese instante, recordó cómo era tener diecisiete de nuevo. Recordó cómo ser la persona más feliz de nuevo.
Y quizá los ojos le ardían porque quería volver a sentirlo.
Después de ti prometí cuidarme
Y cerré con llave mi corazón
—¿No te lo hemos dicho ya? Ese muchacho es una aberración. ¡Un delincuente! —Dazai se preguntaba cuándo pensaba callarse su tía—. Tú, que eres un muchacho tan inteligente, tan calmado, ¡y ahora tienes un expediente criminal!
No le iban a abrir un expediente a él. De hecho, ni siquiera dio un golpe, tan solo evitaba como podía que diesen a Chuuya. No podía hacer nada en fuerza física, pero el grupo no era muy inteligente que se dijera.
Claro que a cambio recibió un par de golpes, pero Chuuya se aseguró de que ellos los sintieran más.
—No volverás a ver a ese chico.
Le habían dicho eso muchas veces antes, y Dazai siempre volvía a hacerlo. Porque no podían prohibirle ver a Chuuya. No podían impedir que fuese al instituto. No podían encerrarle.
Así que solo asintió para se callase y se fuera de una vez. Y así lo hizo, pero entonces escuchó el sonido de una llave girar.
¿Desde cuándo su puerta tenía cerradura?
Se levantó enseguida y trató de abrirla. No lo logró. Golpeó y pateó la puerta, pero no tuvo ningún efecto.
—A partir de ahora sólo saldrás para ir a clases y volver —le dijo su tío del otro lado.
No podían impedirle salir. No podían hacer eso.
Fue a la ventana, pero se encontró con unas barras que le impedían la salida. ¿Cuándo habían hecho todo eso? No había estado tanto tiempo fuera ¿verdad?
Buscó entre su mochila su móvil o su ordenador, pero no los encontró. Entonces recordó que se la había dado a su tío por su insistencia en la vuelta a casa. Debió haberlos sacado sin que se diese cuenta.
Pateó el suelo con rabia, y entonces escuchó su móvil sonar al otro lado de la puerta. Era el tono que le había puesto a Chuuya, una grabación de una canción suya. La primera que cantó con su piano de acompañamiento, hacía tres años.
La música se cortó y escuchó la voz de su tía diciéndole que no le llamase nunca más.
Cayó al suelo, sus rodillas chocando fuertemente contra la alfombra, y golpeó la cama con tal fuerza que hizo saltar las almohadas.
Tenía que pensar algo.
Entonces recordó el viejo portátil que estaba por tirar y aún estaba debajo de su cama. Sonrió y lo sacó. Iba muy lento y no le servía para estudiar, pero sí para conectarse a Internet.
Abrió el navegador y se metió en su cuenta de Twitter rápidamente. Desde ahí mandó un mensaje directo a Chuuya, diciéndole que le hablase por ahí.
» No es una buena idea, Osamu.
Dazai parpadeó sorprendido.
» Qué quieres decir?
» Mi hermana está muy enfadada, me ha prohibido salir sin ella. Y tus tíos no están mejor por lo que veo.
» Me dan igual. Pueden decir lo que quieran.
Los siguientes minutos pasaron sin mensajes por parte de Chuuya. Dazai empezó a ponerse nervioso.
» Chibi? Estás ahí?
Seguía escribiendo. Y luego dejaba de escribir. Dazai no sabía si quería leer lo que estaba constantemente borrando y escribiendo.
» Sí.
» Y creo
» Creo que es mejor que lo dejemos.
» Lo siento, Osamu.
Si eso era a lo que le llamaban tener el corazón roto, entonces no se lo deseaba ni a su peor enemigo.
» Chuuya, no puedes estar diciéndolo en serio.
» Lo siento, pero es lo mejor.
En un mensaje se veía muy duro. Demasiado seco. Pero conocía a Chuuya, lo conocía muy bien, y sabía que estaba igual que él.
«Ya no puedes enviar ni recibir mensajes directos de este usuario porque te...»
Dejó de leer cuando las lágrimas le hicieron demasiado borrosa la vista, y cerró el ordenador.
Lo guardó debajo de su cama y no volvió a abrirlo.
Desde entonces, no había vuelto a creer en el amor. Prometió no volver a caer en eso, y cuidarse en las relaciones que tuviese para no enamorarse de nadie.
Estaba sobrevalorado, era mejor estar solo. El amor era solamente era sufrimiento y complicaciones, y cuando se acababa todo, era peor que recibir una puñalada.
Y era peor porque existían los recuerdos. Esos que volvían en sueños, en pesadillas, en días normales mientras se tomaba un café o unos garabatos en el borde de su cuaderno.
Y eso... Eso no se curaba con nada.
Y aunque confieso que ya no río
Tampoco siento ningún dolor
El timbre sonó, y escuchó a su hermana preguntar quién era. Pero siguió sonando sin respuesta, y entonces Kouyou abrió intrigada.
—Quiero ver a ese niño.
—¿Perdón? ¿Se puede saber quién es usted?
Su hermana estaba confusa, pero Chuuya no. Chuuya sabía quién era.
—¿Tú eres su madre? No, eres muy joven, ¿su hermana?
—Primero dígame quién es usted.
—Es la tía de Osamu, Ane-san.
Su hermana giró para mirarle, y pudo sentir su preocupación al verle con los ojos tan rojos como su pelo.
—Contigo quería hablar. ¿Dónde está vuestra madre?
—Ha fallecido —informó Kouyou—. Cualquier cosa de la que quiera hablar, yo soy la tutora legal de mi hermano.
—Y supongo que vuestro padre no está.
—No tenemos padre, no —Kouyou se cruzó de brazos—. ¿Algún problema con eso?
—Ya entiendo por qué este muchacho es como es.
—¿Perdone? —su hermana empezó a enfadarse, y Chuuya solo agachó la cabeza.
—¿No has visto la mala influencia que es para nuestro Osamu, muchacha? Eres muy joven para criar a un chico tan rebelde, no te culpo. O más bien, un delincuente en ciernes.
—No voy a permitir que hable así de mi hermano, señora. Menos en mi casa —Kouyou impidió que se acercase a él—. Diga lo que ha venido a hacer y márchese por donde vino.
