dos


—Deberías dejar de ser tan celoso.

—Él tiene razón—corroboró su otro amigo con el chico pálido recién llegado.

Se encontraban en la hora de su descanso laboral y no había nada mejor que salir a comprar un poco de la buena comida que la señora que vendía diferentes guisos a un lado de la siguiente calle preparaba, todo mientras mantenían una conversación de manera amena.

—No soy celoso.—se defendió—Simplemente quería divertirme un poco y no puedo resistir molestar al chico, deberían de verlo—río con entusiasmo en cada parte del cuerpo, sus energías renovadas con el recuerdo fresco en la mente.—Se pone tan nervioso y casi parece que va a tener que cambiar sus pantalones una o dos veces.

Los otros adultos y el chico de cabellos verdes, le miraron con mala cara hasta que su risa los contagió a todos. SeokJin siempre fue parte del grupo de los bromistas de las clases que tuvieron en la secundaria y casi la mayoría lo conocía por el simple hecho de acudir a la misma escuela que él, pero era algo de no esperarse los celos y su manera protectora de ser con su hija pequeña; la famosa Kim Jisoo que siempre ocupaba gran parte de los pensamientos del pelinegro mayor junto a su amada.

Su esposa seguro estaría orgullosa.

Ante el recuerdo de Kim Yongsun, toda risa fue mermando de los amigos y los buenos recuerdos quedaron impregnados en el aire de aquel puesto ambulante, como si hubiera sido ayer cuando eran unos jóvenes inexpertos y bien aventurados a los retos de la vida de un adolescente promedio de su edad. SeokJin y ella eran una feliz pareja de jóvenes cuando todo el romance sucedió y el tiempo no era desaprovechado cuando estaban seguros de formar su propio nidito de amor, con muchos recuerdos, hijos y risas de por medio.

—¡Hey! ¿Me extrañaron?

El único faltante del grupo, Jeonseok, el padre del mejor amigo del enamorado de la hija del padre más sobreprotector de la tierra (exagerando un poco), hizo aparición en el pequeño local. La señora del puesto riendo al mirar como todo el grupo se levantaba de las mesas de plástico improvisadas en la banqueta para recibir como se debía al integrante más viejo, ya estando acostumbrada a ese grupo tan singular de trabajadores de oficina cada día de su vida.

¿Quién no decía que eran jóvenes aún?

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