—Solo vengo a decirle que no quiero que se acerque más a mi sobrino. Ni siquiera para pedirle un lápiz. Suficiente tiene ya con estar encerrado en su habitación.
Chuuya alzó la cabeza ante eso.
—¿Cómo? ¿Qué le han hecho a...?
—Chuuya, no digas nada.
—¿Ahora te preocupa? Por tu culpa, pequeño delincuente, mi esposo ha decidido encerrarle con llave como a un preso. Ya estarás contento.
—¡Yo no...! —Kouyou levantó una mano, interrumpiéndole.
—Señora, no puede culpar a mi hermano de las acciones de su esposo. Ahora, largo de mi casa.
—¡Claro que puedo! ¡Todo es culpa de ese chico!
Chuuya volvió a sentirse como un niño. Un niño pequeño que se escondía detrás de la falda de su hermana, intimidado por el policía que vino a informarles de que su madre había sufrido un accidente.
Kouyou le defendió igual que ahora hacía. Con un brazo estirado, impidiéndole pasar y que la mujer se acercase a él. Esta ni siquiera lo intentó, quizá porque sabía que la reacción de su hermana era imprevisible.
Siempre le defendía. Y Chuuya, aún cuando ya era un muchacho de dieciocho años lo suficiente fuerte como para derrotar a cuatro hombres mayores que él, seguía sintiendo esa necesidad de ser protegido por ella.
Sobre todo cuando los ataques no eran físicos.
—¡Ya basta! ¡O se va, o llamo a la policía! —amenazó.
Ante eso, y visiblemente ofendida, la mujer dio media vuelta y se marchó. Pero ya había hecho su trabajo: hacerle sentir como la peor persona del mundo.
—Chuuya, ¿me oyes? —llamó Kouyou, y Chuuya ni siquiera sabía cuántas veces le había llamado antes de que le tocase el hombro—. No hagas caso de lo que esa mujer te diga. No es nadie.
Pero sí era alguien. Era la tía de Osamu, quien seguramente velaba por él tanto como Kouyou lo hacía.
—Eres el chico más bueno del mundo, Chuuya —le abrazó—. No dejes que te moleste lo que esa mujer o nadie te diga.
La abrazó, y en el fondo deseó ser un poco más como ella. Desearía ser tan fuerte como ella. Kouyou tenía solo cuatro años más que él, y desde los doce años —es decir, desde que tenía él ocho— se había hecho cargo de su cuidado. Desde que su madre murió.
Se suponía que la custodia pasara a su padre, alguien que nunca conoció, pero Kouyou logró convencerlo —Chuuya no sabía cómo había dado con él— para que fingiera al menos hacerse cargo de ambos hasta que Kouyou cumpliese la mayoría de edad. Gracias a eso, y a la herencia de su madre junto a su seguro de vida, ambos pudieron vivir juntos. No fue nada fácil para Kouyou compaginar su cuidado con los estudios, menos con la universidad, y sumado a ello estaba la gente que la juzgaba por siempre estar con su hermano pequeño en vez de con sus amigos, como cualquier chica de su edad.
Había soportado muchas críticas al no dejar que nadie se hiciese cargo de su hermano, aunque en el ámbito legal estuviese su padre a cargo. Nadie sabía lo doloroso que fue para ella asumir todo eso con doce años, cuando no era nada que hubiese pedido y que simplemente no quería que ni su hermano ni ella fuesen a un orfanato. No quería que se separasen.
Chuuya no tenía palabras ni abrazos suficientes para agradecer a su hermana todo lo que hacía y había hecho por él.
No podía seguir dándole más problemas, y ese había sido el último.
—Como vea a esa mujer otra vez por aquí, te juro que no respondo —le acarició el cabello, como hacía cuando tenía pesadillas de pequeño. Y Chuuya supo que se había dado cuenta de que estaba llorando—. Su sobrino es el problema aquí. Y en todo caso, su esposo. ¿De qué va diciéndote todo eso a ti? Lo que hagan ellos no es ni tu problema ni tu responsabilidad.
Pero Chuuya no lo veía así. Si habían cogido el móvil de Osamu, habrían visto la foto que tenía como fondo de bloqueo con los dos. Si habían podido desbloquearlo, había innumerables fotos de ellos juntos, o solamente de Chuuya que de vez en cuando tomaba sin que se diese cuenta. Habrían visto los vídeos de los conciertos, habrían leído sus conversaciones.
Osamu no había descrito a sus tíos como la familia más comprensiva del mundo. Chuuya no tenía ese problema con su hermana, pero decirle ahora que había estado en una relación con él sería lo mismo que decirle que había desobedecido todos sus consejos.
Aunque no estaba muy seguro de que Kouyou no lo hubiese descubierto por su cuenta a pesar de sus cuidados.
—Vete a tu habitación y duerme. Ya hemos tenido suficiente drama por hoy, y yo mañana tengo que trabajar y tú ir a clase.
Tras un último abrazo y secarse las lágrimas con el dorso de la mano, Kouyou le dio un pequeño beso en la cabeza y le sonrió.
Chuuya también sonrió, y se juró no volver a darle problemas a su hermana nunca más.
Cumplió con su palabra, se dijo, mirando a Kiyo jugando en un columpio.
No volvió a darle problemas. Después de eso, aunque se metió en algún lío más, Kouyou no volvió a enterarse. Chuuya tampoco se lo dijo.
Y aunque desde que dejó de ver a Dazai Osamu tal vez no había vuelto a sonreír de la misma manera, tampoco importaba. Pocas cosas habían podido dolerle tanto como un corazón roto.
Aprendí a conformarme
Y así está mejor.
—¡No pienso quedarme encerrado aquí!
Empujó la puerta por enésima vez con el mismo resultado. Cerrada. No podían hacerle eso. No podían separarle de él. No podían meterse en su vida ni decidir qué era mejor o no para él.
Pero la puerta solo se abría para comer o para ir a clase. Siempre bajo su mirada, desconectado del mundo. Incluso cuando iba a clase, era su tío quien le dejaba y le recogía, puntual como un reloj.
No tenía vida propia. Y faltaban días, una semana, antes de marcharse a la capital y no volver más. O incluso peor, irse al extranjero. Esos momentos eran por los que Dazai maldecía ser bueno en idiomas.
—¡No pienso ir a ninguna parte! —gritó al escuchar la palabra «América».
No, no podían obligarle. No podían meterle en ese avión a la fuerza. Lucharía contra el mismo piloto si era necesario.
No podía acabar así. Ese no era el final que Dazai quería para ellos. Si se separaban, sería porque Chuuya estaría de acuerdo con ello. Porque ya no le quisiera. No porque le presionasen para se alejaran.
No pensaba rendirse.
Pero en el fondo, en su parte más racional, sabía que lo que estaba haciendo era en vano. Chuuya había decidido ahorrarles más sufrimiento cortando toda comunicación con él lo antes posible, y quizá era lo mejor, pero Dazai no podía conformarse con eso.
Dazai no quería que ese fuese el final. No era justo, ¿acaso ellos no merecían ser felices? ¿Por qué había tantos obstáculos cuando ni siquiera estaban haciendo nada malo? Chuuya solo cantaba, él tocaba el piano, y se querían.
¿Por qué tenían que determinar otros lo que era bueno o no para ellos?
—¡Dejadme salir!
Pateó la puerta, pero le dolió más el golpe a él que a la madera y no surtió ningún efecto, como era evidente.
Frustrado, golpeó suavemente la puerta con los puños, cansado de pelear.
Dolía, dolía mucho. Dolía saber que Chuuya no volvería a besarle, que no volvería a acercarse a su clase durante los descansos para burlarse de él mientras estudiaba. No volvería a cogerle de la muñeca y arrastrarle al aula de música donde les esperaba una guitarra, un piano y la voz de Chuuya lista para una nueva canción.
No habría más conciertos, más besos, más nada.
No era justo.
No quería conformarse con solo recordarle.
No quería someterse a un destino en el que no estaba teniendo elección.
¿Acaso alguna vez en la vida tuvo elección en algo?
Quizá su único acto de rebeldía fue haberse enamorado de Chuuya, y ni siquiera eso se le permitió. No eligió que su padre muriese y su madre le abandonase a su suerte, dejándole con la única familia que le quedaba, la cual tampoco pidió un niño. Pero se sentían con el derecho de elegir lo que era mejor para él.
¿Podía negárselo? No. Nunca tuvo elección.
Así que, al final, se cansó de luchar. Se resignó a su destino e hizo con lo que haría feliz a todo el mundo menos a él.
Aprendió a conformarse con lo que tenía, y así estaba mejor.
Así ya nada podía doler.
Y entonces, de repente, te veo entre la gente.
Durante una mirada, el universo se detiene.
Dolía. Dolía demasiado.
Dolía verle por los pasillos y agachar la cabeza para no mirarle a sus ojos tristes. Dolía no abrazarle, no besarle, no aprovechar esos momentos antes de que se fuese lejos. Tan lejos que Chuuya no volvería a verle de nuevo.
Dolía cortar todo medio de comunicación, dolía no hablarle y ni siquiera acercarse a él. Por no hablar de que ya no podría volver a cantar con él.
Pero era lo mejor para ambos. Sobre todo para Dazai. Tras las clases, veía siempre a Dazai subirse en el coche negro de su tío, mirando al suelo. Llegaba en coche también.
¿Tan malo era que estuviesen juntos?
Chuuya no podía evitar preguntárselo mientras garabateaba la letra de una canción en el borde de su cuaderno de matemáticas, atendiendo poco o nada a la clase.
No quería estar ahí, y solo pensar que números y ecuaciones era lo que iban a sustituir a su voz en el micrófono, a las teclas del piano de Dazai, a la gente gritando emocionada y a la sensación de su mano en las cuerdas de la guitarra no hacían más que provocarle náuseas.
Pero era lo mejor.
Así estaba bien. Tenía que estudiar algo que podría darle un buen trabajo, una buena vida. Se le daba bien, pero no le gustaba. Lo que le gustaba era tocar la guitarra, cantar en un escenario y estar con Dazai.
Sin embargo, ninguna de las tres era algo que podía tener.
Resignado y sin ninguna gana de atender a su clase, sacó su cuaderno. El cuaderno donde tenía pegada en la portada una foto de ambos juntos, sonriendo, Chuuya con su guitarra y Dazai apoyado en el piano. Un cuaderno donde registraba todas sus letras finalizadas.
No se detuvo en mirar las páginas, no quería empezar a llorar en medio de clase. Simplemente abrió una nueva hoja y, con su pie derecho golpeando suavemente el suelo al ritmo de la canción que empezaba a tomar forma en su cabeza, empezó a escribir.
Recordaba esa canción.
Recordaba todas las canciones, de hecho. Recordaba todas y cada una de sus letras, la composición, la melodía. Recordaba las noches en vela, tocando suavemente los acordes de su guitarra mientras susurraba los versos para no despertar a su hermana, los auriculares puestos para poder escuchar los comentarios de Dazai.
Por supuesto, recordaba la canción que escribió los últimos días de preparatoria. ¿Cómo olvidarla? Fue la última que escribió. La más dolorosa, la más solitaria.
En esos diez años, no había vuelto a tocar ese cuaderno, guardado en el tercer cajón de su escritorio bajo llave.
En esos diez años, no había vuelto a escribir ninguna canción.
Volvemos a estar juntos, el alma se nos prende
De pronto comprendemos que lo nuestro es para siempre.
Dazai había desistido de intentar escapar de esa habitación.
A menos que desarrollase un superpoder en su encierro, era imposible tanto abrir esa puerta desde dentro como intentar salir por esa ventana.
Podría haber intentado escapar del instituto. Podría haber intentado hablar con Chuuya entre clases, en los descansos, en cualquier parte, pero era él quien no quería, le evitaba y Dazai no podía obligarle.
Sin embargo, no tenía ánimos para las clases. Ir al instituto era la única manera de salir de esa habitación, y no quería estar dando clases que ya no servían de nada a pocos días de la graduación. Una a la que ni siquiera asistiría.
Sus tíos ni siquiera estaban ahí para intentar reprocharles nada. Habían salido a quién sabía dónde y no había vuelto a escuchar la puerta de entrada abrirse. Le habían dejado un par de botellas de agua y comida por si tenía hambre en la habitación. Ni siquiera podía alegar que tenía que ir al baño, porque tenía uno propio. Nunca pensó que eso podría ser una desventaja en algún momento.
Suspiró, mirando la ventana. La calle estaba desierta, era ya tarde. Su jardín se veía incluso más grande de lo normal y los árboles movían las hojas al ritmo del viento. Sin embargo, había un árbol que se movía demasiado.
Extrañado, se fijó mejor. El árbol que estaba en frente de su ventana y le pareció ver unos mechones rojos entre las hojas verdes. Su corazón se aceleró y abrió la ventana rápidamente.
—¿Chuuya? ¿Eres tú?
No hubo respuesta. Sin embargo, pudo ver sus ojos azules entre las ramas. Distinguió su sonrisa, y no sabía si se estaba volviendo loco o era él de verdad.
—¡Chuuya!
Sus manos se aferraron a las barras. El árbol estaba muy lejos, más del que tenía Chuuya en su casa. Sin embargo, se acercó a la rama más cercana a su ubicación y saltó. Dazai vio cómo se levantaba, manteniendo el equilibrio a duras penas en el tejado.
—¿Estás loco? —rio, no sabía si de alegría o de nervios.
—¿No es esa mi línea?
Sonrió y le extendió la mano, en un intento de ayudarle a estabilizarse. Chuuya lo aceptó y se aferró a las barras de metal que los separaban.
A esa distancia, Dazai podía oler su perfume mezclado con la tierra y la lluvia que había caído horas antes. Podía volver a distinguir los diferentes tonos de azul de sus ojos, esos que no captaban las fotografías y los cuales sentía que había olvidado.
—¿Qué haces aquí?
Era la pregunta inevitable.
—Solo quería saber si estabas bien. Y si era cierto...
Miró las barras de metal y luego observó la puerta, cerrada a cal y canto. No hizo falta más para saber a lo que refería.
—¿Cómo te has enterado?
Dazai no se lo había contado. No había tenido oportunidad.
—Lo supuse.
Chuuya era muy malo a la hora de mentirle. A la mayoría de personas se le pasaría, porque era un segundo antes de que le volviese a mirar a los ojos, pero siempre había un momento en el que miraba hacia abajo y era entonces cuando Dazai sabía que no decía la verdad.
—No sabes cuánto lo siento, Osamu —esta vez era dolorosamente sincero—. No tendrías que haber pasado por todo esto.
—No es tu culpa, Chuuya.
Chuuya sonrió, pero la alegría no le llegaba a los ojos. Era una sonrisa que bailaba entre la ironía y la tristeza.
—Sé que has intentado buscarme —dijo—. Te veo cada día en la puerta de mi clase. No deberías hacerlo.
Dazai no sabía cómo decirle que era imposible para él hacer lo que le pedía. Solo quería que todo fuese como antes. Nada más.
Así que simplemente puso las manos sobre las suyas, en un intento de hacerle ver lo importante que era para él.
—Osamu, no lo hagas más difícil...
—Sabes que no es lo que quieres. Ni yo.
—No tenemos...
—¡Baje de ahí ahora mismo!
Ambos se sobresaltaron al escuchar el grito y miraron hacia abajo. Un agente de policía estaba en el jardín.
—¡No ha hecho nada malo! —gritó Dazai, cansado de todo eso. ¿Quién demonios había llamado a la policía?
Miró a los lados, fijándose en la casa contigua. Su vecina estaba asomada a la ventana, y se ocultó cuando se fijó en que Dazai la estaba mirando.
Chuuya le miró preocupado. Dazai sabía que no podía permitir que su hermana se enterase de eso. No quería que la llamasen otra vez desde una comisaría de policía.
Se metió dentro de la habitación y buscó algo que pudiera ayudar a Chuuya a librarse de ellos. Encontró su viejo kit de magia, uno que le regalaron por su cumpleaños de pequeño. Si no se equivocaba, tenía todavía estas pequeñas bolas que echaban humo cuando caían al suelo.
Se acercó de nuevo a la ventana, Chuuya aún seguía mirándole expectante, y sonrió.
—Corre.
Fue lo único que dijo antes de lanzar a su jardín todas las bolas de humo que tenía. No era demasiado, pero quizá le daría el tiempo suficiente a Chuuya para esconderse.
Cuando el efecto terminó, pudo ver a los policías mirando a todos lados para descubrir dónde estaba. Sin dejar de sonreír, miró hacia cualquier lado, como si Chuuya hubiese logrado irse por algún camino.
O los policías estaban muy cansados de lidiar con unos adolescentes, o se creyeron su pequeña actuación. No lo sabía, pero se retiraron en la dirección a la que Dazai miraba. Las luces azules se desvanecieron en el horizonte, y miró la ventana de su vecina, la cual corrió las cortinas inmediatamente.
Entonces miró a Chuuya, quien estaba escondido entre las hojas del árbol.
No hizo falta que dijeran nada. Solo una mirada fue suficiente para despedirse.
Dazai se enteró, años después, de qué había pasado exactamente con Chuuya y su tía. Lo contó ella misma, orgullosa, en su graduación de la universidad.
No fue capaz de mantenerse en esa mesa escuchando eso. No podía ni imaginar lo mal que debió sentarle eso a Chuuya. Sabiendo cómo era, se sentiría culpable, y eso explicaba muchas cosas que antes no entendía.
Se detuvo a beber agua, y miró la hora. Aún no era ni mediodía, y ya quería volver a casa y ducharse. Meterse en su sofá, ver una película, olvidar.
Sobre todo, olvidar.
Pero era imposible cuando, si miraba a la izquierda, al parque de niños que estaba en el centro de todo el lugar, veía a una niña de ojos azules jugando. Veía a un hombre de cabello rojo y ojos celestes mirándola con cariño.
Veía lo que pudo haber tenido pero que le fue arrebatado.
Veía su para siempre en esa sonrisa que ya no estaba dedicada a él.
Pero no hacemos nada y seguimos caminando
Seguimos con la vida que a los dos nos recetaron.
Escribir no era lo mismo cuando no había nadie quien le diera melodía a su canción.
Chuuya podía componer unos acordes para su guitarra, pero definitivamente lo que le daba todo el ritmo a sus canciones era el piano de Dazai.
Rompió otra hoja, arrugándola hasta que se hizo una pequeña bola de papel y la desechó en el suelo.
Dos días. Ese era el tiempo antes de la graduación. ¿Iría Dazai? ¿Le dejarían estar a menos de diez metros de él?
¿Le dejarían despedirse?
Miró el aula, desierta. Se había saltado clases para meterse ahí, en una pequeña aula al lado de la de música —la cual estaba cerrada desde dentro— y componer. Quería al menos componer una última canción. Pero era imposible, no salía bien.
Miró su guitarra. Había bajado las persianas para no ser visto desde fuera y, en esa penumbra, el instrumento se veía triste. Sin vida.
Dejó su cuaderno a un lado, y escuchó el sonido de un piano intentando ser tocado. Sonrió. Quizá quien fuera que estuviese intentado tocar en el aula contigua tenía su mismo problema: no poder componer.
Sabía que no era necesario. Que la promesa con Dazai ya nunca se cumpliría. Dazai no tocaría el piano nunca más con él a su lado, y por tanto no cumplirían su objetivo de componer cien canciones antes de ir a la universidad.
Solo una. Quedaba solo una. Y no lo cumplirían, como todos los sueños restantes que tenían juntos. Quizá no lo cumplirían juntos, pero Chuuya no se perdonaría si no cantaba esa última aunque fuera en una pequeña aula durante clases que se estaba saltando. Aunque no fuera en un escenario, aunque no tuviera un micrófono y Dazai no estuviera ahí con su piano.
¿Acaso importaba ya si salía bien o mal? ¿Si sonaba bien o mal? ¿Si estaba llorando o estaba feliz?
No había diferencia alguna, y por eso no se molestó en componer ni un solo acorde de su guitarra. No se molestó en modular la voz para que sus lágrimas no intervinieran en su canto. No le molestó que hubiera un piano que no sincronizaría con él.
Simplemente empezó a cantar.
La letra de esa canción no la había olvidado. Al igual que no había olvidado las noventa y nueve restantes. Sin embargo, contrario a todas ellas que hablaban de amor, la última era todo lo contrario. La última hablaba de una inevitable separación. De un amor del que no sabía si volvería a ver otra vez en su tiempo de vida. De un silencioso ruego porque volvieran a estar juntos.
Era una canción llena de deseos de cosas imposibles. Al fin y al cabo, ¿no era esa la razón de su título?
Y nadie más que él escuchó esa canción ser cantada. Fue una sola vez, en aquella aula oscura, entre lágrimas y sollozos. Desde ese día, no volvió a cantar más.
Encerró bajo llave su cuaderno de canciones. Enterró su guitarra en lo más profundo de su armario, y no volvió a tocar nada más.
Era ahora, viendo sus ojos marrones, viendo a quien había sido su inspiración para componer, cuando se daba cuenta de lo mucho que lo extrañaba.
Se daba cuenta de lo cobarde que era para no intentar hablar con él. De no intentar sonreírle cuando miraba en su dirección.
Pero sabía que no sería capaz de mirarle a la cara después de tantos años sin que las lágrimas empezasen a caer y no quería que su hija viese eso.
Sabía lo mucho que dolía.
De lo mucho que seguía doliendo.
Era mejor así, ¿verdad?
Cada uno por su lado, muriendo por girarnos
Parpadeando rápido para disimular...
A lo largo de su tiempo en la secundaria y preparatoria había aprendido innumerables composiciones de autores famosos. Beethoven, Chopin, Mozart... Innumerables sinfonías, y ahora ninguna quería salir de sus dedos.
Era como si su cerebro hubiese borrado la capacidad de tocar el piano en ese tiempo.
Era como si separarse de Chuuya significase romper con el piano y la música. Con Chuuya todo era más sencillo. Con Chuuya podía tocar casi sin pensar en qué tecla pulsaba, más embelesado en su voz y rostro que en el piano.
Con Chuuya el tiempo no pasaba lentamente. Con Chuuya la vida tenía un color tan vívido como su cabello rojo. El cielo era más brillante si lo miraba junto a sus ojos azules.
Sin él, todo era más difícil. Incluso tocar con coherencia una melodía.
—Igual que el mosquito más tonto de la manada, yo sigo tu luz aunque me lleve a morir.
Por un segundo, Dazai se asustó pensando en lo real que se escuchaba Chuuya en su cabeza. Poco después se dio cuenta de que ni siquiera conocía la canción, pero definitivamente era su voz.
—Te sigo como le siguen a los puntos finales a todas las frases suicidas que buscan su fin.
No sabía de dónde venía la voz. Ni siquiera si se lo estaba imaginando. Buscó en todo el aula un fantasma, algo que le dijera que definitivamente se había vuelto loco, pero no encontró nada más que su soledad.
—Igual que el poeta que decide trabajar en un banco. ¿Sería imposible que yo, en el peor de los casos, le hiciera una llave de judo a mi pobre corazón?
La voz de Chuuya sonaba triste. Tan triste que Dazai se vio reflejado en ella, y para cuando empezó a tocar el piano, sin siquiera una partitura, ya estaba llorando.
Nunca supo si Chuuya realmente estaba en ese aula o cerca de ella. No se atrevió a averiguarlo. No quería verle llorando y que, en vez de poder consolarle, fuese la razón de que su llanto aumentase más. Además, a Chuuya le dolería verle a él así tanto como a Dazai le dolía no poder hacer nada para solucionarlo.
Había muchas preguntas que quería hacerle. Tantas que no sabía por dónde empezar. ¿Se había graduado en economía o había decidido seguir otra cosa? ¿Estaba casado o solo eran él y su hija? ¿Era feliz con su vida?
¿Le había podido olvidar? Y si era así, ¿cómo lo había hecho? Porque él sentía que si no era con Chuuya, no sería feliz con nadie más.
Sentía que el primer amor era el primero, sí, pero también el último. Lo había intentado, tantas veces que ya había casi perdido la cuenta de a cuantas personas había besado en los últimos diez años. Pero ninguna era él, ninguna tenía su sonrisa, sus ojos azules, su forma de ser.
Sentía que nadie podría reemplazarle.
Sentía que nunca podría olvidarlo.
Tan solo podía alejarse y pretender, disimular, engañarse y hacer pensar tanto al resto del mundo como a sí mismo que lo había hecho.
Tan sólo podía sostener una mentira.
Que a veces no puedo dormir
Y mirando hacia el techo me quedo pensando
Qué lentas que pasan las horas
Qué rápido pasan los años.
Como suponía, Dazai no iba a venir.
Vació el vaso de zumo de uva por tercera vez y pidió otro, viendo a la gente bailar y reír. Debería unirse a ellos. Al final, era también su graduación. Sus amigos le habían intentado decir lo mismo y animarle, pero simplemente no tenía ganas.
Solo miraba la puerta, en vano.
—Hola... ¿Estás solo?
Chuuya miró a la derecha, encontrándose con unos ojos color ámbar que le miraban tímidamente.
—Hola, sí, bueno...
No podía decir que estaba esperando a alguien que no iba a venir. No podía decir que tenía la pequeña esperanza de que alguien que quizá ni siquiera estuviese ya en la ciudad apareciera por esa puerta y le sonriese.
—Eres Nakahara Chuuya, ¿verdad?
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Soy fan tuyo —se puso una mano tras la nuca—. Te he escuchado cantar alguna vez, y lo haces muy bien.
—Gracias —sonrió, pero no pudo evitar el rastro de tristeza.
—Pensaba que ibas a cantar hoy también, con tu novio... —confesó—.¿No está aquí?
Miró alrededor, pero Chuuya negó con la cabeza para que no siguiera buscando.
—No va a venir.
El muchacho se puso casi tan rojo como su cabello, aunque era más oscuro comparado con el de Chuuya.
—Lo siento, yo...
—No te preocupes.
Un silencio incómodo se instaló entre ambos, hasta que finalmente se rompió por el muchacho.
—Siento haberte molestado —se disculpó de nuevo—. No era mi intención... Yo solo quería, bueno, pedirte un autógrafo.
De su bolsillo sacó un pequeño papel y un bolígrafo tipo llavero. Chuuya sonrió, intentando no ser desconsiderado.
—Claro. ¿Cómo te llamas?
—Michizou —sonrió, emocionado—. Tachihara Michizou.
Puso su nombre en el papel tras la dedicatoria y lo firmó.
—Aquí tienes.
—¡Muchas gracias!
El silencio se instauró entre ambos, aunque no se podía decir que era incómodo. Era un silencio en el que no había más que decir, solo una despedida.
Pero tras guardarse el papel y el bolígrafo en el bolsillo, el chico tendió una mano y, con una sonrisa tímida, dijo:
—¿Querrías bailar conmigo?
Chuuya dudó, mirando instantáneamente a la puerta. Esperando ver a alguien que le hiciera rechazar la invitación.
Pero ese alguien no apareció, y no lo haría. No lo haría porque esa había sido su decisión.
Y aunque doliera, la mejor decisión.
—Claro, ¿por qué no?
Habían pasado muchos años desde entonces. Mucho tiempo desde aquella noche.
A veces se preguntaba cómo era posible. Cuándo había dejado atrás aquella época tan rápido. El piso del tiempo se veía reflejado en el calendario y en el rápido crecimiento de su hija.
Habían vuelto a casa, y mientras su esposo la duchaba, Chuuya no podía dejar de pensar en lo relativo que era el tiempo mientras miraba el techo de su habitación.
Observó el reloj. Apenas y había pasado una hora desde su regreso, pero se sentía una eternidad.
Habían pasado más de diez años desde aquellos días, y recordaba todo como si hubiera sido ayer.
Nunca nos prepararon para un viento tan fuerte
Que nos despeine el alma y nos revuelva los papeles.
Debería haberlo supuesto.
Dazai sabía que debería habérselo supuesto. Que debería haber sabido, tan listo que era, que Chuuya no iba a romper su vida solo por él. No le culpaba, le entendía perfectamente.
Pero dolía. Dolía mucho verle así, bailando con un extraño, con alguien que debería ser él. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, pero no las dejó caer.
Mirando sus ojos azules se hacía aún más complicado eso, pero tenía que ser fuerte. Tenía que dejarle marchar.
Tenía que dejarle ser feliz.
Así que solo sonrió, y dio media vuelta. Caminó lo más rápido que pudo, ignorando su nombre que era gritado por esa voz que ya no le volvería a llamar así. Sin embargo, ya no pudo aguantar las lágrimas.
—¡Osamu, espera!
Chuuya siempre había sido más rápido que él. De entre los dos, era el mejor en el ánimo atlético. Era imposible dejarle atrás, en cualquier sentido.
—¡Solo déjame explicarte! —finalmente, se giró. Sus ojos azules parecían desesperados—. Yo... Yo te estuve esperando. Pero no venías y yo...
Agachó la mirada, dolido.
—No me debes ninguna explicación, Chuuya.
Se acercó más. Dazai debería haberlo impedido, pero era demasiado débil.
—Lo siento. Lo siento tanto —quitó una hoja de su cabello y limpió un poco de barro de su mejilla—. Yo...
Estaba demasiado guapo. El traje le quedaba genial. Su pelo atado en una pequeña coleta baja era encantador. Sus ojos azules eran tan maravillosos como siempre, a pesar de estar tristes.
¿Cómo alguien podía no enamorarse de él?
—Lo siento, Chuuya.
Se disculpó. Por no mantenerse fuerte, por no ser más que un muchacho enamorado de alguien a quien el destino había decidido no otorgarle.
Se disculpó porque era humano y no podía resistirse a besarle, aunque fuera solo una última vez.
Si se concentraba, aún podía recordar las sensaciones de aquella noche.
No hubo otro beso más después de ese, y durante mucho tiempo se arrepintió de haber llorado en él, porque el recuerdo seguía siendo salado y no dulce como le hubiese gustado.
Pensaba que ya lo tenía superado, pero ¿cómo creerlo ahora que le había vuelto a ver? Nadie le había preparado para eso. En la universidad no le enseñaron cómo controlar las emociones, cómo superar un corazón roto.
Solo quería acercarse, abrazarle y preguntarle cómo le había ido. Si era feliz. Si había podido hacer borrón y cuenta nueva fácilmente o le había costado como le estaba costando a él.
Si era cierto que el primer amor podía olvidarse, y cómo hacerlo.
Y aunque mi corazón ya tenga su camino
No sé cómo impedir que sea tuyo este latido.
Dazai siempre había sido un chico listo. Demasiado a veces.
Chuuya no regresó a la fiesta. Tampoco regresó a casa. Salió corriendo tras aquel beso para que Dazai no cometiese alguna locura como escaparse (incluso cuando Chuuya en el fondo quería que lo hiciera), pero no fue a ningún lugar.
Corrió hasta quedarse sin energía y caminó sin rumbo hasta llegar a un parque solitario. Entonces encontró una nota atrapada entre su cinturón y sus vaqueros.
Era la letra de Dazai, indudablemente. Ponía una fecha, una hora y un destino: Aeropuerto de Narita.
Era injusto. Sabía que Chuuya no se podría resistir. La fecha era la de mañana por la mañana, casi al amanecer. Arrugó la nota en un puño.
Era injusto. Dazai sabía que tras eso iba a huir, y por eso aprovechó el beso. Para dársela sin que se diera cuenta y ponerle entre la espada y la pared. Dazai sabía que iría, y era un egoísta, un idiota que pensaba que podía predecir lo que haría solo porque era él. Solo porque le quería.
Lo peor era que era cierto. Y aún peor era culparle, como si Chuuya no hubiera ido a primera hora todos los días a la estación. Como si no pretendiera buscarle entre la multitud de gente incluso cuando era absurdo, porque había demasiada gente, demasiados trenes, demasiadas horas de partida, demasiados destinos, y todo eso solo suponiendo que viajase en tren.
Era injusto. Era absurdo. Era doloroso.
Pero pasaría, ¿verdad? El tiempo lo curaría. Y quizá en el futuro se recordase a sí mismo, en un parque abandonado durante el día de su graduación, llorando por algo que era inevitable y que a la larga sería lo mejor para ambos.
Abrió su puño y miró el papel de nuevo. Entonces, sonrió.
Tenía que dar un punto y final a esa dolorosa canción.
Tras aquel día, Chuuya pensó que había cerrado ese capítulo de su vida.
Su vida siguió. Fue a la universidad (casualmente Michizou fue a la misma), conoció a gente nueva, se graduó, se enamoró de nuevo y tuvo un trabajo, una familia, adoptaron una hija preciosa que cada día crecía más.
Solo podía recordar aquellos días de instituto con nostalgia y melancolía. Dazai había sido su primer amor al fin y al cabo, y no había sido sencillo olvidar. Pasaron demasiados meses para que pudiera dejar de pensarle cada día. Pasaron años para que pudiese dejar de extrañarle y fijarse en lo que tenía delante de sus ojos.
Sin embargo, al verle de nuevo, sintió una oleada de emociones imprevista. Un cúmulo de qué hubiera pasado si. Un montón de recuerdos y de lágrimas. No supo cómo reaccionar siquiera.
¿Quizá había una pequeña parte de su corazón, un latido, que no había podido olvidarlo?
—¿Qué ocurre, Chuuya?
Miró a Michizou, quien le miraba preocupado desde la puerta de la habitación.
—Nada —sonrió—. Solo... me encontré con un viejo amigo, y me hizo recordar el pasado.
Su esposo se sentó a su lado y le acarició el cabello. Era relajante cuando lo hacía, y a Chuuya le gustaba.
—Entiendo.
Y sabía que lo entendía, pero no todo, pero no le culpaba.
Ni siquiera Chuuya se entendía a sí mismo.
Entonces, de repente, te veo entre la gente
Durante una mirada, el universo se detiene.
Dazai ni siquiera sabía si iba a ir.
Había sido un truco sucio y ruin, pero quería asegurarse de que pudiera ir a verle una última vez. Aunque tuviera que hacer frente a sus tíos, aunque perdiera ese tren, ese avión, aunque le expulsasen de esa cárcel que llamaban universidad, no pensaba perder su oportunidad de ver a Chuuya otra vez.
La última de manera definitiva.
Se prometió que, si iba, le dejaría en paz. No le buscaría más. No quería seguir hiriéndolo como ayer, no quería ser la causa de su tristeza. No podía tampoco pedirle que esperase por él cuatro años como mínimo. Tenía su vida, y tenía derecho a rehacerla y a vivirla como quisiera.
Pero por más que buscó sus ojos azules, su pelo rojo, no le encontró. El tren iba a partir. Estaba ya dentro, sentado al lado de la ventana, sus tíos ya estaban por marcharse, y él seguía sin llegar.
—Su billete, por favor.
Le entregó el papel al revisor, quien lo miró y lo marcó. Siguió con su compañero de en frente, y Dazai volvió a mirar por la ventana. Solo viajeros apresurados por no perder su tren.
—¡Osamu!
Se dio media vuelta, y vio a Chuuya, atrapado por dos muchachas del servicio de trenes. Se deshizo de ellas de una manera algo brusca, y corrió hacia él. Se levantó enseguida, casi tropezando con el maletín del otro viajero.
Chuuya le abrazó, y le dio un pequeño golpe en la espalda.
—Pensé que no vendrías —le abrazó fuerte, quizá demasiado, casi sin creer que estuviese ahí.
—Eres imbécil —le dijo, riéndose—. ¿Sabes cuántos trenes van a esta hora al aeropuerto? ¡Son cinco, en diferentes andenes!
Dazai rio. Pero la risa no duró demasiado.
Ambos se separaron y se miraron. Sabían que sería la última vez. No volverían a ver los ojos del otro en mucho tiempo, muchos años, quizá nunca.
Sus caminos se separarían, y tal vez, nunca se volverían a cruzar.
—Espero que seas feliz, Osamu —forzó una sonrisa. No le quedaba bien.
—Solo quiero llorar.
Chuuya rio irónicamente.
—Creo que ya no nos quedan lágrimas.
El revisor increpó a Chuuya, y este solo agachó la cabeza y se disculpó. Los pasajeros miraron al pelirrojo marcharse escoltado por donde vino, y antes de salir le miró y en sus labios leyó un «te quiero» que no llegó a pronunciar.
Ninguno de los dos quería despedirse, y por eso ninguno de los dos pronunció un adiós.
Él tren cerró sus puertas, le obligaron a sentarse, y el amanecer llegó, iluminando de naranja el cabello de Chuuya que, en el andén, contenía las lágrimas mientras le despedía con la mano.
Dazai no fue tan fuerte como para fingir compostura, y cuando el tren silbó y se puso en marcha, ya estaba llorando.
Dazai cumplió, y no volvió a buscar a Chuuya.
Costó meses el dejar de añorar su país, su ciudad, su tiempo juntos, su cabello, sus ojos, su voz. Solo tenía grabaciones, fotografías y una última canción que estaba en su recuerdo y en un esbozo a papel de la letra que cantó aquel día.
No volvió a tocar el piano, no volvió a enamorarse siquiera. Nadie le provocaba el sentimiento de sentirse vivo, ese que siempre que veía a Chuuya y sus ojos azules sentía. Nadie podía llegar a su alto estándar. Nadie excepto una persona, la cual ya no estaría nunca más con él.
Hizo amigos, fue a fiestas, se graduó, pero no consiguió enamorarse de nuevo con la misma intensidad que lo hizo con Chuuya. Lo intentó, pero todas sus relaciones fracasaron porque, simplemente, no sentía verdadero amor por esas personas.
Finalmente decidió que ahorraba más sufrimiento si cerraba su corazón y no lo intentaba más. Tanto para él como para los demás.
La única excepción era Chuuya, pero Chuuya no era ya para él, y había quedado demasiado claro.
Volvemos a estar juntos, el alma se nos prende
De pronto comprendemos que lo nuestro es para siempre.
Emprendió el regreso a casa a paso lento, evitando ser visto por la familia de Dazai. Dolía tanto que, si tenía que arrancarse el corazón para dejar de sentirlo, lo haría con gusto.
—¡Chuuya!
Por un segundo, pensó que era Dazai. Por un milisegundo pensó que se había escapado, que había saltado del tren y que había vuelto solo para decirle que le quería y que no le iba a dejar.
Pero su vida no era un cuento de hadas, y cuando se giró se dio cuenta de eso.
No era quien esperaba ver, sino el chico de la fiesta de ayer.
—Hola —sonrió—. ¿Qué haces aquí?
—Mi prima volvía a Tokyo hoy —explicó—. ¿Y tú?
—Despedía a una persona también.
Pero él no le volvería a ver.
—Me alegro haberte encontrado. Esto... —sacó su cartera del bolsillo, y Chuuya la buscó en sus bolsillos. Ni la tenía, aunque no la había necesitado—. Ayer te dejaste esto en la fiesta. Te fuiste corriendo y...
Era verdad. Se hasta ido corriendo en medio de un baile y ni siquiera se había disculpado.
—¡Lo siento! —juntó las manos delante de él, con la cara roja de vergüenza—. La verdad es que...
—Era él, ¿verdad? —sonrió, y Chuuya parpadeó sorprendido. ¿Era tan obvio?
—Sí, bueno...
—No te preocupes, lo entiendo —le entregó la cartera—. Parece que has estado llorando.
Chuuya se secó las lágrimas de las mejillas. ¿Había echado a llorar en algún momento y no se había dado cuenta?
—No es un buen día.
—¿Te parece si te invito a un café y te relajas? Es pronto, seguro que te viene bien. No pareces haber dormido demasiado estos días.
Chuuya rio algo sarcástico.
—Soy muy obvio, ¿verdad?
—Solo un poco —sonrió—. ¿Y bien?
Se lo pensó. No sabía si eso le ayudaría realmente, pero era una distracción y no le pasaría nada por relajarse un rato. Al menos, quizá, podría olvidarle un momento.
—Acepto.
Chuuya no se arrepentía de nada.
No se arrepentía de haberse enamorado de Dazai, con todo lo que conllevó. No se arrepentía de haberse enamorado de Michizou, era una buena persona, le quería mucho, y no se arrepentía de haberle elegido como compañero de vida.
Pero quizá no se arrepentía porque todo parecía haber estado perfectamente planeado, de tal manera que sus decisiones no eran nada influyente en su curso de vida.
Quería a Michizou. Mucho. Le gustaba estar con él, le gustaba pasear con él, su hija, y estar con su familia. Quería a los dos un montón.
Pero no podía evitar pensar cómo habría sido su vida si no hubiera aceptado aquel día ese café. Si no hubiera ido a esa fiesta. Si Dazai y él hubiesen escapado juntos como el castaño quería. Si no hubiesen tenido que separarse nunca.
Aún ahora, años después, cada domingo como ese en el que veía a Dazai pasar corriendo a su lado mientras paseaba de la mano de su esposo y su hija saltaba delante de ambos, se preguntaba si de verdad eso era lo que quería o lo que le habían dejado querer.
Pero nunca se detenía, nunca miraba más de dos segundos sus ojos marrones, nunca dejaba que sus recuerdos salieran de aquel cajón donde guardaba su cuaderno. Solo sonreía y se aferraba más a su esposo, con la esperanza de no ahogarse en sus propios sentimientos.
Nunca se daba la vuelta, y Dazai tampoco lo hacía. Seguían caminando como si ni siquiera se recordasen.
Simplemente, así estaba mejor.
Pero no, no haremos nada,s eguiremos caminando
Seguiremos con la vida que a los dos nos recetaron
Cada uno por su lado, muriendo por giranos
Notas de autora.
Madre mía el más largo hasta la fecha. 11500 palabrazas. Si estáis aquí, enhorabuena.
Esto empezó con una idea basada en esta canción. Es preciosa y triste, y bueno, empecé esto por octubre y mirad las fechas XDD. Hace mucho que no subía nada, así que ala, tomad.
No tengo mucho que decir, simplemente que la canción en medio que canta Chuuya también es una de La Oreja de Van Gogh llamada "Deseos de cosas imposibles" Y que la que se da en todo el relato es "Durante una mirada". Preciosas.
Y ya está. Supongo que nos leeremos próximamente XD.
Se os quiere <3
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